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El Catoblepas, número 113, julio 2011
  El Catoblepasnúmero 113 • julio 2011 • página 6
Filosofía del Quijote

El erasmismo antiteológico
y procaritativo del Quijote

José Antonio López Calle

Segunda parte del estudio sobre la interpretación erasmista del Quijote de Américo Castro. Las interpretaciones religiosas del Quijote (13)

Américo Castro

En la primera parte de este estudio examinamos la posición de Cervantes ante el clero y la vida monástica, las ceremonias religiosas y la devoción a los santos. En esta segunda parte, nos proponemos analizar las principales declaraciones dispersas en el Quijote de carácter sentencioso presuntamente impregnadas de erasmismo. Castro destaca dos en especial en El pensamiento de Cervantes, a partir de las cuales construye sendos argumentos en pro del erasmismo cervantino: la primera de ellas refleja, según Castro, una actitud hacia la teología por parte de Cervantes similar a la de Erasmo; y la segunda una posición religiosa hacia las obras de caridad igualmente coincidente con la del teólogo y moralista holandés. Discutámoslas por separado siguiendo este orden.

El menosprecio de la teología

En cuanto a la primera, Castro y los suyos han pretendido hallar, en efecto, en el Quijote una actitud antiteológica o, por lo menos de desprecio a la teología, pareja a la de Erasmo, a la que se contrapone la práctica de una vida sencilla. Y como prueba de ello Castro saca a relucir el párrafo en que Sancho le espeta a su amo: «Bien predica quien bien vive, y yo no sé otras tologías [teologías]», a lo que don Quijote responde: «Ni las has menester» (II, 20, 707). Pero quienes, como Castro y sus partidarios, lo entienden así entran en contradicción con el conjunto del libro cervantino, que da signos claros e incuestionables de una actitud favorable al cultivo de la teología. El Caballero del Verde Gabán, don Diego de Miranda, considera la teología, a la manera de los escolásticos, como la reina de las ciencias, que su hijo debería haber estudiado y se lamenta de que no haya sido así, y su interlocutor, don Quijote, no discute esta aseveración tan encomiástica de la teología. ¿Y cómo había de hacerlo, si apenas unas páginas antes de encontrarse con don Diego, el propio don Quijote había entonado su propio elogio de la teología al declarar que el caballero andante debe dominar varias ciencias, entre ellas la de la teología para así poder defender convincentemente la fe cristiana? Don Quijote no se contenta con una fe de carbonero; aspira a tener una fe ilustrada y para ello es necesario disponer de un buen conocimiento teológico.

Es más, al caballero manchego le gusta meterse en disputas teológicas, como bien se advierte en el pasaje en que lo vemos disertar sobre la diferencia entre la sabiduría del diablo y la sabiduría de Dios (II, 25, 748). Incluso para Sancho, a pesar de ser iletrado, pero, al fin y al cabo, vive en un tiempo y un país en que la teología se respiraba por todos los poros, la estimada como reina de las ciencias posee una connotación de prestigio, pues, luego de escuchar atentamente el discurso de su amo sobre las justas causas de usar las armas y sobre la ética evangélica, al que ya nos hemos referido en otros lugares, no encuentra otra forma de ensalzar más a su señor que llamarlo teólogo: «El diablo me lleve si este mi amo no es tólogo [teólogo], y si no lo es, que lo parece como un güevo a otro» (II, 27, 765).

Por todo ello suponemos que Cervantes, lejos de desdeñar la teología, sentía un gran aprecio por ella y, por tanto, la frase de Sancho citada más arriba («…yo no sé otras tologías») no debe entenderse en un sentido despectivo hacia la teología, sino como un intento de expresar una idea de lo más común: que no hay mejor predicación que la del buen ejemplo y que para llevar una buena vida cristiana no se menester teologizar, idea de la que no se precisa invocar la autoridad de nadie como fuente particular de ella, pues estaba extendida entre toda suerte de gentes, en aquella época y ahora.

Las obras de caridad

Otra importante señal de la influencia del erasmismo en el cristianismo cervantino reflejado en el Quijote cree descubrirla Castro en la célebre frase sobre las obras de caridad censurada por la Inquisición española en el Índice expurgatorio del cardenal Zapata (1632): «Las obras de caridad que se hacen tibia y flojamente no tienen mérito ni valen nada» (II, 36, 830), frase que pronuncia la Duquesa como advertencia a Sancho por su falta de disposición para cumplir la penitencia de los azotes para el desencanto de Dulcinea y por hacer todo lo posible además por propinárselos blanda e indoloramente, sin sentirlos. En El pensamiento de Cervantes Castro apenas prestó atención al pasaje, limitándose a exponerlo como reflejo de la importancia concedida por Cervantes a la caridad y a informar de que fue tachado por la Inquisición. En este libro la conexión con el erasmismo era muy tenue, pues simplemente se señalaba la coincidencia con Erasmo en colocar en primer plano la caridad entre las virtudes cristianas, como si esto fuese un rasgo privativo del erasmismo y no un rasgo característico del cristianismo.

Pero, apenas unos años después, en un breve artículo «Cervantes y la Inquisición» (1931), volvió sobre sus pasos, reexaminó la frase y luego de cotejarla con una frase análoga de los Comentarios al catecismo cristiano (1558), de
fray Bartolomé Carranza, erasmista, en la que se declaraba que las obras no valen nada si no van acompañadas en estado de gracia, proposición condenada por la Inquisición romana como contraria a la ortodoxia, terminó concluyendo que la frase reflejaba «el abolengo erasmista» de la religiosidad de Cervantes (el citado artículo puede consultarse en El pensamiento de Cervantes y otros escritos cervantinos, págs. 493-9).

Ahora bien, cabe preguntarse por qué Castro cree detectar abolengo erasmista en una doctrina que él mismo admite que defendían otros autores anteriores a Erasmo. Él mismo nos remite a la tradición medieval de pensamiento interiorista y mística, como la representada por el autor flamenco del siglo XIV Ruiysbroek, en quien ve un precedente de la doctrina de Carranza y supuestamente la de Cervantes, aunque el texto en que la exponía se pudo leer tardíamente traducido en fray Juan de los Ángeles, Diálogos de la conquista del reino de Dios (1595). Pero también halla la misma doctrina en un pasaje del Libro de oración, horas canónicas y oficios divinos (1545) escrito por el gran teólogo y canonista Martín de Azpilcueta, llamado el Doctor Navarro y hoy más conocido por sus importantes contribuciones a la economía.

Pero lo que Castro no nos dice es que Azpilcueta era antierasmista, que su libro se escribió como crítica del opúsculo de Erasmo sobre la oración, el Modus orandi Deum (1524), y que está escrito desde la perspectiva de una teólogo escolástico inserto en la tradición tomista y que su posición sobre la oración, análoga, según él, a la de Carranza y Erasmo, se inspira en santo Tomás, y no en Erasmo. Y ello sorprende tanto más cuanto que en una sección del pasaje citado del libro de Azpilcueta precisamente invoca la autoridad de santo Tomás para afirmar que la oración y demás buenas obras no son meritorias si el que las hace es un pecador y no está en estado de gracia, sección que transcribimos a continuación: «Conclusión es de Santo Tomás (2, 2, q. 83, art. 13) y común, que la oración del que está en pecado mortal y fuera de la gracia divina, no puede ser meritoria de la vida eterna, como tampoco lo puede ser otra obra alguna» (Citado por Castro «Cervantes y la Inquisición», pág. 495 de la edición del libro de Azpiclueta de 1561, cap. VIII, pág. 140, aunque la primera edición con un título distinto es de 1545).

Tampoco se molesta Castro en comprobar la referencia de Azpilcueta al artículo en cuestión de la Suma teológica. Si lo hubiera hecho habría descubierto que el Doctor Navarro, quizás por citar de memoria, se equivoca de artículo (no es en el 13, sino en el 16 donde se aborda la cuestión del valor de la oración de los pecadores) y que, lo que es más grave, ha malinterpretado el pensamiento de Azpilcueta, quien, siguiendo a santo Tomás, cuando afirma que la oración del que no está en estado de gracia no es meritoria, no quiere decir por ello que no valga nada en absoluto, para así aproximar lo que dice Azpilcueta a lo escrito por Carranza y Cervantes. Santo Tomás ciertamente afirma que las oraciones del pecador no son meritorias para la salvación, pero esto no quiere decir que no valgan nada en absoluto, sino que poseen, si el pecador ora, claro está, con piedad y para pedir lo necesario para la salvación, lo que él llama un valor «impetratorio», esto es, para conseguir de Dios una gracia o bien espiritual: «Y, aunque su oración no es meritoria –escribe santo Tomás en la respuesta a la segunda objeción de los que alegan que los pecadores, con su oración, no pueden conseguir nada de Dios–, puede, no obstante, ser impetratoria; porque el mérito se basa en la justicia, mientras que la impetración depende de la gracia» (II-II, q. 83. a.16) . Y seguramente esto es lo que quiere decir Azpilcueta, aunque al no precisarlo, puede resultar algo ambiguo.

Malinterpretando así a Azpilcueta, Castro pretende oponerlo al pensamiento de Melchor Cano, a quien considera el representante en el campo teológico de la reacción eclesiástica a las ideas de Carranza sobre el nulo valor de las buenas obras hechas en pecado mortal. Pero Melchor Cano en su censura del Catecismo de Carranza, como buen tomista, se había limitado a exponer la doctrina de santo Tomás, al declarar que las buenas obras o de virtud hechas fuera del estado de gracia sí valen algo, aunque no sean meritorias para la salvación, y es que valen en especial para salir del pecado, señaladamente, escribe, el dar limosnas. Y en esto no parece que Azpilcueta discrepe de Cano, como sostiene Castro. Y si fuese cierto que discrepa y que su posición se acerca más a la de Carranza, ello perjudica el sentido de la argumentación de Castro, puesto que, no siendo el Doctor Navarro erasmista, ello mostraría que en la época de Cervantes se podía defender una doctrina semejante a la de Carranza y Cervantes sobre el valor de las buenas obras hechas en una disposición interior inadecuada desde corrientes de pensamiento muy diferentes, sin que haya, pues, necesidad de invocar influencia erasmista para explicar la frase de Cervantes.

Lo más interesante del caso es que Castro aproxima también la posición de Carranza a la de Cano, pues defiende al primero de la acusación del segundo de que no admitía el valor impetratorio de las buenas obras del pecador y a este efecto trae a colación un pasaje del catecismo de Carranza en que el arzobispo admite efectivamente, poniendo el mismo ejemplo que Cano del dar limosnas, que estas obras son religiosamente valiosas para el que las hace aun cuando sea pecador; en palabras de Carranza: «Puede decirse que el hombre limosnero se salvará [no nos dice Castro si las cursivas son suyas o de Carranza], y que las limosnas le librarán de la muerte y condenación eterna, que por sus pecados había de tener. Porque de ellas dará Dios su gracia para que haga su penitencia» (la cita la tomamos de «Cervantes y la Inquisición, pág. 496 n. 12, que Castro extrae del fol. 426 del Comentarios al Catecismo cristiano). Pero si es así, que, a la postre, Carranza acepta la doctrina de que las buenas obras del pecador no son meritorias, pero sí impetratorias, se desvanece el argumento del erasmismo cervantino supuestamente manifiesto en su dicho sobre las obras de caridad por su semejanza con la que hasta ahora Castro nos presentaba como la doctrina de Carranza, que ahora, bien mirada, admite la salvedad de la utilidad impetratoria de las buenas obras del pecador. Pues si Carranza ahora no resulta ser erasmista en esto, sino defender la misma doctrina que Melchor Cano, entonces tampoco Cervantes estaría bajo la influencia del erasmismo, sino del tomismo difundido por los teólogos escolásticos españoles de su tiempo.

La frase de Cervantes de que «las obras de caridad que se hacen tibia y flojamente no tienen mérito ni valen nada» es ambigua, pues cabe interpretarla de dos maneras. Según una primera lectura, podría querer decir simplemente que las buenas obras hechas con una disposición religiosa inadecuada no valen nada en el sentido de que no son meritorias, sin excluir que sean impetratorias, si es que la expresión «ni valen nada» simplemente refuerza el «no tienen mérito» y, en tal caso, su sentido sería plenamente conforme con la ortodoxia fijada en este punto por la teología católica en el Concilio de Trento, que hizo suya la doctrina tomista. Pero según una segunda lectura, la frase resulta ser heterodoxa, si es que, como parece, además de negar que sean meritorias, les niega cualquier otro valor en la medida en que la expresión «ni valen nada» parece excluir cualquier salvedad y con ello la doctrina oficial del valor impetratorio de las buena obras de un pecador, provechosas para obtener beneficios divinos, tal como lograr el perdón por la misericordia divina y salir del pecado, una doctrina que se ha enseñado y divulgado hasta en catecismos enormemente populares, como el del jesuita padre Astete de fines del siglo XVI, que ha seguido reeditándose hasta el siglo XX. Y por tanto la censura inquisitorial, conforme a esta segunda lectura, estaba correctamente fundada.

Otra cosa es que, aun supuesta la exégesis heterodoxa de la declaración cervantina, la inspiración de la idea le venga a Cervantes de la corriente de pensamiento erasmista. Ya hemos visto que desde la Edad Media había corrientes religiosas y teológicas en que se afirmaba algo semejante, sin tener nada que ver con el erasmismo. Fue la amenaza del luteranismo y demás corrientes protestantes lo que obligó a la Iglesia, a partir de la Contrarreforma, a ser menos condescendiente con expresiones hasta entonces toleradas. De hecho, en el caso del Quijote la Inquisición dejó pasar la frase de marras hasta 1632.

Para terminar con este punto, digamos que la declaración de Cervantes sobre la falta de valor de las obras de caridad flojas y tibias puede tener un origen muy distinto de lo que hasta ahora se ha pensado y que nada tiene que ver ni con Erasmo ni con textos de carácter religioso o teológico. Nadie ha podido determinar ningún libro de este género que haya podido influir en Cervantes. En cambio, sí podemos identificar un libro profano, de carácter puramente literario, en el que se encuentra casi calcada la frase censurada del Quijote: se trata del Amadís de Gaula.

Bastante antes de que empezase a divulgarse el pensamiento de Erasmo en España (cuyas obras más importantes no empezaron a publicarse en español hasta 1525, siendo antes sólo conocidas por una minoría de letrados latinistas) en el Amadís nos topamos con la frase «las buenas obras que con pena y dilación se fazen muy gran parte pierden de su valor», claro antecedente, como bien cabe apreciar, de la de Cervantes. Y además por dos veces. La primera vez se pone en boca del rey Perión, en conversación con su hijo Amadís (Amadís de Gaula, II, Cátedra, 2005, cap. CXX, pág. 1575 y n. 9); y la segunda vez, en boca del malvado encantador Arcaláus, con una formulación algo diferente: «Las buenas obras que más costriniendo la necesidad que charidad se hazen no son dinas de mucho mérito» (op. cit., cap. CXXX, pág. 1722 y n. 92) y que, sin embargo, no fueron censuradas por la Inquisición. Esto ha pasado inadvertido a los promotores del erasmismo cervantino, quizá por no molestarse en leer el Amadís o quizá por haberlo leído –tal podría ser el caso de Castro– antes de tomarse en serio el supuesto erasmismo de Cervantes y de ahí que se pasasen por alto esas dos declaraciones, pero no a algunos de sus estudiosos, como bien documenta Juan Manuel Cacho Blecua, el encargado de la magnífica edición de la célebre novela de caballerías que hemos manejado, según el cual el primero en percatarse de este hecho fue José A. Oria en un artículo de 1958.

 

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