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El Catoblepas, número 136, junio 2013
  El Catoblepasnúmero 136 • junio 2013 • página 7
La Buhardilla

Liberalismo y liberalidad

Fernando Rodríguez Genovés

De cómo la extrema liberalidad y el incontenido desprendimiento de algunos grupos de individuos pueden hacer despeñar a las sociedades libres

grupos de individuos

Para una versión muy alegre y ligera de la política, y parodiando el célebre adagio de Fiódor Dostoievski, si la democracia existe, todo estaría permitido. Sin embargo, la sociedad libre necesita estar bien ordenada para poder crecer y multiplicarse, siempre dentro de un límite.

Una cosa es adoptar y compartir una doctrina de acción liberal y otra, dejarse arrastrar por la pendiente de una liberalidad sin frontera ni freno. Existe un obvio parentesco conceptual entre ambos términos –liberalismo y liberalidad–, pero su significado y alcance son muy distintos. En determinados casos, perdido el sentido de la mesura y el buen sentido, pueden llegar a colisionar entre sí y salir despedidos en direcciones opuestas. En consecuencia, no resulta extraordinario comprobar con qué facilidad y grácil espontaneidad suelen solaparse y confundirse las dos categorías, en especial por parte de gentes poco familiarizadas con la profunda gravedad del significado contenida en dichos términos. Nos las tenemos que ver aquí con el típico caso de quien no valora ni aprecia lo que tiene, o del que se da el gustazo de despreciar lo básico para fantasear sobre lo utópico y el más allá, o también de quien muerde la mano que le da de comer.

Dentro de una convicción liberal, puede uno aventurarse por espacios más proclives al libertarismo o bien reservarse en el conservadurismo, tender hacia el derroche y el dispendio o bien a la contención del gasto y la austeridad. Sea como fuere, el fin liberal por excelencia consiste en favorecer en el individuo mayores márgenes de libertad, fomentar el bienestar personal y estimular el desarrollo de la individualidad. Con la libertad ocurre como con el dinero: son bienes que, si no se asientan en la persona sobre un lecho de buen juicio y responsabilidad, llegan a despilfarrarse y malgastarse. Esto sucede, por ejemplo, cuando la libertad se consume con demasiada prodigalidad, con excesiva… liberalidad. La tendencia hacia el florecimiento de la creatividad y la individualidad está, sin duda, en la base de una conciencia libre y despejada, aunque no deben ocultarse los innegables riesgos que ello pueda comportar cuando se acometen sin autocontrol o sin respeto a las leyes establecidas. Las sociedades libres son sociedades expuestas; en ellas disfrutamos de un amplio margen de acción y, claro está, cuanto más abiertas, más propensas a la transparencia... He aquí unas contingencias que deben asumirse, incluso convocarse, en aras de un superior bienestar y beneficio de los individuos. Entonces, ¿de qué riesgos hablamos?

El fomento de la libertad y la individualidad tiende a una maximización de la espontaneidad y la creatividad en los individuos, a la tolerancia y el laissez-faire, lo cual puede provocar la neta estridencia o la clara extravagancia, sin descartar otras notorias impertinencias y desacatos, ni tampoco conductas reprobables y dolosas. De manera excepcional y en pequeñas dosis, dentro de definidas áreas de exposición –dentro de un orden– la salida de tono, la irregularidad, la anomalía, la excepción, la marginalidad, la excentricidad y otros desacatos en las conductas particulares son perfectamente asumibles –y aun deseables–, sin que tengan por qué conducir necesariamente a un quebranto de la convivencia ni al caos social, que impidan el libre comportamiento de las personas, atropellen sus derechos o atenten contra sus bienes y propiedades.

Decía Friedrich Nietzsche que por encima de la justicia está la magnanimidad y que bajo el mandato de espíritus nobles aquélla llegaría incluso a autosuprimirse en favor de la gracia. Las sociedades libres y fuertes se muestran como tales cuando toleran y sobrellevan con entereza y buen ánimo las rarezas y las sorpresas más diversas e inesperadas, también cuando encajan con resignación y buen humor, las críticas, las situaciones adversas y hasta las conductas amenazantes y hostiles de unos cuantos personajes singulares. Mas, ¿qué ocurre cuando la salida de tono individual se generaliza, tornándose pulsión social incontrolable y cuando alcanza hasta las más altas instituciones? ¿Cómo actuar cuando la sociedad libre adopta la forma de un circo de varias pistas (un circo plural) donde reinan los malabaristas y los funámbulos de todo pelaje, esos que tensan la cuerda y animan al público a corear el más difícil todavía…? ¿Qué ocurre cuando se hacen dueños de la escena pública los ilusionistas y los pantomimos, cuando ya no es posible domar a las fieras y los cómicos se ponen trágicos?

Escrache

Algo de esto está pasando hoy en múltiples espacios de las sociedades libres contemporáneas. Empleando la libertad con ira, multitud de políticos y votantes se toman a veces demasiadas libertades, mostrándose muy estupendos y espléndidos con lo que es de todos (por ejemplo, la vía pública o los fondos públicos), sumándose a un desmán y una liberalidad sin medida. Una sociedad moderna y liberal puede sobrellevar, por ejemplo, con mayor o menor quebranto de orden institucional y personal una restringida nómina de nacionalismos periféricos e independentismos extemporáneos minoritarios que le provean de una nota de folclore y multiculturalismo, pero otra cosa es que asalten impúdicamente el ágora abriendo la puja del quién pide más, contaminen la Nación entera y la pongan en serio peligro de supervivencia. Una sociedad moderna y liberal, pongamos también por caso, no está legitimada para impedir los derechos de expresión y manifestación, pero tampoco puede vivir razonablemente con decenas de algaradas callejeras diarias que alteran gravemente el ritmo de la cotidianidad y la paz social.

Una sociedad libre y abierta puede incluso soportar con firmeza un terrorismo residual y una contestación social de alto voltaje. Pero no una revuelta periódica ni una «revolución permanente». Le conturba, en fin, la turba percibir. Y que se difuminen la distinción y la distancia.

Ocurre que ser una sociedad libre y abierta no significa ser una sociedad suicida. Y eso es lo que nos pasa.

Versión corregida y actualizada de un artículo que lleva mi firma, titulado «Liberalidad y extravagancia» y publicado en el diario Libertad digital el 9 de enero de 2004.

 

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