Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 129 • noviembre 2012 • página 7
No son nuevas la perspectiva terapéutica de la filosofía ni la noción de cura en la historia del pensamiento{*}. Centrándonos, por lo pronto, en el pasado reciente del siglo XX y limitándonos a una breve noticia, dos poderosas concepciones del pensamiento destacan por haberse desplegado notoriamente alrededor de estos postulados: 1) la denominada «filosofía del lenguaje ordinario», inspirada por la escuela de Cambridge y la personalidad de Ludwig Wittgenstein, y 2) el pensamiento de Martin Heidegger. Para los primeros, la función filosófica se limita a analizar la corrección lingüística de las proposiciones, a la disolución (o extirpación) de los problemas filosóficos, una vez detectados en ellos los fallos de uso y significado. El rector de Friburgo, por su parte, propone, una interpretación ontológico-existenciaria de la cura (Sorge), como expresión de la máxima preocupación y cuidado del hombre y el Ser. Pero, como en casi todo lo que tiene que ver con la ciencia y la filosofía, los verdaderos antecedentes de estos –y parecidos– asuntos se localizan en la Antigüedad clásica.
A la Grecia y la Roma antiguas se dirige justamente el estudio La terapia del deseo escrito por la profesora norteamericana Martha C. Nussbaum con el fin de examinar las principales contribuciones al saber efectuadas por las éticas helenísticas, a las que considera perfectos exponentes de «terapias filosóficas», esto es, filosofías morales de inspiración médica cuyo empeño superior se concreta en curar las enfermedades del alma y en disponerla ordenadamente para la consecución de la excelencia moral y el florecimiento humano.
A diferencia de la orientación dominante que impondrán a la ética los autores modernos y contemporáneos –y en cuya responsabilidad no son ajenos, entre otros, los nombres anteriormente citados y sus epígonos; verbigracia, el lenguaje como objeto predominante de interés y examen filosóficos–, los sabios helenísticos se ocupan directamente de las personas y sus circunstancias inmediatas, así como de sus problemas auténticos, a saber: las falsas creencias, los tiránicos deseos y las inadecuadas preferencias. Son, en efecto, las nefastas inclinaciones y los prejuicios impuestos por las creencias tradicionales de la sociedad la causa primordial de que los hombres se pongan espiritualmente (o sea, moralmente) enfermos. La tarea de los filósofos –actuando como maestros, sabios y a la vez «médicos»– no consiste, entonces, en impartir lecciones sobre normatividad y fundamentación, sino en enseñar a sus discípulos-pacientes las técnicas de detección de daños y la correcta argumentación sobre su diagnóstico y prescripción al objeto de subsanarlos.
Aunque la extensión y la prolijidad del trabajo que comentamos puedan sugerir lo contrario, Nussbaum limita bastante en tiempo y espacio el contenido (problemáticas morales y autores seleccionados) de la investigación anunciada: la ética helenística. De este modo, el examen del amor, el miedo a la muerte y la cólera completa prácticamente el recorrido de los trece capítulos del volumen, tal y como fueron tratados por los sabios epicúreos y estoicos, o por algunos de ellos, y en menor medida por los escépticos (los filósofos eclécticos, los cínicos y los aristotélicos tardíos son olímpicamente ignorados).
No nos hallamos, en consecuencia, ante un estudio histórico y sistemático sobre la filosofía helenística, sino ante un análisis de las virtudes, éxitos y fracasos de determinados argumentos terapéuticos en manos de curadores-filósofos como Epicuro, Lucrecio, Crisipo y Séneca. Lo cual no resta interés a la exploración realizada, aunque sí limita el alcance de sus conclusiones. Sucede que la analogía entre filosofía y medicina, así como la importancia de la terapia como modelo filosófico del helenismo, resulta convincente aplicados a unos casos, pero asimismo forzada su generalización casi tanto como apurado su énfasis. Se trata acaso de unos riesgos que vienen como consecuencia de tomar el sentimiento doliente de la vida según Epicuro, la exaltación poética de Lucrecio y la tribulación trágica de la Medea de Séneca como emblemáticos de la ética helenística. Esta tesis, controvertible, no es nueva ni sorprendente en el aristotelismo confeso de Nussbaum, quien tiene presente en todo momento la doctrina contenida en la Poética, según la cual la poesía es más filosófica y elevada que la historia por ser más universal que ésta, es decir, porque no describe lo que ha sucedido sino que lo es probable o necesario que ocurra.
Legítima opción ésta, aunque adquiera su mérito al precio de producir severos eclipses, como son el obviar o minusvalorar luminosos y tonificantes pensamientos de filósofos helenísticos ejemplares, algunos tan joviales como los de Diógenes de Sínope, otros tan relajados como los de Epicteto o tan benéficos y luminosos como los de Marco Aurelio. Estos sabios, en verdad, no aspiraban a curar al hombre pensando que estuviera esencialmente enfermo, sino a animarle a que ejercitase el cuidado de sí mismo (epimeleia heautou, cura sui), en la prevención de padecimientos y en el arte de curarse en salud; o, al menos, eso es lo que procuraban.
{*} Bajo el título «Filosofías que curan (o lo procuran)» publiqué la recensión del libro de Martha C. Nussbaum, La terapia del deseo. Teoría y práctica en la ética helenística, Paidós, 2003, en Blanco y Negro Cultural, Suplemento cultural del diario ABC, Madrid, nº 615, 8 de noviembre de 2003, pág. 17. Ofrezco ahora una nueva versión de ese texto.