Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
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La expresión «filosofía oracular» (Oracular Philosophy) fue utilizada por Karl Popper en la segunda parte de su famoso libro La sociedad abierta y sus enemigos, escrito durante la Segunda Guerra Mundial y publicado en 1945, en dos tomos, el primero dedicado a Platón y el segundo a Hegel y Marx (se diría que la ofensiva de Popper contra la Unión Soviética, muy poco «política» en una época en la que los soviéticos estaban entrando en Berlín, se desvió hacia Platón y hacia Hegel, a través del cual se adivinaba el nazismo). En efecto, en la segunda parte, titulada «La pleamar de la profecía» (The High Tide of Prophecy), los capítulos iniciales, 11 y 12, se consagran a «El surgimiento de la filosofía oracular», donde se trata del hegelianismo; el capítulo 24, bajo el epígrafe «La cosecha» (The Aftermath), se titula «La filosofía oracular y la rebelión contra la razón».
Estos capítulos de Popper constituyen un ataque a lo que él llamó «filosofía oracular», idea muy próxima al positivismo más elemental e ingenuo, en la línea de las antiguas dicotomías propuestas por Lévy-Bruhl (pensamiento prelógico/pensamiento lógico), o en la distinción de W. Nestle (mito/logos).
Para Popper la filosofía oracular viene a ser aquella filosofía que, en lugar de recurrir a «la razón» («es decir, al pensamiento claro y a la experiencia»), se acoge a los métodos de la profecía, de la revelación o del oráculo, desplegándose hacia una visión acerca del futuro de las sociedades humanas que, en lugar de exponerse mediante razonamientos claros, alcanzan a los métodos más irracionales, como puedan ser los oráculos, fundados más en una inspiración mística e irracional que en un discurso filosófico. La filosofía oracular, según Popper, desprecia a los demás hombres, porque tiene la convicción de la verdad de su intuición intelectual («Platón creía que la razón sólo es compartida por los dioses y por algunos hombres selectos»). El estilo oracular de filosofar evita el diálogo, y prefiere hablar dogmáticamente, como si se conocieran a fondo los fundamentos de las predicciones y el contenido de las mismas. La crítica a la filosofía oracular se encamina así frente al pensamiento totalitario.
El antitotalitarismo popperiano, radical en 1945, formó una reserva para el antitotalitarismo del 68, y muy especialmente para aquel movimiento editorial que tomó el nombre de nouveaux philosophes, con una raíz común, recrecida a través de M. Foucault, que se prolongó en dos corrientes distintas, la que tomó André Glucksmann (1975: La cocinera y el devorador de hombres, reflexión sobre el Estado, el marxismo y los campos de concentración) y Bernard-Henri Lévy (1977: La barbarie con rostro humano); y la que tomó Alain Baidou.
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Por nuestra parte, nos hemos enfrentado siempre a la oposición radical, disyuntiva, a toda filosofía oracular en cuanto tal. Un oráculo es un cauce de expresión que (sobre todo si se presenta vestido con las formas del chamán o del profeta) no puede reducir los caudales que canaliza, y por ello no puede aceptarse que la expresión «filosofía oracular» sea un imposible contradictorio, un «hierro de madera».
La filosofía, como institución, no salió de la nada, del pensamiento prelógico, ni surgió en los años en los cuales «la razón» se liberó de las brumas místicas del «mito». La filosofía comenzó por los oráculos, y se mantuvo en la historia, hasta cierto punto, en función de ellos.
La filosofía antigua, por ejemplo, se manifestó, ante todo, a través del oráculo de Delfos, cuando aconsejaba a quienes se acercaban a su recinto: «Conócete a ti mismo». Pues este oráculo fue asumido por Sócrates, y siglos después por Linneo, quien, en la décima edición de su Systema Naturae, identificó el mensaje oracular, nada menos que para definir al Hombre como Homo sapiens, y después como Homo sapiens sapiens.
Los filólogos suelen advertir que la «hoja de ruta» propuesta por el oráculo de Delfos no tenía un objetivo humanístico-metafísico, sino mucho más prosaico y pragmático (¡conoce tus posibilidades de acción, frena tu hybris!). Sin embargo esta norma pragmática y prosaica pudo haber evolucionado, transformándose en norma del Hombre mismo o de la Humanidad en general (al menos hasta que el propio hombre haya dejado de existir). Y esta evolución tendría el mismo alcance que la que el logos, posteriormente a una situación tan insignificante como pudiera serlo el teorema del triángulo diametral de Tales (intuido «oracularmente», no probado, pero sí pidiendo una hecatombe), pudo desarrollarse aplicándose a otros dominios del cosmos, y aún al mismo cosmos esférico de Anaximandro o de Empédocles.
Pero la filosofía oracular no sólo fluyó a través del oráculo de Delfos; volvió a fluir a través de los oráculos de Éfeso, del templo de Diana, que había sido visitado por Heráclito y por San Juan. Fueron, en resumen, los oráculos cristianos aquellos que, enfrentados a los oráculos judíos y mahometanos, anunciaron que Dios no era único, individual, sino que era trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y este oráculo habría sido el que logró, entre otras cosas, transformar al individuo antiguo, al ciudadano que ya se había transformado en persona teatral a través de su máscara trágica, en persona real.
«Hacia fines del siglo II existían dos corrientes monarquianas contrapuestas entre sí, la modalista y la dinamista. La modalista suele designarse con el nombre de sabelianismo, por su principal representante, Sabelio. El libio Sabelio, que enseñó en Roma y fue condenado por el papa Calixto (217-222), proponía la siguiente fórmula: Un Dios en tres personas, usando la palabra según su sentido clásico de papel en el teatro, de máscara. El mismo Dios, en cuanto actúa como creador y rector del mundo, es llamado Padre; cuando aparece en el papel de redentor encarnado, se le llama Hijo; en su papel de dispensador de gracia, recibe el nombre de Espíritu santo. Esta fórmula tenía la ventaja de que permitía considerar a Cristo como Dios verdadero. Pero al mismo tiempo eliminaba la distinción real entre Padre, Hijo y Espíritu santo. Según ella, Dios se manifestaba de tres distintos modos (de ahí el nombre de modalismo), y por eso era llamado con tres nombres diferentes. Esto equivalía a despreciar el testimonio de la sagrada Escritura, donde está claramente expresada la distinción real, por lo menos, entre Padre e Hijo. Por lo demás, el sabelianismo fue pronto desechado. En Roma fue sobre todo el sabio presbítero Hipólito, quien se impuso la tarea de combatirlo. La otra dirección del monarquianismo mantiene la distinción real entre el Padre y el Hijo, mas para no poner en peligro la unicidad de Dios, subordina el Hijo al Padre (de ahí el nombre de subordinacionismo). Esta dirección se ramificaba luego en varios sistemas al querer explicar en qué sentido era aún posible llamar Dios a Cristo: si es que Dios habitó en el hombre Cristo o si es que confirió al hombre Cristo fuerzas divinas (dynamis, y de ahí dinamismo). Tales sistemas habían sido ya condenados por el papa Ceferino (hacia 200-217), el predecesor de Calixto, pero a cada momento volvían a levantar cabeza. En la segunda mitad del siglo III el obispo de Antioquía, Pablo de Samosata, fue depuesto por un sínodo por sostener una doctrina semejante. Parece, sin embargo, que aun más tarde se enseñaban en Antioquía doctrinas análogas, sobre todo por el sabio Luciano, quien murió mártir en 312. En las polémicas dogmáticas de aquel tiempo se encuentra ya usada por el papa Dionisio (260-268) la fórmula de la consubstancialidad (consubstantialis, en griego homoousios) del Padre con el Hijo, gracias a la cual se encontró más tarde la solución.» (Ludwig Hertling, S. I., Historia de la Iglesia, Editorial Herder, Barcelona 1964, segunda edición ampliada, págs. 92-93).
Sin embargo, la historia de los oráculos filosóficos está por hacer. Hay que entrar más a fondo en el análisis de los oráculos que hablaron en el cisma de Occidente, a través de Lutero, de Calvino, de Servet o de Newton; y, si se quiere, de Kant o de Nietzsche.
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En cualquier caso no estaría justificado confundir la Historia de los oráculos filosóficos, con la Historia oracular de la filosofía, de la que hemos hablado en nuestra Tesela 128, «Filosofía oracular» . Incluso cabría decir que la historia oracular de la filosofía asume una perspectiva opuesta a la historia de la filosofía oracular, puesto que aquella pretende borrar la aureola a los filósofos que merezcan ser tratados por sus doctrinas, mientras que ésta pretende transformar en oráculos a filósofos tales como Schopenhauer, Nietzsche o Heidegger.
Tal ocurre en el proceso de formación de nuevos grupos dispersos de profesores de filosofía competentes en asuntos editoriales, que se incorporan en las ediciones antológicas de las obras de «grandes pensadores», presentando por ejemplo hoy, a Schopenhauer, Nietzsche o Heidegger, antes como oráculos que como formadores de sistemas filosóficos y actuando desde coordenadas más o menos místicas (oraculares) de signo anarquista.
De 1915 a 1919 la biblioteca popular Los grandes pensadores, impulsada por los herederos de la Escuela Moderna de Francisco Ferrer Guardia (cuyo bibliotecario y editor, Mateo Morral Roca, arrojó la bomba el 31 de mayo de 1906 a la comitiva nupcial de Alfonso XIII en la calle Mayor de Madrid); seleccionaba entre esos grandes pensadores a Voltaire, Rousseau, Diderot, Volney, Lamennais, Michelet, Víctor Hugo.; bajo un dosel común en todas las cubiertas, El Pensador de Rodin. En 1925 la biblioteca de la Revista de Occidente publicó seis volúmenes dedicados a Los grandes pensadores: Sócrates, Platón, Aristóteles, San Agustín, Santo Tomás, Giordano Bruno, Descartes, Spinoza, Leibniz, Locke, Hume, Kant, Fichte, Hegel, Schopenhauer y Nietzsche. &c.