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El Catoblepas, número 173, julio 2016
  El Catoblepasnúmero 173 • julio 2016 • página 10
Libros

Hombres Buenos

Sigfrido Samet Letichevsky

Reseña de la obra de Arturo Pérez Reverte, Hombres Buenos, Ed. Alfaguara, 2015, 592 págs.

Es la primera vez que compro un libro basándome en un comentario periodístico, y, sobre todo, que una vez leído, comparto ese juicio.

Arturo Pérez-Reverte ha escrito 24 libros y numerosos artículos. Este último es muy original e implicó a su autor una trabajosa y brillante investigación histórica.

En el siglo XVIII, antes de la revolución francesa, la Real Academia Española comisionó a dos académicos para viajar a París, comprar la famosa Encyclopedie y llevarla de regreso a España.

Parecería un asunto demasiado simple como para que el relato ocupe casi seiscientas páginas. Pero recordemos que en ese entonces, se viajaba en coches tirados por caballos, por caminos de tierra, a menudo embarrados, infestados de bandoleros. El viaje de Madrid a París duraba un mes, debido a las periódicas paradas para comer y dormir (tanto hombres como caballos). En esa época, la Encyclopedie era un libro prohibido, tanto en Francia como en España (la RAE obtuvo un permiso del Rey para traer un ejemplar para uso de los académicos)-Buscaban la primera edición, que constaba de 28 volúmenes y estaba agotada. Por si todo esto fuera poco, surgieron varios graves incidentes y complicaciones imprevisibles e inimaginables.

En pg.16 dice: «Cuarenta y dos años después de aquel MDCCLI, en 1793, el nieto del roy que había concedido su aprobación y privilegio para la impresión de ese primer volumen era guillotinado en una plaza pública de París, precisamente en nombre de las ideas que, desde aquella misma Encyclopedie, habían incendiado Francia y buena parte del mundo». Cuando se intenta «cambiar el mundo» según planes previos surgidos de las mentes de algunos iluminados, los resultados suelen ser opuestos a los buscados. El rey fue guillotinado, pero los guillotinadores fueron a su vez guillotinados. El mundo cambia (cada vez más rápidamente) y se vuelve más y más complejo. Y la complejidad genera emergentes. Surgen de la ciencia y de la tecnología, pero son imprevisibles. El avión que inventaron los hermanos Wright era un juguete. ¿Quién habría podido prever que se iría transformando hasta poder volar a alta velocidad alrededor del mundo y llevando toneladas de carga? ¿Y que estaba destinado a transformar el transporte de personas, mercaderías, y la manera de hacer la guerra?.

Hace una interesante reflexión en pg.150: «Ciudades, hoteles, paisajes, adquieren un carácter singular cuando alguien se acerca a ellos con lecturas previas en la cabeza. Cambia mucho las cosas, en tal sentido, recorrer la Mancha con el Quijote en las manos, visitar Palermo habiendo leído El Gatopardo, pasear por Buenos Aires con Borges o Bioy Casares en el recuerdo, o caminar por Hisarlik sabiendo que allí hubo una ciudad llamada Troya, y que los zapatos del viajero llevan el mismo polvo por el que Aquiles arrastró el cadáver de Héctor atado a su carro».

El hecho fisiológico de VER, solo adquiere significado cuando va acompañado de información previa. Un bebé solo ve manchas de colores; las cosas adquieren significado recién cuando se adquieren las categorías: la ontogenia sigue un camino inverso a la filogenia, en la que seguramente los conceptos y categorías se formaron por inducción. Las percepciones de miles de generaciones son la lente a través de la cual vemos nuestras realidades.

Llama la atención el uso de palabras que son corrientes en Latinoamérica (como «mozo» por camarero (pg.196) y «sobretodos» por abrigos (pg.313) y que hace tiempo lo eran en España, como se lee en «El pobrecito hablador», de Mariano José de Larra.

En cierto momento, uno de los académicos enciende un cigarro, y Pérez-Reverte explica que eso se hacía golpeando con un eslabón un trozo de pedernal, y, con la chispa producida encender la yesca. Uno puede pensar que es muy difícil encender fuego de esta manera (tanto que el rey de Hungría ennobleció al inventor de las cerillas), pero que sería muy interesante, si se pudieran conseguir estos tres materiales (eslabón, pedernal y yesca) y probarlo uno mismo. Pero de repente uno cae en la cuenta de que. ¡Hoy mismo usamos también ese sistema!. El aparatito que los españoles llaman «mechero» y los argentinos «encendedor», ¿qué es sino? Tiene una ruedita de acero (eslabón) apretada contra una piedrecita (pedernal) y al intentar (con esfuerzo) hacerla girar, produce chispas. No utiliza yesca sólida: las chispas inflaman los vapores de hidrocarburos contenidos en un pequeño depósito. En pg.352 se describe un progreso en esta dirección: «El almirante deja un momento el libro y enciende el candelabro que está en la mesilla de noche. Lo hace con un moderno instrumento que también adquirió estos días en París: una minúscula piedra de sílex y una ruedecilla de acero incorporadas a un tubito de latón que contiene la mecha, de modo que para encender ésta, sacando chispas, basta con accionar fuerte la ruedecilla. En realidad se trata de una versión a tamaño reducido del portamecha que desde hace algunos años llevan los granaderos en el correaje, a fin de dar fuego a las granadas. Briquet lo llaman en Francia, que equivale a la palabra española eslabón.» Y como lo que se encendía era una mecha de algodón, en España se retuvo el nombre de «mechero». Muchas palabras se siguen usando aunque lo que designaban haya cambiado. Decimos «encender» la luz porque antiguamente sólo se podía iluminar encendiendo una vela o antorcha. Y en España se habla del «recibo de la luz porque la iluminación fue el primer uso de la electricidad, aunque hoy se use también para impulsar motores (heladera, aspiradora, licuadora, acondicionador de aire), para transformar en calor en hornos, ver televisión o hacer funcionar el ordenador.

En pg.267 leemos: «Hoy dijo Bringas algo en lo que convengo: no son los tiranos los que hacen a los esclavos, sino éstos quienes hacen a los tiranos». Desde el siglo XX la política viene demostrando la veracidad de éste aserto.

En pg.378, «Con gusto tomaría un helado, dice la Dancenis». En ese tiempo no había motores eléctricos. Se podría preparar helados en un aparato que hasta hace pocas décadas se podía conseguir. Se trata de un cilindro metálico en el que se introducían las cremas a congelar y que contenía un mezclador accionado a mano gracias a una manivela. Estaba rodeado por un recipiente de madera en el que se introducía hielo y sal. Se alcanzaba así la temperatura necesaria para solidificar las cremas. Pero no había fábricas de hielo. Tengo entendido que en pueblos de Rusia y Polonia, en los que el invierno era muy frio, se cortaban bloques de hielo, que se guardaban en sótanos y duraban bastante tiempo. ¿Sería posible hacer lo mismo en Francia?

Los libros de Historia describen el medio en que los seres humanos vivían en la antigüedad. Es una realidad muerta, en la que percibimos sobre todo los defectos qué vida aburrida sin radio, cine ni tv. Viajar, incluso a distancias no muy largas, era un verdadero sacrificio. La mayoría eran analfabetos y los libros eran tan caros que alguno llegó a cambiarse por un feudo. No había teléfono; para hablar, debía hacerse en persona, etc. etc.

Pero Hombres Buenos nos muestra seres humanos viviendo en el siglo XVIII y nos hacen ver que la vida tenía muchos matices y era mejor (o menos mala) de lo que podíamos imaginar.

Pérez-Reverte nos brinda un libro muy valioso y enriquecedor. Nos hace pensar y nos enseña Historia viviente, en un mundo colorido y complejo.

Sigfrido Samet
20/3/2016

 

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