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El Catoblepas, número 166, diciembre 2015
  El Catoblepasnúmero 166 • diciembre 2015 • página 7
La Buhardilla

Resistencias

Fernando Rodríguez Genovés

La leyenda acerca del fenómeno de la resistencia civil en tiempos de guerra o revolución empieza por la propia denominación. Porque más que de «resistencia», debería hablarse, en rigor, de «resistencias»

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A diferencia de la «Gran Guerra» (1914-1918), la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) no se dirimió en las trincheras, lejos de las ciudades. En contraste con aquélla, en ésta, los centros urbanos y sus pobladores estuvieron directamente involucrados en la conflagración bélica. La mayor parte de los ciudadanos estuvo entre dos fuegos, padeciendo los estragos de los combates, procurando, más que nada, sobrevivir. Pero, algunos de ellos, en acción paralela con las fuerzas militares regulares en liza, intervinieron activamente en el campo de batalla, en las calles. La Segunda Guerra Mundial fijó así el nuevo paradigma bélico de la «Guerra total», un fenomenal combate sin trincheras ni límites marcados de antemano, una lucha armada sin cuartel, ni tregua, casa por casa, con el código de honor mermado, sin terminaciones claras y definidas. Sin un campo de Marte vallado, un ring alambrado, donde decidir quién gana cada batalla y quién resulta perdedor, la diferencia entre el militar y el civil, el guerrero y el ciudadano, se estrechó, hasta el punto, muchas veces, de solaparse entre sí.

Desplazada, en gran medida, la pelea de los campos abiertos a las ciudades asediadas, los civiles se vieron impelidos a intervenir en el conflicto bélico, por pasiva y/o por activa: a defenderse y protegerse, a intentar ponerse a salvo por su cuenta de las bombas y los avances del enemigo, y/o, además, a pasar a la acción, tomar las armas y enfrentarse al enemigo. Dicha actitud solía realizarse de modo particular (o familiar), aunque esto no era óbice para que una parte de la población formase un propio frente armado, unos grupos medianamente organizados en el interior de los núcleos urbanos, en los subterráneos, en las azoteas de los edificios; una milicia no uniformada ni regular. Emergía así -otra vez, pues es posible encontrar precedentes de esta circunstancia en tiempos anteriores-, de manera emblemática, el ejército en la sombra frente al invasor en La Europa clandestina{*}: «el fenómeno de la resistencia de unos sectores de la población a la ocupación militar y la imposición nacional por parte de un estado invasor.»

La denominada «resistencia» remite, entonces, a un fenómeno político y social, no sólo militar o patriótico. Golpeados los ciudadanos en el corazón de su vidas, en la propias casas y haciendas, invadidos, ocupados, violentados, desplazados, humillados y vejados, empujados por la fuerza a someterse a los dictados políticos, culturales e ideológicos (y aun personales) del ejército asaltante, miles de europeos fueron incitados a revolverse contra el atacante. O, por el contrario, a hacerse colaboracionista, en cualquier de sus múltiples formas; también, por activa o por pasiva.

Fueron muchas y muy diversas las formas de resistencia –la también llamada «cuarta fuerza»– habidas durante la Segunda Guerra Mundial, adoptando varias formas de composición y actuación. Estaban, en primer lugar, las organizaciones armadas, los partisanos, el «maquis», el «ejército en la sombra», el «Estado clandestino»; la resistencia activa.

Pero, por otra parte, es justo reconocer las conductas de la población, a menudo espontáneas, tendentes a la negación de la autoridad impuesta, a la desobediencia civil, al sabotaje pasivo, al ostensible disgusto en aceptar las órdenes de las autoridades ocupantes, al escaqueo, a las acciones simbólicas de desafío, como, por ejemplo, llevar determinadas prendas (y no otras) con notorio valor simbólico, cantar determinados himnos y celebrar ritos de notorio contenido patriótico, antinazi (antifascista) o antisoviético (anticomunista), según el caso; la resistencia pasiva.

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Es importante puntualizar, a este respecto, lo siguiente: más que de «resistencia» debe hablarse de «resistencias». Frente a la tendencia usual –aunque de ninguna manera inocente o casual– de identificar la resistencia con el antifascismo y el movimiento liberador con la orientación izquierdista, lo cierto es que las naciones europeas fueron golpeadas durante el siglo XX por dos fuerzas feroces, igualmente totalitarias, aunque con diferentes banderas: el nazismo y el comunismo. La primera, vencida terminantemente; la segunda, todavía rampante en nuestros días.

En algunos casos, como el de Polonia, las sociedades europeas padecieron una «doble ocupación», produciéndose en ellas episodios donde lo grotesco quedaba fundido con lo trágico:

«Como cuenta por ejemplo el militar [polaco] Stanislaw Ruman, el día 17 de agosto [de 1939] su escuadrón resistía a los alemanes, cuando de pronto éstos desaparecieron. Al poco se vieron rodeados por unos tanques pequeños, extraños. Eran los soviéticos.» (op. cit.).

Muchos de los compañeros de quien refiere esta circunstancia fueron exterminados en la terrible matanza perpetrada por el Ejército Rojo soviético en Katyn.

Finalizada la Segunda Guerra Mundial, no pocos países del este de Europa, tras padecer la dominación alemana durante el conflicto bélico, pasaron a la órbita soviética. De hecho, fue éste uno de los temores (el quedar sometidos a la dominación de la URSS) que motivó muchas iniciativas de la (nueva) movilización popular y enrolamiento en grupos de resistencia en aquéllas naciones. Grecia pasó, sin solución de continuidad, de la Guerra Mundial a la guerra civil. En España, que no intervino directamente en el conflicto, la dictadura del general Franco siguió adelante como si nada hubiese pasado. Para bastantes pueblos de Europa, la «liberación» que supuso el fin de la conflagración internacional, no trajo consigo la libertad.

La lectura y consideración de libros como La Europa clandestina, además de narrar la Segunda Guerra Mundial desde la perspectiva resistencial, ayuda a desmontar muchos mitos empotrados en la «historia oficial» de la resistencia (en singular), de la lucha del partisano, de la guerrilla, de la milicia popular. Por lo que toca a la relevancia más o menos determinante –incluso, su utilidad– de las resistencias (en grupal) en la resolución de los conflictos armados, es justo no hacerse ilusiones ni fomentar la leyenda. Pues debe hacerse constar que ninguno de los países invadidos entre 1939 y 1945 –ni siquiera Yugoslavia– fue capaz de liberarse por sus propias fuerzas:

«Para acabar con las ocupaciones soviéticas –lo que muestra, al fin y al cabo, lo diferente de su naturaleza– haría falta esperar al derrumbe del sistema a partir de 1989 y su discurrir sería además de un modo completamente opuesto al de las liberaciones realizadas durante la Segunda Guerra Mundial.» (op. cit.).

Ocurre que multitud de historiadores, cronistas y dirigentes políticos en algunos países se han esforzado en elevar la resistencia a la categoría de mito, estableciendo así una ficción que manipula a conveniencia el auténtico estatus de cada nación durante los años de guerra. He aquí, por ejemplo, el caso de Francia, país que poco tiempo resistió el ataque alemán, y debe incluirse en el grupo de los países perdedores (Gobierno de Vichy) en la contienda, si bien, tras la liberación, se subió hábilmente al podio de los vencedores, con mando en plaza en el nuevo orden mundial resultante de la derrota de Alemania. También, aunque en menor medida, fue este el caso de Italia (Gobierno de Mussolini). Aunque, bien es verdad, pocas naciones se libran de semejante tentación autocomplaciente generadora de gestas y heroísmos, sean reales o fantaseados.

No sería justo terminar esta nota sin hacer constar que la investigación histórica ha logrado desmontar la insidia antisemita según la cual el pueblo judío no resistió al nazismo, sino que se dejó llevar al matadero con resignación, supuesta prueba de su «culpa». En realidad, miles de judíos sirvieron en grupos de resistencia (además de alistarse en los ejércitos regulares nacionales), a menudo en puestos de mando. Las revueltas en Varsovia fueron dirigidas por un buen número de judíos. Todo ello sin contar los numerosos y estremecedores episodios de rebelión en los campos de concentración y de exterminio.

El estudio pormenorizado y riguroso de las resistencias revela el carácter propagandístico del denominado «consenso antifascista», merced al cual la URSS y los partidos comunistas a su dictado constituyeron la fuerza ideológica decisiva que liquidó el nazismo, lo que le concedería un marchamo (una medalla) de legitimidad democrática y acción liberadora, claramente negada por los hechos.

Es necesario, en suma, resistirse, tanto en la paz como en la guerra, al papel de la propaganda y la deformación de la realidad en materia de historia, a menudo tan destructiva y letal como las bombas y la metralla.

Nota

{*} J. Mª Faraldo, La europa clandestina. Resistencia a las ocupaciones nazi y soviética (1938-1948), Alianza Editorial, 2011, 344 páginas.

 

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