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El Catoblepas, número 170, abril 2016
  El Catoblepasnúmero 170 • abril 2016 • página 6
Filosofía del Quijote

La interpretación epistemológica del Quijote de Serafín Vegas González (II)

José Antonio López Calle

Las interpretaciones filosóficas del Quijote (46).

La venta de Juan Palomeque

Hasta aquí hemos visto que el Quijote se nos presenta como una reivindicación de la racionalidad en general, incluso de una nueva racionalidad y que su protagonista se nos retrata precisamente como un abanderado de esta nueva racionalidad que se ofrece como alternativa a la racionalidad común vigente en la sociedad de la época. Ahora se da un paso más y se nos dice que esa nueva racionalidad por la que aboga don Quijote es un género de racionalidad al que denomina razonabilidad, cuestión que se aborda en el capítulo sexto del libro titulado precisamente «Reivindicación del discurso razonable», donde culmina su exégesis epistemológica de la gran novela en clave de una reivindicación de la racionalidad.

Para llevar a cabo su exégesis en la línea señalada, Serafín Vegas adopta la distinción trazada por Stephen Toulmin en su libro Regreso a la razón (2003; el original inglés, Return to reason, es de 2001) entre racionalidad (rationality) y razonabilidad (reasonableness) mediante la cual se pretende llamar la atención sobre el hecho de que no hay un modo único de concebir lo que hemos de entender por lo racional o ajustado a la razón, sino diferentes modos de concebirlo. Por racionalidad se entiende la racionalidad formal o la que se muestra en una argumentación formal, la cual es de carácter teórico-abstracto, universal y necesaria; una racionalidad así, puesto que busca una compresión teórica, abstracta y universal, válida para todo tiempo y lugar, prescinde de cualquier referencia a situaciones concretas o locales.

En cambio, la razonabilidad es una racionalidad sustantiva o propia de la argumentación sustantiva, la cual es ajena a las exigencias de la necesidad lógica de la argumentación formal y se caracteriza, muy distintamente, por amoldarse o atenerse a las situaciones concretas o locales, las cuales pueden modificar no sólo el estilo sino también el contenido de los argumentos. La razonabilidad o el discurso razonable es la variedad de la razón que pretende dar respuesta a la complejidad y diversidad de la experiencia humana en función de las situaciones y necesidades concretas y contingentes en que tiene lugar. La racionalidad formal aporta certeza teórica; la razonabilidad, certidumbre práctica.

Según Toulmin, antes del siglo XVII hubo un equilibrio entre ambas clases de racionalidad. Pero a lo largo de este siglo, con la configuración de la física moderna como ciencia positiva, se habría impuesto la racionalidad formal, la racionalidad físico-matemática, como modelo único de razón y se habría producido un desequilibro entre la racionalidad formal y la sustantiva, de forma que, desde la perspectiva de la triunfante razón formal, se consideraría la argumentación razonable o sustantiva como algo irracional. Este estado de desequilibrio o de imperialismo de la racionalidad formal, que condena al ostracismo de lo irracional a los valores de lo meramente razonable, carente de viabilidad racional, se habría mantenido hasta mediados del siglo XX, en que habría empezado a producirse una lenta pero constante recuperación de la argumentación sustantiva o razonabilidad como una forma legítima de racionalidad, sin por ello cuestionar el valor de la racionalidad formal en su terreno. De este modo Toulmin reclama un «regreso a la razón», que significaría el fin de la ruptura del equilibrio entre lo racional y lo razonable, con la consiguiente imposición de un modelo restrictivo de la razón humana, y un nuevo equilibrio entre ambas formas de la razón, en el que tengan cabida tanto la racionalidad formal de la ciencia físico-matemática como la razonabilidad y en el que ya no tengan cabida el repudio de la argumentación razonable o sustantiva como algo irracional, por carecer de la universalidad y necesidad de la argumentación formal encarnada en las ciencias físico-matemáticas.

Pues bien, a la luz de estas ideas interpreta Serafín Vega el sentido último y más profundo del Quijote y de su protagonista. Don Quijote es ahora el héroe de la razonabilidad o discurso razonable y el Quijote, al reclamar el valor de éste, estaría anticipando la preocupación actual por la búsqueda de un nuevo equilibrio entre la racionalidad y la razonabilidad.

Desde esta perspectiva hermenéutica, en que don Quijote se erige en símbolo del discurso razonable, se interpreta la defensa que éste emprende de las historias de caballeros andantes y de sus creencias caballerescas como una opción o toma de partido por la razonabilidad de la argumentación sustantiva. En el caso de las historias de los caballeros andantes, de cuya verdad histórica él está plenamente convencido, está dispuesto a conceder que su verdad no se puede demostrar conforme a las exigencias de la racionalidad formal: ningún argumento formal puede poner de manifiesto la verdad de tales relatos. Así se lo hace notar expresamente, según la exégesis de Serafín Vegas, el caballero manchego a don Lorenzo, al conceder que renuncia a convencerle con razones y sólo espera que una intervención milagrosa le induzca a creer en la verdad de los relatos caballerescos:

«Muchas veces he dicho lo que vuelvo a decir ahora: que la mayor parte de la gente del mundo está de parecer de que no ha habido en él caballeros andantes; y por parecerme a mí que si el cielo milagrosamente no les da a entender que los hubo y de que los hay, cualquier trabajo que se tome ha de ser en vano [cursivas de Serafín Vegas], como muchas veces me lo ha mostrado la experiencia, no quiero detenerme agora en sacar a vuesa merced del error que con los muchos tiene: lo que pienso hacer es rogar al cielo le saque dél, y le dé a entender cuán provechosos y cuán necesarios fueron al mundo los caballeros andantes en los pasados siglos, y cuán útiles fueran en el presente si se usaran; pero triunfan ahora, por pecados de las gentes, la pereza, la ociosidad, la gula y el regalo». II, 18, 683

Pero que don Quijote admita que no puede probar con una argumentación formal la verdad de las historias de caballeros andantes y en general de sus creencias caballerescas, que incluyen no sólo la creencia en la verdad de los relatos caballerescos sino también en la necesidad y utilidad de la restauración en el presente histórico de la caballería andante y en su propia misión como caballero andante, no quiere decir, según Serafín Vegas, que el hidalgo manchego niegue que carezcan de justificación racional, pero esta justificación racional discurriría por los cauces exigidos por una argumentación sustantiva, conforme a la cual las creencias y hechos del héroe cervantino serían razonables. Don Quijote se nos presenta así como alguien que reclama la razonabilidad, si no racionalidad formal, de sus creencias caballerescas, pues son susceptibles de justificación mediante la razonabilidad de la argumentación sustantiva, dotada de certidumbre práctica. El caballero manchego, en efecto, pretende justificar la verdad de sus creencias caballerescas sobre la base de la razonable necesidad práctica de éstas para poder dar respuesta a las carencias y necesidades de la sociedad de su tiempo, en la que «triunfan por ahora, por pecados de las gentes, la pereza, la ociosidad, la gula y el regalo». Es esa misma necesidad práctica la que impulsa a don Quijote a emprender la restauración de la caballería andante en su tiempo, una restauración que, a sus ojos sería razonable, porque si los caballeros andantes fueron provechosos y necesarios en el pasado, lo serían igualmente en el presente de la sociedad de su tiempo en que los valores dominantes eran inadmisibles para el héroe cervantino.

En la reacción de don Lorenzo a la argumentación sustantiva de don Quijote en pro de la necesidad de la caballería andante en la sociedad de aquel momento percibe Serafín Vegas un reconocimiento de la certidumbre práctica de la misma. Desde el punto de vista de la racionalidad formal, el discurso de don Quijote le parece a don Lorenzo la obra de un loco y sería irracional no verlo así, como él mismo confiesa: «Yo sería mentecato flojo si así no lo creyese» (II, 18). Pero, desde el punto de vista de la razonabilidad, reconoce la eficacia práctica de la argumentación de don Quijote, en la que éste da por sentada la certidumbre práctica de su creencia en los caballeros andantes como respuesta a los «calamitosos tiempos» que les ha tocado vivir tanto a don Quijote como a don Lorenzo. Según Serafín Vegas, es la visión de lo razonable de las propuestas quijotescas lo que obliga a don Lorenzo a desistir de su propósito inicial de hacer públicamente evidente la locura del héroe cervantino.

Pero no es sólo don Lorenzo quien reacciona viendo en el caballero manchego un adalid del discurso razonable. También le sucede lo mismo a su padre, don Diego de Miranda. Así interpreta Serafín Vegas el discurso que dirige al Caballero del Verde Gabán, en el curso de una conversación entre ambos, para convencerle de la verdad de las historias de los caballeros andantes y para hacerle entender también la razonable justificación de las creencias caballerescas en función de sus efectos morales en comparación con unas creencias distintas, las relativas a los caballeros cortesanos. El exegeta de don Quijote como un campeón del discurso razonable pondera el discurso de don Quijote como una muestra tan excelente de argumentación sustantiva que la estima merecedora de citarse por tal motivo y así lo recogemos o transcribimos aquí para que el lector los pueda contrastar por sí mismo:

«¿Quién duda, señor don Diego de Miranda, que vuestra merced no me tenga en su opinión por un hombre disparatado y loco? Y no sería mucho que así fuese, porque mis obras no pueden dar testimonio de otra cosa. Pues con todo esto quiero que vuestra merced advierta que no soy tan loco ni tan menguado como debo de haberle parecido. Bien parece un gallardo caballero, a los ojos de su rey, en la mitad de una gran plaza, dar una lanzada con felice suceso a un bravo toro; bien parece un caballero, armado de resplandecientes armas, pasar la tela en alegres justas delante de las damas, y bien parecen todos aquellos caballeros que en ejercicios militares, o que lo parezcan, entretienen y alegran, y, si se puede decir, honran las cortes de sus príncipes; pero sobre todos éstos parece mejor un caballero andante, que por los desiertos, por las soledades, por las encrucijadas, por las selvas y por los montes anda buscando peligrosas aventuras, con intención de darles dichosa y bien afortunada cima, sólo por alcanzar gloriosa fama y duradera. Mejor parece, digo, un caballero andante socorriendo a una viuda en algún despoblado que un cortesano caballero requebrando a una doncella en las ciudades. Todos los caballeros tienen sus particulares ejercicios: sirva a las damas el cortesano; autorice la corte de su rey con sus libreas; sustente los caballeros pobres con el espléndido plato de su mesa; concierte justas, mantenga torneos, y muéstrese grande, liberal y magnífico, y buen cristiano, sobre todo, y desta manera cumplirá con sus precisas obligaciones. Pero el andante caballero busque los rincones del mundo; éntrese en los más intrincados laberintos; acometa a cada paso lo imposible; resista en los páramos despoblados los ardientes rayos del sol en la mitad del verano, y en el invierno la dura inclemencia de los vientos y de los yelos; no le asombran leones, no le espanten vestiglos, ni atemoricen endriagos, que buscar éstos, acometer aquéllos y vencerlos a todos son sus principales y verdaderos ejercicios». II, 17, 677-678

Se compara aquí el estilo de vida de los caballeros cortesanos con el de los caballeros andantes y, aunque don Quijote reconoce la necesidad de que existan unos y otros («De todos ha de haber en el mundo», II, 6), en términos de razonabilidad, muestra una preferencia no sólo por la vida dura y trabajosa de los caballeros andantes frente a la vida más blanda y confortable de los cortesanos, sino también por el género de obras o hechos superiores que atribuye a los primeros frente a los segundos. En función de los benéficos efectos que las acciones de los caballeros andantes tienen sobre ellos mismos y sobre la sociedad son razonablemente preferibles a los caballeros cortesanos. En un discurso precedente de don Quijote a su ama en pro de la caballería andante considera no sólo que es más razonable preferir los caballeros andantes a los cortesanos por su mayor utilidad, sino que así lo deberían reconocer los propios príncipes:

«Todo esto te he dicho, ama mía, porque veas la diferencia que hay de unos caballeros a otros; y sería razón que no hubiese príncipe que no estimase en más esta segunda, o, por mejor decir, primera especie de caballeros andantes, que, según leemos en sus historias, tal ha habido entre ellos, que ha sido la salud no sólo de un reino, sino de muchos». II, 6, 590

Y si el discurso de don Quijote ante don Diego de Miranda es una buena muestra de argumentación sustantiva y por tanto del modelo de lo racional como razonabilidad, no debe asombrar que Vegas interprete la respuesta de su interlocutor, el Caballero del Verde Gabán, la personificación cervantina de la discreción racional, como un aprobación del discurso de don Quijote, pues quedó «admirado del razonamiento de don Quijote, y tanto, que fue perdiendo de la opinión que con él tenía de ser mentecato» (II, 16, 668). En el juicio supuestamente aprobatorio de don Diego ve Serafín Vegas un elemento de semejanza con nuestro presente o de sintonía con los actuales desvelos por la racionalidad, en cierto modo una anticipación de la exigencia actual de que la idea de racionalidad, en el sentido científico-matemático, convertida en el patrón hegemónico de la cultura occidental moderna desde el siglo XVII hasta el presente, no monopolice el discurso sobre lo racional, sino que comparta ese dominio exclusivo con la idea complementaria de razonabilidad, que incita a atender a las exigencias de las situaciones humanas concretas. Por ello a quines vivimos en un presente en que se reclama un nuevo equilibro entre la racionalidad y la razonabilidad no nos ha de resultar extemporáneo, sino familiar, el juicio aprobatorio del Caballero del Verde Gabán.

Hasta aquí se nos ha presentado a don Quijote como un paladín de la razonabilidad sustantiva, pues a ella recurre para mostrar la razonabilidad de sus creencias caballerescas y de los hechos llevados a cabo por él en consonancia con esas creencias, un tipo de razón ajeno al patrón de racionalidad teórica de imponer un orden y una solución formal-abstracta a la experiencia concreta del mundo cotidiano. La argumentación sustantiva de los discursos de don Quijote se desenvuelve en función de los problemas concretos de la experiencia inmediata y se rige por la relevancia práctica que pueda aportar, y para el héroe cervantino las necesidades inmediatas más acuciantes a las que hay que dar una respuesta razonablemente ajustada no son otras que los derivadas de una sociedad degradada cuyos valores dominantes don Quijote considera que los hombres de su tiempo han de rechazar.

Pero en la sección «El Quijote y la racionalidad científica» el exegeta de don Quijote como paladín de la razonabilidad imprime un giro a su exégesis para presentarnos al héroe cervantino como abogado transitorio de la racionalidad o argumentación formal, incluso como alguien preso de delirios cientificistas. En la citada sección se emprende la exégesis de la aventura del barco encantado (II, 29) como una crítica anticipada de la concepción monopolista de la razón como racionalidad formal y una reclamación de la razonabilidad. Don Quijote, hasta ahora campeón de la razonabilidad sustantiva, pasa a ser en esta aventura un exponente o símbolo de las exigencias de la racionalidad científica, en tanto es el encargado de hacerse eco de la pretensión de reducción de la razón humana a la racionalidad científica y se adelanta con ello a lo que iban a ser los principios de la modernidad acerca de la racionalidad científica cuando hace de los contenidos de la experiencia perceptiva inmediata sanchopanzista y, en general, de las cualidades sensibles subjetivas o cualidades secundarias meras ilusiones; en cambio, Sancho es la personificación del discurso razonable y, en cuanto tal, es el encargado de los alegatos en pro de las cualidades subjetivas y secundarias de la experiencia precientífica.

Así la contraposición entre el intento persistente de don Quijote en la primera parte de II, 29 de convencer a Sancho de que el barco encantado debía de haber recorrido necesariamente «setecientas o ochocientas leguas» y la respuesta negativa de Sancho de que está viendo con sus propios ojos que no se han apartado de la ribera más que apenas unas varas y que está oyendo rebuznar a su rucio se transmuta en un conflicto entre la pretensión de éste de remitirse a los contenidos subjetivos de la experiencia perceptiva inmediata, que es para él una manifestación de un sentido común que le permite sentirse razonablemente seguro de lo que pueda aportarle la experiencia subjetiva precientífica, y la de su amo, para quien los contenidos de la experiencia inmediata de su escudero son meras ilusiones, pues para él, abanderado ahora de la racionalidad científica físico-matemática, la objetividad de la realidad viene dada por la susceptibilidad de lo real de ser medido matemáticamente y de ahí que don Quijote responda a los alegatos de Sancho en pro de las cualidades secundarias de la experiencia precientífica ateniéndose a los dictados matemáticos de la racionalidad científica:

«Si yo tuviera aquí un astrolabio con que tomar la altura del polo, yo te dijera las [leguas] que hemos caminado; aunque, o yo sé poco, o ya hemos pasado, o pasaremos presto, por la línea equinoccial, que divide y corta los dos compuestos polos en igual distancia». II, 29, 774

Don Quijote está convencido, según Serafín Vegas, de que el movimiento objetivo, como sostuvo Galileo en su día, es el que se entiende como una cualidad primaria matemáticamente mensurable, de forma que quien conoce esa legalidad matemática de la naturaleza sería capaz de cálculos precisos, pero no quien la ignore, como Sancho, a quien, según la exégesis de Serafín Vegas, su señor amonesta precisamente desde las exigencias de la racionalidad científico-matemática, por desconocer el saber científico-matemático que le permitiría hacer los cálculos precisos para saber dónde están:

«Tú no sabes qué cosas sean coluros, líneas, paralelos, zodíacos, eclípticas, polos, solsticios, equinoccios, planetas, signos, puntos, medidas [las cursivas en las citas son siempre de Serafín Vegas] de que compone la esfera celeste y terrestre; que si todas estas cosas supieras, o parte dellas, vieras claramente qué de paralelos hemos cortado, qué de signos visto y qué de imágenes hemos dejado atrás y vamos dejando ahora». II, 29, 775

Pero Cervantes no se limita meramente a negar, sirviéndose para ello del loco discurso del hidalgo manchego, los supuestos inherentes a la idea moderna de ciencia, sino que la negación se transforma en burla manifiesta de la racionalidad científica, incluso desprecio de las exigencias metodológicas que la ciencia moderna reclamaba del experimento, cuando don Quijote tiene la ocurrencia de apelar a un burdo y caricaturesco experimento (el de comprobar si tienen piojos como señal de haber llegado a la línea equinoccial), al modo de lo que iban a establecer los científicos modernos, para resolver la cuestión planteada de la exacta ubicación del barco encantado. En la burlesca desfiguración del experimento científico, rematada con la zafiedad de la respuesta de Sancho, percibe el exegeta una burla y descalificación de la ciencia moderna:

«Sabrás, Sancho, que los españoles y los que se embarcan en Cádiz para ir a las Indias Orientales, una de las señales que tienen para entender que han pasado la línea equinoccial que te he dicho es que a todos los que ven en el navío se les mueren los piojos, sin que les quede ninguno, ni en todo el bajel le hallarán, si el pesan a oro; y así, puedes, Sancho, pasar una mano por el muslo, y si topares cosa viva, saldremos desta duda; y si no, pasado habemos. (...)
Tentose Sancho, y llegando con la mano bonitamente y con tiento hacia la corva izquierda, alzó la cabeza y miró a su amo, y dijo:
- O la experiencia es falsa o no hemos llegado adonde vuesa merced dice, ni con muchas leguas.
- Pues ¿qué - preguntó don Quijote-, has topado algo?
- ¡Y aun algos! - respondió Sancho» II, 29, 774-5

Y con la descalificación de la ciencia moderna en la aventura del barco encantado que Cervantes pone en boca de los protagonistas del relato, se descalifica asimismo anticipadamente la instauración por parte de la ciencia de la modernidad occidental de un modelo de razón y conocimiento excluyente fundado en el método físico-matemático, un modelo de racionalidad que la evolución misma de la modernidad europea iba a consagrar definitivamente como la racionalidad sin más, en detrimento de la razonabilidad del discurso construido a partir de la experiencia inmediata, una razonabilidad cuyo valor quedaba así puesta en entredicho.

Se nos pinta así a Cervantes como un crítico premoderno y escolástico, a la manera del Simplicio de Galileo, del modelo matemático de la nueva ciencia, e incapaz de comprender este nuevo canon de ciencia al estar instalado todavía en el modelo escolástico-aristotélico de la ciencia. Vale la pena citar las propias palabras del exegeta:

«En lo concerniente a ello [a la inminencia del nuevo modo de ciencia y de racionalidad que a partir de Galileo iba a dar forma a la modernidad científica y filosófica europea], Cervantes es un crítico pre-moderno, incapaz de comprender los beneficiosos resultados que la concepción moderna de la ciencia iba a aportar a la cultura y a la sociedad de la modernidad occidental e incapaz igualmente de tomar en consideración la fecundidad que encerraba el nuevo modelo de ciencia para resolver técnicamente las necesidades de la humanidad. Por el contrario, Cervantes seguía en este punto los dictados de una ya mortecina escolástica aristotélica, con la que el citado capítulo II, 29 del Quijote viene a coincidir en la crítica al modelo matemático de la ciencia moderna. De hecho, las objeciones que Simplicio -personificación del escolástico-aristotélico- hará, en el Diálogo galileano, a la configuración matemática de la ciencia moderna están claramente anticipadas en el texto cervantino de II, 29 al que nos estamos aquí refiriendo». Op. cit., pág. 210

El exegeta de Cervantes como crítico, desde una perspectiva escolástica, de la ciencia moderna no se cansa de insistir en que con el rechazo de la consagración de la racionalidad científico-matemática como el canon de la racionalidad, según se desprende de su burlona crítica de la racionalidad científica en II, 29, el autor del Quijote se anticipa a la reclamación en nuestro tiempo de un «regreso a la razón» en el que tengan cabida tanto la racionalidad científica como la razonabilidad, pero, eso sí, sin respaldar por ello las descalificaciones cervantinas de la ciencia moderna ni abrazar la propuesta de regresar al modelo escolástico-aristotélico de la ciencia. Se agradecen los servicios prestados por Cervantes, pero los que se hallan en la onda actual de la reclamación de un «regreso a la razón», no tienen nada en contra de la legitimidad de la ciencia moderna ni están dispuestos a privar a la humanidad de los beneficios del moderno saber científico, pero sí exigen, de acuerdo con el espíritu del «regreso a la razón», de modo análogo a lo que el Quijote en la aventura del barco encantado nos propone, que la racionalidad no se reduzca a la racionalidad científica, que ésta no se siga teniendo como el territorio único y exclusivo del conocimiento de la verdad y que se reconozca la legitimidad del conocimiento y discurso razonables, sin que tengan que ser convalidados o revalidados por los criterios de la racionalidad científica.

Serafín Vegas concluye reafirmando su tesis hermenéutica fundamental según la cual el sentido fundamental del Quijote radica en su reivindicación del discurso razonable, lo que no empañan para nada los disparates del loco don Quijote, pues éstos muestran una coherente inteligibilidad, aunque no lo vean así los otros personajes de la novela, que, sin embargo, tampoco son capaces de probar concluyentemente la locura efectiva del héroe de la novela. Además, no sólo es que sean coherentemente inteligibles los disparates del loco don Quijote; es que asimismo las propuestas quijotescas para sacar la sociedad de su tiempo de su estado de degradación moral y mejorarla moralmente son el producto de una argumentación sustantiva, atenta a las realidades y necesidades concretas de aquel tiempo. Sin embargo, con el discurrir de la narración el protagonista toma progresivamente conciencia de que su análisis de las realidades concretas de su tiempo no está convincentemente fundado. ¿Qué hechos revelan la deficiencia de semejante análisis quijotesco?

En primer lugar, los sucesivos y constantes fracasos del héroe cervantino. Estos fracasos, que culminan en la derrota definitiva ante el Caballero de la Blanca Luna, acaban convenciendo finalmente a don Quijote de que sus propuestas ni son razonables por carecer de fuerza sustantiva ni, en consecuencia, se pueden considerar razonablemente como un instrumento eficaz para reformar o transformar la realidad social, lo que viene a equivaler a admitir que el discurso quijotesco muestra en sí mismo su carencia de racionalidad.

El segundo hecho clave en la trayectoria de don Quijote es la recuperación de la cordura, que Serafín Vegas, como ya vimos y vuelve a repetir, interpreta como una renuncia a la locura por parte del héroe cervantino. Al final de la novela está ya tan claro que los hechos y creencias quijotescos carecen de consistencia y validez racionales que al héroe cervantino no le queda otra opción que renunciar a su locura para volver a ser Alonso Quijano, autoconsciente de «mi necedad y el peligro en que me pusieron haber leído» las historias de la caballería andante. Podría parecer que la pública confesión de don Quijote de su error pone en cuestión la exégesis de la novela como la reivindicación del discurso razonable. Pero el exegeta del Quijote según esta clave hermenéutica se apresura a afirmar inmediatamente que la renuncia de don Quijote a la locura con la consiguiente confesión de su error sobre los libros de caballerías y de su propia vida como don Quijote no invalida el que el sentido primordial del Quijote reside en haber planteado la necesidad de la reivindicación del discurso razonable y esto le lleva a cerrar su exégesis con estas palabras:

«Si, en efecto, la muerte de don Quijote pone de manifiesto hasta qué punto estaba destinado al fracaso el propósito del hidalgo cervantino de dotar de plausibilidad racional a las creencias caballerescas del pasado, la recuperación cervantina de Alonso Quijano pone ante los ojos del lector del Quijote la conveniencia de seguir ahondando en un marco de lo racional en el que tanto la argumentación formal como la argumentación sustantiva puedan encontrar acomodo». Op. cit., págs. 215-6

Hasta aquí nos hemos atenido a exponer las ideas principales de la exégesis del Quijote como una reivindicación de lo racional en general y de la razonabilidad en particular, pues en ello cifra Serafín Vegas el sentido principal de la novela. Sin embargo, no se conforma con esto y en los últimos capítulos desborda este marco para presentarnos el Quijote como un «mirador» apropiado de algunos de los principales problemas epistemológicos vigentes en nuestro tiempo, tal como las relaciones entre la observación y la teoría y las dificultades del fundamentismo, de lo que se ocupa en el capítulo siete, los problemas del coherentismo, abordados en el capítulo ocho, o la amenaza del escepticismo, tratada en el noveno y último capítulo. El Quijote se transmuta así en un libro sui generis de epistemología, que Serafín Vegas explora, en estos últimos capítulos con la ayuda de autores pertenecientes en su mayoría a la filosofía analítica. Pero en esta exploración, a nuestro juicio, extraviada, ya no lo seguimos y lo dejamos solo.

 

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