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El Catoblepas, número 163, septiembre 2015
  El Catoblepasnúmero 163 • septiembre 2015 • página 7
La Buhardilla

Del mundo vegetal al digital

Fernando Rodríguez Genovés

Una reflexión, a partir de textos de Peter Burke, sobre el papel de la información y del poder. Y viceversa.

Del libro vegetal al digital

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De Gutenberg a Diderot

Cada día que pasa, el mundo conforma una realidad más globalizada, llegando a constituirse en una esfera cósmica en donde las partes que la componen están hasta tal punto interrelacionadas, que en lugar de repartirse el planeta, tienen la posibilidad de compartirlo. Hoy, vivimos en un cruce de caminos que podría recibir el título de «Sharing Cross». No se trata de una utopía ni un bobo ensueño de solidaridad universal, sino de una circunstancia fáctica, de una posibilidad realizable de mayor interconexión humana. Llámese al producto resultante «sociedad red» o «sociedad de la información» o «sociedad de la comunicación o «sociedad del conocimiento» (esta última denominación, poco recomendable, por inexacta y exagerada). Sobre el particular hay división de opiniones.

Lo que sí parece poco disputable es que la sociedad presente ha alcanzado una edad y condición en que la cantidad y calidad de la información que procesa ya no prueban sólo el grado de rapidez e inmediatez alcanzados, sino su existencia misma. Y su futuro. Lo virtual ya no imita la realidad, sino que ahora ocurre al contrario. En nuestros días, no constituye una hipérbole idealista trascendental el afirmar que lo que no se conoce no existe, aunque sí sería impreciso sostener que no haya diferencia entre información y conocimiento. Urge, entonces, distinguir entre ambas categorías (entre lo «crudo» y lo «cocido»), así como examinar sus formas de engranaje en el tejido social, su grado de crecimiento y extensión entre los hombres.

A tal objetivo apuntan estudios relevantes sobre lo que se ha dado en denominar «sociología del conocimiento», que haríamos muy bien en no confundir con los autoproclamados estudios culturales —muy populares todavía en las universidades anglosajonas—, ni mucho menos, virando la perspectiva, con la «historia de las ideas», promovida por Isaiah Berlin. Mientras que los «estudios culturales» se preocupan de la cultura desde una visión particularista (desde dentro de una delimitada colectividad, grupo social o «minoría»: mujeres, homosexuales, determinadas comunidades étnicas o raciales, orientaciones ideológicas muy concretas, etcétera) y la «historia de las ideas» atiende en el examen de las ideas más a su contenido que a su continente (desde dentro del pensamiento y del pensador), la sociología del conocimiento centra la investigación histórica en el marco que acompaña el despliegue social del conocimiento en su conjunto; dentro de su contexto socio-histórico.

Peter Burke (1937, Stanmore, Reino Unido), profesor de Historia Cultural en la Universidad de Cambridge, es uno de los especialistas reconocidos en este campo de investigación. En el volumen Historia social del conocimiento. De Gutenberg a Diderot, publicado en 2000, el autor focaliza el examen de la cuestión en la época moderna temprana, es decir, el periodo extendido desde 1450 a 1750, esto es, desde la invención de la imprenta de tipos móviles hasta la edición de la Encyclopédie; de Gutenberg a Diderot. Burke se reconoce continuador de los estudios clásicos de Emile Durkheim y Marx Weber, pero también de Karl Marx, Max Scheler y Karl Mannheim, para quienes las ideas remiten necesariamente a un entramado espacial y temporal (clases sociales, periodos, naciones, generaciones) que informa de cómo nacen y crecen las visiones del mundo y los «estilos de pensamiento».

Gutenberg

Con todo, y desde un enfoque más continuista que rupturista, Burke concede, asimismo, la atención que merece a las tentativas renovadoras de la «nueva sociología del conocimiento», como la propiciada por autores del tono de Michel Foucault y Pierre Bourdieu, atendiendo de este modo a cuestiones de última generación, como son el género y la geografía del conocimiento, así como la «microsociología». La perspectiva del estudio social (inclusiva más que exclusiva), defendida por Burke, aspira de este modo a ampliar la percepción del escenario de la actuación social, otorgando el protagonismo histórico no sólo a los actores principales del decurso histórico, sino también a los secundarios, y aun al reparto, incluyendo figurantes, y público en general. Para la «sociología de conocimiento» resulta de gran relevancia investigar los lugares o sedes desde los que emana el saber, ese espacio que he dado en denominar «ámbito». Todo ello sin desatender los medios técnicos de transmisión de los que se sirve para llegar a la población; el control político que soporta; los métodos de archivo y las prácticas de difusión que los atesora y propaga; así como los hábitos de consumo y los gustos literarios del receptor.

Para la «historia social» del saber, el conocimiento está ligado, ciertamente, a las universidades, pero no menos a los salones o a las academias. Hay información y cultura en los libros, pero no menos en los periódicos y los grabados de la época estudiada. Bien es verdad que no hubiese nacido ni crecido la ciencia sin los grandes maestros, los autores, pero tampoco sin los anónimos suscriptores de gacetas, diccionarios y enciclopedias, sin los lectores. En suma, si las sociedades modernas han llegado a la «edad de la información», ello ha sido posible por la fuerza innovadora de determinadas ideas renovadoras proclives a extender el ámbito del saber en vez de clausurarlo. Y es que sin la intervención de artefactos como la imprenta y de movimientos de agitación intelectual como la Encyclopédie, categorías del tipo «universalización del conocimiento» y/o «conocimiento universalizador» no hubiesen sido plenamente realizables.

No es casual la señalización que hace Burke de estos dos hitos históricos —imprenta y Encyclopédie— a la hora de comprender cabalmente la construcción de la realidad actual y la invención de la modernidad. Debe recordarse, por ejemplo, que el mundo islámico se opuso, desde el mismo instante de su hallazgo, a la difusión de la imprenta favorecedora de la instrucción pública y el fomento entre la población de una «cultura general básica». Y aunque China la empleó (antes acaso que Occidente), su uso estuvo muy limitado y restringido por la presión burocrática del ideario confucionista, como lo prueba que la Qinding Gujin tushu jicheng, descomunal trabajo enciclopédico de más de setecientas cincuenta mil páginas (considerada el libro más extenso del mundo) fuera patrocinada por la casa imperial de la época Qing para el exclusivo disfrute de la clase de los mandarines. Es insensato, en fin, olvidar o minimizar el impacto y la importancia que las tecnologías y las pedagogías de la inteligencia han tenido en la historia social del conocimiento. Bien está que se reconozca y se haga saber.

Enciclopedia digital

2
De Gutenberg a Internet

En 2002, dos años después de la primera edición de Historia social del conocimiento. De Gutenberg a Diderot, Peter Burke publica el volumen Historia social del conocimiento. De Gutenberg a Internet, en esta ocasión escrito en colaboración con su compatriota y colega Asa Briggs, el por entonces octogenario Lord Briggs de Lewes, uno de los fundadores de la Universidad de Sussex, antiguo rector del Worcester College en Oxford y la Open University, y ante todo gran estudioso de la historia cultural de los siglos XIX y XX. Sería demasiado cómodo interpretar este nuevo trabajo como una mera continuación del primeramente citado, por más que lo sugiera la presencia en ambos subtítulos del nombre de Gutenberg, antes vinculado a Diderot y ahora a Internet.

No debería entenderse, entonces, este nuevo libro como capítulo añadido a la historia social del conocimiento sino, en rigor, como el propósito de componer una nueva historia general de los medios de comunicación. La diferencia entre ambas caracterizaciones es muy apreciable. La intervención de Briggs en la empresa ha acabado siendo, sin duda, decisiva en ella, al ponerse el énfasis en esta ocasión más en las técnicas y tecnologías de la información que en sus efectos sociales. Si bien éstos siguen conformando el argumento principal de los dos primeros capítulos del volumen —«La revolución de la imprenta en su contexto» y «Medios y esfera pública a comienzos de la era moderna en Europa»—, a cargo de Burke, quien se mueve como pez en el agua en el territorio en que es máximo entendido, es decir, la historia cultural de 1450 a 1750 en Europa; de Gutenberg a James Watt, para la perspectiva de este volumen.

La imprenta fue una fenomenal invención que cambió el mundo de las letras, de la escritura y la lectura. En un marco social todavía poblada por una comunidad escasamente alfabetizada, la comunicación oral y visual no perdió relevancia en la constitución de la opinión pública (o esfera pública), ni en la articulación de la propaganda ni en la irradiación de mensajes y consignas que conforman en su conjunto las ideas y creencias de los individuos. En este sentido, resulta de especial interés la atención prestada en el libro a los sermones y lecturas públicas expuestos en iglesias y centros escolares; los rumores y los chismes divulgados en los mercados y las tabernas; las canciones y los himnos entonados en espacios públicos y privados; las procesiones, las manifestaciones populares y los rituales habidos en calles y plazas; los panfletos, los grabados, los graffiti, las medallas, los naipes, como signos e indicaciones muy ilustrativas del entendimiento y sentimientos de las gentes. Pues, todo ello ayuda a comprender razonadamente de qué manera se articularon la materia y la forma del lenguaje de la comunicación en los comienzos de la modernidad occidental.

Si bien las técnicas de la información han estado siempre unidas a la economía —también a la religión y a la política—, el impacto de la Revolución Industrial y el impulso de la nuevas tecnologías han supuesto el más directo precedente de lo que se ha denominado «revolución en las comunicaciones», o, por decirlo en expresión de Charles Knight, la «victoria sobre el tiempo y el espacio», sea a través del ferrocarril, el buque de vapor, el automóvil, el avión, el telégrafo, la radio, la fotografía, la televisión, los ordenadores, los satélites, el cable, sea, en fin, merced a la extensión de la Red de redes: Internet. La mano de Briggs dirige en ese momento de la obra, con firmeza y pericia, la travesía del hombre efectuada por los mares de tinta y los ríos de cables, y que confluyen en las «autopistas de la información» y el «ciberespacio», contexto por antonomasia de la actividad de los media en el momento presente. La historia de los medios de transporte (y transmisión de la información) y la historia de los media están integradas en una misma narración comprensiva, y toda separación entre ellas resulta artificial.

Burke y Briggs rechazan de modo expreso la interpretación de la Historia en términos «revolucionarios» y fragmentarios, la cual supuestamente avanzaría por saltos, hitos y quebrantos extraordinarios, herederos del influjo del mito. Por el contrario, aceptan y cultivan una visión más pausada y pautada —«como proceso en zigzag», a oleadas pero sin rupturas— de la crónica de los cambios técnicos y tecnológicos, que lejos de eliminarse entre sí, se van agregando gradualmente.

Si la imprenta no acabó con la comunicación oral, ni la radio suplió al periódico, ni la televisión arruinó el cine, es razonable confiar en que tampoco Internet y el ciberespacio colapsen la Galaxia Gutenberg. Mas ¿quién puede saberlo con seguridad? ¿Quién se atreverá a pronosticar qué es lo próximo? O, como se ha preguntado más de uno a propósito de nuestro tiempo vertiginoso: ¿qué pasará después del futuro…?

 

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