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El Catoblepas, número 175, septiembre 2016
  El Catoblepasnúmero 175 • septiembre 2016 • página 6
Filosofía del Quijote

El Quijote no alegoriza
el combate entre el ideal y lo real

José Antonio López Calle

Crítica general de las interpretaciones filosóficas del Quijote (II).
Las interpretaciones filosóficas del Quijote (50).

Hasta aquí nos hemos centrado en el tratamiento crítico del Quijote como una ficción simbólica del idealismo y de su protagonista como encarnación de éste. Ahora vamos a poner el foco de la atención en la noción de combate como nexo conflictivo de relación entre el ideal, del que es depositario don Quijote, y lo real, aunque obviamente es imposible hablar de la lucha entre ambos sin mentar los términos de la relación conflictiva. Pero, repetimos, ponemos el énfasis en el conflicto y en el género de este que enlaza a los términos enfrentados.

Los exegetas filosófico-románticos nos presentan la novela como el escenario literario en que se libra una batalla entre el caballero portador del ideal y la realidad, una visión que encaja a la perfección, como vimos en su momento, con la idea de los idealistas y románticos alemanes, inspirada en la filosofía de Fichte del yo dinámico, del hombre como un ser activo, dotado de una vocación moral y, como tal, portador de un ideal moral, que inevitablemente choca con el mundo que se resiste a la implantación de éste. Lo mismo le sucede a don Quijote, que igualmente cree tener una vocación moral, autorrepresentada como una misión religiosa de instaurar el ideal caballeresco de bien y de justicia en un mundo sembrado de obstáculos, peligros y enemigos que se resisten a su implantación y que él ha de vencer para lograr su realización.

Naturalmente, la visión de don Quijote de sí mismo como un héroe enfrentado, en cuanto campeón del ideal caballeresco, con una realidad adversa no es un ocurrencia suya, sino una idea extraída de los libros de caballerías, que él sigue a pies juntillas como si de una especie de Biblia se tratase, donde efectivamente sus protagonistas, investidos de una vocación moral, teñida de un tinte religioso impreso en la ceremonia de investidura de armas, que les comprometía con la realización del ideal caballeresco, se hallaban rodeados o en medio de un mundo hostil plagado de obstáculos y en cuyo seno hay dos bandos opuestos, el de los personajes nobles y el de los malvados, en eterno antagonismo entre sí. En los libros de caballerías, por más inversosímiles que fueran en su tratamiento literario de este tema, lo mismo que en las novelas que enfocan éste seriamente, el combate entre los abogados del ideal y los obstáculos del mundo real guarda una cierta proporción, sin la cual no tendría sentido la lucha ni interés para el lector, aunque las fuerzas del bien terminan venciendo, no sin grandes dificulades y reveses, que parecen sugerir que las fuerzas del mal van ganando.

Pues bien, nuestra principal objeción a esta concepción del Quijote como expresión simbólica de la lucha entre don Quijote como caballero del ideal y la realidad adversa es que se trata de un error debido al hecho de que los partidarios de la exégesis filosófico-romántica, como en general los seguidores de la interpretación simbólica del Quijote, se toman en serio la autoconcepción, según el esquema del conflicto, de su protagonista de sí mismo, a semejanza de los héroes caballerescos, como un héroe en lucha con las fuerzas del mal que actúan en el mundo oponiéndose a la implantación del ideal de bien y de justicia del que él se autoproclama su paladín.

Pero si examinamos el asunto, no desde el punto de vista idealista y heroico adoptado por don Quijote, que constantemente se pone en solfa, sino desde el realista y paródico del narrador, por quien, por contraste con el otro, nos enteramos de la realidad del mundo con que se encuentra el sedicente caballero, descubrimos que no hay tal conflicto proporcionado entre un sujeto que se tiene por caballero del ideal y los objetos y seres personales del mundo que se le oponen. No hay tal conflicto porque el mundo en que don Quijote se mueve no se levanta contra él; no es que en el mundo como un todo no haya males o injusticias y malvados que haya que combatir y pudieran resistirse, sino que en la parcela del mundo que habita el hidalgo manchego y en la que actúa no se topa con malvados que haya de combatir. Y aunque los hubiera, tampoco podría generarse un conflicto serio, sino más bien cómico, porque la pugna no sería proporcionada, ya que don Quijote, por ser viejo, enfermo, débil y loco, no tiene ni la autoridad ni sobre todo el poder de combatir los males del mundo que, como sedicente caballero andante, le incumbiría deshacer.

No hay, pues, un conflicto real proporcionado entre lo real y el supuesto caballero del ideal, sencillamente porque ni siquiera hay males y malvados de nota que combatir en la sección de realidad en la que don Quijote pretende actuar como caballero andante. Los únicos males y malhechores existentes son los que se inventa el propio don Quijote, quien en su peregrinación por los caminos de la Mancha se topa con toda suerte de personajes, mercaderes, frailes, labriegos, pastores, cabreros, viajeros, etc., pero no con criminales campando libremente por ella y cometiendo bellaquerías; es sólo su imaginación delirante la que le hace ver, en los caminos de la Mancha, caballeros endiablados y descomunales, raptores o secuestradores de doncellas, damas, princesas o caballeros, ejércitos a punto de lanzarse o enzarzarse en una cruenta batalla, gigantes peligrosos, caballeros heridos o muertos que demandan venganza, etc.

Y cuando en una ocasión se cruza no con malhechores imaginarios, sino de verdad, en la aventura de los galeotes, no hay motivo de peligro o de alarma ni para él ni para la sociedad, puesto que no se trata de malhechores en libertad, sino de unos delincuentes condenados por sus delitos, encadenados y custodiados por unos guardias y un comisario que los conducen a Cartagena a cumplir condena como remeros en las galeras de la Corona. Curiosamente, en este episodio es el sedicente caballero cuya misión es resolver conflictos utilizando las armas el que, usando precisamente éstas y contando con la colaboración de su escudero, que quita las cadenas a Ginés de Pasamonte, y lógicamente de los galeotes, el que crea paradójicamente un problema al liberar a éstos, quienes, una vez sueltos, primero, en agradecimiento a sus liberadores, los apedrean y roban, revelando su verdadera catadura, y, más adelante, asaltarán y robarán al cura y al barbero y maltratarán a Cardenio en Sierra Morena.

Otras veces sí hay un mal que reparar que don Quijote no se inventa, como en su primera aventura recién pseudoarmado caballero, la de Andrés, azotado por su amo, pero el conflicto que origina es poco relevante, comparado con los que los caballeros andantes de sus lecturas tienen que resolver. Sería un conflicto peligroso si el agente del mal no fuera un labrador desarmado, sino un caballero andante malvado, como cree don Quijote que es y contra el que tendría que batirse en duelo para impedirle que azote al muchacho, como sucede en los libros de caballerías. Es prácticamente insignificante su peligro porque don Quijote no está ante un profesional experto en el manejo de la espada y la lanza, como él cree, sino en manifiesta superioridad, porque, si bien está en el umbral de la vejez, está en posesión de armas y va montado a caballo, lo que le permite manejar la situación sin correr riesgo alguno ante el labrador, que, viéndose precisamente en situación de inferioridad ante don Quijote, acepta sus exigencias. Sin embargo, a pesar de su manifiesta superioridad, resolverá mal el conflicto, no por falta de fuerza para imponerse, sino por torpezas debidas a su locura, a su mal o desquiciado juicio, que, en vez de inducirle a quedarse allí como garante del cumplimiento de la promesa del labrador, le lleva a tomar la insensata decisión de marcharse y de dejar a Andrés a su merced, solo ante su amo, confiando en que éste cumplirá con la palabra dada, pero el labrador, una vez que don Quijote se ha alejado y no se ve forzado a cumplir lo pactado, vuelve a azotar al muchacho y no le entrega la paga que le debe. En realidad, en vez de resolver el problema haciendo justicia, lo agrava perjudicando, por culpa de su torpe intervención, al pobre muchacho, que en un encuentro posterior con don Quijote se lo echará en cara amargamente y le pedirá que nunca más se vuelva a inmiscuir en sus asuntos.

También le salen al paso males o injusticias de cuya solución se excluye a don Quijote, como en el caso del rescate de don Gregorio, el prometido de la morisca Claudia Jerónima, cautivo en Argel, una empresa que se encomienda a un renegado español, que la resolverá exitosamente. Esta vez, que don Quijote sí se halla ante una empresa similar a la que tenían por misión afrontar los caballeros andantes, la de liberar a un cautivo, y no el caso de la liberación de los galeotes, resulta que nadie confía en él para acometerla, sino que se confía a otro, y a él se le mantiene al margen. En varias de sus aventuras en Cataluña don Quijote se topa con problemas reales, que serían un reto para un verdadero héroe, tal como el bandolerismo o el del peligro turco o de la piratería berberisca. Pero ante el primero no tiene nada que hacer, salvo convertirse en mero acompañante, por no decir comparsa, de Roque Ginard, que pasa a primer plano como bandolero justiciero, mientras que don Quijote queda oscurecido; y además Roque Guinard se atreve a dudar de su valentía. En cuanto al peligro turco, del que ya don Quijote al comienzo de la segunda parte es conocedor y del que, como un arbitrista, ofrece una solución fantástica enviando una docena de caballeros andantes contra la armada turca, en la aventura de las galeras en Barcelona se convierte en un problema real que sucede ante sus narices; pero todo lo que él puede ofrecer para afrontarlo es estremecerse de miedo al oír el ruido del palo de una vela que se cae y cuando se produce una escaramuza entre un presunto bergantín turco y las galeras españolas, en que hay dispararos y dos muertos, don Quijote ha desaparecido totalmente de la escena, un zarpazo de realidad ante el cual nada cuentan sus desvariadas ínfulas caballerescas.

Pero dejando aparte estos problemas reales que o bien don Quijote, a pesar de estar en condiciones de darles solución, los empeora (la aventura de Andrés), o de aquellos de los que se le aparta por considerarlo incompetente para afrontarlo (el rescate de don Gregorio) o sencillamente no está a la altura de las circunstancias (la aventura de los bandoleros o de las galeras), en general en sus aventuras más características es él mismo, el que lejos de afrontar retos reales y serios, no hace sino crear pseudorretos, fruto de su loca desfiguración de la realidad. No es, no ya un héroe, sino ni siquiera un hombre corriente enfrentado a un mundo hostil que sólo lo es en su imaginación delirante, pues el mundo es indiferente a su existencia y se comporta ante él simplemente ignorándolo, como el león con el que don Quijote quiere luchar, pero que hace caso omiso de él y se gira ofreciéndole su trasero. No hay mejor imagen de la indiferencia de la realidad hacia don Quijote que este comportamiento del león ante las bravatas y temeridad insensata del sedicente caballero.

¿Significa todo esto que don Quijote no tenga conflictos con la realidad? En absoluto, los tiene, pero éstos no emanan de la realidad o de su entorno inmediato, en el que algunos de sus agentes (su familia y sus amigos) hacen todo lo posible para evitarle precisamente choques, sino de él mismo. Lo normal en la vida real y en la ficción literaria seria como imitación de ella es que el mundo sea la fuente originaria de los problemas, males e injusticias que el hombre tiene que afrontar, pero también puede ocurrir en la vida real que los conflictos provengan del propio sujeto humano, cuando éste, aun estando cuerdo, se acerca a lo real con planes o proyectos utópicos o desajustados o bien, por estar loco, actúa en él con ideas descabelladas. Esto último es el caso del protagonista del Quijote, quien es la fuente original de su conflicto con el mundo, porque sus exigencias y aspiraciones utópicas, propias de un loco, son incompatibles con la realidad, que se limita a desbaratarlas sin necesidad de ofrecerle obstáculos contra los que chocar, sino simplemente mostrándose ante él innocuamente. No es el mundo el que da motivos de conflicto a don Quijote, sino, al revés, es él, el que por culpa de su desvariada idealización de la realidad en un sentido desfigurador y falsificador, el que aporta los motivos de conflicto con el mundo.

La que podríamos llamar paradoja de don Quijote consiste en que, en vez de abstenerse de actuar, se lanza a la acción sobre la realidad cuando ésta no le ofrece problemas, y de ahí su inexorable choque con ésta, y no actúa cuando sí le ofrece problemas reales, porque le desbordan, como en la aventura de las galeras, o actúa, pero los agrava, como en la aventura de Andrés o de los galeotes. Tal paradoja no convierte a don Quijote en un personaje trágico, sino cómico, porque sus conflictos con el mundo son meramente pseudoconflictos caballerescos paródicos de los inverosímiles conflictos narrados en los libros de caballerías, tratados cómicamente y fuente de risa.

En efecto, la voluntad del narrador no es otra que la de que los conflictos o, más bien, pseudoconflictos caballerescos de don Quijote, provocados por su percepción distorsionada de una realidad que se limita a estar ante él, tengan un final cómico y risible, de forma que no dejen una huella imborrable sobre él. El narrador pone todo su esmero en que los pseudoconflictos quijotescos no alcancen tales proporciones que desborden los límites de lo cómico. Don Quijote podrá ser apedreado, golpeado, apaleado, herido y perder algunas piezas dentales, pero nunca es herido de gravedad ni su vida corre peligro alguno y además tales descalabros, al iguale que en los dibujos animados de nuestra infancia, no dejan huella alguna sobre él, ni física ni anímica; tampoco sus presuntos rivales; sólo en un caso al narrador se le va la mano, en la aventura de los encamisados, y a uno de ellos don Quijote le quiebra una pierna. El narrador hace todo lo posible para evitar esto último y así mantener el tratamiento de las desventuras de don Quijote dentro de los límites de lo que en la época se tenía por cómico.

Otro aspecto del tratamiento cómico de los palos y heridas del sedicente caballero andante es que son inmediatamente olvidados por él como si fuese algo insignificante; le basta con vislumbrar ante sí una nueva aventura, para enviar al olvido las secuelas de las aventuras precedentes. Y no hay mejor antídoto contra los posibles malos efectos de las aventuras precedentes que una aventura exitosa. De ese modo, el narrador, muy hábilmente, permite que su héroe de vez en cuando tenga aparentes victorias, como la obtenidas frente al Caballero del Bosque o en la aventura de los leones -aunque, en realidad, como ya vimos en su momento, no hay tales victorias, sino puras parodias cómicas de las ínfulas caballerescas de don Quijote-, que le proporcionarán la fuera anímica y el empuje necesarios para afrontar otros desafíos y relegar al olvido todos los palos habidos hasta entonces. Un pasaje que describe perfectamente esta forma de abordar cómicamente los aparentes resultados dramáticos de los desenlaces de los conflictos o pseudoconflictos de don Quijote con la realidad es aquel en que se nos pinta el estado anímico eufórico de don Quijote después de su victoria en el duelo con el Caballero de los Espejos (en realidad pseudovictoria, pues ni él ni su rival son caballeros andantes, el motivo de su contienda es ridículo y además su victoria ha sido pura chiripa, sin mérito por su parte ni demérito de su adversario): su yo sale hasta tal punto hipertrofiado del lance que le hace figurarse ser el más valiente caballero andante del presente e imaginar su futuro tan esplendoroso y de color de rosa, que no vale la pena recordar cualquier pedrada o palo recibido en el pasado, sino pensar mejor en las futuras felices aventuras exitosamente culminadas:

«Con la alegría, contento y ufanidad que se ha dicho seguía don Quijote su jornada, imaginándose por la pasada victoria ser el caballero andante más valiente que tenía en aquella edad el mundo; daba por acabadas y a felice fin conducidas cuantas aventuras pudiesen sucederle de allí adelante; tenía en poco a los encantos y a los encantadores; no se acordaba de los innumerables palos que en el discurso de sus caballerías le habían dado, ni de la pedrada que le derribó la mitad de los dientes, ni del desagradecimiento de los galeotes, ni del atrevimiento y lluvia de estacas de los yangüeses; finalmente, decía entre sí que si él hallara arte, modo o manera como desencantar a su señora Dulcinea, no envidiara a la mayor ventura que alcanzó o pudo alcanzar el más venturoso caballero andante de los pasados siglos». II, 16, 659

En otro lugar, el narrador refleja perfectamente su voluntad de que los presuntos conflictos de don Quijote con el mundo no se salden con su muerte o heridas, lo que quebraría el marco cómico en que se inserta el desarrollo de la historia del gran personaje. Se trata del interesante pasaje en que, a punto de enfrentarse en un duelo con el lacayo Tosilos, a quien don Quijote toma por un caballero, el Duque, que se divierte burlándose de las pretensiones caballerescas de don Quijote, pero sin llegar a la crueldad, toma medidas con respecto a las armas de ambos contendientes y le da instrucciones a Tosilos para que don Quijote no sea herido ni muera:

«Después de esto cuenta la historia que se llegó el día de la batalla aplazada, y habiendo el duque una y muy muchas veces advertido a su lacayo Tosilos cómo se había de avenir con don Quijote para vencerle sin matarle ni herirle, ordenó que se quitasen los hierros a las lanzas, diciendo a don Quijote que no permitía la cristiandad de que él se preciaba que aquella batalla fuese con tanto riesgo y peligro de las vidas, y que se contentase con que le daba campo franco en su tierra, puesto que iba contra el decreto del santo Concilio que prohíbe los tales desafíos, y no quisiese llevar por todo rigor aquel trance tan fuerte». II, 56, 975

En suma, el Quijote no representa alegóricamente el conflicto entre el caballero del ideal y la realidad, en el sentido de que ésta le plantee un desafío que él, no sin dificultades, esté en situación de afrontar siguiendo el programa de su ideal, sino la representación literal del conflicto entre el pseudoideal caballeresco, del que es portador un hidalgo, que no caballero, viejo, enfermo y débil, y la realidad, que normalmente no le muestra su perfil hostil. Y ese conflicto no es tratado seriamente, sino humorísticamente, como una burla en la que las aspiraciones del protagonista y sus empresas, inspiradas en tan desquiciado, falso e inviable ideal resultan ridiculizadas por medio del fracaso, siempre presentado cómicamente, y motivo de risa.

 

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