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El Catoblepas, número 167, enero 2016
  El Catoblepasnúmero 167 • enero 2016 • página 8
Cine

¿Quién es Mary Kate Danaher? O sobre el Cine

Miguel Ángel Navarro Crego

Meditación sobre el cine y el amor en homenaje a la actriz Maureen O'Hara (1920-2015), recientemente fallecida. O de como el cine no es ciencia y es más Filosófico que la Historia (Aristóteles. Poética, 1451b).

Maureen O'Hara en El Hombre tranquilo

«¡Impetuoso!, ¡Homérico!» (Barry Fitzgerald en el personaje de Michaeleen Oge Flynn. «The Quiet Man». John Ford. 1952).

«– ¿Qué cosa puede ser entonces el Amor? – le objeté –-. ¿Un mortal?
– No, ni mucho menos.
– Entonces, ¿qué?
– Como en los casos anteriores –repuso–, algo intermedio entre moral e inmortal.
– ¿Qué, Diotima?
– Un gran genio, Sócrates, pues todo lo que es genio, está entre lo divino y lo mortal.
– Y ¿qué poder tiene? –le repliqué yo.
– Interpreta y transmite a los dioses las cosas humanas y a los hombres las cosas divinas, las súplicas y sacrificios de los unos y las órdenes y las recompensas a los sacrificios de los otros. Colocado entre unos y otros rellena el hueco, de manera que el Todo quede ligado consigo mismo...
...Pero, como hijo que es de Poro y de Penia, el Amor quedó en la situación siguiente: en primer lugar es siempre pobre y está muy lejos de ser delicado y bello, como lo supone, el vulgo, por el contrario, es rudo y escuálido, anda descalzo y carece de hogar, duerme siempre en el suelo y sin lecho, acostándose al sereno en las puertas y en los caminos, pues por tener la condición de su madre, es siempre compañero inseparable de la pobreza. Mas por otra parte, según la condición de su padre, acecha a los bellos y a los buenos, es valeroso, intrépido y diligente; cazador temible, que siempre urde alguna trama; es apasionado por la sabiduría y fértil en recursos: filosofa a lo largo de toda su vida y es un charlatán terrible, un embelesador y un sofista. Por su naturaleza no es inmortal ni mortal...
– Entonces, ¿quiénes son los que filosofan, Diotima – le dije yo –, si no son los sabios ni los ignorantes?
– Claro es ya incluso para un niño –respondió– que son los intermedios entre los unos y los otros, entre los cuales estará también el Amor. Pues es la sabiduría una de las cosas más bellas y el Amor es amor respecto de lo bello, de suerte que es necesario que el Amor sea filósofo y, por ser filósofo, algo intermedio entre el sabio y el ignorante.» (Platón. Banquete. 202 D-203 A, 203 D-204 B).

«... La tragedia es, pues, la imitación de una acción elevada y completa, de cierta amplitud, realizada por medio de un lenguaje enriquecido con todos los recursos ornamentales, cada uno usado separadamente en las distintas partes de la obra, y no narrativamente, y que, con el recurso a la piedad y el terror, logra la expurgación de tales pasiones...Por ello la poesía es más filosófica y elevada que la historia, pues la poesía canta más bien lo universal, y en cambio la historia lo particular....» (Aristóteles. Poética. 1449 B-1450 A. 1451 B.)

«Acaso, en resolución, lo que Aristóteles estaba viendo en el momento de formular su tesis de la Poética en torno a la cual estamos girando desde el principio de esta lección, era sencillamente algo así como lo siguiente: que su propia actividad taxonómica (la de Aristóteles) en cuanto político y en cuanto teórico, aunque conocía la necesidad de alimentarse necesariamente de la Historia, se orientaba a estableces arquetipos, que no solamente debían asumir las funciones especulativas propias de cualquier instrumento analítico, sino que también se manifestaban como fines para el entendimiento práctico. Y, por ello, esta actividad taxonómica suya, aplicada a las cosas humanas, se parecía más al género que cultivan los poetas épicos o trágicos... ... que al género que cultivan los historiadores, tales como Herodoto...» (Bueno, G. El individuo en la Historia. Universidad de Oviedo. Curso 1980-1981, pp. 101-102.)

Saber quién era Mary Kate Danaher está al alcance de cualquiera. Los cinéfilos y fordianos lo sabemos bien. Pero el escueto dato de recordar a tal personaje femenino, interpretado por Maureen O'Hara en El hombre tranquilo de Ford (1952), es aquí tan sólo un pretexto. En el corazón de todos los que nos conmovemos con el cine hay un lugar, no pequeño, para dicha joya del Séptimo Arte. Porque más allá de las transformaciones ideológicas y cambios generacionales, las obras de arte lo son por derecho propio siempre y cuando transmitan al alma humana, en su imperturbable y virginal sensibilidad inocente, algo del aliento poético universal. Para mí la citada película está entre esas piezas, pues la historia de las ideas estéticas es también la historia del espíritu humando occidental.

Hoy para muchos jóvenes dicho filme no será más que una antigualla, una cursilada totalmente demodé e insoportable como podía serlo ya hace más de tres décadas. Y aunque sobre gustos sí hay mucho escrito, pues la Estética es también una ética del gusto; tejido éste por añoranzas, sinsabores y jubilosas alegrías, presumimos que todo esto nada les va a decir a las nuevas generaciones que se incorporen al mundo de la imagen, troqueladas como están ya desde hace años por la estridente escenografía del videoclip y el videojuego. Mas no olvidemos que lo mejor del actual Clint Eastwood, o de Robert Redford, camina por sendas elevadas tras las huellas de los clásicos maestros de antaño, y entre ellos, en un lugar de gloria, el viejo John Ford.

Maureen O'Hara en El Hombre tranquilo

Pero, ¿quién es Mary Kate Danaher? Yo os lo voy a decir. Mary Kate es esa novia, esa mujer, que muchos hubiésemos querido conocer. Los eternos románticos. Personas que sabemos, más allá de toda intuición, que no existen superhombres, porque el Hombre, el varón y la mujer, aún no han muerto, por mucho que el enfermizo Nietzsche entonara el sermón de su canto funeral. Así pues la Postmodernidad no es más que un reclamo comercial y publicitario, como ya supo Baudrillard, de nuestro capitalismo decadente y asesino. Un mundo de simulacros y fragilidades evanescentes si miramos a los tiernos y sabios ojos de un niño que mendiga. Porque Mary Kate (o Mary O'Donnell en Cuna de héroes), es en su origen esa idealización de la robusta e inocente campesina heroica del norteño territorio irlandés. Ese Innisfree que es un mundo de sueños y de hadas previo a toda metafísica, a toda verdad racional. La Arcadia extraviada. Un Cosmos que también, y tan bien, conocían los poetas clásicos como Homero o Virgilio.

Innisfree, paraíso perdido y añorado. Mary Kate: hosca y tierna, fogosa y recatada, adusta y sensible, obstinada y tolerante, pero siempre vestal, útero primigenio e inmaculada virgen católica en el imaginario fordiano y en el de los que, como él, nos alimentamos de sueños para intentar vencer a la contingencia y a la muerte.

Irlanda he dicho, Innisfree he mentado, pero podía haber citado Asturias y recordado el valle del Nalón, Langreo y Sama, su capital. Tierra de acogida que fue en años de postguerra al son de los pitos de las fábricas y del tintineante martillear de sus negros picos mineros. Años de luces y sombras, de memorias perdidas y siempre reencontradas. Por eso yo no puedo olvidar. Porque Mary Kate es también recuerdos de ansiados amores juveniles casi nunca consumados. Al igual que en Ford, que en la madurez de su vida y arte buscó en la joven Maureen O'Hara una solidez emocional no correspondida. Y es que este director, como hemos dicho en otros trabajos, era un poeta y tenía alma de marinero irlandés, siempre borrachín y gruñón, pero de una extraña grandeza ética a pesar de ser un desastre como padre y marido.

Nosotros, los eternamente inmortales en nuestra podredumbre, sabemos que en la dolida y doliente carne mortal que nos conforma, tan llena de débiles flaquezas que tan difícil hacen lo cotidiano, hay un aliento de algo que nos trasciende. La voluntad de aprender a amar que de un sentido trascendente a la pequeñez de nuestra existencia. Y es que no pretendo dejar de ser platónico, es decir de ser cristiano.

Mientras el amor entre un hombre y una mujer sea algo más, mucho más, que un mero deseo animal etológicamente reconstruible o que un baile de feromonas y de neurotransmisores alterados químicamente, ese puente tendido hacia lo divino que es el Hombre seguirá teniendo sentido. Lejos quedan pues los tiempos del Eclesiastés en los que más amarga que la muerte era la mujer. También el Cantar de los Cantares está lleno de hermosas metáforas eróticas. Porque a la postre no todo es química, ¡compañera del alma! ¡Compañera!.

Por eso Mary Kate Danaher y Sean Thornton podemos ser y somos todos nosotros. Aceptamos pues aquí y nos complacemos en la idealización más clásica, pero no en la misoginia romántica ni en la beligerante androfobia feminista. No todo romanticismo ha de serlo y menos hoy en día. El alma humana es una, no hay escisión, Ying y Yang, ni medias naranjas complementarias.

Cada vez que un hombre y una mujer sinceramente enamorados caminan cogidos de la mano por uno de nuestros valles y vertientes (Lena, Quirós, Somiedo, Teverga, etc.), es Asturias quien renace y con ella el alma de España en su cuna, pues como sabía Hegel tras la tierna mirada de dos amantes puede vislumbrarse la sonrisa de un niño. Pero para todo esto tal vez hoy más que nunca haya que proclamar sin temor, pero con firme y honesto recato, que es necesaria la inocencia de un niño, la fortaleza de un león y la paciente resistencia de un camello. Y es que Hombre y Superhombre son así lo mismo, pues éste, frente al delirio nietzscheano, no es más que el hombre y la mujer redimidos de su pasado, del sino de su fatídico pecado original. El eterno retorno a los orígenes.

Cada vez que un hombre se derrama en una fémina a la que no ama y no respeta algo muere en él, y si no es que ya está todo muerto y sólo subsiste en su pálida animalidad embrutecida o robotizada. Cada vez que una mujer se dona sin inocencia prístina, fingiendo en su entrega esa "petite mort" como mero divertimento sensorial, sucede lo mismo con trágica futilidad. Pues no es lo mismo extenuarse adicto de forma obsesiva que vivir el amor como libertad y proyección consciente. Quien quiera entender que entienda.

Yo me pregunto: ¿Han muerto ya todos los héroes y heroínas?, ¿somos sólo sombras de sombras?, ¿acaso la Filosofía no tuvo un incipiente y erótico aprendizaje ritual?, ¿no nos inició Diotima en la ascendente y sensual escalera del Eros?, ¿no son los mitos y los héroes su pretendida copia mortal?... ¿no es el Amor la sabiduría última inenarrable?

Maureen O'Hara en El Hombre tranquilo

Nunca es tarde para enamorarse

«Last Chance Harvey». Director: Joel Hopkins. (2008)

Una película y una meditación, o de por qué lo llaman sexo cuando quieren decir Amor

Hay filmes que en su estreno pasan casi desapercibidos pero que son pequeñas-grandes historias, y que disponibles en DVD merecen una meditación novelada. La nuestra es la siguiente:

No hace aún muchos años, un fin de semana cualquiera, fui a ver esta película a ese nuevo templo del capitalismo multinacional actual que son las «grandes superficies». Pero lo que voy a relatar, como reflexión, podía haber sucedido en casi cualquier parte de nuestro «Primer Mundo»: un mundo rico, a pesar de la crisis, pero a la vez tan lleno de penas; las mismas que se ven en la pantalla y que cuando un filme nos atrapa hacen que nos olvidemos por unos momentos de nuestras propias vidas. Mas expongámoslo de forma literaria que sonará menos impúdico, incluso, para algunos, menos escandalosamente existencialista o vitalista. La socrática ficción es la siguiente:

«Un amigo mío decidió también pasar así la tarde de un lluvioso sábado, encandilado por el título de tal obra y por sus protagonistas: (una Emma Thompson de un tremendo encanto por sus interpretaciones y un muy veterano Dustin Hoffman). En principio era esto algo que él, mi íntimo amigo, presumía como más atractivo que visitar de forma rutinaria a una anciana tía en su geriátrico o que quedarse en casa dándole vueltas a unos textos de Kierkegaard. El caso es que este viejo amigo no fue solo. Le acompañaba la que en breve supuestamente sería su ex esposa. Tampoco nada tan raro, pues a pesar de la «rapidísima» Ley del Divorcio de Zapatero, lo obvio es que haya cuestiones que discutir de forma civilizada antes de firmar en el Juzgado. A mayores, si se ha de quedar como viejos amigos por decirlo de una forma que ya es un cliché eufemístico, que mejor que compartir un rato ante película de título tan aparente, o tal vez, y aquí está el meollo del asunto, tan poco oportuno. Lo que después se tratase ya se vería. Mas en estos menesteres es necesario andarse con pies de plomo, con la cabeza bien fría y con lengua de una mesuradísima sindéresis difícil de aquilatar en personas que, por su propia naturaleza, tienden a expresar verbalmente sus emociones de forma muy aceleradamente angustiada y desmedida; histérica e histriónica en suma.

Esto viene a cuento de lo siguiente. Según se iba desarrollando la bonita, sencilla y muy creíble trama argumental del filme, él, este compañero mío, se fue sintiendo cada vez más emocionado, casi indispuesto. Los efectos de la mimesis, la participación, la peripecia y sobre todo del reconocimiento y la catarsis fueron poniéndole un nudo en la garganta. No era la primera vez que le pasaba tal cosa ante una película con tema amoroso de por medio, pues inmediatamente se acordó de lo que vivenció cuando vio «Los puentes de Madison» o la tradicional «Casablanca». Además algo sabe esta persona sobre dichos procesos poéticos y psicológicos, del alma humana en suma, pues Platón y Aristóteles no le son para él totalmente desconocidos. Qué clásico y qué actual, qué fábula tan puntual y a la vez tan universalizable. Dos biografías que llevan sobre sus conciencias sus propias circunstancias, limitaciones y fracasos, se encuentran de «forma fortuita», en un mundo cada vez más estresado por la esclavitud de los puentes aéreos, «jet lag», y más todavía por los inoportunos y persistentes pitidos de los teléfonos móviles: esas nuevas prótesis «imprescindibles». Todo muy real, todo muy de Hollywood.

¿Cómo no acordarse de los errores y frustraciones propias y ajenas cuando uno ve en la pantalla a eso que, con chabacana vulgaridad, los yanquis llaman (o traducimos como) un «perdedor»? Porque lo que está en juego en la película es la «última oportunidad para Harvey», pero también, tal vez, la «última oportunidad para Kate». Identificación, rememoración emocional y expurgación de las pasiones más hirientes (con lágrimas en los ojos, por qué no decirlo), es a la vez un todo y una unidad. Nuestra memoria vital es siempre una memoria emocional, como intuían Proust y Bergson.

Ya que ese compositor mediocre y frustrado pianista de jazz, que está a punto de quedarse sin trabajo, y que además sin la que fue su esposa (el nuevo marido de ésta es para mayor escarnio el maestro de ceremonias), no ha ejercido de padre y está totalmente arrinconado en el ambiente en el que se va a celebrar la boda de una hija a la que casi ya no conoce,...esa persona, digo, con toda su humanidad a cuestas cual pesada losa, se convirtió en un instante en la transida alma de este compadre mío al que tanto empiezo yo ahora a valorar. Y es que tampoco nunca es tarde para comenzar a tener dignidad y estimación.

Mas lo bueno de Harvey, y a la inversa de lo que le sucede a este azorado camarada de infortunios, es que a pesar de tener un muy mal día, atesora algo de esa sabiduría vital que no se aprende en ningún sesudo tratado de Ética o Psicología; pues él sabe cómo «entrarle con naturalidad» a una mujer circunspecta, pero totalmente desconocida, en una situación cotidiana bien trivial; por ejemplo en la barra de una cafetería. ¡Parece todo tan natural!, y precisamente por lo bien que ejercen la mimesis los dos actores protagonistas. Pero a veces, y para ciertas personalidades, lo aparentemente más sencillo es lo más difícil. Hay personas, como este amigo, que viven la vida como constante y punzante «pathos» cuasi trágico en lo que se refiere a las relaciones con el otro sexo. Lo grave es que no se trata precisamente del típico caso de timidez. Éste a quien yo me refiero es en otros contextos, e incluso con las féminas, un gran charlatán que aburre a las piedras por su locuacidad filosofante. Además ha tenido pareja estable durante bastantes años y por lo que yo sé, y él siempre me ha revelado, no se defiende nada mal en ciertos devaneos. Luego es algo más serio y espinoso, pues en el fondo se trata, según creo (y no hay mejor sastre que el que reconoce su propio paño), de un caso de «inseguridad enfermiza» anclada sobre un «invertido complejo de Edipo». Lo que debía de haber sido el primigenio amor materno es en él como un pánico paralizante. Pues éste, que es muy hábil en palabras y citas en contextos eruditos, no es capaz de hilar dos frases con espontaneidad ante cualquier mujer pizpireta y menos aún expresar un chascarrillo sobre un tema vulgar con voz suave y sin estridencia altisonante. Y esto, según bien recuerdo, le pasaba con veinte años y le sigue ocurriendo ahora con más de cuarenta corridos.

Porque, ¡claro!, Kate es una señorita seria, muy británica, absorbida por su madre y su trabajo, y que también sabe devolver una respuesta cortante sin descomponer su rostro. Pero Harvey insiste con soltura, con seguridad, no se arredra, no se pone sentimental ni implora llorón a los cinco minutos de ver a una mujer bonita, aunque sospeche al instante, como el protagonista de esta fábula mía, que allí Cupido pueda estar tendiendo su arco y preparando su aguda flecha. Así pues ahora que nadie nos oye, y en total secreto, he de confesar que lo que le sucede a éste, a mi colega, es que necesita urgentemente enamorarse del Amor, y que esta urgencia, según los años van pasando, cada vez le angustia más. Ya que sabe, con el platonismo y el cristianismo, que cuando uno se enamora y es correspondido en la misma medida, se produce una profunda transformación de la propia identidad. Con Platón entiende que enamorarse es siempre enamorarse del Amor mismo, o lo que es igual, de la mejor parte de uno, que es a veces un virgen territorio inexplorado de la propia personalidad: un ámbito existencial donde habita la ternura, el sentido y la sensibilidad. Es mucho lo que en ello nos va, pues recordar que somos mortales, que nuestros minutos están contados, es algo que, aun sin ser un sabio estoico, todos sabemos y todos hemos de asumir. Mas fallecer con la plena consciencia de que, mutilados, no hemos sido capaces de aprender a amar, de darnos a los demás, es una faena muy gorda; una amarga tragedia.

Los dos personajes del filme son entrañables y uno con ellos se compadece. Es decir, padece su propio padecimiento (y su renacimiento a la vida), por identificación cordial, y en ellos también se redime un poco. Es ésta una de las esencias del Cristianismo. No todos podemos ser tan fuertes como Spinoza, ese judío ateo que pensaba que arrepentirse de nada sirve y que nos muestra doblemente miserables e impotentes. Porque otra de las esencias de la Cristiandad (desde las Confesiones de San Agustín), es que el arrepentimiento, como toma de conciencia sufriente, es un camino de perfección espiritual. Aquí radica una de las claves del sentido del sufrimiento y también de la purificación, en este caso a través del Arte.

Al acabar el filme, y tras los títulos de crédito, el amigo enmudeció y meditando ya este artículo, salió con su acompañante del bullicioso centro comercial. (Lo al instante sucedido bien podría haber formado parte de las secuencias de descarte o del «Making off» de «Manhattan» o «Annie Hall», aunque no tenga aquel el ácido humor judío y psicoanalítico del entrañable Woody Allen). Así pues, ella, ante tanto mutismo y desbordada emotividad, se sintió muy molesta. A su modo había entendido que el filme para él (que no para ella), era una especie de antítesis esperanzada de lo que habían sido sus casi dos décadas de peculiar relación. Y él, presionado por inoportunas y muy ajadas preguntas, no tuvo la entereza y la picardía de negarlo. La logomaquia como forma de riña sin ningún tipo de sentido conceptual, al igual que cientos de veces durante varios lustros, estaba servida. Ambos habían caído en la adicta, simbiótica y casi destructiva trampa de siempre. Y es que hay temperamentos que juntos no tienen arreglo, simplemente son como echar una cerilla a un barril de pólvora. En la pantalla un «happy end» anunciaba una historia que comienza y que en los espectadores nos deja un sabor a esperanza. En la realidad este amigo mío y ya en su casa, y esa noche solo y bien solo, insomne como casi siempre y a las tantas de la madrugada, redactó este comentario como meditación sobre el cine y la vida, que en el fondo son la misma sustancia. Y es que realidad y ficción son una e idéntica cosa. Pues en materia de Amor, que no de sexo, quién no sueña despierto,... quién, como Harvey y Kate, no busca su última oportunidad».

Coda Filosófica

Después de lo dicho y como escolio queremos afirmar que presentar al cine como una «ciencia» nos parece un despropósito y no porque el cine como Arte (para muchos, entre los que modestamente me encuentro, el más revolucionario del siglo XX), no se apoye y no se construya a partir de múltiples conocimientos técnicos y tecnológicos, y por ende estos últimos con una base en el desarrollo y aplicación de diversas ciencias: la Química, la Física,... pero también la Psicología, la Sociología, la Historia, etc. El cine, entendemos, es Arte, que nos permite denunciar o reconciliarnos con la dura realidad a través de la representación sensible, por decirlo al modo hegeliano (el Hegel por ejemplo de las lecciones sobre Filosofía del Espíritu). Es también, por supuesto, una parte del entramado social institucional que genera un montón de profesiones, de industrias; luego forma parte de lo que con Hegel llamaríamos el «Espíritu Objetivo» y como fragmento del «Saber Absoluto o Espíritu Absoluto» es una parte formal del enmarañado mundo que Gustavo Bueno ha denominado «El Mito de la Cultura». Una compleja realidad donde la Autoconciencia se proyecta, se afirma, se niega y se supera a través de la génesis o censura de arquetipos, de mitologías varias y de ideologías heterogéneas en el seno de la sociedad del Mercado Pletórico. Y por esto, y por otras muchas cosas, el cine (las buenas películas, como la poesía), es más Filosófico que la Historia. Pero para desarrollar todo esto de forma erudita ya tendremos tiempo en próximas ponencias o artículos.

 

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