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El Catoblepas, número 174, agosto 2016
  El Catoblepasnúmero 174 • agosto 2016 • página 15
Artículos

Gustavo Bueno y la pasión por lo verdadero

Joaquín Robles López

En recuerdo del maestro

Gustavo Bueno y Joaquín Robles en una mesa redonda del 1er Curso de Filosofía de Santo Domingo de la Calzada, 2004[Gustavo Bueno y Joaquín Robles en una mesa redonda del 1er Curso de Filosofía de Santo Domingo de la Calzada, 2004]

«Si al filósofo le resulta repulsiva la felicidad del místico o la del pequeño burgués es porque esa felicidad es una forma refinada de falsedad, de estupidez. Y así como del sacerdote decimos que al perder la luz de la fe ha perdido la razón de su oficio, así también diremos de los filósofos que al perder la pasión por lo verdadero, al perder la rigurosa voluntad (Ismael Carvallo habría dicho aquí “El obstinado rigor”) de distinguir en todo momento lo que es verdadero y lo que es falso, lo que es evidente y lo que es oscuro -aunque sea en nombre de la justicia o de la felicidad- han perdido su razón de ser, porque han perdido la disciplina filosófica.» (Gustavo Bueno. «Cuestiones sobre teoría y praxis». Ponencia en el XII Congreso de filósofos jóvenes que tuvo lugar en Oviedo del 22 al 25 de marzo de 1975. Fernando Torres. Editor. Valencia 1977)

Y fue este obstinado rigor de Don Gustavo lo que me atrajo hacia él hace 20 años. Después confirmé que su trato, su cercanía y su magisterio inigualable, en cada ocasión en la que pude estar en su compañía, estaban a la altura de esta rigurosa voluntad. Fueron, para suerte mía, muchas las ocasiones en las que esto ocurrió, desde que Patricio Peñalver me lo presentara, a él y a Doña Carmen, su mujer, en el aula de cultura de Cajamurcia. Un año más tarde, tras una conferencia sobre Religión y Arte, de esas que te dejaban pasmado durante un rato y después te impelían a ponerte a estudiar, pasamos dos horas conversando en un lujoso restaurante de Murcia en donde Bueno pidió unas croquetas para cenar ante el asombro del camarero, la sonrisa de Patricio y la desaprobación de Doña Carmen, que dio por zanjado el asunto recordando que una vez, en un restaurante con 3 estrellas Michelin de Madrid, Bueno había pedido pan y chocolate, «era lo que me apetecía» dijo Don Gustavo. Cuando llegaron las croquetas, en tal cantidad que era imposible acabar aquello, Bueno me dijo «¿Cree Vd. Que estas croquetas darán el paso al límite?»

Su forma de comportarse, la franqueza y sencillez en el trato, en aquél momento y en los sucesivos, siempre me pareció reconocible, familiar, propia de los hombres de verdad que he tenido la suerte de conocer e imitar. A mil leguas de la pedantería inane de los sabios sentenciosos y sabedores de vinos y viandas, de gatos o perros, del bien y del mal.

Bueno es un filósofo y no un sabio. Sabios son quienes entienden de sabores, Gustavo Bueno es un filósofo materialista en su ejercicio, como todos los verdaderos filósofos que en la historia existen, además -y este atributo ya no es general- también lo es en la representación de su ejercicio. De sabios especialistas están llenos el solar patrio, las redes sociales, los programas de televisión, los mítines políticos, las instituciones del Estado y las tertulias de los bares. Sabios que saben de lo suyo; sabios que lo son, cuando se explican por separado, pero que, como advertía Balmes, se convierten en imbéciles cuando hablan entre sí. «El conjunto distributivo de cien sabios forma el conjunto atributivo de un solo idiota», señalaba también Gustavo Bueno ante el Manifiesto de la Alianza de Intelectuales Antiimperialistas .

Ahora que ya no está, me esfuerzo por recordar estas cosas, estos encuentros que nunca más volverán a repetirse: había que estar listo para sentarse cerca de él en las comidas, cenas y desayunos de los Encuentros de Gijón y Oviedo, en el espolón y El Corregidor de Santo Domingo de la Calzada. En Murcia era más fácil porque Patricio y yo no teníamos rival en estos menesteres. Don Gustavo estaba encantado de visitar Murcia, decía que era el lugar de España en donde más a gusto se encontraba, que en pocas partes tenía auditorios tan numerosos y atentos como aquí. Y en Murcia organizamos Patricio Peñalver y yo, junto a Antonio Muñoz Ballesta y Luis Martínez Conesa, el congreso Filosofía y Cuerpo, en 2003. Este congreso tuvo una importancia decisiva en el modo en el que se ha ido decantando la escuela del Materialismo Filosófico; en él estallaron turbulencias entre oleadas que finalmente acabaron en rupturas necesarias que pusieron a cada cual en su sitio. Podría decirse que después del Congreso de Murcia todos nos conocimos mucho mejor. Tiempo habrá de calibrar todo esto, pero me atrevo a afirmar que aquél congreso constituyó un hito fundamental en la expansión del Materialismo Filosófico y puede que esta expansión necesitara también de la virtud depurativa asociada a las turbulencias apuntadas.

La turbulencia más importante de todas está sustentada en la imposibilidad que tuvieron -y tienen- algunas personas de asumir la teoría sobre España argumentada por Bueno en España frente a Europa que unida a la incapacidad manifiesta de refutar esa teoría, ha provocado reacciones de lo más variopinto y a cual más extravagante: desde salir corriendo unos, hasta rectificar sin haber rectificado del todo, otros; o bien, sugerir derivas mundanas en Bueno o engolfarse en la eikasia, en las imágenes y sombras cavernícolas de la ideología dominante. De todo menos atacar con un mínimo de rigor las teorías de Bueno. Normal. No saben. Toda esta fanfarria, toda esta comedia bufa, todo este interés por disolver a Gustavo Bueno en la filosofía perenne, alabando la Teoría del Cierre y lamentando que haya sólo 5 volúmenes, o pidiendo el desarrollo de la noetología materialista, mientras consideraban una pérdida de tiempo escribir sobre España, sobre los mitos de la izquierda y la derecha, la televisión o la democracia, ha sido un modo de escurrir el bulto. Porque Gustavo Bueno es siempre el mismo gran filósofo, sistemático e impío, tanto cuando se las ha tenido que ver con la Ciencia o con Dios y la religión, como con la televisión, la Democracia o el Imperio. A quienes disfrutan de los beneficios de la tibieza, de la comodidad de sus cátedras, de la felicidad cuasi mística derivada de su implantación gnóstica; a estos toreros de salón a quienes molesta profundamente lo intempestivo de Gustavo Bueno, hay que recordarles que Bueno es un filósofo materialista comprometido, como tal, con su presente práctico y que los profesores forman una casta repugnante.

La grandeza del filósofo Gustavo Bueno, la que le abre las puertas de la eternidad estriba, sin duda, en haber levantado un sistema filosófico. Un sistema sin el que ninguno de nosotros podría haber hecho nada de valor y que nos compromete, ahora que él ya no está, para seguir trabajando en futuros envites dialécticos. Pero también radica en la honestidad de no haber dado un paso atrás cuando las teorías que con el sistema fabricaba, en su aplicación a las ideas que están en boca de todos, no eran agradables o le granjeaban enemigos. Esta pasión por lo verdadero era prudente en el mayor grado que pueda pensarse, porque iba unida a la justicia. Cuando Critón le pide a Sócrates que huya, que dé un paso atrás que le aleje de la cicuta a la que le conduce su, también formidable, pasión por la verdad, Sócrates le replica:

«Querido Critón, tu buena voluntad sería muy de estimar, si le acompañara algo de rectitud; si no, cuanto más intensa, tanto más penosa (...) Porque yo, no sólo ahora sino siempre, soy de condición de no prestar atención a ninguna cosa que al razonamiento que, al reflexionar, me parece el mejor»

En la hora de su partida, atravesado por el dolor persistente de haber perdido a quien considero mi maestro y la persona más decisiva en mi existencia, sólo me consuelan su ejemplo, su modo estoico de afrontar sus últimos días y la certeza de saber que Gustavo Bueno jamás perdió su razón de ser, ni en nombre de la justicia ni de la felicidad, porque jamás perdió la disciplina filosófica.

Caravaca, Agosto de 2016.

 

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