Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
Hace siete décadas, el historiador de las ideas Harry Wolfson propuso en Harvard una tesis novedosa sobre la filosofía occidental: que habría sido inaugurada y clausurada por dos judíos.
El candidato a iniciador fue Filón de Alejandría, quien en el siglo primero tomó distancia de la filosofía helénica previa debido al hecho de que su pensamiento halló referente en un texto con autoridad de revelación. Esta característica prevaleció subsecuentemente en la filosofía europea durante un milenio y medio, al cabo del cual el Renacimiento redescubrió al hombre y la naturaleza, y así quedó allanado el camino para procurar una síntesis de todo el pensamiento humano en un único sistema coherente y superador.
Un pionero en hilvanar tal sistema fue Baruj Spinoza, cuya abarcadora explicación del universo puso punto final a la corriente filónica. Se ha dicho de él que fue el último de los medievales y el primero de los modernos, y acaso por ello Hegel opinó que la forma de hacer verdadera filosofía es posicionarse en Spinoza.
De su mano nació la filosofía moderna, y de la de los dos otros grandes parteros: Descartes y Hobbes, quienes escribieron mientras el discípulo era muy joven.
El nuevo objeto del escrutinio metafísico dejó de ser la realidad como es, y tampoco fue la verdad revelada. El foco de la indagación filosófica se trasladaba a los modos de aprehenderla realidad. Quedaba atrás el realismo ingenuo, y emergía un nuevo filósofo, indiscutiblemente moderno, y a la vez máximo exponente del último período renacentista.
Lo que permanece en el terreno del debate es si Spinoza, además de moderno, puede también ser considerado un filósofo judío. Hay por lo menos tres argumentos en favor de la afirmativa, y tres contrarios a ella.
Por un lado, para impugnar la judaicidad de la filosofía spinoziana cabe aducirse tres aspectos: 1) la definición de la filosofía; 2) la autodefinición del autor; y 3) la excomunión («jerem») que sufriera por parte de la sinagoga holandesa.
Según la premisa de Harry Wolfson con la que hemos comenzado, las raíces filónicas del pensar europeo instalaron un conspicuo componente judaico. Pero esta tesis no carece de impugnadores. En efecto, a mediados del siglo XX Leo Strauss se ubicó en el otro extremo conceptual y, desde la Universidad de Chicago, descartó la posibilidad de que la filosofía pudiera ser «judía» porque, como las matemáticas y las ciencias, no resiste adjetivaciones de ninguna índole. Spinoza no habría sido un filósofo judío, sino un filósofo a secas.
La segunda negativa deriva de que Spinoza no se ve a sí mismo como un pensador concatenado en la tradición israelita. No procura el progreso del pensamiento hebreo, ni se suma a otros filósofos de su prosapia. Por lo tanto, si se llegase a la conclusión de que fue uno de ellos, no lo fue porque así se lo hubiera propuesto.
La soltura con la que Spinoza hace a un lado las verdades del judaísmo de marras, lo coloca como un precursor de una corriente no-judía: la Crítica Bíblica. En su Tratado Teológico-Político (1670) desvincula a Moisés de la autoría del Pentateuco -que habría sido compuesto por un personaje muy posterior-, y sentencia que la única meta del antiguo ritual israelita era preservar el Estado de los judíos.
En tercer y último lugar, cabe una consideración sobre la excomunión de Spinoza por parte del insigne tribunal rabínico de Ámsterdam en 1656 (téngase en cuenta que en el judaísmo, la excomunión o jérem equivale simplemente a la exclusión de la sinagoga).
No hay certeza sobre los motivos de la medida, ya que el controversial pensador produjo su obra después de ser excluido, y hasta ese momento se había dedicado primordialmente a lustrar lentes. No se tiene constancia de que hasta ese momento hubiera escrito ideas polémicas.
Pasemos ahora a revisar los argumentos favorables a incluirlo en la categoría de filósofo judío. Después de todo, es notable que debido a su cabal presencia en el mundo académico y cultural actual, su obra integra las páginas de casi todo manual o curso de pensamiento judío.
Por ello, cabe revisar tres criterios posibles para dicha inclusión, a saber: 1) sus fuentes; 2) sus ideas; y 3) su temática.
Spinoza descendía de judíos emigrados de Portugal a Ámsterdam, donde su abuelo y su padre se habían refugiado después de la destrucción de la Armada Invencible. El español habría sido su lengua materna; supo hebreo desde su infancia, y escribió en latín.
Para argumentar que fue un filósofo judío, puede señalarse que sus ideas emergen de la matriz de la reflexión y la experiencia judías. Por ejemplo, el importante concepto spinoziano del amor intelectual a la divinidad (asimilable a la idea de la beatitud), puede ser rastreado a las fuentes hebreas. Asimismo, vale citar entre sus inspiradores a dos filósofos judíos (ambos ibéricos): Maimónides y León Hebreo.
El primero concluye su clásica Guía de los perplejos (1190) con el postulado de que la última meta humana es el conocimiento de Dios.
El segundo fue autor de Diálogos de Amor (1535), un ensayo póstumo, otrora muy popular. León Hebreo (m. 1523), hijo del célebre Isaac Abravanel, padeció con su familia la expulsión de 1492.Cabal viajero, enseñó en la universidad de Nápoles y fue médico del Gran Capitán Gonzalo de Córdoba.
León Hebreo es citado en el prólogo al Don Quijote, y Bonilla de San Martín le atribuye ser una de las fuentes en la que se basó Cervantes para su obra.
En la biblioteca de Spinoza había un ejemplar en español de los tres «diálogos de amor» de León Hebreo, que tienen por interlocutores a Filón (el amante) y a Sofía (la amada sabiduría). Versan respectivamente sobre la naturaleza del amor, sobre su universalidad y sobre su origen divino.
León Hebreo presenta el universo como un gigantesco ser viviente, y al amor como el principio que lo domina, junto con todos los seres. Menciona el calendario hebreo y sus festividades, y alude a la cábala como antigua sabiduría. En varios párrafos, el autor se refiere a sí mismo como judío, por lo que es probable que su supuesta conversión al cristianismo -que aparece en dos de las ediciones venecianas, pero no en las posteriores-fuera un malentendido del editor Aldo Manuzio.
Entre el panteísmo y el secularismo
A Spinoza se le vincula habitualmente con varias ideas, entre las que destaca el panteísmo, término acuñado en Inglaterra después de su muerte. Según su visión, el universo y la divinidad son esencialmente una unidad, que es lógica y explicable matemáticamente. Para Spinoza la verdadera fuente del conocimiento son las matemáticas, nunca la experiencia; de ahí que el título completo de su máximo tratado sea La ética geométricamente demostrada (c. 1670).
Cabe la disquisición de que Jorge Luis Borgespresenta la dilucidación racional-geométrica de Dios bajo la forma de un cuento policial al que denominó su «cuento judío»: La muerte y la brújula (1944), en el que el holandés es mencionado explícitamente (el comisario a cargo recibe una carta firmada Baruj Spinoza).
En la tercera parte de la Ética se aclara que las bajezas y trasgresiones humanas dejan de serlo cuando son percibidas como parte inevitable del todo. Spinoza condena los sentimientos derivados de la vana suposición de que el tiempo (pasado o futuro) puede modificarse: así, ve como superfluos al arrepentimiento y el remordimiento, como también a la esperanza y el temor.
El hombre prudente sabe que la felicidad es el reconocimiento de que todo ocurre por necesidad; y observa siempre desde la perspectiva de la eternidad - sub specie aeternitatis.
Su antípoda es el hombre confundido por sus pasiones (lo que Hobbes denomina apetitos y aversiones), cuyo origen es el deseo de auto-conservación, el impulso de aferrarnos a nuestra independencia del todo.
Spinoza no puso reparos a todas las emociones, como los antiguos estoicos, sino que cuestiona sólo las que desvían al hombre y oscurecen la visión intelectual del todo.
Por una parte, se ha esgrimido el panteísmo de Spinoza para descartarlo como pensador judío. Así ha opinado Hermann Cohen, padre del neokantismo y uno de los más grandes filósofos judíos de todos los tiempos.
Sin embargo, no cabría una descalificación tan rígida teniendo en cuenta que incluso en el judaísmo rabínico figuran expresiones panteístas, como el uso del término «Makóm» (lugar) aplicado a Dios, o la máxima litúrgica que reza Emet Malkenu efes zulató, «Nuestro rey es la verdad, nada existe fuera de Él».
Spinoza equidista en el tiempo entre pensadores judíos clásicos que flirtearon con el panteísmo. De un lado, dos españoles medievales; del otro, dos polacos del siglo XIX. Los dos primeros fueron Shlomo Ibn Gabirol en el siglo XI y Abraham Ibn Ezra en el XII, y los dos últimos fueron el rabí Shneur Zalman de Liadi (m. 1812) -fundador de una importante rama del jasidismo- y Najman Krojmal (m. 1840), un caso singular de panteísmo judaico, conocido por su acrónimo Ranak, quien adaptó la filosofía de Hegel y planteó que existe un único ente: Dios -el Espíritu Absoluto.
Para asegurar suindependencia intelectual, Spinoza rechazó la oferta de enseñar en la universidad de Heidelberg, y tampoco aceptó un estipendio del rey de Francia. Optó por vivir puliendo lentes, circunstancias que se plasmaron en célebres versos borgeanos:
Las traslúcidas manos del judío/ labran en la penumbra los cristales...
Las manos y el espacio del jacinto/ que palidece en el confín del gueto
Casi no existen para el hombre quieto/ que está soñando un claro laberinto.
No lo turba la fama, ese reflejo / de sueños en el sueño de otro espejo
ni el temeroso amor de las doncellas.
....
Libre de la metáfora y del mito/ labra un arduo cristal: el infinito
mapa de Aquél que es todas Sus estrellas.
Sería un anacronismo detenerse en los errores filosóficos de Spinoza, que no empequeñecen su legado. Rezagada quedó su tesis de que la realidad es puesta en descubierto gracias al mero razonar; y también perdió validez su intuición de que podemos inducir el futuro sobre la base de principios lógicamente necesarios. Pero cuando dichos principios fueron formulados promediaba el lejano siglo XVII, y apenas asomaba la era moderna del pensamiento, que en buena medida él inauguró.
En retrospectiva, podemos concluir que, más que el panteísmo, Spinoza legó a la posteridad judía el laicismo. Su vida y obra fueron descubiertas como una prefiguración del secularismo israelita, y muchos judíos laicos hallaron en él inspiración.
Uno de ellos fue el primer Primer Ministro del Estado judío, David Ben Gurión, quien se propuso a principios de los años cincuenta hacer revertir la excomunión contra Spinoza. No se trataba de un empeño muy sopesado, ya que no había ni hay factor en la vida judía con autoridad efectiva para proceder en esa dirección. Con todo, quien se acercó a cumplir con dicho anhelo fue el Gran Rabino de marras, Isaac Herzog, en 1953.
El director del instituto Spinoza eum de Haifa (del que Ben Gurión era miembro), Georg Herz-Shikmoni, consultó a Herzog si la excomunión de Spinoza seguía vigente, y el rabino respondió cautelosamente que la prohibición de leer obras de Spinoza ya no poseía validez alguna, y también explicó que ni siquiera había certeza de que el tribunal que tres siglos antes había separado a Spinoza de la sinagoga se hubiera realmente propuesto que su alejamiento se extendiera a las generaciones subsiguientes.
Tres décadas antes lo había entendido muy bien el historiador Josef Klausner (quien posteriormente fue candidato a la primera presidencia de Israel). En 1925, mientras se fundaba la Universidad Hebrea, proclamó de pie en el Monte Scopus: «Baruj Spinoza, eres nuestro hermano».