Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Edicto de Milán, conocido también como La tolerancia del cristianismo, fue promulgado en Milán en el año 313. Se establecía de esta manera la libertad de culto en el Imperio romano, dando fin a las persecuciones dirigidas por las autoridades contra ciertos grupos religiosos, particularmente los cristianos. El edicto fue firmado por Constantino I el Grande y Licinio, dirigentes de los imperios romanos de Occidente y Oriente, respectivamente.
Se calcula que, cuando se promulga el edicto, en el Imperio se cuenta con 1500 sedes episcopales y que al menos de 5 a 7 millones de habitantes de los 50 que componían el imperio profesaban el cristianismo. El edicto de Milán no sólo significó el reconocimiento oficial de los cristianos, sino que trajo como consecuencia profundos cambios dentro del Imperio romano, así como el comienzo de la expansión de la Iglesia.
El poder imperial era consciente de las numerosas divisiones que existían en el seno del cristianismo, por lo que, siguiendo la recomendación de un sínodo dirigido por Osio de Córdoba en ese mismo año, decidió convocar un concilio ecuménico de obispos en la ciudad de Nicea, donde se encontraba el palacio imperial de verano. El propósito de este concilio debía ser establecer la paz religiosa y construir la unidad de la Iglesia cristiana.
Esta libertad otorgada a los cristianos para reunirse y practicar su culto sin miedo a sufrir persecuciones, constituyó además la condición de posibilidad de estos macro-sínodos universales, los llamados concilios ecuménicos, de donde proceden los dogmas fundamentales de la fe sobre los que se asienta la doctrina del catolicismo romano, así como la formulación del Símbolo Apostólico.
Sin embargo, el fenómeno del Edicto de Tolerancia no basta para explicar el surgimiento de esta teología dogmática tan elaborada. Tampoco se entiende la importancia de dichas fórmulas dogmáticas, si no se introduce el factor que las hace posibles o significativas en sentido estricto. El Edicto de Milán, siendo condición necesaria de estas formulaciones, resulta por sí mismo insuficiente para dar cuenta del surgimiento de esta dogmática católica tan decisiva.
Sin la introducción de la dialéctica, o filosofía crítica, en el seno de la sociedad eclesiástica, dichos concilios no hubieran cumplido entonces su cometido histórico, ni captaríamos ahora la importancia radical de sus impecables fórmulas dogmáticas. Pero la tesis inversa también es cierta: la racionalidad de la filosofía crítica ha llegado a nosotros a través de la formulación de la teología dogmática católica, y sin ella la Humanitas clásica no habría dado el salto cultural desde la sociedad grecolatina a la sociedad cristiana posterior. La institución principalmente responsable de la introducción de esta filosofía crítica en los mecanismos deliberativos de los concilios ecuménicos fue sin duda la escuela catequética de Alejandría, y a ella vamos a dedicar el estudio de nuestro presente artículo.
¿Cuál es la tesis esencial de esta instrucción?
La tesis esencial de esta instrucción es que la escuela catequética de Alejandría consolidada por Orígenes es el prototipo de toda institución totalizadora dentro de la Iglesia.
La Iglesia romana se constituye en católica, es decir, en universal, gracias a la labor de esta escuela catequética. Como tal, la escuela catequética de Alejandría es un modo gnoseológico, heterológico-atributivo, de la Iglesia católica, igual que la vertebra tipo de Oken lo es en la conformación de los vertebrados superiores. Por tanto, toda institución de la Iglesia romana que pretenda ser universal (católica), es decir, virtualmente totalizadora (totum, sed non totaliter), debe ser una reproducción de los rasgos adquiridos que definen el patrimonio hereditario de esta institución.
Esta estructura es totalizadora puesto que pretende abarcar todas las relaciones posibles entre la sociedad eclesiástica y las demás formas de sociedad, tales como la sociedad política del estado, las diversas sociedades étnicas o la misma sociedad civil. No es este el lugar apropiado para descender a todos los detalles, pero debemos sin embargo enunciar mínimamente la estructura esencial de estas relaciones. Estas formas de relación son las únicas posibles desde la necesidad lógica y resultan fácilmente deducibles:
1) Relación «ad extra ad intra» (desde el exterior hacia el interior): incluye todas las relaciones de asimilación que la sociedad eclesiástica realiza respecto de las diversas sociedades exteriores.
2) Relación «ad intra ad extra» (desde el interior hacia el exterior): abarca todas las relaciones de acción o influencia que la sociedad eclesiástica ejerce sobre las diversas sociedades exteriores.
3) Relación «ad intra ad intra» (desde el interior hacia el interior): supone todas las relaciones de acción y pasión que unas partes de la sociedad eclesiástica establecen sobre otras partes de la misma.
Las dos primeras formas de relación se corresponderían con la analogía de los movimientos cardíacos de sístole y diástole, entre la sociedad eclesiástica y las demás sociedades realmente existentes (étnicas, civil, política). Podemos enunciar una cuarta figura lógica de relación que, aun siendo posible, sin embargo se muestra indiferente para establecer nuestro análisis, ya que no afecta al menos de modo directo a la sociedad eclesiástica. También resulta redundante tal desarrollo ya que sólo quedarían bajo esta figura las normas de derecho positivo, los adiafora, las convenciones y las normas merepenales. Esta figura válida se deduce por simple combinatoria elemental; es la relación «ad extra ad extra»: las relaciones que guardan entre sí las diversas sociedades no eclesiásticas, con independencia absoluta de la sociedad eclesial.
La escuela catequética de Alejandría (o Didaskalion) fue la primera institución eclesiástica que abordó de manera totalizadora la integridad de estos tres tipos de relación, y estableció el modelo racional para cualquier integración similar en el futuro. La Iglesia romana, por tanto, tiene en esta institución el núcleo esencial de su catolicidad, de su capacidad universalizadora mediante la razón, respecto del mundo en torno y sus relaciones posibles.
¿Cuáles son las notas características que determinan este núcleo esencial de la escuela catequética de Alejandría?
La nota característica que define la estructura esencial de la escuela catequética de Alejandría, frente a las demás escuelas catequéticas, reside en que esta escuela era la única que impartía el Trívium completo, aparte del Cuadrivium, en su plan de estudios. En este sentido, tanto el iniciador de la Escuela, Panteno, como sus sucesores inmediatos, Clemente u Orígenes, permanecen fieles a la tradición de la Humanitas clásica grecolatina. La directiva del Didaskalion consideró la dialéctica un bien irrenunciable para la recuperación de lo humano en el seno de la Iglesia. Esta fidelidad fue tan radical que le valió a Orígenes su famoso enfrentamiento con el obispo local, Demetrio, que terminará en una repulsa episcopal y su exilio a Cesarea de Palestina. A excepción de la escuela catequética de Alejandría, las demás escuelas cristianas no estudiaban el Trívium en su integridad, sólo las dos primeras fases del mismo (gramática y retórica), porque se negaban a transmitir el tercer grado pedagógico de la enseñanza superior: la dialéctica (o filosofía crítica).
El estudio de la gramática y la retórica facultaba para ejercer la abogacía en la administración del Imperio romano. La dialéctica no era necesaria en Roma para el cursus honorum, y por cuestiones utilitarias no se impartía. En la Iglesia se sigue ese mismo criterio pragmático y tampoco se imparte en los incipientes estudios generales. Sin embargo, el abandono de la filosofía por parte de la autoridad eclesiástica obedece a una segunda razón más específica. La mayoría de las escuelas catequéticas desarrollan una formación dirigida al comentario de la página sacra y la predicación de la Palabra a través del sermón, y para ello basta con dominar la gramática y la retórica, las disciplinas relacionadas con la elocuencia, según la máxima: «Gram. loquitur, Dia. vera docet, Rhet. verba colorat» («la gramática ayuda a hablar, la dialéctica ayuda a buscar la verdad, la retórica colorea las palabras»), habida cuenta de que no puede haber verdad natural superior a la Verdad revelada de Jesucristo, y por tanto aquella se vuelve obsoleta frente a ésta.
Cuando se habla de escuelas en la antigüedad -tanto en el ámbito cristiano como no cristiano- hay que distinguir en primer lugar, admitiendo la posibilidad de ulteriores matizaciones, entre escuela como centro docente y escuela en el sentido figurado de una determinada doctrina común.
El sistema de enseñanza helenístico-romano constaba de tres etapas y comenzaba en el sexto o séptimo año de edad con la enseñanza elemental de la lectura, escritura y cuentas impartida por un maestro en casa o en la escuela elemental del litterator/ludi magister. Venían luego las clases con el grammaticus, que enseñaba la gramática, la primera de las siete «artes liberales», es decir, los fundamentos de la lengua. Para ello se servía de las principales obras literarias de la Antigüedad; sobre todo de Homero y de Virgilio. El rethor continuaba la formación en las seis materias restantes: dialéctica, retórica, aritmética, música, geometría y astronomía. Hasta entonces los fundamentos escolares eran comunes para todos los ilustrados de la Antigüedad. Aunque algunos Padres de la Iglesia (por ejemplo, Tertuliano) lamentaban que los hijos de cristianos aprendieran en esas escuelas los inútiles, incluso dañinos, mitos paganos, sin embargo, jamás existieron en la Antigüedad escuelas cristianas que impartieran la enseñanza general, salvo la honorable excepción del Didaskalion. La formación literaria uniforme constituía la base de todas las profesiones cultas, y fue asumida por la Iglesia para la formación homilética de los presbíteros. Todas ellas presuponían un sobresaliente dominio de la lengua: la del rethor (maestro), la del abogado y la del político. Por último, estaba la etapa superior: la «escuela superior» del pensamiento y de la comprensión del mundo, la filosofía, donde el término «escuela» tenía dos significados. Se podía asistir a las clases de un filósofo (la escuela de filosofía más famosa e importante fue desde el año 387 a.C. hasta el año 529 d.C. la Academia Platónica de Atenas, en la que estudiaron también destacados Padres de la Iglesia como Basilio el Grande y Gregorio de Nacianzo), pero uno también podía adherirse a una doctrina filosófica («escuela»). La escuela catequética de Panteno fue la primera escuela que asumió el Trivium completo, incluyendo la disciplina filosófica, en medio además de una feroz oposición eclesiástica contra su iniciativa, completamente integradora de la Humanitas clásica.
¿Cuál es la esencia de esta dialéctica asumida por la escuela catequética de Alejandría?
Esta dialéctica, o tercera fase del Trívium, es la filosofía académica, es decir, la filosofía crítica de tradición platónica. Esta dialéctica podría definirse como la disciplina constituida para el tratamiento de las Ideas y de las conexiones sistemáticas entre ellas. La dialéctica es definida por Platón en la Carta VII (292 b-c), donde establece las tres «herramientas» empleadas por el ejercicio dialéctico: denominación de ideas, definición rigurosa de los términos y clasificación (dianoia). Platón pretende una auténtica geometría de las Ideas, donde las Ideas se componen en un orden (Symploké), construyendo diversas figuras geométricas a partir de los elementos previamente definidos: las Ideas distribuidas según su necesidad lógica en sus correspondientes tablas clasificatorias. El centro de gravedad de una ciencia reside, por tanto, en el juicio, en tanto que ese juicio tiene como resultado obtener clasificaciones. La Dialéctica emplea el «modus sciendi» vinculado a la región del juicio: que es la taxonomía. Como tal, la clasificación es una tradición de la escuela platónica, que posteriormente impulsó Espeusipo en sus investigaciones de la «OMOIA» («El libro de las semejanzas»). Recordamos el famoso fragmento del cómico Epícrates de Ambracia donde Platón, Espeusipo y Menedemo «estaban todos discutiendo en qué lugar de la clasificación había que colocar la calabaza».
Platón ejerce la diaíresis en los diálogos de El Político y El Sofista, con las célebres clasificaciones del Político como «pastor de rebaño de animales sin cuernos» o del Sofista como «pescador de caña». Siguiendo el ejemplo de El Fedro, el dialéctico debe actuar como el carnicero experto que corta la pieza por sus junturas distinguiendo sus partes. Del mismo modo, el filósofo o dialéctico es el profesional que distingue en los fenómenos las diversas Ideas y las diferencia convenientemente entre sí, separándolas mediante el nombre adecuado, la definición propia y su distribución por cajas en las correspondientes tablas clasificatorias. Espeusipo es de sobra conocido como el primer autor que manifiesta la ruptura con la diaíresis en la relación entre lo uno y lo múltiple, a través de divisiones dicotómicas por géneros, politomías, cuya influencia es enorme en la composición de las taxonomías que Aristóteles usa en la «historia de los animales». Espeusipo desarrolló esta tercera fase del ejercicio dialéctico escapando a la rigidez dicotómica, y estableciendo el principio según el cual una clasificación no es una relación dicotómica entre términos, sino una combinación de múltiples dicotomías entre, al menos, tres términos. El método solamente enunciado por el propio Platón en la Carta VII se había al fin consumado, y se podía cerrar la filosofía académica como un «taller de las Ideas», a través del uso crítico de la estricta razón.
La Humanitas clásica había comenzado gracias a la consolidación de la disciplina dialéctica; es el Trivium el que sostendrá este proceso civilizatorio de la razón. La ciencia será ahora taxonomía. La concepción de la ciencia como actividad clasificatoria (sistematización por medio de la clasificación, u actividad de oponer con necesidad Ideas) es una concepción de la Academia Antigua y Media que ha configurado toda la escolástica y ha llegado hasta nosotros desde la Edad Media. Y es exclusivamente la escuela catequética de Alejandría quien asume esta tradición escolástica dentro de la sociedad eclesiástica, en medio además de una fuerte oposición anti-dialéctica en el seno de la Iglesia. Debemos reconocer, por tanto, al Didaskalion esta labor a contracorriente que trasladó el saber integral de la Humanitas clásica desde la sociedad helenística a la incipiente sociedad cristiana.
¿Cómo asume la escuela catequética de Alejandría la dialéctica?
La escuela catequética de Alejandría, también llamada Didaskalion, fue uno de los centros teológicos de los primeros siglos del cristianismo, ubicada en la ciudad de Alejandría. Tuvo escuelas filiales en Cesarea de Palestina y en Panfilia.
Esta escuela fue fundada aproximadamente hacia el año 180 por Panteno, pero sus orígenes son probablemente anteriores, algunos los remontan hasta San Marcos el Evangelista; en ella enseñaron grandes teólogos y padres de la Iglesia. En los primeros tiempos del cristianismo, Alejandría aventajaba a Roma en la importancia de sus escuelas. La religión cristiana llegó muy temprano a Alejandría y con ella la necesidad de establecer una catequesis, como se hacía en todas partes en que penetraba la Iglesia (Gal 6, 6). La función de ilustrar a los catecúmenos la confiaba el obispo a un presbítero, cuyas explicaciones seguían personas de toda edad y condición. La Iglesia se desarrollaba en Alejandría en medio de filólogos, de filósofos, de exegetas judíos, y de toda índole de sabios; y minada en sus principios por los gnósticos, exigía que su catequesis fuera una escuela elevada y científica. Si bien la religión de Cristo era una revelación y no una filosofía, mal podía aceptarse en Alejandría si no solucionaba muchos problemas de corte filosófico. Quizá por esto la catequesis de Alejandría se llamó en seguida Didaskalion, «escuela», atribuyéndose su fundación al evangelista San Marcos (Eusebio, Historia ecclesiástica, 2, 16; 5, 10: PG 20, 454; San Jerónimo, De viris illustribus, 3, 36; PL 23, 631-651). Este matiz filosófico con que el Didaskalion exponía la doctrina de Cristo aparece testimoniado ya en el siglo II, siendo Panteno su primer director conocido, e inmediatamente después de él los célebres Clemente Alejandrino y Orígenes (nombrado en 215 por el obispo Demetrio), Heraclas, Dionisio y Dídimo el Ciego.
Respecto de San Panteno Dantino, (Sicilia, ¿?-Alejandría, h. 216), son pocos e inseguros los datos que poseemos sobre su vida y actividad. Algunos autores suponen que nació en la isla de Sicilia; se basan generalmente en la alusión del historiador Eusebio de Cesarea a la «abeja siciliana» (Historia Eclesiástica, V,II,2,), pensando que Clemente de Alejandría, discípulo de Panteno, se refiere a él, aunque sin nombrarlo expresamente, en Stromata (I,II,2).
Antes de su conversión al cristianismo era profesional de la filosofía en Alejandría. Aunque carecemos de escritos personales de Panteno, según Filipo de Suda, su punto de partida habría sido la doctrina pitagórica. Pero esta opinión no se admite comúnmente, y la generalidad de los autores, basados en citas de contemporáneos de Panteno aunque no del todo contundentes, piensan que su filosofía de origen habría sido la estoica. El motivo de su conversión debió ser el testimonio edificante de los cristianos de su época, aunque por su preparación teórica asimiló bien el contenido doctrinal cristiano, convirtiéndose en maestro excepcional de la nueva religión por él abrazada. En tiempos del emperador Cómodo (180-192) se alza al frente de la Escuela Catequética de Alejandría, siendo el primer director conocido de la misma, y quien le dio su impronta característica y su singular organización (Eusebio, Hist. Ecl. V, 10), basada en una aplicación estricta del Trivium completo.
Su enseñanza fue sobre todo -por no decir exclusivamente- oral, y entre los auditores de sus lecciones sobre la Sagrada Escritura se cuentan el obispo de Capadocia Alejandro y sobre todo Clemente de Alejandría, sucesor suyo en la dirección y primer maestro alejandrino de quien se conservan obras escritas. Fue misionero y evangelizador de la India (según algunos autores fue a la Arabia del Sur o a Etiopía), donde encontró, según parece, el Evangelio original de san Mateo (en hebreo-arameo).
Su discípulo Clemente no nació en Egipto como muchos han creído, sino en Atenas según narra el historiador Epifanio Escolástico (historiador del siglo VI) hacia el año 150. Tal información parece reforzada al constatar que Clemente contaba con una habilidad avanzada para escribir en griego clásico. Según los historiadores, los padres de Clemente de Alejandría eran paganos adinerados, de clase social alta. Clemente recibió una buena educación como se nota por el hecho de que a menudo hace referencia a poetas y filósofos griegos en sus obras. Viajó por Grecia, Italia, Palestina y finalmente Egipto, en busca de maestros cristianos. Al final llegó a Alejandría, la «ciudad símbolo» de ese cruce de diferentes culturas que se da en el helenismo. La amplia cultura pagana de Clemente no fue borrada por su encuentro con el cristianismo. Los filósofos gentiles, Platón en especial, se hallaban según él en el camino recto para encontrar a Dios; aunque la plenitud del conocimiento y por tanto de la salvación la ha traído el Logos, Jesucristo, que llama a todos para que le sigan. Éste es el tema del primero de sus escritos, el Protréptico o «exhortación», una invitación a la conversión.
Clemente fue alumno de Panteno -en quien reconocería haber encontrado el mejor de sus maestros-, administrador de la escuela de la catequesis de Alejandría. Cuando Panteno murió, Clemente fue su sucesor y por lo tanto tomó las riendas de dicha escuela. Uno de los estudiantes más famosos al cual educó Clemente fue Orígenes. Numerosas fuentes atestiguan que fue ordenado presbítero. Durante la persecución de Septimio Severo, en 202-203, Clemente abandona Alejandría y tuvo que buscar refugio en Cesarea junto al obispo Alejandro, quien era obispo de Flaviada en Capadocia (Alejandro se convertiría luego en el obispo de Jerusalén). Clemente murió poco antes del 215 (vivió en Capadocia esos últimos años).
Orígenes secunda esta fidelidad de sus dos predecesores a la Humanitas clásica cuando accede al mando del Didaskalion. Nombrado profesor de catecúmenos y director de la escuela teológica de Alejandría, disfrutó de un periodo de creatividad hasta su enfrentamiento con el obispo local, Demetrio, que le llevó a exiliarse a Cesarea de Palestina, compartiendo el mismo destino de su maestro. Este exilio forzoso tan repetido contra los primeros directores de la escuela descarta, a nuestro modo de ver, que la repulsa episcopal contra Orígenes se debiera a una ordenación inválida, como a menudo suele repetirse. La razón no reside en el numerador específico, sino sobre todo en el común denominador de la adhesión al Trívium clásico, común a la cúpula de la escuela alejandrina como elemento distintivo, frente al pietismo anti-dialéctico sostenido de manera generalizada por el clero católico en general, y el obispado alejandrino en concreto. La ordenación sería causa necesaria, pero no suficiente, de la excomunión local ya que las pena canónica explicaría que Orígenes fuera depuesto de su cargo, pero no exiliado de la ciudad, y explicaría todavía menos las deposiciones y exilios de sus predecesores. Lo mismo cabe decir de la posición favorable al Emperador mantenida por los directores, frente a la política anti-imperial de los Obispos. El apoyo al emperador de la directiva del Didaskalion es efecto de su adhesión a la Humanitas clásica, y no al revés. Panteno, Clemente y Orígenes apoyan al emperador porque el poder imperial asegura la supervivencia de la sabiduría clásica, de manera que ser favorable al poder imperial preserva la sabiduría clásica en mayor medida que oponerse a ella. Es más racional apoyar al emperador que mantenerse neutro frente a su autoridad o, incluso, oponerse a ella, o tratar de limitarla invocando inciertas motivaciones teopolíticas sobre la legitimidad imperial. Si la Escuela cierra filas en torno a la figura del Emperador es principalmente porque el Emperador es una garantía del mantenimiento de la Humanitas clásica, y cualquier debilitamiento de su poder supondría un menoscabo de aquella.
Un ejemplo de esta defensa origenista de la dialéctica lo encontramos en su relación con Gregorio Taumaturgo quien estudió Retórica y Derecho en Beirut. Planeaba trasladarse a Beritos, en Fenicia, junto con su hermano Atenodoro, para asistir a la célebre escuela de Derecho de esa ciudad, pero a ruegos de una hermana suya, cuyo marido había sido nombrado gobernador de Palestina, se trasladó a Cesárea de Palestina. Su estancia allí fue decisiva para la orientación de su vida. Durante los cinco años que en ella permaneció (233 a 238) siguió el curso que daba Orígenes, haciéndole olvidar la jurisprudencia para entregarse a la filosofía. Por influjo del maestro ambos hermanos se convirtieron al cristianismo (Discurso 6). Antes de abandonar Cesarea pronunció un discurso de agradecimiento a Orígenes, donde pone de relieve esta adhesión a los principios de la tradición humanista grecolatina. «In Originem prosphonetica ac panegyrica oratio», es un libro redactado con entusiasmo juvenil y estilo académico en el año 238 como gratitud y despedida de su maestro Orígenes (PG 10,1051-1104). Contiene datos muy valiosos para la biografía de Orígenes y sobre su método de enseñanza, y es un documento de valía primordial dentro de la historia de la educación cristiana.
En la carta que Orígenes dirige a Gregorio Taumaturgo se encuentra el pasaje más esclarecedor de la defensa incondicional de Orígenes por la dialéctica. Esta epístola es una de las dos cartas que nos han llegado íntegras de Orígenes, del centenar que en época de Eusebio de Cesarea se conservaba y que él mismo tuvo. La Philocalia, en el capítulo 13, copia esta carta que Orígenes dirigió a su antiguo discípulo. Parece que fue escrita entre los años 238 y 243, cuando Orígenes estaba en Nicomedia. Citamos in extenso dada la naturaleza autoexplicativa del pasaje. En la carta se lee:
«Sobre cuándo y para quiénes son provechosas las enseñanzas de la filosofía para la interpretación de las Sagradas Escrituras con testimonio de la Escritura:
1. Salud en Dios, señor mío gravísimo e hijo respetadísimo, Gregorio. De Orígenes. El natural talento, como sabes, de la inteligencia, si se le añade el ejercicio, puede producir aquella obra que conduzca al término que cabe, digámoslo así, de aquello que uno quiere ejercitar.
Ahora bien, tu talento natural puede hacer de ti un cabal jurisconsulto romano o un filósofo griego de cualquiera de las famosas escuelas. Mas yo quisiera que, como fin, emplearas toda la fuerza de tu talento natural en la inteligencia del cristianismo; como medio, empero, para ese fin haría votos por que tomaras de la filosofía griega las materias que pudieran ser como iniciaciones o propedéutica para el cristianismo; y de la geometría y astronomía, lo que fuere de provecho para la interpretación de las Escrituras Sagradas. De este modo, lo que dicen los que profesan la filosofía, que tienen la geometría y la música, la gramática y la retórica y hasta la astronomía por auxiliares de la filosofía, lo podremos decir nosotros de la filosofía misma respecto del cristianismo [las cursivas son nuestras].»
Su obra «Sobre los principios», escrita en Alejandría hacia el 230, es la cumbre de su producción teológica, considerada como una especie de Suma de teología aun cuando no trata todos los temas importantes de la teología de su tiempo. Según él mismo afirma, se trata de una indagación, o crítica filosófica, más que de una presentación de contenidos ya maduros e indiscutibles. En este sentido la obra entera es un tratado de las principales doctrinas teológicas formuladas hasta ese momento, confrontadas racionalmente mediante las tres armas dialécticas de la razón: denominación de ideas, definición rigurosa y clasificación de las mismas. Para Orígenes la expresión «principios» se debía aplicar no sólo a los principios teológicos que desarrolla en la obra sino también a los principios filosóficos que emplea para exponer los principios teológicos que propone, tales como la Trinidad, las criaturas dotadas de razón y el mundo.
El punto de partida para Orígenes es la predicación de Jesús de Nazaret y de los apóstoles, y -debido a la diversidad de enseñanzas que ya en su tiempo se daba y la presencia de predicadores gnósticos- tratar de enumerar y conservar lo que es predicación y tradición propia de los apóstoles. A este contenido lo llama «regla de la fe». A todo lo anterior, añade, se ha de unir, sin embargo, un trabajo racional férreo: «deducir gracias a una investigación conducida por la exactitud y el rigor lógico» (Princ. 10). He aquí la definición de la dialéctica en términos buidos. Este «rigor» es su forma de introducir la filosofía platónica en el pensamiento cristiano es la impronta indiscutible de la escuela de Alejandría a la que pertenecía, y que consiste en el análisis de Ideas disueltas en las diversas doctrinas teológicas, tanto heréticas como ortodoxas.
¿Cómo introdujo la escuela catequética de Alejandría la dialéctica en la sociedad eclesiástica?
La escuela catequética de Alejandría, gracias a las vicisitudes biográficas de sus directores, tuvo escuelas filiales en Cesarea de Palestina (230) y en Panfilia. Esta triangulación será decisiva para el acceso de la filosofía al ámbito eclesiástico. Podemos decir que a través de estos tres puntos se define el plano de la dialéctica filosófica en el seno de la Iglesia romana. Tal irrupción de la filosofía crítica en el seno de la sociedad eclesiástica tuvo lugar cuando la dialéctica tomó al asalto los procesos de deliberación en los concilios ecuménicos donde se formulaban los dogmas de fe, posibles sólo tras el Edicto de Tolerancia que nos ocupa desde el año 313.
Al introducir el método dialéctico en las deliberaciones conciliares, la filosofía se hizo hegemónica y se convirtió en la herramienta fundamental de las disputas dogmáticas. La dialéctica alcanzó esta preeminencia cuando se impuso como un método más poderoso que el método alternativo que era el método retórico, basado en la interpretación filológica y doxográfica de los textos sagrados. El método dialéctico era más potente que el método filológico y lo barría literalmente en las disputas teológicas. La potencia dialéctica de la filosofía «ganaba por goleada» a los discursos persuasivos de la oratoria. Las sucesivas victorias de la dialéctica sobre la retórica y la exégesis simbólica o literal, convirtieron el método del sic et non en el arma teológica fundamental. La teología dogmática fue desde entonces el campo de Agramante de la racionalidad crítica, y la máxima expresión de ésta hasta la consolidación de la escolástica medieval.
Enviado en el 230 a Grecia en una misión eclesiástica, Orígenes realizó una visita a Cesarea de Palestina, donde fue ordenado sacerdote por Teoctisto. Demetrio excomulga entonces a Orígenes quien se ve forzado a implantarse definitivamente en Palestina. Aproximadamente tres años después de su llegada a Cesarea Marítima, la labor de Orígenes como maestro fue interrumpida de nuevo por la persecución de Maximino el Tracio (235-8). Se refugió en Cesarea de Capadocia, donde fue invitado por el obispo Firmiliano. Después de la muerte de Maximino, Orígenes reanudó su vida en Cesarea de Palestina y fundó una escuela en la que Gregorio Taumaturgo, más tarde obispo de Ponto, fue uno de los alumnos, y donde el propio Orígenes enseñó la dialéctica, la física, la ética y la metafísica.
A través de Heraclas, su discípulo y sucesor en la dirección del Didaskalion, la influencia de Orígenes sigue siendo poderosa en Alejandría, pero esta emigración de sus discípulos hacia el Ponto, Capadocia, Panfilia y Palestina, para ejercer sus cargos como maestros, abades u obispos locales, va a ser decisiva en la difusión del Trívium por todo el orbe cristiano hasta alcanzar incluso los concilios ecuménicos posteriores. Sin intención de ser exhaustivos, reciben magisterio directo de la escuela de Alejandría, por ejemplo, Atanasio de Alejandría, Dídimo el Ciego y Cirilo de Alejandría, autores claves en los primeros concilios. Beneficiarios de esta docencia son también Basilio, Gregorio Nacianceno y Gregorio de Nisa (hermano de Basilio), los denominados Padres Capadocios (o filósofos capadocios), discípulos directos de Orígenes o su magisterio. Tuvieron gran importancia dentro de la historia de los padres de la Iglesia, al contribuir significativamente al desarrollo de la teología cristiana de los primeros tiempos. Estos eruditos, formados en estudios clásicos de filosofía griega, se esforzaron en elevar el nivel de la teología cristiana, de manera que pudiera debatirse en pie de igualdad con la filosofía pagana. Contribuyeron a la definición de la Trinidad a la que se llegó en el I Concilio de Constantinopla de 381 y a la versión final del credo niceno que se formuló allí. San Basilio, ávido de saber, se trasladó a Constantinopla. Vivió allí y en Atenas unos cuatro o cinco años. En este último lugar tuvo como compañero de estudios a Gregorio Nacianceno, y entabló amistad con el que llegaría a ser emperador Juliano el Apóstata. Ambos estuvieron profundamente influenciados por Orígenes. Entre ambos escribieron una Antología llamada Philokalia. Gregorio Nacianceno marchó a estudiar filosofía y retórica avanzada en Nacianzo, Cesarea Mazaca, Alejandría y Atenas. Estando en Atenas, trabó una fuerte amistad con su compañero de estudios Basilio de Cesarea.
Gracias a esta radiación la dialéctica se extiende desde Alejandría hacia otros lugares de la sociedad eclesial, como las epidemias se extienden por los bacilos adheridos a las ropas de los emigrantes. La dialéctica incorporada a la catena aurea de discípulos del Didaskalion se transmite por contagio y alcanza finalmente los concilios ecuménicos, cuando el aislamiento regional se rompe gracias al Edicto universal de Tolerancia. Desde entonces los debates teológicos de los concilios ecuménicos van a ser el excipiente de la filosofía crítica. En Grecia o Roma, el medio para ejercitar la dialéctica se encontraba en la docencia y los tratados, o las cartas pedagógicas, pero en la temprana era cristiana el medio serán las disputas conciliares.
De manera que el medio material para transmitir la dialéctica y ejercitar la racionalidad será la formulación de los Dogmas de Fe o el Símbolo Apostólico y, en consecuencia, la mayor tasa de racionalidad acumulada en la Iglesia primitiva no se acumulará en la escuela conventual, o en la labor de los scriptoriums, sino en las disputas teológicas de los concilios universales. Esta labor cultural de los monasterios es sin duda encomiable, pero constituye fundamentalmente una labor archivística y de biblioteconomía, una racionalidad instrumental para la transmisión de los saberes y la tradición, necesaria pero por sí misma insuficiente para el ejercicio de la filosofía académica. Donde realmente opera la filosofía en ejercicio es en los concilios, a través de la formulación de los enunciados dogmáticos. En el acto de convertir las verdades de fe en fórmulas dogmáticas, los padres conciliares ejercitaron la dialéctica en su forma más plena posible, y esto fue sólo posible bajo la influencia institucional alejandrina.
A un nivel puramente fenoménico se advierte que los dogmas de fe están cargados de conceptos filosóficos y categorías dialécticas: sustancia, naturaleza, persona, hombre, causalidad, relación, lo uno, lo múltiple... De hecho, el concepto de Dios empleado en dichos concilios es el Dios de la teología aristotélica. No se puede entender la doctrina de la Trinidad católica romana o la teoría de las dos naturalezas en la hipóstasis de Cristo sin la teoría de las categorías o la física aristotélica. Quien no haya leído la Metafísica de Aristóteles difícilmente entenderá el alcance de las formulas dogmáticas conciliares, referentes a la unión hipostática o la Trinidad.
Cuestión aparte es la debatida cuestión del origenismo. Es necesario reconocer de entrada que el origenismo es una filosofía dogmática, exenta, no un ejercicio de filosofía crítica. El origenismo no es dialéctica, sino doctrina acrítica, derivada ciertamente de algunas conclusiones de Orígenes pero fundada sobre todo en la corrupción de sus discípulos. Orígenes propone con su enseñanza una labor crítica, no una filosofía sustantiva principalmente. Sólo podemos decir que este origenismo, venga de Orígenes o venga de sus discípulos, prueba la incapacidad de los filósofos profesionales de mantenerse químicamente puros frente a las exigencias de análisis de la propia dialéctica que reivindican.
¿Cómo actúa la dialéctica como núcleo de la escuela catequética de Alejandría?
Responder a esta pregunta es tanto como contestar a un interrogante equivalente: ¿cómo actúa la escuela de Alejandría como núcleo de la sociedad eclesiástica? También permite despejar simultáneamente una pregunta más central, pero de idéntico contenido: ¿cómo se convierte en universal, o católica, la sociedad eclesiástica a través del ejercicio dialéctico que la escuela alejandrina introduce dentro de la Iglesia?
Para contestar a esta serie de preguntas encadenadas debemos retomar los tres tipos de relación que cabe establecer entre todas las sociedades posibles y la sociedad eclesiástica considerada como un todo. Son las relaciones enunciadas en el primer apartado de nuestra instrucción: 1) relación «ad extra ad intra» (desde el exterior hacia el interior), 2) relación «ad intra ad extra» (desde el interior hacia el exterior y 3) relación «ad intra ad intra» (desde el interior hacia el interior). Nos disponemos a establecer a continuación el modo en que la dialéctica dio forma a esta clasificación trimembre, condición de toda relación universalista entre la Iglesia y el mundo.
Respecto a la primera relación, la universalidad, o catolicismo (Kathos: total) lo adquiere la Iglesia mediante la capacidad de juzgarlo todo, de nombrarlo potencialmente todo, de comprender mediante tablas clasificatorias las Ideas que están disueltas por el mundo, o que el mundo mismo le arroja. Mediante el ejercicio de la dialéctica, la Iglesia conforma un mapamundi que le permita organizar este mundo envolvente, y desenvolverse con prudencia por él. Sin la dialéctica, la Iglesia no tendría la capacidad de incorporar a su patrimonio las aportaciones exteriores de las diversas sociedades humanas, o de la misma sociedad civil que ya albergaba esta Humanitas clásica. Gracias a la dialéctica la Iglesia puede abarcar la sociedad civil de sus coetáneos o asumir los diversos contenidos materiales de las sociedades étnicas que va absorbiendo en su misión de evangelizar a todas las gentes. Ejemplo de esto es, por ejemplo, la labor de asimilación de las culturas indígenas tras el descubrimiento de América. No se entenderían las reducciones jesuíticas del Paraguay, o las traducciones del guaraní al español, si no se absorbieran estas culturas, lo cual exigió un previo reajuste del mapamundi conceptual del mundo a través de la dialéctica: fueron las Juntas de Valladolid, posibilitadas por la labor de los escolásticos salmantinos, etc. La Iglesia es capaz de cumplir su mandato divino de evangelizar a todas las gentes gracias a que posee en su interior el arma de la dialéctica que le permite asimilar los contenidos formales de las sociedades fenoménicas que va encontrando en su expansión virtualmente interminable, es decir, totalizadora, universalmente creciente. Respecto la sociedad civil huelga decir que la sociedad eclesiástica no hubiera podido extenderse por Roma o Grecia sin la mediación de la filosofía, que era el único medio de comunicación con sociedades de una alta complejidad técnica y normativa, articuladas además conforme al método dialectico, tanto en su dimensión jurídica como moral, etc.
Respecto de la segunda relación. La sociedad eclesiástica procede a una catábasis, e influye sobre las sociedades que asimila ejerciendo una influencia activa, devolviendo las Ideas que asimiló del exterior pero devolviéndolas «cristianizadas». Es el bautismo cultural que en un primer momento asume la forma de los escritos apologéticos, por ejemplo. Habría que incluir en esta relación lo más granado de la patrística griega y latina.
La tercera forma de relación es a nuestro modo de ver la más importante de todas, dado que atañe especialmente a los concilios ecuménicos posteriores al Edicto de Milán. Aunque en esta relación podríamos incluir realidades endogámicas como el derecho canónico, que resultan secundarias desde un punto de vista filosófico, sin embargo incluye también este acontecimiento clave para la transmisión del saber clásico grecolatino. No obstante, insistimos que este ejercicio dialéctico de los primeros concilios no fue un logro alcanzado de modo pacífico. La dialéctica tuvo que enfrentarse contra las tendencias retóricas de las demás escuelas catequéticas para triunfar sobre las mismas e imponerse en las jornadas de dichos concilios. Cada escuela tenía sus representantes en la lista de padres conciliares. Habiéndose formado en dichas escuelas, esos padres conciliares afrontaban la tarea conciliar de formular las verdades de fe con unas armas mejor o peor afiladas, según la formación previamente adquirida.
Sin el modelo de la escuela catequética alejandrina, luego exportado a Panfilia, Cesarea, etc., sería impensable el triunfo de la ortodoxia en los concilios dogmáticos frente a los retóricos arrianos, los sabelianos y monofisitas, los macedonianos y nestorianos. Como es bien sabido, estos herejes pertenecían a escuelas catequéticas donde sólo se impartían los dos primeros grados del Trívium (gramática y retórica). Eran, por tanto, expertos en oratoria eclesiástica, simples exégetas. Fueron vencidos por la escuela catequética alejandrina precisamente porque en ésta además se impartía el tercer grado formativo del Trívium: la dialéctica, es decir, la filosofía crítica de tradición académica. Fue precisamente el uso de la filosofía por los alejandrinos, o pro-alejandrinos, lo que permitió el desarrollo de la teología dogmática Trinitaria, cuyos conceptos lograron derrotar a la retórica arriana, basada en el estudio meramente filológico, exegético, de la página sacra. Los alejandrinos sencillamente arrollaron con su apisonadora dialéctica los pobres recursos de oratoria sentimental de sus adversarios. Dejaron en evidencia la debilidad de sus argumentos, encubiertos en el adorno de la persuasión retórica, con la fuerza superior de la disputa filosófica. El Didaskalion realizó una síntesis católica de la Yeshivá hebrea y la Academia grecolatina. La teología y la catequética que generó esta Escuela fueron más potentes que la oratoria arriana, cuyos catequistas vencidos se vieron obligados a emigrar hacia oriente donde fueron acogidos por Bizancio. Estas comunidades heréticas se mantuvieron en la oralidad (la gramática y la retórica) para la predicación del texto sagrado de manera que su enseñanza oral educó, o maleducó, pueblos enteros durante generaciones, originando por ejemplo el Islam que fue iniciado por Mahoma, un discípulo de monjes ebionitas. Decimos todo esto no por pedantería erudita sino para demostrar los efectos perniciosos que pueden recaer sobre una sociedad que no adopta a tiempo instituciones adecuadas. El Islam es una prueba palpable de los peligros que amenazan a todo pueblo que no incorpora las instituciones de la Humanitas, tales como tratados, universidades, centros filosóficos y escuelas consagradas al saber clásico.
Bibliografía
Charles Kannengiesser, Origen of Alexandria: His World and His Legacy, University Press of Virginia, 1988
David Ivan Rankin, From Clement to Origen: The Social and Historical Context of the Church Fathers, Ashgate Publishing, Ltd., Londres, 2006.
Fernando Rivas Rebaque, «La escuela de Alejandría: los contextos en la primera inculturación de la Fe», en: Gabino Uríbarri Bilbao (ed. lit.), Contexto y nueva evangelización, Universidad de Comillas, Madrid,2007, cap. 2, pp. 49-100.
Francisco Bastitta Harriet, «La tradición platónica acerca de los principios en Orígenes de Alejandría», Diánoia, LVII (68), 2012, pp. 141-164.
Gerard Ernest Caspary, Politics and exegesis: Origen and the two swords, University of California Press, Berkeley, 1979.
Gonzalo Fernández, «Filosofía hebrea, pagana y cristiana en la Alejandría antigua», Boletín Millares Carlo, núm. 29. Centro Asociado UNED. Las Palmas de Gran Canaria, 2010, pp. 171-205.
Henri Crouzel, Orígenes, BAC, Madrid, 1998.
Henry Chadwick, Early Christian Thought & the Classical Tradition: Justine, Clement of Alexandria, and Origen, Clarendon Press, Oxford, 1984.
Jean Danielou, Origène, La Table ronde, Paris, 1948.
Lorenzo Perrone, P. Bernardino, D. Marchini, Origene, e la Tradizione Alessandrina, Peeters Publishers, Leuven, 2002.
Werner Jaeger, Paideia: los ideales de la cultura griega, FCE, Méjico, 2007.