Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 120 • febrero 2012 • página 7
Salvador Martínez Cubells, Batalla de Guadalete
La invasión árabe de la Península Ibérica, espoleada tras la batalla de Guadalete en el año 711, no puede recibir un estricto análisis crítico sin la justa ponderación de la resistencia desencadenada en el interior, ni de su desenlace: la Reconquista de España. Por una razón muy sencilla. De no haberse producido la continuidad de nuestro legado histórico romano y visigótico, si en lugar de conservarse España hubiese perdurado Al-Ándalus, resultaría imposible el cuestionamiento racional y el estudio comparado de los hechos. El devenir de los pueblos y naciones donde triunfó el Islam así lo atestigua. Hasta hoy.
Suele decirse que la historia la escriben los vencedores. Proposición vaga, cual tópico o frase hecha. Postulado ralo, tan firme y sólido como un lema promocional. En realidad, se trata de un discurso victimista, un manantial de melancolía que sobrevive suspirando, lamentándose: cualquier tiempo (o asunto) perdido… fue lo peor. La verdad es que la historia la escriben quienes pueden vivir para contarlo. La historia es sellada por aquellos que disponen de la capacidad estimativa suficiente y de la necesaria libertad de juicio y pensamiento como para dar cuenta de lo sucedido. Allá por donde pasa el bárbaro, no vuelve a crecer la hierba. Allí donde triunfa el despotismo, sólo habla la voz de su amo. Sin posibilidad de réplica.
A diferencia de las anteriores invasiones habidas en Hispania –la romana, los godos–, las cuales fijan una cultura común e integradora, la llegada de los moros por la costa africana, la primera victoria de Tarik sobre el cristiano hispano, y su posterior expansión por parte del territorio peninsular, supuso un trauma profundo en el que España se jugó el presente y el futuro como nación, y, por ende, la libertad y la prosperidad. Roma impone la pax romana. Los visigodos no aspiran a fundar Gotia sobre los escombros de España. Los árabes, en cambio, ocupan el territorio español con intención de someterlo, de quebrar la estructura política y cultural, jurídica y religiosa, vigente; de destruir la incipiente España para implantar, en su lugar, un rampante Al-Ándalus.
Tras la invasión, no sólo estaba en peligro la supervivencia de España. También lo estaba el ser o no ser de Europa. Dos realidades en cimentación, con unos valores compartidos –la tradición greco-romana y el cristianismo–, se esmeran por detener el avance oriental y africano, simbolizado por el arco del mongol, la cimitarra del otomano y la gumía del moro. El crecimiento y la unidad de Europa dependen de la decidida respuesta ante retos de gran alcance: «por ejemplo, la coleta de un chino que asome por los Urales o bien una sacudida del gran magma islámico.» (José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas).
El asalto árabe en Hispania, iniciado en el 711, lo mismo que la culminación de la Reconquista en 1492, no son hechos aislados. La invasión coincide en el tiempo con feroces incursiones musulmanas en otros confines del Viejo Continente, objetivos de parejo ánimo expansionista.
«La Península Ibérica no fue la única tierra de confrontación, de avance y afianzamiento primero y retroceso después del islam desde su aparición: Sicilia, Bulgaria, Grecia, Yugoslavia, la India… también son países en los cuales esa religión entró por la fuerza de las armas y acabó reculando por la reacción a largo plazo de las poblaciones respectivas o por la aparición de conquistadores nuevos.» (Serafín Fanjul, La quimera de al-Andalus).
Por otra parte, coincidiendo con la toma de Granada por los reyes Isabel y Fernando, con la consiguiente expulsión del moro, los turcos afirman su presencia en los Balcanes. No hablamos, entonces, de batallas singulares, sino de una guerra de largo alcance.
Francisco Pradilla, La rendición de Granada (1882)
La inmediata resistencia al moro protagonizada por los distintos reinos y estamentos sociales resultó decisiva para el destino de España (y de Europa). No sólo permitió conservar el legado occidental en la vieja Hispania. Favoreció la continuación del proceso de unidad española ya delineada en el antiguo reino de Toledo, sirviendo, asimismo, de muro de contención que frenase el empuje islámico, al menos en el flanco sur.
No es difícil imaginar la consecuencia efectiva de haber fracasado la Reconquista. Habría Al-Ándalus en vez de España. Un emplazamiento islámico al sur de los Pirineos. Otro país balcánico en el extremo atlántico. Un ensueño, un desvarío, una quimera, un fuego, en fin, que todavía hoy, huestes moras – y milicias cristianas– mantienen encendido.
Aun siendo estos malos tiempos para la épica, la perseverante liberación de España desarrollada durante casi ocho siglos, adopta, en rigor, la categoría de gesta. Harold Bloom advierte en La angustia de la influencia (1973) del anhelo de los discípulos, los epígonos, por destronar a los maestros, los padres fuertes (Strong Fathers). Todavía hoy se respira en la atmósfera intelectual un serio recelo por los «grandes relatos». La intelligentsia contemporánea sigue embobada con la microhistoria y la corrección política, el multiculturalismo y el relativismo, la mixtura y el mestizaje cultural. Esta vigencia dificulta poderosamente la realización del necesario, desinhibido y fiel conocimiento de nuestro pasado. Cohíbe el íntegro y fiel reconocimiento de la Nación española.
Hablaba Ernest Renan de la nación como efecto de un plebiscito cotidiano. La Reconquista fue resultado de los gestos diarios –durante siglos– de un pueblo laborioso y sacrificado, garantizando la repoblación de los territorios recobrados. Fue producto, al mismo tiempo, de la labor callada de los monjes en los monasterios, de la infatigable defensa de la fe cristiana, del Camino de Santiago, de la conservación del legado grecorromano, de la composición de textos, glosas y comentarios que mantuvieron vivo y enriquecido, día a día, la lengua nacional con sus distintas variantes locales.
Van Halen, Las navas de Tolosa
Con todo, la Reconquista triunfó, principalmente, como consecuencia de las gestas de reyes y nobles, las hazañas de Don Pelayo, Fernán González y El Cid Campeador, la victoria en la batalla de las Navas de Tolosa. Sucede que una victoria nacional, si no es relatada y glosada convenientemente, si no continúa viva en el sentimiento popular, desfallece. Y, en ese punto, fácilmente se vuelve contra sí misma. Abraham Lincoln lo dejó dicho: «una casa dividida contra sí misma no se sostiene en pie.» (Discurso en Springfield, Illinois, 1858)
La Yihad islámica no ha renunciado a reavivar la llama –y la llamada– de Al-Ándalus. No pocos españoles se sienten, por lo demás, herederos de Witiza y Don Julián. «No es que España se haya vuelto pro-árabe, es que sencillamente las personas no se atreven a manifestar sus sentimientos y opiniones» (Serafín Fanjul, op. cit.). Simplemente, el odio y el resentimiento hacia España producen extraños compañeros de viaje y mesnada. Sencillamente, la falta de valor y de estima nacional es la causa de un clamoroso silencio del cordero, siempre en peligro de ser sacrificado.
[ El presente artículo, bajo el título de «Invasión árabe y reconquista en España: los gestos y las gestas», ha sido publicado previamente en la revista Debats, número 113, consagrado a conmemorar el «1300 Aniversario de la invasión musulmana en Hispania», Institució Alfons El Magnànim (Valencia), 2011/04, págs. 154 y 155. ]