Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 148, junio 2014
  El Catoblepasnúmero 148 • junio 2014 • página 9
Artículos

Feijoo, España y la(s) ciencia(s)

Emmanuel Martínez Alcocer

En este artículo trataremos acerca de la «eterna problemática» de la ciencia española, y cómo esta es vista por el polígrafo y filósofo español Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro.

FeijooNewton

El «problema» de la ciencia española

Las diversas polémicas sobre la ciencia española tienen un inicio bien temprano. Feijoo se hará eco de las críticas hechas a España en el terreno de la ciencia y saldrá al paso demostrando con solvencia la falsedad de las afirmaciones al respecto. A ello dedicará, por ejemplo, sus dos estupendos ensayos Glorias de España, en los que muestra magistralmente la existencia de importantes sabios españoles en toda disciplina que se considere. Criticará los ataques negrolegendarios emprendidos contra la nación. Aunque también reconocerá que la ciencia en sus días no pasaba por los mejores momentos. Eso sí, al final de sus días no tendrá tapujos en señalar varias veces que la situación científica, y del país en general, había mejorado muchísimo desde inicios de siglo.

La ciencia española y la defensa del Padre Feijoo

Ya desde el siglo XVII se pueden ver a muchos doctos españoles que estaban exigiendo y realizando una renovación intelectual, sobre todo en lo tocante a las materias científicas, los más importantes de estos son los que conocemos como novatores. A estos inmediatamente les surgieron objetores por parte de los profesores más tradicionalistas, como los casos de Francisco Palanco, obispo de Jaca, o el médico navarro Juan Martín de Lesaca. Pero precisamente por este choque de posturas es por lo que resulta, valga la redundancia, chocante la tesis, inspirada en la leyenda negra, de la incapacidad española para la ciencia y la visión de España como un lugar anquilosado en la Escolástica más reaccionaria y conservadora. Nada más lejos de la realidad, pues, como en todos los países europeos, claro que había escolásticos reaccionarios, pero en igual medida o mayor había otros tantos, eso sí, más fuera que dentro de las universidades, que promovían los avances científicos en el campo de las ciencias modernas.{1}

Tan errado es el diagnóstico que se hace sobre la situación española de los siglos precedentes que Julio Caro Baroja ha señalado con certeza que «las impresiones de Feijoo y de otros contemporáneos suyos respecto a las universidades y estudios de la época, por muy fidedignas que sean, no revelan el verdadero estado de la cultura del país, pues la universidad, entonces, y aún bastante después, no ha sido aquí, en España, el exponente absoluto de la cultura real»{2}. El propio Jovellanos o, más tarde, Blanco White, hablan, a pesar de las reformas de Carlos III, de las insuficiencias y la flojera de la universidad española, alabando a su vez la importante labor que en muchas ocasiones se hace fuera de ella. De modo que, como Feijoo señala, esta «mancha» de la incapacidad científica que se pone a todo español y el negacionismo a todo lo novedoso por parte, sobre todo, de los extranjeros, no puede hacerse extensible a toda la nación. Sí que los hay en el país, pero son muy pocos. Si bien, dice Feijoo, estos españoles aunque son pocos hacen mucho daño:

«Los Españoles digo. ¿Pero qué Españoles? Estoy muy lejos de suponer esta mancha general a la Nación. Unos Españoles semiestúpidos, unos ignorantes soberbios, unos charlatanes de la Literatura, unos hipócritas de Ciencia, que procuran persuadir al Mundo, que no hay más que saber, que lo que ellos saben; siendo lo que saben tan poco, que no vale ni aun la centésima parte del papel, que se gastó en los cartafolios por donde estudiaron.»{3}

Y es que, cuando siquiera la Inquisición —otra institución satanizada y sistemáticamente falseada— se oponía a la nueva ciencia ¿qué problema habría con ella? Ninguno, responde Feijoo. Ninguno a parte de la ignorancia, incapacidad e insuficiencia de aquellos que se oponen a ella, más por envidia indocta que por otro motivo. Así, Feijoo va a ser uno de los que con más vehemencia y erudición va a tratar de exaltar en debida manera la aportación española al general saber europeo, aunque tampoco llegue a hacer del todo justicia a la importancia de la ciencia desarrollada en España en su siglo, aunque sí habla de una importante mejoría en sus últimos escritos. Es por ello por lo que algunos autores han resaltado la adopción de dos claras actitudes del benedictino ante la ciencia española: una será «defender la existencia de la ciencia española y la capacidad científica del español; otra, reconocer el presente estancamiento y retraso científico español, tratando de averiguar sus causas y ponerle remedio»{4}. Una muestra de ello es que Feijoo, ante el ataque sobre la incapacidad de la ciencia española en el campo de las ciencias naturales, va a exaltar las glorias alcanzadas por los españoles en Astronomía, Geografía, Historia Natural —estas dos últimas principalmente en lo que respecta al Nuevo Mundo—, Medicina y Agricultura. Aunque también debe reconocer que:

«La Física, y Matemáticas son casi extranjeras en España. Por lo que mira a la Física nos hemos contentado con aquello poco ó mucho, bueno ó malo, que dejó escrito Aristóteles. De Matemáticas, aunque han salido algunos escritos muy buenos en España de algún tiempo a esta parte, no puede negarse que todo ó casi todo es copiado de los Autores Extranjeros.»{5}

Debido esto, no a la incapacidad nacional, sino a otras dos causas mucho más leves, aunque no por ello menos importantes y dañinas. Para Feijoo ninguna nación es más incapaz o menos que otra. Lo que ha faltado en España en estas dos materias, así como también, hasta el momento, en Medicina, es, primero, la falta de aplicación y, segundo, esa cerrazón —no en todos ni en la mayoría— de muchos profesores que, por propia incapacidad e ignorancia, rechazan tanto lo extranjero como lo novedoso{6}. Así, frente a estas críticas, Feijoo exclama orgullosamente que:

«La superioridad de los ingenios Españoles para todas las Facultades no se ha de medir por multitud de Escritores, sino por la singularidad de que aún en aquellas a que se han aplicado muy pocos, no ha faltado alguno, ó algunos excelentes. Otras Naciones necesitan el estudio de muchos para lograr pocos buenos. En España, respecto de algunas Facultades, casi se mide el número de los que se aplauden, por el número de los que se aplican.»{7}

A lo que unas cuantas páginas después añade:

«No obstante los grandes estorbos que por acá encontramos para comprender varias ciencias, ha tenido España no pocos hombres iguales en esta parte a los mayores y máximos de otras Naciones».{8}

Por ello, el benedictino celebra obras científicas como el Compendio mathemático, del padre Tosca, que, además de en lo relativo a cuestiones científicas, es obra importante en este tema ya que se establecen dos importantes principios, a saber: en primer lugar, la reciprocidad entre saberes matemáticos, astronómicos y físicos, y, en segundo lugar, la separación entre explicación filosófica (metafísica) y explicación científica. Esto quiere decir, como también subraya Feijoo, que la explicación científica es independiente de la explicación metafísica y, por tanto, de la teológica. Así pues, como bien dice el profesor Juan Cruz «la explicación científica no ha de ser arrollada por la elucubración filosófica, pues las «verdades físicas» requieren de un método y de un rigor propios. Aunque la Dialéctica y la Física de Aristóteles sirvan para defender las verdades reveladas, no son necesarias para la ciencia»{9}. La ciencia se centra para Feijoo en los fenómenos, y ahí está tanto su punto de partida como su punto de llegada, por ello no hay en absoluto conflicto con la explicación de la Revelación.

Feijoo no pretende que se deje la metafísica aristotélica a un lado. No es esa su intención, máxime cuando él mismo hace uso de ella y la defiende como el mejor sistema metafísico existente{10}. Lo que Feijoo pretende es que las insuficiencias en lo que respecta al estudio de la naturaleza, a partir de las cuales fundamenta su escepticismo físico, sean completadas con el empleo sistemático y racional de la experiencia. Un empleo cuya eficacia ya ha quedado demostrado en los descubrimientos realizados por científicos modernos como Boyle, Newton o su amigo el médico Martín Martínez. Es por esta eficiencia empírica de las ciencias modernas por lo que el Padre Feijoo dice cosas como esta que podemos leer en su discurso Escepticismo filosófico:

«Yo confesaré que la Filosofía discurre por los fenómenos naturales, e inquiere sus causas inmediatas; pero palpando siempre sombras, tropezando en ignorancias, y dudas, exceptuando muy pocas verdades, que ha debido a la luz de la experiencia. Evidenciaráse esta verdad en la misma materia del movimiento que se nos alega.»{11}

De modo que Feijoo no está poniendo en duda la metafísica, tan sólo señala que ésta, en lo que respecta a la naturaleza, no puede llegar a verdad alguna al margen de la experiencia, la cual demuestra con dificultad, pero también con mucha seguridad. Como hemos dicho, el objeto de la ciencia son los fenómenos, no las esencias.

Bacon y Newton, experiencia y ciencia

Se desprende fácilmente de todo lo dicho anteriormente, que en el filósofo español la influencia del espíritu baconiano está muy presente. Feijoo está claramente interesado en el conocimiento de los fenómenos naturales, pero sabiendo de la dificultad de dicha empresa, juzga inexcusable la necesidad de un método crítico que lleve a la fundación de un sistema científico —que encuentra en Bacon y Newton. Para Feijoo Bacon va a ser el camino, Newton la demostración de los frutos que da ese camino. Así, la ciencia en Feijoo va a tener tres aspectos principales: crítica, sistema y fenómenos (experiencia). Aunque tampoco tiene Feijoo una confianza ciega en dicho proyecto, ya que es consciente de su gran dificultad, tiene claro que sin experiencia no hay verdades sobre la naturaleza, de modo que:

«Si son tan falibles las reglas generales deducidas de experimentales observaciones, y es preciso para evitar todo error, seguir el hilo de éstas tan escrupulosamente, que tímido el discurso no se atreva a dar un paso sin la luz de algún experimento apropiado: ¿qué confianza se podrá tener en aquellas máximas, cuyo primer origen se debe a nuestras arbitrarias ideas?».{12}

Sin embargo, el camino real de la verdad, que implica además derrocar los argumentos de autoridad, no es un camino fácil. Hasta el punto es difícil este método que Feijoo prefiere dar un paso atrás, extremando la prudencia, y retirarse a un escepticismo moderado consolidado por los Dogmas Sagrados. Así, Feijoo no excluye:

«La certeza experimental, o un conocimiento cierto, adquirido por la experiencia, y observación de las materias de Física; antes aseguramos, que éste es el único camino por donde puede llegar a alcanzarse la verdad; aunque pienso que nunca se arribará por él a desenvolver la íntima naturaleza de las cosas.»{13}

De modo que Feijoo admite que la experiencia lleva a la verdad ­—tiene a Newton como ejemplo—, pero le puede la prudencia. De modo que cree que, de momento, a la Filosofía Natural no se le puede dar el nombre de ciencia. Porque si por ciencia hemos de entender un conocimiento evidente, universal y necesario, dice Feijoo, él tiene claro que la Física o Filosofía Natural, al menos por el momento, no es ciencia. No excluye, como vemos, la certeza experimental o un cierto conocimiento gracias a la observación y la experimentación, pero no cree que se pueda nunca «desenvolver la íntima naturaleza de las cosas». ¿Y por qué ha de ser así?, ¿por qué no podremos llegar a resolver los misterios de la naturaleza? Por una sencilla razón teológica, porque la obra de Dios es insondable.

«Así sucede frecuentemente, que los hombres piensan de un modo, y Dios obra de otro. Suponen los hombres, y suponen bien, que Dios obra siempre con orden y proporción; pero aunque suponen bien, discurren mal, porque piensan que no hay otro orden y proporción que la que a ellos se representa como tal. Obra Dios con proporción; pero una proporción altísima, y muy superior a todas nuestras reglas. ¡Ciega temeridad del hombre imaginar, que Dios en sus obras se ha de atemperar a sus crasas proporciones!»{14}

Sin embargo, es preciso no rendirse. Por medio del razonamiento metafísico se pueden alcanzar verdades seguras, pero no se alcanza la naturaleza. Y esta, en cuanto objeto, es mucho más excelsa en el conocimiento mismo de la obra divina, pues:

«En los libros teóricos se hallan estampadas las ideas humanas; en los entes naturales las Divinas. Decida ahora la razón cuál es más noble estudio. […] en la más humilde planta, en el más vil insecto, en el peñasco más rudo se ven los rasgos de una mano Omnipotente, y de una Sabiduría infinita.»{15}

De modo que, ante tal distancia entre la capacidad del hombre y la obra divina el esfuerzo en el conocimiento de la naturaleza —esto es, de Dios—, debe ser enorme. Así, Bacon habría sido ese hombre genial que había sido capaz de mostrar la importancia de la observación, de la experiencia, sin alejar ésta ni un ápice de la razón. Porque, si por algo se caracteriza el método baconiano, es por la necesaria unión entre razón y observación. En el sistema baconiano la razón no tiene un objeto —la metafísica— y la experiencia otro, sino que ambos son esenciales para alcanzar cualquier verdad física posible. Por ello Feijoo, como en otros momentos, da su apoyo en este punto a Bacon, ya que a juicio del benedictino es éste un filósofo que ha sabido ver bien la ciencia y su función, se ha dado cuenta de que es una práctica social que hay que pensar «más que como teoría, como práctica, esto es, como investigación de causas, pero también —y sobre todo— como productora de efectos útiles»{16}. De modo que, en ciencia, señala el benedictino, razón y experiencia se unen para conocer la sublime obra del Creador, por vía de la experimentación. Una vía, dice Feijoo, harto difícil, pues si se deja a la razón que actúe por sí misma, sin la sujeción de la experiencia, se pierde inevitablemente en elucubraciones y fantasías sin sentido que de nada valen y a nada llevan. Así que:

«Es sin duda más preciso hacer las observaciones experimentales con tan exquisita diligencia para que no nos engañen.»{17}

Porque, son tan falibles las reglas deducidas de observaciones experimentales, y es tan preciso precaverse de todo error siguiendo el hilo de la experimentación escrupulosamente, que pobre del discurso físico que se atreva a hacer afirmación alguna sin la luz de algún experimento apropiado. Y es que ninguna confianza pueden darnos todas aquellas máximas cuyo primer y único origen se encuentra en nuestras arbitrarias ideas. Por ello, confiesa Feijoo:

«yo hallo más delicadeza de ingenio y más perspicacia en muchos de los experimentos del famoso Boyle, que en todas las abstracciones y reduplicaciones que he oído a los más ingeniosos Metafísicos.»{18}

Los experimentos requieren de un genio vivo, pues en ellos se plasman realmente la verdadera racionalidad humana. La ciencia cumple así en Feijoo el papel de ser el modelo más difícil y perfecto de la racionalidad humana. El benedictino no pretende hacer ciencia, a pesar de que la use profusamente. Él se dice de sí mismo filósofo, y, como tal, su labor es de crítica. Pero precisamente por ello debe emplear en su crítica toda arma que alcance. Y ¿cuál mejor que la racionalidad científica? Esa racionalidad a la que Bacon «despertó de su letargo metafísico» y que tan difícil y elevada le resulta a Feijoo que le lleva a retrotraerse al escepticismo físico. Tanto es así que, aunque sabe que ese es el camino de la ciencia, no ve su realización con seguridad:

«Lo que creo es, que si esto se puede lograr, es más verosímil conseguirse usando del método, y órgano de Bacon. Bien es verdad, que éste es tan laborioso, y prolijo, que casi se debe reputar moralmente imposible su ejecución.»{19}

Y es precisamente por estas afirmaciones por las que estamos en contra de aquellos que afirman que Feijoo no sigue una doctrina propia y se limita a seguir a otros autores, en este caso, a Bacon. Pues han sido muchos los que han afirmado que es un autor ecléctico y que, en especial en materia de ciencia, Feijoo está tan asombrado con el Canciller inglés que no se sale una letra de lo dicho por éste. Pero vemos que no es así. Feijoo adopta ante la ciencia moderna una postura escéptica en cuanto conocimiento total, y una postura pragmática en su uso crítico, sin dejar por ello de reconocer su grandeza e importancia y sin tener a su vez una comprensión menos clara de la misma que cualquier otro autor moderno. Una comprensión en la que no está siguiendo ni a Aristóteles, ni a la Escuela, ni a ningún moderno. Sin dejar de reconocer el gran mérito de Bacon, al que en muchas ocasiones alaba como bien merece, en otras varias también le critica y es consciente de las limitaciones que tiene el autor inglés. Así se ve en sus alabanzas, siempre seguidas de alguna matización, por ejemplo, cuando afirma ver en Bacon

«Una clara penetración, y una amplísima capacidad, resplandece un genio sublime, una celsitud de índole noble, que sin afectar superioridad al Lector le representa tener muy debajo de sí a todos los que impugna.»{20}

Pero enseguida señala que, en su crítica más que justificada a la física aristotélica, se quedó el filósofo inglés un poco a medias, bien porque no pudo, bien porque no supo. De modo que:

«No fundó Bacon nuevo sistema Físico, conociendo sus fuerzas insuficientes para tanto asunto: sólo señaló el terreno donde se había de trabajar, y el modo de cultivarle para producir una Filosofía fructuosa.»{21}

Pero no se queda ahí, pues, aunque ha elogiado a Bacon, es consciente como vemos de sus límites, y en una nota quiere dejar claro que él no ve en Bacon la solución a todos los problemas, antes bien, ve en él en muchos lugares deficiencias en otros muchos temas importantes. Así, dice que:

«Los elogios que aquí se dan a Bacon, son relativos precisamente a sus especulaciones Físicas; confesando, que para otros objetos más importantes fue hombre de cortísimas luces.»{22}

Pero lo que sí queda bien claro en Feijoo es que para él razón y experiencia deben ir a la par en el conocimiento físico. Para el buen funcionamiento de los experimentos no bastan sólo los sentidos, es menester mucho juicio y reflexión. A veces, incluso tanto es el ingenio que se gasta, tanto es el esfuerzo de la razón que se debe hacer en la experimentación, que apenas si bastan todos los esfuerzos para desentrañar los fenómenos. Sin embargo, hay un hombre, un «ingenio de primer orden» que sí lo ha conseguido, no es otro que el «Caballero Newton». El «gran Newton»{23} y su obra los Principia son para Feijoo un ejemplo prodigioso del ingenio y de la capacidad del proyecto baconiano. Un proyecto que, como hemos visto, considera moralmente imposible en su ejecución completa, pero que no deja de dar grandes frutos aplicado a las distintas categorías científicas.

A pesar de todos los elogios que dedica al científico inglés, Feijoo no se presenta como un profundo conocedor de su obra. Él, dice, sólo es capaz de alcanzar sus «orillas»{24}. Si bien, aunque dice sólo conocer las orillas, no se puede decir que Feijoo no comprendiese bien las ideas fundamentales de los descubrimientos de Newton en sus diversos trabajos, lo cual es apreciable por su capacidad de exponer y explicar dichas ideas de forma clara y atractiva. Donde más claro se ve lo que decimos es en su exposición de la teoría newtoniana de la refrangibilidad de la luz{25}. Primero nos explica el benedictino que Newton llegó a su teoría tras muchos experimentos y mucha reflexión, y, así mismo, cómo sus descubrimientos le granjearon una gran reputación entre los grandes matemáticos. De este modo Feijoo, poco a poco, lleva al lector de lado del científico inglés. Y, después, tras describir en qué consiste la teoría, vuelve a insistir en que fue probada con numerosos y difíciles experimentos. De modo que, de forma un tanto velada, Feijoo muestra su respaldo a la teoría y arrastra al lector con él.

Un tanto más difícil le resultará esto mismo cuando se ocupe de la teoría de la gravedad universal, no porque estuviese expresamente prohibida, sino porque estaba «mal vista» por muchos de esos reacios y anquilosados profesores de algunas universidades, debido a que suponía la teoría heliocéntrica de Copérnico. Ya desde la publicación del segundo tomo del Teatro Crítico en 1728, podemos ir viendo una progresiva mayor alusión a dicha teoría, con una confianza y prolijidad cada vez mayor en su tratamiento conforme se iba asentando la teoría en Europa y en España con los años. Es así que, en 1750, en la carta tercera del tercer tomo de las Cartas Eruditas y Curiosas, habla de la teoría newtoniana como algo ya comúnmente asentado, e incluso dedica la carta vigesimosegunda a discusiones sobre el sistema copernicano, que apoya como sistema verdadero. Así, por ejemplo, dice en respuesta al destinatario de la carta en defensa de Copérnico que:

«En efecto es cosa de la suprema evidencia, que aunque la tierra se moviese, y el Sol estuviese quieto, nuestros ojos nos representarían, del mismo modo que ahora, la Tierra en reposo, y el Sol en movimiento. E igualmente cierto es, que suponiendo, como suponemos, el Sol en movimiento, y la Tierra en reposo, si un hombre estuviese en el Sol, se le representaría éste quieto, y la Tierra girando al derredor de él. Es regla constante en la Óptica, que respecto del que está en un cuerpo grande, que se mueve, la apariencia del movimiento se transfiere a otro, u otros cuerpos distantes, que están quietos, mayormente si el movimiento es uniforme, y de un tenor igual. […] Así el argumento tomado de la apariencia del movimiento del Sol, y quietud de la Tierra, que parece a los vulgares concluyente contra Copérnico, es oído con irrisión de los Doctos, tanto Copernicanos, como Anti-Copernicanos.»{26}

Y, aunque en ningún lugar haga una defensa tan clara del sistema newtoniano, es necesario tener presente que en el contexto científico del momento, defender a Copérnico era, a su vez, defender a Newton. Y si Feijoo pretende aparentar neutralidad ante el científico inglés, en ningún momento llega a negar parte alguna de su teoría. Esto queda muchísimo más claro ya en la carta XXI del tomo cuarto que dedica a Newton y que titula significativamente Progresos del Sistema Filosófico de Newton, en que es incluido el Astronómico de Copérnico. Aquí, el Padre Feijoo expone sólidos argumentos a favor del sistema newtoniano-copernicano. Y, ya al final de la carta, casi como disculpa, expone algunos argumentos en contra de dicho sistema. Pero el modo en que expone dichos argumentos contrarios, da perfectamente a entender que no cree en la verdad de estos últimos y sí en la de los otros. Y es que, si esos argumentos contrarios fuesen importantes, ¿por qué los expone al final de la carta?, ¿no sería mejor mencionarlos desde el principio? Parece que Feijoo pretende mostrar la consistencia y fuerza de los argumentos favorables al sistema newtoniano y la insustancialidad de los argumentos contrarios. Lo mismo sucede en su alusión a Tycho Brahe, al que menciona como posible alternativa, pero, de nuevo, sin mucho entusiasmo y caso dando a entender que se trata de una pobre alternativa. Además, como apoyo aún más rotundo, y como puntilla para encauzar al lector hacia el newtonianismo, señala que dicho sistema no entra en contradicción con las Escrituras.

Podemos afirmar por tanto, sin tapujos, junto a John D. Browning, que «Feijoo era neutoniano y católico a la vez, y su neutonianismo y su catolicismo coexistían armoniosamente, puesto que en el fondo Feijoo no veía antagonismo entre una y otra doctrina»{27}}. Vemos así que la situación española no era tan mala en los aspectos científicos, ni mucho menos tan religiosamente fanática y cerrada como se ha pintado siempre desde una perspectiva no documentada y acrítica, cuando no interesadamente dañina o resentida. Pues ni España era un «erial intelectual», ni Feijoo estaba sólo, ni era el único que apoyaba los avances y descubrimientos científicos, ya fuesen nacionales ya extranjeros.

Tomo ITomo IITomo III

Notas

{1} Como se ve perfectamente cuando Feijoo, al inicio de la segunda parte de su discurso sobre las Glorias de España, dedicado precisamente a los logros españoles en los ámbitos científicos y en las artes, tanto en su siglo como en los anteriores, dice que «Son los genios Españoles para todo, como demostraremos después; pero habiendo puesto su mayor conato, y los más el único en cultivar las ciencias abstractas, sólo pudieron los Extranjeros observar la eminencia de su talento para esta, coligiendo de aquí sin otro fundamento (que es lo mismo que con ninguno) su ineptitud, ó menos aptitud para las demás». Feijoo, B. J., Teatro Crítico Universal, Madrid, editado por D. Joaquín Ibarra, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros, 1778, Tomo 4, Discurso XIV, p. 402. Dejamos aquí a parte el comentario de la importancia de los españoles en otras disciplinas tan diversas e importantes, tanto entonces como hoy, como la Historia, la Poesía, la Teología, la Crítica, la Literatura, la Mística, la Gramática o la Retórica dado que son disciplinas que no pertenecen a las ciencias modernas, que es el tema que tratamos aquí. Pero en este discurso que citamos, así como en muchos otros lugares, Feijoo no deja de señalar gran cantidad de autores científicos españoles, antiguos y contemporáneos suyos, de gran relevancia y de importante reconocimiento tanto nacional como extranjero.

{2} Caro Baroja, J., Feijoo en su medio cultural, o la crisis de la superstición, en El Padre Feijoo y su siglo, Tomo 1, Oviedo, 1966, p. 155.

{3} Feijoo, B. J., Cartas Eruditas y Curiosas, Madrid, Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros, 1773, Tomo III, Discurso XXXI, p. 361.

{4} Navarro González, A., Actitud de Feijoo ante el saber, en El Padre Feijoo y su siglo, Tomo 2, Oviedo, 1966, p. 368.

{5} Feijoo, B. J., Teatro Crítico Universal, Madrid, editado por D. Joaquín Ibarra, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros, 1778, Tomo IV, Discurso XIV, p. 409-410.

{6} Estas dos causas del estancamiento español en las ciencias naturales serán desglosadas en seis después por el filósofo español en la carta número XVI del tomo II, titulada Causas del atraso que padece España en orden a las Ciencias Naturales. Estas causas son, en primer lugar, el corto alcance e ignorancia de algunos profesores; en segundo lugar, la preocupación contra toda novedad; en tercer lugar, el errado concepto de que todo lo nuevo se reduce a curiosidades inútiles, sin entrar en si estas inutilidades son verdaderas o son falsas; en cuarto lugar, la falsa noción de la filosofía moderna que tienen muchos de los profesores universitarios; en quinto lugar, el temor y el celo de que las doctrinas nuevas causen agravios a la fe o demasiada libertad en el pensamiento como ocurre en el extranjero; y, finalmente, en sexto lugar, la emulación y envidia, ya nacional, ya personal, ya fraccionaria.

{7} Feijoo, B. J., Teatro Crítico Universal, Op.cit., Tomo IV, Discurso XIV, p. 416.

{8} Feijoo, B. J., Teatro Crítico Universal, Op.cit., Tomo IV, Discurso XIV, p. 444.

{9} Feijoo, B. J., Ensayos psicológicos, introducción, selección y notas de Juan Cruz Cruz, Pamplona, Cuadernos de Anuario Filosófico, 1997, p. 22.

{10} Perfecto ejemplo de su uso de la metafísica aristotélica puede ser, por ejemplo, el discurso XV del tomo VII, titulado Causas del amor. Discurso en el que hace uso de las cuatro causas aristotélicas para estudiar el fenómeno psicológico del amor y otras emociones y pasiones relacionadas.

{11} Feijoo, B. J., Teatro Crítico Universal. Op.cit., Tomo II, Discurso XIII, p. 328.

{12} Feijoo, B. J., Teatro Crítico Universal, Op.cit., Tomo V, Discurso XI, p. 264.

{13} Feijoo, B. J., Teatro Crítico Universal, Op.cit., Tomo III, Discurso XIII, p. 306.

{14} Feijoo, B. J., Teatro Crítico Universal, Op.cit., Tomo V, Discurso XI, p. 265.

{15} Feijoo, B. J., Teatro Crítico Universal, Op.cit., Tomo V, Discurso XI, p. 268.

{16} Moya Cantero, E., El conocimiento como institución social: La ciencia en la España de Floridablanca, en Revista de Hispanismo filosófico, Nº 11, 2006, p. 74.

{17} Feijoo, B. J., Teatro Crítico Universal, Op.cit., Tomo V, Discurso XI, p. 270.

{18} Feijoo, B. J., Teatro Crítico Universal, Op.cit., Tomo V, Discurso XI, p. 270.

{19} Feijoo, B. J., Teatro Crítico Universal, Op.cit., Tomo III, Discurso XIII, p. 347.

{20} Feijoo, B. J., Teatro Crítico Universal, Op.cit., Tomo IV, Discurso VII, p. 149.

{21}Feijoo, B. J., Teatro Crítico Universal, Op.cit., Tomo IV, Discurso VII, p. 149.

{22} Feijoo, B. J., Teatro Crítico Universal, Op.cit., Tomo IV, Discurso VII, p. 149.

{23} Casi siempre que Feijoo menciona a Newton lo acompaña de algún epíteto elogioso.

{24} Ver Carta XXIV, Tomo II.

{25} Ver Discurso XI, Tomo II.

{26} Feijoo, B. J., Cartas Eruditas y Curiosas, Op.cit., p. 217-218.

{27} Browning, J. D., «Yo hablo como neutoniano»: el Padre Feijoo y el neutonianismo, en II Simposio sobre el Padre Feijoo y su siglo, Tomo I, Oviedo, Cátedra Feijoo, 1981, p. 229.

 

El Catoblepas
© 2013 nodulo.org