Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 128 • octubre 2012 • página 2
1. Cuando hablamos de «rótulo» para referirnos al sintagma «Metapolítica» no lo hacemos, por nuestra parte, con la intención de subrayar su condición genérica de signo alegórico, es decir, de significante que, en suposición formal y no material «representa algo distinto de sí mismo (significado) a las potencias cognoscitivas». Y esto dicho sin olvidar la posibilidad de signos autogóricos, que se representan, de algún modo, a sí mismos, como ocurre con los significantes tomados en suposición material. (Quienes no conozcan esta famosa distinción escolástica entenderán su alcance por medio de esta adivinanza, muy de actualidad en los días en los que se conmemora la Constitución de 1812: «¿Qué hay en el medio de Cádiz?» La respuesta, cuando la palabra Cádiz se toma en suposición formal, podría ser esta: «La Plaza de la Constitución», tomada como referente. Pero cuando Cádiz se toma en suposición material, la respuesta sería: «Una ‘d’».) En el rótulo «Punto de encuentro», representado por un círculo dibujado en el suelo de una plaza o de un aeropuerto, no se distinguen bien la suposición formal y la suposición material del signo (o, si se prefiere, no se distingue bien si la distinción es de razón o si es real).
Ahora bien, al subrayar la condición específica de rótulo –y no sólo su condición general de signo léxico– del sintagma «Metapolítica», nos referiremos a la peculiar conexión entre los dos significantes, de estirpe griega, que la componen, a saber, meta y política. Es decir, la conexión entre el prefijo significante meta («más allá», «trans») y el significado política. El referente ha de ser una entidad localizable en un lugar determinado de una secuencia espacial (el rótulo «centro ciudad» es un significante corpóreo, clavado en un poste que está plantado en un lugar, una flecha apuntando hacia otro lugar distinto –el referente– del que ocupa el rótulo).
Partimos del significante «político», en su significado ordinario o vulgar, cuando referimos al adjetivo «político» a todo cuanto tiene que ver con la tecnología o la práctica cotidiana del gobierno de una sociedad y de sus agentes –elecciones parlamentarias, ministros, consejeros, diputados, planes y programas, partidos políticos–. Pero cuando anteponemos al término «político» el prefijo «meta» estamos significando, en primer lugar, algo negativo (que la metapolítica no es propiamente la política ordinaria); pero no negativo en sentido absoluto (como el no-ser es negativo respecto del ser, o el vacío respecto del pleno). Con la expresión «metapolítica» nos referimos, ante todo, a aquello que no siendo política, en sentido ordinario, está sin embargo más allá de la política (tanto en sentido tecnológico como nematológico), pero no a título de accidente colateral que pueda acompañar a la política (como pudieran serlo las plataformas que los carpinteros arman para el mitin), porque entonces podríamos hablar de «peripolítica», sino a título de entidades que, no siendo políticas, en el sentido ordinario, no son sin embargo meros accidentes extrínsecos (o desconectados) de la política, sino conectados con ella, incluso necesariamente, conectados con la misma praxis o nematología política, en la medida en que codeterminan o inspiran muchos de sus contenidos. El medio (o mundo entorno) de un cuerpo orgánico viviente no es necesariamente un cuerpo viviente, pero es propio de él, tomando propio en el sentido del cuarto predicable de Porfirio, «accidente esencial», es decir, meta-orgánico.
En estas condiciones, el sintagma «metapolítica» recuerda obviamente al rótulo clavado en el cruce de los caminos para designar como referente el lugar que nos conduce al centro de la ciudad (pues el rótulo no se define a sí mismo), o bien al rótulo dispuesto en el dintel de una puerta en el que se inscribe la definición de su interior («Carpintería», «Banco», «Panadería», «Congreso de los Diputados»). El «rótulo», por tanto, sería un significante especial, no un mero signo deíctico genérico. Es un signo que, por ejemplo, contiene dos significantes y dos significados: primero la definición de un significado por medio de otro significante, que ya expresa su propio significado («meta»); segundo el «referente», otro significante («político»), referido a su propio significado.
2. En el caso del rótulo «Metapolítica», los entes «envolventes» por él designados (los que venimos llamando «referentes») pueden ser asignados, al menos en los casos extremos, a dos planos distintos.
(1) El plano que contiene a referentes reales corpóreos, como puedan serlo las maniobras parlamentarias que seleccionan a concejales o diputados, los golpes de Estado, en general, tecnologías o práxis políticas. Hablamos de plano ontológico (o tecnológico).
(2) El plano que contiene referentes abstractos (aunque expresados en secuencias corpóreas, tales como dibujos, caricaturas, frases o himnos musicales, «definiciones conceptuales», teoremas politológicos, &c.). Hablamos de plano gnoseológico (o, en general, nematológico o ideológico).
Para la distinción entre el momento tecnológico y el momento nematológico de las instituciones –el rito y el mito, en las instituciones religiosas– remitimos al libro El animal divino, 2ª edición, Pentalfa, Oviedo 1996, escolio 1, página 385; y al libro El fundamentalismo democrático, Temas de Hoy, Madrid 2010, capítulo 5 de la parte primera, páginas 115-124.
La distinción entre los momentos (1) y (2) no es disyuntiva, porque dentro de la metapolítica cabe reconocer otros referentes cuyas entidades tienen a la vez componentes ontológicos y gnoseológicos. Los discursos presidenciales, en un Parlamento, suelen mantenerse en la línea de intersección entre el plano ontológico (tecnológico) y el plano gnoseológico (o nematológico).
3. En nuestros días puede considerarse ya consolidado institucionalmente (en libros, congresos, cátedras…) el sintagma «metapolítica», como designación, o bien de los componentes o fuentes de la política ordinaria, o bien como designación de una disciplina (a veces llamada «ciencia interdisciplinar») que se ocupa de la investigación de los envolventes, tanto, en general, de su momento nematológico, como, en especial, de su momento gnoseológico. En cualquier caso, esta consolidación institucional del sintagma «metapolítica» no constituye ninguna garantía de claridad y distinción de su concepto, es decir, de la delimitación respecto de otras instituciones (porque el significado del sintagma «metapolítica» es muy oscuro) y de la determinación de sus partes o componentes (porque el significado del sintagma «metapolítica» es muy confuso).
Quizá una de las perspectivas más eficaces para apreciar el grado de oscuridad y de confusión que acompaña al rótulo, ya bien consolidado, «metapolítica», sea la perspectiva genética (o genealógica). Porque si bien las consideraciones genealógicas pueden ser poco relevantes en el análisis de las estructuras mecánicas (la comprensión de la estructura termodinámica de una locomotora es relativamente independiente de su historia: en un tratado técnico de locomotoras los detalles históricos figurarán en notas a pie de página, y no en el texto), son de capital importancia en las estructuras vivientes (es imposible dar cuenta de la anatomía de los órganos de un mamífero sin tener en cuenta su embriología).
En el caso de la metapolítica, la situación no puede ser más penosa y, en general, se encuentra en el estado arcaico de aquellos anatomistas que buscaban la genealogía de los órganos en la embriología fantástica, que les parecía más afín con su modo de entender la estructura de su disciplina. Por ejemplo, la revista Metapolítica, fundada en 1976 por Silvano Panunzio, y refundada en 1998 (en internet en 2011), afirma, con el mayor aplomo, como si lo supiera de buena tinta, que «la palabra metapolítica fue acuñada por August Ludwig von Schlözer, perteneciente a la orden de los iluminados de Baviera», en su tratado Allgemeines Staatsrecht und Staatsverfassungslehre, Göttingen 1793).
El martes 2 de octubre pasado el profesor Alberto Buela (considerado en Iberoamérica como uno de los padres fundadores de la Metapolítica) presentó en Oviedo su interesante libro Disyuntivas de nuestro tiempo, ensayos de metapolítica. La torrencial erudición y fino ingenio del autor, filósofo argentino de sólida formación clásica (lee en griego a Platón y Aristóteles), le permitió «olfatear» múltiples pistas sobre la genealogía del término metapolítica. Su libro comienza citando una conferencia que el filósofo Max Scheler ofreció en la Escuela Superior Alemana de Política, en los primeros años de la postguerra de la Primera Guerra Mundial. Y afirma (pág. 15): «Pocos son los que saben que este es el antecedente más lejano de la noción de metapolítica que comenzó a manejarse a partir de 1968 por un grupo cultural francés conocido como Nouvelle Droite.» Se refiere Buela al Alain de Benoist del 68 francés, que en noviembre de dicho año organizó un primer seminario bajo la pregunta Qu’est-ce que la métapolotique, y que en 1969 fundó el Groupement de Recherche et d’Études pour la Civilisation Européenne, GRECE, no ya como un movimiento político, sino como una «escuela de pensamiento» que adopta una perspectiva metapolítica. Por cierto, Buela incorpora en su libro la mención de Benoist a Gramsci (en un artículo de 1982: «Gramsci ha mostrado que la conquista del poder político pasa por aquella del poder cultural»). Buela ve como paradójica esta orientación de la Nouvelle Droite, «y es que, adoptando esta primera acepción [«en una primera acepción, la metapolítica significa la tarea de desmitificación de la cultura dominante, cuya consecuencia natural es quitarle sustento al poder político para finalmente reemplazarlo, y para esto último hay que hacer política»] ha querido desarrollar metapolítica sin política». Buela cita aquí al politólogo Marco Tarchi, de la Nuova Destra italiana, cuando afirma que no lleva a cabo ninguna acción política partidaria, que considera que los partidos políticos han sido superados en poder e iniciativa por los mega aparatos mass-mediáticos.
Lo que principalmente, a mi entender, ofrece el libro de Buela, más que una genealogía de la metapolítica, es una exploración de los diferentes senderos existentes que se han ido abriendo en este «espacio negativo» que acoge a lo que no siendo política ordinaria, sin embargo parece envolverla y condicionarla. Y esto tanto en el plano ontológico (como cuando afirma, en el texto arriba citado, que la metapolítica no puede desarrollarse sin política) como en el plano gnoseológico: «Aquellos que nos conocen –dice Buela, pág. 27, reiterándose en la pág. 207– saben que desde hace años venimos bregando a favor del estudio de la metapolítica como una ciencia interdisciplinaria que incluye, entre otras, filosofía, politología, sociología, teología, economía, literatura, historia, antropología cultural»; unas páginas antes Buela, enfrentándose a la cuestión, sin duda central, a saber, la cuestión del tipo de unidad gnoseológica que pueda corresponder a la palabra metapolítica, afirma: «Esta pluridisciplina exige un método, y este puede ser el fenomenológico-hermenéutico, realizando la epojé (puesta entre paréntesis) de las opiniones pretéritas, preconceptuales o ideológicas, para intentar una descripción eidética (de los rasgos esenciales) lo más objetiva posible de los ‘hechos mismos’.»
4. Gustavo Bueno Sánchez, partiendo de los asombrosos avances tecnológicos de reproducción masiva online de documentos antes inaccesibles, ha puesto a punto, en los últimos años, un instrumento de investigación léxico-genealógica que permite controlar las hipótesis propuestas a ojo de buen cubero (acaso tras un rastreo artesanal erudito), similares a las que Silvano Panunzio (inspirado sin duda por su visión cuasi mística de la metapolítica) formula con el mayor aplomo: «La parola ‘Metapolica’ fu coniata da August Ludwig von Schlözer, appartenente all’Ordine degli Illuminati di Baviera…»).
Un instrumento («herramienta», dirían hoy muchos) léxico filológico de la genealogía de las palabras que, comparado con los procedimientos de investigación anteriores a las «nuevas tecnologías» podría equipararse al significado, en la investigación celular, que tiene un microscopio electrónico respecto del ya avanzado precursor microscopio óptico, de hasta 300 diámetros de aumento, de Leeuwenhoek.
El nuevo instrumento léxico genealógico no sólo sirve para desmontar de un solo golpe las hipótesis genealógicas «artesanales» sobre el origen del sintagma metapolítica, como las de Silvano Panunzio acerca del primero que acuñó la palabra metapolítica. Y, con ello, liberarse de los prejuicios ideológicos que dirigieron la investigación. También ofrece la secuencia objetiva de los pasos evolutivos de una palabra determinada, sus contextos inmediatos más pertinentes, cuyo análisis permite tocar casi con el dedo los cauces a través de los cuales fue fluyendo el término (palabra, sintagma… investigado), y sus ramificaciones inesperadas. Como ejemplos del alcance de la aplicación de este instrumento léxico genealógico es preciso citar el estudio sobre el origen, tan controvertido, del término «Fundamentalismo democrático», que permitió redefinir muchas variantes anteriormente consideradas como meras acepciones intemporales (por ejemplo, las que se contemplaban en mi libro El fundamentalismo democrático, antes citado). Otros ejemplos en los estudios de la génesis de los sintagmas «Derecho internacional», «Kultura con K», «Señas de identidad», «Hecho diferencial», «Hispanidad», «Una, Grande, Libre», &c. (disponibles en la sección Rótulos del Proyecto Filosofía en español).
Pero aquí nos importa el estudio sobre el origen del rótulo «Metapolítica» (agosto 2011). Sus resultados, según informaciones del propio profesor Buela, arrasaron muchas hipótesis sobre el particular, y suscitaron de inmediato, al parecer, el interés de metapolíticos comprometidos, como César Cansino (fundador de la revista Metapolítica, México 1997) o del propio Alain de Benoist. El descubrimiento más importante obtenido tras la utilización experta del nuevo instrumento es el del nombre del «primero que acuñó» el sintagma metapolítica, un abogado ginebrino, Juan Luis de Lolme (1740-1806), considerado como el mejor discípulo de Montesquieu, y miembro del Consejo de los Doscientos de la República de Ginebra. Sin embargo, por motivos políticos, de Lolme se trasladó a Londres, y desde allí publicó, primero en francés, su Constitution de l’Angleterre (Amsterdam 1771). Este libro tuvo después ediciones en neerlandés y en inglés (Londres 1775) y en español (1847). Anota Gustavo Bueno Sánchez: «En la autotitulada cuarta edición (Londres 1784, tras las de 1777 y 1781; pues en inglés también apareció en Dublín en 1776), dedicada al rey de Inglaterra (en mayo de 1784), corregida y ampliada con varios capítulos enteramente nuevos, advierte De Lolme que los asuntos que está tratando, al remover principios que afectan a las mismas cuestiones sobre la naturaleza del Hombre, pertenecen más propiamente a la filosofía (pero a una rama suya aún inexplorada) que a la política, y se alejan por supuesto de la esfera de la ciencia política vulgar; y en una nota a pie de página sugiere que, si al lector le agrada, pertenecerían a la ciencia de la metapolítica, en el mismo sentido que decimos que la metafísica está más allá de la física.»
Queremos subrayar que la importancia de la «recuperación» de esta breve nota de la edición de 1784 («It may, if the reader pleases, belong to the Science of Metapolitics; in the same sense as we say Metaphysics; that is, the Science of those things which lie beyond physical, or substantial, things», nota que, «curiosamente fue eliminada en la londinense de 1826, no aparece en la pág. 228, que es donde correspondería, de suerte que la madrileña de 1847, que la sigue, está ayuna de ese fragmento»), no reside tanto, a nuestro entender, en el erudito descubrimiento del nombre del autor del sintagma «metapolítica», anterior a Schlözer o a José de Maistre, sino a la analogía genética que esta nota establece entre la metapolítica y la metafísica (analogía que, como veremos después, había sido ya reconocida con precisión por José de Maistre en 1814).
Por cierto, la analogía ofrecida por De Lolme parece mantenerse en un terreno semántico ahistórico, en el que «metafísica» se toma en suposición material; es decir, De Lolme no acude explícitamente al terreno histórico en el que el sintagma «metafísica» se tomaría en suposición formal, aquel en el que se desarrolla la historia de Andrónico de Rodas, de la que De Lolme estaba, sin duda ninguna, al tanto (acababa de decir, en el texto, que él se va a ocupar de asuntos tales como «los de la naturaleza del hombre (que más bien pertenece a la filosofía, aunque a una rama suya todavía inexplorada)». De Lolme no podía ignorar que Aristóteles había hablado de filosofía primera refiriéndose a los libros que Andrónico de Rodas denominó metafísicos.
Pero lo cierto es que De Lolme no descendió a este terreno y se mantuvo en el de la interpretación del término «metafísica» en suposición formal, y, por cierto, ambiguamente, puesto que, aunque parece asumir una perspectiva gnoseológica –science of metapolitics, y the science of those things…– lo cierto es que parece deslizarse inmediatamente hacia la perspectiva ontológica –«those things wich lie beyond physical or sustancial things»–.
Tampoco se entiende bien por qué De Lolme habla de esa parte inexplorada de la filosofía que él llamó metapolítica. Y como no cabe suponer que De Lolme ignoraba, por ejemplo, la República de Platón, o el libro primero de la Política de Aristóteles, será posible interpretar que «esa parte inexplorada de la filosofía» (a la que él propone denominar metapolítica) está inexplorada precisamente en cuanto ella se conforma, no en sí misma (a la manera como la filosofía primera se conformaba por sí misma en las teogonías mitológicas, hasta que Aristóteles la puso en función de la Física), sino en función de una política estricta bien delimitada, pero susceptible de abrir cuestiones (tales como las de la naturaleza del hombre) que, sin bien habían sido tratadas anteriormente, estaban inexploradas cuando se planteaban en función de la política estricta a la que desbordaban (metapolítica), aún cuando luego tuvieran que volver a ella.
Todo esto nos invita, por no decir que nos obliga, a enfrentarnos más de cerca con el término metafísica, que sirvió a De Lolme para acuñar el rótulo metapolítica.
5. Se acepta comúnmente la tesis según la cual el rótulo «Metafísica» no fue acuñado por Aristóteles, sino por peripatéticos sucesores suyos y, en particular, por Andrónico de Rodas. Según Estrabón los escritos de Aristóteles habían sido legados a Polemón y, al cabo de los años fueron a parar a una bodega. Pero, en tiempos de Sila y Cicerón, en el siglo I antes de Cristo, Andrónico de Rodas, según la opinión más común, decidió clasificarlos y ordenarlos en diferentes «bloques»: I. Un bloque de escritos metodológicos y lógicos, denominado Organon. II. Un bloque de escritos sobre filosofía natural (principalmente, los ocho libros de la Física). III. Un bloque de escritos sobre ética, política, &c. Andrónico rótulo como metafísicos a un conjunto de escritos que «venían después de los Físicos». Estos escritos que venían después de los Físicos (τά μετά τα φυσικά) se dividieron en catorce libros, designados por las letras correlativas del alfabeto de las mayúsculas griegas, con algunas modificaciones ulteriores (por ejemplo el libro B, que venía después del libro primero A, pasaría a denominarse, en algunas ediciones académicas, libro α).
La historia del editor bibliotecario Andrónico de Rodas dio pie a muchos para interpretar el término metafísica como un rótulo estrictamente deíctico, que señalaba global y confusamente, desde un criterio puramente bibliotopográfico (y no desde su contenido) a un conjunto de escritos que se encontraban después de los escritos físicos. Así, Franciscus Patricius (1413-1494), en sus Discussiones peripateticae, teniendo en cuenta que el sintagma μετα φυσικα no se encuentra en Aristóteles, se inclinó por la interpretación meramente bibliotopográfica de la expresión. Esto equivaldría a soslayar el enfrentarnos a la cuestión del contenido y la unidad de los escritos así rotulados; y, por lo que a nosotros aquí nos concierne, aconsejaría interpretar la metapolítica (en cuanto acuñada sobre el molde metafísica), no ya como el nombre de una disciplina definida, sino como un centón o cajón de sastre de escritos cuyo contenido y unidad no tienen por qué darse por presupuestos (De Lolme mantuvo la ambigüedad acerca de si la expresión metapolítica se tomaba en sentido deíctico o en un sentido semántico más profundo).
Sin embargo, ya el simple «venir después de los escritos de Física», sugiere (como podría haberlo apreciado De Lolme), que los escritos metafísicos tienen con aquellos algo más que una mera conexión topográfica. Se vienen después es porque se presupone, por lo menos, que antes venían los escritos de Física. Por otra parte, la investigación filológica posterior (citaremos sólo las monumentales obras publicadas en los principios de las postguerras a la Primera y Segunda guerras mundiales, la obra de Werner Jaeger, Aristoteles, Grundlegung einer Geschichte seiner Entwicklung, Berlín 1923, y la obra de Josef Zürcher, Aristoteles’Werk ung Geist, Paderborn 1952). Aunque las conclusiones de estos autores son muy distintas (Jaeger reordena la cronología de las obras en sus libros y capítulos; Zürcher, mucho más radical, rechaza que Aristóteles sea el autor de un gran porcentaje del Corpus aristotelicum, y atribuye su redacción a Teofrasto). Por lo que toca a los libros de Metafísica, ambos reconocen que, si bien metafísica no es una palabra que utiliza Aristóteles, en cambio sí se encuentra en él otra expresión, que sería su equivalente, a saber, προτη φιλοσοφια, «filosofía primera», frente a δευτερα φιλοσοφια, «filosofía segunda».
Ahora bien, por «filosofía primera» entendía Aristóteles la filosofía que se ocupa del Ser en cuanto Ser, y por tanto de Dios (φιλοσοφια como θεολογια, por ejemplo en Metafísica E1, 1026a). Indiquemos, de pasada, que la interpretación teológica de la metafísica o de la primera filosofía correspondería, en metapolítica, a las interpretaciones teológicas de la política que suelen ser incluidas bajo la denominación de «tradicionalismo político», desde De Maistre hasta Donoso Cortés o Nicolás Berdiaev.
Y entonces ya cobra un sentido muy preciso el «venir después de los libros de la Física» y, particularmente, venir después del libro VIII de la Física, en el que Aristóteles introduce la doctrina del Primer Motor Inmóvil del Mundo, también en eterno movimiento.
En efecto, Aristóteles estaría de este modo culminando la reelaboración del platonismo en el que se había formado (y que todavía parece asumir, según Jaeger, en los primeros libros de los metafísicos, según el orden convencional). Mientras que Platón parte, en su concepción del Universo, de un Mundo suprasensible, el Mundo de las Ideas (y entre ellas la idea de un demiurgo cuasidivino, creador del universo y, en todo caso, anterior a él), Aristóteles habría dado una vuelta del revés («un giro copernicano», utilizando el más salvaje anacronismo) al orden platónico, partiendo del universo físico, de la naturaleza eterna, no creada, pero en perpetuo movimiento, y sólo después de reconocerla así, y a través de la causa eficiente de ese movimiento eterno, llegará a establecer un primer motor inmóvil (pero no creador del Universo), es decir, un primer motor que podrá alcanzar, a partir de la Física, la Filosofía primera, es decir, sobre todo, el Tratado de Dios contenido en el libro XII de los metafísicos.
Dicho de otro modo, si podemos hablar de filosofía primera es gracias a que hemos supuesto antes (ordo cognoscendi) una filosofía segunda más inmediata, la filosofía del universo visible y sensible. A la Teología de Aristóteles sólo puede llegarse, según esto, a través de la Física, y después de haber demostrado la realidad del primer motor del universo físico. Se corrobora esta interpretación si tenemos en cuenta una consideración que Aristóteles nos propone en el libro XI, capítulo 7, de sus metafísicos (y que nosotros hemos utilizado en La Metafísica Presocrática, Pentalfa, Oviedo 1974, pág. 54, para dar cuenta del carácter metafísico, y no químico, de los «metafísicos presocráticos»): «Si sólo existiera la sustancia material, la física sería la metafísica» (remitimos a Jaeger, Aristóteles, pág. 432, de la traducción española de José Gaos, FCE, México 1946).
6. De Lolme sabía que el término «metapolítica» estaba acuñado sobre el modelo del término «metafísica» del círculo aristotélico. ¿Qué alcance podemos atribuir a este modelo, que parece tener la estructura de una metáfora («la metapolítica es la metafísica de la política»)?
Sabemos que De Lolme entendía, desde luego, la metapolítica como una filosofía, si bien todavía no desarrollada hasta el presente en el que él vivía. Sabemos también (o damos por sabido) que la metafísica de Andrónico de Rodas (o de algún peripatético coetáneo) corresponde a la filosofía primera de Aristóteles.
¿Puede entonces interpretarse que la metapolítica preconizada por De Lolme es una metafísica de la política? No, salvo que se tome la metáfora de De Lolme en un sentido literal o unívoco, teniendo en cuenta el hecho de que el mismo Dios (Primer motor, Acto puro) de la metafísica aristotélica podría corresponder al Dios de la metapolítica (o metafísica política), apoyándose en la filosofía teológica del poder político, que era la doctrina común del cristianismo político, inspirado en el axioma de San Pablo: non est potestas nisi a Deo (Romanos, XIII, 1): «Que toda persona esté sujeta a las autoridades que gobiernan, porque no hay autoridad que no venga de Dios: las que existen han sido constituidas por Dios», pero presente tanto entre los católicos –San Agustín, Santo Tomás, Suárez– como entre los protestantes –Lutero, Filmer…–, por no hablar de los hebreos o de los musulmanes.
Pero la metáfora de De Lolme no tiene por qué interpretarse literalmente, es decir, entendiendo la metapolítica como la metafísica teológica aristotélica aplicada a la política, y no, por ejemplo, a la Física. La interpretación teológica de la metáfora de De Lolme es sólo una interpretación muy particular o especial, pero no es la única, por cuanto, de hecho, hay doctrinas de la política –empezando por la propia doctrina de Aristóteles sobre la sociedad política– que son metapolíticas sin ser por ello teológicas. Cabe una interpretación mucho más general, como pueda serlo la interpretación analógica de proporcionalidad compuesta (la analogía aritmética tal como [16:4::12:3], es decir, la analogía como «igualdad de dos o más razones», λογοι).
Esta interpretación analógica fue ampliamente cultivada por los escolásticos en el momento de intentar dar cuenta de la unidad de los catorce libros de la Metafísica aristotélica, en cuanto filosofía primera. La filosofía primera, suponían, es una ciencia que se ocupa del Ente; pero las ciencias particulares (la Matemática, la Física, el De Anima) se ocupan del ente predicamental o categorial (el ente físico, el ente matemático…). ¿De qué se ocupa la filosofía primera? Del Ente, en general, que es un análogo. Pero los escolásticos distinguían la analogía de proporción simple (de atribución) de la analogía de proporción compuesta (de proporcionalidad). El ser es sin duda un análogo que, en famosa expresión aristotélica, «se dice de muchas maneras». Y esto daba pie a diversas opiniones acerca de la unidad de la metafísica. O bien su unidad estaría fundada en el ente abstracto (que abarca a los entes reales y a los entes de razón), o bien se ocupa del ente real; o acaso del ser supremo real, Dios, o de la sustancia y del ente inmaterial; o acaso del ente en cuanto ente real (como dice Suárez en la Disputación I, 26).
Concluimos, desde la perspectiva de la analogía de proporción compuesta, que no estamos obligados a interpretar la analogía de la metafísica y la metapolítica, establecida por De Lolme, como si estuviese fundada en una metapolítica teológica, interpretación que constituiría sólo una interpretación particular de la analogía general. En efecto, el fundamento en el que De Lolme se apoyó para crear su metapolítica fue la analogía o igualdad de dos razones, es decir, la igualdad entre dos pares de términos. Partiendo del término Física y de una relación supuesta con la Metafísica, al encontrarse con la Política, armó el termino ad hoc por vía meramente analógica. De Lolme partía, según esto, como si fuesen los términos antecedentes, a quo, dos términos supuestamente bien delimitados y definidos en sí mismos, a saber, los términos Física y Política. A partir de ellos De Lolme se dirigiría a otros términos consiguientes (ad quem), de los cuales uno (Metafísica) estaba ya dado por la tradición aristotélica, y de lo que se trataba era de determinar el cuarto proporcional de la incógnita x (12:6::8:x). De este modo se creaba (lisológicamente) el x como un rótulo que parecía designar a un término nuevo, Metapolítica. Pero esto era sólo una ficción.
Una analogía de proporcionalidad compuesta, como tal, no envuelve (ni excluye) afinidades ninguna entre sus extremos (Metapolítica y Física, o Política y Metafísica). Porque los análogos de proporcionalidad expresan ante todo la equivocidad entre pares de términos o, para decirlo en la sentencia escolástica, los análogos son simpliciter diversa, secundum quid eadem. No es que la Metapolítica sea la Metafísica (en sentido ontoteológico) de la Política; la Metapolítica, aún análoga proporcionalmente a la Metafísica, no tiene en principio nada que ver con la Metafísica ontoteológica, es decir, con la filosofía primera. Tan solo que su relación o razón con ella es igual proporcionalmente a la que mantiene la Metafísica con la Física. En consecuencia, no es necesario suponer que la Metapolítica ha de contener a la idea de Dios, porque la analogía puede establecerse con correlatos de Dios que no sean Dios sino sus opuestos, como el Diablo o el Hombre.
José de Maistre entendió, con absoluta claridad, la analogía propuesta por De Lolme: «quiere decir que los filósofos alemanes han inventado la palabra metapolítica para hacer de ésta, respecto de la política, lo que la palabra metafísica es por respecto a la física». Sin embargo De Maistre se sometió a sus prejuicios tradicionalistas, reinterpretando vulgarmente la analogía como si fuese una metáfora retórica o literaria: «parece que esta nueva expresión [metapolítica] está bien inventada para expresar la metafísica de la política» (y ahora metafísica parece entendida en su sentido absoluto). De este modo, De Maistre creyó acaso haber inyectado la Teología –y con ella acaso la Teocracia, es decir, la sumisión de los individuos a la creencia en la autoridad del Papa y del Rey– como equivalente a la filosofía primera, en la Metapolítica.
7. La construcción del sintagma «metapolítica» que Juan Luis de Lolme ofreció como «determinación de la incógnita x en una analogía de proporción compuesta» (Física: Metafísica::Política:x) no conduce a una idea definida (morfológica) de la incógnita; solamente a la construcción puramente «algebraica» (lisológica, sin contenido morfológico preciso) del término buscado. Dicho de otro modo: la construcción del término metapolítica por De Lolme es, desde el punto de vista gnoseológico, una pura ficción, aunque pretende pasar como rótulo que designa «algo definible como distinto de sí mismo», a la manera como el rótulo fijado en el poste indica el «centro ciudad».
Algunos llegaron a conferir a este rótulo [metapolítica] un contenido absoluto y positivo, la metafísica ontoteológica de la política (como hizo De Maistre). Pero este contenido no se deriva de la proporcionalidad del rótulo Metapolítica, sino de las premisas específicas que puede aportar el intérprete.
A la apariencia de que la construcción de De Lolme tiene un significado propio riguroso e indiscutible, contribuye sin duda el hecho de que comúnmente (y De Lolme, como De Maistre y otros muchos participaban de esta opinión común) se da por supuesto que la metapolítica mantiene una afinidad de principio con la «filosofía política», e incluso se sugiere que la metapolítica sería un modo eufemístico de evitar la expresión común «filosofía política», ya fuera porque esta expresión iba asociada generalmente a la filosofía escolástica (metafísica) tradicional, ya fuera por razones gremiales prácticas (por ejemplo, que aceptar la denominación «filosofía política» podría tener consecuencias profesionales indeseables para el cuerpo o gremio de profesores de ciertas disciplinas, tales como el «derecho natural» o la «teología política», en su competencia o lucha por la vida con el «gremio de los profesores de filosofía», y no ya de los filósofos, que sólo forman «gremios pintados», y no vivos, en lienzos tales como la Escuela de Atenas de Rafael). En este contexto, la denominación «metapolítica» tendría la capacidad de zanjar estas dificultades, incorporando además situaciones indudables que venían dándose en el curso de los siglos, principalmente la situación de que los contenidos de la metapolítica no tenían siempre por qué confundirse con los contenidos tradicionales de la filosofía (puesto que podrían ser contenidos «categoriales» históricos, económicos, sociológicos, antropológicos…).
En cualquier caso, y aún en el supuesto de que en la analogía de proporcionalidad de De Lolme se sustituyese Metafísica por el nombre que le dio el propio Aristóteles, «filosofía primera», se obtendría una mayor determinación, salvo la que procede del intérprete (como pudo serlo De Maistre y sus sucesores, los «tradicionalistas»), puesto que «filosofía primera», en la analogía de proporcionalidad establecida, habría que referirla a la Política («filosofía primera de la Política») y no a la Física («filosofía primera de la Física»), y no sería legítimo sustituir la filosofía primera de la Política por la filosofía primera de la Física.
En cualquier caso sería necesario tener en cuenta que Aristóteles, cuando habló de filosofía primera (lo que al parecer Andrónico de Rodas llamó Metafísica), no se refirió a una filosofía o ciencia determinada morfológicamente, sino «a la ciencia que se busca», y que sólo se aproxima a la Teología en el supuesto de que se hubiera llegado a la evidencia de que el Primer Motor inmóvil del libro VIII de la Física era la causa eficiente, eterna y necesaria del movimiento de la Naturaleza (de la physis). En consecuencia, tratar de definir a la metapolítica por la filosofía («aunque en una rama todavía inexplorada») resultaba ser algo así como tratar de definir lo oscuro por lo más oscuro. Porque la filosofía, sin adjetivos (tales como filosofía estoica, filosofía idealista, filosofía materialista, filosofía escéptica), es un término lisológico cuya determinación morfológica debe proceder de fuentes distintas a la que pueda representar una analogía de proporcionalidad como la de referencia.
El asunto se agrava cuando quienes están conscientes de la diversidad y heterogeneidad categorial de los contenidos de la «disciplina que se busca» puedan estar involucrados en el término Metapolítica. Se cita, entre tales disciplinas, a la Filosofía (Buela: la metapolítica es una «ciencia multidisciplinaria donde convergen literatura, filosofía, historia, geopolítica, sociología, economía, politología y demás, que va más allá de la política, que la trasciende en el sentido que busca las últimas razones que explican su actuar»). Ahora bien: esta enumeración puede servir, sin duda, para describir los contenidos de una «disciplina académica transversal», de un seminario universitario (a la manera como de describe el tema de un seminario o de un curso rotulado «Ciencias del Mar» citando a la Oceanografía, a la Química, a la Física, a la Zoología, a la Geografía, a la Economía política, &c.).
Pero el concepto de «pluridisciplinariedad» no se reduce a una enumeración empírica de disciplinas que convergen en un «proyecto de investigación», o, dicho en la fórmula de Reichenbach, en «contextos de descubrimiento»; una enumeración empírica de disciplinas es una enumeración confusa que deja en la penumbra la cuestión de los «puntos de intersección» de las diferentes disciplinas cooperantes.
Pero la determinación de ese punto de intersección está en función de una teoría gnoseológica de la ciencia, que suponemos de naturaleza filosófica (es decir, metacientífica). Y esto impide incluir a la filosofía como una «ciencia más» al lado de las otras citadas en la enumeración.
Concluimos: la definición de la metapolítica por la interdisciplinariedad sólo puede tener un alcance tentativo, pragmático administrativo, en contextos de descubrimiento, y no un alcance cuya importancia, en la exploración de los posibles contenidos de la filosofía primera de la política, no queremos subestimar. Lo único que afirmamos es que no tiene un alcance gnoseológico que autorice hablar (en contextos de justificación) de la metapolítica como si fuera una disciplina científica definida morfológicamente, o una realidad también morfológicamente determinada.
Para poder «tomar en serio» –es decir, como definición mínimamente precisa en el terreno morfológico, y no como definición tentativa, indeterminada o lisológica– la definición de metapolítica a partir de una analogía de proporcionalidad como la que estableció De Lolme, es imprescindible contar con una definición precisa de los términos de la proporcionalidad, a saber, de los términos de partida de meta (antecedentes, a aquo), física y política, y de los términos de llegada (consecuentes, ad quem), metafísica y metapolítica. Cuando esto no ocurra, la construcción del «cuarto término» (metapolítica) es aparente, por no decir puramente metafórica e incluso mítica. Me remito aquí al análisis del pensamiento mítico pigmeo, encerrado en el mito del Dios cazador, análisis que figura en nuestro prólogo al libro Metodología del pensamiento mágico, de Eugenio Trías, Edhasa, Barcelona 1970, págs. 15-21. El mito pigmeo, según este análisis, establece la analogía de proporcionalidad entre el arco iris y el rayo, y el arco del cazador y su flecha, concluyendo que un dios cazador dispara sus flechas (identificadas con los rayos) utilizando el arco iris. El contenido mágico o mitológico de la analogía lo hacíamos consistir en el hecho de que el término «arco del cazador celeste» ha de construirse ad hoc mediante la introducción de un dios cazador, porque sólo entonces la analogía se sostiene. En nuestro caso: la analogía de De Lolme sólo puede conducir a una definición «mágica» de la metapolítica cuando ya hayamos presupuesto la definición de metapolítica al margen de la analogía.
Ahora bien, los términos antecedentes (a quo) de la analogía, Física y Política, están muy imprecisa y desigualmente definidos: la Física está suficientemente definida en el contexto del sistema aristotélico, y es una definición que se despliega en dos planos: un plano ontológico («Física es el conjunto de los cuerpos que o bien experimentan cambios sustanciales –en el «Mundo sublunar»– o bien experimentan movimientos locales, cuantitativos o cualitativos, propios de la Naturaleza, entendida como el conjunto de seres que se mueven») y un plano gnoseológico («Física como ciencia –o filosofía– de los entes que se mueven en tanto se nos ofrecen en el primer grado de abstracción de materia»). También el término política puede considerarse suficientemente definido en el sistema aristotélico, tanto en el plano ontológico (la política como organización de los animales racionales que viven en la polis, en el Estado ciudad) como en el plano gnoseológico (la política es la disciplina antropológica y, por cierto, arquitectónica, que establece las investigaciones empíricas orientadas al análisis de las construcciones políticas de noticias de observaciones etnológicas o históricas que pretenden determinar los principios de su organización, de clasificación taxonómica de los tipos de organización política, &c.).
Concluimos: cuando una vez «liberados del aristotélico yugo» dejamos de lado el sistema de Aristóteles en el momento de definir los términos a quo de la proporción, e incluso dejamos de lado todo sistema en nombre de una «filosofía libre de prejuicios», entonces los términos a quo y, por supuesto, los términos ad quem de la proporción, pierden la posibilidad de cualquier definición y se convierten en términos «flotantes», indefinidos, lisológicos; por lo que la definición de la metapolítica, en estas condiciones, sólo puede aspirar a la condición de una definición provisional, tentativa o ficticia, y en modo alguno a la condición de definición de una disciplina no ya científica, sino tampoco filosófica.
8. Ahora bien, un «rótulo vectorial» como significante que se refiere a un significado dado a una distancia, dirección y sentido, es decir, a algo que es distinto de sí mismo (como es el caso del rótulo «centro ciudad: dos kilómetros», fijado en un poste), no es, por sí mismo, un significado de algo unívoco y real. Por sí mismo es un significante equívoco que «apunta» a significaciones muy heterogéneas, incluso incompatibles entre sí (aunque eventualmente, entre ellas, pueda mediar alguna analogía). Dicho de otro modo, no es un rótulo que contenga la definición de un concepto morfológico definido, sino solamente una función cuya característica tan sólo ofrece (y ya es bastante) instrucciones para determinar un significado preciso, dependiendo de la determinación de ciertas condiciones o «parámetros». El rótulo vectorial «metapolítica» no determina por sí mismo ningún significado definido, sino una multiplicidad heterogénea de significados, cualquiera de ellos «legítimo», aunque sea incompatible con otros. El significado del rótulo vectorial es por tanto indefinido, pero no vacío; su significado es lisológico, y no morfológico, o bien, desde el punto de vista léxico, su significado es sincategoremático (con-significante), puesto que requiere la determinación de sus consignificados, a la manera como la característica de una función y=a.xⁿ requiere la determinación de sus parámetros. El rótulo del ejemplo que venimos utilizando («centro ciudad: dos kilómetros») implica que está definido el lugar de su implantación (el mismo rótulo trasladado a un lugar más o menos distante cambia de significado); pero también presupone que la dirección, el módulo y el sentido que él indica están definidos.
En nuestro caso el rótulo «metapolítica», para poder ser considerado como definición de un concepto morfológico determinado, requiere necesariamente la determinación de los parámetros, que podemos clasificar en las dos clases siguientes:
(1) Por parte del lugar de origen o punto de partida, o terminus a quo del rótulo: la determinación del término «Política» en el que suponemos que él está implantado. Según la definición que atribuyamos al término Política el significado Metapolítica variará por completo, con lo que podremos afirmar que quien emplea la expresión Metapolítica, sin definir previamente lo que entiende por Política, procede de un modo irresponsable.
(2) Por parte del lugar de llegada, o terminus ad quem del rótulo, será necesario determinar la orientación (distinción, sentido, distancia o módulo) del rótulo vectorial; así también la determinación de los planos en los cuales pueda dibujarse la línea vectorial expresada en el prefijo meta, que nos indique el lugar de lo significado por el rótulo.
Los parámetros de la primera clase, imprescindibles para que el rótulo metapolítica defina algo preciso, no son otra cosa sino la definición de política que estamos presuponiendo. Es evidente que si por política entendemos «el conjunto de instituciones, operaciones o prácticas implicadas en el gobierno ordinario de una ciudad Estado sometido a normas explícitas», podemos hablar de metapolítica para referirnos a todo cuanto tienen que ver con esa política sin ser política ella misma. Y habrá que distinguir si la ciudad de referencia se toma idiográficamente (la política de la ciudad de Zamora o de Toledo en la época de Carlos I) o si se toma nomotéticamente (como una clase de ciudades definidas según su rango de competencias estatales, por la demografía, situación geográfica, &c.). Sería metapolítico todo lo que desborda o trasciende (meta) los límites de las competencias de la política municipal, aunque tenga influencia decisiva sobre ella (por ejemplo, el nombramiento de corregidores, la designación de diputados a las cortes del Reino). Ahora, el rótulo metapolítica designará, sin perjuicio del meta, otras instituciones también políticas, por ejemplo, instituciones propias del Reino o del Estado de España.
Pero si partimos de este reino, por ejemplo, el que se le reconocía a Carlos I cuando desembarcó en Villaviciosa, como delimitación del término a quo de su política, será metapolítico todo aquello que tenga que ver con el Imperio en función del cual Carlos V recibió el título de emperador. Muchos de los diputados de las ciudades que asistieron a las Cortes de La Coruña consideraron como ajenos a la política del Reino de España los asuntos «metapolíticos», pudieran haber dicho, que se derivaban de la «transformación» de Carlos I en Carlo V. Todos sabían que esos asuntos tenían incidencia directa sobre la política del Reino de España, cabría llamarlos metapolíticos con respecto a la política del Reino de España, como metapolíticos serían también los asuntos que derivaban del gobiernos de las Indias occidentales, que Hernán Cortés, en su Relación a Carlos V, ya atribuía una importancia, incluso mayor, que la que tenían sus dominios «europeos».
Por otra parte los asuntos que podían ser metapolíticos en los primeros años de la «entrada» de los españoles en las Indias, habrían dejado de ser metapolíticos cuando se organizaron los Virreinatos, cuyas relaciones con el Rey de España habrían de considerarse tan políticas como lo fueron las relaciones del Rey con los antiguos reinos de Castilla o de Aragón. Una tradición historiográfica muy arraigada tiende a interpretar como un proceso estrictamente político –por analogía con el proceso de constitución de la «nación francesa» a raíz de la Gran Revolución– el derivado de las Cortes de 1812 en el que se dice se constituyó la nación española. Sin embargo esta interpretación podría ser considerada como anacrónica, porque en las Cortes de Cádiz no se definió políticamente la nación española (como quieren quienes interpretan la Constitución de 1812 –que sería mimética de la francesa de 1789– como una mera prefiguración mimética de la Constitución de 1978). Se redefinió el «Imperio español», es decir, la Monarquía hispánica, integrada, según su artículo 3, por todas las personas que viven en ambos hemisferios (a las Cortes de Cádiz acudieron de hecho los diputados americanos). Y todo esto significa que la llamada «Guerra de la Independencia» respecto de la invasión napoleónica, no fue tanto la guerra de la Nación española contra las pretensiones de la Nación francesa; fue la guerra (que en otras ocasiones hemos comparado con el choque de placas geológicas continentales) del Imperio británico y del emergente Imperio francés (napoleónico) contra el Imperio español, en decadencia pero todavía con influencia universal. La «Nación política española» fue constituyéndose más tarde, a partir de la muerte de Fernando VII, que fue la época precisamente de la emancipación política de los pueblos americanos y de la reorganización de los reinos y ciudades en provincias que le tocó organizar a Javier de Burgos.
Metapolítica eran también, en el contexto de la idea de Imperio, los discursos del Obispo Mota o de Antonio de Guevara, las comparaciones de Carlos V con Trajano, Adriano o Teodosio (remitimos a la exposición de la ideas del «imperio metapolítico» al libro España frente a Europa, Alba Editorial, Barcelona 1999, pág. 195; para el concepto transpolítico o metapolítico del Imperio, pág. 368, para el análisis del imperio metapolítico de Carlos V).
Otros ejemplos, tomados de épocas más recientes. Si por política se entiende la política constitucional española de 1978, que gira en torno al Estado, a su organización como democracia parlamentaria, &c., es decir, si por política, en sentido estricto, se entiende la política que se atiene a lo que llamamos capa conjuntiva (en sus ramas ejecutiva y legislativa) del Estado (remitimos a nuestro libro Primer ensayo de las categorías de las ciencias políticas, Logroño 1991), por tanto, al proceso de renovación partidista de representantes parlamentarios, estatales y autonómicos, de creación de leyes o decretos, &c., entonces el propio poder jurídico tendrá algo de metapolítico. De hecho, hay una tendencia a considerar al poder judicial como «apolítico», intemporal, guardián de unas leyes que no están sometidas a las variaciones político partidistas; o, dicho de otro modo, el poder judicial sería metapolítico (universal e «imperial») y no político.
Pero también sería metapolítico todo aquello que se refiere (en la democracia española de 1978) a los asuntos que se plantean más allá de la esfera de la política conjuntiva estricta (de la «Administración»), asuntos que permanecen en le penumbra, discreta o clandestinamente, aunque su existencia y alcance fueran siempre más o menos conocidos o barruntados: por ejemplo, todos los asuntos relacionados con la gestión de las grandes empresas en la primera década de nuestro siglo, tales como Gas Natural o Endesa. La gestión económica de estas empresas, la tristemente célebre OPA de Gas Natural sobre Endesa, lanzada el 5 de septiembre del año 2005, tenía un fondo político (¿o bien metapolítico?) vinculado con los planes, que venían de atrás, del nacionalismo catalán, que utilizaba a la Caixa como instrumento del «poder catalán» frente al «poder central». Un cronista de estos sucesos «metapolíticos», Carlos Sánchez, afirma: «Estos movimientos accionariales en paralelo [metapolíticos] a los cambios políticos son los que explican y dan coherencia a la impresión que a menudo tiene la opinión pública de que la estrategia industrial de la Caja [Caixa] encierra un claro componente político [metapolítico]. Sobre todo tras comprobar el grado de implicación de Zapatero y en especial del PSC [Partido Socialista Catalán] en la OPA de Gas Natural sobre Endesa, que se lanza en septiembre de 2005 en pleno proceso de discusión del nuevo Estatuto de Cataluña. Una impresión que se acrecienta cuando en el medio de la polémica se da a conocer que la Caixa condonó un crédito de seis millones de euros al PSC.»
En cuanto a los parámetros que caracterizan la precisa orientación (vectorial) del prefijo meta, son muy heterogéneos, pero pueden clasificarse según criterios más o menos precisos y, desde luego, bien conocidos en las tradiciones políticas o metapolíticas. Principalmente:
(A) El criterio que distingue el plano ontológico del plano gnoseológico (tradicionalmente, el «ser» del «pensar»). En efecto: la flecha del rótulo metapolítica puede significar, ya sea en el plano ontológico, ya sea en el plano gnoseológico. Distinción por otra parte muy difícil de formular desde el momento en el que se rechaza la tesis de la identidad de ambos planos («una y la misma cosa es el ser y el pensar», del Poema de Parménides). Identidad que, sin embargo, se mantenía incorporada en el sistema de Aristóteles a través de su definición del Acto Puro como «Pensamiento del Pensamiento», y que culminará en la ontoteología cristiana del Dios creador del Universo mediante su pensamiento.
Pero tampoco cabe distinguir los planos del ser y del pensar como si fueran distintos, o por lo menos, como si fuera posible reducir el uno al otro («el pensamiento es un epifenómeno o superestructura del ser», o bien, «el ser es un contenido del pensamiento»). Esta dualidad (reforzada por el cartesianismo) se mantiene todavía en las famosas tesis sobre Feuerbach de Marx, en las que establece la tan célebre como gratuita tesis (literalmente errónea) según la cual «los filósofos hasta ahora han pretendido conocer el Mundo, pero de lo que se trata es de cambiarlo». Trasladando esta tesis al terreno en el que nos encontramos, en el análisis de la metapolítica, Marx vendría a decir que la filosofía es una metapolítica, pero desplegada en el plano del conocer (por ejemplo, como filosofía política); pero la metapolítica debería entenderse más bien en el plano del ser (puesto que busca la transformación de la realidad).
Desde el punto de vista histórico la tesis de Marx es gratuita y errónea. Es cierto que «el filósofo» por antonomasia, durante más de mil años, Aristóteles, entendía la filosofía política como una ciencia que, sin perjuicio de aplicaciones prácticas en el terreno de los juicios sobre una sociedad política determinada (idiográfica o nomotéticamente), es fundamentalmente especulativa, taxonómica, como pudieron serlo la ciencia expuesta en De la generación y corrupción de los animales. Pero el «fundador de la filosofía» (al menos aquel en cuyo círculo se acuñó el término «filosofía»), Platón, asignó a la filosofía política el papel que es propio no ya de un método para conocer las realidades sociales y políticas, sino sobre todo un método para cambiarlas, recurriendo a una utopía o a una ucronía meta-política, a saber, la utopía de su República. Pero intencionalmente, al menos, se movió en el mismo plano, en el plano ontológico, en el que siglos después Bakunin desplegaría también su metapolítica, orientada precisamente a aniquilar el Estado, en torno al cual se suponía giraba la política. Y el plano desde el cual el propio Marx, cuando formuló su concepción de la historia universal como orientada, tras la reabsorción del Estado histórico en una Humanidad sin Estado, una vez superada la alienación derivada de la lucha de clases, también sería metapolítico. Esta es la razón por la cual nos parece que habría que interpretar la concepción marxista de la historia (sea utópica y ucrónica, sea «aureolarmente verdadera») como una concepción en todo caso metapolítica. Una situación límite, puesto que se proyecta más allá de la política en su sentido histórico (o, para decirlo con Marx, en su sentido prehistórico).
Si esto es así cabe concluir que la concepción metapolítica que atribuimos al marxismo presupone la distinción dualista entre el pensar y el ser. Pero si sustituimos esta dualidad por un dualismo entendido en el sentido de la Geometría proyectiva (o si se prefiere, por el dualismo algebraico entre el Álgebra de proposiciones y el Álgebra de clases), entonces nos prohibiremos hipostasiar el plano del ser respecto del plano del conocer, porque siempre que supongamos movernos en el plano del conocer, estaremos maniobrando en el plano del ser, así como recíprocamente.
Según esto, la metapolítica, desplegada en el plano gnoseológico, tiene siempre su dual en el plano ontológico, así como recíprocamente. Es obvio que la metapolítica fue interpretada, ante todo, en el terreno gnoseológico (la metapolítica como ciencia, como disciplina, &c.), pero no por ello tenía que dejar de lado su dual ontológico. Para muchos el caso de actividad metapolítica más evidente («escandaloso») es el del historiador (más aún, del teórico de la historia) que se ocupa del análisis de los Estados o de los Imperios históricos (si se supone que la historia política no es política, a pesar de la sentencia que reconoce como historiador: la historia como magistra vitae) y, por ejemplo, clasifica los imperios en imperios depredadores o heriles e imperio generadores o civiles.
¿Qué alcance ontológico práctico puede tener esta distinción histórica en la política internacional de la Organización de las Naciones Unidas, en la cual los Imperios han sido teóricamente abolidos? Se dirá que se trata de una distinción especulativa, ofrecida a quienes gustan «contemplar» el pasado. Sin embargo es fácil constatar que la distinción entre imperios depredadores e imperios generadores tiene también un alcance ontológico actual, aunque no sea más que porque los conflictos entre ambos tipos de imperio, y sobre todo, sus resultados (como pueda serlo la «leyenda negra» contra España promovida por los imperios depredadores, como el imperio británico o el imperio francés emergente) siguen todavía vivos en el presente. Por ejemplo, en el «desprecio» a España y a su historia, común entre historiadores anglosajones, como Preston, Kamen, Kagan, &c.; desprecio que no sería meramente especulativo, dados sus efectos prácticos en el momento en el que las agencias de evaluación empresarial decretan una depreciación de los valores españoles cotizados en bolsa y contribuyen a su crisis.
(B) Otro criterio importante de clasificación de los parámetros, y que se cruza con el anterior, es el que distingue el sentido regresivo (en su acepción histórica, que lo refiere al pretérito) o en su sentido progresivo (en su acepción práctica, que lo refiere al futuro). Criterio que obviamente es aplicable tanto en el plano ontológico como en el plano gnoseológico.
Teniendo en cuenta los tipos de parámetros dados según este criterio, habría que distinguir una metapolítica regresiva (ya fuera dada en el plano del conocimiento, que nos conduciría a la historia política como metapolítica; ya como una metapolítica ontológica (como la metapolítica tradicionalista desde De Maistre hasta Zerzan y su «vuelta al primitivo»). O ya fuera una metapolítica en sentido progresivo, que podría desplegarse en el plano ontológico (por ejemplo, la política revolucionaria soviética cuando pretendía la instauración del «hombre nuevo») o bien en un plano gnoseológico (la metapolítica como «preología» que pretende predecir las fases de la política del futuro, como la metapolítica del fin de la historia de Kojčve-Fukuyama).
9. Concluimos: el rótulo metapolítica, lejos de contribuir a la definición no sólo de una nueva disciplina (incluso de constituirla) sino también redefinir con mayor profundidad, desde sus fundamentos, a la misma política, se nos manifiesta como un rótulo cuyo papel redefinicional sólo puede ejercitarse cuando presuponemos dada ya una definición de la política, a la manera como la reformulación de la metafísica respecto de la física aristotélica, sólo puede llevarse a cabo presuponiendo una definición estricta de la Física.
Y esto es tanto como denunciar la contradicción, o el círculo vicioso del proyecto de redefinir una disciplina (la política) a partir de un rótulo, metapolítica, que debe presuponer ya dada la definición. Una contradicción (o un círculo vicioso) que cabe también denunciar en el rótulo peripatético «metafísica», en cuando filosofía primera, que se ocupa del Primer Motor eterno del Mundo, en tanto que ahora la Metafísica antecede a la Física que, como filosofía segunda, se ocupa de los movimientos particulares del Mundo, según el antes y el después, impulsados por el Primer Motor eterno. Sin embargo, en la medida en la cual es a la Física a la que corresponde establecer la recurrencia indefinida de los movimientos del mundo (dado el movimiento de un planeta a lo largo de un segmento de su órbita, será preciso reconocer la consecución de su movimiento en el siguiente inmediatamente anterior, y en el siguiente, de modo indefinidamente recurrente), habrá que aceptar también que la Física es la que antecede a la Metafísica, pero en la medida en que ésta sólo puede establecer la eternidad del Primer Motor una vez que sea reconocida la eternidad o recurrencia indefinida del movimiento de la Naturaleza. Para decirlo más brevemente: el Mundo se mueve eternamente a causa (eficiente) de que el Primer Motor inmóvil es eterno, y mueve eternamente al Mundo; pero el Primer Motor inmóvil se mueve eternamente por la razón de que lo movido por él (el primer cielo y las esferas por él comprendidas) también se mueven eternamente.
La contradicción implicada en el círculo se desvanece distinguiendo los dos planos consabidos: el plano ontológico de las causas (ordo essendi) y el plano gnoseológico de las razones (ordo cognoscendi). La Metafísica (como Teología) antecede a la Física en el plano ontológico de las causas («el movimiento cósmico es eterno porque el Primer Motor es eterno»), pero la Física antecede a la Metafísica en el plano gnoseológico de las razones («el Primer Motor es eterno por la razón de que aquello que está moviendo es también eterno»).
Diríamos, según esto: la metapolítica antecede a la política en el plano ontológico (porque la política estricta no puede moverse al margen de las causas metapolíticas que impulsan y alientan a la sociedad política); pero la política antecede a la metapolítica en el plano gnoseológico, porque la metapolítica sólo puede definirse desde una concepción precisa de la política.
La paradoja encerrada en el rótulo «metapolítica» podría, en definitiva, formularse de este modo: el rótulo metapolítica, que pretende indicar el ámbito de una nueva disciplina (la «ciencia que se busca», no necesariamente filosófica), sólo alcanza su sentido cuando ya se ha definido la política.
No puede esperarse, según esto, que la Metapolítica garantice una profundización, incluso una redefinición de la Política, más allá de la «política de superficie», como tampoco hay que esperar que la Metafísica cósmica garantice una profundización (incluso una redefinición) de la Física, tal que la propia Física no pudiera establecer. El campo de la política, como el campo de la física, si es un campo definido (un campo categorial cerrado), ha de ser definido desde él mismo, lo que no excluye que su alcance se precise desde otros campos externos o colindantes.
Lo que sí nos parece seguro es esto: que el proyecto metapolítico, en sí mismo, es confuso y oscuro, por no decir caótico, y, por tanto, vacío. Porque tal proyecto tanto nos conduce a una fundamentación teocrática de la política, como a una fundamentación etológica, o económica, o antropológica. Pero, sobre todo, también nos conduce a la negación absoluta de la política en el «estado final de la Humanidad» (un estado que tal como la dibujan Bakunin, o Marx o Zerzan, habría que considerar metapolítico).
En cualquier caso, la metapolítica asumirá un significado, o bien otro distinto, en función de lo que se entienda por política. Por ejemplo, si la política la entendemos en las coordenadas del materialismo filosófico (es decir, en función de las sociedades políticas «realmente existentes» a escala estatal) y entendemos al Estado como un conjunto de instituciones dadas en el espacio antropológico, clasificadas en tres capas (coordinables con los tres ejes del espacio antropológico): conjuntiva, basal y cortical; cada una de ellas diferenciada en tres ramas (por ejemplo, en las tres ramas de la capa conjuntiva: poder ejecutivo, legislativo y judicial), entonces las política, en sentido estricto categorial, incluirá la política del propio Estado, pero no sólo en la capa conjuntiva, sino también en la capa basal (o económica) y en la capa cortical. Por consiguiente, la consideración de la capa basal del Estado no se entenderá como metapolítica, sino como política estricta; también será político, y no metapolítico, todo aquello que se vincula con la capa cortical, y en especial con la Guerra (que habrá que considerar como continuación de la política, en expresión de Clausewitz, y no como metapolítica, como pretenden, sin saberlo, los teóricos más idealistas del derecho internacional).
Los imperios, en sentido diapolítico, son ante todo políticos; en cambio los imperios, en su sentido metapolítico (religioso o filosófico) ya pertenecen a la metapolítica, o, si prefiere, a la filosofía de la historia (es decir, a la ética de los derechos humanos). Por ejemplo, la distinción que Ginés de Sepúlveda ofreció, en la época del Imperio de Carlos V, entre los imperios civiles y los imperios heriles, sería una distinción claramente metapolítica, porque involucra la cuestión de los «derechos del hombre». Asimismo, la idea de Imperio que figura en las Partidas de Alfonso X el Sabio (partida II, título I, 1). Pero habían comenzado a prepararse en los días en los cuales el Rey Sabio recibió a los embajadores de Pisa, proponiéndole como candidato electo al Imperio, el 23 de junio de 1256. Según esto, el Imperio, en las Partidas, es una idea metapolítica (sin perjuicio de la incidencia, que Alfonso X percibía, que su condición de emperador pudiera tener en la política interna frente a la nobleza levantisca de su propio reino).
Podemos decir que las tareas de la delimitación categorial del campo de la política –que generalmente se lleva a cabo por juristas constitucionalistas– moviliza necesariamente cuestiones gnoseológicas acerca de la naturaleza de la ciencia, del cierre tecnológico o categorial de la política, así como también cuestiones ontológicas de filosofía de la historia o de antropología filosófica. Que son, sin duda, tareas filosóficas, y no meramente «interdisciplinares», cualquier que sea el tipo de filosofía utilizada.
Queda abierta, en todo caso, la cuestión de los límites de la política categorial o estricta (como ciencia y como realidad) y la cuestión de las conexiones de las realidades metapolíticas con las realidades políticas. Lo que nos introducirá necesariamente en los problemas que atañen a la cuestión filosófica de la discontinuidad o continuidad (o de la comunicación o incomunicación, o de la conmensurabilidad o inconmensurabilidad) de los Géneros.