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El Catoblepas, número 174, agosto 2016
  El Catoblepasnúmero 174 • agosto 2016 • página 16
Artículos

De oleadas y mareas
(usted no sabe nada sobre mi obra)

Sharon Calderón Gordo

En respuesta al artículo de Tino Pertierra.
Publicado en La Nueva España, 15 de agosto de 2016.

Sharon Calderón Gordo, momentos antes de que Bueno la invitase a escribir el artículo en el que se exponía la teoría de las oleadas [Algunos de los componentes de la tercera oleada del materialismo filosófico en el Congreso Filosofía y Cuerpo, celebrado en Murcia en 2003. La foto se realizó minutos antes de que Bueno animase a Sharon Calderón a escribir el artículo de las oleadas]

En una de las escenas más famosas de la película del director estadounidense Woody Allen «Annie Hall», sus protagonistas (Annie y Alvy) se encuentran en la cola de la taquilla de un cine, esperando para comprar su entrada.

Detrás de ellos, en la cola, un individuo comienza una pedante disertación sobre Fellini, Samuel Beckett y Marshall McLuhan. Esto irrita a Alvy, que no puede dejar pasar los estúpidos comentarios del crítico improvisado.

En un momento dado, Alvy rompe la cuarta pared y se dirige directamente al espectador cuestionando los conocimientos del experto, que se defiende de las críticas argumentando que da una clase en la Universidad de Columbia sobre «El medio, la televisión y la cultura», «así que considero que mis opiniones sobre Marshall McLuhan tienen gran validez». En ese momento, el plano se desplaza y Alvy saca a escena al propio Mcluhan: «He oído lo que decía. Usted no sabe nada de mi obra. En su boca mis ideas suenan a falacias. ¿Cómo da usted clase de algo que no entiende? ¡Es para desternillarse!». Y Alvy concluye mirando a cámara de nuevo: «¡Amigos míos, si la vida fuese así!».

El pasado domingo (14 de agosto) se publicó en LA NUEVA ESPAÑA el artículo «Bueno, una marea alta de discípulos», firmado por Tino Pertierra. En el mismo se pone en tela de juicio el apoyo de Gustavo Bueno a la teoría de las oleadas para ordenar la propia historia del materialismo filosófico.

Me permitirán que me ponga en el papel de Alvy y escriba algunas líneas sobre este asunto, puesto que fui yo quien redactó el artículo (en el año 2005) en el que se exponía la teoría de las oleadas, del que se habla en el texto de Tino Pertierra… y algo podré aportar al asunto.

Ya me parece mala baba hablar de «mareas» en vez de «oleadas», por el significado que lo primero tiene hoy en día, pero lo que a mí me parezca no tiene mayor importancia.

Como tampoco le debió parecer de importancia a nadie ponerse en contacto conmigo, como autora del artículo de 2005, y buena conocedora de cómo se gestó el mismo, dando voz a «fuentes bien informadas»: dos discípulos anónimos (cito textualmente: «uno que prefiere el anonimato» y «otro discípulo anónimo»).

Para una tesis doctoral daría lo del «discípulo anónimo» (que si prefiere mantenerse en el anonimato será porque se avergüenza de su pertenencia al grupo y, por tanto, deja automáticamente de ser discípulo), pero de eso hablaré más adelante.

Algunos errores (por supuesto, nada malintencionados, he de suponer):

se desliza «como una ola» la imagen de Amelia Valcárcel entre las fotos de los miembros de la primera oleada del materialismo filosófico, que acompañan el artículo de LNE. Aclaro: Amelia Valcárcel nunca se consideró como miembro de ninguna oleada (no aparece como tal en el artículo del año 2005).

Vale que fue becaria de Bueno en la Facultad durante dos años, pero, por ejemplo, jamás escribió un solo artículo en «El Basilisco» y su tesis doctoral fue dirigida por Emilio Lledó. Quiero decir con esto que haber coincidido con Bueno en sus clases, en el departamento o compartiendo «mesa y mantel» no te incluye automáticamente dentro de una oleada. ¡Imagínense entonces la de miembros del materialismo filosófico que el sistema tendría en nómina! Otra cosa es que ahora, a la sombra del prestigio del sistema y de su creador, algunos pretendan sofocar el calor estival y, de paso, hacerse albaceas de su legado (legado del que renegaron públicamente cuando Gustavo Bueno vivía).

Otro de los deslices (importante) que comete Silverio Sánchez Corredera al hablar de las tres oleadas que se recogen en el artículo de 2005 es que no se tiene en cuenta que ese texto es sólo el comienzo: que su propia esencia lo convierte en el primer paso y que ahora (2016) es necesaria su actualización, con la incorporación de nuevas oleadas (de la quinta deberíamos hablar ahora), como Bueno me pidió en alguna ocasión que hiciera. Algo que también se pondrá en tela de juicio, porque ¿qué importancia tienen los actores de una historia cuando podemos cambiarla a nuestro antojo, sin necesidad de justificar nuestras afirmaciones?).

Volvamos a los discípulos anónimos y sus «argumentos» (o acaso sea como el Espíritu Santo, tres personas en una), sin entrar a analizar lo que de «cobarde» tiene el «anonimato»:

Dice el primero de los «anónimos» para justificar su posición que Bueno firmaba todo aquello que consideraba verdaderamente importante y que lo defendía con vehemencia. Y puesto que Bueno en ningún momento firmó ningún artículo sobre este tema, concluye sencillamente que Bueno no estaba de acuerdo. Y esto lo sabe el discípulo anónimo número uno ¿en base a…? Porque su reconstrucción psicológica no se corresponde en absoluto con lo que yo viví como autora del artículo. Aunque ¡quién soy yo para negar la interpretación psicológica del que afirma que las cosas no pasaron como dice quien las vivió, sino como a él le gustaría que hubieran sido!

El artículo de 2005 tenía como finalidad empezar a reconstruir la historia del materialismo filosófico, y a nadie se le escapa que el creador del sistema no era la persona más indicada para hacerlo, porque exigía cierto distanciamiento frente a su obra. Y fue entonces cuando el propio Gustavo Bueno me sugirió que fuera yo quien escribiera ese artículo, contando siempre con su completa colaboración (todavía conservo en mi archivo correcciones y comentarios manuscritos del propio Gustavo Bueno).

Y, por otro lado, quien conociera a Gustavo Bueno mínimamente sabía que tan vehemente era con la defensa de aquello en lo que creía como feroz crítico de todo aquello que le molestaba. En la misma línea de «razonamiento» del anónimo: a nadie se le escapa que Bueno hubiera salido a triturar la teoría de las oleadas si no la hubiera compartido.

El segundo «anónimo» es más tajante, más explícito: «Es una mala teoría, una falsa teoría, y, lo peor, una teoría falsa». Se me ocurre, a la voz de pronto, que si el artículo fue escrito en el año 2005, ha tenido tiempo desde entonces para afirmar públicamente y (como mínimo) con la misma rotundidad sus posiciones. Once años ha tenido para salir a la plaza pública y exponer su rotunda «opinión». Sin embargo, no ha sido hasta el fallecimiento de Bueno cuando ha encontrado el momento adecuado para hacerlo.

Seguramente, porque es consciente de que (como McLuhan repudia a su «experto» en «Annie Hall») Gustavo Bueno hubiera hecho lo mismo con él: «Usted no sabe nada sobre mi obra».

 

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