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El Catoblepas, número 118, noviembre 2011
  El Catoblepasnúmero 118 • diciembre 2011 • página 11
Artículos

Tentativas entre
materialistas ateos y cristianos católicos

Pedro Espejo-Saavedra Roca

Se destejen ideas del materialismo filosófico valorando diferentes aspectos de las nuevas hilachas con respecto a una posible filosofía cristiana

A mi modo de ver y según lo que conozco, el materialismo filosófico niega al Dios cristiano, y en general cualquier visión deísta o teísta del mundo, de tres maneras diferentes. La más inmediata es que Dios no comparece en este mundo nuestro. Ante ella no cabe más que la acción de Dios y el ejemplo de los cristianos en la trasmisión de la fe, puesto en duda hoy día, por citar sólo uno, por los casos de pederastia de sacerdotes católicos. Esta sería la perspectiva más común. Otra manera es negar que la esencia de Dios sea aceptable. Se dirige sobre todo a la manera de argumentar por parte de los cristianos y se sustenta en la concepción ontológica. Por último, la tercera, se fundamenta en la explicación histórica y de la evolución de las religiones y aquí se usa la teoría del espacio antropológico sobre todo de su eje angular. En este artículo sólo me voy a ocupar de la segunda.

La situación sería la siguiente: al materialista ateo un cristiano católico le replicaría que usa figuras parecidas a las que usa aquél, pero con otro sentido, sentido que alcanza precisamente frente a él. Y contra la acusación de panteísmo por parte del cristiano, el materialista precisaría, si cabe, su ontología y reafirmaría su ateísmo esencial.

Represento la ontología materialista mediante la siguiente figura:

Pedro Espejo-Saavedra Roca

Ontología materialista

Me aparto por tanto de la consideración de los términos de la ontología como clases y paso a considerarlos elementos geométricos. La materia (M, M1, M2 y M3) son los vértices, por tanto de naturaleza puntual, de un cuadrado construido con flechas que niegan a la figura un sentido circular y le dan uno entre dos vértices opuestos, definiendo una diagonal principal, entre el origen y el final de las flechas, y una diagonal secundaria entre los otros dos vértices que son a la vez fin y origen de flechas. El Ego viene representado por la flecha que ocupa la diagonal secundaria y es por tanto de grafía lineal. Podría haber elementos de carácter superficial, por ejemplo el área del propio cuadrado. En cualquier caso esta consideración no excluye el tratamiento como clases.

En ella aparecen los elementos necesarios de la ontología M, M1, M2, M3 y E. El Ego trascendental (E) media entre M (Materia ontológico general) y los tres géneros de materialidad M1, M2 y M3. Por otra parte E está inmerso en la materia siendo desbordada por ella. La principal diferencia frente al materialismo filosófico es que la mediación entre M y los géneros de materialidad no se tiene a éstos como unidad, sino que cada género aparece en una relación diferencial frente a E y por tanto frente a M. Por otra parte la posición de E en medio de la figura podría interpretarse como la imposibilidad de la conexión directa entre M y M3 sino es por mediación ya sea de M1 ya sea de M2. Por último E vendría a cerrar la conexión directa entre M1, M2 y M3 que tendría un marcado carácter procesual, presente por otro lado en toda la figura por la presencia de las flechas que habría que interpretar.

«Supuesto que la ciencia categorial evolucionista deja fuera de toda duda que los contenidos de M2 proceden de los contenidos de M1, no queda otra salida del monismo teleológico que negar que M1 sea más pobre que M2. Esta es la verdadera alternativa al hegelianismo…El mundo físico (M1) es «apariencia» (fenómeno), no porque sea casi una nada –contenido de la sabiduría cristiano– hegeliana–, sino porque la «extensión» es el conjunto de conceptos en los que se determina, ante la conciencia, una realidad (M) mucho más rica. Diríamos, por tanto, que los conceptos dados en M3 o en M2 recogen mucha más cantidad de la realidad [que la] que ellos designan que los conceptos dados en M1. Por consiguiente, desde esta perspectiva, el monismo de los fines puede ser ya eliminado, sin por ello ignorar la concepción evolucionista, a la vez que se instituyen las bases de la crítica a los conceptos dados en M1, según la cuál Hegel tenía razón al afirmar que el Espíritu no es un resultado. No ya en su concepto, sino en la realidad por él referida, es absolutamente gratuito afirmar que «hay más realidad» en un individuo humano –aunque este individuo sea Alejandro Magno– que en una simple gota de agua.»{1}

En la misma línea toda la materia M, M1, M2 y M3 están indisolublemente unidas por la propia consistencia del cuadrado, cuyo desarrollo general podría hacerse corresponder con el despliegue de M3 a partir de M a través o de M1 o de M2. Ahora bien la lectura geométrica de la figura corre el peligro de sustantivar los elementos ontológicos cosa que es contraria al espíritu del materialismo filosófico y en general de la verdadera filosofía.

«Cada género de Materialidad está engranado con los otros dos, a través de las realidades mundanas. Ahora ya no nos referimos a las consecuencias negativas del experimento mental de suprimir algún Género, sino a la positiva articulación entre ellos, articulación que ha de verificarse, no en general, sino a propósito de formaciones o contenidos determinados, que son, evidentemente, partes empíricas del Mundo pero que no se dejan reducir …a un solo Género de materialidad.»{2}

Represento la ontología cristiana con la misma figura pero cambiando el nombre de todos sus elementos, en este caso cinco:

Pedro Espejo-Saavedra Roca

Ontología cristiana

Resultan comparados así no sólo los elementos ontológicos entre sí, sino las relaciones que se establecen entre ellos. Creo que la principal novedad es la de introducir al Diablo como elemento ontológico en la posición correspondiente a M.

«La Trinidad dogmática podría ponerse en correspondencia con la trinidad mundana, constituida por los tres géneros de materialidad M1, M2, M3. M1, en cuanto materia que incluye la materia biológica, y por tanto, contiene a los cuerpos vivientes, se correspondería con el sujeto operatorio corpóreo impulsado por el «espíritu de la vida», por la voluntad o el deseo (teológicamente, por el Espíritu Santo); M2 se correspondería con la conciencia reflexiva, es decir, con el Hijo que busca el conocimiento; y M3 se corresponde con el Padre, que se manifiesta a través de M1 y de M2, a los cuales engloba.»{3}

Hay un cambio de posiciones entre el Padre que en este caso se corresponde con M1 y la del Espíritu Santo que se corresponde con M3. Siendo el Padre quien envía al Hijo que precede la llegada del Espíritu. Es decir, la ontología cristiana es contemplada desde el punto de vista de los hombres de su tiempo histórico.

Cabría señalar que a pesar de las correspondencias sugeridas habría una diferencia fundamental entre la ontología materialista y la ontología cristiana así representadas, y es que para un cristiano al final de los tiempos, Dios vence al Diablo, consigue segregarlo, y conforma la armonía del Reino de los Cielos, dónde irán a parar los justos. A este Reino le podríamos asignar el siguiente símbolo:

Pedro Espejo-Saavedra Roca

Implantación del símbolo cristiano

Mientras que para el materialismo filosófico no tendría sentido la figura análoga:

«E es, en cuanto actúa a través de un sujeto operatorio, la «conciencia filosófica», que reúne en la unidad del Mundo (Mi) a M1UM2UM3 a título de Géneros supremos de materialidad, de los que se compone el Universo. Esta totalización, es decir, Mi, es resultado de una «operación» (totatio) que no podría considerarse ultimada al margen del enfrentamiento del Universo Mi «finito e ilimitado», con lo que no es él, es decir, M, como idea negativa en el terreno gnoseológico. Pero no negativa a título de No ser (ni siquiera de su versión como espacio vacío infinito), puesto que ella es «materialidad ontológica positiva» y no meramente abstracta (al modo como lo es la materia prima, inmanente al universo de Aristóteles), es decir, una materialidad trascendental, una materialidad ontológico general.»{4}

Evidentemente otra diferencia esencial entre ambas sería la referencia de los propios elementos. Ahora bien, si suponemos que tanto los materialistas ateos como los cristianos católicos intentamos orientarnos en un mundo común, y puesto que hemos usado la misma figura para dos realidades muy diferentes, cabría pensar que la ontología del cristiano necesitaría al menos otra figura para describir este mundo. De manera que a ésta última parte de la ontología la podríamos llamar ontología de primer orden, que habría que determinar, y a aquella otra celestial de segundo orden. Esta ontología de segundo orden vendría caracterizada por una especie de operación de cierre ontológico ya sea necesario o contingente. Mientras que el carácter de la ontología de primer orden tendría como característica estar abierta a la de segundo orden que es la que le otorgaría su sentido último. Claro está, que el materialista no tendría por qué incorporar esta distinción, aunque la suya ejercería las funciones de la de segundo orden.

«La distinción de los géneros de materialidad no es la única distinción ontológica‑especial. La diversidad de los entes mundanos (átomos de uranio, de carbono, galaxias, árboles, Ramses II y Bucéfalo) es susceptible de elaboraciones ontológicas muy variadas. Acaso la más importante es la teoría de los estratos ontológicos (la Scala naturae)…»{5}

Siguiendo el razonamiento y dado el carácter eminentemente crítico de la ontología habría otra diferencia también fundamental a la hora de enjuiciar las diferentes religiones: mientras el materialista ateo podría englobarlas a todas en un sentido único, el cristiano católico se vería en la necesidad de precisar por qué la suya y no las otras, lo que complicaría aún más su ontología. Habría, según creo, una sucesión desde la posición materialista pasando por la deísta a la teísta, desde las correspondientes a las religiones orientales, la islámica, la judía y por último la cristiana. Dónde precisamente los extremos: la materialista y la cristiana se tocarían debido a la intensa visión pluralista de las mismas.

Sin embargo, podemos dibujar la siguiente figura:

Pedro Espejo-Saavedra Roca

Implantación del símbolo materialista

«El dogma de la Santísima Trinidad, a la vez que mantiene «en reserva», lejos del Universo, a Dios Padre, con su potencialidad creadora y conservadora intactas (y en este momento Dios Padre ejerce las funciones que corresponden a M en el materialismo filosófico), introduce en primer término su orientación hacia el Universo, a través de su hijo, la Segunda Persona (que corresponde al Ego trascendental), y abre la posibilidad de una coacción permanente entre Dios Padre y el mundo creado por él, a través de la Tercera Persona, el Espíritu Santo, asociado a la Iglesia. El cristianismo, con esto, da la vuelta a la metafísica antigua de la eternidad intemporal del Universo, y le imprime un sentido procesual no cíclico, sino histórico, en el que cada siglo, cada año, cada día tiene su significado y su realidad propia.»{6}

Donde ahora la estructura del mundo aparece implícita en Mi y el Ego Trascendental (E) ya no se halla inmerso en la materia sino que bordea junto con M y Mi la figura, siendo ahora de grafía puntual, formando los vértices de un triángulo constituido nuevamente por flechas que evitan también el carácter circular de la misma. Ésta podría interpretarse en analogía con el símbolo cristiano como símbolo materialista del mundo, pero aquí M, análoga del Diablo, no queda excluida, sino que constituye parte del propio símbolo, lo que le confiere un marcado carácter no armonista.

También señalaría que en la ontología cristiana no se podría construir un símbolo análogo al del materialismo porque la conciencia divina, Dios, se constituye precisamente como símbolo trinitario –se correspondería con la fórmula: E = (M1 U M2 U M3) –. En todo caso habría que ensayar una figura como la siguiente:

Pedro Espejo-Saavedra Roca

Así, mientras la anterior figura cristiana tendría un marcado sentido contradictorio, que en cierto modo reflejaría la kenosis de Dios, la fórmula materialista sería más bien evidente, en tanto en cuanto refleja la intención regresiva de la materia ontológico general respecto de los géneros de materialidad.

Por otra parte si comparásemos la figura del símbolo materialista con la fórmula: «Mi ⊂ E ⊂ M» en la que el destino de la inclusión correspondería con el origen de la flecha, el símbolo materialista ya no sería único, como en el caso cristiano, sino que representaría la época moderna de la historia de la filosofía en la que tendríamos que añadir alguna característica gráfica más para poder diferenciar la fase idealista de la propiamente materialista, y así poder completar, con los adecuados cambios de posición de los elementos, las seis fases de la historia filosófica de la filosofía. Se podría decir de esta manera que el símbolo materialista se realiza críticamente en la historia humana, mientras que en el caso del cristianismo se realiza en la historia sagrada, que aún así está involucrada con la humana.

Notas

{1} Gustavo Bueno, Ensayos materialistas, Taurus, Madrid 1972, pág. 365.

{2} Gustavo Bueno, Ensayos materialistas, Taurus, Madrid 1972, pág. 366.

{3} Gustavo Bueno, «El puesto del Ego trascendental en el materialismo filosófico», El Basilisco, nº 41, pág. 79.

{4} Gustavo Bueno, «El puesto del Ego trascendental en el materialismo filosófico», El Basilisco, nº 41, pág. 90.

{5} Gustavo Bueno, Ensayos materialistas, Taurus, Madrid 1972, pág. 361.

{6} Gustavo Bueno, «El puesto del Ego trascendental en el materialismo filosófico», El Basilisco, nº 41, pág. 94.

 

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