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El Catoblepas, número 148, mayo 2014
  El Catoblepasnúmero 148 • junio 2014 • página 8
El mundo no es suficiente

La humanidad de los 11.000 millones y las vallas fronterizas

Grupo Promacos

El Grupo Promacos impugna la neutralidad de los últimos informes demográficos.

La valla de Melilla, frontera hispano-marroquí

Tijuana, Melilla, Lampedusa…los recientes acontecimientos ocurridos en estas fronteras, atravesadas de forma irregular por miles de inmigrantes cada año, son motivo suficiente para fijar nuestra atención en el Informe de la división de Población del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas (Nueva York, 2013). Por supuesto, no se trata por nuestra parte de corroborar unas predicciones demográficas que hablan de reequilibrios poblacionales entre las regiones jóvenes y las regiones envejecidas del planeta a través de los trasvases de población que supondrían los flujos migratorios (compensatorios) entre unas y otras; ni, evidentemente, de denunciar -¿ante quién?-, a la manera como hace El Roto en La canoa, el hecho según el cual los miles de personas que intentan entrar en el llamado primer mundo no serían sino el testimonio de una tragedia humana mucho más profunda que se distribuye en miles de vidas truncadas –así los tristes y dramáticos hechos de Lampedusa en octubre de 2013. De lo que se trata es de entender desde qué perspectiva está escrito, que envoltura ideológica lo alienta.

El informe de las Naciones Unidas arroja unos datos según los cuales se estima que la población mundial, que en 2013 se situaba ya en 7.200 millones de habitantes, será en el año 2025 de 8.100 millones, de 9.600 en el 2050, llegando a finales del siglo XXI a los 10.900 millones de personas. Efectivamente, de cumplirse estas predicciones, estaríamos ante un crecimiento del 51% más que en la actualidad. La humanidad de los 7.000 millones, en menos de un siglo, se habría convertido en la humanidad de los casi 11.000 millones de individuos. Paralelamente, el informe hace hincapié en que el grueso de la población prevista corresponderá a las regiones menos desarrolladas de África, Asia e Hispanoamérica, regiones muy pobres pero también muy jóvenes y con altas tasas de natalidad. Una juventud, la de estas regiones, simultánea con el retroceso demográfico y el envejecimiento de los llamados países desarrollados, lo que pondría de manifiesto, según el propio informe, claras asimetrías y desequilibrios demográficos y económicos que son pensados precisamente como el motor de las propias migraciones. Consiguientemente, parece que los procesos migratorios serían la solución (y el problema, diríamos) del futuro. Así, se calcula que, en el periodo comprendido entre 2010 y 2050, los principales países de recepción de inmigrantes serán Estados Unidos (1.000.000 anualmente), Canadá (205.000), Reino Unido (172.500), Australia (150.000), Italia (131.250), Rusia (127,500), Francia (106,250) y España (102,500). Contrariamente, se proyectan como países de mayor emigración Bangladesh (331.000 anualmente), China (300.000), India (284.000), México (210.000), Pakistán (170.000), Indonesia (140,000) y Filipinas (92.500).

Pero la perspectiva humanista implícita en el informe de Naciones Unidas y, sin duda, en numerosos análisis de economistas, demógrafos, sociólogos y geógrafos, amén de gran número de periodistas y divulgadores, que se hacen eco de estos datos, parte de supuestos difícilmente asumibles y, en todo caso, que involucran una petición de principio a todas luces impugnable. Porque la humanidad de los 7.200, de los 8.100 o de los 11.000 millones de individuos no puede ser pensada como habitando el espacio de una sociedad política supraestatal –del que Naciones Unidas sería su órgano coordinador– que gestiona los desequilibrios demográficos mediante desplazamientos de población orientados a reajustar las descompensaciones económicas existentes. Desde los análisis de la división de población de Naciones Unidas parece ejercerse una idea aureolar de la gobernanza de la humanidad –una humanidad distribuida en 11.000 millones de sujetos hacia el 2100– acaso como sustancialización del propio cierre operatorio de la Demografía que ha de considerar a los hombres como sujetos que se reproducen y se desplazan por la superficie del planeta y para el cual la organización de la humanidad en sociedades políticas habrá de ser considerado como materia segregable. Pero esto choca, por de pronto, con la realidad misma de una humanidad constituida por sociedades políticas estatales sin las cuales ni la ONU ni la propia división de población del departamento de análisis económicos y sociales existirían. El mismo informe de Naciones Unidas ha de contar con una estructura global distribuida en sociedades políticas estatales. En efecto, porque, por ejemplo, cuando se interpreta el crecimiento demográfico mundial, acaso siguiendo las famosas tesis de Paul R. Ehrlich, desde la perspectiva de la idea de «sostenibilidad» y de la llamada «gestión racional de los recursos terrestres» se presupone así mismo la unidad política de la humanidad ejerciendo un círculo vicioso, a saber: no existe un Estado mundial. Pero lo que se dirá es que el problema del crecimiento demográfico es un problema ecológico –un problema de ecología humana decía Ehrlich– interpretando, consiguientemente, los asuntos relativos a la población desde un plano, diríamos, apolítico.

Pues bien, desde Promacos se trata de impugnar esta apariencia de neutralidad de los análisis demográficos –ecológicos- y sus consecuencias como si ello no involucrase en primer lugar los programas políticos atinentes a cada Estado, considerado, a la vez, diaméricamente, las distintas morfologías morales dadas alternativamente según los estados. Ante todo, porque los análisis demográficos –y así es ejercido en el fondo por la división de población de Naciones Unidas– han de ser interpretados desde la perspectiva política propia de cada pueblo. Una perspectiva política que habrá de tener en cuenta a cada Estado desde las capas basal (territorio) y cortical (fronteras) del poder político, a fin de evitar el lisologismo apoliticista constitutivo de un desbordamiento de las fronteras estatales y su confluencia –intencional– en el piélago común de una sociedad universal (supraestatal) que a fin de cuentas no pasaría de ser una idea aureolar.

Primero, porque los problemas demográficos habrán de ser vistos con relación a la capa basal de cada sociedad política de manera que las pirámides de población habrían de ir referidas a cada sociedad política concreta, teniendo en cuenta la sucesión de las cohortes, sobre todo de aquellos grupos etarios en edad laboral. Y será desde estas coordenadas desde donde se establecerán los programas pertinentes orientados a mantener su eutaxia, es decir, a perseverar en su ser, en el contexto del crecimiento o disminución demográfica de otros estados. Desde esta perspectiva el conflicto está servido. No se trata, por tanto, de mantener una posición humanitaria que pida la solidaridad como se hace desde alguna ONG. La solidaridad entre los pueblos, ahora, tendrá que ser entendida como resultado de los choques de determinados programas políticos –acaso orientados (etic) según la norma fundamental de cada sociedad política–. Consecuentemente, supondrá una total oscuridad interpretar los movimientos migratorios en un plano ético o biológico considerando a los miles de sujetos humanos como sujetos de «derechos humanos» o de «necesidades básicas» (alimentación, vestido, cobijo), que debieran cruzar impunemente –con toda «naturalidad»– esas instituciones artificiales llamadas fronteras. Los inmigrantes, en la perspectiva de la capa basal, serán vistos por cada estado como fuerza de trabajo en virtud de los diferentes programas de los poderes gestor y planificador, pero teniendo también en cuenta los programas relativos al poder redistribuidor y en cuyo contexto se desarrollarán unas u otras políticas migratorias.

Segundo, porque desde la perspectiva de la capa cortical, la superpoblación y, consecuentemente, los desplazamientos de población no podrán ser vistos ahora en sentido recto como fuerza de trabajo, pues se perdería aquí un plano crucial relativo a la eutaxia de la sociedad política. Evidentemente, desde la capa cortical, los inmigrantes son, ante todo, no hombres, porque seres humanos son también el resto de los connacionales, sino extranjeros en tanto que no forman parte de la misma sociedad política –y, acaso, tampoco pertenezcan al ámbito de la misma morfología moral– pues, por ejemplo, sus derechos religiosos no podrán ser reducidos a la individualidad subjetual íntima, sino que habrán de ser vistos en la perspectiva de la capa cortical. Esta perspectiva tiende a ser disuelta en la convicción de una sociedad universal (aureolar): toda una corriente de opinión tendente a considerar que solo es extranjero quien llama extranjero a otro –tal es la fuerza de ciertas ideas oscuras y confusas–. Pero en la perspectiva de la capa cortical, el inmigrante es un extranjero que habrá de ser considerado por el poder militar en virtud de la estabilidad misma de la propia sociedad. En este contexto, se ve la clara asociación entre la capa cortical y la capa conjuntiva a cuyo través se despliega el poder ejecutivo mediante los servicios policiales, haciendo cumplir las leyes que regulan el derecho del extranjero a residir en un país. O regulando los mismos procesos migratorios a través de los poderes federativo y diplomático mediante acuerdos con terceros países.

Las cohortes de sujetos que constituyen los millones de almas que anualmente se prevé que penetren en los Estados Unidos entre 2010 y 2050, los cientos de miles que entrarán en Rusia, Francia y España, etc., habiendo salido de China, India, Pakistán y otros países no podrán ser vistos de ninguna manera, oscura y confusamente, como cohortes de seres humanos al margen de sus morfologías morales y de su nacionalidad, con independencia de los programas institucionales en los que están engranados. No podrán ser vistos, lisológicamente, como masas de individuos necesitados de comida y de vestido sino como muy bien describe Cervantes en el Quijote, en tanto que individuos que visten de una manera y no de otra, que beben de esta bota y no de aquel odre, que comen este manjar y no aquellos frutos, que rezan a este Dios y no a aquellos. De ahí que cada sociedad política haya de considerar a los inmigrantes en virtud de la singularidad de las ramas y capas de su propio cuerpo político.

Al otro lado de la valla siguen y seguirán llegando sujetos dispuestos a cruzarla, llevando al CETI de Melilla al borde del colapso, mientras oleadas de inmigrantes continúan arribando a Lampedusa o cruzando la fronteras estadounidenses. Desde una perspectiva humanista –humanitaria–, se propugnará la apertura de las fronteras toda vez que, enarbolando la bandera de la solidaridad, se les recibiría con los brazos abiertos. Pero la solidaridad indefinida, acaso fundada en principios éticos, no puede servir como principio regulador de una sociedad política cuyos connacionales también son solidarios políticamente.

 

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