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El Catoblepas, número 161, julio 2015
  El Catoblepasnúmero 161 • julio 2015 • página 7
La Buhardilla

Servidumbre voluntaria y Sumisión

Fernando Rodríguez Genovés

El último grito de «progresismo islamista» consiste hoy en alistarse voluntariamente en una «brigada internacional» —por su tono cromático no diré «división azul»— con destino Irak o Siria o Afganistán, y sumarse así a la Sumisión (el Islam), a la lucha yihadista.

Servidumbre voluntaria y Sumisión

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En un artículo anterior, hacía hueco —y me hacía eco— en La buhardilla de una singular alianza consumada de facto en la España contemporánea. Una asociación estratégica hecha explícita —encarnada, diríase para mayor efectismo y crudeza— en la conversión religiosa a la causa del Islam por parte de grupos de españoles cansados de Occidente y enemigos de la tradición judeo-cristiana que la inspira desde su origen. Una reunión de españoles con un principal elemento común: la hostilidad a España como realidad nacional. Un fenómeno, por lo demás y con sus particularidades, no ajeno a las demás naciones de Occidente, y que denominé «progresismo islamista», o también «islamo-izquierdismo».

No discutiré ahora si en semejante fenómeno reactivo prima más lo religioso o lo político, porque los movimientos políticos —sobre todo, en los últimos tiempos— son, a mi juicio, expresiones de religión civil.

Henos ante un caso de transformismo cultural que continúa progresando entre nosotros con suma naturalidad, directamente proporcional a su grado de peligrosidad e impunidad. El último grito consiste hoy en alistarse voluntariamente en una «brigada internacional» —por su tono cromático no diré «división azul»— con destino Irak o Siria o Afganistán, y sumarse así a la Sumisión (el Islam), a la lucha yihadista.

En España, tamaña conversión convergente con el Islam —alimentada, más que nada por un feroz antijudaísmo y odio a Israel— está basada en una gran impostura y descansa sobre una tremenda mentira. El montaje del «Legado Andalusí», urdido por la «historia oficial», sobrevive a base de fanatismo ideológico (creencia ciega), aunque no menos que de subvención oficial, corrección política y permisibilidad, que los beneficiados denominan «tolerancia». Y crece por medio de enredos y mentiras, tergiversaciones y solapamientos, traiciones y espíritu de venganza. En el argumento central de dicho artefacto doctrinal escasean la evidencia de la prueba, la lealtad y el buen juicio. Algo que, por otra parte, al fanático no incomoda de ninguna manera (sino, acaso, todo lo contrario).

¿Qué pasará próximamente dentro de nuestras frágiles fronteras, en las anestesiadas sociedades europeas, si no hay diques y refuerzos que contengan la riada humana —con riesgo de desbordarse— ni el proselitismo descarado que viene a continuación? ¿Cómo impedir que los principios, valores y modo de vida que vienen conformando la trayectoria del viejo continente, se conviertan al (en) Islam? ¿Qué quedará de Occidente? No es la primera vez que acontecen descalabros parejos. Las caídas del Imperio romano y de Constantinopla, así como el descenso a los infiernos que supuso la eclosión de los nacionalismos y totalitarismos en las últimas centurias, componen terribles capítulos de la historia de la infamia continental en la que la civilización y la cultura europeas fueron sometidas y doblegadas por tribus bárbaras de todo género, a menudo con la pasividad, cuando no la condescendencia, de los avasallados.

El odio y la violencia —inherentes al afán expansionista de las hordas dominadoras—, unidos a la falta de amor propio, de patriotismo y valor ciudadano, al resentimiento hacia uno mismo —característicos de las civilizaciones en crisis—, siempre han producido fatales resultados. Una muestra ilustrativa de orden cotidiano: ser asaltado por un bandido y no sólo no defenderse, sino abrirle las puertas y caer rendido a sus pies. Un caso más: requerir o convocar miserablemente la presencia del invasor, adular al tirano o, sin más miramientos ni vergüenzas, invocar la acción del verdugo. Síndrome histórico del conde don Julián y del rey Fernando VII. A sucesos como éstos me refiero.

«¡Osama, mátanos!». Dicha soflama obscena podía leerse en algunas ciudades de Europa poco después de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. No se trataba de una broma macabra, ni de una boutade cosecha del 68, ni siquiera de una inocente provocación o gamberrada juvenil. Aquello iba en serio, y todavía tendríamos que ver y escuchar después cosas peores. No sólo barbaridades pintadas en muros y voceadas en las esquinas o publicadas en las redes sociales. Con tiempo y perseverancia han acabado siendo palabras publicadas en boletines oficiales del Estado y proclamadas en ordenanzas de instituciones públicas apacentadas. Escalando todo las más altas cimas del poder. «Obama: Yes, we can».

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¿Qué es lo que sucede cuando la servidumbre voluntaria de los individuos se alía con la Sumisión en acción? Europa, ya lo hemos visto, ha sido seducida en el pasado con cantos de sirena que le condujeron al hundimiento y al naufragio, así como hipnotizada (¡y encantada!) por el efecto embriagador de cantinelas utopistas; totalitarias todas ellas, sin excepción. Mas, debe añadirse, en los momentos decisivos (a veces en el último momento), ha sabido sobreponerse a sí misma y derrotar al bárbaro. Y lo que es más importante: recuperarse y renacer de las cenizas.

Ahora bien, ¿es ahora Europa más fuerte que entonces? ¿Está hoy más crecida y orgullosa de sí misma que ayer? ¿Protege en este momento con mayor vigor que antes sus bienes y valores? ¿Defiende sus fronteras con mayor determinación? ¿Sabe ahora distinguir entre los verdaderos aliados y los velados o notorios enemigos? ¿Estamos en el final de la utopía o en el esplendor de la seducción de una nueva/vieja utopía que puede conducirnos al final de nuestra civilización, a un fin final?

¿Catastrofismos? ¿Exageraciones? ¿Crispación y fantasía por parte de quien da la voz de alarma, hoy como ayer, ante la presencia masiva de moros en la costa que desembarcan en nuestras playas, no siempre con buenas intenciones? El gran conocedor del islamismo y el Oriente Medio, Bernard Lewis, a la vista de los datos demográficos, los movimientos migratorios, las estrategias de los gobiernos afectados y las propias declaraciones de líderes islámicos, previno a la parroquia desde el diario alemán Die Welt (28 de julio de 2004) con un anuncio breve a la vez que escalofriante: Europa será musulmana a finales de este siglo. ¿El cuento del lobo? ¿Barruntos de islamófobo? El colaboracionista y el felón, no hay en esto sorpresa, tienen la veterana afición de matar al mensajero cuando las noticias no le agradan, no le convienen o le ponen en evidencia.

Por su parte, el arabista español Serafín Fanjul (rara avis en un gremio universitario que da grima) ha publicado una serie de volúmenes en los que denuncia la historia mágica de Al Ándalus propagada (popularizada, vulgarizada, folclorizada) entre nosotros por fieles de raza, conversos y compinches, cuyos mismos títulos (o subtítulos), nos sitúan sin rodeos en el centro de la leyenda: Al-Ándalus contra España. La forja del mito (Siglo XXI, 2000) o La quimera de Al-Ándalus (Siglo XXI, 2004). Y tras el mito viene el rito de la inmolación y/o el sacrificio.

La «causa» del florido Al Ándalus la enarbola, como excusa, un conjunto heterogéneo de tipos, pero fanatizados por igual. He aquí una sucinta —no exhaustiva—nómina de ellos: literatos que encuentran localizaciones exóticas para sus recreaciones imaginadas; políticos acogidos al modelo retroactivo de la alianza de civilizaciones; adalides de lo políticamente correcto, un modelo de mestizaje para hacerse perdonar por el «imperialismo cultural de Occidente»; historiadores progresistas buscando un modo de oponerse al «panhispanismo reaccionario»; el mundo árabo-musulmán, claro está, que se solaza con uno de sus fantasías históricas; y, en fin, el integrismo islamista, empeñado en reparar un viejo agravio el cual saldar con una nueva conquista.

El viejo mito de Al Ándalus se extiende en España en forma de sueño utópico, materializado en forma de lobo con piel de cordero, venido no siempre de desiertos lejanos, sino a menudo criado y alimentado en territorio nacional, en las mezquitas y barrios marginales de las ciudades, pero, asimismo, en los centros de enseñanza, en los medios de comunicación y aun… en las más altas esferas del Poder. ¿Qué esperábamos, pues? ¿Qué nos espera, después?

Europa raptada por Oriente. España velada por el Islam. Otra vez. Isn't it romantic?

 

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