Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
[Gustavo Bueno y Carmen Sánchez en una cena con amigos. Fotografía cedida por M.A. Navarro Crego]
Me ha costado trabajo creerlo. De repente, Gustavo Bueno ha concluido «el discurso de su vida», en la expresión de Gracián que tanto le agradaba. Me ha costado porque, por mucho que su edad fuera ya muy longeva, siempre fue para mí la personificación misma de la vitalidad.
Han pasado muchos años, casi cuarenta, desde aquella mañana otoñal en que mi tío José María Laso me lo presentó en Madrid. Ambos ataviados con trajes grises y camisas blancas, portando sendas voluminosas carteras. Un disfraz perfecto para hombres excepcionales, podría decirse. Con toda su jovialidad y simpatía, eran una perfecta ilustración del adagio del Libro de Job, «Militia est vita hominis super terram». Un motto que empleó el mismo Bueno años después para glosar la personalidad de su amigo como filósofo estoico, y que se acomoda con idéntica precisión a la suya propia.
Los periódicos, siempre atentos a las facetas más humanas -o sensibles a los infortunios ajenos- han resaltado que falleció sólo dos días después que su esposa, Dª Carmen Sánchez Revilla. Como sugiriendo, si seguimos la metáfora de Gracián, que las últimas líneas del «discurso de la vida» del filósofo habrían podido ser las de un poema amoroso, el poema íntimo y silente -como un diálogo del alma consigo misma- de la añoranza de la mujer amada. Algo que no hubiera podido molestar lo más mínimo a D. Gustavo, ejemplo de entrega y veneración a su esposa e identificado siempre con la fórmula de Terencio «nada humano me es ajeno».
Pero si tomamos la sugerencia periodística desde su transformación -en una suerte de anamórfosis- mediante la metáfora gracianesca, aquélla adquiere un significado que trasciende, sin excluirla, su interpretación primaria. Y entonces podría decirse con fundamento que toda la vida filosófica de Gustavo Bueno, su existencia libre en el sentido espinosiano, así como su obra inmensa en cuanto efecto de la sobreabundancia de aquella vida, evocan -en términos completamente objetivos- la atmósfera anímica y musical de un gran poema amoroso, y aun de una obra maestra del género. Siempre que entendamos el significado de ese evocan no en su acepción psicológica, puramente subjetiva, de traer algo a la imaginación por asociación más o menos arbitraria o convencional de 'ideas', sino en la objetiva de recordar algo o a alguien, o traerlos a la memoria. Sin embargo aquí se trata de una memoria filosófica y no puramente mecánica, y ni siquiera fenoménica. Se trata de la anámnesis platónica, el recuerdo en el contexto del saber como un recordar. Y en cuanto al tema, no es casual que el amor sea uno de los más característicamente filosóficos, ni que ya Sócrates se presentase a sí mismo como un experto en la materia (con toda la paradoja y la ironía que ello supone).
Para ilustrarlo de un modo representativo, entre otros que pudieran darse: La vida filosófica de Gustavo Bueno evoca aquel poema del cual llegó a decir Dámaso Alonso que es el más hermoso de toda la poesía española, el famoso soneto de Quevedo Amor constante más allá de la muerte.
Sin duda esto puede parecer chocante, que asociemos al gran filósofo materialista y ateo con un poema del siglo XVII que nos habla de un amor que sobrevive a la muerte. Pero no se trata de defender la inmortalidad del alma separada del cuerpo, ni menos aún de ponerse sublimes y celebrar gratuitos juegos florales.
He aquí el soneto, en la edición de J.M. Blecua:
«Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera:
mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
medulas que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.»
¿Por qué el poema evoca, entonces, no en los términos de una pura asociación psicológica, subjetiva, no como una pura ocurrencia más o menos arbitraria, sino en términos objetivamente defendibles, la vida filosófica de Gustavo Bueno?
Por supuesto, no es ésta la ocasión -por la obligada brevedad- para un ensayo que pretenda desarrollar exhaustivamente una interpretación del poema quevedesco, ni tampoco es necesario para mi propósito, que no es otro que rendir homenaje a Gustavo Bueno y a su esposa, Carmen Sánchez Revilla. Me limitaré por ende a apuntar las razones, a modo de claves, que convierten la evocación sugerida en justificable en términos objetivos.
Y para ello tomaremos, en primer lugar, la distinción entre individuo y persona tal como la desarrolla Bueno en su obra El sentido de la vida. Una distinción muy oportunamente recordada, con la lectura de los textos, por los familiares del filósofo en la ceremonia fúnebre celebrada el 8 de agosto en el Ayuntamiento de Santo Domingo de la Calzada. Mientras el individuo nace y muere, la persona no nace -salvo metafóricamente- ni tampoco muere. La muerte transforma al individuo en un cadáver, pero no hay cadáveres ni embriones de personas. La persona, en cierto modo, no muere tras el fallecimiento del individuo, sino que sigue 'viviendo' en los demás de un modo parecido a como vivía antes de fallecer. Puede seguir conformando, influyendo o moldeando a las demás personas, seguir actuando, y por tanto 'viviendo' una vida personal. Y si una persona puede seguir 'viviendo' más allá de la muerte, el título del poema de Quevedo, Amor constante más allá de la muerte, va tornándose menos inverosímil para un materialista filosófico.
Ahora bien, desde una perspectiva materialista, ¿qué podría significar un amor constante más allá de la muerte?. La única respuesta posible, a mi entender, ha de partir de la Idea de anámnesis. En el libro Homenaje a José Mª Laso, editado por Tribuna Ciudadana en 1998, decía Bueno:
«Una existencia libre, aunque despliega sus prolepsis en el curso del tiempo y en función de las incidencias que éste le depara, es una existencia que «ha de poseerse» según los contenidos de la anámnesis, íntegra en cada momento, en cierto modo, fuera del tiempo, aproximándose, en el límite, a la idea de intemporalidad tal como la expresó Boecio (tota simul et perfecta possessio). Esta posesión perfecta y simultánea de toda la vida realmente vivida, que es la que determina sus prolepsis, es la anámnesis; pero, desde fuera y en reducción psicológica es conocida como memoria. Pero la memoria, cuando no es meramente mecánica, es sólo la manifestación externa, ante los demás, de aquella posesión interna, casi perfecta, en la que hacemos consistir la libertad, que los demás ven como arbitraria (como efecto del libre arbitrio) se manifiesta a su agente bajo la forma de la necesidad.»{1}
Es bien sabido que el materialismo filosófico toma el término platónico anámnesis (recuerdo, en el contexto del saber como un recordar) incorporando también el sentido epicúreo, correlativo a la prólepsis ('anticipación', 'programa', 'plan'). La anámnesis nos remite a la presencia de formas o modelos ya realizados o pretéritos, en la medida en que sólo a partir de ellos podemos entender la constitución de las prólepsis (planes o programas). Lo cual obliga a concebir el 'futuro proyectado' no como el acto creador de una 'fantasía mitopoiética', sino como un efecto de la anámnesis. «Sólo retrospectivamente podrá decirse que los proyectos o planos propuestos por Herrera, Bergamasco, &c., a Felipe II, eran una «anticipación» de El Escorial, como si hubieran sido «copiados del futuro». Tales proyectos o planes no eran sino anámnesis transformadas de templos o palacios históricos, reales o míticos, transformados en una prólepsis que fue modificándose conforme a los trabajos ya realizados avanzaban.»{2}
En la medida en que convirtamos la anámnesis en la referencia semántica de la memoria mencionada en el soneto de Quevedo, y entendamos el alma, principal sujeto del poema, en su acepción espinosiana primaria, como «idea del cuerpo» (sin excluir otros modi cogitandi del alma que no son ideas) es decir, una forma más del orden de las esencias, los obstáculos objetivos para una lectura materialista tienden a disiparse. Siempre que la anámnesis sea definida en términos que van más allá de la escala de la vida individual, es decir, en los términos de una empresa colectiva.
En la empresa colectiva, en la influencia sobre las otras almas, se trasciende la aporía clásica ars longa, vita brevis. Como sostenía Gustavo Bueno en El sentido de la vida, los planes y programas a través de los cuales se constituye la persona, procedentes de cánones sociales y de operaciones con otras personas y con cosas, van alcanzando un radio temporal creciente (un siglo, un milenio...), una escala que es incompatible con la del individuo biológico. Los proyectos vitales rebasan la duración de la vida humana. «Será preciso tener en cuenta -leemos en la obra mencionada- que el sentido global de una vida personal sólo puede alcanzarse propiamente en el contexto de las otras personas, capaces no sólo de determinar sino también de interpretar el sentido de la vida de sus prójimos. (...) Por ello, cuando nos referimos a la vida global de una persona, su sentido habrá de hacer referencia interna a otras personas, que puedan ser no sólo los intérpretes de un sentido previo, sino los mismos configuradores de ese sentido.»{3}
Gustavo Bueno ha construido un gran sistema filosófico y ha logrado algo que es casi insólito en España: Ha formado una escuela filosófica, un proyecto colectivo de una potencia inusitada, aún vivo y 'en marcha', como le gustaba decir, en el presente. Quienes hemos sido afortunados por conocerle, por estudiar sus enormes aportaciones y poder apreciarlas, tenemos sobradas razones para considerarnos «enanos a hombros de gigantes», según la famosa expresión de Bernardo de Chartres. Podemos ver más allá, simplemente porque seguimos vivos y somos levantados por su gran altura.
Si ahora retornamos al soneto de Quevedo, apenas será ya necesario añadir que el amor constante más allá de la muerte no puede ser otro que el Eros platónico, modulado por la peculiar variante de raigambre estoica que es el amor intellectualis dei de Espinosa. Precisamente el tema al cual dedica Bueno esa joya ensayística que es el capítulo 6 de El animal divino{4}.
Es ya momento de concluir este breve escrito de homenaje, como expresión de mi profundo afecto y gratitud. Recuerdo que en mayo de 2002 tuve el placer de cenar con Gustavo Bueno y Carmen Sánchez en la Casa de América de Madrid al concluir la conferencia «Contra la espiritualidad», pronunciada por el filósofo en aquella institución. Tal vez porque estábamos muy pocos y en un ambiente propicio a la confianza, D. Gustavo se explayó algo expresando la tristeza que le producía vivir en un país donde se lee tan poco, y donde con la mayor frecuencia los 'críticos' pretendían atacar sus obras sin haberlas leído. Y esto en el mismo gremio de los filósofos, por supuesto. Se me quedó grabada entonces su expresión: «No hay con quién contar, Fernando, no hay con quién contar...»
Desde aquella noche han transcurrido catorce años de una exuberante fertilidad, y aunque siguen escribiendo y apareciendo en los medios de masas los mismos 'críticos' que pretenden argumentar contra libros que no han leído ni tienen intención alguna de leer, se ha ido desarrollando y consolidando la Escuela de Oviedo en España, en México y en todo el mundo de habla española. Hasta el punto de que sería justo contestar si pudiéramos retomar hoy, fuera de los límites del tiempo, la conversación:
¡Sí hay con quién contar, D. Gustavo, sí hay con quién contar!
Notas
{1} Gustavo Bueno, «José María Laso», en Homenaje a José Mª Laso, Tribuna Ciudadana, Oviedo 1998, pág. 13.
{2} Gustavo Bueno, Teoría del cierre categorial, Volumen 5, Pentalfa, Oviedo 1993, págs. 159-160 (1375-1376).
{3} Gustavo Bueno, El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo 1996, pág. 414.
{4} Gustavo Bueno, «Una ilustración histórica: la filosofía de la religión de Espinosa», en El animal divino, Pentalfa, Oviedo 1985, 1996, págs. 115 y sigs.