Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
Escribir sobre un filósofo de la talla de Gustavo Bueno no es una labor sencilla pues su abundante obra filosófica, al igual que su carisma como persona, bien podrían ser abordados desde una perspectiva que vaya desde un análisis histórico de la potencia filosófica de su doctrina hasta una interpretación psicologista que explique cómo su insobornable carácter está estrictamente relacionado con su forma de hacer filosofía.
Si bien, sabemos que valorar con justicia una obra tan exhaustiva como la de Gustavo Bueno requeriría miles de páginas, pues sus campos de investigación atraviesan temas como la Ontología, la Gnoseología, la Teoría política, la Filosofía Moral, la Filosofía de la Cultura o la Filosofía de la Religión, entre otros tantos; esta breve reflexión buscará, fundamentalmente, mostrar una perspectiva integrada de los efectos que su trabajo ha producido en los contextos hispanoamericanos en los que ha sido expuesto.
Como es de esperarse, este tipo de valoración -en tanto relato que se abre paso entre tradiciones filosóficas idealistas, logicistas, hermenéuticas, fenomenológicas, materialistas vulgares y positivistas- estará inevitablemente mediada por algunas impresiones personales que, en casos extremos, podrían ser controversiales para algún perseguidor del Materialismo Filosófico o algún envidioso de la obra de Gustavo Bueno. No obstante, la reflexión que aquí se presenta, busca ser un tributo a la memoria de un hombre que estando al otro lado del Atlántico, tuvo la gentileza de bajar a la caverna hispanoamericana a desencadenar a uno que otro ciudadano que había sido atado de pies y manos por alguna perversa ideología al servicio de su sociedad política o de alguna otra.
En este sentido, la presente reflexión renuncia a mostrar el lado técnico y esotérico (en el sentido Aristotélico) de la obra de Gustavo Bueno y se concentra en poner de relieve cómo su potencia filosófica y su carácter práctico ha fascinado a individuos de muy diversos contextos, edades, niveles educativos y convicciones filosóficas. Es necesario resaltar sin prudencia, que el nivel de impacto provocado por su obra en el contexto hispanoamericano se debe a su excepcional capacidad para incorporar en un «todo de sistematicidad actualista», cada asunto ocurrido en el presente.
Esta capacidad totalizadora de su obra adquirirá, ya por sí misma, un valor incalculable al situarse en un mundo caracterizado por su fragmentación y por su incapacidad para generar teorías filosóficas con la potencia de integrar en un todo sistemático-no-reduccionista, a la pluralidad histórica enfrentada en el presente.
Ahora bien, si esta potencia de su obra no fuera suficiente para celebrarla hasta la saciedad; el hecho de que pueda asentarse en sociedades políticas hispanoamericanas, tan necesitadas la mayoría de ellas, de un fundamento que explique -sin ideología, ni contradicción- su comprometido papel en el escenario geopolítico internacional, hará que intensifique su valor y se despliegue como una auténtica cura frente a la superstición.
Es innegable que la mayor parte de Hispanoamérica se caracteriza por operar con niveles de riqueza, bienestar y seguridad, significativamente inferiores a los de la mayoría de las sociedades políticas europeas. En este sentido, es ingenuo suponer que la morfología y el funcionamiento de ambos modelos de sociedad, podrían servirnos como horizonte común para situar en un mismo plano de influencia toda su obra.
Hispanoamérica no es Europa y su incorporación a la Historia Universal es tan reciente que apenas algunas de sus sociedades políticas se están dando cuenta que su lugar en el escenario geopolítico internacional, no es otra cosa más que el resultado de un interminable enfrentamiento dialéctico entre los elementos constitutivos del mundo ocurrido tanto al interior como al exterior de sus fronteras.
Gustavo Bueno, pensador de obstinado rigor, no se contentó jamás por clarificar tibiamente una porción de lo real sin esforzarse —aun cuando en ello se le fuera la vida— por organizar en un todo coherente y sistemático, cada elemento constitutivo del mundo. Quitar las cadenas al ciudadano hispanoamericano significará, según aquí lo entendemos, forzarlo a sintonizarse con una dinámica universal que lo obligue a comprender que el propio funcionamiento de su vida, al igual que el de sus instituciones y el de sus perspectivas sobre el futuro, está más lejos de su campo de influencia de lo que él mismo pudiera llegar a comprender.
En este contexto, la enfermedad del pensamiento hispanoamericano consiste en la incapacidad histórica para pensar más allá de sus propias narices, en no tener ni el valor ni la fuerza depoder armonizar fines, planes o programas que puedan durar más allá del instante. La enfermedad del pensamiento hispanoamericano radica en la indecencia de atreverse a pensar sin sistema; en pretender ofrecer por razonamiento filosófico un simple balbuceo infantil que apenas logra articular mundanas conexiones entre proposiciones más que conexiones dialécticas entre sujetos, objetos, fenómenos, sociedades, instituciones y épocas.
[José Arturo Herrera Melo entrevista Gustavo Bueno, 10 de abril de 2014]
La vocación de grandeza de la obra de Gustavo Bueno asentada en alguna sociedad política de Hispanoamérica, seguirá despabilando brutalmente a muchos «ciudadanos de diseño» que han sido educados desde su nacimiento a creer que el destino de sus vidas se juega únicamente entre sus manos. El rigor en el pensar de Gustavo Bueno se mostrará siempre intolerante y combativo frente a todas aquellas ideologías o filosofías dogmáticas, históricas y espontaneas que busquen desplazar al reino de los discursos, las matanzas, las hambrunas y los saqueos.
Hispanoamérica es el paraíso de las narrativas de la imbecilidad y aquí los más dotados de inteligencia y poder político, construyen con vehemencia cavernas forjadas con hierro para encadenar al inocente «ciudadano de banqueta» con tramposos cuentos infantiles sobre la democracia, la igualdad entre ciudadanos, la tolerancia, el bienestar generalizado y la libertad de expresión. La trampa retórica de estos perversos cuentos infantiles estriba en extirpar del individuo la facultad de la razón y suplantarla por la de una imaginación capaz de hacerlo creer que todos sus conceptos aspiracionales pueden tener una existencia real en el mundo de la vida. La torpeza del ciudadano hispanoamericano estará en orientarse entre sus instituciones, sus decisiones políticas y sus formas de interacción con el entorno, bajo el amparo de un Mapamundi completamente erróneo, buscando por todos los medios, ocultar las inconsistencias de su vida y montar sobre ellas un engañoso parque de diversiones que hará que la mayoría de ellos intercambien sus más nobles y legítimas aspiraciones sobre la vida por un simple caramelo u algodón de azúcar.
El rigor en la obra de Gustavo Bueno es al mismo tiempo su fuerza triturante para abrirse paso en un mundo plagado de ideologías, fundamentalismos y miserias de la razón. Quien se escude en ella será automáticamente un «ciudadano de fuerza» capaz de librarse de todos aquellos relatos destinados a idiotizarlo, chuparle la sangre y hacer de su vida algo completamente miserable.
Gustavo Bueno —pensador de fuerza bramante— ha propiciado que un sinnúmero de ciudadanos hispanoamericanos se abran paso en un mundo, que si bien es menos amigable de lo que ellos suponían, es por lo menos uno real en donde ya será posible operar con efectividad. Este vigor, herencia de su obra, rugirá incesantemente en cada decisión que se tome, en cada pensamiento que se tenga y en cada proyecto que se emprenda. Así, el ciudadano hispanoamericano que decida nutrirse de él, nunca más volverá a permitir que ni las matanzas ni las hambrunas o los saqueos, vuelvan a ser desplazados a ese tiránico reino de los discursos, construido para hacerlo ver cosas que no existen y arrojarlo indefenso al enfrentamiento de las cosas que, justamente, sí existen.
El Mapamundi que regala la obra de Gustavo Bueno es uno que incomoda a ideólogos, metafísicos o pseudointelectuales pues permite que el ciudadano, antes encadenado, hoy pueda sobrevivir y abrirse pasó fulminante entre todas las cosas. El mayor atributo de lo obra de Gustavo Bueno es su capacidad movilizadora; su potencia para quitar, poner y transformar cosas que antes parecían inmóviles y eternas; su fuerza está en su viveza para abrir senderos en donde antes sólo había maleza y confusión.
Gustavo Bueno como hombre de emoción desbordada, ha regalado al ciudadano hispanoamericano una manera emocionante de andar por el mundo. Cualquiera que se oriente bajo las coordenadas trazadas por su obra, encontrará en cada pisada una oportunidad excitante para establecer conexiones rigurosas con todo aquello que lo llevó ahí. La emoción de pensar y actuar al ritmo de su obra se manifestará incesantemente al reconocer que todo emergerá siempre problemáticamente y nada estará definido de manera absoluta.
Gustavo Bueno ¡Pensador emocionante, pensador que emociona! ¿Cuánto debemos los ciudadanos hispanoamericanos a su obra? Sin ella, nuestros ojos habrían permanecido siempre cerrados; muchas manos, muchos pies y muchos intestinos habrían quedado eternamente adormecidos. Agradezco al querido maestro por haberme dado manos hábiles para construir cosas valiosas; haberme dado pies ligeros para huir del encadenamiento y haberme dado intestinos fuertes para triturar cuanta tontería quería envilecerme. Descanse en paz querido maestro; nos ha obsequiado suficiente.
México, Agosto 2016.