Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 115 • septiembre 2011 • página 7
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Diez años desde el 11-S. Ya. Diez años de 11-S. Todavía. No quiere esto decir que la nube de ceniza que oscureció la línea del horizonte aquel día aciago siga cubriéndonos con su manto asfixiante, hasta el punto de no dejarnos ver más allá. Hay vida y libertad tras el 11-S. Hemos sobrevivido al 11-S. He aquí el acontecimiento. Porque iban a por más. Iban a por todas. Hemos resistido y resistiremos.
Muchas cosas han pasado desde entonces. No todas malas. Las acciones militares aliadas desarrolladas en Irak y Afganistán, las políticas contraterroristas aplicadas por las democracias más relevantes del mundo, han logrado frenar el avance del terror, merced a actuaciones tanto quirúrgicas como preventivas. Algunas muy destacables y resolutivas. Acaso la más notable haya sido la localización y muerte, finalmente, del primer y máximo responsable, aunque no el único, de la masacre: Osama bin Laden.
Como una nube no hace verano, ocurre, sencillamente, que los hombres libres en las sociedades no olvidamos. Ni olvidaremos nunca aquella villanía. «We will never forget», continúa simbolizando la llamada de piedad y justicia de las víctimas, los muertos y los vivos, la cual no debe ser desatendida ni ignorada. Jamás. Por la misma razón, nunca olvidaremos tampoco el Holocausto ni la causa del pueblo judío y de Israel, que no es otra que poder vivir en libertad, con seguridad y dignidad. Estas sí son causas. No como otras, que son excusas causadas.
Hoy, a pesar de todo –aun contando los ataques habidos desde entonces en diversos lugares del planeta–, Al Qaeda y el terrorismo internacional están más débiles que aquel 11 de septiembre de 2001. Igual que sucede con los atentados terroristas en su conjunto, si no ha habido que sumar más ataques y víctimas, ello es debido a la imposibilidad para golpear más veces. O a las severas dificultades de movimiento que se les ha puesto a los dirigentes y las células terroristas para volver a hacer daño. Especialmente, en territorio norteamericano. Según fuentes oficiales citadas por el periódico estadounidense The Wall Street Journal, Bin Laden y su jefe de operaciones en el exterior, Atiyah Abd al Rahman, planeaban preparar a un grupo de secuaces de Al Qaeda con el objetivo de atentar en EEUU, en varias líneas ferroviarias del país, el 11 de septiembre de 2011, coincidiendo con el décimo aniversario del día de la vesania.
El megaterrorismo no ha ido a más, sino a menos. Todo ello a pesar de que, tras la llegada a la Casa Blanca del presidente liberal-demócrata Barack Hussein Obama, ha habido una ralentización en las iniciativas antiterroristas, que parece confirmarse con una próxima retirada de fuerzas militares estadounidenses en Afganistán y otras zonas «sensibles» de la zona. Barak Hussein Obama incluso ha llegado a frivolizar a propósito del 11-S, comparando la vesania con otros «desastres» y «calamidades» de fuerte «contenido social», rebajando así su relevancia, y preparando de paso el terreno para cubrir la Zona Cero con un previsto manto de cemento y silencio.
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La vesania la llevó a cabo el fundamentalismo islamista. Pero, la pretendió rentabilizar la izquierda política en Occidente, con vistas a su reconstrucción. Alicaída como estaba después del derrumbe del Muro de Berlín y la «verdad develada» del socialismo real{1}. La izquierda política siempre ha tenido, desde sus inicios históricos, allá por la Revolución Francesa, un «problema» con el terror, entendido y empleado como arma de acción política (revolucionaria, ejecutiva/ejecutora, justiciera). Por sus acciones y sus textos los conoceréis.
Cae estos días en mis manos un libro francamente didáctico, que desnuda con tanta franqueza como obscenidad el corazón (bombeador de sangre) de la República y el alma (laica) de la izquierda política. El volumen lleva por título Slavoj Zižek presenta a Robespierre. Virtud y terror.{2} El contenido es, ciertamente, para a uno se le caiga de las manos. Un libro atroz, en fin, aunque interesante. Quiero entender que su condición de antología de un clásico (Robespierre) y de «trabajo de investigación histórica» (?) evita no ser tildado de flagrante apología del terrorismo. Porque justificación y exaltación del terror, las hay. Vaya que las hay.
El pretexto es la palabra de Maximilien François Marie Isidore de Robespierre, cabeza guillotinada de la Revolución Francesa, adalid del Terror y referente principal del republicanismo, el progresismo y el izquierdismo de ayer. Y de hoy. Así hablaba el ejecutor ejecutado:
«Si el principal instrumento del Gobierno popular en tiempos de paz es la virtud, en momentos de revolución deben ser a la vez la virtud y el terror: la virtud, sin la cual el terror es funesto; el terror, sin la virtud es impotente. El terror no es otra cosa que la justicia rápida, severa e inflexible; emana, por lo tanto, de la virtud; no es tanto un principio específico como una consecuencia del principio general de la democracia, aplicado a las necesidades más acuciantes de la patria.» (Robespierre, «Informe sobre los principios del Gobierno revolucionario, realizado en nombre del Comité de Salvación Pública. 25 de diciembre de 1793/5 de nivoso del año II»).
No pocos artículos, ponencias y libros recientes conozco en los que profesores funcionarios del Estado defienden los principios emancipadores y progresistas del republicanismo, entendido como socialismo después del socialismo, verdugo del capitalismo, modelo de democracia popular y virtuosa, manual para presidentes de Gobierno insolventes, guía de Progreso. Por razón de progreso será, entonces, por lo que vuelven al modelo político de la Antigua Roma y a Robespierre...
La izquierda política no condenó sin «peros» en la lengua los atentados terroristas del 11-S. De hecho, bastantes de sus seguidores lo justificaron y no pocos incluso lo celebraron obscenamente. En privado y en público. ¿Creen que lo hemos olvidado? Algunos distinguían entre «clases de terrorismos», y hasta daban clases sobre terrorismo y democracia. También está, decían (y dicen), el «terrorismo de Estado» (no, no se referían al intervencionismo generalizado ni a las políticas fiscales y recaudatorias de los Gobiernos). En algunos casos, sostenían (y sostienen) el terrorismo es la única salida para los «pobres»...
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«El problema a este respecto no es el terror como tal; nuestra tarea actual consiste precisamente en reinventar un terror emancipatorio.» (Slavoj Zižek presenta a Robespierre. Virtud y terror, pág. 25).
Además, les hemos oído decir (y lo dicen aún) que América se lo estaba buscando. Tampoco los americanos son unos angelitos ni inocentes. ¿Recuerdan? Sobre la «culpa objetiva» y el «significado objetivo» de los actos humanos disertó el estalinismo de antaño y diserta el izquierdismo de hogaño: «aunque un individuo honrado actúe con intenciones sinceras, puede ser sin embargo «objetivamente culpable» si sus actos sirven a las fuerzas reaccionarias, y es por supuesto el Partido el único que puede juzgar sobre lo que «significan objetivamente» sus actos.» (Ibídem, pág. 30).
Hay democracias y democracias. Está la «social» y la «burguesa». Sabiduría salida del manual de progresismo. Para hacer una tortilla, hay que cascar huevos. ¿Les suena esto también?
«Ésa es la dimensión propiamente «terrorista» de cada explosión democrática: la brutal imposición de un orden nuevo.» (Ibídem, pág. 45)
Por su parte, Thomas Carlyle captó sagazmente el mensaje revolucionario de los jacobinos en brillantes momentos de su muy valiosa historia de la Revolución Francesa: «Oh, amigos girondinos, no es una república de las virtudes la que vamos a construir, sino sólo una república de las fuerzas, virtuosas o no.»{3}
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¿Por qué el comunismo, el constructo ideológico que ha generado más matanzas y destrucción la historia toda, se ha declarado en todo momento pacifista, sin reservas ni excepción?
«Robespierre era un pacifista, no por hipocresía ni por sensibilidad humanitaria, sino porque era muy consciente de que la guerra entre las naciones sirve por lo general como medio para ofuscar la lucha revolucionaria dentro de cada país.» (Slavoj Zižek presenta a Robespierre. Virtud y terror, pág. 8).
¡Bendita sinceridad! La guerra entre naciones no excluye, necesariamente, el recurso táctico y estratégico (y aun la obsesión) por la «guerra civil» como medio político para llegar o mantenerse en el poder. De hecho, los comunistas han antepuesto históricamente (y anteponen todavía) la guerra civil a la guerra entre naciones. Será, asimismo, porque hay guerras y guerras...
Los causantes y palmeros del 11-S no han ganado la guerra a la libertad. Pero tampoco han pedido perdón.
Notas
{1} Cfr. Fernando Rodríguez Genovés, «"Izquierda política", resurrección e insurrección», El Basilisco, revista de Filosofía, Ciencias Humanas, Teoría de la Ciencia y de la Cultura, Oviedo, segunda época, número 36, enero-junio 2005, páginas 99-104.
{2} Slavoj Zižek presenta a Robespierre. Virtud y terror, Introducción a cargo de Slavoj Žižek, textos seleccionados por Jean Ducange, traducción Juan María López de Sa y de Madariaga, Akal, Madrid 2011.
{3} Este mismo año ha sido publicada por Ariel una muy correcta antología de la célebre obra de Carlyle, a cargo de Ruth Scurr: Fuego y cenizas. La Revolución Francesa según Thomas Carlyle. La cita la tomamos de esta edición, pág. 155.