Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El llamado Proyecto Genoma Humano (en adelante PGH) ha sido uno de los proyectos científicos más ambiciosos de la transición entre el siglo XX y el XXI, y un perfecto modelo de la nueva tecnociencia en la era de la Globalización, imposible de entender si no se considera desde un marco interdisciplinar, en el que los conocimientos científicos se entrelazan con los avances tecnológicos, las cuestiones políticas, económicas, sociales, ideológicas y culturales. Muestra también la creciente privatización de la investigación científica y la intrusión de la economía financiera en las políticas de la ciencia.
El PGH ha sido el primer gran esfuerzo coordinada a nivel mundial, aunque liderado por EEUU, que ha reunido a los genetistas más destacados, universidades, centros de investigación y las más grandes empresas farmacéuticas y biotecnológicas para lograr la cartografía de los mapas genéticos del genoma humano y la secuencia de bases nitrogenadas de todos y cada uno de sus genes. Pero también ha puesto en evidencia las tensiones entre el proyecto público y el privado y la intrusión de los intereses comerciales y financieros en la investigación científica.
Antecedentes
A finales de la II Guerra Mundial los EEUU lanzaron dos bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaky. Japón estaba virtualmente vencido, y las dos ciudades víctimas no tenían ningún interés estratégico ni militar. La acción criminal de los EEUU fue una demostración de fuerza frente al potencial enemigo que era la URSS.
Las explosiones atómicas, aparte de los miles de muertos y de la destrucción, generan una enorme cantidad de radiación atómica que puede afectar al material genético humano y producir gran número de mutaciones, la mayoría de las cuales dan lugar a malformaciones, enfermedades genéticas varias y aumento en la frecuencia de cáncer.
El Departament of Energy (DOE), la agencia federal responsable de los programas nucleares en los Estados Unidos, se comprometió rápidamente en investigaciones que, de entrada, parecían estar muy lejos de sus competencias naturales. Estos estudios se referían, sobretodo, a los mecanismos de la mutagénesis y la identificación de las secuelas genéticas de la radiación. En 1947 se creó la Atomic Bomb Casualty Comission (ABCC), financiada por el DOE y que contaba con un importante presupuesto para la genética.
Los efectos mutágenos de las radiaciones habían sido descubiertos en 1927 por Hermann Joseph Muller, que fue galardonado con el Premio Nobel en 1946. En 1954 la ABCC publicó los primeros estudios genéticos de más de 75.000 nacimientos registrados en Hiroshima y Nagasaky, los cuales eran bastante tranquilizadores, aunque sólo se referían a la primera generación nacida después de la bomba, y se basaban en un análisis bastante somero{1}.
Un año antes (1953) se había descubierto la estructura fina de la molécula de ADN y su modo de replicación. Estudios posteriores, que analizaban la movilidad de las proteínas en un campo eléctrico habían confirmado los primeros trabajos. Pero para saber cuál era realmente la influencia de las radiaciones sobre las mutaciones era necesario saber mucho más sobre la secuencia del ADN.
Inicio del proyecto
Entretanto el contexto político había cambiado. A mediados de los años 80 nos encontramos que la retórica de la guerra fría dejo paso a la aparición de un nuevo adversario: la potencia económica japonesa, que amenazaba el liderazgo tecnológico norteamericano. Las agencias federales empezaron a movilizarse para estimular la creación de empresas y para proteger la propiedad industrial e intelectual.
En este contexto hay que situar la aparición del proyecto Genoma Humano, aunque resulta difícil dar una fecha exacta del comienzo del mismo. Algunos autores la sitúan en la cumbre de Alta, una reunión en la que participó James Neel y que fue organizada en Utah por la DOE en diciembre de 1984 con el fin de discutir los medios que debían emplearse para detectar la presencia de mutaciones en los descendientes de la generación de Hiroshima y Nagasaky. Se discutió sobre tecnologías punta, apelando a toda clase de modelos posibles para identificar las mutaciones. La secuenciación directa del ADN era considerada ya como uno de los medios más evidentes. En cuanto a las motivaciones iniciales, se olvidaron muy pronto.
La capacidad para dilucidar la secuenciación del ADN, por un lado, y el desarrollo sistemático de la informática, tanto en hardware como en software, eran imprescindibles para idear el proyecto Genoma Humano. En 1975 Frederick Sanger anunció que había encontrado el método de determinar la secuencia de los genes, (el encadenamiento de las bases que los forman), reconstruyendo en el tubo de ensayo la replicación del ADN.
Muy pronto diversos laboratorios de Europa, Estados Unidos y Japón intentaron automatizar estos métodos. Un avance importante fue la denominada secuenciación fluorescente, desarrollada por el grupo de Leroy Hood, de Caltech, en 1986. En 1981 Leroy había creado la sociedad Applied Bio Systems, especializada en la fabricación de aparatos de laboratorios dedicados a la biología molecular. La sociedad se desarrolló de manera fulgurante, hasta que fue adquirida por otra mayor, la Perkin – Elmer, precisamente en el momento en que ponía a la venta su secuenciador de capilares, la constituye la base de la considerable aceleración de la velocidad de secuenciación en los laboratorios de todo el mundo.
Los investigadores de la DOE contribuyeron a otra mejora: el empleo de los métodos de selección celular, en los cuales la presencia en una célula de una molécula fluorescente permite, en una mezcla, separar las células marcadas de las que no lo están. Este método podía también extenderse a la selección de cromosomas. De esta manera podían purificarse cromosomas humanos y hacer bancos del ADN específico de cada cromosoma. Como existen 22 parejas, más los dos cromosomas sexuales, podía disminuirse considerablemente la amplitud de los proyectos de secuenciación.
En Francia, el Centro Nacional de Secuenciación de Every está acabando actualmente la secuenciación del cromosoma 14, de algo menos de 100 Megabases (1 Megabase = 100 millones de bases), lo que sitúa la aportación de Francia en un 3% del proyecto internacional.
En todos estos avances ha jugado un papel decisivo el desarrollo paralelo de las capacidades de cálculo y de memoria de los ordenadores. Ya en 1978 se tenía plena conciencia de que muy pronto se necesitaría un apoyo informático que permitiera a la comunidad científica crear el texto continuo de las secuencias y conocerlo. Una reflexión de la Universidad Rockefeller y del Laboratorio Europeo de Biología Molecular (EMBL), de Heildelberg, dio la idea de crear un banco de datos para las secuencias génicas.
Pronto se vió que la posesión de esta información tenía una importancia crucial, así como repercusiones políticas. Se crearon dos bancos competidores, pero intercomunicados: uno en Heilderberg, y el otro en un laboratorio de la DOE, el Los Älamos National Laboratory (LANL).
En 1984, Robert Sinsheimer, por aquel entonces residente de la Universidad de California y que, después de la cumbre de Alta, propuso este proyecto para poder presentar una solicitud de ayuda económica. El mes de mayo de 1985 reunió un grupo de conocidos investigadores, pero no pudo conseguir los fondos que había pedido. De manera independiente, Renato Dulbecco, del célebre SalkInstitute, publico en Science, en 1986, un artículo donde proponía utilizar la secuenciación del Genoma Humano para establecer las bases del cáncer{2}.
En la misma época esta idea se abría paso en Francia alrededor del Centro de Estudios del Polimorfismo Humano (CEPH), desarrollado por Jean Dausset para recoger información genética de familias humanas de genealogía bien conocida. Comprendiendo bien el valor patrimonial que representaba esta recolección única de genes, un investigador muy activo de su laboratorio, Daniel Cohen, ideó un enfoque industrial destinado a secuenciar grandes segmentos de genoma.
Mientras tanto Charles de Lisi, propuso la realización de este proyecto en la DOE. En 1987 obtuvo de la DOE la autorización de proceder a una reorientación hacia el programa Genoma, además de 5,5 millones de dólares. En 1998, bajo la influencia del senador por Nuevo Méjico, Pete Domenici.El programa fue estudiado por el Senado Norteamericano y entró en la discusión de los grandes proyectos científicos que tenían lugar en la Casablanca. David Galas, pionero de la genética molecular, se convirtió muy pronto en uno de sus más decididos partidarios.
En Francia, David Cohen y Jean Dausset, obtuvieron una primera línea presupuestaria para explorar la viabilidad del proyecto a partir de las muestras de ADN humano recogidas en el CEPH. Cohen consiguió convencer al ministro que el CEPH, con su estructura privada y una ayuda del ministerio, podría poner en marcha un programa de secuenciación más fácilmente que los organismos públicos. A partir de 1989, el CEPH empezó a reclutar investigadores e ingenieros, y a comprar robots y equipos industriales con el fin de cartografiar y secuenciar el genoma humano a gran escala. Al mismo tiempo que se obtenía la subvención Eureka de la CEE, se creaba la sociedad Bertin (con dos socios británicos) como proveedor industrial de los instrumentos necesarios.
En la primavera de 1992, Daniel Cohen presentaba, en la reunión anual del laboratorio de Cold Spring Harbor , en Estados Unidos, un primer mapa completo del cromosoma 21, y en otoño del mismo año publicaba el primer mapa continuo que contenía hasta una Megabase del ADN humano.
De este conjunto de datos podemos sacar ya algunas conclusiones. En primer lugar el proyecto forma parte de lo que he venido a denominarse big-science, es decir el tipo de investigación científica que para realizarse necesita cuantiosas inversiones y en el que los científicos además de dominar su campo de trabajo tienen que moverse en la esfera política para conseguir estas inversiones. Pero en el caso del PGH nos encontramos además con otro factor añadido: no solamente son necesarias grandes inversiones sino que algunas multinacionales farmacéuticas y empresas qué se dedica a la comercialización de costoso material de laboratorio ven en este nuevo campo una enorme posibilidad de negocio. Vemos pues qué aparece un nuevo factor: la intrusión de la economía empresarial y financiera en la investigación científica.
La enorme cuantía de las inversiones necesarias trae como consecuencia que los científicos deban apelar continuamente a los beneficios sociales que van a resultar de su actividad investigadora. En el caso que nos ocupa se exponen continuamente las grandes ventajas para la medicina que puedan resultar de las investigaciones en torno al genoma humano. El artículo de Dulbecco, apelando a la investigación sobre el genoma con un instrumento para la curación del cáncer es muy significativo en este sentido.
Desarrollo del proyecto
La formalización y desarrollo del proyecto pivoto principalmente sobre los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) y el Departamento de Energía (DOE). En mayo de 1988 James Wyngaarden, director NIH ofreció el cargo de director adjunto el proyecto a James Watson, prestigioso genetista qué, juntamente con Crick, había descubierto la estructura helicoidal de la molécula de ADN. En octubre de de 1989 el departamento dirigido por Watson se convirtió en el National Center for Human Genome Research, con un presupuesto para el año fiscal de 1990 de 60 millones de dólares, por lo que muchos sitúan esta fecha como el auténtico inicio del PGH.
El PGH se concibió como una empresa internacional, aunque con un liderazgo claro de los Estados Unidos. Dos terceras partes del trabajo irían a cargo de universidades y centros de investigación públicos norteamericanos, y el resto a cargo el centro del Reino Unido, Francia, Alemania, Japón y Brasil. Entre estos centros cabe destacar el Centro de Estudios del Polimorfismo Humano, en Francia (CEPH), el centro Sanger, financiado por la Fundación Welcome y el Consejo Británico de Investigación Médica (BMRC) en el Reino Unido, el Instituto Max Planck en Alemania o el instituto Kasuza en Japón.
Esta distribución refleja perfectamente el reparto de poder en el Nuevo Orden Internacional. Estados Unidos juega el papel indiscutible el líder y conductor, y los demás países que participan en el proyecto son los considerados centrales en el desarrollo económico, con la presencia de Brasil como representante de los llamados países emergentes. Los considerados semiperifericos como España o Italia quedan fuera del proyecto. Son países destinados a tener desarrollo condicionado, sin industria pesada, sin investigación puntera, con bajo desarrollo demográfico, y una economía basada en el turismo y en los servicios.
El 10 de abril de 1992 se produjo la primera crisis importante del proyecto, con la dimisión de Watson como director del mismo. Las causas fueron varias; un año antes el presidente Bush había nombrado a BernardineHealy como nueva directora del NIH, y entre ella y Watson surgieron diferencias irreconciliables. Healy censuró a Watson por tener acciones de varias compañías farmacéuticas y biotecnológicas, lo que suponía un conflicto de intereses. Por su parte Watson se opuso al apoyo de Healy a los métodos de Craig Venter, y mostró su desacuerdo a que el NIH hubiera solicitado patentes sobre los fragmentos de genes identificados por Venter.
Francis Collins seria el sucesor de Watson en el proyecto desde abril de 1993, pero Venter sería también uno de los principales protagonistas de esta historia.
Francis Collins y Craig Venter
Collins y Venter han sido las dos figuras más representativas del PGH. Collins ha dirigido el proyecto público mientras que Venter ha sido el protagonista de notables avances en el proyecto desde distintas empresas privadas. Las 2 estrategias han dado lugar agrias polémicas y enfrentamientos y reflejan el creciente protagonismo de la inversión privada y la economía financiera en la investigación científica puntera al mismo tiempo que los proyectos públicos se baten en retirada.
Francis Collins nació en abril de 1950 en el valle de Shenandoah, en Virginia. Estudió física y química en la Universidad de Yale, donde a partir de 1981 se formó en la investigación genética con Sherman Weissman. Cuando se hizo cargo del proyecto público del PGH tenía tras de sí una brillante carrera como investigador: había encontrado e identificado el gen de la globina en el cromosoma 7, cuyas mutaciones eran responsables la enfermedad llamada fibrosis quística. También había identificado los genes responsables de la distrofia muscular de Duchenne. Asimismo había identificado también los genes responsables ya la corea de Huntington{3}.
Sin embargo Collins arrastrada un importante fracaso, que mostraba una vez más el creciente papel de las empresas biotecnológicas en la carrera del PGH. Se trataba del gen BRCA1, conocido popularmente como el gen del cáncer de mama. A mediados de la década de los 70 la genetista de Berkeley, Mary Claire King empezó a trabajar en la búsqueda de este gen. En 1990 uno de los estudiantes de King propuso la estrategia de agrupar a las familias en las cuales se manifestaba esta enfermedad en función de a la edad en la que se había diagnosticado el cáncer. A partir de esta estrategia King encontró una relación consistente con un marcador del cromosoma 17. Este marcador o gen defectuoso BRCA1 aumentaba la posibilidad de que una mujer desarrollará cáncer de mama en un 85% y cáncer de ovario en un 50%.
King presento sus resultados en la American Society of Human Genetics, en una sesión celebrada en Cincinnati. Después de esta sesión Collins se puso en contacto con ella y la persuadió para que trabajaran juntos en la identificación del gen BRCA1{4}.Pero la empresa biotecnológica MyriadGenetics, que había sido fundada por el Premio Nobel Walter Gilbert se adelantó a Collins y King y en 1994 logró identificar al gen BRCA1.
Cuándo Collins se hizo cargo del proyecto PGH se dio cuenta que había dos graves problemas a solucionar: el primero era la elaboración de un mapa físico completo de cada cromosoma formado por una serie de fragmentos de ADN purificados de manera que ofrecieran la materia prima para la secuenciación del ADN. El segundo era lograr mejoras drásticas en la velocidad y la eficiencia de la secuenciación.
Los mapas físicos elaborados por Daniel Cohen y sus colegas del CEPH no eran demasiado fiables. Los investigadores franceses habían reunido una biblioteca grandes fragmentos cromosómicos en forma de mega-YAC{5}. Sin embargo estos clones eran muy inestables{6}. El primer mapa físico de un cromosoma humano fue del cromosoma Y, y fue debido a David Page del WhiteheadInstitute.
A pesar de estos problemas en la elaboración de mapas físicos, que debía ser un paso previo a la secuenciación, muchos científicos estaban impacientes para iniciar la secuenciación a fondo. En febrero de 1996 la Fundación Welcome organizó en las islas Bermudas el primer congreso estratégico internacional sobre la secuenciación del genoma humano, de la cual salió el llamado «acuerdo de las Bermudas» en el que se afirmaba entre otras cosas que toda la información sobre el genoma humano debería ser de dominio público con el fin de impulsar la investigación y el desarrollo.
Con respecto al tema de la eficacia en la secuenciación, Collins se enfrentaba al problema de encontrar las tecnologías más eficaces y económicas para que el proyecto pudiera estar terminado el año 2005, tal como se había previsto. Para solucionarlo había encargado a seis de los centros de secuenciación más importantes de los Estados Unidos (Stanford, Houston, Seatle, St. Louis, TIGR y MIT) el desarrollo de nuevas tecnologías y métodos más rápidos para secuenciar el ADN, pero a pesar de los esfuerzos, los resultados seguían siendo mediocres.{7}
La máquina secuenciadora más usada, el ABI377, era impresionante: podía dar una media de 50.000 bases al día en pleno rendimiento, pero estaba muy lejos de ser suficiente. A principios de 1998 solo dos de los centros pilotos habían reducido los costes a menos de un dólar por base, y un equipo apenas había podido bajas de los 10 dólares{8}.
De estos datos podemos deducir que se estaban introduciendo en la investigación científica una serie de variables más propias de la industria y de la dinámica empresarial que de la ciencia clásica. Velocidad y rentabilidad son dos variables que no encontraríamos en la investigación de Mendel, por ejemplo, pero que ya formaban parte del núcleo duro de la investigación genética.
De forma paralela al desarrollo del PGH, se iba avanzando en la secuenciación del genoma de otros organismos. En 1996 una coalición de 633 científicos que trabajaban en un centenar de laboratorios diferentes de Europa, Estados Unidos, Canadá y Japón logró finalizar la secuenciación del ADN de los dieciséis cromosomas de Saccharomy cescerevisiae, la levadura de la cerveza{9}.
Junto con esta levadura nos encontramos con otros organismos que forman el llamado «consejo de seguridad de los organismos modelo de la genética»{10}: el virus bacteriófago lambda, dos bacterias (Bacillus subtilisy Escherichia colii), un alga unicelular (Chlamydomonas reinhardtii), una planta (Arabido psissp.), un gusano (Caenor habditis elegans), un insecto (Drosophila melanogaster) y un mamífero (Mus musculus), cuyos genomas iban a ser secuenciados de forma paralela a los progresos logrados en el PGH.
El otro gran protagonista de la historia del PGH es Craig Venter. Venter nació el 14 de octubre de 1946 salt Lake City y creció en Millbrae, cerca de San Francisco. No fue un buen estudiante y el 1964 se graduó con dificultad en la Mills High School. En lugar de ir a la universidad viajo hacia el sur y se instaló en Newport Beach, practicando el surf durante el día y trabajando en Sears por la noche. En 1967 se incorporó al ejército y fue destinado a Da Nang, una de las principales bases estadounidenses en la guerra de Vietnam, donde sirvió como sanitario. La experiencia de la guerra le marcó profundamente.
Al volver a Estados Unidos se matriculo en la universidad de California en San Diego dónde estudió medicina. Sus intereses se orientaron hacia la ciencia básica y la investigación. En 1976 se trasladó a Buffalo para trabajar en la Universidad Estatal de Nueva York, y el 1984 lo encontramos ya en el Instituto Nacional de Neurología de los NIH.
El trabajo de Venter era la identificación de una única proteína: la que se encuentra en la superficie de las células cardíacas, y que detecta la adrenalina, la hormona que provoca el impulso de «luchar o huir». Aunque al final tuvo éxito está búsqueda exigió años de tediosa purificación de proteínas y un coste de 10000000 de dólares. Venter se preguntó si el fin justifica los medios, e imagino que si estos resultados se extrapolaban a 100000 genes el ritmo del avance sería insoportablemente lento.
En 1986 20 Venter se trasladó a California para entrevistarse con Michael Hunkapliler, uno de los diseñadores de la nueva máquina de secuenciación de ADN fabricada por Applied Biosystems. En febrero de 1987 Venter consiguió qué los NIH adquirieran el secuenciador Abi y el prototipo del término robotizado ABI 800 Catalyst, por valor de unos 100000 $. A pesar de los buenos resultados obtenidos con este instrumento Venter no se sentía satisfecho, pues en ocasiones aparecían resultados falsos y la existencia de los genes debía ser confirmada experimentalmente lo cual retardaba enormemente el proceso.
Venter necesitaba un sistema que destacara a los genes para no perder tiempo secuenciando ADN basura. Para ello adoptó el proceso natural de transcripción de genes como si fuera un ordenador biológico para examinar miles de millones de letras de ADN en busca el pequeño porcentaje que codifica genes. El proceso de convertir las instrucciones qué contiene un gen en la proteína correspondiente se basa en un agente intermedio: el ácido ribonucleico de siglas ARN. Los primeros genes se aislaron purificando moléculas de ARN de un tipo de célula dado. Este A RN purificado se convertía otra vez en ADN a través de un proceso llamado transcripción inversa; las moléculas de ADN así generadas reciben el nombre de ADN complementario (cADN) y se insertaban en un cromosoma bacteriano en colecciones conocidas como «biblioteca de cADN».
Venter, en colaboración con Mark Adams, escogió una biblioteca de cADN cerebral qué contenía copias de miles de genes activos en el cerebro humano. Seleccionaron unas cuantas decenas de colonias bacterianas, cada una con él cADN de un gen desconocido; purificaron el ADN y determinaron la secuencia de bases en la máquina ABI. A continuación Venter comparaba la secuencia de ADN de las doscientas o trescientas bases que solía obtener de cada cADN con genes previamente identificados y procedentes de una variedad de especies cuya secuencia ya se encontraba en la base pública de datos genéticos. Cada uno de estos fragmentos, que identificaban a un gen, recibió el nombre de» etiqueta de secuencia expresada» cuida siglas en inglés, EST, pronto iban a formar parte de léxico habitual de la genética molecular{11}.
El 21 de junio de 1991 Venter presentó su nueva estrategia en un artículo publicado en Science{12}. Mientras que la mayoría de los artículos de investigación en este campo hacían referencia a uno o dos genes, el artículo de Venter y sus colaboradores revelaba la identidad de 330 nuevos genes activos en el cerebro humano. La elección del cerebro como campo de estudio se debía a que allí se encuentran más genes activos que en cualquier otra parte del cuerpo humano, y además al hecho de que una cuarta parte de las más de 5000 enfermedades genéticas descritas afectan al sistema nervioso.
Los métodos y las declaraciones de Venter no sentaron bien a todo el mundo. Las principales figuras del PGH las criticaron desde distintos puntos de vista{13}. Para John Sulston, director británico del proyecto genoma del nematodo, con el método de Venter no se podrían identificar la mayoría de los genes, debido a la mala calidad de muchos productos comerciales. James Watson, todavía director del proyecto genoma de los NIH, sostuvo que el cADN no podía sustituir al análisis del genoma, pues existía el peligro de saltarse información genética crucial.
Pero la polémica generada por Venter no se limitó a las cuestiones metodológicas, sino que se extendió hasta la cuestión mucho más espinosa de la patente de genes. Hasta la emergencia del método EST había solamente un puñado de genes patentados para fabricar productos terapéuticos, como la insulina, el factor de coagulación 8 y la eritropoyetina.
Reid Adler, jefe de la Oficina de Transferencia Tecnológica de los NIH, poco antes de que Venter publicara su revolucionario artículo en Science, presentó una solicitud de patente sobre 347 EST de genes humanos. Posteriormente, un poco antes del artículo de Nature, extendió la solicitud a 2421 EST más. En total eran el 5% de los genes humanos. La concesión de una patente sobre un EST significaba, en la práctica, la patente sobre un gen, cuya secuencia no era aún conocida al completo.
Muchos científicos reaccionaron airadamente ante la noticia de estas peticiones. James Watson las criticó agriamente, y el genetista francés Alex Calin, en una reunión de la NationalAcademy of Sciences, comparó la patente de genes con la patente de cuerpos celestes: «Yo patentaría la Luna». Otro dijeron que intentar patentar genes era como querer patentar la Tabla Periódica de los Elementos.
A pesar de estas críticas, BernadineHealy, directora de los NIH siguió apoyando la política de Venter de intentar patentar EST. Esto agrió aún más sus malas relaciones con Watson, que acabaría dimitiendo en abril de 1992. En agosto del mismo año la oficina de patentes rechazó la primera tanda de solicitudes sobre los EST. Los NIH apelaron esta decisión, pero a principios de 1994 el premio Nobel Harold Varmus sucedió a Healy en la dirección de los NIH, y se produjo un cambio de política: Varmus decidió retirar la apelación y la segunda solicitud de patentes, pues era partidario de patentar genes completos y con función conocida.
Mientras a Venter le llovían propuestas de la industria biotecnológica. Cuando Wallace Steinberg, presidente del fondo de inversiones HaelthCareInvestmentCorporation, e inventor del cepillo de dientes Reach, oyó rumores de que Venter planeaba dejar los NIH, se entrevistó con él y le explicó sus planes. Steimberg quería fundar un centro de investigación sin ánimo de lucro (¿), The Institut for Genomic Research (TIGR) cuya dirección ofrecía a Venter. Para recuperar la inversión se fundaba una empresa asociada que iba a comercializar los descubrimientos hechos por el TIGR, llamada Human Genome Sciencies (HGS), que a su vez iba a estar dirigida por William Haseltine, profesor de Harvard muy conocido por sus trabajos pioneros sobre el virus de la SIDA y por su matrimonio con Gale Hayman, multimillonaria de la jet set, e inventora del perfume Giorgio.
Venter rechazó la primera oferta de Steiberg (unos «miserables» 20 millones de dólares), pero aceptó la segunda: 70 millones que al final iban a ser 85. El 10 de julio de 1992 Venter dimitido de los NIH y se trasladó a Rockville, en Maryland, dónde se instalaron las nuevas dependencias del TIGR. En poco tiempo se convirtió en uno de los centros más prodigiosos del mundo. Con sus treinta secuenciadores automáticos ABI 373 A, diecisiete estaciones ABI Catalyst y una base relacional instalada con el sistema Sun SPAR Center 2000 inició su proyecto de crear un catálogo exhaustivo de EST humanos. En menos de tres años, lo que al principio parecía un práctico atajo para aislar genes, se había convertido en un asalto a gran escala en busca de los tesoros del genoma humano.
Mientras Haseltine había sido nombrado presidente de HGS en mayo de 1993. Su objetivo era convertirla en una empresa farmacéutica puntera, y para ello el camino era vender el acceso a los datos EST a grandes compañías farmacéuticas interesadas. Algunas, como Glaxo o Rhone-Poulenc rechazaron la propuesta, pero Haseltine pronto encontró un cliente: la empresa británica SmithKline-Beechmann, que el 20 de mayo de 1993 pagó la inaudita cantidad de 125 millones de dólares a cambio del 7% de HGS y los derechos exclusivos de los genes de Venter.
A partir de aquí se inició una oleada de asociaciones similares entre empresas dedicadas al estudio del genoma de reciente creación y gigantes de la industria farmacéutica, que veían en el estudio del genoma humano un campo creciente de posibilidades comerciales. Así, por ejemplo, la Hoffman-LaRoche invirtió 70 millones de dólares en la empresa Millenium Pharmacueticals, de Cambridge (Massachusetts).
Ante las crecientes críticas de miembros de la comunidad científica, Venter replicó ue no había fundada el TIGR para hacerse rico, sino para poder secuenciar el genoma a una escala que no habría podido realizar en los NIH. Sin embargo Steinberg tenía la costumbre de dar un 10% de las acciones a los fundadores de una nueva empresa, y en el caso de Venter equivalía a 750.000 acciones de HGS, que, según un artículo del New York Times del 30 de enero 1994 equivalía a 13,4 millones de dólares.
Proyecto público y privado: de la competencia a la colaboración.
El 8 de mayo de 1998, Venter y Hunkapiller se reunieron con Collins y Harold Varmus, director de los NIH. Les comunicaron la creación de una nueva empresa, Celera Genomics, en la cual iban a participar los principales colaboradores de Venter en el TIGR, Mark Adamas, Anthony Kerlavage y Granger Sutton, y que iba a ser una de las filiales de PE Corporation (la otra seria Applied Biosystems, de Hunkapiller).
Venter propuso que su empresa y el Proyecto Genoma público compartieran sus datos. La propuesta no hizo ninguna gracia a Collins, pues la presencia de una empresa privada iba a desnaturalizar el proyecto y, además, no se fiaba de Venter. Contesto que necesitaba más tiempo para consultar a otros responsables del proyecto.
Sin esperar la respuesta del NIH, dos días después de la entrevista, Venter «soltó» la noticia en la edición dominical del New York Times. En el reportaje, Venter, además de explicar los detalles de su proyecto, se comprometió a publicar gratuitamente sus datos cada tres meses, contraviniendo los términos del acuerdo de Bermudas, según el cual los centros que participaban en la secuenciación del genoma publicarían sus datos cada veinticuatro horas. Sin embargo, las empresas farmacéuticas que podían desarrollar productos a partir de estos datos debían pagar una licencia. Respecto a las patentes se comprometía a no solicitar más de 100 a 300 genes, es decir, el 1% del genoma.
El lunes 11 de mayo, Venter, Hunkapiller, Varmus, Collins y Ari Patrinos, director de la Office of Biological and Environmental Reserach de la DOE, convocaron en Washington una insólita rueda de prensa en la que los miembros del proyecto público daban la «bienvenida» a la empresa de Venter. Collins parecía satisfecho con el compromiso de Venter de publicar sus datos cuatro veces al año.
Pero al día siguiente Collins convocó una reunión de emergencia de los principales líderes del proyecto público en el Cold Spring Harbor National Laboratory de Long Island. La increíble propuesta de Venter era el tema fundamental de la reunión. Los fantasmas de la patente de genes y la explotación comercial desenfrenada del genoma planeaban de forma amenazadora.
La reacción más importante vino de Michael Morgan, director del programa genético de la fundación Wellcome. Morgan anunció que la fundación había decidido doblar el presupuesto del Sanger Center, instituto británico que participaba en el proyecto público, elevándolo a 350 millones de dólares. Anunció también a intención de la fundación de acudir a los tribunales ante cualquier solicitud de patentes sobre el ADN que creyera que no estaba justificada.
La respuesta de Venter y sus colaboradores vino en un artículo publicado en Science{14} donde explicaban su método (llamado de Shotgun o «perdigonada») que consistía en romper el ADN en fragmentos, secuenciarlos por separado e integrar posteriormente las secuencias a través de un programa informático. Los datos eran apabullantes: 230 secuenciadores ABI PRISM 3700; 1000 muestras; unas 100 millones de bases secuenciadas…{15}.
El 17 de junio, la comisión del Congreso de EEUU sobre energía y medio ambiente convoco una sesión para debatir la entrada de Venter en el Proyecto Genoma Humano{16}. La intervención más dura fue la de Maynard Olson, director del Genoma Center de la universidad Washington de Seattle, que acuso de Venter de «hacer ciencia a golpe de ruedas de prensa». Venter replico, irónicamente, pidiendo la Congreso que incrementara los fondos para el proyecto público.
En otoño de 1999 la nueva inyección de fondos y el replanteamiento de la estrategia de Collins empezaron a dar resultados. El 17 de noviembre una base «G» (guanina) obtuvo la distinción de ser la mil millonésima letra aportada al GenBank, la base de datos del proyecto público{17}. Las celebraciones continuaron al otro lado del Atlantico, cuando el ministro británico de la Ciencia, David Sainsbury, entregó un premio de John Sulston en el Sanger Centre, mientras Francis Collins ofrecía una fiesta de celebración para centenares de investigadores en la NationalAvademy of Sciences en la ciudad de Washington.
El 29 de diciembre se produce una enésima reunión entre los representantes del proyecto público (Collins, Waterston, Varmus y Bobrow) y los dirigentes de Celera (Venter, White y Levine). De esta reunión sale un documento consensuado de ocho puntos, de los cuales el más interesante es el último, que reza así:
Celera Genomics puede ver los datos ensamblados generados por los laboratorios públicos y es libre de usarlos para sus bases de datos privadas; si embargo, y de acuerdo con la práctica científica establecida, cualquier publicación científica que combine datos substanciales de ambas fuentes deberá ser conjunta y deberán constar autores de los dos grupos.
Este punto intentaba corregir la ventaja desleal que hasta el momento había gozado Celera: tenía total acceso a los datos públicos, mientras se reservaba el control sobre sus propios datos. Sin embargo, a pesar del consenso inicial, medida que avanzaba la reunión se iban haciendo patentes las diferencias insalvables entre los dos proyectos, especialmente en lo que concernía a las patentes y a la explotación comercial de las mismas. El ADN de la empresa privada (valga la redundancia) es el beneficio, y, en el caso de la empresa privada en el neoliberalismo, el beneficio maximizado y sin cortapisas. Esto hacía incompatible el proyecto de Venter con cualquier filosofía del bien público.
El 14 de marzo de 2000 las ambiciones de Venter recibieron un duro golpe con la declaración pública de Bill Clinton y Tony Blair sobe el proyecto. En ella se abogaba por un acceso libre de todos los científicos a las secuencias de ADN, y, aunque no se hacía ninguna referencia específica a Celera era evidente la alusión. El valor de acciones de Celera se desplomó de 290 dólares a 100 dólares por acción, arrastrando tras sí a todo el sector biotecnológico.
Aunque prosiguieron las escaramuzas el 6 de abril de 2000 se anunció públicamente la terminación del primer borrador del genoma humano secuenciado que localizaba a los genes dentro de los cromosomas. Los días 15 y 16 de febrero de 2001, las dos prestigiosas publicaciones científicas estadounidenses, Nature{18}(el proyecto público) y Science{19} (Venter y sus colaboradores), publicaron la secuenciación definitiva del Genoma Humano, con un 99.9% de fiabilidad y con un año de antelación a la fecha presupuesta. Sucesivas secuenciaciones condujeron finalmente al anuncio del genoma esencialmente completo en abril de 2003, dos años antes de lo previsto. En mayo de 2006 se alcanzó otro hito en la culminación del proyecto al publicarse la secuencia del último cromosoma humano en la revista Nature.
Algunas conclusiones
El estudio somero de la historia de este proyecto obliga a una reconsideración absoluta de la historia de la ciencia y sus implicaciones, tanto epistemológicas como sociales. Un abordaje inernalista (es decir, que tenga solo en cuenta los conocimientos) es inviable. La bigscience, a la cual pertenece el PGH, es un entramado de conocimientos, tecnología, inversiones, intereses empresariales y financieros, y presiones políticas. Pero además hay que tener en cuenta factores sociológicos, ideológicos e incluso geopolíticos para entender el proceso en su magnitud.
La historia del PGH nos muestra en primer lugar el incontestable liderazgo de EEUU en el terreno tecnológico y científico (así como en el militar) con el apoyo colateral de Inglaterra, es decir, del bloque anglosajón-atlantista, y la participación limitada de los demás países que forman parte del llamado «bloque central» (Alemania, Francia, Japón...), mientras que los países «semiperiféricos» (que coinciden con el área mediterránea) quedan fuera del mismo: Portugal, España, Grecia, Italia.
La intrusión de intereses empresariales y financieros en la investigación científica alcanza tal magnitud que los antiguos ideales mertonianos de la ciencia (desinterés, «comunismo» de los conocimientos) quedan listos para ser enviados al museo. Patentes y secretos empresariales se superponen a los antiguos ideales académicos. Los conocimientos científicos ya no son materia para ser enseñada y compartida, sino información empresarial traducible en valor de intercambio.
Pero además, en el caso del PGH se ha generado una auténtica «sociología de los genes», según expresión de Jeremy Rifkin{20}. Una serie de ítems ideológicos que legitiman las manipulaciones de genes humanos, en el marco cultural de una posmodernidad neoliberal, donde el individuo (o mejor, el post-individuo), flotante y sin identidad, vive un bombardeo constante de posibilidades y esta «obligado» a elegir.
El PGH puede dar lugar a un nuevo movimiento eugenésico{21} que, a diferencia del inicial, no se propone una mejora «colectiva» de la especie humana, sino la posibilidad de elección de los padres respecto a las características genéticas de sus hijos, a través de selección gamética o diversas técnicas de manipulación de genes.
Se argumentará que estas técnicas se aplicaran únicamente en caso de enfermedades genéticas. Pero ¿Dónde está la frontera? ¿se incluirán como tales la calvicie precoz, o la miopía? ¿Qué pasará con los genes que no determinan una enfermedad genética determinada sino únicamente una predisposición a la misma? ¿Qué impedirá pasar a la elección del sexo de los hijos? ¿o a características físicas que agraden más a los padres (pelo rubio, pelo moreno, ojos azules)? ¿se producirá algún tipo de discriminación entre las personas cuyos padres hayan optado por esta «mejora» genética y las que no?.
El inquietante escenario de seres humanos a la carta será pronto técnicamente posible.
Notas
{1} Danchin, A (2000)» Una historia intensa, casi violenta», Mundo Científico, nº 215, pp. 21- 27
{2} Dulbecco, R. (1986) «A Turning Point in Cancer Research: Sequencing the Human Genoma» Science, nº 231, pp. 1055-1056.
{3} Davies, K. (2001) La conquista del Genoma Humano. Barcelona, Ed. Paidos, pp. 101-106
{4} Davies, obra citada, p. 117.
{5} El termino YAC significa «cromosomas gigantes de levadura» y se refiere a una tecnología para almacenar ADN.
{6} Anderson, C. (1993) «Genome Shortcut Leads to Problems» Science, nº 270, pp. 394-396.
{7} Davies, obra citada, p. 124.
{8} Penninsi, E. (1998) «DNA Sequencers’ Trial by Fire» Science, nº 280, pp. 814-817.
{9} Goffeau, A. et al. (1997) «The Yesat Genome Directory» Nature, nº387, suplemento, pp. 1-105.
{10} Fink, G. (1998) «Anatomy of a Revolution» Genetics, nº 149, pp. 473-477.
{11} Davies, obra citada, p. 87.
{12} Adams, M.D. et al. (1991) «Complementary DNA Sequencing: Expressed Sequence Tags and Human Genome Project» Science, nº 252, pp. 1651-1656.
{13} Roberts, L. (1991) «Gambling on a Shortcut to Genome Sequencing» Science, nº 252, pp. 1618-1619.
{14} Venter, J.C., Adams, M.D., Sutton, G.G., Kerlavage, A.R., Smith, H.O. y Hunkapiller, M. (1998) «Shotgun Sequencing of the Human Genoma» Science, mº 280, pp. 1540.1542.
{15} Davies, obra citada, p. 207.
{16} «Testimony of Maynard Olson, Craig Venter and Francis Collins at U.S. House of Representatives Committee on Science meeting» 17 de junio de 1998, accessible enhtpp://www.house.gov/science.
{17} Dickson, D. y Macilwain, C. (1999) «Its a G: the One-Billionth Nucleotide» Nature, nº 402, p. 331.
{18} Lander et al. (2001) «Inital sequencing and analysis of the human genome» Nature, nº 409, pp. 860-921.
{19} Venter et al. (2001) «The sequence of the human genome» Science, nº 291, pp. 1304-1351
{20} Rifkin, J. (1999) El siglo de la biotecnología. Barcelona, Ed. Crítica, p. 145.
{21} Movimiento de reforma social, que data de los inicios del siglo XX, en que se proponía una «mejora» de la condición humana a base de impedir la reproducción de personas con deficiencias (eugenesia negativa) y de facilitar la que aquellas personas con caracteres deseables o positivos, partiendo de la base de que estos caracteres tenían base genética. Movimiento de carácter progresista, quedó muy desacreditado después de la II Guerra Mundial por su asociación con el nazismo.