Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
Morir es trivial. Pero no el modo de morir, que es acaso el único gesto libre del que somos capaces. En la muerte de Gustavo Bueno están impresas la inteligencia estoica y la fidelidad personal y filosófica. Y el legado de algo excepcional, anómalo, único: un sistema filosófico perfectamente articulado, una verdadera maquinaria teórica con la que combatir y dinamitar los mitos que nos ahogan. Este sistema está presente en sus textos pero, acaso aun más, ejercido en sus controversias, como un Sócrates riojano peleándose con los sofistas televisivos, mediáticos, políticos de hoy. Gustavo Bueno fue filosofía en vida, la trifulca constante, la polémica ácida, vehemente, la contundencia de sus argumentos en cada diatriba, en cada encontronazo dialéctico, la precisión corrosiva e irónica con la cual, al modo socrático,desmontaba la inconsistencia lógica o empírica del rival con preguntas, en la convicción de que sólo se puede pensar si se piensa contra algo, de que pensar es siempre batallar, no rendirse, no dormirse. Esa fuerza vital y filosófica se encarna en su figura, en sus conferencias y en el sistema filosófico que ha construido: el materialismo filosófico.
De entre las obras esenciales para entender la noción de materialismo filosófico, además de la monumental Teoría del cierre categorial, hay dos libros de enorme alcance teórico: son La metafísica presocrática y los Ensayos materialistas. En La metafísica presocrática, en especial, se ofrece la tesis clave que sitúa el nacimiento preciso de la filosofía con la constitución del sistema platónico como saber crítico contra los mitos, contra la metafísica presocrática (aún no filosofía en rigor) y contra la sofística.Su campo de estudio acotado es la pluralidad de formas, incomprensible en toda su riqueza si no se considera frente al problema de los números irracionales dentro de la aritmología pitagórica. La realidad es una compleja trama de relaciones cuyas líneas maestras unen cosas entre sí. El hallazgo de este principio (de symploké: combinatoria, trabazón, enredadera...) hace posible la filosofía misma pues niega la desconexión total de las cosas, en cuyo caso el conocimiento sería imposible, cuanto la conexión de todo con todo, en cuyo caso el conocimiento de algo precisaría el conocimiento de todo, límite inalcanzable. Negados ambos extremos, la filosofía se constituye, ya con Platón, como la reflexión capaz de reconstruir ese tipos de relaciones complejas, plurales, ninguna de las cuales agota la realidad en su totalidad. Y, visto el acontecimiento con la perspectiva de la Historia, hicieron falta los palos de ciego de los presocráticos y el desarrollo de unas artesanías, unas ciencias y una metafísica para que la filosofía académica pudiera constituirse sobre la concepción de que la realidad no está organizada sólo por relaciones espirituales, corpóreas o por numéricas, sino por formas (o Ideas). Esta revisión de la Historia del nacimiento de la Filosofía choca con las versiones de manual más frecuentes y consagradas. Gustavo Bueno releía sus orígenes con un enfoque materialista en el que estaban apuntados, a su vez, los cimientos de su propio sistema, desde el cual se tensaba ese análisis singular, análisis que permite liberarse de las simplificaciones, las trivialidades y los idealismos habituales en los libros de texto.
Pero más alejado del terreno académico, sobresale un libro que, leído con la perspectiva del tiempo, ofrece algunas claves para entender nuestra realidad actual. El título es Telebasura y democracia. Fue publicado en el año 2002. Década y media después, podemos concluir en lo ajustado del diagnóstico del profesor Bueno. Puede ser uno de los libros de teoría política más reveladores con respecto a la situación presente. Una democracia débil, basculando hacia la demagogia, acaso su corolario inexorable, generó el fenómeno de la telebasura, que unido a la devastación institucional de la enseñanza pública, constituyó un factor de descomposición intelectual y política que ha convertido a los políticos en tertulianos o a los tertulianos en políticos y a España en pasto de los mensajes más vacuos y disparatados:
«Comenzamos constatando cómo son mucho más altas las probabilidades de que la televisión en una sociedad democrática segregue en su metabolismo mayor proporción de basura relativa que la que suelen segregar las sociedades no democráticas.» (Telebasura y democracia)
El bisturí analítico de Bueno incidía, sin miedo a ser tachado de antidemócrata por la corrección política, en el fondo embarazoso de un problema crucial, vislumbrado ya por Platón y Aristóteles: la tendencia del fundamentalismo democrático a fiarlo todo a entidades metafísicas (Voluntad, Pueblo, Democracia, Libertad) que, plasmadas materialmente en ignorancia televisada, lleva a la sociedad cerca del suicidio político:
«En una democracia hay que aceptar sin duda, como un postulado (si se prefiere: como una ficción jurídica del Estado de derecho) que el pueblo tiene siempre juicio al elegir. Y según esto habrá que decir, no solamente, que la audiencia, en cuanto expresión o fractal de ese pueblo, es causa de la programación (a través de la criba), sino también que es responsable de ella. Dicho de otro modo: que cada pueblo tiene la televisión que se merece.»
Si la política hoy es, al menos en parte, producto de unos medios de comunicación y, en especial, de un tipo de televisión (más o menos amplificado por las redes sociales), el libro de Bueno supone un diagnóstico de enorme precisión sobre algunas de las causas de nuestros males.
Su legado, como es patente, desborda los límites de una obra académica y erudita. Bueno, siguiendo al pie de la letra la enseñanza platónica según la cual el filósofo está obligado como tal a volver a la caverna, se ocupó de los temas más aparentemente triviales o mundanos con el instrumental teórico de un sistema filosófico excepcionalmente sólido, ofreciendo luz sobre las miserias actuales. Una herencia de esa calibre, que se da apenas un puñado de veces en la Historia, nos compromete con su desarrollo. La existencia misma del sistema de Gustavo Bueno es el recordatorio tenaz de que el hombre libre no es el que se indigna, cree, se enfurece, se ilusiona, se identifica, se alegra o se entrega con devoción a sus servidumbres, a sus consignas, a sus dogmas, a sus prejuicios. El hombre libre es el que estudia.