Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 131 • enero 2013 • página 9
No es algo desconocido, pero sí olvidado, y merece la pena recordarlo. Año y medio antes de que el papa Pío XII elevase a Santa Clara a la condición de «Patrona Celestial de la Televisión», el 14 de febrero de 1958, mediante el breve Clarius explendescit, decisión trascendental para toda la Cristiandad o, al menos, para toda la Catolicidad (carta apostólica oficial y burocráticamente publicada en las Acta Apostolicae Sedis de 21 de agosto de 1958, vol. L, págs. 512-513), ya España, por la vía de los hechos, de los hechos consumados, había proclamado a Santa Clara como «Patrona de la televisión española», el 28 de octubre de 1956. No de TVE, sino de la televisión española en general (aunque en 1956 la recién estrenada televisión española fuera TVE y viceversa).
La idea de asociar a Santa Clara con la televisión habría surgido, al parecer, al menos tres años antes, en 1953, hace ahora sesenta años, con motivo de las piadosas conmemoraciones del séptimo centenario de la muerte de Santa Clara de Asís (1194-1253). En efecto, suele atribuirse al abogado italiano Arnaldo Fortini (1889-1970) –famoso defensor del fascista di sinistra Tullio Cianetti en el proceso de Verona–, en su calidad de Presidente de la Sociedad Internacional de Estudios Franciscanos, la paternidad de la idea de “eleggere santa Chiara a patrona della Radio e della Televisione”, que habría trasladado a monseñor Placido Nicolini (1877-1973), obispo de Asís desde 1928, precisamente a través de un programa de radio, el 27 de diciembre de 1953.
Pero aquella asociación de 1953, aunque sorprendente, era oscura y confusa. ¿Por qué entremezclar la radio y la televisión al recordar «el milagro de Santa Clara», y proponerla a la vez como patrona de la radio y de la televisión? Sólo a un ciego no muy instruido se le podría disculpar la indistinción entre la radio y la televisión. Pero como Santa Clara no era invidente, resulta un reduccionismo intolerable y una mutilación injusta rebajar su famoso milagro al terreno radiofónico, ¿y por qué no al tele-fónico?, privándole de su grandeza tele-visiva.
En septiembre de 2006, en esta misma revista, publicó Gustavo Bueno un artículo esencial en lo que tiene que ver con el patronato de Santa Clara: «El milagro de Santa Clara y la Idea de “Televisión Formal”». En ese artículo recuerda que en su libro de 2000, Televisión: Apariencia y Verdad, no hay la menor referencia al milagro de Santa Clara:
«Sin embargo, hace unas semanas el autor fue informado, por un muy próximo allegado suyo, sobre el contenido del «milagro de Santa Clara». Y resultaba que este milagro estaba mucho más directamente relacionado con la televisión de lo que pudiera estarlo San Cristóbal con los taxistas, o Santo Domingo de la Calzada con los administradores de fincas.»
Había sido Lino Camprubí quién se había encontrado con el contenido del milagro de Santa Clara, patrona de la televisión, patronazgo caído entonces, de hecho, prácticamente en el olvido (desde 2008, coincidiendo con el cincuentenario de aquella proclamación de 1958, se advierte cierta voluntad de recuperar la presencia del patronazgo de Santa Clara, de la mano del cardenal Tarcisio Bertone; véase L'Osservatore Romano de 19 de febrero de 2008, pág. 7: «La luce della verità sul mondo della comunicazione»).
No conocemos todavía los detalles, ni de circunstancias ni de personas, que llevaron a las autoridades españolas a dar por supuesto, en 1956, que «Santa Clara es la patrona de la televisión española». Sirva esta nota para alentar inquisiciones más profundas e investigaciones pormenorizadas. Nos limitaremos a recordar el hecho de cómo la inauguración de las emisiones regulares de la televisión en España se produjo bajo el patronazgo de Santa Clara, el domingo 28 de octubre de 1956, desde la estación de televisión de Madrid instalada en la avenida de La Habana, número 77:
«Empieza la emisión. La emisora se abrió a las ocho y media de la tarde, y previas unas palabras del locutor, el prelado doméstico de Su Santidad, monseñor Boulart, celebró la santa misa, la primera que se televisaba en España, en un altar instalado en el estudio, presidido por una bella imagen de Santa Clara, Patrona de la televisión española.
Terminada la ceremonia religiosa, el director de Programas y Emisiones, don José Ramón Alonso, pronunció unas palabras, en las que dijo que a este acto de “colocación de la primera piedra” de la televisión española han de seguir otras muchas piedras, “hasta que tengamos el edificio completo de la obra. Con ella queremos servir una tarea situada en la misma línea y el mismo camino que nos ha sido trazado hace años, y para lo que contamos cada vez con más emisoras y más elementos, con el fin de que la verdad y la fe puedan llegar a todos los hogares y a todos los pueblos. Hemos querido que la televisión española comenzara a funcionar precisamente en este día de Cristo Rey, y nos hemos trazado dos cominos: el de servir a Dios y a la política de España”.
El director general de Radiodifusión, señor Suevos, dijo a continuación que era hoy día de gran alegría para cuantos han colaborado con la Dirección General de Radiodifusión en Radio Nacional de España. […]
Comienza el programa. Después de un breve intermedio, comenzó el programa con un trabajo dedicada a Santa Clara, patrona de la televisión española. Se transmitió después un documental del No-Do, titulado “Blancos mercedarios”; el documental “El Greco en su obra maestra ”, y el titulado “Veinte años de vida española”, realizado por los equipos de televisión con la colaboración del No-Do y Filmoteca Nacional. Después actuaron los Coros y Danzas del distrito de La Latina, de Madrid; los del grupo provincial de la capital, la orquesta de Roberto Inglez, el grupo provincial de Coros y Danzas de Málaga y la actuación del concertista de piano José Cubiles. Los invitados fueron obsequiados con una copa de vino español, servida por Perico Chicote.» (Hoja del Lunes, Madrid, lunes 29 de octubre de 1956, página 7.)
Franco no quiso ser protagonista, de cuerpo presente, en la inauguración de la televisión española, pero, como es natural, intervino en la primera emisión el ministro de Información y Turismo del momento, Gabriel Arias Salgado, cuyo discurso cerró la parte religiosa y civil de la ceremonia, antes del breve intermedio que dejó paso al primer programa, descrito en la nota antes transcrita. Tal discurso no sonará tan lejano simplemente sustituyendo las referencias ideológicas de hace medio siglo por las del presente en marcha: léase Democracia y Constitución en lugar de Movimiento nacional y Ortodoxia religiosa y moral:
«Hoy, día 28 de octubre, domingo, Día de Cristo Rey, a quien ha sido dado todo poder en los Cielos y en la Tierra, se inauguran los nuevos equipos y estudios de la Televisión Española. Mañana, 29 de octubre, fecha del XXXIII Aniversario de la Fundación de la Falange Española, darán comienzo, de una manera regular y periódica, los programas diarios de televisión. Hemos elegido estas dos fechas para proclamar así los dos principios básicos, fundamentales, que han de presidir, sostener y enmarcar todo el desarrollo futuro de la televisión en España: la ortodoxia y rigor desde el punto de vista religioso y moral, con obediencia a las normas que en tal materia dicte la Iglesia Católica, y la intención de servicio y el servicio mismo a los principios fundamentales y a los grandes ideales del Movimiento Nacional. Bajo esta doble inspiración y contando con el perfeccionamiento técnico, artístico, cultural y educativo de los programas, que han de ser siempre amenos y variados, espero, con vuestra colaboración, que la Televisión Española llegará a ser uno de los mejores instrumentos educativos para el perfeccionamiento individual y colectivo de las familias españolas. Quedan inaugurados los nuevos equipos y estudios de la Televisión Española. ¡Viva Franco! ¡Arriba España!» (ABC, Madrid, martes 30 de octubre de 1956, pág. 41.)
Pasaron los años y en todas las naciones de Europa las televisiones estatales fueron cediendo su monopolio a empresas particulares, una vez que pareció necesario que la iniciativa privada se incorporase también a este instrumento imprescindible para lograr la tranquilidad en las democracias homologadas. Los ciudadanos consumidores libres pudieron disfrutar así de un mercado pletórico con suficiente variedad de mercancías audiovisuales, que permiten mantener la eutaxia de sociedades que precisan que millones y millones de televidentes pasen cada vez más horas de sus vidas contemplando quietamente las telepantallas. Aunque no sepan que Santa Clara, dicen, ya les protege a todos, y no sólo a los españoles.