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El Catoblepas, número 175, septiembre 2016
  El Catoblepasnúmero 175 • septiembre 2016 • página 2
Artículos

Elogio filosófico al homenaje musical hecho a Gustavo Bueno, in memoriam, por los hermanos Carpio desde Ecuador

Tomás García López

Análisis del homenaje de los hermanos Carpio y sobre el lenguaje gestual de Gustavo Bueno

Introducción

David y Francisco Carpio Herrera han realizado un extraordinario homenaje a Gustavo Bueno Martínez, in memoriam, desde Ecuador.

Vaya por delante mi más sincera felicitación por su composición audiovisual, en la que aparecen combinados varios elementos: una exquisita pieza musical titulada La Catedral, un breve, pero denso, texto filosófico y nueve imágenes de don Gustavo como nueve «sinfonías gestuales».

La pieza musical es de Agustín Barrios. Ya la conocíamos por el disco compacto del Recital de Guitarra Española en Homenaje a la Guitarra Española, con el que los hermanos Carpio nos obsequiaron en su reciente visita a Oviedo. Y es, a mi juicio, muy apropiada para lo que se propusieron.

Las notas de las tres partes de esta Catedral: Preludio Saudade, Andante Religioso y Allegro Solemne van saliendo, majestuosas, de las cuerdas de la guitarra, accionadas con virtuosismo por David Carpio para este homenaje.

La catedral y la fe del ateo

Remarco la oportunidad de esta composición musical escogida, dada, precisamente, la condición de «ateo católico» que don Gustavo se atribuía con orgullo.

Este homenaje musical de los hermanos Carpio a Gustavo Bueno, mediante el cual asientan imágenes gestuales de don Gustavo en la «Catedral» de Agustín Barrios, es, a mi juicio, una hermosa representación estética de la «fe del ateo», doctrina que desarrolló en su libro «La Fe del Ateo» (2007):

«Y entonces parece evidente que el cúmulo de componentes católicos que pueden estar presentes en el ateo de referencia es tan grande que autorizan a considerarlo como católico social o católico cultural si sus amigos, aliados, sus preferencias artísticas, sus normas morales, son las mismas o parecidas a las de los católicos practicantes.

Es evidente que el ateo católico así definido en el terreno positivo -un ateo, por ejemplo, que se sienta en la catedral como en su casa para escuchar el órgano o una misa cantada, que lee con admiración y con frecuencia a Santo Tomás, que es monógamo y ayuda a los miserables en lo que puede, y que practica el principio: «Amigo de la verdad pero más amigo de Platón»- se distingue de un ateo musulmán, de un ateo judío, de un ateo zen o incluso de un ateo puro (que no comparte en proporciones significativas ni costumbres, ni juicios de valor, ni opiniones, ni aliados, con ninguna religión determinada).» (Gustavo Bueno: La Fe del Ateo, Temas de Hoy, 2007, página 362).

Concepción atea de la fe, que no le impide mantener un fecundo diálogo hasta con el mismísimo Sumo Pontífice de la Iglesia Católica en su escrito ¡«Dios salve la Razón»! (2008):

«El mejor homenaje que, como expresión no meramente retórica de mi admiración, creo poder rendir a S. S. Benedicto XVI, con ocasión de este mi comentario, amablemente pedido por Ediciones Encuentro, a la lección magistral por él pronunciada en la Universidad de Regensburg el martes 2 de septiembre de 2006, es el presente ensayo de «traducir» esa relección a las coordenadas del materialismo filosófico que profeso...

La cuestión estriba, por tanto, suponemos, en reconocer que, desde el punto de vista de la Teología dogmática del cristianismo tradicional, Dios salvador ha de tener, entre sus misiones especiales, la misión de «salvar la razón». La cuestión estriba en la dificultad de reconocer, desde el materialismo filosófico, la posibilidad misma de una racionalidad que haya de ser salvada de una supuesta degeneración original y constante, la posibilidad de dar algún sentido a esa «degeneración de la razón humana», y a la supuesta necesidad de algún tipo de ayuda externa que sea capaz, si no ya de regenerarla totalmente, sí al menos de salvarla de su destrucción total». (Gustavo Bueno: ¡Dios salve la Razón!, Ediciones Encuentro, 2008, páginas 57 y 77).

Doctrinas éstas con las que Gustavo Bueno completa y da cuerpo a su filosofía materialista de la Religión, que inició su curso en toda regla con el «El animal divino», obra publicada por Pentalfa ediciones en 1985.

La Catedral es la institución arquitectónica suprema de las diócesis de la Iglesia Católica, tenga hechura románica, gótica, renacentista o barroca, y en su interior hay cabida para otros volúmenes artísticos como el escultórico o el musical, entre otras artes... y, naturalmente el de los creyentes o visitantes que se adentran en ella, bien para rezar, o bien para contemplar, embelesados, las esculturas, los retablos, las vidrieras..., que poseen, o para escuchar, extasiados, la «música celestial» que emana de los órganos, esos majestuosos instrumentos de viento que pueblan las catedrales, o las Iglesias, como esta de Michaeliskirche, cuya pintura recrea el lugar en el que J. S. Bach, que tanto admiraba don Gustavo, adquirió su experiencia en la construcción, afinación y ensayo de órganos, instrumentos que permiten reproducir, por ejemplo su Coral para órgano, cuya partitura contiene el más antiguo autógrafo que sobrevive de Bach, o brote, en este caso al mismo tiempo, de las voces «angelicales» de los miembros del coro.

Agustín Barrio ha tomado el vocablo «Catedral», cuyo referente material es, precisamente, ese sublime volumen arquitectónico, que alberga tantos tesoros artísticos, para dar nombre, análogo atributivo, a su volumen sonoro para las cuerdas de una guitarra que, convenientemente activadas, como en este homenaje a Gustavo Bueno, traslucen, en el transcurso de su duración sonora, la altura y la intensidad musical que atesoran los tres momentos de su Catedral musical: Preludio, Andante y Allegro.

Gustavo Bueno supo compatibilizar, magistralmente, su ateísmo esencial total: «La idea de Dios es un concepto mal construido y aureolar», con la defensa de la Iglesia Católica por su contribución, precisamente, al desarrollo de la Arquitectura, la Escultura y la Música, entre otras muchas artes, además de haber «salvado la razón humana» de los delirios degenerativos de los gnósticos, los supersticiosos, los escépticos, los nihilistas, los fundamentalistas..., con el auxilio de la Teología filosófica de Santo Tomás de Aquino, y haber incentivado la constitución de la Ciencia moderna con la valiosa aportación del canónigo Copérnico, el padre Saccheri, el monje Mendel, el abate Lemaitre..., y muchos otros.

De manera que esta música de Agustín Barrio, interpretada por David Carpio, suena en nuestra «Catedral filosófica» como un sublime treno funerario a mayor gloria de Gustavo Bueno Martínez.

Brevedad intensa

El texto filosófico, que sobre-impresionan sobre la frente despejada de dos imágenes gestuales de don Gustavo en el transcurso del Preludio, tiene la virtud de la «brevedad intensa» y dice así:

«Ha muerto Gustavo Bueno Martínez, el filósofo más importante de todos los tiempos. Fue un honor haberlo conocido. Fue un digno ejemplo de aquella estirpe que constantemente surge de esa nación llamada España. Hombres que con su brillantez y esfuerzo hacen avanzar la civilización hispana a nuevos límites de grandeza. Hasta siempre Maestro.»

En estas pocas líneas destacan la brillantez de don Gustavo, de entre la estirpe de hombres ilustres de la nación española, en su contribución al desarrollo de la «civilización hispana», cuya luz perciben ellos desde Ecuador, acaso insinuando la deuda que tienen con el autor de «España frente a Europa».

El lenguaje gestual del filósofo Gustavo Bueno

¡Qué acierto el vuestro al escoger esas nueve imágenes del lenguaje gestual de don Gustavo!

En efecto, las nueve imágenes que intercalan sobre el fondo musical que suena en esta «Catedral filosófica», tienen la buena mano de indicarnos al camino ascendente y descendente, emprendido por Gustavo Bueno a lo largo de su vida filosófica, a través de su lenguaje gestual.

El Preludio sonoro, que es la obertura de la «Catedral», hace, al mismo tiempo, de fondo musical, con el que David y Francisco abren la puerta del «solemne edificio» a los elementos no sonoros de su composición para el homenaje musical a Gustavo Bueno Martínez. Estos elementos no sonoros, que aparecen en el tiempo en el que suena el Preludio Saudade, son cuatro imágenes gestuales de don Gustavo, muy expresivas, y el texto citado, en el que los hermanos Carpio representan, entre otras cosas, un aspecto central de la filosofía de la Historia del Maestro.

En la primera de estas cuatro fotografías podemos ver la majestuosa figura de don Gustavo, tomada durante este último mes de julio, en el jardín de su casa de Niembro. La apariencia veraz nos lo muestra concentrado en la escritura, actividad que frecuentó a lo largo de su vida, dando como resultado la portentosa obra escrita que nos ha legado.

Unos compases más adelante la imagen de «escritor» da paso a la de «observador». Su penetrante y severa mirada, en esta segunda secuencia, es síntoma inequívoco de que toma el papel propio de un «Basilisco», animal-emblema de la dialéctica que tritura con su mirada todo aquello que tiene a su alrededor.

Pero el semblante de «Basilisco», que adopta en esta instantánea, se torna en el rostro amable y sonriente de una persona dispuesta a entablar conversación en la imagen siguiente.

Y sobre la frente despejada de la imagen del «filósofo observador» y del «filósofo dispuesto a debatir», sin solución de continuidad, aparece sobreimpresionado el breve texto ya aludido, en el que David y Francisco valoran a Gustavo Bueno Martínez como «el filósofo más importante de todos los tiempos», se sienten honrados por haberlo conocido, y destacan, indirectamente, la querencia del Maestro por Hispanoamérica.

Son éstos los momentos en los que el homenaje musical de los hermanos Carpio a don Gustavo alcanza su mayor volumen por la intersección audiovisual de los tres elementos: música, imágenes gestuales, y lenguaje de palabras.

En la cuarta de las fotografías, seleccionadas por los hermanos Carpio, vemos a don Gustavo sentado en un sillón-orejera de su biblioteca de Niembro en actitud dialogante, con los diez dedos de sus manos desplegados hacia arriba, mostrándonos la senda de la «tetraktis filosófica», acaso animándonos a que ascendamos al mundo de las ideas, pero recogiendo, previamente, la mies de las ciencias y las artes que es mucha.

Este gesto de don Gustavo con los dedos desplegados hacia arriba supera infinitamente la imagen pintada por el divino Raffaello Sanzio en el cuadro «La Escuela de Atenas», guardado con esmero en el Vaticano, en la que el también divino Platón, acompañado por su discípulo Aristóteles, y rodeados ambos por una pléyade de filósofos antiguos, utiliza tan sólo el dedo índice para marcar, deícticamente, el camino de ascenso directo al cielo, es decir, al espacio divino de las ideas («topos uranós»).

Tras el breve silencio que separa el Preludio, primera parte de esta composición musical, de la segunda, comienza a sonar el Andante Religioso de la «Catedral» de Agustín Barrios.

Ni que decir tiene, repetimos una vez más, que no existe contradicción alguna entre este fragmento titulado Andante Religioso y la filosofía materialista de la Religión de Gustavo Bueno, dada su condición de «ateo católico», en función de la cual, aunque no se le pueda atribuir la virtud teologal de la fe esencial, porque para él, como antes apuntamos, la idea de Dios es un término mal construido, ejercita, sin complejo alguno, la fe del ateo según la cual, por ejemplo, la Arquitectura y la Música religiosa, entre otras artes, de la Iglesia Católica no tiene parangón, no ya con esas mismas instituciones de otras religiones terciarias, sino incluso respecto a las edificaciones arquitectónicas o composiciones musicales mal llamadas «civiles», calificativo surgido de una confusa oposición dicotómica: artes civiles / artes religiosas («transmundanas»). Como si las Catedrales, las Basílicas, los Monasterios, las Universidades, los Seminarios, los Hospitales... o los Palacios religiosos no estuvieran asentados sobre el suelo firme de las ciudades (civitas); o como si la Música religiosa no fuera de hecho escuchada por ciudadanos (civis).

Es decir, que si bien Jesucristo, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, ante la pregunta del Gobernador de Judea, el procurador romano Poncio Pilato:

«Tu nación y tus pontífices te han entregado a mí: ¿Qué has hecho?»

Respondiera:

«Mi reino no es de este mundo» (San Juan, 18, 35-36);

Sin embargo se «encarnó» y murió en una cruz enclavada en la tierra:

«Tomaron, pues a Jesús, que llevando su cruz, salió al sitio llamado Calvario, que en hebreo se dice Gólgota, donde le crucificaron». (San Juan, 19, 17).

En suma:

¡Su reino no es de este mundo!, pero la Iglesia Católica está implantada en las ciudades del mundo; y sus edificaciones o su música son tan civiles como lo puedan ser las del resto de las manifestaciones artísticas.

Mientras suena este Andante Religioso aparece el rostro sonriente de don Gustavo. La imagen se va ampliando hasta mostrarnos la fisionomía frontal del Maestro flanqueado por las imágenes sonrientes de David y Francisco, ufanos cual dos guardianes de la República platónica. A sus espaldas una de las vidrieras del edificio de la Fundación deja pasar la luz que alumbra a los tres filósofos, desvelándose el vínculo fraternal existente entre Ecuador y España.

Esta entrañable fotografía puede interpretarse también como un indicio de la proyección y recepción de la filosofía de Gustavo Bueno en Hispanoamérica, y que, en estos momentos, transita de Ecuador a México.

El Andante Religioso consume sus minutos al tiempo que la instantánea de la Fundación se oculta tras un tupido velo para dar el testigo a otra imagen fija de don Gustavo, proveniente de una de las muchas participaciones suyas en programas de Televisión, acaso aquella en la que, contrariado, «bajó a la caverna» para dar testimonio de su Filosofía de la Religión en un Tribunal Popular.

Otra breve pausa, en forma de «silencio musical», y comienza a sonar el Allegro Solemne de la Catedral de Agustín Barrios, sucediendo en el tiempo al Andante Religioso.

En el transcurso sonoro de este tercera parte de la composición musical, los autores de este homenaje a Gustavo Bueno nos muestran tres elementos no sonoros de gran significado expresivo. Son tres fotografías en las que pueden apreciarse tres gestos característicos del Maestro.

En la primera de esta serie de tres aparece don Gustavo con las manos entrelazadas. ¿No es ésta una viva imagen gestual de la symploké de ideas que ejercitó y representó durante toda su vida?

Si los estoicos cerraban el puño en señal de comprensión (fantasía cataléptica):

«Vosotros en cambio decís que nadie sabe nada sino el sabio. Y esto Zenón lo explicaba con el gesto... acercando la mano izquierda y apretando el puño fuertemente y enérgicamente decía que así era la ciencia en la que nadie sino el sabio dominaba» (Cicerón, Académica, 2, 145).

Gustavo Bueno, con sus dedos entrelazados, los mismos que en la cuarta instantánea están desplegados para recoger los mimbres y los hilos con los que confeccionar la urdimbre filosófica, nos está diciendo, gestualmente, que el ejercicio filosófico de la symploké de ideas supone el continuo tejer y destejer, hacer y deshacer del «Sujeto Trascendental» (E), porque no cabe un dominio final ya que la representación de este ejercicio contiene, en virtud de su condición de Materia Ontológico General (M), las nociones de inagotabilidad, inconmensurabilidad de unos géneros de materialidad por otros, infinitud, pluralidad...

En la instantánea siguiente vuelve a manifestarse el gesto dialogante de don Gustavo, respondiendo a los interpelantes de los Medios de Comunicación. Pero si este mismo gesto ya lo pudimos apreciar en la fotografía de las manos extendidas con los dedos desplegados, que no es lo mismo que el gesto estoico de la palma de la mano abierta, como símbolo de la apariencia, hay en ésta un elemento nuevo. En aquélla le veíamos conversando, sentado delante de los libros colocados en las estanterías de su biblioteca de Niembro; en esta otra, tomada en la misma habitación, observamos que, por detrás del mismo sillón, desde el que don Gustavo está hablando, aparecen varios libros abiertos sobre la mesa de su estudio; probablemente porque tuvo que posponer la lectura ante la llegada de los periodistas.

He aquí lo relevante: los libros abiertos, que bien pudieran ser diferentes versiones del diálogo platónico El Sofista, del que nos habló en sus lecciones sobre «La querella entre las artes y las ciencias» durante los meses de octubre y noviembre de 2015.

En suma, se trata de una fotografía que reúne dos apariencias veraces: la simetría del diálogo y la transitividad de la lectura

La tercera instantánea de esta serie muestra la imagen de don Gustavo en posición reflexiva con la cabeza apoyada sobre su mano derecha.

Además, en esta imagen, del «buen pensador», seleccionada por David y Francisco se da otra afortunada coincidencia. El rostro pensante de Gustavo Bueno contiene, al mismo tiempo, su penetrante mirada de Basilisco, y su expresiva sonrisa de conversador irónico.

Podríamos terminar este apartado diciendo, analógicamente, con lenguaje leibniziano, que los hermanos Carpio han integrado, al escoger esta fotografía del «buen pensador», con la que cierran la serie, las apariencias veraces de todos los gestos característicos de don Gustavo, cuyas derivadas temáticas nos conducen al «materialismo monadológico», porque a diferencia de los sofistas, su oratoria no tenía por objeto la Retórica demagógica, sino la Dialéctica, encarnada posteriormente en su obra escrita.

Por esta razón Gustavo Bueno no necesitó recurrir a la «irascibilidad leonina» de Polemón de Leodicea, ni al «suave balanceo báquico» de Escopeliano, muy conocido en Esmirna, Clazomene y Atenas por sus frecuentes conferencias. Tampoco saltó sobre la silla cuando llegaba a una sorprendente conclusión, ni pateaba el suelo no menos que los caballos de Homero, como hacía Polemón, ni golpeaba suavemente su muslo, a modo de marca fisicalista de la finalización de su discurso, para encaramarse e invitar a los oyentes a levantarse, como era la costumbre de Escopeliano, que, además de estos aspavientos, usaba emplastes y depilatorios con el fin de impresionar al público, según nos cuenta Filóstrato en sus «Vidas de los Sofistas», de las que hemos tomado, tan sólo dos ejemplos de retoricas contrapuestas: la apasionada de Polemón frente a la sosegada y melodiosa de Escopeliano con las que uno y otro trataban de embaucar retóricamente a los asistentes.

Por el contrario, los gestos de Gustavo Bueno formaban parte de su dialéctica, eran una incitación a la ironía socrática y una escenificación de los marcadores platónicos.

Por otra parte, este gesto reflexivo del filósofo Gustavo Bueno nada tiene que ver con «El Pensador» de Auguste Rodin.

En efecto, la cabeza de El Pensador de Rodin «descansa» sobre la muñeca del brazo derecho, cuyo codo a su vez se apoya en la pierna izquierda y su cuerpo «en escorzo», sentado sobre una basa escultórica muestra la anatomía muscular del personaje. Parece exento del mundo, y más dispuesto a dormitar que a pensar. En suma la escultura de Rodin es, a nuestro juicio, un volumen compacto inexpresivo, con independencia que, a pesar de su poco valor expresivo, tenga mucha aceptación. Atrae, en especial, al público joven, iniciado en el estudio de la filosofía y al mismo tiempo lo confunde hasta el punto de llevarle a un mimetismo gestual de apariencia falaz, de la que es responsable la propia obra de Rodin en la medida en la que el verdadero pensamiento es sustituido por un simulacro escultórico que, en realidad, falsifica la verdad de la reflexión filosófica, como traté de explicárselo a mis alumnos del Instituto de Bachillerato César Rodríguez de la población asturiana de Grado en el curso 1982-83 ante la mismísima talla esculpida por Rodin para adornar unos jardines de la ciudad de París, tras habérselo escuchado al propio Gustavo Bueno.

Y nada tiene que ver este gesto reflexivo de Gustavo Bueno con El Pensador de Rodin, por la sencilla razón de que los hermanos Carpio han tenido el acierto de colocar esta secuencia fotográfica inmediatamente después de la instantánea de la simetría y la transitividad, antes comentada, facilitando así la asociación, por contigüidad, de la reflexividad con las dos relaciones anteriores.

Todo encaja a la perfección porque, formalmente, sólo cabe relación reflexiva, si previamente se han dado relaciones simétricas y transitivas. Es decir, la reflexión filosófica no puede estar exenta de la simetría, implícita en la discusión, y la transitividad, inherente a la lectura de las obras del pasado.

Si las cariátides del Erecteón de Atenas cumplen una función arquitectónica, al sostener el entablamento de uno de los pórticos que da acceso al volumen hueco del templo consagrado a Palas Atenea, con independencia de que sus inexpresivos rostros, que reflejan una sonrisa estereotipada no propicien la piedad religiosa, el volumen compacto inexpresivo de El Pensador de Rodin no podría jugar la función escultórica en una hipotética colocación de ella al lado de otras estatuas de pensadores, realmente existentes, como Sócrates, Platón y Aristóteles en el recinto consagrado al héroe ático Academo, sede de la Academia platónica.

Contrastemos sino la estatua de El Pensador de Rodin con otras tres famosas esculturas de Sócrates, Platón y Aristóteles, a las que recurre Nicolás Abbagnano en su Historia de la Filosofía para abrir los capítulos dedicados, respectivamente, a esos pensadores.

El semblante amable de Sócrates con los labios entreabiertos de la talla conservada en Villa Albani de Roma sugiere la disposición del filósofo para la discusión con Protágoras, Gorgias, Pródico o Hipias, mientras que su momento reflexivo viene después, cuando nos remite, con frecuencia, a la sentencia délfica: «conócete a ti mismo», como nos relata su alumno Platón en el diálogo Protágoras, que es, a juicio de Gustavo Bueno, un pugilato dialéctico entre el filósofo Sócrates y el sofista Protágoras:

«Señal de esta su sabiduría son esas sentencias breves dignas de recuerdo por parte de todos, que, como primicias de su sabiduría, ofrecieron conjuntamente a Apolo en el templo de Delfos, haciendo inscribir estas dos que todos repiten: «Conócete a ti mismo y nada en demasía». (Platón, diálogo el Protágoras, 343 a, Pentalfa Ediciones 1980, página 179).

El rostro severo de Platón, representado en la estatua guardada en el Museo Vaticano de Roma, con mirada penetrante y ceño fruncido, evoca el reproche filosófico a quienes permanecen en el «fondo de la caverna» sin voluntad de remediarlo. Platón, en esta imagen, parece estar ejerciendo como «despertador de mentes dormitantes».

Acaso la escultura romana del original griego de Aristóteles, guardada en la Galería Spada de Roma, pudiera tener algún parecido con El Pensador de Rodin. Pero si reparamos, atentamente, en la postura corporal y en el gesto de la cara, desistiremos de inmediato en mantener semejanza alguna entre ambas esculturas.

En efecto, Aristóteles apoya su cabeza no sobre la muñeca sino sobre el puño cerrado de su mano derecha, y el codo de ese brazo no se asienta sobre la pierna izquierda, sino sobre la pierna derecha, postura fisiológica que permite observar de frente la expresión contrariada de su rostro, acaso tras una discusión del estagirita con su maestro Platón sobre Política.

Ninguno de estos aspectos gestuales se aprecia en el rostro «ausente» y eclipsado por la masa muscular de El Pensador de Rodin. Sensu contrario, la «amabilidad» de Sócrates, la «severidad» de Platón y la «contrariedad» de Aristóteles están presentes, como hemos visto, en las imágenes gestuales del pensador Gustavo Bueno.

Valga este ensayo comparativo como prueba de que la ambigua figura de El Pensador cincelado por Auguste Rodin, debido a su inexpresividad, invita a considerarla como una muestra lisológica de pensamiento exento, mientras que las esculturas de los filósofos Sócrates, Platón y Aristóteles y, por añadidura, las fotografías del filósofo Gustavo Bueno, seleccionadas por los hermanos Carpio, dan testimonio de sus morfologías gestuales características como síntomas de su proceder filosófico, bien como oradores, bien como escritores.

Los instantes finales del Allegro Solemne los hacen coincidir los hermanos Carpio con la misma imagen sonriente de don Gustavo del principio, la que nos mostraron mientras sonaba el Preludio Saudade de la Catedral de Agustín Barrios, en una invitación al «diálogo transitivo» con su obra escrita, hasta que la composición musical termina y la pantalla del ordenador queda en negro.

Su homenaje a Gustavo Bueno Martínez se ha consumado.

Puestas, ahora, en movimiento las diez instantáneas utilizadas por los hermanos Carpio podemos reconstruir el recorrido filosófico de El Maestro Pensador.

En efecto, Gustavo Bueno combina, sistemática e incansablemente, las ideas filosóficas, redactando sus escritos de ancianidad en el jardín de su casa de Niembro, después de haber observado con ojos de «Basilisco» todo lo que le rodea, y de haber ascendido (anabaino) por la escarpada subida del estudio y la lectura de los libros de su biblioteca, para, seguidamente, bajar a la caverna (katabaino), con el fin de atender a los Medios de Comunicación, en la misma dependencia desde la que él ha subido al mundo de las ideas, y participar de esa manera con los miserables encadenados, ayudándoles, con sus respuestas a las preguntas de los periodistas, a triturar los mitos oscuros y los ídolos de toda clase para que puedan desprenderse de las cadenas que les obligan a permanecer en el reino de las sombras.

Por cierto, los hermanos Carpio contribuyen de forma manifiesta al «plan triturador» de mitos oscuros, como el de la Cultura por ejemplo, con la creación de una Editora destinada a la propagación por Hispanoamérica de la obra de Gustavo Bueno, como así nos lo dicen en la presentación de la Primera Edición Hispanoamericana de su libro El Mito de la Cultura:

«Carpio Editores es una iniciativa privada que se establece desde Ecuador con el objetivo de ofrecer al público hispanoamericano las obras de Gustavo Bueno Martínez y de otros autores del sistema filosófico denominado Materialismo Filosófico». (David y Francisco Carpio Herrera, Presentación de la Primera Edición Hispanoamericana de El Mito de la Cultura de Gustavo Bueno, página III, Riobamba, Ecuador, 2014).

Final

Digamos, para terminar este elogio al homenaje musical de los hermanos Carpio a Gustavo Bueno Martínez, in memoriam, que su composición audiovisual es una excelente aplicación de la Filosofía de la Música de don Gustavo.

En efecto, escogen una exquisita pieza musical que alcanza su máxima altura con el Allegro Solemne; los tiempos de los tres momentos de la Catedral de Agustín Barrios: Preludio, Andante y Allegro tienen la duración sonora adecuada para su propósito expresivo, porque permite sobre-impresionar, de forma natural, los gestos característicos del Maestro; y su intensidad sonora va «in crescendo» a medida que el intérprete reproduce con virtuosismo los elementos cromatofónicos y las ampliaciones de timbre que resultan del paso del Preludio al Andante, y de éste al Allegro.

Pero los hermanos Carpio no se han limitado, en su homenaje musical a don Gustavo, al núcleo sonoro de la Catedral de Agustín Barrios, interpretada magistralmente por David Carpio, porque, precisamente, han incorporado elementos no sonoros que le dotan de un cuerpo, cuyo sublime volumen es equiparable, atributivamente, al majestuoso volumen arquitectónico de la Catedral de Santo Domingo de la Calzada, ciudad natal del insigne filósofo Gustavo Bueno Martínez.

Vuestro homenaje tridimensional, fruto de la intersección entre la música, las imágenes gestuales y el lenguaje de palabras, alcanza tal volumen filosófico, a mayor gloria del Maestro, por su altura sonora, su anchura visual y su profundidad temática, que no puede pasar desapercibido.

Y desde la óptica de los espectadores y oyentes, que es la otra cara del cuerpo musical, podemos decir, sin rubor alguno, que la Filosofía de la Música de Gustavo Bueno nos ha permitido apreciar la grandeza y el volumen del homenaje al «filósofo más importante de todos los tiempos», hecho desde Ecuador por David y Francisco Carpio Herrera.

Tomás García López
Oviedo, septiembre de 2016

 

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