Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
[Gustavo Bueno, en el homenaje que organizaron los miembros de la tercera oleada por su ochenta cumpleaños]
«Llega hasta mí de vosotros, mis muertos predilectos, un suave perfume que alivia el corazón y provoca el llanto, perfume que conmueve y consuela el corazón del navegante solitario. Yo, el solitario, soy siempre el más rico y el más envidiado porque os he poseído y vosotros me poseéis aún. Decidme: ¿para quién, pues, cayeron del árbol tales manzanas de oro? Yo soy siempre el heredero y la tierra de vuestro amor. Yo florezco en vuestra memoria, en una florescencia de virtudes salvajes y polícromas, ¡oh bien amados míos! ¡Ay! Hemos nacido para permanecer juntos.» Federico Nietzsche, Así hablaba Zaratustra, «La canción de los sepulcros».
Gustavo Bueno fue un gran maestro, entre otras cosas, de las definiciones y de las distinciones. Una de sus distinciones más conocidas, la distinción individuo/persona, ha sido utilizada con fruición por parte de muchos de los autores que firman los artículos de este mes, ya fuera al mencionarla de pasada o al sumergirse en sus implicaciones de una manera más profunda, en los diferentes artículos que componen este homenaje promovido por la asociación nódulo materialista y la revista El Catoblepas. Desde la primera página, que contiene los textos que algunos de sus nietos leyeron en el acto de despedida celebrado en Santo Domingo de la Calzada, ya empieza esta distinción individuo/persona a tomar cuerpo y presencia en este número tan especial de nuestra revista.
A pesar de que tantos autores, tantos amigos, han profundizado ya de manera brillantísima en el tema en este mismo número de la publicación, intentaremos en estas breves líneas aportar si no otra perspectiva sobre el asunto, sí algunas aclaraciones creo que necesarias, sobre todo para lectores no muy versados en el materialismo filosófico y otros que pudieran acercarse a estas páginas, no tanto por su «afición» a los temas filosóficos en general, sino por la misma magnitud de la noticia que implica el fallecimiento de Gustavo Bueno, una personalidad insigne de la nación española y que pudiera atraer este mes mayor número de lectores de los que habitualmente consumen El Catoblepas. Para realizar este homenaje, más allá de la memoria anecdótica, de nuestros recuerdos compartidos, estrategia por otro lado, totalmente lícita y más cuando el fallecimiento está tan reciente, sin embargo pensamos que exponer, criticar, distinguir y discutir las teorías y doctrinas materialistas, aunque sea de forma «repetitiva», muy breve y de manera sucinta, es el mejor homenaje que podemos hacer a nuestro maestro.
Entramos en materia. Cuando decimos, en virtud de la distinción individuo/persona, que es el individuo corpóreo en sentido biológico, zoológico, el que muere (la muerte no implicaría aniquilación del cuerpo sino transformación de éste en cadáver), mientras que la persona fallece y puesto que la persona no es estrictamente el cuerpo sino que lo desborda, esa persona sigue «viviendo» (e incluso ganando batallas, como el Cid, nos recuerda el propio Bueno en El sentido de la vida), no queremos decir, obviamente, que la personalidad «viva» a la manera como pueda vivir el alma inmortal de la filosofía cristiana, puesto que nuestro materialismo niega tajantemente la posibilidad misma de los «vivientes incorpóreos». Sino que decimos que «vive» en cuanto nuestras propias personalidades, no fallecidas de momento, «incorporan» de alguna manera la de Gustavo Bueno ya que él ha contribuido a la formación de éstas, dado que nuestra personalidad es precisamente un constructo (no venía dada «de antemano» a la formación del individuo corpóreo como señala la Teología católica que lo hace el alma creada nomitatim, lo cual tiene importantes implicaciones, por ejemplo para la cuestión bioética del aborto), que han ido moldeando los demás, las otras personas, el «ser social», con su praxis histórica, con su actividad en un determinado intervalo de tiempo.
Este «incorporar de alguna manera» (dialécticamente, en nuestra propia identidad individual idiográfica, los componentes personales universales nomotéticos) si bien nos libera de las interpretaciones teológicas, tipo Santo Tomás, a propósito de la vida del alma inmortal, sin embargo, puede confundirse, por el lector poco avisado, todavía con visiones monistas, concretamente la del dualismo hilemórfico aristotélico en el que se haría coincidir al individuo con el cuerpo y la «materia», mientras que la persona se identificaría con la «forma», el alma que desaparecería con el cuerpo según el De anima.
Para no confundir nuestra postura pluralista, frente a la monista, es necesario advertir que a pesar de que la singularidad individual idiográfica y la universal nomotética tienen una identidad, esta identidad está compuesta por multitud de partes, formales y materiales, es decir, no es reducible a una parte común, específica de la personalidad, sin perjuicio de que unas partes o sistemas (en sentido biológico) dominen sobre otros. La unidad de la personalidad, según esto, no se deriva de una «forma» global aristotélica, sino de la interacción entre sus partes, partes que además no dejan de «metabolizar» con el exterior, es decir, con las otras personalidades que codeterminan la identidad de referencia. Es el pluralismo de la medicina galénica, que está en la base de la idea platónica de la «naturaleza tripartita del alma», frente a la concepción hipocrática que encontraríamos en la base del monismo aristotélico de la forma substancial. Desde este punto de vista, se entiende que la persona está construida no ya con tres partes (sensible, concupiscible y racional) como quiso Platón, sino con multitud de partes, sustratos, sistemas, que a veces no establecen relaciones «armónicas» entre sí, llegando incluso a enfrentarse e interferir unas con otras hasta el punto de acabar con la vida del propio sujeto, por ejemplo en los casos extremos de un depresivo con tendencias suicidas o un adicto consumidor compulsivo de alcohol o drogas que terminan por convertirse en veneno para el cuerpo. Todavía los juristas tienden, por ejemplo, a valorar como eximente de un delito de homicidio, si el homicida tenía «trastorno de la personalidad» ya fuera por una enfermedad o por el consumo de alcohol, entendiendo que una parte «no-racional» de la personalidad se ha impuesto sobre otros componentes que deberían haber tenido el «timón» de la conducta sobre esa parte en cuestión que nos llevó a cometer el delito. Desde nuestro punto de vista, no cabe valorar estos supuestos «trastornos» como eximentes, ni como trastornos, sino como degeneraciones, corrupciones, de la personalidad que en un caso límite nos pondrían ante la persona de «grado cero», pero no hay tiempo ni espacio para abundar en estas cuestiones que nos llevarían a una crítica profunda del estatuto gnoseológico de la Psicología y las «Ciencias» jurídicas.
Decíamos, por tanto, que el individuo muere, mientras que la persona fallece y que la muerte del individuo implica indefectiblemente el fallecimiento de la persona. Sin embargo, diferentes «partes» de esa personalidad fallecida y no su alma o su forma substancial, siguen activas a través de las operaciones de otros sujetos que sí vivimos. ¿Qué se pierde pues con el fallecimiento de la persona si con la muerte del individuo se ha perdido el cuerpo? Pues se pierde la posibilidad misma de totalizar las cadenas causales que determinaron a esa sustancia personal idiográfica pues ya no está el cuerpo vivo de referencia. El átomo (indivisible) se ha fragmentado en diferentes estratos que lo componían, en diferentes partículas subatómicas que lo conformaban, que se unirán con otros átomos y formarán nuevos compuestos. Por más que a partir de una parte formal podamos reconstruir la personalidad de Gustavo Bueno, por ejemplo en una biografía perfecta, no podremos reconstruir el fundamento mismo de la causalidad personal que es el propio cuerpo individual, puesto que la personalidad no es nunca «perfecta» sino que está siendo constantemente conformada por la propia praxis, por el carácter operatorio del cuerpo en el curso mismo del desarrollo de la identidad personal.
Queda pendiente una exposición, que sobrepasa el contexto de este breve escrito de homenaje, destinada a dar cuenta de los modelos de la identidad personal, no de la Idea de persona que ya aparecen en El sentido de la vida, libro fundamental de donde nace toda esta exposición, además del estudio en profundidad de los procesos que originan su formación a partir de la codeterminación anamórfica de diferentes partes y sustratos en una singularidad individual idiográfica e institucional personal (universal nomotética), situación cuyo estudio sí podemos encontrar incoado en el mismo libro mencionado un poco más arriba.
Aparte de estos fragmentos de personalidad que quedarían presentes en las personas que conocimos a Gustavo Bueno, queda también una obra imponente, una obra a la altura de otros clásicos de la Historia de la Filosofía, una obra que comenzó a cristalizar en forma de obras maestras en los años setenta, tratando de los saberes metafísicos, científicos y religiosos más propios de la actividad de Gustavo Bueno como profesor de Filosofía, pero que tras su jubilación, liberado del yugo academicista y al fin y al cabo, realizada ya esa labor fundamental de la ontología y la teoría de la ciencia materialista, se nos revela tratando de unos temas que para muchos resultaban atípicos: la «caja tonta», la música, el deporte, las ideologías, España, la Idea de Imperio, su labor desmitificadora. Este aparente «giro» en la temática tratada por el filósofo desconcertó a muchos que incluso pensaron en una «segunda navegación» de Gustavo Bueno. Conclusión errónea, pues Bueno nunca dejó de utilizar el rigor y el sistema que ya estaba planteado, sólo que en lugar de buscar las esencias de la ciencia o de la religión, buscó la esencia de realidades consideradas «bajas» (pelo, basura, barro) por los intelectuales al uso, que se comportaron como el joven Sócrates ante el viejo y sabio Parménides, no sabiendo ver que esta labor venía marcada por la necesidad misma que tiene la Filosofía (cuando ésta te tiene fuertemente atrapado entre sus garras, como se supone que tenía al viejo Parménides en el diálogo platónico que lleva su nombre) de dar la importancia que se merece a la basura, en especial, la telebasura y las distintas ideologías, en la producción dialéctica de la personalidad democrática del ciudadano.
Esta importantísima obra escrita, grabada en audio o video (como su curso de Filosofía de la música), que si bien no se puede separar de su persona (cómo suprimir, por ejemplo, el sentido del humor propio de la personalidad de Gustavo Bueno tan presente en todos sus libros o cómo suprimir su imagen o su voz del curso sobre la música mencionado anteriormente), sí que se puede, hasta cierto punto, disociar de su personalidad de tal forma que sean otras personas las que utilicen su sistema filosófico.
De esta manera, nos enfrentamos precisamente a uno de los grandes problemas que nos da la identidad sustancial de la personalidad en cuanto singularidad individual idiográfica o institucional, el problema de hasta qué punto unos sujetos pueden ser sustituidos por otros. Si bien desde el punto de vista de la autoría del sistema y los libros y videos donde viene representado, la figura y personalidad de Gustavo Bueno es totalmente insustituible (y esta es una de las características y consecuencias del fallecimiento: que no se puede volver a repetir la personalidad tal cual la conocimos pero tampoco cabe ya «suplantar» dicha personalidad) adquiriendo las dimensiones, hercúleas por sus trabajos, gigantescas por su tamaño, de «héroe cultural», desde el punto de vista idiográfico, un autor insustituible, insistimos, cuya memoria perdura siglos; sin embargo, desde otro punto de vista, institucional, universal, nomotético, el punto de vista del uso del sistema, cualquier persona que conozca las doctrinas y las disciplinas de referencia puede usarlo como si fuera el propio autor el que lo ejercitase, precisamente por lo que el sistema tiene de «universal», de «lógica» segregable de otras «partes» de la personalidad de Gustavo Bueno, partes, como su afabilidad y bonhomía que tienden a corromperse con más rapidez puesto que sólo alcanzan al radio de personas que le conocieron y que pudieron con-formarse con esas partes de su persona, además de las «universales».
Y aquí, en el análisis, desarrollo, exposición del materialismo filosófico, es donde se hace presente la responsabilidad histórica y abrumadora a la que nos vemos empujados, desde el pasado y hacia el futuro, los que hemos venido contribuyendo desde hace años al sistema conocido como materialismo filosófico, ejercitándolo y difundiéndolo, la responsabilidad, insisto, de estar a la altura enorme que el sistema nos reclama, ahora que se inicia la Facultad de Filosofía de León (Guanajuato, Méjico) y se anuncia un «salto cualitativo» en las actividades que la Fundación Gustavo Bueno desarrolla en España.
Responsabilidad grandiosa que nos llega, a discípulos y cultivadores del materialismo en general, como Plotino decía de los descendientes del héroe griego, «no por tener un carácter común, sino por venir del mismo tronco»: Hércules. Nuestro «Hércules» no era griego sino hispano, español. Si para los imperios y naciones antiguas, las Columnas de Hércules, situadas precisamente en lo que después sería España, suponían el fin del mar explorado y el comienzo del oceáno ignoto, para nosotros, estas nuevas «columnas» que suponen la obra de Gustavo Bueno, más que un fin, son un principio. Un principio que pesa terriblemente sobre los hombros porque para muchos de nosotros se trata de ser «fieles» al sentido de don Gustavo. No es tarea fácil.
[Gustavo Bueno, Sharon Calderón, Marcelino Suárez y Javier Delgado en la tertulia televisiva Teatro Crítico]