Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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Introducción. El estatuto gnoseológico de la Psicología como problema.
El presente ensayo encuentra su justificación en el carácter peculiar que, desde las coordenadas del materialismo filosófico, tiene la Psicología en tanto ciencia, en su idiosincrasia gnoseológica{1}. Afirmar algo semejante supone estar ejercitando ya una idea determinada de ciencia frente a otras. En nuestro caso la idea de ciencia que manejamos es la perfilada por Gustavo Bueno y su escuela en la Teoría del cierre categorial, según la cual la ciencia se diferencia de otros saberes contiguos por su capacidad para construir verdades objetivas. Las ciencias construyen estas verdades científicas en la medida en que son capaces de rebasar el nivel fenoménico y establecer relaciones esenciales. Para conseguirlo es necesario neutralizar las operaciones ejercidas por los sujetos sobre los fenómenos. Conviene dejar claro que no se trata de trascender más allá del horizonte del sujeto empírico, sino de su neutralización o segregación lógica por confluencia operatoria. Esto quizás se entienda mejor con un ejemplo:
«Las múltiples observaciones de estrellas, planetas, y satélites, realizadas por los astrónomos babilónicos y griegos son el resultado de cursos operatorios ligados a sujetos individuales, distantes espacial y temporalmente. Sin embargo, cuando Kepler elabora sus leyes, todos esos cursos operatorios confluyen en una identidad material donde se establecen una serie de relaciones entre objetos (el sol, los planetas, las estrellas, etc.) que, una vez construidas, son independientes de los sujetos, ya que los diferentes cursos fenoménicos aparecen neutralizados» David Alvargonzález, Materialismo gnoseológico y ciencias humanas: problemas y expectativas. Revista Meta (Enero 1989).
¿Qué se puede esperar de la Psicología como ciencia? Porque la psicología no sólo es humana en sentido etiológico (en ese sentido todas las ciencias lo son) sino que, lejos de neutralizar los componentes subjetuales de su campo, coloca al sujeto psicológico en el centro de interés. Esto es lo que conduce a Fuentes Ortega a caracterizar a la Psicología como un «fantasma gnoseológico», nosotros nos limitaremos a constatar que su estatuto gnoseológico es problemático y su capacidad para construir verdades objetivas limitada.
El análisis funcional de la conducta, a través de la construcción de relaciones contingenciales y programas de reforzamiento, supone el intento más relevante en psicología por salvar este escollo estructural. Las operaciones de los sujetos empíricos aparecen entrelazadas funcionalmente por las leyes de condicionamiento abstrayendo los aspectos subjetuales. «Cabe atribuir al conductismo, en su versión skinneriana, el mérito de haber planteado con sobriedad justamente la situación gnoseológica bajo la que es posible -eliminando estas inconsistencias- instaurar la escala propia de la Psicología Científica mediante la depuración del concepto de “conducta” (...) Pero una tal depuración del concepto de “conducta” resulta ser a cada paso, mas disolvente, terminando a la postre por aparecer como “una forma de librarse del organismo y de la propia psicología”»{2}.
Desde este punto de vista, podemos reconstruir la polémica entre el conductimo y el resto de escuelas sobre la cientificidad de la psicología y la «deshumanización» del conductismo. Y es que es este proceso de «deshumanización» el que aporta cientificidad al análisis funcional de la conducta. Puesto que «tal parece que en la medida en que las ciencias humanas fueses efectivamente humanas quedaría comprometida su cientificidad, a la vez que en la medida en que fuesen efectivamente científicas , lo que quedaría comprometido es su carácter de ciencias temáticamente humanas»{3}.
La situación esbozada hasta ahora se agrava cuando introducimos en la ecuación una variable supraindividual como es el lenguaje. Desde el análisis funcional de la conducta el lenguaje como fenómeno complejo queda ecualizado por su operativización como «conducta verbal»{4}. El lenguaje será entendido como conducta y, como tal, debería responder a los mismos principios de reforzamiento y condicionamiento que el resto de conductas. Pero con esto no se agota la complejidad del lenguaje como conducta. Skinner tuvo que proponer una taxonomía de las operantes verbales para intentar delimitarlo conceptualmente. Por lo visto hasta ahora en esta introducción, no podemos esperar que la idea de «tacto» skinneriana tenga el mismo estatus gnoseológico que el concepto de fuerza en física. Skinner se está moviendo en un terreno mucho más teórico, más filosófico.
Es aquí donde se puede apreciar la utilidad de acudir a otros marcos teóricos que también entienden el lenguaje como un modo de actuar y que pueden funcionar como complemento a la teoría de Skinner. Con este objetivo recuperaremos la taxonomía propuesta por los pragmatistas sobre los actos de habla.
La teoría de los actos de habla de Austin y Searle
«Gran parte de la filosofía contemporánea ha estado supeditada a la siguiente pregunta: ¿en que consiste el significado de una palabra, de una frase, de una oración? Pero que haya habido muchas personas, y que todavía siga habiéndolas, que hayan creído y que todavía crean que estamos ante una cuestión importante, no supone que todos la hayan aceptado en los mismos términos. De hecho, si nos atenemos a uno de los paradigmas de la filosofía del lenguaje de los últimos treinta años, habría que decir que al preguntarnos por el significado (o los significados) de una expresión estamos vendiéndole ya al público las entradas para una ceremonia de la confusión; que no es ésta, ni mucho menos, la estrategia adecuada; que otras son las preguntas que debería uno hacerse en vez de la indicada. Y que la cuestión justa, al menos para una gran mayoría de los casos, es precisamente la siguiente: ¿cómo se usan tales y cuales palabras, frases y oraciones? (...) El problema filosófico de cuál pueda ser la naturaleza de los significados es un pseudo-problema: aténgase usted al uso de las palabras, frases u oraciones que le atañen»{5}
El texto arriba citado nos coloca ante el giro pragmático en filosofía del lenguaje, iniciado por Wittgenstein y desarrollado por Austin, Searle y Grice. La tradición filosófica dominada por los verificacionistas se centraba en determinar de qué manera las proposiciones lingüísticas contenían valores veritativo-condicionales, en el estudio del lenguaje como portador de condiciones de verdad. El positivismo lógico extraería la consecuencia que los enunciados filosóficos, éticos, estéticos y gran parte del lenguaje cotidiano carecían de sentido, puesto que no eran verificables. La «falacia descriptiva» había conducido a un callejón sin salida.
Éste es el contexto en el que hay que enmarcar los trabajos de Austin sobre el lenguaje. La novedad de su planteamiento radicaba en defender que existían un tipo de proposiciones, perfectamente significativas, que carecían de valores de verdad, no son verdaderas o falsas. A este tipo de enunciados los llamo emisiones realizativas (performatives). Eran enunciados en lo que decir es hacer. Emisiones tales que no consisten en describir una acción que estamos realizando o el estado mental en que estamos sino en realizar esa acción. «Diríamos más bien que, al decir lo que digo, realizo efectivamente la acción. Cuando digo “Bautizo este barco el Queen Elisabeth” no describo la ceremonia del bautizo, realizo efectivamente el bautizo; y cuando digo “Sí, quiero” no estoy informando de un matrimonio, estoy satisfaciéndolo»{6}. Austin continuó las huellas de esta idea toda la vida.
Aunque intentó encontrar algo característico en la forma gramatical en la que se expresan estos enunciados (son verbos en primera persona del singular del presente de indicativo de la voz activa o hay una asimetría entre el uso de esta persona y las demás personas y tiempos del mismo verbo) más tarde abandonó esta idea.
Esta falta de condicionamiento gramatical así como la constatación de que algunos realizativos implican condiciones análogas a las condiciones de verdad (justo/injusto, bueno o sensato) condujo a Austin a borrar la diferenciación entre constatativo o realizativo «Lo que necesitamos hacer con el caso de enunciar y por la misma regla de tres describir e informar, es bajarlos un poco del pedestal, darnos cuenta de que son actos de habla no menos que todos esos otros actos de habla que hemos estado mencionando y discutiendo como realizativos (...) vemos entonces que enunciar algo es realizar un acto justamente igual que lo es dar una orden o hacer una advertencia»{7}
Una vez establecido que todo enunciado es un acto de habla, Austin concluye que toda emisión lingüística implica, simultáneamente, la realización de tres actos:
§ Actos locutivos . Es el que se realiza por el hecho de decir algo. Se subdivide a su vez en acto fonético (consiste en la producción de determinados sonidos), acto fático (producción de determinados vocablos con una determinada construcción gramatical y entonación) y acto rético (dotado de cierto significado, constituido por el sentido y la referencia de los componente de la construcción utilizada.
§ Actos ilocutivos. Todo acto locutivo tiene una determinada fuerza ilocutiva que es la que determina el uso que se hace de la locución. Se realiza al decir algo como ordenar, prometer, apostar.
§ Actos perlocutivos, acto que se produce o logra por la realización del acto ilocutivo. La explicación del acto ilocutivo requiere la apelación al acto ilocutivo. Supone la producción de ciertos efectos sobre la audiencia. Es fundamental el contexto para entender la relación entre acto ilocutivo y perlocutivo.
«Así, en ciertas circunstancias apropiadas, podríamos decir que «Cierra la puerta» tiene la fuerza ilocucionaria de una orden pero surte el efecto perlocucionario de alarmar al destinatario»{8}
El interés principal de Austin (y Grice) están en los actos ilocucionario. Son los actos ilocutivos y perlocutivos los que ponen en contacto de manera más evidente la teoría de Austin con el análisis funcional del lenguaje. La realización con éxito de un acto ilocutivo siempre produce efectos en el oyente, estos son los efectos perlocutivos que pueden lograrse intencionalmente o no. Será Searle{9} quien sistematice la teoría de los actos de habla y defenderá que los actos ilocucionarios son la unidad mínima del lenguaje. Propone doce dimensiones en los que se pueden dividir los actos ilocutivos:
1. Diferencias en el objeto del acto. Un acto ilocucionario se diferenciará de otro por el efecto que busque provocar en el oyente. Existen cinco objetivos básicos: asertivo, compromisario, directivo, declarativo o expresivo.
2. Diferencias en la dirección de ajuste entre las palabras y el mundo. Dependiendo de su objeto, el acto ilocutivo buscará que las palabras encajen en el mundo (aserciones, descripciones, enunciados y explicaciones) o que el mundo encaje en las palabras (ruegos, ordenes, votos y promesas). La dirección de ajuste es siempre una consecuencia del objeto ilocucionario.
3. Diferencias en el estado psicológico expresado. Creencia (enunciados, explicaciones, aseveraciones y afirmaciones) intención (promesas, votos, amenazas y compromisos), deseos (mandos, peticiones y ordenes) o sentimiento (disculpas)
4. Diferencia en la fuerza o intensidad en la que se presenta el objeto ilocutivo. El concepto de fuerza ilocutiva es la noción central de la teoría de los actos de habla. Sugerir e insistir tienen el mismo objeto ilocucionario pero diferente fuerza. Una misma dimensión de objeto tiene diferentes grados de intensidad (peticiones - ordenes).
5. Diferencias de estatus del hablante y el oyente en la medida en que afectan a la fuerza ilocutiva de la emisión.
6. Diferencias en la manera en la que la emisión se relaciona con los intereses del hablante y el oyente.
7. Diferencias en las relaciones con el resto del discurso. Aquí entrarían las operantes intraverbales de las que nos habla Skinner.
8. Diferencias en el contenido proposicional.
9. Diferencia entre aquellos actos que deben siempre ser actos de habla y aquellos que pueden ser, pero no necesitan ser, realizados como actos de habla.
10. Diferencias entre aquellos actos que requieren instituciones extralingüísticas para su realización (bendecir, excomulgar, declarar culpable, declarar la guerra) y aquellos que no. Las instituciones extralingüísticas confieren a menudo estatus para la fuerza ilocucionaria, pero no todas las diferencias de estatus se derivan de instituciones.
11. Diferencias entre aquellos actos donde el verbo ilocutivo correspondiente tiene un uso realizativo y aquellos donde no los tiene. Aquí establece una distinción que no existía en Austin entre verbos ilocutivos y verbos realizativos.
12. Diferencia en el estilo de realización del acto ilocucionario.
Como vemos, Searle maneja una multiplicidad de dimensiones a la hora de delimitar lo que entiende por acto de habla frente a la taxonomía unidimensional de Skinner sobre operantes verbales (dimensión que, sin esfuerzo, podemos poner en relación con la que Searle llama dirección de ajuste).
Del cruce de estas dimensiones Searle obtiene la siguiente tipología de los actos ilocucionarios{10}:
§ Representativos. El objeto ilocucionario es de carácter alético (contiene condiciones de verdad), pues compromete al hablante con la verdad de la proposición expresada. La dirección de ajuste es palabra a mundo y el estado psicológico es de creencia. Esta clase asume gran parte de los enunciativos de Austin así como muchos de sus veredictivos. En la taxonomía de Skinner el equivalente serían los tactos.
§ Directivos. El objetivo de este tipo de actos es el de que el oyente haga algo. La dirección de ajuste es mundo a palabras y el estado psicológico es desear. Tiene la condición de que el contenido proposicional represente una acción futura del oyente. El estatus del hablante y del oyente juega un papel fundamental en este tipo de enunciados. Incorpora los actos comportativos de Austin y buena parte de los ejercitativos. En la taxonomía de Skinner se corresponden claramente con los mandos.
§ Conmisivos. Su objeto es comprometer al hablante con algún futuro curso de acción. La dirección de ajuste es la misma que para los directivos lo que lleva a Searle a plantearse si son miembros de la misma categoría. Searle mantiene la denominación de Austin sobre este tipo de actos mientras que no encontramos correspondencia en la taxonomía de Skinner.
§ Expresivos. El objeto ilocucionario es hacer explicito el estado psicológico (“dar las gracias”, “pedir disculpas”, “dar el pésame”.). Son neutros, no tienen dirección de ajuste. Se expresan mediante exclamativas y la condición verdad de la proposición se presupone.
§ Declaraciones. Son los primitivos realizativos de los que nos hablaba Austin. Su propia emisión con éxito supone una alteración en el estatus de lo referido. Esta condición los distingue de otras categorías. Debe existir una institución extralingüística para que la declaración pueda ser realizada con éxito «Solamente dadas instituciones tales como la iglesia, la ley, la propiedad privada, el Estado y una posición especial del hablante y el oyente dentro de esas instituciones se puede excomulgar, nombrar para un cargo, transmitir y legar las propias posesiones o declarar la guerra»{11}. Las únicas declaraciones que no necesitan de una institución extralingüística para su realización son las que hacen referencia al propio lenguaje (aquellas declaraciones intraverbales para decirlo en terminología skinneriana) tales como defino, abrevio, nombro...
La dirección de ajuste de las declaraciones es bidireccional. Esta categoría no encuentra un correlato claro en la taxonomía de Skinner.
Actos de habla indirectos e implicaturas conversacionales
Esta taxonomía se ve enriquecida con la introducción de la distinción entre actos de habla directos y actos de habla indirectos. Los actos de habla directos no añaden nada a lo dicho hasta ahora pues lo conforman aquellos actos de habla en los que locución e ilocución coinciden. Los actos de habla indirectos, en cambio, si añaden un componente de sumo interés.
Convencionalmente se acepta que cierto tipo de oraciones (declarativas, imperativas, interrogativas) implican ciertas fuerza ilocucionarias (enunciar, pedir, ordenar, preguntar) pero existen oraciones en los que la fuerza ilocutiva no se corresponde con lo que se expresa en su forma gramatical. La misma proferencia está dotada de dos fuerzas ilocutivas diferentes, una primaria y otra secundaria. «Lo interesante de estos casos es que uno realiza los actos ilocutivos primarios al llevar a cabo los actos ilocutivos secundarios correspondientes: uno pide (indirectamente) que se deje de hacer ruido, preguntando (directamente) si no puede dejar de hacerlo»{12}. Para que tengan éxito estas proferencias, para producir el acto perlocucionario correspondiente, es necesario contar con el contexto y las convenciones.
Grice intentará dar cuenta de este fenómeno desde el concepto de implicatura conversacional que supone un desarrollo conceptual del de acto de habla indirecto.
«Tomemos la siguiente conversación:
(1) A. El rector es el Profesor Pérez, ¿verdad?
B. Y el Papa soy yo
Aquí B le replica a A con una afirmación que es a todas luces falsa y cuya obvia falsedad B sabe que no se le escapará a A. El significado literal de la afirmación de B es que el es el Papa. Pero mediante ella B está sugiriendo que A está totalmente desinformado sobre quién preside la universidad sobre la que están hablando. El significado literal de la oración usada por B difiere, pues, de lo que B ha «implicado» al emitirla»{13}
Según Grice, las implicaturas pueden ser de dos clases: convencionales y conversacionales. Las implicaturas convencionales se derivan directamente del significado de las palabras. Dada una proposición portadora de una implicatura convencional siempre es posible encontrar otra emisión con las mismas condiciones de verdad que no la tenga, por lo que se dice que son desmontables o sustituibles. Aparte de esta condición no son cancelables, no se puede afirmar explícitamente lo contrario a lo implicado sin producir una paradoja. Además son independientes del contexto.
(a) Ella es pobre y honrada.
(b) Ella es pobre pero honrada.
Las dos proposiciones tienen los mismos valores de verdad pero la introducción de la partícula pero en (b) implica convencionalmente la expresión de una contraposición entre los hechos enunciados. Parece sorprender que siendo pobre sea honrada.
Pero existen otro tipo de implicatura, las implicaturas conversacionales. Estas implicaturas no son predecibles a partir de la información semántica y son dependientes del contexto. Esta dependencia del contexto hace que sean fácilmente cancelables y no son desmontables o separables. Este tipo de implicatura es la que se da en el ejemplo del rector y del Papa. Pero también se puede dar en una oración del tipo «Juan tiene diez hijos» en la que, normalmente implico que Juan tiene sólo diez hijos aunque puede ser verdadera en el caso de que tenga más de diez hijos. Esta implicatura puede ser cancelada si aclaramos «pero puede que más, ya perdí la cuenta»
Grice establece una serie de máximas conversacionales de carácter cooperativo a través de las cuáles se explican estas implicaturas{14}:
1. Máxima de cantidad: no se deben emitir secuencias más ni menos informativas de lo que se requiere. «Juan no juega al golf de buena gana» tiene la implicatura de que efectivamente sí juega
2. Máxima de cualidad: se debe decir lo que se cree que es cierto con el grado de certeza que nos permiten nuestros datos. «Creo que llueve» tiene la implicatura de que no lo sé con seguridad.
3. Máxima de pertinencia o relevancia: se deben emitir secuencias relevantes para la situación y para lo que se esta diciendo. «Creí que me había levantado tarde y los quioscos no había abierto» tiene la implicatura de que existe una hora fijada para la apertura de los quioscos.
4. Máxima de modo: se debe estructurar la información de forma metódica, evitando la oscuridad. «Juan tuvo un accidente y se rompió la clavícula» tiene la implicatura de que no se hizo nada más grave que eso.
Implicaciones prácticas.
El presente trabajo se ha planteado a una escala eminentemente teórica. Tratábamos de buscar, en la caracterización pragmática del lenguaje, apoyo conceptual para la taxonomía de las operantes verbales que Skinner planteaba en su libro Conducta Verbal. Hemos repasado estas teorías desde la embrionaria definición de enunciados realizativos esbozada por el primer Austin hasta el concepto de implicatura conversacional de Grice.
Es aquí, al hablar de actos de habla indirectos e implicaturas conversacionales, donde nos encontramos con un punto de anclaje entre teoría y práctica psicológica, puesto que el estudio de los actos de habla indirectos y de las implicaturas conversacionales puede dotar al terapeuta clínico de recursos comunicacionales. Si seguimos a Begoña Rojí, «la competencia comunicativa del terapeuta es, como la de cualquier comunicante, una competencia pragmática en el sentido lingüístico del término»{15}. Y es que el ámbito clínico de la entrevista terapéutica supone un campo de interacción comunicativa en el que saber detectar lo que se expresa más allá de lo que se dice puede ser un rasgo diferencial de eficiencia clínica tan importante como conocer el lenguaje no verbal. En demasiadas ocasiones el paciente no expresa directamente su problemática pero sí deja señales en su discurso que un terapeuta entrenado en pragmática conversacional será capaz de detectar. Por ello creemos que profundizar en esta línea de trabajo, de cooperación entre pragmática y psicología) puede resultar de sumo interés para futuros estudios.
Conclusiones
Comenzamos este trabajo haciendo un somero análisis del estatuto gnoseológico de la psicología. Entonces vimos necesario que, para el estudio de un fenómeno complejo y supraindividual como es el lenguaje, la psicología buscara apoyo conceptual en otras líneas teóricas. Elegimos la teoría de los actos del habla por su afinidad con el análisis funcional de la conducta, al tratar el lenguaje como un tipo determinado de acción. Hemos ido viendo diversas correlaciones conceptuales entre ambas líneas teóricas, además de algunos aspectos (la multidimesionalidad de la taxonomía de Searle, la fuerza ilocutiva, la consideración de elementos extralingüísticos como son las instituciones o el concepto de fuerza ilocucionaria) que debidamente «traducidos» al lenguaje contextual conductista (contingentes, operantes, reforzamiento) pueden cumplir esta función. Creemos que serían los conceptos skinnerianos de mando y tacto los que más se beneficiarían de esta operación. Esta «traducción» debería partir de la criba de los componentes intencionales que estas teorías contienen como base. Una vez depurados estos componente, el análisis funcional de la conducta podría asumir gran parte de los conceptos visto aquí.
Bibliografía
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Valdés Villanueva, L. M (éd). La búsqueda del significado. Madrid (1991): Editorial Tecnos.
Notas
{1} Fuentes Ortega, J.A. La psicología: ¿una anomalía para la teoría del cierre categorial? Madrid (1992): Editorial Complutense, Congreso sobre la filosofía de Gustavo Bueno.
{2} Ongay de Felipe, I. Conductismo y etología 45 años después. El Catoblepas, nº 50 (abril 2006)
{3} Fuentes Ortega, J.A. La psicología: ¿una anomalía para la teoría del cierre categorial? Madrid (1992): Editorial Complutense, Congreso sobre la filosofía de Gustavo Bueno.
{4} Skinner, B. F. Conducta verbal. Mexico DF (1981): Editorial Trillas.
{5} Acero, J. J.; Bustos, E.; Quesada, D. Introducción a la filosofía del lenguaje 4ªEd. Madrid: Ediciones Cátedra (2001)
{6} Austin, J. L. Emisiones realizativas. Revista de Occidente 1975.
{7} Austin, J.L. Cómo hacer cosas con palabras (Palabras y acciones). Buenos Aires: Editorial Paidós (1971)
{8} García Suárez, A. Modos de significar. Madrid (1997): Editorial Tecnos.
{9} Searle, J. Actos de habla. Ensayo de filosofía de lenguaje. Madrid: Editorial Cátedra (1980)
{10} Searle, J. Una taxonomía de los actos ilocucionarios. Madrid (1976): Revista Teorema.
{11} Searle, J. Una taxonomía de los actos ilocucionarios. Madrid (1976): Revista Teorema
{12} Acero, J. J.; Bustos, E.; Quesada, D. Introducción a la filosofía del lenguaje 4ªEd. Madrid: Ediciones Cátedra (2001)
{13} García Suárez, A. Modos de significar. Madrid (1997): Editorial Tecnos.
{14} Núñez, R.; Del Teso, E. Semántica y prágmatica del texto común. Producción y comentario de textos. Madrid (1996): Ediciones Cátedra.
{15} Rojí, B.; Cabestrero, R. Entrevista y sugestiones indirectas: entrenamiento comunicativo para jóvenes psicoterapéutas. Madrid (2005), UNED