Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas • número 116 • octubre 2011 • página 11
1. Un nuevo rótulo para el PFE
Tras la publicación, dentro del Averiguador del Proyecto de Filosofía en Español (PFE), del origen y análisis del rótulo «Leyenda Negra», que propició interesantes debates y algunas secuelas en forma de artículos, con una suave polémica incluida, parecía oportuno continuar colaborando con el citado Proyecto que pone a disposición del público fuentes que ayudan a comprenden cómo cristalizan conceptos y expresiones que a menudo se alejan, con el tiempo, de su sentido original. En esta ocasión, el término escogido, de plena actualidad en la vida cotidiana española, es el adjetivo «españolista», frecuentemente cargado, desde determinadas posiciones ideológicas, de un sentido peyorativo.
Con las cautelas que se han de observar al adentrarse en terrenos bibliográficos y documentales, la primera referencia que hemos hallado en el uso de este vocablo, nos lleva al México de 1830. Y hacemos hincapié en las precauciones que han de tomarse ante tal afirmación, conscientes de que en cualquier momento los archivos, las hemerotecas o alguna obra literaria, pueden procurarnos un precedente que ahonde en los orígenes, y aún en el sentido, de un concepto que, como veremos, ha ido adoptando diversos matices con el paso de sus casi dos siglos de existencia.
Sea como fuere, la primera referencia que manejamos, la encontramos en un documento oficial mexicano: el Registro Oficial del Gobierno de los Estados-Unidos Mexicanos, con fecha del jueves 4 de marzo de 1830. Editado en la Ciudad de México a cargo de la Imprenta del Águila, el fragmento en el que se inscribe la palabra en cuestión es el siguiente:
«Cartas de New-Orleans hasta el 11 de febrero refieren la llegada allí de Mr. Poinsset (sic), y su salida para Washington. Su presencia escitó en New-Orleans la curiosidad general sobre su persona; como sus opiniones sobre nuestra revolución y los tristes anuncios que hizo de sus resultados llamaron las atenciones de los que en aquel país se interesan en nuestra suerte. “No es posible, dicen, esplicarse con mas amargura ni con mayor desprecio de los mexicanos, que lo ha hecho aquí Mr. Poinsset: no puede ocultar sus deseos de venganza, su desprecio por el gobierno, que califica de monarquista, de españolista; y sus anuncios de terribles convulsiones han dado aquí de esa república una idea muy desventajosa”»{1}
El texto sitúa en el centro de la escena a Joel Robert Poinsett, ya de regreso a su patria norteamericana tras su paso por el recientemente independizado México. Se hace, pues, obligado, trazar el perfil de este personaje.
2. Joel Roberts Poinsett
Hijo único del doctor Elisha Poinsett, descendiente de una familia hugonote huida de Francia, los Poinsett, tras peregrinar por Europa, recalan en América el año 1700; y de la inglesa Anna Roberts, Joel Roberts Poinsett{2} nace en Charleston, Carolina del Sur, el 2 de marzo de 1779.
Tras cursar estudios de medicina y química en Edimburgo, el inducido interés por estas disciplinas, le abandona, haciendo que sus pasos se dirijan a la Academia Militar de Woolwich, para regresar a su Charleston en 1800.
Después de una breve estancia en el seno familiar, Joel Roberts Poinsett viajará por Europa. Italia, Suiza, Alemania y Austria son sus destinos, teniendo que regresar a su hogar debido al fallecimiento de su padre. Tras el luctuoso suceso, reemprende sus viajes, esta vez por Norteamérica, para de nuevo dar un salto oceánico y visitar Escandinavia, Rusia –donde el zar Alejando le ofrece un puesto en su Corte–, Ucrania, e incluso afincarse durante un tiempo en París.
En 1810, al servicio ya del gobierno de los Estados Unidos, Poinsett, con sólo 31 años, comenzará a operar políticamente en Buenos Aires. Su misión consistirá fundamentalmente en transmitir la idea de que los Estados Unidos pretendían mantener buenas relaciones con las naciones que se estaban emancipando del Imperio español, propósito que encubría otro: sondear la situación real de estos territorios sudamericanos, contactando con las juntas de gobierno constituidas en los mismos. La ruptura de relaciones entre la junta bonaerense y la Central será otro de sus objetivos. Un año más tarde, Poinsett entrará en contacto con el entonces Secretario de Estado, Santiago Monroe, con cuya doctrina, hecha pública el 2 de diciembre de 1823, simpatizará durante toda su vida.
Una doctrina que bebe de las ideas de Jefferson, tal y como señala Fuentes Mares al reproducir una carta que Jefferson envía a Stuart en enero de 1786:
«Nuestra Confederación debe ser considerada como el nido desde el cual toda América, así la del Norte como la del Sur, habrá de ser poblada. Mas cuidémonos de creer que interesa a este gran Continente expulsar a los españoles desde luego. Por el momento aquellos países se encuentran en las mejores manos, y sólo temo que éstas resulten débiles en demasía para mantenerlos sujetos hasta que nuestra población progrese lo suficiente para ir arrebatándoselos, parte por parte.»{3}
Quince años más tarde, Jefferson ya se plantea el avance territorial de los Estados Unidos hasta el istmo de Panamá. Intenciones que se vieron respaldadas cartográficamente tras la visita que en 1804 le hizo Alejando von Humoldt.
En 1820, el ya anciano Jefferson, propone el establecimiento de una línea que, a imagen y semejanza de lo acordado en Tordesillas tres siglos antes, excluya a las potencias europeas de su acción en Norteamérica. El proyecto, expresado en una carta fechada el 4 de agosto de 1820, termina con una estampa propia del krausismo:
«No está lejano el día en que podamos exigir formalmente un meridiano de división por medio del océano que separa los dos hemisferios, a este lado del cual no deberá oírse ningún cañón europeo, como tampoco un americano en el otro. E incluso durante el violento curso de las eternas guerras europeas, aquí, dentro de nuestras regiones, el león y el cordero podrán descansar juntos en paz.»{4}
Pero avancemos de nuevo al año 1810. En sus meses finales, Poinsett es nombrado Cónsul General de los Estados Unidos para Buenos Aires, Chile y Perú, pasa al país de los araucanos, donde prosigue con sus intrigas, las mismas que le hicieron acreedor de un negativo sobrenombre: el azote del Continente. En contacto con la Junta chilena, participa en la independencia del país con las armas y la pluma, pues llegó a proponer una Constitución para la República de Chile. A finales de 1813, deberá, empero, regresar a Buenos Aires, desde donde, tras una estancia de un año, regresará a Estados Unidos, para acceder al cargo de diputado por Carolina del Sur.
1822 será el año en el que Poinsett es enviado al México de Iturbide. Su principal objetivo será la obtención, por parte de los Estados Unidos, de privilegios comerciales, propósito que exigirá la ruptura de relaciones con las potencias europeas, en particular Inglaterra y Francia, ávidas de hacerse con tan suculento mercado.
De nuevo Jefferson expone uno de los puntos principales de la estrategia useña. Cuba será una pieza clave en su expansionismo. En una carta dirigida a Monroe fechada el 24 de octubre de 1823, le dice:
«Por mi parte, confieso sinceramente haber considerado siempre a Cuba como a la adición más importante que pudiera ser hecha a nuestro sistema de Estados. El control que, junto con Florida, nos daría esa Isla sobre el Golfo de México, y sobre los países e istmos que lo bordean, al igual que sobre aquellos cuyas aguas en él desembocas, habrá de colmar la medida de nuestro bienestar político… Sin embargo, no vacilo en abandonar mi primitivo deseo con miras a oportunidades futuras, y prefiero su independencia, sobre la base de la paz y la amistad inglesa, y no su anexión a nosotros al elevado costo de la guerra y la enemistad con Inglaterra.»{5}
Cuba, en manos españolas, caería como fruta madura. Su pertenencia a una España que se debilitaba, daba tiempo al fortalecimiento de los Estados Unidos. Si antes establecíamos un paralelismo entre la estrategia americana y la seguida por España en su comienzo de expansión americana, el interés en Cuba, encaja también con lo realizado por los españoles tanto con respecto a América como en la tentativa de pasar a Asia desde el archipiélago filipino, tal y como ha señalado con maestría Pedro Insua{6}.
Como señalábamos más arriba, el 19 de octubre de 1824, Poinsett desembarca en Veracruz, siendo recibido por Santa Anna, visitando a Iturbide el 3 de noviembre de ese mismo año. Pronto, Poinsett comenzará a maniobrar en suelo mexicano, tratando de conseguir varios objetivos: el citado asunto de Cuba y, sobre todo, la anexión de Texas, con el propósito de llevar la línea fronteriza hasta el Río Bravo, proyecto que ya había comenzado con el permiso que Iturbide dio en enero de 1821 a Moisés Austin (1761-1821) para enviar trescientas familias de colonos de religión católica, apostólica y romana, sometidos a la observancia de la constitución política de la monarquía española, sancionada en 1812. A estos objetivos se añadía el intento de exportar las estructuras políticas estadounidenses con el fin último de hacer realidad la Doctrina de Monroe.
Si ya hemos citado el caso cubano, para cuya consecución Poinsett debía obstaculizar el acercamiento político que se contemplaba desde Colombia y México, por lo que concierne a Texas, la política seguida por los Estados Unidos será la de favorecer una oleada de colonos en dirección a esos territorios.
Pero si esto ocurría en los bordes del México de la época, Poinsett, en su interior, sentó las bases de la implantación de la masonería adscrita al rito yorkino a la que él mismo pertenecía. La masonería había arraigado en México a finales del siglo XVIII, siguiendo el rito escocés, contando entre sus filas con el propio virrey O´Donojú y con el periódico El Sol como medio de difusión{7}. A desplazar estas organizaciones con el fin de abrir paso a las logias yorkinas, dedicará grandes esfuerzos el de Charleston, poniendo para ello su propia casa como lugar de reunión. El resultado será la fundación de 5 logias que acogerán a muchas de las figuras políticas del futuro. El impulso ideológico de tales instituciones será negrolegendario: de trataba de «ilustrar al pueblo y destruir el fanatismo», en palabras del propio Poinsett. Sus propios nombres, de inspiración prehispánica –India Azteca es uno de ellos–, pretendían poner entre paréntesis la pertenencia al Imperio español. De las filas de estas logias surgirá el Partido Liberal.
La fiebre antiespañola, llevará, en 1828, al saqueo del Parián, mercado de los españoles en la Plaza de Armas de la Ciudad de México. La «raza vil y degradada», en palabras del propio Poinsett, quien no fue ajeno a tal saqueo, ya había recibido un revés de mayor envergadura cuando en 1827 se promulga, bajo el gobierno de Guadalupe Victoria, la primera Ley General de Expulsión, el 20 de diciembre de ese año. Esta Ley venía precedida de rigurosas medidas, como las que se dictaron el 10 de mayo de 1827, según las cuales ningún español de nacimiento podría ocupar cargo alguno en la administración pública, civil o militar. La expulsión afectaba a todos los españoles, que disponían de seis meses para abandonar la República. Mientras tanto, Poinsett había trabajado en otro frente de mayor escala, con un objetivo claro: tratar de obstaculizar al máximo los propósitos unionistas bolivarianos. En concreto, el objetivo era tratar de desviar los principios que estaban en el origen de la celebración del Congreso Hispanoamericano convocado en Lima por Simón Bolívar el 7 de diciembre de 1824 y celebrado finalmente en junio de 1826, Congreso al que el presidente Victoria se había sumado. La iniciativa congresual, suponía un obstáculo a las ambiciones norteamericanas, a las que se había opuesto desde México Lucas Alamán (1792-1853), quien, con una visión más nítida de los elementos comunes hispánicos –raza, lengua y religión– era hostil a las maniobras poinsettianas. Alamán dejó constancia de sus ideas en los cinco volúmenes de su Historia de México, publicados de 1849 a 1852, destacando su propuesta de implantación de una monarquía encabezada por un infante Borbón que impedía la implantación del modelo norteño. El Congreso, a pesar de su celebración, fue un fracaso por las numerosas ausencias, entre las que se contó la de los representantes de los Estados Unidos, que aun sin presencia, enviaron una serie de propuestas, basadas en cuestiones comerciales y en el intento de implantar, de manera explícita en los objetivos manifestados en Panamá, la antieuropea Doctrina Monroe. Por otro lado, las medidas antiesclavistas propugnadas por la parte hispana, chocaban con la realidad norteamericana en esta materia. Un año más tarde, el Congreso se reeditaría, con la presencia en el mismo del propio Poinsett. El éxito fue también escaso.
Hecha esta aclaración, regresemos al asunto de los españoles en México. La primera ley vino acompañada de una segunda, aprobada por el Congreso Federal el 20 de marzo de 1829, que recrudecía las condiciones. De nuevo el paralelismo surge: ¿cómo no recordar las expulsiones de judíos y moros acaecidas siglos atrás en la Península? Podemos imaginar a los españoles firmando, como hicieran los judíos expulsados, letras de cambio que les permitieran recuperar sus bienes lejos de sus tierras{8}. En cualquier caso, si las analogías surgen casi de manera automática, México no ha debido cargar con este oscuro peso.
La expulsión de suelo mexicano, no sería exclusiva de los españoles, pues el propio Poinsett la sufrió en sus carnes poco después: el primero de julio de 1829. La orden partió de la Secretaría de Estado del Departamento del Exterior de los Estados Unidos Mexicanos, gobernados por el masón yorkino Vicente Ramón Guerrero Saldaña (1782-1831). En la comunicación, firmada por José María Bocanegra (1787-1862), quien durante una semana asumió el gobierno interino de México coincidiendo con la salida de éste del propio Guerrero, se aludía al «clamor público contra el señor Poinsett», a quien se acusaba de numerosos males causados a la República, entre los que se incluía la sospecha de que algunos artículos muy críticos para con México, publicados en suelo norteamericano, habían salido de su propia pluma{9}. El 3 de enero de 1829, Joel Roberts Poinsett abandonará México para no regresar, siendo sustituido por Antonio Butler, quien continuará su labor, especialmente la tejana.
Su estrella, sin embargo, no declinó con el regreso a su nación, pues ocupó el puesto de Secretario de Guerra desde 1837 hasta 1841 y durante su presidencia se continuó la eliminación de los indios, acciones estas que seguían la línea de las leyes de remoción impulsadas por el propio Jefferson.
La muerte, tras dedicarse en sus últimos años a sus negocios, le sorprendió en 1851, dejando tras de sí una larga estela. Todavía en 1910 encontramos en la prensa española un artículo titulado «Congreso Pan-Americano-1826»{10} en el que es citado, integrando su actuación en las maniobras que los Estados Unidos hicieron en unas cumbres que pronto languidecerían a pesar de los intentos yanquis de redirigirlas buscando sus propios intereses políticos y comerciales.
3. Españolista. Origen americano
El 4 de marzo de 1830, el Registro Oficial de los Estados-Unidos de México, recoge la llegada de diversas cartas enviadas en febrero desde Nueva Orleans, en las cuales se informa de las evoluciones de Poinsett ya regresado a su país. Su nada honrosa salida de México, propició que este se dedicara a propagar distintas especies por la nación norteña.
De entre estas, cabe destacar la acusación hecha al gobierno de México, el mismo que había pedido su expulsión, de «monarquista» y «españolista». Si bien, lo ajustado de las fechas, introduce un importante grado de confusión, pues Anastasio Bustamante (1780-1853) toma el poder el 1 de enero de 1830 tras levantarse en armas contra el propio Guerrero, circunstancia que propicia que un convulso mes de diciembre viera pasar por la presidencia mexicana, y en el plazo de dos semanas, a José María Bocanegra y Villalpando (1787-1862) y al triunvirato formado por Pedro Vélez (1787-1848), Luis Quintanar (1772-1837) y Lucas Alamán. Aunque enfrentados entre sí, los integrantes de este heterodoxo grupo tenían importantes cosas en común, como es la adhesión, es el caso de Guerrero, al Plan de Iguala (1821) que propugnaba un México independiente bajo un monarca de la casa Borbón, o el pasado como combatientes realistas de algunos de ellos, destacando de entre ellos el propio Bustamante.
Por otro lado, todavía estaba muy reciente el episodio de Tampico. Recordemos: el 27 de julio de 1829, desembarcaron unos 3500 soldados españoles para tratar de recuperar México bajo las órdenes del General de Brigada Isidro Barradas Valdés (1782-1835), hijo de Matías Barradas de Miranda, primo hermano de Sebastián Francisco de Miranda (1750-1816), circunstancia que no impidió que hallara la muerte al ser degollado por los republicanos durante la Guerra de la Independencia de Venezuela. La intentona de reconquista encabezada por Barradas, supuestamente apoyada por la Santa Alianza y por el propio Wellington, fue repelida en gran medida por la población civil. Tras tomar un desolado Tampico, las tropas realistas se adentraron en terreno mexicano, ocasión que aprovechó el ejército mexicano para vencer a la guarnición que había quedado en la ciudad. Las escaramuzas, a las que se sumaron las enfermedades, se prolongaron hasta la derrota española, acaecida el 11 de septiembre de ese mismo año.
Una primera lectura de las palabras puestas en boca de Poinsett podría insinuar una cierta connivencia de Guerrero, en virtud de los objetivos del Plan de Iguala, con las tropas españolas, monárquicas al fin, pudiendo llegar esta discreta colaboración a la posibilidad de una nueva intentona española que contara acaso con la complicidad de gentes del interior, del gobierno, incluso, de México. Esta era la hipótesis manejada por Fernando VII, animado por las informaciones dadas por los españoles expulsados de México a los que pidió una ayuda financiera que nunca llegó. Si bien, la trayectoria personal del propio Guerrero desmiente rotundamente esta teoría. En el caso de referirse a Bustamante, quien podría facilitar un nuevo golpe originado en España, lo cierto es que los hechos desmintieron tal intención, pues España nunca volvió a intentar recuperar el suelo mexicano. Las razones de esta acusación parecen ser otras:
Por lo que respecta a Guerrero, pese a haber estado en la órbita poinsettiana, no parecía proclive a plegarse a los deseos norteamericanos, constituyendo un obstáculo para la implantación del modelo al cual consagró sus esfuerzos Poinsett, pero, sobre todo, era un freno al expansionismo de la Unión. El comienzo de su caída nos remite a la fecha del 15 de septiembre de 1829, cuando firma el Decreto de Abolición de la Esclavitud, documento que, al margen de la liberación de los esclavos, le enfrentaba a los colonos norteamericanos instalados en Texas, cuya economía estaba basada en esta particular mano de obra. La caída de Guerrero, acusado de gobernar de forma ilegítima, y en la que ocupó un papel protagonista Anastasio Bustamante al promover su inhabilitación, supuso la expulsión de las logias yorkinas. Bustamente, que será responsable del asesinato del propio Guerrero en 1831, contaba además con el apoyo de las logias escocesas. Este era también un duro golpe para Poinsett.
Sea como fuere, las acusaciones lanzadas por Poinsett, interpretadas como fruto de su resentimiento, carecen de credibilidad para los informadores mexicanos. Sin embargo, éstos son plenamente conscientes de que la cuestión tejana seguía estando candente. La táctica yanqui de ir tomando esas tierras por el método de una invasión de colonos, seguía en pie, razón por la cual, en las misivas, se sugería la necesidad de reforzar militarmente unos territorios que México acabaría perdiendo en 1836.
La carta, simultáneamente, apostaba por mantener con el poderoso vecino del norte cordiales relaciones, propósito para el que la ausencia de Joel Roberts Poinsett en territorio mexicano, parecía verse favorecido.
En 1832 hallamos otra nueva referencia dentro del libro de Manuel Montúfar, Memorias para la historia de la revolución de Centro-América, por un guatemalteco (Jalapa 1832):
«Gainza no tomó medidas para preservar el reino de una insurrección: tenía recursos y podía contar con todos los jefes de las provincias, tanto como con el partido españolista, a cuya cabeza estaba Valle; pero cierto de que era imposible que Guatemala se conservase bajo la dependencia española siendo Méjico independiente, no oponía sino débiles diques al torrente de la opinión: se manifestaba como un agente de España, disputaba los derechos de los americanos a la independencia; pero sus relaciones más íntimas eran con los independientes, y no tomaba medidas para contrariar sus proyectos.»{11}
El literato Manuel Montúfar Alfaro (1809-1857), en sus memorias, relata los acontecimientos acaecidos en torno a la redacción, por parte del licenciado José del Valle (1780-1834), del acta de independencia de Guatemala, territorio al que había llegado el vizcaíno Gabino Gainza, militar realista que acabaría aproximándose a Iturbide para, posteriormente, caer en desgracia. El texto en concreto, alude al ofrecimiento que México hace a diversos territorios centroamericanos, entre ellos la antigua Capitanía del Reino de Guatemala, a unirse al proyecto diseñado en el Plan de Iguala (1821). Efectuadas las votaciones en las diversas alcaldías, según las ideas del propio del Valle, Guatemala se incorpora en 1822 al Imperio Mexicano, para salir de él con la caída de Iturbide en 1823.
Dos décadas más tarde, la palabra reaparece de nuevo en América. En 1857 es empleada por el liberal colombiano José Hilario López Valdés (1798-1869), de nuevo en unas memorias:
«Mi director espiritual, que era españolista, pero moderado, me dijo: esto es verdad; pero los que son enterrados en las iglesias gozan de muchas indulgencias que pueden servirle a usted de sufragios para su alma.» (José Hilario López, Memorias del general José Hilario López, antiguo presidente de la Nueva Granada, escritas por él mismo, París 1857, tomo I, pág. 58.)
Sobrino de Mariano Lemos y Hurtado, prócer de la independencia de Nueva Granada López, quien se refiere a sí mismo como español americano, cuenta cómo, tratando de ser un émulo de Napoleón Bonaparte, se alistó, a los 14 años en las filas independentistas. Cautivo a los 18 años junto con otros 20 combatientes relata el sorteo por el cual fue condenado a muerte:
«Se introdujeron en una vasija 17 boletas blancas y cuatro con esta inscripción «Muerte.» Un niño como de ocho años comenzó a sacar las boletas.»{12}
Y los posteriores acontecimientos en los cuales se vio envuelto. Despreciando su vida, López añade:
«Yo, que conservaba mi boleta de muerte, la hice un cigarrillo diciendo que era preciso sacar de todo el mejor partido y que por otra parte, era el destino que merecía el instrumento que había decidido de mi suerte. Encendí mi cigarrillo, y con él entré a capilla, acompañado de las otras 3 víctimas, y protestando todos, que moriríamos con resolución y dignidad.»{13}
Confesado y comulgado, el joven hacendado puso sus papeles en regla, renunciando a casarse con su prima Rosalía Fajardo con quien pudo contraer nupcias siete años más tarde e incluso liberando a una esclava. El extracto en el que se inserta el vocablo «españolista», se refiere a cómo, después de que su abuela mandara tomarle medidas para el ataúd con el objeto de ser enterrado en la Iglesia de Santo Domingo, en vez de en un cementerio público, su director espiritual, un clérigo chileno españolista apellidado Lugo, le reconforta en tan difícil trance en el cual, incluso, algunos religiosos manifiestan su adhesión a la causa criolla.
Finalmente perdonado, López entra al servicio de Simón Bolívar, combatiendo en Venezuela, para enfrentarse a éste posteriormente y luego firmar un convenio de alianza. Tras nuevas escaramuzas bélicas, ocupará diferentes puestos militares y ministeriales en la República de Nueva Granada, surgida tras la disgregación en 1830 de la Gran Colombia.
José Hilario López Valdés fue presidente de la República (1849-1853), destacando entre sus medidas la abolición de la esclavitud, decisión que provocó un alzamiento, acentuó la separación Iglesia-Estado –volviendo a expulsar a los jesuitas que habían regresado un lustro antes– e implantó la libertad de prensa y diversas reformas agrarias entre las que destaca la disolución de los resguardos indígenas, liberalización que fue aprovechada por la burguesía para ampliar sus propiedades y obtener mano de obra barata.
Perdemos aquí el rastro del uso del vocablo «españolista» en México, pero lo veremos reaparecer por medio de la historiografía mexicana a mediados del siglo XX. A José Vasconcelos (1882-1959) le debemos las siguientes líneas incorporadas a su Breve Historia de México (1956):
«En todo caso, ¿quién era más sombrío, Alamán españolista o Juárez, que no pudiendo ser indigenista por que no existe lo indio tuvo que convertirse en testaferro de protestante y masones yankees.»
Para los ojos del autor de La Raza Cósmica, los tres pilares de la ideología alamanista, característicos de la civilización hispana, aun propiciando la caracterización de su enunciador como españolista, eran más positivos para la nación mexicana que la propuesta de Juárez, asimilable a los proyectos poinsettianos.
Sin perjuicio de su desarrollo en las nuevas naciones hispanoamericanas, el rótulo «españolista» se hace habitual en España, en el contexto de la pérdida de las provincias de ultramar que conservaba como últimos vestigios de su imperio, como puede seguirse en la entrada correspondiente al rótulo «españolista».
Notas
{1} Registro Oficial del Gobierno de los Estados-Unidos Mexicanos, jueves 4 de marzo de 1830, año I, núm. 43.
{2} Seguimos, para realizar esta semblanza, el libro de José Fuentes Mares, Poinsett. Historia de una Gran Intriga (Editorial Jus, 2ª edición, México DF 1958).
{3} Op. cit., pág. 36.
{4} Ibid., pág. 40.
{5} Ibid., págs. 43 y 44.
{6} Véase su artículo titulado «Hermes en China», El Catoblepas, núm. 71, enero 2008, página 16.
{7} Poinsett. Historia de una Gran Intriga, págs. 92 y 93.
{8} Véase Jean Dumont, Juicio a la Inquisición española, Encuentro, Madrid 200.
{9} Véase Registro Oficial del Gobierno de los Estados-Unidos Mexicanos, miércoles 10 de febrero de 1830, año I, núm. 21, pág. 3.
{10} El Globo. Diario liberal independiente, Edición de la tarde, Madrid, miércoles 9 de febrero de 1910, págs. 2-3.
{11} Op. cit., pág. 2.
{12} Op. cit., pág. 56.
{13} Ibid., pág. 56.