Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
[Pitágoras representado por Rafael en La escuela de Atenas, 1510-1512]
Referirse, en rigor, a la vida -y la obra- del filósofo y matemático griego Pitágoras, aconseja emplear el plural. Y hablar así, por ejemplo, de Vidas de Pitágoras{1}. Ocurre esto no sólo porque la escuela filosófica a la que dio nombre (y nombradía) un tal Pitágoras (que no fue Tales) suela incluirse entre las corrientes pluralistas en el pensamiento griego, diferenciándolas así de las monistas (la milesia, la obra de Heráclito, Parménides &c). Hay otros motivos. La persona de Pitágoras ha ido siempre unida a la leyenda del personaje; es decir, que «Pitágoras» fue, más que nada y que nadie, un rótulo que, como autor de una obra de pensamiento, apuntaba a un grupo o una comunidad más que a una persona en particular. No se trata de un caso único. Algo similar sucede con otros grandes prohombres de la Antigüedad; Homero, sin ir más lejos, ese poeta grandioso cuya mención remite unas veces a un nombre propio y otras, a un colectivo de escritores anónimos.
Avanzando unos cuantos siglos en adelante, dicha especulación intelectual sobre la auténtica personalidad de nombres muy ilustres nos llevaría igualmente al caso William Shakespeare, a saber, si fue éste el autor real de la obra completa shakesperiana o sólo parte de ella. Por todo lo cual resulta prudente en los estudios históricos y filosóficos, optar por términos como «pitagorismo» o «escuela pitagórica», en vez de Pitágoras, en singular, a la hora de examinar esta importante página de la filosofía y la ciencia.
De lo que sí disponemos fundada información es de la existencia en Crotona de una poderosa secta liderada por Pitágoras de Samos, quien gobernó aquélla ciudad, tanto en el plano material como espiritual, hasta que un brusco cambio político le obligó a huir del lugar. Los pitagóricos, conformaban, en efecto, una agrupación política, pero, al mismo tiempo, una secta religiosa, una escuela filosófica, una hermandad de sabios, unidos por un afán profundo de conocimiento, pero también de intervención en la praxis pública.
Pitágoras, tomado en la época como algo más que un filósofo, recibió la categoría de «hombre divino», un ser con superiores poderes de comprensión e interpretación de los supremos misterios de la naturaleza. No constituye, ciertamente, esta circunstancia una novedad en la historia de la filosofía, aunque lo cierto es que en el caso del pitagorismo adquirió unos rasgos extraordinarios, incluso excéntricos, pero de ninguna manera «desorbitados»; de hecho, sostenían que el orden del cosmos provenía de la razón matemática, la cual hacía posible que cada cosa (por ejemplo, un astro o una criatura viviente) estuviese en su lugar, siguiese ruta u órbita definidas por la ley universal que rige la totalidad.
Tales es considerado el primer filósofo de la historia, no porque sepamos con seguridad que no hubiese otros filósofos antes, sino porque vinieron otros más después (Gustavo Bueno). Sea como fuere, llevó a cabo, asimismo, principales tareas políticas y de orden práctico (ingeniería y urbanismo) en la ciudad de Mileto. Por otra parte, el impacto que tuvo el saber oriental (el chamanismo, el orfismo y otras doctrinas provenientes de las grandes civilizaciones de Persia, la India o China) sobre el incipiente racionalismo filosófico no fue algo excepcional en la escuela milesia ni en la pitagórica, sino que afectó a todos los sabios de la etapa arcaica y clásica, de mayor o menor manera. El mismo Platón, siglos más tarde, todavía se servía de figuras mitológicas y poéticas (el mito de la caverna es la más conocida) para dar forma a la teoría de las ideas que concibió; igualmente, su vocación política, teórica y práctica, es de sobras conocida. Pero, insisto, en el pitagorismo, todos estos aspectos adquieren una expresión mucho más elevada y marcada que en ninguna otra en la antigua Grecia.
[Pitágoras representado por José de Ribera (El Españoleto), circa 1630]
No sólo Pitágoras disfrutaba de atributos divinos. Los números también los poseían, representando cada uno de ellos fuerzas y entes identificables. El número 10 era tenido por sagrado. Los pitagóricos hablaban de la armonía celestial en el cosmos, percibido como un enorme «diapasón musical», que emite una música de las esferas. El célebre teorema de Pitágoras es sólo un resultado concreto, aunque celebérrimo, del gran impulso que le dieron al saber matemático. Por la misma razón interior de todas las cosas, al que se le sumó la creencia en la transmigración de las almas, se cuenta que en Crotona, bajo gobierno y mandato pitagórico, el consumo de determinados alimentos estaba proscrito (verbigracia, las habas), así como el tránsito por determinadas calles, al entender que servían como medio o vía para la circulación de las ánimas.
La historia documentada del pitagorismo ha convivido desde siglos con la leyenda. También con la invención y la farsa sobre este hombre y este nombre que ejemplifican buena parte de la gesta, el gran paso, que dio la humanidad desde el imperio mental del Mito al dominio intelectual del Logos. Una travesía que tuvo más de lenta transición que de súbita ruptura con el pasado.
Nota
{1} David Hernández de la Fuente, Vidas de Pitágoras, Atalanta, Gerona, 2011, 438 páginas