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El Catoblepas, número 167, enero 2016
  El Catoblepasnúmero 167 • enero 2016 • página 4
Los días terrenales

La pesadilla de Podemos

Ismael Carvallo Robledo

Comentario sobre la plataforma político-ideológica que, lejos de representar una alternativa al sistema neoliberal ("anti-sistémica"), según predican, es su máxima y más esperpéntica expresión.

I

Escribimos estas líneas al tiempo mismo de que el rejuego de las opciones políticas que, a resultas de la reciente elección nacional en España, en la que nadie logró la mayoría absoluta, se disputan el poder del gobierno en una dialéctica que, viendo las cosas desde una perspectiva exenta, es decir, a la distancia, objetivamente y desde criterios de estricto análisis politológico -sin tomar partido-, se nos ofrece con un altísimo interés al mostrarnos en acto la dinámica inestable y de horizonte siempre incierto que, sobre todo en los regímenes parlamentarios, determina la marcha política de determinadas naciones de nuestro presente.

No sabemos entonces cuál habrá de ser la composición final del gobierno español emanado de la consulta electoral de diciembre pasado, o si vaya incluso a ser necesario convocar una nueva consulta como salida in extremis a la actual situación de impasse político, lo que significa que mucho de lo que aquí diremos puede terminar encontrando un sentido u otro en el futuro inmediato en términos de la correlación de fuerzas internas y en función, también, del equilibrio político al que eventualmente se tendrá que llegar.

Pero esta incertidumbre política -de gran interés analítico, como decimos- no impide que, por otro lado, estemos en posibilidad de analizar las cosas desde el punto de vista del cuadro de tendencias históricas que convergen en la determinación de las coyunturas; un punto de vista que nos permite, a esa escala, proyectar las cosas en un arco temporal de mediano alcance.

II

Ahora bien, desde una perspectiva inmersa -tomando partido-, hemos de decir que no es esto en modo alguno una defensa o una justificación de la clase política tradicional, ya sea la de España, la de México o Argentina, o la de cualquier nación europea, como puede serlo Grecia o Italia. No estamos defendiendo al PP, al PRI, a Macri o Berlusconi.

Tampoco es una defensa del estado actual en el que se encuentran los regímenes políticos de las democracias homologadas de principios de siglo, que convergen en una plataforma económico-política neoliberal y socialdemócrata sin mayores márgenes de transformación, articulada por un núcleo de control social establecido en función de tres planos: el plano del control ideológico por un lado, que ha quedado en manos de las grandes empresas televisivas según una matriz aspiracionista, sentimental, individualista y vulgar bastante repulsiva y mediante la cual se ha re-formateado a los ciudadanos históricos y patriotas para hacer de ellos individuos flotantes, preocupados exclusivamente por la felicidad, el deporte, la cocina gourmet y la espiritualidad, es decir, para transformarlos en una extraña mezcla de analfabeto político e histórico con consumidor satisfecho infantilizado, que sólo pide derechos y que ha hecho pensar a los políticos que, para votarles, y esto es verdaderamente patético, tienen que ir a bailar a los programas de revista o de farándula aunque seas vicepresidenta del Gobierno, o a platicar o a cocinar con Bertín Osborne, aunque seas presidente del Gobierno.

Por otro lado, está el plano del control económico, controlado por las grandes multinacionales y las agencias multilaterales de administración financiera, que reclutan a unas élites nacionales cada vez más alejadas de la realidad social circundante y cada vez más aisladas en su riqueza acumulada y heredada (que crece exponencialmente, según Piketty), y adoctrinadas en un sistema educativo relativamente antinacionalista con arreglo a un canon al mismo tiempo burgués, tecnocrático y desde luego que cosmopolita.

En último término está el plano del control político, que se mantiene -ésta es la cuestión- en manos de unas clases dirigentes por lo general, salvo excepciones muy contadas, de gran mediocridad, que generacionalmente no han vivido ni sufrido ya ninguna guerra, como sí sucedió con los políticos europeos de postguerra, o los mexicanos de la postrevolución -que sabían, por tanto, que no estaban jugando, porque había armas de por medio-, casi siempre corruptas y sin ideas, y sin mayor capacidad de incidencia efectiva en la vida de masas de millones de ciudadanos, que por lo general, también, no tienen hacia los políticos otro sentimiento más que el del desprecio, la indiferencia, el repudio o el desdén.

No es una toma de partido, decimos, por la degradación imperante en los sistemas políticos de nuestro presente. No queremos justificar a los corruptos, a los oportunistas o a los patéticos ambiciosos afanados por mantenerse en el puesto, que no creen en nada de lo que dicen, razón por la cual son débiles y pusilánimes, y que le dicen que sí a todo y a cualquier cosa con tal de que los voten sin importar si se trata de una estúpida ley contra el «bullying» o la obesidad infantil, o si se trata de todo ese revoltijo de leyes sin orden ni concierto, acumuladas una detrás de la otra, que ha terminado por configurar una malla espesa y sobresaturada de normas con las que se quieren controlar absolutamente todos los aspectos de la vida en función, además, del absurdo propósito de convertir la excepción (las minorías de todo tipo) en regla general, trastocando el cuerpo entero de las instituciones que vertebran el sistema socio-cultural para el colado del cual tuvieron que transcurrir siglos de prueba y error político y antropológico.

No vamos a defender esto, pues somos conscientes del estado crítico en el que estamos todos inmersos: depresión económica endémica (con el barril de petróleo en mínimos históricos y el desempleo juvenil a la alza) sumada a una crisis política sobre el fondo de una errática transición generacional y educativa recubierta por un tegumento ideológico pánfilo y adormecedor, por una papilla democrática condimentada de progresismo individualista (autonomía y derecho a decidir como fetiches ideológicos) que gira en torno del ideal estúpido de la felicidad canalla -que no es la misma que la de Aristóteles, que conecta la felicidad con la vida intelectual y con el conocimiento racional- como guía suprema de la vida, de la política y la historia.

III

Lo que queremos señalar críticamente es la opción ideológica que poco a poco se fue gestando, en España, en México, en Hispanoamérica -el neo zapatismo fue el emblemático y sintomático dispositivo de aglutinación conceptual de todo esto-, como supuesta crítica y resistencia a ese proceso general de descomposición epocal, y que hoy ha logrado llegar a instalarse en ciertas posiciones de poder político, previo trabajo de infiltración ideológica en el seno de una sociedad hastiada de los políticos y la política -efectivamente- tradicional. Es una opción que encuentra hoy su expresión más representativa en el partido político español Podemos, pero que recoge tendencias generadas, por decirlo así, a escala mundial, y cuyo antecedente general inmediato, además del insufrible neo zapatismo mexicano antedicho, es la ideología de la anti-globalización.

Y sí: es una pesadilla. Podemos es una pesadilla, porque lejos de lo que la gente piensa, y sobre todo lejos de lo que ellos pregonan, no es un partido o una opción ideológica que surge desde fuera del sistema en crisis de descomposición: es su expresión más acabada, algo así como su fase superior.

Y lo que es peor aún y más dramático, pues cala hondo en las estructuras de la cuestión: es el fruto de su sistema educativo, de su universidad y de las ideologías ahí gestadas durante el último cuarto de siglo, pero que se estructuraron disciplinariamente a partir del 68, que poco tuvo ya que ver con el marxismo, o con el materialismo o con la historia, pues con lo que en realidad tuvo que ver, y mucho, fueron la imaginación («la imaginación al poder» y la «licencia poética» para hablar de política, y para hacerla), el hedonismo utópico y la crítica juvenil al poder y la autoridad («prohibido prohibir», traducido luego en el «mandar obedeciendo» zapatista, precisamente).

Podemos es la realización política del hipismo del 68 previo paso, para ponerse al día, por el neo-zapatismo, la antiglobalización y la socialdemocracia. Pacifismo, anti-poder, asambleísmo, anarquismo, exuberancia estética y retórica exaltada, ecologismo radical, liberación sexual («poliamor»), adolescencia rebelde y permanente (no ponerse corbata), ignorancia de la historia, individualismo en estado puro, cólera psicológica reprimida convertida en fundamento doctrinario (los indignados). Son como cátaros o albigenses medievales, que lo quieren purificar todo, según ha dicho recientemente Tomás García López. El diputado rastafari y los cursis -sobre todo cursis- y autosatisfechos diputados con el bebé entre las manos en el Congreso de los Diputados no fue otra cosa que la esperpéntica combinatoria de Bob Marley, Manu Chau, Blanca Nieves, Shakira y el Subcomandante Marcos puestos en escena: el trabajo perfecto de desestructuración ideológica de una sociedad trabajada con minuciosidad por el neoliberalismo y la globalización. No señores, no se equivoquen: no estaban ese día, en el Congreso, recuperando las grandes tradiciones socialistas europeas, o el legado intelectual de ese gigante de todos los tiempos que fue Carlos Marx; ni el genio y la astucia estoica de un Togliatti o de un Gramsci; o la reciedumbre de un Juan Negrín o de un Lázaro Cárdenas: estaban recordándonos a Marley, a Shakira y al cretino de John Lennon juntos, acompañados de la cursilería pacifista y ética de Saramago.

Y algo así creo haber visto en la recientemente formada legislatura argentina. El bebé en brazos de una diputada que juraba su curul en la asamblea: feminismo y petulancia juvenil posmoderna y altermundista en toda su expresión a la manifestación psicodélica de los cuales faltó solamente que se desnudaran, o que invitaran a Zizek para darle al happening un toque de sofisticación ultra-crítica ¿Qué hubieran hecho con el bebé de haberse vuelto a intentar otro asalto militar al Congreso, como el de aquél oscuramente urdido golpe del 23 de febrero del 81? ¿A qué están jugando estos señores? ¿Dónde creían estar?

Y es que una cosa es Lula Da Silva, por ejemplo, que venía del sindicalismo brasileño y de la militancia obrera, y cuyo primer diploma obtenido en su vida fue el que se le puso en las manos como presidente de Brasil, o Hugo Chávez, que -al margen de que se coincida o no con su proyecto y su legado- fue un militar que expuso la vida y la de sus compañeros insurrectos en el ejército al intentar un golpe militar en 1992, y que fracasó al no poder tomar Caracas y ver volar en el cielo los F16 dispuestos a frenar la insurrección con un incremento sustancial en el uso de la fuerza armada, y otra cosa son estos profesores universitarios de teoría de género, o de «Estudios Críticos» o de los nuevos movimientos sociales o de la «de-colonialidad» anti-eurocéntrica, anti-falocéntrica y anti-monógama, lectores de Chomsky o de Galeano que, convertidos en líderes políticos o en diputados y diputadas, le regalaron al mundo esa escena kitsch de la señora y sus compañeros de bancada con el bebé meneándose en el pleno. Cuánta pena ajena produjeron. Y cuánta es la distancia entre esto y la cumbre de Yalta, la toma de Berlín o la madrugada en que Fidel Castro y unos cuantos salieron para Cuba, desde Tuxpan México, en el Granma, a exponer la vida. O el día en que Chávez llamó a la deposición de las armas, «por ahora», en transmisión directa por televisión en aquél febrero del ya lejano 1992 en Venezuela, reactualizando en nuestra cara, en el último tramo del siglo XX, la idea del heroísmo patriótico de los libertadores americanos del diecinueve.

Podemos es entonces la «radicalización» universitaria de ese ciudadano infantilizado y sensibilizado cuya estructura intelectual y educativa fue desmantelada por el neoliberalismo, los tecnócratas y la OCDE -y los emporios televisivos a través de un star system artístico-deportivo- mediante la desaparición estratégica, en el syllabus educativo, de la formación clásica y del estudio de la historia, así como de la filosofía rigurosa, el derecho o la economía, sustituyéndolo todo con un sistema de competencias skinnerianas, individualistas, psicologistas y aspiracionistas, y con un decálogo ingenuo, pánfilo y desquiciado, que llamaron Educación para la Ciudadanía, pero que tuvo como correlato la configuración -y aquí está la trampa- de una plataforma supuestamente «crítica», constituida, en el entorno de las ciencias humanas o sociales como la antropología, la etnología, la psicología o la sociología, por disciplinas de precario estatuto gnoseológico pero de potente imantación ideológica, que terminó desplazando la dialéctica de la política al terreno de los antagonismos exclusivamente ideológicos, que arrastran -ya lo vemos- la voluntad ciudadana y que refuerzan la convicción pero que son insuficientes para el despliegue de estrategias de acción política a la escala del Estado, que tiene como divisa fundamental de organización el ejercicio del poder.

IV

Desde un punto de vista sociológico o politológico, lo tenemos anunciado, la trayectoria de Podemos es sin duda ninguna un fenómeno de notable éxito y eficacia. ¿Cómo no considerar un éxito rotundo el recorrido que fue de las manifestaciones del 15 M a la llegada a la cúspide piramidal del régimen político del 78 para estar jugando hoy, al tú por tú, como variable fundamental en la dialéctica de instauración del gobierno español? Un éxito mayúsculo y sorprendente, sin duda ninguna. Imposible negarlo.

Pero el problema son los contenidos ideológicos y programáticos, las plataformas teóricas, conceptuales y hasta filosóficas. La madera de la que están hechos estos partidos, y estos políticos, o los de cualquier otra formación. El ascenso del nacional socialismo en la Alemania de los treinta del siglo XX, pongamos por caso (sin querer afirmar ni insinuar que haya componentes nazis en Podemos ni mucho menos), fue también un éxito rotundo y definitivo. El problema habría de ser, y de hecho lo fue, su programa delirante.

V

Al principio había sido todo como un frenesí estudiantil, universitario, alejado de la realidad política efectiva, evocando a aquél Teeteto del Fedro de Platón, al que en reiteradas ocasiones llamaba Sócrates joven ridículo y jovencillo inexperto.

Se enteraba uno de sus protestas, de sus centros de estudios: de género, de multiculturalidad, de empoderamiento anti-falo-céntrico, de sub-alternidad, de de-colonialidad, de indigenismo y pueblos originarios, de etno-psicoanálisis, de de-construcción, de contra-hegemonía (haciendo añicos, estos últimos, el prestigio intelectual de Antonio Gramsci); todos ellos eran y son críticos, desde luego; se enteraba uno de sus blogs contra-hegemónicos, anti-capitalistas y anti-globalización, y de sus consignas cargadas de cursilería e ingenuidad: «No a la guerra». «Mandar obedeciendo». «Menos Biblia y más orgasmos». «Democracia Real Ya». «Que se vayan todos». «Cambiar el mundo sin tomar el poder». «Otro mundo es posible». Muchos, era de esperarse, se fueron a Chiapas, a conocer de cerca la experiencia zapatista.

Era un esperpento ideológico lo que se veía gestar, pero estaba alojado dentro de las paredes de la universidad. Muy pronto se creó la categoría sociológica de «nuevos movimientos sociales», que fue el saco donde cupo todo lo que no quería relacionarse con la política, con el sistema, con los partidos y con el ejercicio del poder, núcleo del Estado.

Gustavo Bueno escribió en 2003 un libro poderoso, que llamó El mito de la izquierda. En él quedaron clasificadas todas estas corrientes en la casilla de la izquierda indefinida, que fueron caracterizadas por el hecho de no contar, en su doctrina o plataforma, con la figura del Estado como variable fundamental de la acción política, y que gravita, digámoslo una vez más, en torno del poder y su ejercicio como dispositivo fundamental de estabilización del conflicto político. ¿Cómo poder tenerlo presente si de donde provenían todas estas corrientes ideológicas eran las críticas a la autoridad, a la jerarquía, al Estado y al Poder prefiguradas, como decimos, en el 68, y puestas luego al día por el neo-zapatismo?

Luego vino el colapso de la economía, y la corrupción endémica de la clase política: en España, en México, en Argentina, en Grecia. El descontento, el hartazgo y la indignación social estallaron justificadamente, haciendo colapsar el sistema social y económico, y el régimen político del que es expresión.

Tenía que aparecer una opción, que lograra capitalizar el descontento, con una fórmula retórica que fuera mínimamente eficaz. Era muy fácil. Bastaba con mentar algunos casos de corrupción, o de atacar a los políticos, como clase privilegiada, para ello.

Entonces las puertas de la universidad crítica neoliberal se abrieron. Manifestaron todos su indignación en happenings, en pancartas y en blogs que reproducían la cursilería e ingenuidad de los happenings, las pancartas y los blogs de los tiempos de la universidad crítica. El «que se vayan todos» argentino se mezclaba con el «mandar obedeciendo» zapatista, que recuperaba a su vez el «prohibido prohibir» del mayo francés sobre un fondo iluminado por el «indignaos» de Hessel. Puro frenesí espasmódico escenificado por payasos nietzscheanos, como diría Gramsci. Con un fanatismo albigense se presentaron como los buenos frente a los malos, y alimentaron el mito de la derecha para presentarse como la salvación desde la izquierda. Y la gente, harta, los votó.

Habiendo sido al principio una tendencia universitaria nada más, se filtró tácticamente en la sociedad española con el debido apuntalamiento mediático y político procedente de plataformas que seguramente tienen sede tanto nacional como internacional -como ocurre con cualquier otro partido político, porque el motor de la historia es la dialéctica de Estados- y que se introducen en la política de España según estrategias de variado propósito, como puede serlo la fractura nacional. Esto será decisivo en el futuro inmediato, según fue resumido con rotundidad por Alfonso Guerra cuando dijo que si el PSOE se alía con el PP, desaparece el PSOE; pero si se alía con Podemos, desaparece España.

Lo que era algo así como una formación crítica universitaria y juvenil, y de alguna manera alejada del poder al ser éste mismo el objeto de su furia y de su crítica, que desplegaban convencidos luego de sus lecturas de Foucault, ha terminado por convertirse, he aquí la paradoja, en una verdadera opción de poder político efectivo. Que se preparen todos los que los votaron para el desencanto, porque el poder o se ejerce o no es poder. Y lo que para muchos puede ser quizá la realización del más bello de sus sueños, puede llegar también a convertirse, en cuestión de casi nada, en una pesadilla.

 

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