Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
¿Quién, con un mínimo de conocimiento y a esta altura de los tiempos, no sabe del genio y la figura del filósofo español Gustavo Bueno?{*} Maestro de filosofía, prolífico escritor, sabio enciclopédico, infatigable polemista. Su trayectoria académica e intelectual muestra, cuando menos, un signo heterodoxo, intempestivo e inconfundiblemente profano, y, en consecuencia, hostil a las memeces y profanador de mitos —Europa, la Cultura, la Derecha, la Izquierda &c—. Ni renuncia a una sesuda disputa con adustos catedráticos en congresos o encuentros televisivos, ni hace ascos a participar en excitantes cónclaves de todo tipo lidiando con personajes de lo más pintoresco, ni poner en su sitio a intelectuales desmelenados aunque de medio pelo.
En las actuaciones públicas, Bueno en discusión es reconocido más que nada por su mal genio y arrebato, lo que presuntamente haría de él un intelectual dogmático y exaltado, un intolerante enemigo del diálogo, cuando la verdad es que jamás elude un sabroso debate ni acude al mismo sin buenas razones. Las apariencias engañan, como es sabido. La realidad, por delante. Bueno, sin discusión.
El caso Gustavo Bueno instruye mucho sobre algunas particularidades de la retórica y sobre equilibrios y equilibrismos practicados en el uso de la palabra, cuando las razones y las emociones entran en juego, y, sobre todo, cuando se solapan entre sí. Consideremos esta situación: a menudo, somos testigos de cómo ideas y creencias, razonables y benignas en su contenido, pero expresadas públicamente con maneras vehementes y hasta agresivas, pasan para algunos por sentencias dominadoras y sectarias. En cambio, otras, inyectadas de veneno y nutridas de violencia latente, pero transmitidas a bajo volumen, sin aspavientos y luciendo frialdad y buen talante, son tenidas por pensamientos inocentes y aun benefactores. No siempre los espectadores se aperciben de los matices importantes que aderezan estos estándares disparejos, y por ello se confunden bastante juzgando las construcciones por las fachadas y las opiniones por el grado de simpatía que emanan. Ocurre aquí, como observó el sagaz Nicolás Maquiavelo, que la muchedumbre juzga más por los ojos que por las manos, ya que a todos es dado ver, pero palpar a pocos.
El defender un punto de vista, sea con vehemencia sea con sosiego, es una condición que depende del temperamento, el carácter y aun la idiosincrasia de la persona. Si bien, a menudo, las formas son usadas como puro artificio, como un estudiado diseño de puesta en escena; por ejemplo, cuando la vehemencia se hace pasar por indignación moral o el sosiego, por tolerancia. Así, no es extraño que se evalúe una disputa filosófica según los modales de los contertulios y un debate sobre el estado de la Nación por la actuación más o menos bruñida de los oradores en el Parlamento. Este hecho en la sociedad de la información de masas (lo cual no significa sociedad del conocimiento) resulta tan decisivo para el consumo de imágenes y noticias —con su inmediata conversión en opinión pública— que urge clarificarlo.
Acaso debido al secular ateísmo de Bueno, ha llegado a convertirse en un lugar común el calificar sus irascibles intervenciones públicas como propias de un individuo dejado de la mano de Dios, cuyos argumentos cargaría el Diablo y con quien no hay manera de discutir. Actitud ésta suficiente para que los lentos y resabiados lo pongan en cuestión. La tradicional postura tensa de Bueno cuando argumenta, de halcón amarrado a los brazos de la silla, balanceando los brazos, dispuesto a lanzarse sobre la presa al menor estímulo, alimenta la opinión y la fama, por lo común, vana. También se dice de Friedrich Nietzsche que era un sujeto rudo y un loco, un excéntrico y un raro, un ateo y hasta un «nazi», y que una cosa (la forma y el sujeto) lleva a la otra (la materia y el objeto). Pero, henos aquí ante una estirpe de pensadores activos, impetuosos y enérgicos, no mansos ni reactivos, que jamás fraguaron una inquisición ni quemaron herejes, puesto que para ellos no hay, en realidad, herejes ni impíos sino ignorantes y pipiolos. Muchos de sus censores, casi siempre queriendo pasar por muy estupendos y apaciguadores, ávidos de quedar bien, no titubearían, sin embargo, en llevarlos a la hoguera, si ello estuviese en su mano.
Gustavo Bueno es crítico y polemista porque es intelectualmente impaciente, un apasionado de la racionalidad y del rigor, que no dispensa la impostura ni la maledicencia. Como Platón, y los clásicos del pensamiento, entiende la dialéctica como el ejercicio intelectual de dar y recibir razones, dotando así de riguroso significado al diálogo racional. Sin principio de correspondencia no hay comunicación que valga. Repárese en estos hechos: comprender en su día las razones de la Guerra–de–Irak o criticar el Mito de la Izquierda, ha llevado a que pacifistas, buenistas (en el peor sentido de la palabra) y guerracivilistas acusen a Bueno, a la vez, de ardor guerrero y de haberse pasado al bando moderado.
Pero, ¿cómo comportarse ante quienes hacen del disimulo y el fraude, la mentira y la farsa, sus instrumentos intelectuales y políticos, cuando la doblez moral, el cinismo político y la indignación impostada se adueñan de la escena pública? Obispos vascos (o no vascos, ni siquiera obispos) son capaces de justificar a los etarras y de menospreciar a las víctimas del terrorismo con el mismo tono de voz mesurado y dulce con que bendicen la mesa. El pacifismo militante de veteranos nostálgicos de Robespierre y de jóvenes guerrilleros urbanos se reviste de corazones pintados y melodías hippies que amenizan calles y plazas de la ciudad. La actuación de José Luis Rodríguez Zapatero (adalid del enfrentamiento civil en España) se tildó de «Gobierno tranquilo», y aún hay quien le compara con Bambi.
Hay gente con más paciencia que un santo. Pero, para Bueno no hay auténtico pensamiento si no se defiende con pasión. Ni verdadera filosofía sin discusión. En tal empeño puso su saber íntegro y su vida entera.
Bueno en discusión, doncel del pensamiento poco dócil, responde a la provocación con firmeza, a la muerte del pensamiento con la firmeza de una vida filosófica.
Nota
{*}Una primera versión del presente texto fue publicado, con el título «Bueno en discusión» en el diario Libertad Digital (1 de agosto de 2003).