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El Catoblepas, número 161, julio 2015
  El Catoblepasnúmero 161 • julio 2015 • página 11
Libros

Dos filosofías del Sentir: M. Merleau-Ponty y M. Zambrano

Belén Castellanos Rodríguez

Reseña del libro de María del Carmen López Sáenz Dos filosofías del Sentir: M. Merleau-Ponty y M. Zambrano. Editorial Académica Española. Saarbrücken, 2013.

Dos filosofías del Sentir: M. Merleau-Ponty y M. ZambranoSi existe una problemática filosófica primera, digna de ser retomada siempre, desde las más diversas disposiciones y a propósito de homenajes e investigaciones en torno a esos personajes intelectuales que nos despiertan y acompañan en la tarea del pensar, es la de cuáles sean las condiciones de posibilidad de tal pensar. Pensar a lo grande es pensar acerca de cómo concebimos la reflexión misma, de cómo damos a luz, y desde dónde, los más finos discursos de la conciencia. Pues es allí, en esa antesala mistérica donde hallamos la presencia-ausencia del inconsciente. De éste, como primer principio, debe la filosofía dar razón aunque solo fuera en un leve indicar. Es en este punto en el que yo recojo la obra de Mª Carmen López; es desde esta inclinación que la autora remueve el deseo de ahondar en el proyecto de María Zambrano, reivindicada definitivamente como componente ineludible para una historia de la filosofía tejida a través de los más elementales interrogantes ontológicos. Es así que abordar la filosofía de Zambrano desde el saber fenomenológico de Merleau-Ponty, tan querido, reescrito e indagado por nuestra especialista, resulta tremendamente fructífero y más aún para aquellos que necesitan un apoyo más austero que la poesía para comprender algo tan enigmático como la razón poética misma.

Señalar el inconsciente, apuntarlo, es, como ya advertía Leibniz, Hume y, en definitiva, la filosofía barroca (sobre la que la fenomenología husserliana se vuelve), repasar las síntesis pasivas de la reflexión. De este modo, habremos de colocarnos en el más acá del entendimiento, en el sentir, para así, «ampliar el logos heredado, sin menospreciar el mitos» y «analizar los niveles de la pasividad, la cual no es la alternativa a la actividad, sino su necesario horizonte» (p. 4). Señalar el inconsciente es, así, hacer filosofía, continuar engendrándola por fuera de la confusa tradición que la enfrenta al mito, para, de este modo, no fabular una razón ilimitada que perdiera, por completo, la vitalidad desde la cual se endereza.

Esta vitalidad emerge, observaría Zambrano, de entre un experienciar intersubjetivo, de entre intimidades que anhelan su propia transparencia, comunicación y con-creación del mundo. En esta vitalidad se encuentra, precisamente, la razón poética, poiética. Zambrano comprende, clásicamente, tal poiesis como acción del alma y el alma como lo que liga cuerpo y conciencia. Recuerda, así, que antes de habitar en traducciones oclusivas, eso que tan distraídamente manejamos como intelecto agente fue, en auténtico Aristóteles, nous poietikós, intuición creativa en Plotino, lo que es divino en nosotros, eso creativo que es pasivo, sin embargo, desde el punto de vista de nuestra identidad, eso que estaba ahí antes de la construcción de nuestra identidad y después de la disolución de la misma. No nos contradecimos si buscamos eso que estaba ahí antes que nosotros o eso divino que pasa por nosotros en la intimidad, pues es lo íntimo lo que está más adentro de todo, más adentro que la identidad, que la conciencia, que el discurso. Se trata de lo que labora creándonos y creando al otro, de lo que ejerce de canal comunicante, de lo que precede a nuestro conocimiento y mismidad: «Zambrano emprenderá una fenomenología de ese sujeto, que es trascender y padecer su propia trascendencia, sentir no sólo lo presente y lo que fue, sino lo que condiciona toda posibilidad y lo todavía ausente, pero hacia lo que nos orientamos como superación de lo ya sido» (p. 12).

Las síntesis pasivas nos performan sin nuestro consentimiento. Lo que es pasivo para nosotros es activo en nosotros. Se trata de «una espontaneidad sobre la que no tenemos un control consciente»(p. 11) y que solo hallamos en cierta desposesión que arruina la demarcación metafísica entre sujeto y objeto para cambiarla en una suerte de reversibilidad, tal como explica Mª Carmen López en su decir merleaupontyano. Ser demasiado consciente elimina las posibilidades humanas de tomar conciencia de las determinaciones de la pasividad sobre nuestros actos, lo cual, aun paradógicamente, anularía el auténtico compromiso, pues «reflexionar no es otra cosa que desvelar ese irreflexivo» (p. 14).Entendamos que la pasividad es vinculante, no siendo fuente ni responsable nunca de la apatía (pasivismo) sino de la espontaneidad o brío. Merece la pena pararnos sobre este punto pues injusta y apresuradamente vinculamos, en nuestro lenguaje, pasividad con inacción, con parálisis, ocurriendo en cambio que esa pérdida de sangre, de arrojo y, en definitiva, de vinculación con la vida proviene a menudo de bucles viciosos de la reflexión extra-plagada sobre sí misma.

¿Por qué enlaza, Mª Carmen López, las filosofías de Zambrano y de Merleau-Ponty como filosofías del sentir? Precisamente porque descubrimos en el sentir una pasión que constituye, a su vez, acción, potencia, es decir, capacidad y ¿capacidad para qué? Capacidad, en términos spinozistas, para ser afectados. Ya en el avatar psicoanalítico del fenomenólogo francés, ya en la razón poética de Zambrano, se sitúa el sueño como paradigma de este padecimiento creativo en el que lo real encuentra un modo propio de aparición y mediante el cual nos es posible la epojé como apertura de la temporalidad. El sueño nos pondría en contacto con las matrices simbólicas, con los sedimentos y con los huecos que otorgan su lugar a la multiplicidad de los tiempos del sujeto, más allá de la linealidad de la cronología compacta que impone la conciencia, cuyo activismo insomne no permitiría, entonces, creatividad alguna.

Para crear hacen falta vacíos e incluso viajes hacia el sin-sentido, pues la creatividad no es sino el camino de vuelta de dichos viajes: para regresar del sin-sentido, como regresan, en los cuentos, los niños perdidos en el bosque y en otros universos paralelos, no basta con girarse y pisar sobre lo andado sino que es indispensable fabricarse otro camino, otro sentido que permita comprender y elaborar de nuevo el mundo a partir de esa pérdida iniciática. En el sueño estamos perdidos como los niños de los cuentos. En ellos no aparecemos como un solo sujeto sino como pléyade de personajes pero, además nos sentimos también objetos, pues no solo nos visualizamos desde fuera sino que los acontecimientos e incluso nuestro propio proceder se nos impone como llegado de otra fuerza, de una autoría íntima y desconocida. En el sueño, como perdidos en la espesura del bosque, somos devueltos a una physis «pura», preconceptual, abrupta y desconcertante. En él subsiste e insiste aquello a lo que no hemos dado su tiempo, a lo que no hemos concedido escucha.

Por ese motivo, el sentir se impone sobre el pensamiento consciente. El tiempo del sueño, dice Merleau-Ponty es la profundidad, la estática, en palabras de Zambrano. El poder revelador, ancestralmente concedido a los sueños, lo acoge la filósofa española por hallar en ellos conocimientos pasivos que solo entendemos a medias, por manifestarse en ellos la hondura de la pasividad, del inconsciente, aun sin ser necesariamente sometidos al análisis propio de la tradición freudiana (pues al parecer de Merleau-Ponty, explica María del Carmen López en la p. 62 de la obra reseñada «la interpretación filosófica del inconsciente no la impone una segunda conciencia más berdadera, sino que lo aborda como una de esas pasividades que quedan sedimentadas en la vida perceptiva», dado que para él, el inconsciente es sentir, es lo que da cohesión a la vida y no un resto de la conciencia, siendo así, como en Gilles deleuze, primer principio ontológico, arcké).

Hay en el simbolismo del sueño una propuesta en la que captar esencias pues notamos una especie de condensación de lo dispersamente vivido. Al despertar, podemos sintetizar las sensaciones complicadas y extrañamente entrelazadas en el sueño. De nuevo, no desatendamos el clasicismo que devuelve a Zambrano a las preocupaciones más frescas de la antigua Grecia. Como ocurre en Platón, la esencia es aquello que se deja sentir, a condición de no vulgarizar el sentir en un mero ver sino comprenderlo como la tarea de reeducar el ver, mirando hacia aquello que posibilita lo visto como visto, captado como lo que es, intelectualmente intuido (impensado-pensado-sentido).

Del mismo modo, en Merleau-Ponty «todas las ideas son sensibles y no, como solemos pensar, creadas por un sujeto, ya que, como él y como la verdad, se van haciendo en sus continuas relaciones con el mundo y con los otros» (p. 84). Aceptando la sensibilidad de la esencia o, mejor dicho, lo esenciante como condición de posibilidad de la percepción, podemos apropiarnos de aquel Platón tan intelectual como apasionado, pues captar esencias es captar el fondo del sentir, dado que sentir es sentir interpretando. Escuchemos, en tal dirección, a la profesora, intelectual destacada y experta en filosofías contemporáneas, en esta su reciente obra cuya indispensable lectura para el mundo académico y filosófico, nos impulsa a reseñarla y promoverla del modo más intensivo: «la filosofía ayuda a sacar al sentir de su oscuridad e ir llevándolo a la razón, a entender lo que se siente sin dejar de sentirlo, es decir, sin limitarse a captarlo desde fuera, adentrándose en sus inferos para iluminarlo(...) Por eso, Zambrano habla de un logos sumergido, del sentir de la vida que sólo se entrega en un lenguaje indirecto y simbólico» (p. 88).

 

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