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El Catoblepas, número 174, agosto 2016
  El Catoblepasnúmero 174 • agosto 2016 • página 28
Artículos

Gustavo Bueno como educador

Carlos M. Madrid Casado

Se destaca el papel de Gustavo Bueno como filósofo educador de sus compatriotas españoles

Miguel Ángel Castro, Carlos Madrid y Gustavo Bueno en Santo Domingo de la Calzada, 2007[De izquierda a derecha Miguel Ángel Castro, Carlos Madrid y Gustavo Bueno en Santo Domingo de la Calzada, 2007.]

«Es cierto que existen otros medios para encontrarse a sí mismo, para salir del aturdimiento en el que habitualmente nos agitamos como envueltos en una densa niebla, pero no conozco ninguno mejor que el de recordar a nuestros propios educadores y formadores. Y he aquí por qué voy a recordar hoy a un educador y a un severo maestro del que puedo sentirme orgulloso.»
Schopenhauer como educador, Federico Nietzsche.

Gustavo Bueno ha muerto. Y lo ha hecho a la manera estoica, con las botas puestas, llevando el pensamiento hasta el final. No ha mucho todavía se le veía en una foto recostado sobre unos folios esbozando alguna idea. Hoy no puedo sino reiterar el orgullo que siento por haber podido llamarle maestro. Sin sus libros, artículos, rasguños, teselas, sin cada palabra que escribió o pronunció, mi vida hubiera sido radicalmente diferente. Es por ello que quiero resaltar su papel como educador, como ejemplo, a la manera de los filósofos clásicos, a través tanto de su obra como de su vida.

Conocí a Gustavo Bueno en una conferencia, titulada Contra el espíritu. La razón desde un punto de vista materialista, que pronunció hace ya bastantes años. Dos puntos llamaron poderosamente la atención del joven matemático interesado en la filosofía que entonces era. Bajo una apariencia enjuta se ocultaba un Platón materialista, capaz de una exposición desbordante de vitalidad, cuajada de anécdotas y de estallidos dionisiacos. Pero una regla vertebraba su dialéctica, su manera de dar y quitar razones como en una batalla: la lucha contra la opinión, la pasión por la verdad. En otras palabras: la primacía del argumento y su fuerza frente al sentimiento. Al terminar, me acerqué a conocer en persona al filósofo que concebía su saber como una geometría de las ideas. Todavía guardo la dedicatoria que me escribió en un número de El Basilisco que había caído en mis manos casi por azar: «Para Carlos Madrid, que tiene la suerte de ser matemático y filósofo». Estas palabras reforzaron mi vocación filosófica, porque borraron de un plumazo mi pesar por no haber cursado estudios de filosofía sino de matemáticas, como si la filosofía académica fuese reducible a la filosofía gremial o las ideas filosóficas no estuviesen en realidad incardinadas en los conceptos científicos, técnicos, políticos y mundanos.

Más tarde me acercaría a su sistema, al materialismo filosófico, el único sistema filosófico pensado y escrito íntegramente en español entre la docena a lo sumo de sistemas filosóficos que la tradición nos ha legado. Y lo haría gracias no sólo a sus libros sino también a los recursos electrónicos de la escuela de filosofía que había instituido. Desde luego, la obra que más hondo me caló fue la Teoría del cierre categorial (en especial, su deslumbrante tomo III, donde Bueno expone la doctrina del hiperrealismo, verdadera piedra angular de toda su filosofía de la ciencia). Lo que sitúa a la teoría del cierre en las antípodas de la filosofía anglosajona de la ciencia al uso es que no renuncia a regresar a la ontología y confrontar los resultados que arrojan las ciencias -la química, la biología o la cosmología, por citar sólo tres de las que Bueno tuvo más presentes- con las grandes ideas desprendidas de la historia de la filosofía (verdad, todo, parte, identidad, hombre, mundo, etc.). También profundizaría en el resto de su sistema, en su filosofía de la religión, de la historia, de España, de la televisión o del deporte, y he de confesar -aunque esto no sea más que otra opinión subjetiva- que nunca alcancé a diferenciar entre una primera y una segunda navegación en la obra de Bueno. Los hilos que conforman la urdimbre del materialismo filosófico son los mismos en un costado que en otro. Varían los temas, pero no los mimbres.

Hoy quiero dar gracias a los dioses por haberlo conocido, porque cada minuto que pasé a su lado tuve siempre la sensación de que me encontraba junto a un Platón, un Kant o un Hegel en español, con una firmeza y una generosidad sin parangón. Al igual que Schopenhauer, según calibrara Nietzsche, Bueno siempre manifestó la fuerza de la razón y la pasión de la verdad, a diferencia de los filósofos de cátedra o salón. El magisterio de Bueno tuvo una función liberadora para los que lo seguimos. Nos liberó de tres fundamentalismos: del fundamentalismo religioso, del fundamentalismo científico y del fundamentalismo democrático, aportándonos un mapamundi plural, no monista, donde la realidad presenta cortes, discontinuidades.

Hoy queda su obra, el materialismo filosófico, ese sistema filosófico triturador de mitos. Con motivo de su 90 cumpleaños no se hacía muchas ilusiones, porque las causas por las que un sistema filosófico se extiende son en muchas ocasiones externas, y nos aconsejaba una saludable dosis de escepticismo. Un escepticismo condensado en dos filosofemas que Bueno gustaba de repetir: «Ignoramus, ignorabimus» y «El Universo, mudanza; la vida, firmeza». Pero hoy, hoy, repito, su sistema filosófico bien puede preciarse de que salió del arco de sus dientes, fundando una escuela de filosofía formada por hispanohablantes de ambas orillas. La mayor honra a su memoria que puede hacerse es continuar la labor de crítica de los mitos del presente. Sin esperanza, pero también sin miedo. Ha muerto el individuo Gustavo Bueno, pero no su persona: el filósofo español para el que nada de lo humano era ajeno. El Nilo ha llegado a El Cairo. Perdón por la tristeza.

 

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