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El Catoblepas, número 139, septiembre 2013
  El Catoblepasnúmero 139 • septiembre 2013 • página 5
Voz judía también hay

Las ciencias aplicadas según Sokal

Gustavo D. Perednik

Los fracasos de las Ciencias Sociales, como por ejemplo en Oslo

Alan Sokal

Si se acepta la admonición salomónica de que es mejor recibir la reprobación del sabio que el elogio de los tontos (Eclesiastés 7:5), las Ciencias Sociales deberían estar agradecidas por la notable contribución que recibieron en 1996, curiosamente por parte de un físico.

En efecto, Alan Sokal, a la sazón profesor de la Universidad de Nueva York, se sentía perturbado por la arrogancia de los eruditos en Ciencias Sociales, que a veces postulaban como verdades académicas expresiones que no pasaban de ser ampulosos galimatías, y lo hacían simplemente porque dichas jerigonzas sonaban sabihondamente complicadas y eran suficientemente posmodernas.

Para demostrar el síndrome, Sokal pergeñó una operación kamikaze. La víctima elegida fue la revista Social Text de la Universidad de Duke, que desde hacía casi dos décadas venía publicando artículos sobre marxismo, feminismo, sexualidad, postmodernismo, y afines.

Sokal armó un misil perfecto para el embate: redactó con cuidado un artículo carente de sentido, deliberadamente pseudocientífico. Sokal lo elevó a la redacción de la revista universitaria para tantear si lo publicaban.

Los contenidos del ensayo de Sokal estaban envueltos en un vano lenguaje académico que pretendía competir con el de las Ciencias Exactas. Como tema, eligió uno que pudiera reflejar cabalmente la actitud casi nihilista de los posmodernos.

Para que no quedaran dudas del deterioro al que había llegado el abuso del lenguaje para defender zonceras, Sokal se abocó a demostrar una tesis patentemente absurda: que la ley de la gravedad no pasa de ser una construcción social.

Aunque cueste creerlo, no faltan datos en el párrafo anterior. Alan Sokal, doctorado en Princeton en 1981 y hoy profesor de matemáticas en el University College de Londres, «demostraba» en su extenso texto que la ley de gravedad existe en la mente de las personas, sólo en la medida en que la gente se comporta como si dicha ley existiera. En suma: si no creyéramos en la gravedad, no nos afectaría.

Con ese tema potencialmente demoledor, revestido de un lenguaje rimbombante a medida, había que ser sagaz también en la elección del título: Traspasando los límites prohibidos: Hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica.

Así quedaba completo lo que terminó denominándose «Escándalo Sokal».

Para que su atentado fuera perfecto en sus consecuencias, Sokal preparó de antemano una categórica autorrefutación, que iba a ser difundida simultáneamente en otra revista: Lingua Franca.

Para azoramiento de cuantos se enteran retrospectivamente del fraude, y para bochorno de las víctimas de marras, todo salió según lo planeado.

En el mismísimo momento en que Social Text cayó en la trampa, y publicó lo de la inverosímil hermenéutica transformativa y los delirantes límites prohibidos de la cuántica, al mismo tiempo, la revista Lingua Franca incluyó en su edición de Mayo-Junio de 1996 un artículo del mismo Alan Sokal titulado: Los experimentos de un físico con los estudios culturales.

En éste, Sokal explicaba que su otro artículo era «un fárrago de jerga postmodernista, reseñas aduladoras, citas grandilocuentes fuera de contexto, y un rotundo sinsentido, apoyado en las citas más necias que había podido encontrar sobre matemáticas y físicas, formuladas por académicos en Humanidades genéricamente llamados 'postmodernos'».

El knock-out fue rotundo.

La moraleja

La respuesta de los editores de Social Text distó de ser una autocrítica. Informaron de que la iniciativa de Sokal había constituido una «traición fraudulenta de su confianza», que se arrepentían de haber publicado el texto (sic), etcétera, etcétera.

No incluyeron en su respuesta ni siquiera una alusión al hecho de que la ley de gravedad no es relativa, y que tampoco había sido relativa su idiotez en aceptar semejante absurdo como artículo de opinión.

La aceptación ponía al desnudo el nervio de los relativizadores enfermizos que abundan en el mundo académico. Porque si todo vale, si no hay verdad, si todo es materia opinable, pues ni la gravedad se salvaba. Y si lo opinable es limitado, lo que no se salva es el posmodernismo.

Por otra parte, si el blanco del ardid no había sido directamente la postura posmoderna, hubo otra verdad que quedaba expuesta gracias a Sokal: que las Ciencias Sociales abusan de lenguaje y de linaje para elevar al pedestal de verdades académicas lo que pasan de ser meras opiniones, generalmente equivocadas.

Aclaremos que Sokal no se alegró de su logro. No es motivo de júbilo que las universidades frecuentemente abandonen su rol de lides para el debate calmo de ideas y la libre investigación; que dejen de ser marcos para que la diversidad de opiniones permita fortalecer la sensatez de los argumentos; que rechacen el ideal de ser un oasis de racionalidad que se eleve por sobre el furor circundante.

Por el contrario, es triste que muchas universidades estatales se hayan transformado en santuarios religiosos que imponen su dogma y acallan todo desvío de la línea oficial, tenido por herejía. Me ha tocado disertar en universidades de diversos países, y en algunas ocasiones debí toparme, también en España, con la violencia de los fanáticos, quienes no pocas veces son los mismísimos profesores, o incluso los decanos, a los que se considera referente en salvaguarda del debate equilibrado.

Una buena parte de los académicos en Ciencias Sociales, especialmente politólogos y sociólogos, son meros ideólogos que no consienten que la realidad los desvíe de su credo, y revisten con un aura de raciocinio universitario lo que no es más que una conspicua militancia política.

Un año después del Escándalo Sokal, éste escribió el libro Imposturas intelectuales (1997) en el que profundiza sobre el fenómeno. Entre sus damnificados se encuentran Lacan, Baudrillard y Deleuze.

El protagonismo de los franceses en el fenómeno también fue motivo de polémica, y salieron publicados varios libros contra Sokal, y algunos intentos adicionales de engaño pseudiocientífico, con mayor o menor éxito.

Es oportuno recordar el Escándalo Sokal este mes, cuando se cumplen veinte años de los fatídicos Acuerdos de Oslo (13-9-93), por medio de los que Israel se sometió a la «verdad» internacionalmente aceptada de que las concesiones de todo tipo por parte del Estado judío eran la única posible solución al conflicto con los palestinos.

Así «estalló la paz» de Oslo, a partir de la cual más de un millar de israelíes fueron asesinados por las bandas de Arafat en discotecas, ómnibus y fiestas de cumpleaños. Los pronósticos de paz habían sido un fiasco de mayores proporciones, y se produjo un retroceso sin precedentes de las posibilidades reales de convivencia.

No nos detendremos aquí en aquellos que vieron con satisfacción el sangriento resultado, es decir aquellos para quienes el derramamiento de sangre judía es bienvenido y debe ser considerado una «solución».

En lugar de hablar de ellos, nos referimos a quienes estuvieron siempre «científicamente» convencidos de que si en Medio Oriente había guerra, era porque Israel ocupaba territorios. ¿Cómo reaccionaron ellos ante el obvio fracaso de ese diagnóstico? Salvo excepciones, nunca se desdijeron de su malogrado enfoque.

En este punto echamos mano de Sokal y su experimento. Fue precisamente el mundo académico, también el israelí, el más unánime en su aprobación de los Acuerdos de Oslo. Cualquier encuesta entre cientos de los principales politólogos y sociólogos israelíes de 1993 habría dado un resultado de abrumador apoyo sin reservas: para ellos, se acercaba la paz.

En términos más generales, los académicos marxistas y los posmodernos simplemente eluden Vietnam, China, y la perestroika. Hacen caso omiso de que la vieja ideología mostró ser un espejismo. Prosiguen apáticos ante un mundo que desmiente sus premisas, y éstas son artificialmente elevadas a «verdades académicas» que está prohibido cuestionar.

En el caso del marxismo, la paradoja reside en que una teoría que se ufana de ser profundamente materialista, termina encerrándose en análisis puramente hipotéticos. Cuando se equivoca, lejos de volver a sopesar la teoría, se parapeta en visiones apocalípticas. Sostiene el «materialismo científico» pero rechaza el científico método de revisar cada paso para criticar sus resultados.

En el caso del tercermundismo, la paradoja es que uno de los que no parecen admitir la derrota nada menos que Alan Sokal, quien se asocia a uno de los aliados más conspicuos de los ayatolás iraníes como es el sandinismo en Nicaragua.

Hay ciertas «verdades» que son tenidas por ciertas sin escrutinio crítico, aun por parte de los académicos que son conscientes de que no deberían existir tales «verdades». Para retomar la verdad bíblica del comienzo, parecería ser que, a la luz de la experiencia, nadie es profeta en sus propios temas.

 

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