Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
[Pedro López Arriba y Gustavo Bueno, durante un acto del Centro Riojano de Madrid]
En el ámbito de la filosofía en general, y muy particularmente en el de la filosofía española, el acontecimiento más destacado de 2016 fue un acontecimiento casi mundano, aparentemente más del orden natural o del civil, que del filosófico: la muerte de Gustavo Bueno. No fue nada menos, ni seguramente nada más. Pero es que decir «Gustavo Bueno» significa referirse al último gran pensador engendrado por esa estirpe, tan larga ya como fecunda, nacida de la inquietud que, en la Jonia clásica, agitó los espíritus de los antiguos griegos que fundaron la filosofía.
Muchos de quienes escriben o hablan en estas circunstancias, lo hacen por ser justo y hermoso que sean dichas bellas y memorables palabras en honor de los grandes hombres con ocasión de su fallecimiento. Y está bien. A mí, en cambio, me parecería quizá suficiente que, ya que Gustavo Bueno fue uno de esos grandes hombres, le honrásemos también, más allá del elogio que merezca, destacando sobre todo lo que en su vida y en su obra ha podido alcanzar lo trascendente.
Su obra filosófica escrita es una de esas cosas, sin duda. Una obra original en la que destaca la sencillez de la exposición, la claridad en la argumentación y el buen español en que está escrita, sin que eso le impidiera o dificultase abordar los más complejos y difíciles asuntos. Y es que es lo sencillo justo lo contrario de lo simple, como dijo Borges, añadiendo que la sencillez no es nada si no es una modesta y secreta complejidad, que marca la diferencia en un mundo de falsedad e hipocresía.
Pero una referencia sólo a su obra escrita, por muy certera y lúcida que resultase, sería limitadamente parcial, pues su obra es sólo una parte, muy importante, pero no única, en el conjunto de lo que fue su quehacer intelectual.
Su obra como educador, más que docente, desde que en 1949 ganase plaza de Catedrático de Enseñanza Media, no es menos impresionante.
Como también ha sido impresionante, y aprovecho la ocasión para agradecerlo públicamente, pues yo también soy usuario, su tenaz empeño en conseguir una buena y amplia difusión del pensamiento y de la filosofía en los medios de comunicación actuales, especialmente en internet con su proyecto de filosofía en español «filosofía.org».
Es en esta última aportación en la que se aprecia con nitidez el espíritu que animó toda su obra. Y es que Gustavo Bueno procuró no estar sólo en casi ninguna de las empresas filosóficas que promovió. Colegas, discípulos y colaboradores, en ocasiones familiares suyos, unos más conocidos, y otros menos, conformaron lo que ha de ser considerado como una auténtica escuela de pensamiento, en la que él ejerció su magisterio.
Sólo esto sería justificación bastante de lo afirmado en el encabezamiento de que su muerte ha sido el más destacado acontecimiento del año 2016 en la filosofía española y más aún, la precisión es aquí importante, en la filosofía en lengua española. Y es que el espíritu que animó la acción de Gustavo Bueno se ha proyectado muy intensamente, no sólo en España, sino también en América, donde igualmente halló colaboradores y discípulos, en lo que conforma la parte americana de su escuela.
Y esto último, aunque no se pudiera decir mucho más, bastaría para acreditar la trascendencia del pensador en el conjunto de la filosofía. Gustavo Bueno, con su obra, con su magisterio y con su escuela, ha llevado a la filosofía española al alto nivel que le corresponde, por el conjunto de las aportaciones hechas al acervo general de la Filosofía, con mayúsculas, a lo largo de los siglos.
Al hablar de la filosofía española es muy importante precisar, pues, como antes decía, hablar de la existencia de una filosofía española, y de su importancia, ha sido durante mucho tiempo, en los siglos XIX y XX, un asunto muy debatido en España.
En esos dos siglos brotó con ímpetu en el alma española una súbita admiración hacia lo extranjero que nos hizo imitadores exagerados y hasta grotescos, a veces, de lo foráneo. Y, en ocasiones, admiradores de lo externo harto serviles, pues se ha llegado al menosprecio e incluso a la negación de lo propio, exagerando nuestros defectos y carencias y olvidando o no reconociendo nuestros aciertos y nuestras obras.
Algo nos hemos aliviado de esa dolencia gracias a los esfuerzos de muchos, entre los que se encuentra Gustavo Bueno, como siempre, en primera fila. Pero me temo que no estamos sanos todavía en los inicios de este siglo XXI.
Así, la cuestión de los autores, las obras y las escuelas es una parte de esos debates internos de la filosofía hispana. Unos debates en los que es recurrente aducir, entre otras polémicas, la ausencia de escuelas de pensamiento importantes en España. Como también suele aducirse, igualmente en menosprecio de la filosofía española, la ausencia de obras de gran originalidad, o la ausencia de grandes autores reconocidos internacionalmente o, llegando al paroxismo, se ha afirmado la inexistencia incluso de filosofía, propiamente dicha, en el mundo hispánico.
Polémicas quizá ya no tan agudas, pero aún inacabadas, respecto de las que no está de más recordar las muchas escuelas importantes de filosofía que en España ha habido, desde la Escuela de Salamanca, la de la Ilustración española o, más recientemente, el krausismo. Suele pesar en estos debates más el prejuicio de algunos que la razón. Y de ese modo algunos terminan por despreciar la originalidad y la importancia del pensamiento de muchos autores españoles, que sin embargo son ampliamente reconocidos y leídos fuera de España.
Afortunadamente, a pesar de todo y aunque muchos de nuestros autores siguen siendo más celebrados que leídos, al día de hoy, los filósofos, científicos, escritores, etc., de nuestra Historia, se conocen mejor y se estiman con más recto criterio, gracias, entre otros, a Gustavo Bueno y a su escuela. No trataré en modo alguno de hacer un listado, pero cómo no mencionar a Vitoria, a Suárez, a Juan de Mariana, a Baltasar Gracián, a Feijoo o a Balmes, por limitarnos a citar tan solo a alguno de los más importantes, entre los siglos XVI y XIX, que fueron y siguen siendo publicados, estudiados y leídos, aunque algo menos en nuestro país.
Unos autores clásicos y tradicionales, todos ellos, que mantuvieron siempre viva y a gran nivel nuestra filosofía y que están en la base, sin duda, de esa auténtica eclosión de pensadores hispanos en el siglo XX, entre los que no se puede dejar de mencionar a Ortega y Gasset y a Unamuno, junto al peculiar caso de Santayana. Aunque ha habido otros más que también son ampliamente reconocidos, leídos y estudiados en todo el mundo. Autores que, en muchos casos, también crearon escuela y que siguen ejerciendo un influjo enorme. La filosofía española ha seguido claramente una línea ascendente en el último siglo, en la que Gustavo Bueno ha sido la culminación.
Madrid, a 27 de agosto de 2016
Pedro López Arriba
PRESIDENTE DEL CENTRO RIOJANO DE MADRID
INTEGRANTE DEL CONSEJO ASESOR DE LA FUNDACIÓN GUSTAVO BUENO