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El Catoblepas, número 170, abril 2016
  El Catoblepasnúmero 170 • abril 2016 • página 11
Artículos

Argumentos y razonamientos

Pedro Espejo-Saavedra Roca

Se delimita esquemáticamente la Semiótica como la disciplina filosófica que estudia el lenguaje y que conlleva una historia filosófica de la filosofía.

El presente trabajo tiene un carácter meramente exploratorio y trata de responder a la pregunta ¿qué es lenguaje? No trata de responderla de manera directa lo que supondría un sistema filosófico bien establecido. Y aunque sin abandonar el carácter sistemático de cualquier filosofía se enfrenta al tema de manera indirecta respondiendo ¿qué cosas tienen que ver con el lenguaje?, y ¿cómo organizarlas? Planteadas así las cosas parece que el lenguaje lo recubre todo. Pero es evidente por otra parte, que todo no es lenguaje.

Podríamos plantear la tesis: El lenguaje es lo que significa. Pero qué es significar. Parece que significar hace referencia sólo al significado. Pero hoy sabemos a partir de Sassure que también debemos tener en cuenta el significante. Pero me parece que la definición de significante como imagen acústica y la de significado como concepto es presa de una epistemología psicológica deficitaria. La idea central que debería sostener todo mi trabajo sería una definición puramente operacional de la distinción significante/ significado. No lo voy a abordarla, se queda como una intuición sin justificar. Supongamos que existe tal definición. Con una definición de este tipo parecería fácil integrar las tres dimensiones fundamentales del lenguaje: sintáctica, semántica y pragmática. Serían simplemente diferentes escalas operatorias -entre los signos, entre los objetos y entre los sujetos respectivamente- de los objetos con respecto al sujeto operatorio que utiliza el lenguaje.

Estas operaciones son evidentemente humanas. Aquí es importante establecer una hipótesis de trabajo determinada por una precisión terminológica. Cuando hablamos de lenguaje nos referimos al lenguaje escrito en la medida que tiene una mayor potencia analítica que cualquier otro sistema de signos aun a pesar de que hoy en día existe multitud de medios que permiten fijar el lenguaje hablado en diferentes soportes. En el fondo me parece que el carácter superficial de la hoja de papel que implica una superficie plana junto con el discurso escrito, envuelve cualquier otro tipo de signos, es capaz de reducirlos a sus leyes. Incluso la de aquellos signos que parecerían tener aparentemente una mayor complejidad material como por ejemplo el signo cinematográfico. Es evidente por otra parte que para significar ciertas cosas unos sistemas de signos pueden ser más adecuados que otros, pensemos por ejemplo en el sistema de signos que regulan el tráfico de vehículos. En general cuando hablemos de lenguaje nos referiremos a partir de ahora y en la mayoría de los casos al lenguaje escrito de palabras.

En general cualquier tipo de lenguaje sirve para organizar la cooperación de los individuos que participan en la comunicación de los signos que componen ese lenguaje. Empezamos a ver aquí la importancia que puede jugar la teoría de la argumentación para aclarar la naturaleza del lenguaje como una característica específica de la especie humana que se desarrolla en continuidad con los homínidos pre-humanos y con el resto de los animales.

Desde esta perspectiva es claro que el lenguaje sólo puede ser abordado por la filosofía, y esto significa establecer aunque sea mínimamente un esquema filosófico en el que situar el estudio del lenguaje dentro de las disciplinas filosóficas nucleares. Parto de la base de tres disciplinas filosóficas fundamentales: Antropología (filosófica), Filosofía Especulativa y Filosofía práctica. Y propongo que la Semiótica es parte de la Filosofía Especulativa, aunque estas disciplinas permanecen conectadas de forma muy variada en el sistema filosófico que conforman. Es evidente, por otro lado, que cualquier filosofía es construida fundamentalmente con palabras escritas, pero temáticamente el lenguaje es abordado solamente por la Filosofía Especulativa, en tanto que en la Antropología el lenguaje actúa de mediador entre el hombre y los materiales antropológicos -pudiéndose considerar a los documentos escritos como material antropológico de primera magnitud, ya que diferencia la prehistoria de la historia, y por tanto el campo de la Etnología y la Historia, de cuya fractura surge la Filosofía como institución en la Grecia clásica-, y en la Filosofía Práctica el lenguaje abre la realidad trascendental distributiva del Hombre, de cada hombre, al Mundo, siendo éste el eje del plano trascendental atributivo en qué consiste la Filosofía Especulativa. Se nos plantea ahora cómo se organiza la Filosofía Especulativa.

Según el Filósofo, las palabras son signos de los conceptos, y los conceptos son representaciones de las cosas. Así se puede observar cómo las palabras se pronuncian para dar significado a las cosas a través de la concepción del entendimiento. Así pues, lo que puede ser conocido por nosotros por el entendimiento, puede recibir nombre por nuestra parte.(1)

La interpretación común que se suele dar a esta tricotomía es que las palabras median entre los conceptos y las cosas. Es desde luego una interpretación psicológica que en la filosofía de Santo Tomás encaja muy bien con el orden de los seres desde Dios a la materia inanimada, si recorremos esta escala en orden descendente. Este estrategia pertenece de lleno a la onto-teología que es una tradición que se remonta a Aristóteles y llega hasta Hegel, a partir del cual entra en crisis dando lugar a lo llamaríamos postmodernidad. Considerando la característica más importante de esta época filosófica -sobre esto volveros más adelante- la sustitución de la Ontología como cúspide de un sistema filosófico por la Antropología. Esto se aleja aunque no queda completamente desconectado con la idea común de postmodernidad como la crisis de los grandes relatos, característico del pensamiento italo-francés de los años 80 del siglo XX. (2)

Si interpretamos la idea de entendimiento en la órbita del entendimiento agente de Averroes, podemos deslizar la terna conceptos, palabras y cosas como tres modos distintos de organizar el plano de la Filosofía Especulativa. Estos modos se entrelazarían entre sí cubriendo todo el plano especulativo a la manera como las diferentes tramas de una costura conforman una tela o tejido. Este tejido establecería la unidad atributiva del Mundo de tres maneras distintas: atendiendo a la diversidad -el mundo se conformaría a partir de totalidades finitas y limitadas-, a la pluralidad -a partir de totalidades infinitas y limitadas- y a la multiplicidad -totalidades finitas e ilimitadas-. Estas tramas manifestarían sendos principios de symploké como carácter esencial de toda organización atributiva del Mundo. Tendríamos así la symploké categorial, la symploké hermenéutica y la symploké gnoseológica. Por supuesto la symploké hermenéutica se correspondería con la Semiótica. Presentamos este esquema en la siguiente tabla:

COSTURA DE LA FILOSOFÍA ESPECULATIVA

Especulación de

Tipo de symploké

Propiedad de la trama

los conceptos

categorial

diversidad

las palabras

hermenéutica

pluralidad

las cosas

gnoseológica

multiplicidad

Por lo que llevamos dicho parece natural descartar la expresión «Filosofía del lenguaje» por confusa, ya que «el lenguaje» como idea pertenece al núcleo de cualquier sistema filosófico que pretenda presentarse como tal. No cabe tratarlo como una disciplina filosófica temática como podría serlo la «Filosofía de la coquetería» (3). Del mismo modo que sería inapropiado hablar de «Filosofía del ente» en vez de hablar de «Ontología». Otra cosa muy distinta sería utilizar la expresión «Filosofía de la Lingüística» ya que aquí estaríamos tratando con una ciencia histórica bien delimitada, del que la Filosofía puede y debe nutrirse como saber de segundo grado que es. Sobre este carácter secundario de la Filosofía con respecto a los demás saberes diremos algo más cuando hablemos de la Sofística.

Relacionado con esto me interesa señalar que desde las coordenadas filosóficas que estoy tratando desarrollar, tampoco caben disciplinas filosóficas ajenas a su pertenencia a un sistema filosófico determinado. A pesar de las disciplinas temáticas de las que hablamos antes. Estas se desarrollan siempre a partir de un sistema filosófico concreto. Independientemente de que los desarrollos de una misma disciplina temática desde las coordenadas de dos sistemas filosóficos distintos deban aglutinar la misma temática lo que se reflejará en una gran cantidad de ideas comunes, pero que en su composición y valoración diferirán completamente. Además el establecimiento de un sistema se hace críticamente respecto a sus adversarios. Pongamos por caso desde una teología materialista que niega la idea de Dios, por ejemplo, como ateísmo esencial hasta una configuración teológica teísta. O valorando todo el sistema filosófico no es lo mismo una «Filosofía de la coquetería», por seguir con el ejemplo, desde coordenadas materialistas que idealistas.

La tesis que proponemos es que la «teoría» de la argumentación no es parte de la Lógica -que entiendo en un sentido muy restrictivo relacionado con el uso algebraico de los signos- ya sea formal o informal, sino de la Semiótica que como hemos visto es una disciplina estrictamente y nuclearmente filosófica que se encarga del estudio de los signos dentro del marco de la Filosofía Especulativa. Esta idea no es desde luego descabellada, ya que las consecuencias ontológicas del lenguaje ya fueron advertidas por Aristóteles, más allá de la consideración del lenguaje como una realidad corpórea cosa que, por otro lado, ha resaltado muy bien la filosofía de Derrida, especialmente en su libro De la Gramatología.

Aristóteles se sitúa en la perspectiva de una ontología antrópica, que considera las cosas, pero no tomadas en una supuesta realidad absoluta, sino tal y como son delimitadas a escala de los sujetos operatorios que las conceptualizan. Y es aquí en donde el nombre (el significante) alcanza todo su valor, porque deja de ser un mero nombre en suposición material (ya sea a título de signo mención, ya sea a título de signo patrón, que corresponde a la «imagen acústica» de Saussure) para convertirse en una voz significativa, es decir, en un nombre tomado en suposición formal; por tanto, involucrando al concepto de la cosa por él aludida.
(...)
Más aún: cuando Candel traduce ousia por entidad, en lugar de la traducción habitual por sustancia («...el correspondiente enunciado de la entidad es distinto...»), desbarata toda la doctrina de Aristóteles sobre la predicación, escogiendo además un término (entidad) que también se aplica a los accidentes. Y el desconocimiento de la estructura de la predicación de la lógica aristotélica y de su perspectiva ontológica le lleva a dar pasos en falso e irreversibles.
(...)
traduciendo zôion por 'vivo' y no por animal al hablar de los sinónimos (como si 'animal' que se predica de hombre y buey, en el ejemplo de Aristóteles, no fuera precisamente un género próximo, frente a 'vivo', que es género remoto y supremo, con lo cual perdemos la fuerza de la sinonimia). Desde la perspectiva habitual de un lingüista debe resultar demasiado fuerte reconocer a 'buey' y a 'hombre' como sinónimos. Por ello la raíz de este paso en falso del traductor la seguiríamos poniendo en la supuesta perspectiva lingüística desde la cual se está leyendo a Aristóteles, una perspectiva que no quiere ser ontológica, pero que, sin embargo, está siendo sustituida por una ontología implícita sustancialista atribuida ingenuamente a Aristóteles, y de la cual pretendería desmarcarse del Filósofo. Es esta pretensión de «desconexión ontológica» de la semántica lingüística lo que hace caer a tantos lingüistas, desde Saussure, en la consideración de los significantes lingüísticos como si tuvieran una conexión externa o arbitraria con los significados, cuando lo que ocurre es que los significantes, en suposición formal, están ya internamente vinculados a las cosas significadas, a través de los conceptos, y no por relaciones exentas («naturales») -aquí poco tiene que ver la problemática del Cratilo- sino por el contexto de relaciones con el sistema de cosas y significaciones que en cada caso se tienen entre manos. (4)

Vamos primero a tratar de aproximarnos a una concepción de la Lógica mediante una crítica, por confusas, de las denominaciones Lógica formal y Lógica informal. Además vamos hacer algunas consideraciones epistemológicas sobre la Lógica a la que no vamos a considerar como una ciencia, a pesar de su evidente rigor deductivo, que luego nos van a ser muy útiles para profundizar en la idea de argumentación y en su papel fundamental en el establecimiento de la Semiótica.

El calificativo de «informal» me parece que hace referencia a la falta de rigor algebraico que posee la Lógica informal, en este caso los saberes relativos a la argumentación, frente a la Lógica formal y su estructura de pluralidad de cálculos. Es evidente que el carácter de cálculo algebraico es esencial para la delimitación de la Lógica.

El sistema formal (acaso mejor: los sistemas formales) así constituidos alcanzaron el privilegio propio de un metro (espacial) intersubjetivo en una cultura dada; su fecundidad estriba precisamente en la desconexión semántica que las fórmulas algebraicas comportan (desconexión que no es, en cualquier caso, absoluta, puesto que los símbolos lógicos siguen siendo ellos mismos figuras corpóreas, espaciales, etc., etc.). La Lógica formal es la representación (o proyección) de la operatividad lógica en el marco de un espacio bidimensional dotado de una autonomía y capacidad de coordinación muy grandes, pero no totales; la Lógica formal no garantiza que todos los demás procesos operatorios, incluso los espaciales, tengan que ser coordinables (o mensurados) por ellos. (5)

Pero esa desconexión semántica, e incluso por qué no decir sintáctica y pragmática -aunque sólo sea parcial-, en los argumentos es imposible. O dicho de otro modo la variabilidad de los textos y contextos argumentativos no se puede «formalizar». Sólo cabe un estudio filosófico de los mismos. Sobre esto volveremos cuando critiquemos la concepción trascendental del mundo de la vida de Jürgen Habermas. Y este estudio hará uso por supuesto de la Lógica como herramienta imprescindible. Por otra parte presentadas así las cosas, parece que no hay una distinción muy clara entre las Matemáticas y lo que actualmente se llama Lógica. ¿Cuál es el lugar de la Lógica?

La Lógica formal constituye un sistema categorial, un proceso que ha logrado un «cierre categorial» y, con ello, la situación de una ciencia positiva. (6)

Parece natural para salvaguardar la autonomía de los distintos saberes que exista un proceso de cierre categorial. Este cierre es imprescindible para establecer el rigor de cualquier saber, su esencia constructiva y de ahí su relación con su particular idea de verdad, consistencia. Por tanto esta idea de «cierre categorial» es una condición necesaria para el establecimiento de una ciencia, y en general de cualquier saber, pero no suficiente. Así por ejemplo las ciencias necesitan además la presencia de la idea de medida, cosa que no incorpora la Lógica, precisamente por su carácter esencialmente algebraico. Por otra parte puede haber ciencias que no sean tan rigurosas, «deductivas» como la Lógica, como puede ser el caso de la Historia y las Lingüísticas que si incorporan la medida de sus hipótesis a través de la existencia y catalogación de reliquias o documentos. Por otra parte hay saberes que incorporan la medida y sin embargo no son ciencias como pueden ser el caso de las ingenierías. Nadie duda del rigor con que se diseña por ejemplo, un avión, y sin embargo a pesar de su íntima relación con la Ciencia Física, me parece que son saberes completamente distintos. Y esto no es una cuestión meramente de división del trabajo debido a la extensión de dichos saberes sino que pertenece a su diferente carácter epistemológico.

Simplemente voy a inventariar los saberes que me parecen fundamentales, cosa que habría que justificar detalladamente pero que, por supuesto cae fuera del alcance del presente trabajo:

Los saberes presentados en la anterior figura se deben entender en un sentido sistemático, es decir, aparte de que constituyan distintos géneros de saber también deben ser interpretados como dimensiones inseparables de toda idea. Se podría decir que el cierre del saber se hace sólo sobre esta dimensión característica con lo que ningún saber por tanto podrá pretender abarcar todo el espectro sapiencial. Incluso la filosofía a pesar de ser un saber de segundo grado y de que se ocupa de las ideas en tanto pertenecen a los distintos saberes permanece dentro de su determinación epistemológica. Aunque esta clasificación que pretende explicar precisamente esta intrínseca limitación de los saberes es ella misma filosófica y sólo puede ser tal.

Estos diferentes saberes están en la base de la unidad genérica de la Sofística, pero para ello me parece importante establecer la distinción entre saber y disciplina de ese saber que además se relaciona de modo indirecto con la distinción entre argumento y razonamiento como luego veremos.

Defino disciplina como la expresión escrita (superficial) de un saber bien construido o de una parcela bien delimitada del mismo en tanto en cuanto se pretende otorgar a ese saber un rigor deductivo, es decir, cierto carácter trascendental o filosófico si se nos permite hablar así. Es evidente que existe una retroalimentación entre los saberes y las disciplinas y que esta retroalimentación es uno de los fundamentos entre otras cosas de la problemática de la pedagogía de dichos saberes a través de sus respectivas disciplinas. Esta distinción está en la base de la distinción entre un manual y un tratado. Mientras el manual pretende mostrar el saber a costa de perder rigor deductivo, el tratado se aleja un poco del saber para alcanzar un mayor rigor deductivo y así acercarse a la Filosofía de ese saber o de esa parcela bien delimitada.

Vamos ahora a precisar un poco más el estatuto de la Lógica. El camino que voy a tomar es la aclaración del significado de la distinción de materia/forma a aplicado a este saber.

Pero la Lógica formal no agota la totalidad de la Lógica. Además, de la Lógica formal, hay una lógica material, que no es mera aplicación o interpretación de la lógica formal a los campos materiales específicos (aritméticos, jurídicos, teológicos). Hay contenidos lógicos en los diferentes campos materiales que no quedan recogidos en la lógica formal, y esto debido a que la lógica formal, lejos de ser una lógica pura o trascendental, ha de atenerse a la lógica inherente a la materialidad de los símbolos gráficos. (...) El desarrollo filosófico de las ideas lógicas que pueden abrirse camino al margen de la lógica formal (pero también a través de ella), corresponde a lo que podría llamarse «lógica (material) filosófica». (7)

El contenido de esta Lógica material, según el materialismo filosófico, se referiría entre otras cosas a la teoría de los todos y las partes. Pero dejando de lado la precisión de su contenido, lo que me interesa resaltar es su carácter estrictamente filosófico. Nosotros sin embargo, hemos supuesto que la Lógica a pesar de estar estrechamente relacionada con la Filosofía -es también un saber teórico- la consideramos un saber distinto epistemológicamente. Por eso interpretamos la expresión «inherente a la materialidad de los símbolos gráficos» como un indicativo, aceptando su carácter filosófico, de que estamos tratando con la Semiótica y no con la Lógica -y adelantando resultados de la materia del significante-. Por eso en vez de llamarla Lógica material la denominaríamos Toposofía, empleando el sufijo «sofía» para resaltar su carácter filosófico en tanto distinto del científico o del lógico por ejemplo.

Para preciar esta idea vamos a recurrir a la Lingüística en sus aspectos que me parecen más relevantes para la Semiótica como es el de la doble articulación. Voy a usar una cita un poco extensa pero que creo que refleja muy bien este aspecto del lenguaje. Además esto supone en cierto modo el reconocimiento de que la ciencia Lingüística tiene una importancia fundamental en la Semiótica a pesar de que son dos saberes muy distintos: la primera pertenece a los saberes históricos y la segunda es una parte imprescindible de cualquier sistema filosófico como ya hemos dicho.

... la naturaleza de los signos consiste no precisamente (como podría creerse a primera vista) en favorecer la comunicación sino, más profundamente, en permitir distinguir entre elementos diferentes. Sin la posibilidad de crear distinciones entre elementos de la expresión [significante] y elementos del contenido [significado], probablemente no existiría ni siquiera comunicación. Hay que aclarar ahora este punto afrontando una clásica dicotomía semiótica (pero, históricamente, sobre todo lingüística, si tomamos en consideración las teorías de Saussure y de Hjelmslev), que es la que existe entre forma y sustancia del signo lingüístico.

Imaginemos la expresión concreta de las lenguas verbales, que es fónico-acústica. Desde el punto de vista estrictamente físico, está constituida por toda la gama de sonidos que el aparato fonador humano es capaz de producir y que el aparato auditivo es capaz de percibir; estos sonidos están dotados de diversas características que físicamente se pueden describir (frecuencia, amplitud, timbre, etc.). Este material fónico, en lo que se refiere al aspecto físico amorfo, constituye la sustancia de la expresión de las lenguas verbales. Sin embargo, las lenguas verbales no lo utilizan amorfo, como es en principio. En español, por ejemplo, la porción de sustancia fónica que hay entre la [a] y la [e] se divide en segmentos diferentes: no podemos confundir la pronunciación [kaso] con [keso], ni [paso] con [peso]... Desde este punto de vista, podemos decir que el español articula la parte de la sustancia fónica que está entre [a] y [e] en dos áreas diferentes:

[a] ≈ [e]

En árabe, en cambio, esta misma porción de sustancia fónica no tiene el mismo tratamiento: podemos pronunciar indistintamente [kita:b] y [kitε:b]; la diferencia fónica de sustancia fónica que existe en español no se reconoce en árabe. Comparando las dos lenguas desde este punto de vista, podemos entonces trazar el esquema siguiente:

español

a

e

árabe

a, ε

... cada una de las dos lenguas forma de manera distinta la misma porción de sustancia fónica, o también que la misma sustancia tiene forma distinta en cada una de las dos lenguas.

(...)

La misma distinción entre forma y sustancia vale también para el plano del contenido. La sustancia del contenido está constituida por la totalidad de los significados pensables (una realidad más bien huidiza, como vemos por esta definición) y la forma del contenido, por la manera en la que esta sustancia se forma(o, como hemos dicho anteriormente, se segmenta en porciones).

(...)

Según algunos lingüistas clásicos (concretamente Saussure y Hjelmslev), las lenguas están caracterizadas más por su forma que por su sustancia. Más aún, Saussure dice que las lenguas «son forma, no sustancia». No podemos entrar aquí en este delicado problema teórico. Bastará con hacer ver que esta afirmación probablemente deba ser limitada. Mientras algunos códigos pueden sufrir sin alteración, incluso drástica, de una sustancia por otra, para otros eso no es posible. Por ejemplo, el simple código luminoso que señala la cantidad de gasolina en un depósito puede ser sustituido, modificando su sustancia, por un código numérico; pero para las lenguas verbales eso no parece posible que sea posible: la cantidad de distinciones y de matices que se pueden obtener dando forma a la sustancia fónio-acústica no se puede sustituir, por ejemplo, por una sustancia gestual (mímico-visual), y ni siquiera por la más típica de sus sustancias sustitutivas, o sea la escritura.

Visto así, el problema parece más atenuado: si las lenguas se caracterizan fuertemente por su forma, también su sustancia contribuye al pleno desarrollo de sus potencialidades semióticas, o, por usar un término más intuitivo, de su flexibilidad. En cierta medida, la sustancia (esa sustancia) de las lenguas contribuye a su pleno funcionamiento. (8)

Nos apegamos a los lenguajes mismos, y conceptuamos la doble articulación del lenguaje por el cruce de dos pares de términos significante y significado por un lado y materia forma por otro. Estableceríamos así que cada lengua sería una forma de lenguaje con su forma significante y su forma significado -esto es lo que aclara de manera inequívoca la cita de Simone- que permitiría por otro lado la posibilidad de traducción de unas lenguas a otras, y no sólo de los significados sino también de los significantes. La Lógica, en cambio, sería transversal a la misma clasificación de las lenguas -que no sería desde luego una clasificación porfiriana sino más bien plotiniana, que en este caso es además histórica- y negaría o disolvería tales formas -aunque dependiente de ellas- en la materia de unos cálculos algebraicos exclusivamente dependientes del significado, mientras que la materia del significante quedaría asumida por la Filosofía, en este caso por la Toposofía. Según el materialismo filosófico uno de los contenidos de esta disciplina sería la teoría de los todos y las partes. Pero dejando de lado este contenido cuya organización y en cierta medida su propio contenido dependería en definitiva de cada sistema filosófico y de la crítica entre ellos, podemos representar esta situación del siguiente modo:

A este enfoque que podríamos denominar inmanente del lenguaje, que constituiría la Gramática, en la tradición de la Gramática especulativa medieval, se nutriría, según nuestra interpretación, de un saber teórico: la Lógica; una ciencia histórica: la Lingüística; y un saber filosófico: la Toposofía. Y hacemos recaer en esta heterogeneidad la dificultad de una concepción bien delineada de la Semiótica. Lo que nos lleva a plantear: ¿cuántas partes tiene la Semiótica y cómo se organizarían? Veamos la interpretación de C. S. Peirce sobre este asunto, aunque él llama Lógica a lo que nosotros denominamos Semiótica:

...se puede, pues, decir que la «lógica» [semiótica], en su conjunto, tiene tres ramas: «1. Gramática especulativa o teoría general sobre la naturaleza y significado de los signos, sean iconos, indicios o símbolos; 2. Crítica, que clasifica argumentos y determina la validez y grado de fuerza de cada especie; 3. Metódica, que estudia los métodos que se sigue en la investigación, exposición y aplicación de la verdad. Cada división depende de aquella que le precede». (Collected Papers, I, 191) (9)

Vemos que la Gramática tal como la venimos definiendo no cubre toda la variedad de fenómenos que propone Peirce. Debemos por tanto regresar a una definición lo suficientemente general de lenguaje que no nos deje fuera ningún aspecto del mismo. Para ello parece natural retrotraerse a la actividad teleológica sobre todo de los animales y ver que en su conducta ellos también utilizan distintos tipos de signos y por tanto de lenguaje.

Aún así la distancia que separa al lenguaje de los animales y al lenguaje escrito subsumido en la historia humana parece insalvable al menos de momento. Podemos aventurar que la principal función del lenguaje es coordinar las acciones de varios individuos, en este caso humanos, ante las más diversas situaciones. Parece necesario entonces diferenciar entre situación y acción, y postular que la acción es una consecuencia propositiva del establecimiento de la acción. Es por otro lado evidente que esta distinción no es tan tajante en la conducta de los hombres, ya que muchas veces el establecimiento de la situación se debe a ciertas acciones previas. Por otra parte todo fin es consecuencia de la extrapolación de un plan basado en planes anteriores en el que se valoran los resultados observados. Pero a efectos de establecer una fórmula que condense todo tipo de argumentaciones podemos establecer una proposición de la situación (Psituación) y una proposición de la acción ante esa situación (Pacción). Además como se trata de un fenómeno coordinativo es evidente que se tiene que poder criticar una determinada implicación de una situación a una acción establecida a partir de la primera. Esto se puede hacer mediante una proposición mediadora (Pmediadora). Esta mediación llevará a la formulación de una nueva implicación estableciéndose un proceso recursivo en el que no necesariamente se tiene que hacer explícitos todos los elementos que estamos proponiendo. Si formulamos estas ideas en una línea que trata de mantenerse dentro del carácter lineal y discursivo del lenguaje tendríamos:

Esta fórmula sería un esquema que los participantes en la coordinación de la acción van construyendo de manera fundamentalmente secuencial. De tal manera que un participante formula la implicación i y un interlocutor propone una mediación ya sea modificando la situación o la acción o la implicación de ambos o todo el conjunto. Esto supone una transformación del uso a la mención de la implicación, esto viene representado por los paréntesis. Ahora bien el argumento siempre permanece anclado al mundus aspectabilis, por lo que no tiene sentido establecer una escala indefinida de metalenguajes incluyentes unos dentro de otros. Esto viene además impedido por el estatuto de la filosofía principalmente en sus aspectos de saber crítico y disciplinar, lo cual se tratará más adelante.

...la historia de las ciencias humanas sería de esta manera, en cierto sentido, una diacronía de metalenguajes, y cada ciencia, incluida por supuesto, la semiología, contendría su propia muerte, bajo la forma del lenguaje que la hablara. (10)

Puede darse el caso de que el interlocutor sin mediación pase a la formulación de la implicación i+1, o puede que esta sea propuesta por el iniciador de la argumentación en respuesta a Pmediación, la mediación contextual. Esto supone además un paso de la mención al uso al incorporarse la implicación i+1 como inicio de un nuevo ciclo de la argumentación. En fin las posibilidades casuísticas de la fórmula son amplias pero no infinitas. Más adelante diremos algo más sobre esto.

Estamos muy lejos de la concepción demasiado indefinida de los actos de habla que John Searle establece en su libro Actos de habla, aunque evidentemente planteamos la fórmula anterior como la regla esencial del lenguaje: coordinar la acción de los interlocutores.

La hipótesis de este libro es, entonces, que hablar un lenguaje es participar en una forma de conducta gobernada por reglas. Dicho más brevemente: hablar consiste en realizar actos conforme a reglas. (11)

Este esquematismo se podría hacerse coincidir muy bien con el modelo dialógico de lenguaje de Karl Buhler:

Zeichen
Sender
Ausdruck
Appell
Empfänger
Darstellung
Gegenstände
Sachverhalte

SIGNO
EMISOR
FUNCIÓN EXPRESIVA
FUNCIÓN APELATIVA
RECEPTOR
FUNCIÓN REPRESENTATIVA
OBJETO
ESTADOS DE COSAS (objetivo)(12)

Este esquema de Buhler me parece muy interesante porque pone de manifiesto en cierto modo el principio: El lenguaje es lo que significa. Veamos como lo interpreta Jürgen Habermas.

Este esquema del empleo de signos resulta útil cuando se lo abstrae del contexto en que nació, es decir, del contexto de una determinada psicología del lenguaje, se amplía el planteamiento semiótico y se da a las mencionadas funciones una interpretación más ancha. Entonces, del diagrama de Bühler se obtiene la tesis general de que el lenguaje representa un medio -Bühler hablaba de un modelo de lenguaje como órgano-, que cumple a la vez tres funciones distintas pero internamente asociadas entre sí. Las expresiones empleadas comunicativamente sirven para dar expresión a las intenciones (o vivencias) de un hablante, para exponer estados de cosas (o algo que en el mundo sale al encuentro del hablante) y para entablar relaciones con un destinatario. En ello se reflejan los tres aspectos del entender/se/con alguien/sobre algo. (13)

En la interpretación que nosotros hacemos hemos ampliado aún más la interpretación de Habermas ya que incluimos la idea de fin o actividad teleológica coordinadora de la acción en la definición de lenguaje. Aquí el objeto -la fórmula y la conversación de los interlocutores- permanece en un plano distinto a la realidad de la ejecución efectiva de la acción del estado de cosas. Porque no nos interesa al menos de manera directa tanto la realidad de la argumentación como la realidad lingüística de la misma, aunque ambas están estrechamente entrelazadas. Lo que buscamos es el análisis semiótico de la formula más que la coordinación real de las conductas de los individuos. El problema es que al dar la interpretación semiótica a la fórmula parece que la casuística ha pasado a ser inabordable. Este mismo problema se le presenta a Habermas al postular un saber de fondo.

La carga de hacer plausibles las pretensiones de validez, la asume prima facie un saber concomitante que no tematizamos, un saber de primer plano relativamente superficial, en que los participantes se apoyan en forma de presupuestos pragmáticos y semánticos. Se trata, ante todo, de un saber que: a) constituye un saber referido a la situación, y b) constituye un saber contextual dependiente de los temas que se suscitan en cada caso.
(...)
En este aspecto el saber horizonte relativo a la situación y el saber contextual dependiente de los temas se distingue de c) del saber de fondo constitutivo del mundo de la vida. Éste se halla sujeto a condiciones de tematización distintas. No puede traerse intencionalmente a la conciencia del mismo modo que los anteriores y constituye una capa profunda de saber atemático, en la que tiene sus raíces el saber contextual y el saber horizonte, los cuales son siempre saberes, por así decirlo, de primer plano. (14)

Pero este saber de fondo constitutivo del mundo de la vida no existe. El mundus aspectabilis -por utilizar una expresión de Wolff- no puede sistematizarse por una única disciplina filosófica. La inconmensurabilidad de los distintos saberes entre sí y dentro de cada uno de ellos, se traslada a la Filosofía. De ahí la necesidad de establecer varias disciplinas nucleares que sin embargo están cohesionadas en un espacio filosófico y esta es me parece una de las principales funciones de la disciplina que antes hemos llamado Toposofía. Aquí no estaría de más recordar la idea de juegos del lenguaje de Wittgenstein sin caer por otro lado en un relativismo radical. Aunque esto es una cuestión de crítica filosófica.

En vez de indicar algo que sea común a todo lo que llamamos lenguaje, digo que no hay nada en absoluto común a esos fenómenos por lo cual empleamos la misma palabra para todos -sino que están emparentados entre sí de muchas maneras diferentes. Y a causa de este parentesco, o de estos parentescos, los llamamos a todos «lenguaje». Intentaré aclarar esto.
Considera, por ejemplo, los procesos que llamamos «juegos» (...) ¿Qué hay de común en todos ellos?...Podemos ver cómo los parecidos surgen y desaparecen (...)
Y el resultado de este examen reza así: Vemos una complicada red de parecidos que se superponen y entrecruzan. Parecidos a gran escala y en detalle.
(...)
Pero si alguien quisiera decir: «Así pues, hay algo común a todas estas construcciones -a saber la disyunción de todas estas propiedades comunes»- yo le respondería: aquí sólo juegas con las palabras. (15)

Para no caer en un relativismo lingüístico es muy interesante la distinción que establece Habermas entre saber horizonte referido a la situación y saber contextual referido a los temas. En definitiva la Semiótica se inclina más por el segundo, en tanto que teoría de los signos, mientras que el saber horizonte referido a la situación es abordado más por la Sociología y por el tratamiento de las instituciones que lleva a cabo la Antropología dentro de la Filosofía. Estamos tratando de ser fieles al propósito de mantener a la Semiótica del lado de la Filosofía Especulativa. Aunque es evidente que en una situación real, por ejemplo de interacción de dos ciudadanos ambos aspectos son inseparables. Por eso quizás la situación más adecuada para analizar la fórmula propuesta sea la de los niños que han aprendido a hablar recientemente y que empiezan a interactuar con sus padres mediante el lenguaje. Por un lado el carácter situacional es sencillo y el saber contextual de los temas también, aunque ambos aspectos siguen estando implicados. A medida que se complican, la diversidad institucional tiende a la especialización laboral y política, y la diversidad temática a establecerse como saberes autónomos pero ambos aspectos son todavía más decisivos entre sí.

Según Emeren la argumentación tiene cuatro propiedades teóricas fundamentales que él denomina: funcionalización, socialización, externalización y dialectificación.

...en primer lugar, un complejo acto comunicativo, que se realiza a través de la realización funcional de movimientos comunicativos verbales (y a veces no-verbales). En la teoría pragma-dialéctica, esta característica conduce a la adopción del principio meta-teórico de «funcionalización», que sirve como punto de partida metodológico para mostrar cómo se elabora un explicación teórica. (16)

Según nuestro planteamiento esto se correspondería con la propia fórmula que hemos propuesto para definir la argumentación. Ahora, sin embargo, la finalidad no es salvar una diferencia de opinión sino coordinar una acción. Esto lo ampliaremos cuando hablemos más adelante de la idea de mundo de la vida en Habermas.

En segundo lugar, más que ser un monólogo unidireccional, la argumentación es un acto complejo de interacción dirigido a suscitar respuestas en las personas a las que se dirige. Esto hace que la argumentación sea parte de un diálogo, donde pueden ser explícita, como en el caso de la argumentación que se desarrolla en un debate, o implícita, como en el caso de la argumentación que se destina a una audiencia o a un público de lectores que no responden directamente o que no están físicamente presentes. El principio meta-teórico en este caso es la «socialización». (16)

Nosotros hemos pretendido mantener el carácter dialógico en la directriz de la fórmula a la que se refieren los participantes en la argumentación. Pero no nos interesan tanto las condiciones ya sean explícitas o implícitas del diálogo, sino la tematización del mismo que es el paso previo para el análisis argumental, que es lo que consideramos lo característico de la Semiótica.

En tercer lugar, más que ser sólo un acto expresivo o un libre fluir de las ideas, argumentar implica presentar proposiciones de una manera que permita crear compromisos de los cuales uno pueda considerarse responsable. El principio meta-teórico que, desde una aproximación metodológica, se relaciona con esta responsabilidad es la «externalización» -en este caso de los compromisos-. (16)

La «externalización» viene marcada, desde nuestro punto de vista, en la propia acción coordinativa de la acción ante la misma situación en que se hallan los participantes. La propia actividad teleológica compartida conlleva la responsabilidad en la argumentación, lo que será una guía indispensable que tendrá que ser puesto de manifiesto en el análisis.

En cuarto lugar, en vez de limitarse a especular sobre los distintos y enredos emocionales, la argumentación implica, por su naturaleza constructiva, una apelación a la razonabilidad que deriva su fuerza de la idea de los estándares críticos comunes. Esta característica esencial de la argumentación conduce a que los pragma-dialécticos adopten el principio meta-teórico de la «dialéctificación». (16)

Nuestro equivalente sería la pertinencia de la proposición contextual que media en la recurrencia del argumento. Que conlleva la propia crítica de la dicotomía entre la situación y la acción requerida en base a una teleología que también puede verse alterada según las circunstancias. Aún así hemos de tener en cuenta la distinción entre saber horizonte y saber contextual, ya que nosotros nos restringimos drásticamente al segundo. Esto es una gran diferencia con respecto a la propuesta de Emeren.

En cualquier caso la fórmula insiste en el carácter de inferencia o implicación del lenguaje. Por otra parte la recurrencia argumentativa no tiene un fin interno que la ligue al consenso ni a un desacuerdo más complejo (17). Muchas veces es más sensato dejar de hablar para no llegar a la violencia. No es cierto el ideal expresado en el aforismo: «Hablando se entiende la gente». A veces ocurre, a veces ocurre todo lo contrario. Lo cual no quiere decir que la idea de finalidad no sea interna a nuestra propuesta ya que está en la base de la distinción estratégica entre situación y acción. A pesar de que nos mantengamos a distancia de una concepción puramente utilitarista del lenguaje, no impide que reconozcamos que existe un progreso histórico de los saberes y una especialización y diversificación institucional al ritmo del desarrollo político y económico.

...se trata de redescubrir que la idea original de signo no se basaba en la igualdad, en la correlación fija establecida por el código, en la equivalencia entre expresión y contenido, sino en la inferencia, en la interpretación, en la dinámica de la semiosis. El signo de los orígenes no corresponde al modelo «a≡b», sino al modelo «si a entonces...» (18)

Para resaltar el carácter de inferencia podemos esquematizar la fórmula argumental del siguiente modo, aunque puede llevarnos a ignorar el carácter esencialmente dialógico que pusimos de manifiesto cuando comentamos la relación con el modelo de Karl Buhler. Pero se enmascara sobre todo el carácter esencialmente abierto del argumento basado en las ideas de línea argumentativa y recurrencia que en la fórmula siguiente viene representadas por la sucesión de las potencias.

Pues bien nosotros disponemos un argumento y nos disponemos analizarlo semióticamente, es decir, temáticamente, mediante el lenguaje escrito de palabras. Ahora bien caben diversos análisis dependiendo de la diferente involucración que supongamos del contexto.

Desde la perspectiva de la teoría de la argumentación, también podemos hablar de aproximaciones más o menos «contextualistas» al análisis de los argumentos y de las prácticas discursivas de argumentar, siendo este uno de los parámetros que distinguiría los tres enfoques lógico, dialéctico y retórico sobre tales temas. No hay duda de que la consideración del argumento como «producto» (perspectiva lógica) a la valoración de los «procedimientos» reglados para su uso (perspectiva dialéctica), hasta el estudio de todo el «proceso» que suponen las prácticas argumentativas (perspectiva retórica), se está invocando una progresiva incorporación de elementos contextuales al análisis -ya sea con intención descriptiva o normativa- de los fenómenos argumentativos. De este modo, habrán sido, necesariamente, los teóricos que adoptan una aproximación más retórica al estudio de la argumentación los que habrían prestado mayor atención al contexto de la misma. (19)

Nosotros proponemos cuatro niveles de análisis temático que son también cuatro modos de concepción del lenguaje: el lenguaje como producto, el lenguaje como proceso, el lenguaje como procedimiento, y el lenguaje como eficacia. Este último engloba a los otros tres de modo metalingüístico. Así podríamos hablar de la eficacia del producto, del proceso y del procedimiento. Hacemos corresponder estos cuatro modos de lenguaje con las cuatro disciplinas que determinan la Semiótica: la Gramática, la Poética, la Sofística y la Retórica respectivamente. Se podría establecer la siguiente correspondencia entre estas disciplinas y los distintos tipos de signo que estableció la filosofía medieval a partir sobre todo de la síntesis tomista. (20)

TIPO DE SIGNO

DISCIPLINA SEMIÓTICA

Formal

Gramática

Instrumental convencional

Poética

Instrumental natural

Sofística

Consuetudinario

Retórica

Dejando aparte la Retórica, sobre la que volveremos, las tres primeras se corresponden de distinta manera con la fórmula que hemos propuesto de lenguaje y se pueden formular mediante una reorganización de dicha fórmula a partir de una transformación de la proposición de mediación. En el caso de la Gramática nos reducimos sólo a la determinación de la situación, es decir diferimos al infinito la acción. De este modo Pmediación se transforma en una proposición situacional más que ahora se desarrolla en la superficie plana. Podemos establecer ahora las nociones de implicación en serie y en paralelo, definiendo la extensión al número de ramas en paralelo en la construcción discursiva gramatical, y la profundidad al número de proposiciones en serie de una línea de la construcción.

Esta construcción discursiva del lenguaje como producto, se definiría como un discurso descriptivo y por una acción indirecta ya que el establecimiento de la situación en cierto modo limita las acciones futuras.

En el caso de la Poética no reduciríamos por el contrario sólo a la acción. En este caso Pmediación se transformaría en una acción intermedia (An) dentro de la línea de actuación o en una influencia externa (Fij). Aquí la construcción discursiva se desarrolla de manera únicamente secuencial para resaltar el carácter consecutivo de las acciones según un orden realizativo. Aquí el modelo de discurso sería imperativo y la acción sería directa.

La Sofística tendría en cuenta tanto la situación como la acción definiéndose el discurso como procedimental y la acción como estratégica y se caracterizaría por una formulación puntual o puramente operacional. Este tipo de conceptualización del lenguaje es el que albergaría propiamente la forma disciplinar de los saberes y ya no se determinaría como construcción discursiva sino como razonamiento, que en cierto modo retoma modificada la concepción silogística de Aristóteles, aunque ahora, no para la ciencia sino para las disciplinas de los saberes. Aquí sólo dejamos apuntado su fórmula que explicaremos y desarrollaremos en la última parte del trabajo.

Si nos atenemos al carácter geométrico de las tres disciplinas, el rigor no puede ser mayor: la mayor contextualización se corresponde con el orden de reducción de las dimensiones geométricas. Este tipo de análisis entraría dentro de lo que hemos llamado Toposofía.

Estamos tratando hasta ahora con los aspectos más analíticos de la Semiótica, es decir, del análisis mediante palabras escritas de la actividad teleológica humana en cuanto acción planeada y ejecutada mediante el lenguaje. Ahora bien toda maniobra estratégica tiene un dos aspectos: la razonabilidad y le eficacia. (21) Así mientras la Gramática y la Poética construyen modelos argumentales altamente variables y adaptados a las expresiones escritas concretas, la Sofística en cambio promueve un modelo rígido, pero a cambio esto le permite adaptarse mucho más a las exigencias de los saberes cosa que no ocurre con los primeros. Pasamos así de la realidad del mundus aspectabilis a una representación del mismo mediante el lenguaje. La Gramática, la Poética y la Sofística medirían de diferente modo esa capacidad representacional. Estarían gobernadas por un principio de desarrollo por composición, es decir, del desarrollo de una proposición por una red proposicional. Ahora falta establecer los criterios de la eficacia de esa representación en el que el principio de composición queda limitado. (22)

El estudio de la semiótica era muy importante para los filósofos escolásticos, ya que tenía estrechas conexiones con la teología. Las disquisiciones sobre el signo eran aprovechadas, por ejemplo, en el tratado de la Trinidad y el tratado de los Sacramentos. En el tratado de la Trinidad, porque se representaban las relaciones entre las tres personas divinas (Padre, Hijo y Espíritu Santo) como un acontecimiento semiótico, es decir, el Padre engendraba al Hijo como signo o verbum, el Verbo, que expresaba su pensamiento, y era tan especial ese pensamiento, que tenía que ser algo personal una persona distinta. Y ese Verbo iba acompañado, como por un afecto, el Amor, porque no hay expresión que no vaya acompañada de algún afecto, y es un Amor tan especial, que también tiene que ser algo personal, otra persona: el Espíritu Santo. Es curioso encontrar que el propio Peirce, en la segunda mitad del s. XIX, se inspira en la teología trinitaria de los escolásticos (a los que también conocía) para desarrollar su teoría del signo. También era aprovechada la teoría del signo en el tratado de los Sacramentos, porque el sacramento mismo es un signo, un signo de un tipo muy especial, a saber: uno que da lo que significa... (23)

Es decir, y en otro sentido, el establecimiento de diferentes disciplinas que cubren toda la trama semiótica desde diferentes perspectivas que no agotan la propia trama se debe a su conexión con la Antropología. Esta relación toposófica es el fundamento, según creo, de la symploké hermenéutica. Esta conexión se realiza a través de las tres dimensiones propuesta por Charles Morris en Fundamentos de la teoría de los signos como relaciones. Esta problemática es muy compleja y no he llegado a una formulación lo suficientemente comprensiva para expresarla de modo simple. Sólo diré que tiene que ver con los principios de cierre del espacio filosófico y esto está relacionado según me parece con la temática medieval del fundamento de la relación como categoría. Aún a pesar de ello creo que se pueden resaltar los aspectos antropológicos estableciendo una correspondencia con la concepción del espacio antropológico de Gustavo Bueno.

El siguiente texto ofrece esa correspondencia refiriéndose a la literatura pero resulta fácilmente transportable a todo el espectro de la Semiótica.

Desde el punto de vista del eje circular, la Literatura adquiere ante todo una dimensión pragmática y social, a partir del momento en que los seres humanos construyen, intercambian, reciben e interpretan construcciones literarias, dotadas formalmente de contenidos materiales (oralidad, manuscritos, libros, soportes digitales...), psicológicos o fenomenológicos (fabulación, historias ficticias, personajes ideales, relatos míticos, explicaciones imaginarias...), y lógicos o conceptuales (la literatura como forma de conocimiento y de expresión de ideas, reflexiones, conceptos).
Desde la perspectiva que proporciona el eje radial del espacio antropológico, la Literatura se nos manifiesta en su dimensión estrictamente material, física productiva, técnica y tecnológica, desde las litografías más primitivas, grabadas sobre piedra bruta, hasta la informática moderna, con sus sofisticados soportes electrónicos, pasando por la imprenta de Guttemberg, resultado todo ello de la manipulación humana de los recursos que ofrece una naturaleza inerte. No conviene olvidar nunca que el ser humano es la única criatura capaz de manipular la materia. Los animales no lo hacen.
Desde el punto de vista del eje angular, la Literatura siempre ha tenido la posibilidad de concebirse como construcción, expresión y comunicación de referentes trascendentes, numinosos, metafísicos: personajes mitológicos, héroes inmortales, hombres divinizados, dioses sacrificados, titantes abatidos... No en vano el evehmerismo queda, por ejemplo, desde esta perspectiva, vinculado a una concepción angular del hecho literario. Lo mismo cabría decir de una interpretación fideísta o confesional de las Sagradas Escrituras, o incluso de una lectura teológica y cristiana del Quijote, por ejemplo, en plena Edad Contemporánea. (24)

Esquematizándolo en forma de tabla:


Correspondencia entre los ejes del espacio antropológico y las relaciones lingüística fundamentales

Eje radial o puntual

Relaciones sintácticas

Eje angular o circular

Relaciones semánticas

Eje circular o lineal

Relaciones pragmáticas

Esta delimitación de la Semiótica se sitúa me parece a gran distancia del modelo de la pragma-dialéctica de Frans H. van Emeren. Se podría decir que el está interesado en la discusión como motor de los puntos de vista -que no tienen que ser necesariamente opiniones sin ningún fundamento-, se podría decir que su enfoque es eminentemente político-sociológico, mientras que el mío que pretende conceptualizar el lenguaje dentro de un sistema filosófico. O dicho de otro modo, la perspectiva de Emeren, es una perspectiva genérica -que corre el peligro de ser lisológica- de los planteamientos referidos a lo que antes hemos llamado saber de horizonte situacional. Evidentemente estos planteamientos no son inmiscibles, ya que todo sistema filosófico se implanta en la realidad política y social efectivamente existente, y la idea de punto de vista queda en definitiva enmarcada en último lugar por la crítica filosófica. Por otro lado existe una equivalencia entre la idea de discusión y la de semiosis, siendo en todo caso la segunda un poco más amplia que la primera.

Al adoptar el punto de vista de un racionalismo crítico popperiano, nosotros sustituimos las concepciones geométricas y antropológicas de la razonabilidad, en este procedimiento, por una concepción crítica.
(...)
En cambio, opto por lo que Toulmin (1976) llama concepción «crítica» de la razonabilidad, la cual no se centra en la demostración o en el consenso, sino en la discusión. En contraposición a los protagonistas de la perspectiva geométrica, constituida por lógicos predominantemente orientados al producto, y los protagonistas de la perspectiva antropológica, constituida por retóricos predominantemente orientados al proceso, los protagonistas de un enfoque crítico son dialécticos predominantemente orientados a los procedimientos. Ellos consideran que la argumentación forma parte de un procedimiento dialéctico para resolver problemas, basado en la aceptación de puntos de vista a través de una discusión metódica destinada a comprobar cuán plausibles son dichos puntos de vista. En un procedimiento de discusión dialéctica, se tienen debidamente en cuenta los elementos pertenecientes tanto al enfoque lógico, orientado al producto, como el enfoque retórico, orientado a los procesos. (25)

A parte de la consideración de las disciplinas Semióticas como herramientas también son concepciones del propio lenguaje, que organizarán el plano semiótico a través de diversas figuras que engranan ciertas ideas fundamentales que caracterizan dicha concepción. Así la Gramática que aglutinaría las disciplinas tradicionales de la Lógica, en el sentido reducido que indicamos al principio, y la Lingüística, se añade nuestra propuesta de la Toposofía obteniéndose la siguiente figura.

La Poética así mismo establecería en su concepción lineal la idea de actante, el que realiza la acción que puede ser real o ficticio -asociada al propio curso de la escritura-, frente a un referente sobre el cual opera y con un sentido que indica la finalidad propuesta. Es evidente la utilidad de esta figura para la aclaración de la literatura, aunque no sólo de ella, tanto desde la perspectiva del autor de la obra literaria como desde el personaje en que se desenvuelve cualquier obra literaria. En este caso el discurrir narrativo imita -en la línea de la Poética de Aristóteles- el discurrir estratégico de las acciones. Incluso se podría postular la tipificación de los actantes literarios en función de los grandes géneros literarios: actante épico, actante poético, y actante dramático. El primero asociado a la prosa y a las consideraciones entre el autor y el personaje, el segundo asociado a la voz universal del poeta a través del decir del lenguaje, y por último el dramático asociado a la interacción dialogada que se puede escenificar en un teatro.

La Sofística que trataría de establecer los hechos significativos a partir de la elaboración disciplinar de los saberes en un discurrir de semiótico doble: por un lado el correspondiente a las operaciones que llevan a cabo los saberes y por otro al discurrir de la escritura que los fija de un modo lo más deductivo posible en los tratados y de un modo más informal en los manuales para favorecer la enseñanza de esos saberes, sin necesidad de ejecutarlos continuamente.

Aquí creo que sería oportuna hacer alguna consideración sobre la idea de interpretante. Para ello, me parecen muy reveladoras las consideraciones que hace Umberto Eco y que ligan esta idea con la de semiosis ilimitada. Aunque yo prefiero hablar de semiosis infinita, ya que el interpretante permanece ligado a un saber que a pesar que nunca resolverá la ignorancia -infinito- siempre se mantendrá distinto de los demás saberes, es decir, limitado por ellos. Aquí retomamos la idea de que la symploké hermenéutica está formada por totalidades infinitas pero limitadas.

El interpretante no es el intérprete del signo (aunque ocasionalmente Peirce parezca justificar tan deplorable confusión). El interpretante es lo que garantiza la validez del signo aun en ausencia del intérprete.
Según Peirce, el interpretante es lo que el signo produce en esa «casi mente», que es el intérprete: pero eso puede concebirse también como la DEFINICIÓN del representamen y, por lo tanto, su intensión. No obstante, la hipótesis filológica más fructífera parece ser aquella por la que el interpretante es OTRA REPRESENTACIÓN REFERIDA AL MISMO «OBJETO». En otras palabras, para establecer el significado de un significante es necesario nombrar el primer significante que puede ser interpretado por otro significante y así sucesivamente. Tenemos, así, un proceso de SEMIOSIS ILIMITADA. Por paradójica que pueda parecer la solución, la semiosis ilimitada es la única garantía de un sistema semiótico capaz de explicarse a sí mismo en sus propios términos. (26)

Por otra parte nos parece que se podría investigar la correspondencia entre las dimensiones de las disciplinas, con los distintos tipos de sustantividad de los saberes, que establece Gustavo Bueno en El papel de la filosofía en el conjunto del saber (27); aunque nos los entendemos sólo de manera abstracta sino, que siguiendo sus consideraciones, nos parece esencial el considerar que estas dimensiones se desenvuelven en el curso histórico. Este aspecto aparecerá más claro al final del trabajo. Desde estas consideraciones es desde donde creo que se debe definir la razón -que no la racionalidad que poseen todos los seres vivos en tanto que operan sobre el entorno- como característica específica del hombre. Diremos algo más cuando tratemos de la Sofística en la última parte del trabajo.

TIPO DE SUSTANTIVIDAD

DIMENSIÓN DISCIPLINAR

Metafísica

Objetiva

Psicológica

Subjetiva

Lógico-epistemológica

Objetual

Doctrinal

Subjetual

Por último la Retórica que se basaría en la aclaración desde la escritura de palabras a los demás tipos de signos. Desde aquí se podría abordar lo que se conoce como Ciencias de la información (el periodismo, la televisión, la publicidad y propaganda, el comic, el cine, la radio, la pintura, la escultura, la arquitectura...). Un principio que se podría asignar a la Retórica sería el de: «Si breve dos veces bueno».

El análisis retórico supone la comparación de dos construcciones discursivas o dos razonamientos sobre un mismo tema. Puede mantenerse dentro de una disciplina -Gramática, Poética o Sofística- o abarcar varias. Y puede, y esto es lo más característico de la Retórica, referirse a un género de signo en concreto o comparar dos distintos. El análisis retórico además puede extenderse a la propia naturaleza de los distintos géneros de signos en cuanto tales.

Esta manera de organizar la Retórica en realidad parte de la superior capacidad significativa del lenguaje escrito, según mi opinión, sobre cualquier otro sistema de signos y se opone frontalmente desde la concepción especulativa de la Semiótica a la distinción genérico/específico propuesta por Umberto Eco. Quizás una razón que aventuro para establecer esta prioridad sea que cualquier saber se hace comprensible a los hombres a través de sus respectivas disciplinas, cosa que no ocurriría si se transcribiera a código binario, o incluso a un lenguaje de palabras de una sociedad que no estuviera suficientemente desarrollada históricamente y que no dispusiera, por ejemplo, del vocabulario adecuado.

La tarea de una semiótica general consiste en determinar (como estamos haciendo aquí) una estructura formal única que subyace a todos estos fenómenos: la de la implicación, que genera interpretaciones.
La tarea de las semiosis específicas consistirá, en cambio, en establecer, conforme al sistema sígnico estudiado, reglas de mayor o menor necesidad semiótica de las implicaciones (reglas de institucionalidad). (28)

Voy a comentar ahora, dos modelos de uso de cierto vocabulario común asociado al lenguaje con la intención de resaltar el carácter dinámico o fluido del mismo. El primer modelo se refiere a la relación entre argumentación y semiótica, y tiene especiales consecuencias para la Sofística. El segundo hace referencia a las relaciones constitutivas del leguaje: sintácticas, semánticas y pragmáticas. El primero se podría decir que se mueve en un ámbito vertical -se desarrolla a partir de la oposición realidad/lenguaje-, mientras que el segundo en un ámbito horizontal -a partir de la oposición discurso/estructura-.

Según el modelo primero o modelo V el par (connotación, denotación) se refiere la a la relación: el argumento connota en la semiótica y a la inversa la semiótica denota en el argumento. Cuando tanto la connotación como la denotación tienen un carácter cerrado respecto de cierto contexto se hablará respectivamente de intensión o extensión respecto de ese contexto. Cuando la valoración del alcance del análisis semiótico se haya logrado diremos que tal análisis es explícito, cuando no, diremos que es implícito.

El modelo segundo o modelo H consistiría en la ubicación a partir del análisis semiótico en una dimensión de las restantes. Así tendríamos que si nos situamos en la dimensión sintáctica: la dimensión pragmática sería su extensión, mientras que la semántica sería su intensión. En cambio si nos situásemos en la semántica los aspectos sintácticos corresponderían a su connotación y los pragmáticos a su denotación. En cambio si no moviéramos en el análisis en la dimensión pragmática, los contenidos sintácticos se corresponderían con los aspectos implícitos mientras que los semánticos con los explícitos.

Teniendo en cuenta este dinamismo doble, la imagen que obtenemos, me parece, del análisis semiótico tiene mucho que ver con la idea de plano de inmanencia que presenta Gilles Deleuze, donde retomamos de otro modo la crítica a la Semiótica como disciplina trascendental única en la determinación del espacio filosófico, en la línea de la crítica de la idea de mundo de la vida de Habermas y que nosotros hemos sustituido por la expresión mundus aspectabilis.

La filosofía a su vez lucha con el caos como abismo indiferenciado u océano de la disimilitud. No hay que concluir por ello que la filosofía se alinea junto a la opinión, ni que ésta pueda sustituirla. Un concepto no es un conjunto de ideas asociadas como una opinión. Tampoco es un orden de razones, una serie de razones ordenadas que podrían, llegado el caso, constituir una especie de Urdoxa racionalizada.
(...)
Un concepto es un conjunto de variaciones inseparables que se produce o se construye en un plano de inmanencia en tanto que éste secciona la variabilidad caótica y le da consistencia (realidad). Por lo tanto un concepto es un estado caoideo por excelencia? remite a un caos que se ha vuelto consistente, que se ha vuelto Pensamiento, caosmos mental. (29)

Decimos, por tanto, que la Semiótica transcribe los argumentos al lenguaje de palabras escrito para llevar a cabo un análisis temático sobre la recurrencia discursiva de la implicación entre la planificación y la acción de la actividad humana, mediada por signos encaminados a coordinar la acción de grupos muy variados participes de la historia de la sociedad política a la que pertenecen. Los razonamientos son, por otro lado, la estructuración lingüística de los contextos temáticos de los argumentos de los distintos saberes en sus respectivas disciplinas. Vimos que los razonamientos se determinan mediante la siguiente fórmula:

Aquí las letras mayúsculas I, D y A hacen referencia a la parte inductiva, deductiva y abductiva del razonamiento. Estos conceptos fueron establecidos completamente por C. S. Peirce (30) y hacen referencia a la forma silogística definida por Aristóteles. No los consideramos sólo como tres formas de inferencia, sino que una vez que el razonamiento está construido por medio del establecimiento correcto del saber que está en su base, se convierten en la Sofística, primero en tres formas de presentar tal razonamiento y posteriormente en las tres partes del razonamiento que se hallan entrelazadas, tal como indica la fórmula.

En su primera época, por tanto, Peirce considera las tres clases de inferencia como formas separadas e independientes de razonar, en una concepción excesivamente ligada a la teoría aristotélica del silogismo. Sin abandonar plenamente esta concepción, sino más bien desarrollándola en la misma línea, más adelante acentuará que las tres formas de inferencia no son tres vías paralelas del pensamiento, sino tres etapas sucesivas de la investigación que se entrelazan continuamente en la actividad científica efectiva. (31)

Esta fórmula se puede decir es la implicación de una operación. La operación tiene la función principal de conectar el razonamiento con el saber, mientras que la implicación hace referencia al carácter discursivo del razonamiento. Es evidente que la operación en la fórmula nos indica por un lado el carácter autónomo del saber que se refleja en el de su disciplina y por otro, que las tres partes del razonamiento no son independientes.

En cierto modo recuperamos la teoría silogística de Aristóteles no para el establecimiento de los saberes, que según creo, correría a cargo de la Gnoseología sino para el establecimiento de la Sofística y por tanto para el establecimiento de las disciplinas de esos saberes en la Semiótica. De manera que el silogismo sería la materia del razonamiento. Y las formas de razonar pertenecerían a las distintas disciplinas. No habría, por tanto, una forma de razonar genérica o universal.

Hemos utilizado una notación tensorial, es decir, con múltiples índices, para resaltar el aspecto estructural y dinámico, pasamos del dominio de la idea de hilo argumental a la de red disciplinar que se manifiesta sobre todo en el término deductivo (DSnijk) sin perder por ello el carácter recurrente. Los subíndices (i,j,k) se refieren a las dimensiones objetual, objetiva y subjetiva; mientras que el superíndice se refiere a la subjetual. Por otra parte para esta dimensión hemos utilizado un índice doble porque consideramos que esta dimensión tiene un carácter trascendente con respecto a las otras tres. Todo esto debería poderse desarrollar a partir de las correspondencias que establecimos antes con los tipos sustantividad de los saberes propuestos por Gustavo Bueno. Es interesante señalar la correspondencia que se puede establecer de estos índices con las dimensiones espacio-temporales de la física, y así podríamos decir que los aspectos objetual, objetivo y subjetivo tienen un carácter más espacial y el subjetual un carácter más temporal.

Es conveniente, antes de nada, dejar claro que la sofística de un saber es distinto de la filosofía de ese saber y ambos son distintos del saber mismo. Así por ejemplo la Biología no muestra que todo ser vivo está compuesto de células a través por ejemplo de su tinción y posterior observación en un microscopio. Esto es un resultado de esa ciencia. Otra cosa muy distinta es que ese resultado se presente como un axioma para componer un tratado de biología o se llegue a él de manera progresiva siguiendo el progreso histórico de la ciencia, o se exponga después de haber estudiado los animales visibles a simple vista, etc. Esto pertenece a la Sofística y puede tener componentes pedagógicos muy importantes. Y otra cosa muy distinta es que se use este resultado para distinguir a los seres vivos de la materia inanimada o se plantea la cuestión de si el hombre es simplemente un animal o no. Esto último es una cuestión clásica de filosofía de la Biología o quizás sería más preciso decir de la filosofía de la Etología.

El carácter realizativo del lenguaje se pone de manifiesto al tratar de establecer las interrelaciones entre las dimensiones de las dimensiones del razonamiento. Al hacer esto queremos desarrollar la idea de que la Sofística aglutina tanto los aspectos gramaticales como los poéticos. Definimos así las siguientes fórmulas:

El sujeto soporta al objeto que es el que delimita o circunscribe al primero. Por otro lado interpretamos esto como una proporción que teje los aspectos gramaticales y poéticos con la distinción entre situación y acción que está en la base de nuestra formulación de los argumentos. Sin entrar en mayores desarrollos, podríamos decir que esta construcción refleja el carácter realizativo del lenguaje: El lenguaje es lo que significa.

Quizás todo esto se aclare un poco al abordar los tipos de razonamientos. Dividiremos los razonamientos en no-concluyentes y concluyentes. Los no concluyentes se determinan cuando no hay una conexión entre la parte inductiva -lo que es el caso- y la parte deductiva -la regla-, esto prácticamente equivale a la confusión de la disciplina del caso con la pertinencia de la regla, por ejemplo, si tratásemos de establecer el peso de un cuerpo a partir de su belleza. No hay operación entre la belleza y el peso.

Los razonamientos concluyentes los dividiríamos en insignificantes y significantes. Son insignificantes cuando el caso es concluyente por medio de la regla, pero la parte abductiva -el resultado- estaba ya incluido en la regla y por tanto no implica sobre la regla. Esto se acercaría mucho a una petición de principio. Por ejemplo si establezco que los hombre son inteligentes y me pregunto si Juan lo es. Evidentemente la respuesta es afirmativa. Podríamos afirmar que no hay discurrir del discurso.

Los razonamientos significativos en los que si hay discurrir del razonamiento los dividimos en confirmativos y transformativos. Los confirmativos son los que tanto el caso como el resultado son pertinentes en su relación con la regla pero no la modifican. Esto vendría reflejado en la consideración de la práctica habitual de las ciencias naturales al repetir experimentos relacionados con leyes bien establecidas.

Los razonamientos transformativos se subdividen en expansivos y paradigmáticos cuando el caso amplía el rango de validez de la regla ya sea confirmándola o modificándola respectivamente. Un caso expansivo podría ser la valoración del descubrimiento de Ramón y Cajal como una ampliación, al caso del cerebro, del axioma de que todo ser vivo está compuesto de células. Y un caso de transformativo podría ser la presentación de la mecánica cuántica como una trasformación de la mecánica clásica a partir de ciertas anomalías como por ejemplo: la radiación del cuerpo negro, del efecto fotoeléctrico, de las series espectrales y de la insuficiencia del modelo atómico de Bohr, etc.

Dejando estos apresurados comentarios sobre el razonamiento, nos queda aclarar que estas ideas que acabo de usar pertenecen a la Filosofía. No es descabellado en este caso suponer una fórmula distinta para ella que nos indique su carácter secundario en un doble sentido: por un lado necesita otros saberes de los que se nutre y a los que sistematiza y segundo -y esto es lo más relevante para el asunto que nos interesa y además está íntimamente relacionado con el anterior- es ella misma como saber, un saber exclusivamente disciplinar, todo ello sin ignorar que tiene su propia tradición histórica que es esencial a su constitución como saber crítico entre los sistemas filosóficos.

Aquí el carácter de cierre otorgado a la operación que se ponía indicaba por el signo igual es sustituido por el signo implicación, un signo que fuera de las llaves se refería al carácter discursivo del razonamiento. Otro manera de resaltar este carácter exclusivo disciplinar sería el afirmar que en la disciplina filosófica, es decir, en la Filosofía, la ambigüedad y también por supuesto la amplitud en el razonamiento, es mucho mayor que en el resto de los saberes. O dicho de otra manera su carácter discursivo es mucho mayor. En esto haríamos consistir la consideración de la filosofía como saber de segundo grado. Algo que aquí solamente hemos apuntado.

Esta ambigüedad estaría circunscrita a la constitución crítica de los propios sistemas filosóficos que además de los aspectos filológicos inexcusables también poseen sus aspectos por supuesto lógicos y también toposóficos, lo que nos alejaría de un relativismo exclusivamente filológico o textual. (32)

Sistemas filosóficos

Ideas

SF1

SF2

...

SFm

I1

I11

I12

...

I1m

I2

I21

I22

...

I2m

...

...

...

...

...

In

In1

In2

...

Inm

Esta crítica vendría conceptualizada por la idea de unidad e identidad de los sistemas filosóficos. Estas ideas se pueden definir por las siguientes fórmulas aritméticas en la que a los operadores suma y multiplicación se les puede dar la correspondencia habitual con los operadores lógicos de la disyunción y la conjunción.

Por otra parte, y volviendo al carácter constitutivamente disciplinar de la filosofía, que le proporciona un cierto carácter autorreferencial, no sería extraño además proponer que cada parte de la Semiótica nos daría una visión propia del lenguaje, modos o funciones del mismo, cosa que ya hemos apuntado antes y que ahora, con lo que llevamos dicho, quedará más claro.

En esta figura se aprecia muy bien la relación entre las tres disciplinas que cumplen el principio de composición: Gramática, Poética y Sofística con la Retórica que no. Esto se manifiesta porque la figura de la Retórica es el elemento, la flecha, que se superpone o compone en las otras tres como elemento.

Tanto en el tratamiento de la crítica filosófica como en éste de los modos de lenguaje hemos dado una función excesivamente estática de la Semiótica. Nada más alejado de nuestra intención. Es evidente que la constitución de los sistemas filosóficos basado en la conjugación unidad-identidad de desenvuelve en un decurso histórico que tiene cierto aspecto, aunque por supuesto no completo, de progreso. En el fondo no deberíamos extrañarnos ya que tanto la unidad como la identidad están gobernadas por idea de fin que por otro lado es el motivo de la idea de argumentación que hemos presentado. Esto aparece muy claro en la concepción de Hans-Georg Gadamer (33) de la hermenéutica donde en la sección tercera de su libro Verdad y método I, titulado: El lenguaje como hilo conductor del giro ontológico de la hermenéutica, y en su capítulo segundo de esta sección titulado: Acuñación del concepto de «lenguaje» a lo largo de la historia del pensamiento occidental; se desarrolla en tres apartados que se podrían hacer corresponder con la división de corriente de la historia de la Filosofía en tres edades: (1) Lenguaje y logos, con la época clásica, (2) Lenguaje y verbo, con la época medieval, y (3) Lenguaje y formación de los conceptos, con la época moderna; en el que el aspecto histórico filosófico es evidente. Esto nos permite presentar la siguiente tabla a modo de conclusión.

Donde aquí se ha realizado una conexión con el materialismo histórico de Marx, al que se ha añadido un modo de producción más -el post-industrial- que se podría definir como consecutivo al industrial como resultado de las limitaciones ecológicas del desarrollo industrial. Como vemos aquí los aspectos sincrónicos y diacrónicos están mezclados con los aspectos filosóficos e históricos. Por eso sería conveniente explicar un poco la relación que podría haber entre la idea de fin y la de historia. Para ello vamos a empezar con una reconstrucción de la terminología que usa Heidegger (34) que supone en contra de él una construcción de una Historia filosófica de la filosofía, que ya no se anclará en la Ontología -en esto de acuerdo con él, en tanto que crítica onto-teológica a la misma- sino en la Antropología, que constituirá un ámbito abierto y cerrado al mismo tiempo.

Heidegger

Reconstrucción

Geschehen

Acontecer argumental (social y político)=mundus aspectabilis

Historie

Historia (estudio científico de los materiales históricos)

Historizität

«Historicidad histórica»=Filosofía de la Historia

Geschichte

Historia de la Filosofía=Acontecer de los sistemas filosóficos

Geschichtichkeit

Historia filosófica de la filosofía=Crítica de los sistemas filosóficos desde uno dado=»el fin de la historia»

Estos términos los he colocado de arriba abajo en orden de su mayor fluidez o consistencia desde el punto de vista Semiótico, es decir del análisis escrito de los mismos, estando todos ellos abiertos de manera infinita, al menos mientras la vida de los hombres permanezca inmersa en el universo, aunque limitada a sus propias operaciones frente a la propia materia que manipula, excepto la historia filosófica de la filosofía que a partir de la posmodernidad permanecerá cerrada en tanto en cuanto la perspectiva antropológica no puede ser superada. Esto no quiere decir que permanezca inmutable, sino que cualquier sistema filosófico al enfrentarse de manera crítica y desde la antropología no le quedará más remedio que instalarse en la última fase de la historia filosófica de la filosofía que elabore y en la cual se situará ya sea de modo instaurador o bien en curso ya establecido desde un tiempo atrás que determinará a su modo. Nosotros nos situamos en esta segunda opción, ya que ciframos la conclusión de la modernidad, de modo emblemático, en el sistema hegeliano.

Vamos para finalizar, a hacer algunas consideraciones sobre la idea de fin y la idea de historia que creo aclararán un poco ciertos aspectos de las dos últimas tablas. De todas maneras no nos debe extrañar, que partiendo de la idea de argumentación basada en la dicotomía entre situación y acción de la actividad humana hallamos desembocado en el análisis de la relación entre la idea de fin que gobierna la implicación de esa dicotomía referida a la idea de historia que es el ámbito donde se contextualiza esa implicación. Esa relación está mediada por los signos cuyo estudio corre a cargo de la Semiótica, cuya symploké hermenéutica representa la penúltima tabla.

Para ello utilizaremos el artículo Estado e historia (en torno al artículo de Francis Fukuyama) de Bueno (2) que ya hemos usado al principio de este trabajo. En él las coincidencias terminológicas con el nuestro, sobre todo de su primer artículo, son sorprendentes, aunque están referidas a contextos no del todo similares y sería muy interesante delimitar las correspondientes precisiones terminológicas para aclarar los distintos contextos. Nosotros sólo vamos a mostrar algunas interpretaciones de los distintos modos de la idea de fin con respecto a su posible encaje en las mencionadas tablas. Tampoco vamos a ser exhaustivos en esto.

Los modos de la idea de fin así determinados constituirán un sistema de determinaciones que, sólo en la apariencia, podrán considerarse como desconectadas entre sí
(...)
La idea generalísima de fin es una idea sincategoremática, como hemos dicho. El fin es siempre «fin de algo», y sólo por referencia a este «algo» la idea de fin cobra significado. Llamaremos «referente» (con objeto de acogernos a la terminología más neutra posible) a ese algo que pueda ser pensado como soporte o sujeto lógico de un fin (cuando hablemos, por ejemplo, del «fin del Mundo», el referente será «el Mundo»; cuando hablemos del fin de la historia, el referente será la historia). (2)

Para nosotros ese sistema de determinaciones las consideramos conectadas, -recordamos que esta era una de las funciones principales de la Toposofía- en la propia consistencia superficial de la tabla penúltima. De este modo los distintos modos de fin se corresponderán con las distintas trayectorias que podamos establecer sobre la misma, calificándolas de distinto modo. Por otra parte la idea de fin permanece anclada al mundus aspectabilis -que aquí coincidiría con lo que Heidegger llama Geschelen, acontecer- a través de la idea de argumento y la implantación de la teleología coordinativa del mismo sobre el plano de la escritura nos lleva a la constitución de la Semiótica como symploké hermenéutica.

La identificación (sintética, desde luego, puesto que procede de la «exterioridad» del referente) entre la determinación externa del referente y la unidad interna de la multiplicidad de sus partes constituye, según nuestra propuesta, el mismo contenido de la idea de fin. Según esto, la finalidad dice identificación sintética entre un proceso [o configuración] y su resultado [contexto] cuando este resultado [contexto] se nos muestre como condición necesaria para la constitución de la unidad del propio proceso [configuración] como tal. (2)

La finalidad última de la Semiótica será el establecimiento de la historia filosófica de la filosofía que se articula como crítica filosófica que antes hemos definido mediante la conjugación identidad/unidad de las ideas. Y esta tensión entre la unidad y la identidad se manifiesta tanto en los sistemas filosóficos, como en la propia delimitación de las distintas partes de la Semiótica -Gramática, Poética, Sofística y Retórica-, como en la conexión de los distintos modos de producción que propuso el materialismo histórico y que aquí sólo hemos transcrito sin más consideraciones, sin que por supuesto estos diferentes ámbitos se correspondan con la misma modalidad de la idea de fin.

...si el referente de un fin ha de ser siempre una multiplicidad, se comprende que un referente definido como una entidad simple (tal como el punto en Geometría, o Dios en Teología) perderá su condición de referente teleológico: Dios no tiene fines, ni los tiene el punto geométrico. Lo que tiene fin, asimismo, es decir, el referente, ha de ser finito, es decir, no in-finito; y finito significa aquí determinado entre algunas de las alternativas posibles (procesuales o contextuales) que pueden ser ilimitadas. (2)

En dónde aquí la idea de symploké se torna esencial no tanto de una filosofía materialista sino de una verdadera filosofía de la que no lo es, incluso para aquellas posiciones de relativismo o destrucción radical de todo sistematismo, necesita partir de una trama de conexiones a las que destruir. Esto se torna especialmente dramático cuando se plantea en el terreno de un anarquismo radical que nos retrotraería a sociedades prehistóricas ya sean bárbaras o salvajes guiadas por a nuestro parecer por una ingenua idealización de los orígenes del hombre, donde la naturaleza humana no se habría podido corromper. Este esencial pluralismo, en contra de lo dicho en el artículo, lo calificaríamos de infinito porque infinita es la semiosis tal como insiste y creo que con razón Eco. Por tanto, este pluralismo sólo podrá mantenerse por una limitación del referente. Es esencial en este punto, como vemos el clasificar las totalidades para establecer los distintos tipos de symploké. Esta limitación en el terreno político vendrá definida por las respectivas fronteras de los distintos estados y sus posibles alianzas sobre la superficie terrestre y sus posibilidades de explotación y comunicación que llevadas a su límite extremo conduce a la destrucción del medio ambiente y a la aniquilación de la civilización.

Y la diferencia sin duda más profunda es la que separa las multiplicidades sucesivas (procesuales) y las simultáneas (configuracionales), en la medida en que sean separables. Hablaremos de fin procesual cuando el referente figure como una multiplicidad sucesiva; hablaremos de fin configuracional cuando el referente figure como una multiplicidad simultánea. (2)

Por un lado esta distinción es el fundamento de la consideración del lenguaje como producto, como proceso y como procedimiento que es la base del establecimiento de las diferentes disciplinas semióticas que caerían además del lado de las configuraciones -y los conceptos fundamentales de estas disciplinas no son más que configuraciones de ideas-, mientras que los modos de producción se ajustan más a las multiplicidades procesuales de carácter político, independientemente de que los consideremos pasos ineludibles en la acción de todas los estados, ya que podría postularse el paso de modelos feudales, o incluso anteriores, a modelos postcapitalistas, aunque quizás tales pasos no dejaría de ser traumáticos, y en todo caso obligados por la presión de los ya asentados.

Dos flexiones o modos entitativos de la idea de fin pueden ser establecidas dialécticamente: el modo constitutivo (como determinación inmediata de la totalización del referente por su fin) y el modo consuntivo (como determinación límite, derivada de la anterior).
(...)
Acaso la única forma disponible para evitar el peligro de reducción de la idea de fin constitutivo a la idea de causa sui (peligro que se bordea constantemente cuando, por ejemplo, se sobreentiende que el «fin de la historia», en su sentido más profundo, no es otro sino el logro por la Humanidad de la «autodirección» o «autocontrol» de su propia evolución, de su propio destino) sea el poder mantener una distancia entre el referente y su fin constitutivo, que sea compatible con la misma constitución de aquel por éste; y acaso esto sólo sea posible cuando la distancia sea la que media entre los elementos de una misma clase. La distancia podría venirnos dada en el contexto de dos vías diferentes: (2)

Volvemos otra vez al pluralismo de los análisis semióticos, ya sean construcciones discursivas o razonamientos, de las disciplinas semióticas o configuraciones, de las concepciones del lenguaje -impresiva, expresiva, comprensiva o aprehensiva-, o incluso de las naciones.

Según la primera vía, estaremos en el caso en el que el fin del referente Ri se ponga en la constitución del propio referente Ri considerado como un proceso recurrente (o como una configuración estacionaria).
(...)
Según la segunda vía estaremos en el caso en el cual el fin del referente R1 se ponga en la constitución de otro referente R2 que tenga con el primero relaciones tales que nos permitan decir que el fin del referente R1 es un R2 tal que sólo pueda conformarse una vez cumplido R1 (que, a su vez, haya sido definido como una entidad que necesita incorporarse a R2 para constituirse). (2)

Volveríamos a obtener aquí las ideas de unidad e identidad de las clases anteriores que alcanzan su cenit de imbricación en la crítica entre los sistemas filosóficos.

...en el modo consuntivo el fin comporta la desaparición del referente (si no su aniquilación, sí su transformación o resolución de sus partes formales
(...)
el resultado desempeña la función de una reflexivización en virtud de la cual decimos que el «acabamiento» del flujo de términos hace posible la totalización. (2)

Estamos ante la propia totalización de la tabla. Además nos llevaría a precisar el fin constitutivo de la Historia, frente al fin consuntivo de la historia filosófica de la filosofía que es tematizada por la Filosofía especulativa.

El sujeto operatorio interviene siempre en la génesis de los sistemas finalísticos, sistemas que incluyen la idea de fin (puesto que las identidades presuponen siempre un sujeto operatorio que interviene en la conformación del referente). Pero aquí nos atenemos a las estructuras de tales sistemas finalísticos, resultantes de la «composición» entre el referente y el fin. Y la composición resultante puede inclinarse hacia una de estas dos opciones:
Una composición que, en su estructura, no contenga el sujeto operatorio. Cabría decir: una composición «inmediata» (respecto de la mediación específica de un sujeto operatorio, animal o humano). Hablaremos, en estos casos, de finalidad según el modo material, o también de finalidad lógica. (2)

Estaríamos aquí en los diferentes métodos de análisis de los argumentos, ya sean superficiales en la Gramática, lineales en la Poética o puntuales o silogísticos en la Sofística, o también en la propia consideración de las configuraciones geométricas de las ideas nucleares de estas disciplinas -flecha, cruz, triángulo y cuadrado-, o incluso en la persistencia de la Retórica en las otras tres disicplinas.

Cuando la composición entre el referente y el fin tiene lugar por la mediación de un sujeto operatorio, que es el que aplica el fin al referente, entonces podemos hablar de fin proléptico.
(...)
la prolepsis procede de la anamnesis. Dicho de otro modo: no es la representación intencional del hacha futura lo que dirige la ejecución de la obra («el fin es primero en la intención, último en la ejecución»), lo que dirige la nueva hacha es la percepción del hacha pretérita -o de la piedra cortante que hubiera sido ya utilizada como hacha-
(...)
En esta situación, el fin, como fin proléptico, alcanza un significado causal, puesto que ahora el fin comienza a ser algo más que una reestructuración de las partes de un todo previamente fracturado o descompuesto. El fin asume ahora el papel de un factor causal que interviene en la conformación del resultado, aun cuando, en tanto que causal, el fin (o la causa final) sólo sea una cierta disposición de las causas eficientes compuestas operatoriamente en la anamnesis.
(...)
la concepción eficientista de la finalidad proléptica implica, en primer lugar, una crítica enérgica a todos los intentos de ver en la historia humana testimonios de una supuesta «autodirección» o «autocontrol» que los hombres hubieran logrado alcanzar respecto de su propio destino (y que sirve muchas veces para definir la libertad humana en las proximidades de la idea de una causa sui); en segundo lugar, ofrece criterios abundantes para definir de modo positivo el determinismo histórico (del pretérito) sobre el futuro programado o planificado, y para analizar el alcance, en cada caso, de esa causalidad teleológica que a los hombres pueda corresponderles sobre su propio destino histórico. (2)

Llegamos así a la concepción científica de la Historia a través del estudio de los materiales históricos, concepción que como vemos dista mucho de ser natural por la involucración del propio sujeto operatorio en el desarrollo causal de la misma. Cosa que no ocurre así con la Filosofía que permanece como un saber teórico al igual que la Lógica pero que tematiza el propio carácter disciplinar de los demás saberes, en el que la Historia juega un papel primordial.


BIBLIOGRAFÍA:

(1) Suma Teológica, parte I: La naturaleza divina, Cuestión 13: Sobre los nombres de Dios, Artículo 1, Solución; Santo Tomás, BAC (2001).

(2) Estado e historia (en torno al artículo de Francis Fukuyama), Gustavo Bueno, El Basilisco, 2ª época, nº 11, 1992, págs. 3-27. Disponible en formato digital en www.fgbueno.es.

(3) Propuesta de clasificación de las disciplinas filosóficas, Gustavo Bueno, El Catoblepas, nº 28, 2004, http://nodulo.org/ec/2009/n028p02.htm.

(4) Conónimos, Gustavo Bueno, El Catoblepas, nº67 (2007), http://nodulo.org/ec/2007/n067p02.htm.

(5) Prólogo de Gustavo Bueno a Historia de la lógica, Julián Velarde, Universidad de Oviedo (1989); pág. XIV (subrayado en el original).

(6) Prólogo de Gustavo Bueno a Historia de la lógica, Julián Velarde, Universidad de Oviedo (1989); pág. XIV.

(7) Prólogo de Gustavo Bueno a Lógica Formal, Julián Velarde, Pentalfa Ediciones (1982), págs. 10-11.

(8) Fundamantos de Lingüística, Raffaele Simone, Editorial Ariel (1993), parágrafo 2.8. Forma y sustancia, páginas 47-51 (la negrita es nuestra).

(9) Historia de la lógica, Julián Velarde, Universidad de Oviedo (1989), pág. 294. Negrita nuestra.

(10) La aventura semiológica, Roland Barthes, Paidós Comunicación (1990), pág. 78.

(11) Actos de habla, John Searle. Ediciones Cátedra (1990), pág.31.

(12) Imagen tomada de Wikipedia de la entrada: Karl Buhler.

(13) Pensamiento Postmetafísico, capítulo 5: Crítica de la teoría del significado, Jürgen Habermas, Taurus Humanidades (1990), pág.108-109.

(14) Pensamiento postmetafísico, Jürgen Habermas, Taurus Humanidades (1990), Acciones, actos de habla, interacciones lingüísticamente mediadas y mundo de la vida, pág. 92-93.

(15) Investigaciones filosóficas, Ludwing Wittgenstein, Editorial Crítica (1988), edición bilingüe, parágrafos 65-68, págs. 87-89.

(16) Maniobras estratégicas en el discurso argumentativo, Frans H. van Eemeren, Plaza y Valdés (2012), págs.62-63. Cursiva en el original

(17) Maniobras estratégicas en el discurso argumentativo, Frans H. van Eemeren, Plaza y Valdés (2012), págs.72-73.

(18) Semiótica y Filosofía del lenguaje, Umberto Eco, Editorial Lumen (1990), pág.13.

(19) Contexto/ marco del discurso, Paula Olmos Gómez, Entrada del Compendio de Lógica, Argumentación y Retórica, edición de Luis Vega Reñón y Paula Olmos Gómez, editorial Trotta, segunda edición revisada y actualizada, Madrid (2012), pág. 135.

(20) La Semiótica. Teorías del signo y el lenguaje en la historia. Mauricio Beuchot. Fondo de cultura económica (2004), págs. 36-37.

(21) Maniobras estratégicas en el discurso argumentativo, Frans H. van Eemeren, Plaza y Valdés (2012), pág.80.

(22) Eficacia/Validez argumentativa, Lilian Bermejo, Entrada del Compendio de Lógica, Argumentación y Retórica, edición de Luis Vega Reñón y Paula Olmos Gómez, editorial Trotta, segunda edición revisada y actualizada, Madrid (2012), págs. 217-218.

(23) La semiótica. Teorías del signo y el lenguaje en la historia, Mauricio Beuchot, Fondo de Cultura Económica (2004), pág. 75.

(24) ¿Qué es la Literatura?, Jesús G. Maestro, Editorial Academia del Hispanismo (2009), pág.30.

(25) Maniobras estratégicas en el discurso argumentativo, Frans H. van Eemeren, Plaza y Valdés (2012), págs. 70 y 69.

(26) Tratado de Semiótica general, Umberto Eco, Editorial Lumen, 5ta edición (2000), pág. 114. (Mayúsculas en el original).

(27) El papel de la Filosofía en el conjunto del saber, Gustavo Bueno, Editorial Ciencia Nueva (1970), págs. 81-98.

(28) Semiótica y filosofía del lenguaje, Umberto Eco, Editorial Lumen (1990), pág. 71.

(29) ¿Qué es la filosofía?, Gilles Deleuze, Anagrama (1997), págs. 208 y 209.

(30) En la colección de seis artículos destinados a la definición del pragmatismo, publicados en Science Monthly entre 1877 y 1878 llamados: The fixation of Belief, (CP. 5.358-387) cuyo último artículo se titula: Deduction, Induction, and Hypothesis, (CP. 2.619-644).

(31) Los tres modos de inferencia, Gonzalo Génova, Anuario Filosófico (1996), nº 29, pág.1263.

(32) El proyecto Symploké, Gustavo Bueno, El Catoblepas nº23 (2004), http://nodulo.org/ec/2004/n023p02.htm.

(33) Verdad y método, Hans-Georg Gadamer, Ediciones Sígueme (1996), págs. 461-586.

(34) Ser y tiempo, Martin Heidegger, Editorial Trotta (2003), parágrafo nº6: La tarea de destrucción de la historia de la ontología, pags.43-50 y notas correspondientes del traductor Jorge Eduardo Rivera C. al final del libro.

 

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