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El Catoblepas, número 115, septiembre 2011
  El Catoblepasnúmero 115 • septiembre 2011 • página 14
Libros

Un día en la antigua Roma

Sigfrido Samet Letichevsky

Sobre el libro de Alberto Angela, Un día en la antigua Roma: Vida cotidiana, secretos y curiosidades, La Esfera de los Libros, Madrid 2009, 380 páginas

Alberto Angela, Un día en la antigua Roma: Vida cotidiana, secretos y curiosidades, La Esfera de los Libros, Madrid 2009 Alberto Angela organizó su libro como un recorrido por Roma, desde «unas horas antes del alba», hasta las 24 horas, «el último abrazo». Así, nos hace sentir como si viviéramos el la época de Trajano y realmente viéramos los complejos aspectos de su vida y de su estructura económica. Suetonio (ref. 2) comentó que el aumento del circulante hizo bajar los intereses y subir el precio de los campos. Enunció esta relación casi 1500 años antes de los tardo escolásticos (Martín de Azpilcueta) a quienes se suele atribuir, lo cual es un indicio de la enorme magnitud de la actividad económica del Imperio que hizo la primera globalización.

Paralelamente a la repugnancia que hoy nos produce la esclavitud, nos muestra sus consecuencias, que involucran un monumental desarrollo cultural y económico.

Los hechos que relata, son conocidos. Pero el conjunto, visualizado a lo largo de un día, tiene el mérito de poner en evidencia que la evolución social se produce en gran parte prescindiendo de los deseos de los hombres, de sus ideas y propósitos. Los fenómenos complejos involucran factores autoorganizantes, que incluso integran el egoísmo y la crueldad… para beneficio de los humanos.

La muerte como espectáculo

«La actividad del Coliseo –dice en pág. 221– monopoliza en gran parte la vida de la ciudad: tanto por la capacidad del anfiteatro (entre 50.000 y 70.000 espectadores), como, sobre todo, por los violentos combates que tienen lugar en su interior».

La muerte era, en Roma, un gran espectáculo. Y tanto el ajusticiamiento de delincuentes como las luchas entre gladiadores, se hacían con una crueldad que hoy consideramos horrorosa. «Estremece pensar –pág. 307– que los cuatro siglos y medio de actividad del Coliseo lo convirtieron en el lugar de la Tierra donde más gente ha muerto en una superficie tan restringida. Ni en Hiroshima, ni en Nagasaki, se produjo tal concentración de muertes. En esa simple arena se dio muerte a cientos de miles de personas, y según algunos, ¡incluso a más de un millón!». Angela nos recuerda (pág. 257) que las ejecuciones públicas fueron tradicionales en Europa hasta hace poco tiempo y que «A partir de 1826 llegó la guillotina, que se consideraba menos inhumana». Y que muchos programas de televisión son la forma moderna de tomar la muerte y el sufrimiento como espectáculo. Después de describir una feroz lucha entre gladiadores nos dice (pág. 321):

«Pero, ¿la cosa acaba siempre así? En realidad, parece que morir sobre la arena no era algo demasiado frecuente entre los gladiadores. Por varios motivos. En primer lugar porque hacía falta mucho tiempo para adiestrar a un gladiador y, por tanto, perderlo enseguida significaba que se esfumaban años de trabajo. Además, los gladiadores costaban mucho dinero: tanto al lanista que lo entrenó como al organizador de los juegos, que, en caso de muerte, tenía que pagar por él un precio más alto que lo normal. Así pues, está claro que decidirse por el pulgar hacia abajo no le resultaba indoloro al organizador…».
«Por añadidura, no hay que olvidar el negocio de las apuestas ni tampoco la afición que rodeaba a muchos campeones, los cuales, por motivos obvios, "tenían" que seguir vivos…».

Una de las cosas que evidencian la inteligencia del autor, es que nos hace ver que, aunque la psicología estudia los comportamientos individuales, en lo social hay que prescindir de ésta mientras se descubren los factores autoorganizantes que a pesar de la crueldad, que impulsaría a terminar con la vida de los perdedores, debido al interés de los que se lucran con ella… tienden a prolongar su vida.

Al aparecer los Supermercados, dejábamos los carritos abandonados en cualquier parte. Los empresarios idearon la introducción de una moneda para poder retirarlos que se recuperaría al dejarlos en su lugar, y el orden se hizo, a pesar del insignificante valor de esa moneda. La función principal del dinero es facilitar la circulación de mercancías, pero en este ejemplo es tan sólo impulsarnos a ser ordenados. Los empresarios pueden, personalmente, ser personas honradas o no serlo. Pero han comprobado que en su actividad comercial les conviene ser totalmente honrados para asegurarse una clientela fiel y creciente. Nadie imaginaría que en un supermercado podrían darle dinero falso o mercaderías en mal estado, pues incluso las normales puede devolverlas sin tener que dar explicación alguna.

Esclavitud

«Ser esclavo en Roma imperial –dice en pág. 191– es verdaderamente lo peor que le puede ocurrir a uno». Es verdad, si se tiene la desgracia de ser prostituido o entrenado para gladiador. Pero ya Marx dijo que esclavizar a los prisioneros fue una mejora frente a simplemente matarlos. Se los mataba cuando la productividad del trabajo era tan baja que no permitía explotarlos; en cambio los esclavos producían algo (o a veces mucho) más de lo que consumían. Los que en Roma tenían la suerte de pasar a ser domésticos de algún Dominus (señor rico), eran mejor tratados y hasta podían, con el tiempo, lograr la manumisión (comprada u otorgada el Dominus). Esta esperanza haría más soportable la vida de muchos esclavos.

Angela se pregunta (pág. 194) si el sistema romano, basado en la esclavitud, podría funcionar hoy, y su respuesta es no.

«Ante todo porque si un empresario quisiera utilizar esclavos, como hacían los romanos, tendría que pensar también en darles de comer, en proporcionarles un techo, una cama y cuidados adecuados». Y no podría hacerlo, porque la rentabilidad de un esclavo es muy baja.

En pág. 192 nos da un listado de cosas que hacían los esclavos y que ahora hacen (mejor, más rápido y más económicamente) las máquinas. Por eso dice con razón en pág. 194:

«Muchos aspectos de nuestra vida cotidiana que damos por descontados, o que consideramos fruto de duras conquistas sociales son, en realidad, un subproducto de las fuentes energéticas. {o, para hablar en forma general, de la productividad del trabajo}. Incluida la liberación de la mujer». Y en la página siguiente: «El desarrollo industrial exige, en cualquier caso, el fin de la esclavitud». Ciertamente la humanidad mejora (y mejora, a pesar de lo que muchos «indignados» creen y de problemas reales), lo cual es una dura conquista social, pero que no se debe a la «lucha política» sino al trabajo tenaz y a las realizaciones de científicos y tecnólogos. Cuando la riqueza social alcanzó cierto nivel, permitió a Rotschild (en Inglaterra) y a Bismarck, el «Canciller de hierro» (en Alemania) iniciar lo que ahora llamamos «Estado de Bienestar».

También existen esclavos «públicos» (pág. 186) que trabajaban en «por ejemplo las grandes termas, el cuerpo de bomberos, los almacenes de alimentos, la sección de abastos, o bien se dedican a la construcción de carreteras, puentes, etc.». (…)

«Todos esos esclavos permiten mantenerse en pie a la economía romana».

En la página siguiente nos dice que muchos, como Séneca y los estoicos consideran a los esclavos como seres humanos, no objetos. Pero nadie piensa que se pueda prescindir de ellos. Roma es esclavista, pero no racista: no se discrimina a nadie por el color de la piel (pág. 183).

Vivienda

Los domus (las casas de los ricos) eran 1.797. La mayoría de los romanos vive en insulae, de las cuales había (durante el reinado de Septimio Severo) 46.202. Eran edificios de varios pisos, de apartamentos. La división social, que hoy es por barrios, era entonces por «plantas» de vivienda..El propietario cede el arriendo a un administrador, y «exige «sólo» las cuotas de alquiler del apartamento de la planta baja, que a menudo tiene el mismo aspecto y el mismo precio que una auténtica domus patricia». Al ir subiendo, los pisos son cada vez peores y más miserables. Debido al alto alquiler, los ocupantes deben subarrendar habitaciones, y esas plantas altas son una especie de «tercer mundo». Allí viven (pág. 96) «Fundamental– mente los «músculos» de Roma, es decir, los que hacen que la ciudad funcione cada día : criados, obreros, albañiles, trabajadores de los transportes o del abastecimiento de tiendas y mercados. Viven con gran economía, junto a sus familias. Y, además, hay también maestros y pequeños artesanos».

Los Foros… y su destrucción por Julio II

Los Foros eran los lugares desde donde se gestionaba el Imperio. El de la República resultó insuficiente y César, Augusto, Vespasiano, Nerva y Trajano, fueron agregando nuevos. (pág. 201). «Un esfuerzo colosal: imaginad cinco nuevos Foros, con sus correspondientes edificios, plazas y estatuas puestos en fila: se podía pasar de uno a otro a través de los elegantes pórticos y columnatas que había entre ellos. Por tanto, constituían un único y extraordinario complejo, con estucos, mármoles y estatuas doradas… Aquí se gestionaba la administración del Imperio, pero también su justicia. Aquí residía el espíritu de Roma».

Pero en el siglo XVI –Renacimiento– el papa Julio II dio orden de explotar los Foros como canteras para la reestructuración de Roma. Muchos, como Miguel Ángel y Rafael, protestaron, pero fue inútil. «(…) como tras la explosión de una «bomba atómica cultural», quedaron sólo ruinas y jirones de edificios (…)» (pág. 202).

Termas: el baño de los romanos

«Es una verdadera maravilla técnica, arquitectónica y artística jamás vista en toda la antigüedad (e incluso en la historia del hombre). (pág. 274)Son las grandes termas de Trajano» (…) «La entrada no es libre, pero el precio es verdaderamente popular: un cuadrante {aunque, pág. 278, las mujeres pagan más, un as (= 4 cuadrantes) (…) las Termas de Trajano son una verdadera ciudad del placer, del relax y de la diversión: es una ciudad dentro de la ciudad…»

Los romanos no conocían el jabón. Después de bañarse con agua, eran masajeados y frotados con aceite. Deberían tener la piel siempre grasienta.

De paso, recordemos algunas estadísticas interesantes de los romanos de la época de Trajano, 115 d.C.:

 HombresMujeres
Estatura media1,65 mt.1,55 mt.
Peso65 kg.49 kg.
Esperanza de vida41 años29 años

«W.C.’s» romanos

En la Roma imperial llegaron a contarse 144 letrinas públicas (pág. 235). Hay que pagar (muy poco); están gestionadas por concesionarios del fisco. «(…) son poquísimos los que tienen retrete en casa». Esos retretes son colectivos y son también lugares de sociabilidad, como los Foros y Termas. Mientras nos dice Angela que las termas son utilizadas también por mujeres, no aclara si hay retretes para mujeres. Leemos una gran verdad en pág. 240, a propósito de la Cloaca Máxima:

«Este impresionante sistema de vertidos de Roma, comparable a los «riñones» de un ser vivo, es un concepto increíblemente moderno. Los romanos, siempre tan pragmáticos, comprendieron desde el principio que ninguna gran concentración humana puede existir sin un eficaz sistema de alcantarillado. Y eso dice mucho sobre una civilización que todavía no conocía las bacterias, pero que había entendido la importancia fundamental de la higiene y la limpieza, simplemente explotando el agua (un aspecto que no se igualó ni siquiera en la Edad Media, ni se ha alcanzado aún hoy en una gran parte del Tercer Mundo)».

Aún en la actualidad, medidas que podrían salvar muchísimas vidas, son rechazadas porque no hay aún una teoría que las explique. Por ejemplo (ref. 3), Semelweiss demostró en 1847 que los casos de «fiebre puerperal» disminuían drásticamente si los médicos se lavaban las manos antes de tocar a la paciente. Pero aún no se conocía la teoría de los gérmenes, de Pasteur, de modo que tan eficaz, sencilla y económica medida fue rechazada. De la misma manera se rechazó la idea de la migración de los continentes (Wegener, 1912) porque aún no se conocía la tectónica de placas que la explicara. Muchos grupos humanos se extinguieron por haber tomado medidas inadecuadas y otros subsistieron y crecieron por haber hecho lo adecuado aún sin tener consciencia de ello. No todo es racional: los romanos podrían haber tenido la higiene como un rito más. Y sus consecuencias, podrían haber sido inesperadas.

Los recursos del Estado

En pág. 208 menciona la principal fuente ocasional de recursos del Imperio: «Una gran campaña que en dos asaltos permitió la conquista de una nueva provincia, Dacia, con un colosal botín en oro y plata, de tal cuantía que pudieron cancelar las deudas de los contribuyentes… Es una Roma en la cúspide de sus conquistas imperiales». Naturalmente, los romanos no reprocharon a Trajano que hiciera quemar los registros de deudas; por el contrario, aceptaron gustosamente que pagaran los dacios (actuales rumanos).

Comercio internacional

Leemos en pág. 45, que «un romano, un poco como nosotros, se viste con prendas producidas en países lejanos, fenómeno que es el resultado de la primera gran globalización de la historia, la que se produjo en el Mediterráneo por obra de Roma». En pág. 153 nos habla de ciertos edificios bajos y alargados: «Son los horrea, los grandes almacenes de la capital. Es su «manto graso», el lugar donde acumula las reservas; ánforas de vino, ánforas de aceite, trigo, mármoles… Cualquier materia prima acaba en aquellos edificios, de una longitud de cientos de metros, y dotados de distintos niveles, incluso subterráneos». Detrás, surge una colina que creció en los próximos siglos y se conoce como Monte Testaccio. Se calcula que está formado por más de 40 millones de fragmentos de ánforas. Casi todas transportaban aceite de oliva (70kg.c/u y 30kg el ánfora) desde Andalucía. Cada habitante de Roma «consume más de 22 kg de aceite (en alimentación pero también en iluminación, en cosmética, en farmacia, en los ritos religiosos, etc.), y eso ilustra las dimensiones ciclópeas de su comercio». Y en pág. 155:

«Roma lo succiona y lo engulle todo de sus provincias. Desde Bretaña o desde Egipto, llegan contínuamente barcos repletos de trigo, aceite, vino, mármol, estaño, oro, plomo, caballos, madera, pieles, plata, lino, seda, esclavos… Hasta fieras para los anfiteatros.»

«Los datos son de vértigo. Basta con decir que cada año llegan a Roma por barco entre 200.000 y 270.000 toneladas de trigo. (…) Una vez al mes se distribuye trigo de forma gratuita.»

En pág. 114 nos enteramos de que una jornada de trabajo dura unas 6 horas. El trabajo de comerciantes, transportistas, etc. era imprescindible, pero con la baja productividad de entonces, una jornada de 6 horas era una parte más del Estado de Bienestar, basado en la esclavitud, el saqueo y el comercio internacional. Y (pág. 141) «jamás hubo en la antigüedad tantas personas, en todas las capas de la sociedad, que supieran leer, escribir y hacer cuentas: hombres y mujeres, viejos y jóvenes, ricos y pobres…».

Y esto no es todo. «Hay que decir (pág. 156) que el Estado romano ayuda mucho a los ciudadanos, sobre todo a los más necesitados, con repartos gratuitos (o a precios bajos) de géneros de primera necesidad, como pan, harina, aceite, legumbres, carne… Esos repartos afectan nada menos que a entre 150.000 y 170.000 familias, es decir, aproximadamente, ¡un tercio de la población total de la capital del Imperio!».

Es difícil imaginar cómo se administraba una ciudad de casi un millón y medio de habitantes y un imperio mundial, sin ordenadores, sin siquiera papel y tinta, y sin comunicaciones rápidas (correo electrónico, teléfono, telégrafo, aviones, etc.) En el Templo de la Paz, del Foro de Vespasiano, se encuentra (pág. 226) la famosa forma Urbis, «la planta del catastro de Roma (…). Ocupa realmente toda la pared. Es una planimetría perfecta, a escala 1:240, con todos los muros de las casas, las columnas y las fuentes grabadas y pintadas de rojo. Está prohibido acercarse».

Angela enumera (pág. 176) «los ocho grandes problemas de la antigua Roma, que son asombrosamente parecidos a los de las grandes ciudades actuales:

• El tráfico (peatonal);
• El ruido y el caos por las calles y los callejones;
• El tiempo que hay que emplear en los desplazamientos;
• La suciedad de la ciudad;
• La crisis de la vivienda con precios astronómicos;
• Los derrumbes y la falta de seguridad en los edificios;
• La inmigración salvaje;
• La inseguridad por las noches.

Las tradiciones: vivas y coleando

En la segunda cumbre del Capitolio estaba el templo de Juno Moneta (pág. 66). Al lado «se estableció la ceca de Roma, a la que normalmente se hacía referencia con la expresión ad Monetam, es decir, junto a Moneta (el templo de Juno). De ahí derivó la costumbre de llamar al dinero con el término «moneda».

Dice en pág. 64: «El Dominus está ahí, mirándonos fijamente, con la barbilla hacia arriba para acentuar su posición de dominio». Esa exactamente era la posición corporal de Mussolini.

Los relojes eran de sol; incluso los había minúsculos, de bolsillo (pág. 71).

«Ya en aquella época se cebaba y se engordaba a las ocas a base de higos: de su hígado se obtenía, igual que hoy en día, el foie gras (su nombre romano era ficatum, de ficus). (pág. 353). Hígado viene de higo. Como había comentado Ortega («Una interpretación de la Historia Universal») , se trata de una elipsis de iecur, que, si contiene higos, está ficatum.

Los banquetes terminaban con la commissatio, una alegre competición de brindis (pág. 347):

«En este momento el señor de la casa (o el presidente que se haya elegido) decide cómo hay que beber. Casi siempre hay una serie de copas que hay que beber de un trago: ¿cómo? Por ejemplo, los asistentes se colocan en un círculo, cada uno de ellos vacía la copa de un trago y luego se la pasa al vecino.»

Quien haya visto una antigua película argentina (Alas de mi patria, 1939) tal vez recuerde la escena de brindis en círculo, en la cual los participantes cantan:

«Tómese esa copa, esa copa de vino».
«Ya me la tomé!»
«Ya se la tomó!»
«Y ahora le toca al vecino…»

El «fascismo» parte de la tradición Romana de los lictores, «cuyo distintivo eras las fasces: un hato de varas y, según los casos, un hacha, todo ello atado con una cintas rojas. (Nota pág. 197). El saludo fascista con el brazo en alto, es también el saludo romano. Además de estos símbolos, Mussolini intentaba revivir en los italianos el antiguo imperialismo romano. Por eso invadió Etiopía, sin más finalidad que la simbólica.

Referencias

1. Alberto Angela, Un día en la antigua Roma (RAI, 2007),.La Esfera de los Libros, Madrid 2009.

2. Suetonio, Vida de los doce Césares, Ed. Juventud, 1990.

3. S. Samet, «Política y creencias», El Catoblepas, nº 100 (Junio 2010).

 

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