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El Catoblepas, número 156, febrero 2015
  El Catoblepasnúmero 156 • febrero 2015 • página 7
La Buhardilla

Auschwitz: comprender lo «incomprensible»

Fernando Rodríguez Genovés

El Holocausto condensa, en el fondo abisal de su perversidad, el Mal Radical. Diríase algo, «incomprensible», dada la enormidad del Horror que entraña. Sin embargo, ocurrió.

Auschwitz

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«Lo que ocurrió en Auschwitz no puede comprenderse ni tampoco, quizá, debe comprenderse. [..] en Auschwitz no hay cólera: Auschwitz no está en nosotros, no es un arquetipo, está fuera del hombre. Los autores de Auschwitz, que aquí se nos presentan, no se dejan llevar por la ira o el delirio: son diligentes, tranquilos, vulgares y planos; sus discusiones, declaraciones, testimonios, aun los póstumos, resultan fríos y vacuos. No podemos comprenderlos: el esfuerzo por comprenderlos, por remontarnos a sus fuentes, se nos antoja vano y estéril. Auguramos que tardará en aparecer el hombre capaz de comentarlos y de dilucidar qué ocurrió para que, en el corazón de nuestra Europa y en nuestro siglo, el mandamiento de “no matar” fuese invertido.»

Primo Levi, «Prefacio a "Auschwitz" de Léon Poliakov» en Vivir para contar (2010)

Uno lee estas palabras, en las que su autor apenas logra contener la rabia y la desesperación, y colige, en una primera instancia, que si Primo Levi renuncia a «comprender» el significado de Auschwitz, ¿quién puede ser capaz de tamaña labor? Levi vivió Auschwitz; si aquello fue vivir. Su testimonio, expuesto en una dilatada obra de denuncia, ha logrado penetrar con apasionado coraje y fría precisión, acaso como ningún otro, en el corazón de las tinieblas del Holocausto. Todo ello después de salir de Auschwitz para contarlo.

Levi ha proporcionado indispensables claves interpretativas del horror al que puede llegar la conducta de los hombres —si aquellos fueron hombres, que, ay, sí lo fueron— bajo determinadas circunstancias. ¿Cuáles son esas temibles circunstancias? Básicamente, tres: el empuje de la ideología totalitaria, la creencia en la utopía y el caudillismo hipnotizador de masas.

Ciertamente, el Holocausto condensa, en el fondo abisal de su perversidad, el Mal Radical. Diríase algo incomprensible, si por comprender se entiende «justificar», «disculpar» o «ponerse en el lugar del otro»; unos usos conceptuales, desgraciadamente, muy repetidos, exclusivos, habituales incluso en individuos experimentados en el ejercicio de pensar y argumentar. Visto desde esos prismas estrechos —de base afectivo-sentimental y, por tanto, ajenos a la comprensión racional—, en verdad que Auschwitz es inconcebible. El prisma malicioso por antonomasia del asunto sería el representado por el «negacionismo», en cualquiera de sus versiones, cada cual más indecente. Sea como fuere, el Horror existió. He aquí la dura verdad factual.

Auschwitz

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«No ridiculizar, no lamentar y no detestar las acciones humanas, sino comprenderlas.»
Baruch de Spinoza, Tratado Político, I, § 4: 80

Precisamente porque llegamos a comprender el sentido y el alcance de Auschwitz, podemos decir, en el pleno significado del discurso racional, que lo juzgamos como un suceso repugnante y despreciable, abominable, sin reservas y sin perdón posible, negador absoluto de los valores sagrados de la humanidad: la vida humana, la libertad y la propiedad. El Holocausto no tuvo nada de irracional; fue fríamente calculado y programado. El peligro surge cuando, en nombre, por ejemplo, de una ideología «revolucionaria», tales valores sagrados (intocables) son repudiados y trasgredidos —ridiculizados, lamentados, detestados—; cuando sujetos fanatizados acechan, roban, asesinan y esclavizan a seres humanos en nombre de un «Ideal», por fanatismo, odio y resentimiento.

He aquí es la causa, la coartada, el subterfugio del horror.

Todo aquello que es realizado por un hombre, otro hombre es capaz de dilucidarlo. Más tarde o más temprano. La embestida contra la vida humana, la libertad y la propiedad privada está presente en el nazismo, pero también en el comunismo, en el nacionalismo, en la yihadismo; en cualquier otra forma de totalitarismo y de fanatismo organizado, cualquiera que sea el número de víctimas de produzca. Pues el horror no se mide —sólo— en términos cuantitativos sino, sobre todo, categoriales. Auschwitz ha sucedido, pero también el Gulag soviético, la Revolución Cultural en la China de Mao, el régimen de Pol Pot en Camboya, el genocidio de Ruanda en 1994, el 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos de América. Y repárese en este dato crucial: el nazismo ha sido vencido, pero el resto de los totalitarismos y peligros presentes, no.

Los valores sagrados del hombre (inviolables por derecho natural) son afrentados, calumniados y ultrajados en cualquier parte del mundo día tras día. En la historia de la humanidad, el paso de la civilización a la barbarie se da con más prontitud y frecuencia que en dirección contraria. Sencillamente, porque destruir es más sencillo que construir, obedecer más simple que actuar, saquear más fácil que producir y crear.

El hombre no vive, por ventura, siempre en una situación límite. Pero basta con que apunten en el horizonte las siniestras circunstancias que convocan a la tiranía y la negación de la libertad, la vida y la propiedad privada para que el horror de todos los días avance en dirección a un nuevo y demoledor Horror. ¿Hablamos de algo «incomprensible»? Hablamos de algo penosamente real, de algo realmente existente, que es preciso identificar, de lo que hay que ser conscientes y al cual urge derrotar.

 

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