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El Catoblepas, número 172, junio 2016
  El Catoblepasnúmero 172 • junio 2016 • página 9
Libros

Deconstruyendo a Podemos

Carlos M. Madrid Casado

Noticia del libro colectivo Podemos: ¿comunismo, populismo o socialfascismo? publicado por Pentalfa (Oviedo, 2016)

VV.AA, Podemos ¿Comunismo, populismo o socialfascismo?, Pentalfa, Oviedo, 2016, 173 págs.Este opúsculo escrito a cuatro manos es un libro de combate contra la corrupción ideológica circundante. Los cuatro autores pertenecen a esa generación del «cambio» o del «recambio» a la que también pertenecen Pablo Iglesias II, Iñigo Errejón y otros adalides de Podemos. Como advierte Gustavo Bueno Sánchez en el prólogo, el presente libro nace muerto, porque sólo una minoría sabrá de su existencia, pocos se harán con él y muchos menos lo leerán. Pero, en todo caso, recoge una serie de análisis del partido político Podemos que resulta obligado hacer y dejar por escrito.

El propio prologuista comienza la disección del fenómeno Podemos señalando sus antecedentes, que se encuentran, por un lado, en el Centro de Estudios Políticos y Sociales, fundado en el entorno universitario en 1996. Esta institución se ha dedicado durante cerca de veinte años a esparcir la ideología federal-indigenista por Hispanoamérica. Gracias al asesoramiento técnico de sus miembros (entre los que se contaban Juan Carlos Monedero, Luis Alegre, Iñigo Errejón o Pablo Iglesias II), la Constitución bolivariana de Venezuela o la Constitución de Ecuador reconoce a los indígenas como pueblos y el Estado resultante como plurinacional. Curiosamente, la Fundación CEPS cesó discretamente su actividad, e incluso desactivó su sitio web, en marzo de 2016. La otra plataforma sobre la que se aupó Podemos es HispanTV, el canal financiado por la República Islámica de Irán, donde Pablo Iglesias II presentaba su célebre programa.

En el primer capítulo, titulado El cambio lampedusiano de Podemos, José Manuel Rodríguez Pardo reconstruye la secuencia de hechos que han acabado con la irrupción de Podemos en el Congreso. Rodríguez Pardo comienza poniendo de relieve el papel que Intereconomía desempeñó a la hora de dar a conocer a Pablo Iglesias, antes de que La Sexta o Cuatro lo invitaran a sus tertulias y antes de que Podemos se constituyera formalmente como partido en marzo de 2014. Pablo Iglesias II y los suyos lograron hacerse con el control del partido, imponiendo una férrea estructura vertical, frente a la estructura horizontal y asamblearia derivada de los círculos morados y el 15M que defendía la alternativa abanderada por Pablo Echenique (curiosamente, la estructuración en círculos posee resonancias falangistas y no es de extrañar que recientemente Sáenz de Ynestrillas haya fundado el Círculo Podemos de Izquierda Falangista). Sin embargo, el «centralismo democrático» que predican, tan caro al leninismo, sólo lo aplican a su partido, no a España, a la que consideran otro Estado plurinacional. Es así que, tras el éxito en las elecciones europeas, autonómicas y municipales, Podemos obtuvo 42 diputados en las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015 (Ciudadanos, el otro partido de nuevo cuño, logró 40), a los que hubo que sumar nada menos que 27 diputados más cosechados por las confluencias y mareas secesionistas. Un resultado que previsiblemente se repetirá y ampliará, tras la fagocitación de los restos de IU, en las elecciones generales del 26 de junio de 2016.

Pero Pardo apunta que los gobiernos de Podemos en Madrid, Barcelona y otras ciudades, producto de la alianza de la nueva casta con la vieja casta representada por el PSOE, han escenificado un cambio lampedusiano: cambiar todo para seguir igual. De momento, la nueva política se ha concretado mediáticamente en una aplicación acelerada de la Ley de Memoria Histórica (donde incluso se ha querido renombrar la calle Comandante Franco, llamada así en honor de Ramón Franco, hermano del dictador, sí, pero más conocido por el vuelo del Plus Ultra, y que aun llegó a ser diputado por ERC durante la II República) y en la prohibición de la tauromaquia (donde se conjugan el animalismo radical y la identificación de los toros como un rasgo identitario español, «facha», a pesar de que «intelectuales de izquierda» como García Lorca o Picasso los reivindicaran).

Finalmente, Rodríguez Pardo interpreta que la propuesta envenenada de máximos –incluyendo el derecho a la secesión- que Pablo Iglesias II hizo a Pedro Sánchez para formar un gobierno progresista tras el 20D, y que muchos analistas políticos despacharon como un alarde de arrogancia y altivez, hay que entenderla como un intento de cerrar filas en Podemos, en un momento en que la amalgama de movimientos que conforman este partido corría riesgo de centrifugarse. En efecto, el pacto in extremis entre Juntos por el Sí y la CUP en Cataluña privó a la confluencia catalanista de Podemos de ir a unas nuevas elecciones ante las que se frotaba las manos. Asimismo, Compromiso se marchaba por esas fechas al Grupo Mixto ante la imposibilidad de que Iglesias cumpliese su promesa de dotarles de grupo parlamentario propio. Es, en suma, el triunfo de la política espectáculo, la «efebocracia» de los sofistas del presente, por decirlo con Tomás García López.

Iván Vélez, en el segundo capítulo, Podemos: Leyenda Negra y federalcatolicismo, disecciona dos de las señas de identidad del partido morado. Por una parte, la adopción de la Leyenda Negra antiespañola. Así, su líder, Pablo Iglesias II, ha declarado en múltiples ocasiones que «la identidad España, para la izquierda, una vez que terminó la Guerra Civil está perdida». A su juicio, no sirve para hacer política en Cataluña, País Vasco o Galicia y es de derechas. Cuando esta negra percepción de España y lo español se proyecta sobre Hispanoamérica (como hicieron los cuadros dirigentes de Podemos cuando trabajaban para CEPS), surge el federal-indigenismo. La Hispanidad se resumiría en un genocidio a gran escala y por esto precisamente Ada Colau o Kichi manifestaron el 12 de octubre de 2015 que no había nada que celebrar y retuitetaron la etiqueta #ResistenciaIndigena desde sus cuentas oficiales.

Paralelamente, cuando la visión negrolegendaria se proyecta sobre la España peninsular, aparece el federal-catolicismo. Con otras palabras, la concepción de España como una cárcel de naciones y la defensa del derecho a la secesión (el mal llamado derecho a decidir, donde una parte decide por todos). España no sería una nación política, sino otro Estado plurinacional, al igual que las repúblicas bolivarianas, y los pueblos indígenas peninsulares serían en este caso los catalanes, los vascos, los gallegos, etc. Iván Vélez emplea el término «federal-catolicismo» para subrayar que la solución federal que plantea Podemos nació paradójicamente en los tiempos del nacional-catolicismo, auspiciada no por Moscú sino por el imperio norteamericano, cuyos dólares favorecieron a esa tercera vía entre el franquismo y el comunismo que simbolizaban los católicos liberales y regionalistas. Vélez concluye que Podemos es, mal que les pese, la quintaesencia del régimen del 78.

En Comprendiendo a Podemos, Santiago Armesilla esboza una genealogía intelectual de Podemos. La ideología que esgrime Pablo Iglesias II es fruto de un cóctel donde se mezclan antecedentes familiares, lecturas y vivencias. Armesilla se cuida de poner de relieve que la revolución o la ruptura que vendría con Podemos –y que sus enemigos acérrimos en la derecha (Esperanza Aguirre, Federico Jiménez Losantos, etc.) vaticinan- no es más que una apariencia falaz, porque la conexión ideológica más fuerte de Podemos no es con el comunismo sino con el populismo y la socialdemocracia y, en este sentido, les cuadraría el calificativo de socialfascistas. Veamos por qué.

En la Facultad de CC. Políticas y Sociología de la Universidad Complutense, Pablo Iglesias II se formó bajo el paraguas de Ludolfo Paramio, un socialdemócrata que pasó del guerrismo al zapaterismo y el Pensamiento Alicia. En su tesis doctoral, Iglesias consideraba a Zapatero un referente mundial de la izquierda y más de una vez se ha definido como socialdemócrata (nunca como comunista). De hecho, su abuelo, Manuel Iglesias, católico devoto y militante del PSOE, ya fue acusado durante la II República de socialfascista por anticomunista, «por repudiar todas las dictaduras, tanto las de sable como las de Partido». Pero lo más destacado es que su padre, Francisco Javier Iglesias, fue militante del FRAP, detenido, encarcelado y defendido por tres abogados socialdemócratas: Tierno Galván, Peces-Barba y «un oscuro pasante del despacho de Tierno» llamado José Bono.

Si el trasfondo biográfico-familiar del secretario general de Podemos es éste, su alimento filosófico lo constituye el postmarxismo, personificado en el politólogo argentino Ernesto Laclau, que a través del peronismo llegó a comprender a Gramsci, y cuya obra La razón populista es el libro de cabecera de Iglesias y Errejón (sin perjuicio de que al llegar al Congreso posaran con el libro Teoría del partisano de Carl Schmitt, el jurista nazi afincado en la España franquista que fascina a los líderes podemitas). Desde esta perspectiva, el horizonte es la «Europa de los pueblos», porque la escala de análisis de Pablo Iglesias II y de los postmarxistas no son las clases sociales ni las naciones políticas constituidas en Estados o Imperios (como en el comunismo o en el materialismo filosófico) sino simple y llanamente los pueblos: en América, las etnias indígenas; en España, los catalanes, los vascos, los gallegos, etc. Lo fundamental en política, siguiendo a Laclau, es «hacer o construir pueblo» (lo que no puede sino recordar al Volk alemán, otro punto de contacto con el socialfascismo). El pueblo no sería sino la «gente decente» –por decirlo con Monedero-, una gente oprimida por la casta a la que hay que movilizar apelando a la retórica y la emoción para dotarla de mayor «densidad democrática» (otro concepto del que gusta Monedero y que casa bien con su fundamentalismo democrático). Podemos, al igual que el 15M, recuerda –como señalara Gustavo Bueno- a los cátaros o albigenses medievales por su continua apelación a la pureza frente a la corrupción del resto (en especial, por descontado, del PP).

Finalmente, desde México, Ismael Carvallo cierra el libro con un texto que nos presenta la visión que tiene de Podemos desde el otro lado del océano. A su juicio, Podemos es la fase superior del régimen del 78, la expresión más acabada de un sistema en crisis en muchos aspectos: política, economía, educación… Pablo Iglesias II no es Chávez ni Fidel, sino un adolescente rebelde permanente que nunca se ha jugado la vida en una batalla, pero que se resiste a ponerse corbata al tiempo que habla de democracia, antiglobalización, ecologismo, más democracia, asambleísmo, feminismo y una larga rapsodia de «ismos» que conforman –por decirlo con Lenin- esa enfermedad infantil que es el «izquierdismo».

En resumidas cuentas, el lector se encuentra ante un opúsculo y cuatro autores en combate contra esa clase de corrupción no delictiva que es la corrupción ideológica que permea Podemos. Y que no está exenta de graves contradicciones; pues, por ejemplo, Pablo Iglesias II y los suyos critican a los opositores venezolanos por golpistas, por saltarse el orden constitucional bolivariano, y, sin embargo, en España no tienen empacho en aliarse con los neofeudalistas que llaman a la desobediencia civil y persiguen romper el orden establecido proclamando la independencia de ciertas partes formales de España. Los pactos con o contra Podemos tras las elecciones del 26J serán decisivos, porque, como resumió con rotundidad Alfonso Guerra, si el PSOE no se alía con Podemos, desaparecerá el PSOE; pero si se alía con Podemos, desaparecerá España. Lo que quizá muchos de los votantes de Unidos Podemos no calibran es que si el barco en el que vamos todos se hunde, con él se desvanecerá la posibilidad de realizar cualquier política, porque barco hundido no navega.

 

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