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El Catoblepas, número 169, marzo 2016
  El Catoblepasnúmero 169 • marzo 2016 • página 5
Voz judía también hay

Premios a la lacra

Gustavo D. Perednik

La judeofobia premiada tiende a perpetuarse.

Adolfo Pérez Esquivel, Richard Wagner

Antes de su período de malandra callejero, el adolescente Adolf Hitler compartió una pocilga vienesa con el melómano August Kubizek -el único amigo que jamás se le conoció-.

En sus memorias, Kubizek refiere que escuchaba obedientemente las inflamadas peroratas de su compañero sabelotodo hasta que el fracasado Hitler desapareció sin dejar rastros.

Treinta años después volvieron a encontrarse, poco antes de que el que ya era mandamás del Reich se lanzara a la destrucción de Europa. A fin de agasajar a quien había sido su única audiencia durante los años mozos, Hitler invitó a Kubizek dos veces al Festival Wagner en la ciudad de Bayreuth.

El Festival, que se celebra anualmente desde hace ciento cuarenta años, está dedicado a las óperas de Richard Wagner, sepultado en esa ciudad.

A partir de su muerte en 1883, el festival fue liderado durante dos décadas por la viuda y heredera de Wagner, Cosima, y luego por su nuera: la nazi Winifred Wagner, quien incluyó a Hitler como ícono de los conciertos.

Winifred murió en 1985 sin haber jamás ocultado su admiración por el genocida, y nunca permitió siquiera que se colocara en la ciudad un monumento en homenaje a los músicos judíos que allí habían tocado y que perecieron en la Shoá.

Sólo después de la muerte de Winifred pudo levantarse una minúscula estatua memorial.

El evento anual, y la ciudad de Bayreuth en su conjunto, son un paralelo alemán a la Stratford inglesa donde brilló Shakespeare. Los conciertos wagnerianos siguen hasta hoy, y son el triste marco para una disimulada aquiescencia para con el brutal pasado.

En general, los alemanes no desean desmantelar las expresiones del nacionalismo que dieron rienda suelta a su sádica locura; una de ellas es la centralidad de Bayreuth.

El ciudadano alemán promedio, en efecto, si bien admite que la Shoá es una mácula de su historia, está poco dispuesto a desnazificar plenamente el país. Convive con la notable realidad de que casi nadie fue realmente castigado por el Holocausto.

Según el estudio de Hildegard Hamm-Bruecher, un quince por ciento de los elegidos al parlamento alemán en 1949 habían estado involucrados en crímenes nazis, y ello nunca generó ningún escándalo público.

Peor aún: una tercera parte del gabinete de la posguerra, presidido por Konrad Adenauer, estaba conformado por ex nazis. El principal de ellos, Hans Globke, fue la mano derecha de Adenauer hasta 1963, aunque había sido coautor de las Leyes de Núremberg.

Los sistemas judicial y educativo de la Alemania de posguerra estaban saturados de ex nazis. Los médicos que habían participado en el programa T4 de «eutanasia social», y otros que habían sido arquitectos de matanzas masivas en los campos, quedaron impunes, y a veces ocuparon cargos en instituciones médicas y en facultades de medicina. Los jueces que habían firmado sentencias de muerte a «desertores» y «traidores» siguieron siendo jueces en la nueva Alemania. En algunos Estados alemanes, todos los jueces habían estado afiliados al partido nazi.

Maestros que habían empujado a niños «arios» como fieras contra sus compañeritos judíos indefensos, y que habían enseñado la superioridad teutónica, siguieron siendo maestros. Obispos y prelados (tanto católicos como protestantes) que aplaudieron a Hitler, continuaron siendo líderes espirituales.

Los miembros del partido nazi habían sido un diez por ciento: más o menos ocho millones y medio de alemanes, cifra que no refleja la magnitud del apoyo al nazismo. Las organizaciones nazis abarcaban una cifra cuatro veces mayor.

Algunos ejemplos: el Frente del Trabajo Alemán tenía veinticinco millones, la organización de Bienestar Popular Nacionalsocialista tenía diecisiete millones. Varios millones adicionales eran miembros de la Liga de Mujeres Alemanas, las Juventudes Hitlerianas, la Liga de Médicos, y otros.

Estas organizaciones eran instrumentos en manos del Estado nazi y englobaban a unos cuarenta y cinco millones de alemanes. Aun si descartásemos las probables superposiciones entre varias agrupaciones, de todos modos estaríamos refiriéndonos a alrededor de la mitad de la población del país.

En cuanto a los perpetradores directos de los atroces crímenes, en casi todos los casos se reiteró un síndrome: esquivaron el juicio, o fueron protegidos por viejos camaradas, o bien recibieron penas breves o inmediatamente conmutadas. La abrumadora mayoría de los nazis estuvo (o está) libre.

Esta realidad ha dado en llamarse «Castigo por caricias» (Streichelstrafen), y es el corolario de que los perpetradores, aun los más brutales, fueron catalogados como meros «asistentes» del crimen, y así pudieron eludir su castigo.

Volvamos a Bayreuth

Bayreuth ejemplifica el mantenimiento intacto de la maquinaria cultural del nazismo. Winifred murió en gloria e impunidad, características que combinadas tienden a perpetuar un crimen y sembrar el terreno para que vuelva a cometerse en las generaciones subsiguientes.

En general, un grupo candidato a reincidir es el de los familiares de los criminales que no son penados. Para ilustrarlo vale recordar al acusado central del célebre J'Accuse! (1898) de Émile Zola: el Coronel Armand Mercier du Paty de Clam, a quien Zola llama «el hombre nefasto que hizo todo el daño» del caso Dreyfus.

Charles du Paty de Clam, Marwan Barghouti

Paty (m. 1916) fue el grafólogo que urdió la mentirosa incriminación contra el capitán judío y así sumió a Francia en una década de judeofobia. Raramente se tiene en cuenta que su hijo lo superó en malignidad.

Medio siglo después del crimen de su padre, a Charles du Paty de Clam le fue encomendada, el 10 de marzo de 1944, una misión que respondía a su linaje. El gobierno pronazi de Vichy lo nombró Comisionado General para Asuntos Judíos, a fin de aplicar las teorías «raciales» y así escarnecer y pauperizar a los judíos franceses. Paty hijo cumplió con eficiencia, bajo la supervisión de Adolf Eichmann. Como los de su padre, sus crímenes nunca fueron castigados.

Ocurrió con el mentado dúo lo que en el arquetipo del bíblico Amalec; el enemigo mortal del pueblo judío, por no ser extirpado a tiempo, tuvo como descendencia al persa Hamán -quien volvió a planear el gran exterminio (su derrota se celebra en el mundo judío el próximo 24 de marzo en la festividad de Purim).

Una parte de los franceses siempre sintió sobre Paty lo que expresó el diario Le Cri du Peuple: «fue un soldado que durante el Affaire Dreyfus sólo cumplió órdenes y cumplió con su conciencia, y por ello debió sufrir el odio y la venganza de los judíos».

Los cargos contra Paty hijo fueron abandonados en 1947 con la críptica excusa legal de que había evidenciado «extraña y pasiva serenidad». La impunidad del padre, y la del hijo, incentivan la militancia judeofóbica de sus descendientes. No hay por qué suponer que sus hijos y nietos porten hoy con vergüenza su herencia familiar.

Los hijos de los nazis que nunca fueron castigados, terminaron frecuentemente siendo nazis ellos mismos. Verbigracia, la familia del mentado Eichmann: sus dos hijos mayores fundaron una organización juvenil neonazi llamada Frente Nacional Socialista Argentino, como reacción ante «la pusilanimidad con que es tratado el problema judío».

Planearon atentados a sinagogas, y publicaron la revista Rebelión y algunos libros judeofóbicos. Cuando Horst Adolf Eichmann fue detenido por la policía argentina en 1964, se le secuestraron armas y volantes; era parte de una red «Internacional Nazi» dirigida por George Lincoln Rockwell.

Tampoco Bayreuth fue castigada, y por ello reincide.

Su legislatura estuvo el mes pasado a punto de otorgar el premio Wilhelmine por la Tolerancia a la turba antisionista Código Rosado-Mujeres por la paz, una ONG norteamericana que desde 2002 brega por la destrucción de Israel, y está asociada a Negacionistas del Holocausto. En sus manifestaciones suelen gritar que «Israel debe desaparecer».

Si bien la iniciativa de galardonarlos fue abortada a tiempo, demostró una vez más que los nazis trabajan asociados a cierta izquierda para destruir Israel, y lo hacen bajo el lema de la paz y de la tolerancia que puede convencer a los ingenuos y a los malintencionados.

El intento de premiar a los judeófobos es representativo de las aspiraciones de quienes premian.

Así ocurre con el terrorista palestino Marwan Barghouti, quien fue condenado por múltiples asesinatos de israelíes de los que nunca se arrepintió, y que por ellos está en la cárcel. En los días que corren, Barghouti fue propuesto ¡para el Premio Nobel de la Paz! por. un recipiendario de dicho laurel en 1980: el argentino Adolfo Pérez Esquivel, para quien matar judíos pareciera ser un acto de paz que merece ser imitado y recompensado.

Como siempre sostenemos desde esta columna, el odio a Israel es una de las formas contemporáneas de la locura.

 

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