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El Catoblepas, número 108, febrero 2011
  El Catoblepasnúmero 108 • febrero 2011 • página 10
Artículos

Vicente Blasco Ibáñez y la leyenda negra

Iván Vélez

Una conferencia en Buenos Aires en el verano de 1909

Vicente Blasco Ibáñez al llegar a Buenos Aires
Vicente Blasco Ibáñez al llegar a Buenos Aires

1. La Leyenda Negra, de París a Buenos Aires

La expresión «Leyenda Negra», de la que nos venimos ocupando durante una serie de artículos que han visto la luz en esta revista, tiene en la figura del escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez, a una de sus figuras de referencia, hasta el punto de que muchos consideran al autor de Los cuatro jinetes del Apocalipsis como el acuñador de tal rótulo, bien por creer que él fue el primero en emplear dicha fórmula bien por considerar que el exitoso novelista habría ahondado mucho más que Emilia Pardo Bazán en tal concepto.

En cualquiera de los dos casos, creemos sin embargo que se yerra, pues, por un lado, desde el año 1899 en que la escritora gallega empleara la expresión en París hasta que Blasco Ibáñez la usa en Argentina, ésta fórmula tuvo una presencia y desarrollo notables, sobre todo en la prensa, durante una década, acudiendo a ella con frecuencia no sólo la Condesa de Pardo Bazán, sino también otros «usuarios» como, por ejemplo, el periodista Eduardo Gómez Baquero, Andrenio{1}.

Sea como fuere, nos aprestamos a analizar el uso que don Vicente hizo de la fórmula, teniendo como principal referente su primera manifestación escrita: el libro Conferencias completas. Dadas en Buenos Aires por el eminente escritor y novelista español don Vicente Blasco Ibáñez. (Imp. y Casa Editora A. Grau. Moreno 960. Buenos Aires Argentina, 1909. 188 págs.). La obra, de inmediata publicación, recoge las once conferencias dadas a partir del 11 de junio de 1909 por Blasco Ibáñez en el bonaerense Teatro Odeón, actos integrados en un apoteósico viaje a Argentina, Paraguay y Chile, que surgiría a partir de una invitación cursada por Anatole France, a la que se unieron actos de homenaje al escritor a cargo del Círculo Valenciano, el Círculo Catalán –y ello a pesar de que el valenciano publicó años antes en el periódico El Pueblo, fundado por él mismo en 1894, el artículo «La lepra catalanista»– y el Club Español. No serían las literarias, las únicas actividades desarrolladas por el valenciano en Argentina, pues como fruto de su paso por esta nación hispana, quedan dos poblaciones fundadas por él mismo: las colonias llamadas de Cervantes –«esta fundación se llamará Cervantes. En estos países de nuestro idioma aún no se le ha hecho justicia al autor del Quijote... Hace falta, pues, perpetuar su nombre en el país por una eternidad, para que viva siempre siquiera en labios de estas gentes...» fueron las palabras de un entusiasmado Blasco Ibáñez–, integrada en la provincia de Río Negro, y de Nueva Valencia, en la provincia de Corrientes, poblaciones en las cuales se experimentaron sistemas de irrigación y cultivos, integrando en estos procesos a los indígenas del Chaco junto a agricultores venidos de Valencia, con el propósito, en palabras del propio escritor, de llevar a cabo «una empresa seria de colonización para que el elemento español se haga dueño de la tierra y no vaya ésa cayendo en manos de italianos y alemanes como ocurre hasta ahora».

Pero, dejamos atrás estos filantrópicos y ruinosos proyectos, cuyo descalabro económico subsanó, en plena I Guerra Mundial, la publicación de su célebre obra Los cuatro jinetes del Apocalipsis, y regresemos a las exitosas jornadas del Teatro Odeón. Los títulos de las intervenciones de Blasco Ibáñez, recogidos en la obra citada, fueron los siguientes: «América vista desde España», «La leyenda negra de España», «Las grandes figuras del descubrimiento de América», «Cómo se hace una novela», «Víctor Hugo», «Emilio Zola», «La madre patria frente al futuro», «La novela moderna», «La Revolución de Septiembre», «El misticismo batallador de los españoles» y «Zuloaga y Sorolla».

2. Las conferencias del Teatro Odeón

A la vista de los títulos citados, las intervenciones de Blasco Ibáñez se pueden clasificar en tres bloques temáticos: el histórico, que enlaza con un conjunto formado por lo que acusan un más claro sesgo político apoyado en la actualidad de la época y, por último, los de carácter artístico, sea éste centrado en la literatura o en la pintura, tema de la última conferencia recogida en el libro, «Zuloaga y Sorolla», figuras de primer nivel, habida cuenta del éxito del que ya disfrutaba el pintor vasco, por no referirnos a Sorolla, quien ese mismo año expuso su obra en Nueva York. Por otra parte, el contexto en el que se pronuncian las conferencias, era también singular: los preparativos de los actos conmemorativos del primer Centenario de la Independencia de Argentina, que se celebraron un año más tarde. Será el primer grupo de conferencias que hemos citado, el que interese a nuestros propósitos, pues ya en la primera intervención, «América vista desde España», aparece la expresión «leyenda negra» referida al contexto al que se ceñiría años más tarde el principal difusor de la misma:

«Quiero hablaros de la leyenda negra de España, surgida como una consecuencia de opiniones falsas vertidas en varios siglos de propaganda antipatriótica de la magnífica epopeya desarrollado (sic) durante los siete siglos de la reconquista que hizo de nuestra patria un hervidero de razas y preparó el advenimiento de la otra epopeya: la del descubrimiento del nuevo mundo.» (pág. 4)

En efecto, Blasco Ibáñez no empleará la fórmula para caracterizar, como muchos otros hicieron, la contundente actuación policial desplegada en Cataluña tras la Semana Trágica, sino que se servirá de ella en los términos convergentes con los usados años más tarde por Julián Juderías. Es en esa primera intervención, donde el escritor republicano incorpora una idea de gran interés, la percepción del Imperio Español como un matriz de naciones. Démosle la palabra al autor de La barraca:

«Es cómodo, muy cómodo atribuir a España el monopolio del sentimiento de la intolerancia y del fanatismo; pero menester es recordar que en ese mismo tiempo se llevaba en Francia aquel hecho que ha quedado escrito con el título de la de San Bartolomé; en Inglaterra, María Tudor instituía la inquisición y en cada uno de los Estados de Alemania se hacia lo propio. Es que la causa de aquella postración de España no era esa: provenía del fenómeno de haber dado a luz a diez y ocho hijos en corto espacio de tiempo.» (pág. 10.)

La caracterización del Imperio Español como modelo político generador, queda patente en sus palabras, atributo que, según se desprende de las palabras de Blasco Ibáñez –recordemos; «durante los siete siglos de la reconquista que hizo de nuestra patria un hervidero de razas y preparó el advenimiento de la otra epopeya: la del descubrimiento del nuevo mundo»–, estaría ya incorporado desde los tiempos de Covadonga.

La siguiente conferencia que forma el volumen, es precisamente la titulada «La leyenda negra de España», que, por su especificidad, dejaremos para el final de este artículo. En la tercera charla, «Las grandes figuras del descubrimiento de América», a los argumentos civilizatorios citados anteriormente, se añaden otros. De este modo, el orador establece distinciones entre las potencias oceánicas en función de su ocupación del territorio. Mientras, por ejemplo, Portugal establece factorías en las costas, España fundará ciudades en las que se asientan las principales instituciones imperiales ya en marcha en Castilla antes del Descubrimiento.

«Representábamos una tendencia civilizadora, que tuvo que combatir contra todos. De ahí el por qué el esfuerzo inicial no fuera todo lo fecundo que hubiera podido ser. Tendencia civilizadora he dicho y dicho bien. No veníamos a América a fundar factorías. Nuestros conquistadores fundaban pueblos, y en cada pueblo un ayuntamiento, un cabildo, donde se continuaban aquellas ansias de libertad que caracterizaron los municipios medioevales y que exteriorizaron los comuneros de Castilla.» (pág. 40.)

Común denominador de los escritores de la época posterior a la pérdida de las provincias de ultramar, incluida la propia Emilia Pardo Bazán, con quien Blasco Ibáñez se relacionó durante su estancia en Madrid poco antes del comienzo de la Guerra de Cuba, es su propósito regenerador, algo que encontramos disuelto en otras conferencias: «La madre patria frente al futuro», «La Revolución de Septiembre» y «El misticismo batallador de los españoles», alocuciones que dejaremos sin comentar.

3. La leyenda negra de España

En la segunda conferencia bonaerense es donde Blasco Ibáñez desgrana los argumentos que le permiten definir lo que él entiende por Leyenda Negra y su conexión con la Historia de España. La intervención del autor de Cañas y barro, ceñida a las características del acto en que se inscribía, consigue sin embargo presentar con nitidez algunos de los consabidos ingredientes que concurren en la Leyenda Negra.

De entre éstos, destaca el carácter inequívocamente católico que tuvo el Imperio Español, imprescindible componente del mismo, que constituía a su vez su principal objetivo, la expansión de la santa fe católica, si nos atenemos a el famoso lema: «Por el Imperio hacia Dios». El catolicismo hispano ha sido, muy al contrario del carácter civilizador que en él veían los españoles, presentado como puro fanatismo religioso tras el que se escondían intereses espurios ligados a la sed de oro y riquezas. Estas acusaciones son refutadas por el mismo Blasco Ibáñez, quien, por otro lado, no llega a desprenderse de cierto anticlericalismo especialmente antijesuítico que combina con elogios a Mendizábal, desamortizador por antonomasia de los bienes que hasta el siglo XIX pertenecían a las «manos muertas» de la Iglesia.

«Yo, aquí, en la Argentina, vuelvo la vista a mi alrededor y encuéntrome, en este país que tiene libertad de conciencia y de cultos, con que la gran mayoría de su población y casi todas sus mujeres siguen profesando la religión católica, que es la del Estado. ¿Qué crimen, pues, cometió España trayendo el catolicismo a esta nación?» (pág. 15.)

Pero sobre todo, lo que resulta del máximo interés es cómo el valenciano percibe al Imperio Español como una matriz de naciones, como un imperio cuyos frutos serán la veintena de naciones política que surgen tras el desfallecimiento de dicho Imperio, que acarreó, en el intento de su sostenimiento durante tres siglos, la ruina económica y demográfica de Castilla{2}. El valenciano, sin citar fuentes concretas, argumenta en sintonía con los primeros que se ocuparon de la naturaleza del Imperio Español, defensores de la tutela del indio ignorante del catolicismo, que era percibido como una suerte de buen salvaje o niño al que se debía tutelar por medio de las instituciones españolas hasta alcanzar su madurez no sólo en materia religiosa, sino también en lo tocante al orden político, y ello sin perjuicio de que los españoles reconocieran y aun respetaran ciertas estructuras precolombinas. El Imperio trataba de dotar de «policía» al indio, «policía» o civilidad que, una vez adquirida, permitirá que surjan las ya citadas naciones fundadas en el XIX sobre estructuras en modo alguno indígenas. Blasco en ningún momento trata de reivindicar tutela política alguna en su visita a naciones que como en el caso de la Argentina que él visita, resulta ser un próspero país punto de destino de tantos inmigrantes europeos. Lo cual no impide que el escritor haga una encendida defensa de una España que en esos momento, y según su parecer, estaba dividida en dos bandos, a saber: en monárquicos y republicanos, filas éstas en las que siempre militó nuestro personaje, quien no parece darle gran importancia a los regionalismos y nacionalismos que ya comenzaban a adquirir vigor.

Tras estas consideraciones, hemos de indagar qué significan para Blasco Ibáñez las fórmulas «leyenda negra» y «leyenda dorada». En las páginas del volumen que nos sirve de referencia encontramos esta extensa y algo imprecisa definición:

«Sobre España hay dos leyendas: la leyenda dorada y la leyenda negra. La primera hace que, por tendencia simpática, a través del prisma del afecto, se nos vea como héroes, como dioses, como superhombres. Tiene esta leyenda una parte de verdad; pero no es exacta en su fondo, pues fuera falso decir que España fue siempre cuna de hombres extraordinarios. Hubo allí muchos Quijotes, cierto es, mas no menos cierto es que no escasearon los Sanchos Panzas. Dejemos, pues, de lado la grata leyenda dorada, y pasemos a ocuparnos de la negra, llena de mentiras, que poco a poco la ciencia histórica ha ido desvaneciendo. Sin embargo, justo es consignar que si el error no persiste ya en las alturas del pensamiento, ni entre los hombres que a esa clase de estudios se dedican, queda aún en los elementos populares y vive todavía en los países donde se hace historia barata y fácil, en parte porque los odios de raza hacen que el maestro repita errores al alumno.» (pág. 17.)

Es de destacar que para Blasco Ibáñez, ya en 1909, la Leyenda Negra tenía un campo de operaciones muy concreto: el perteneciente a los por él llamados «elementos populares» y «los países donde se hace historia barata y fácil». A su parecer, en otros círculos, los muy caros para él, si nos atenemos al reiterado empleo de la palabra, ambientes «intelectuales», la cuestión negrolegendaria estaría ya superada. Hay en este aspecto un punto en común entre Blasco Ibáñez y Quevedo, cuando en su España defendida, don Francisco dice lo que sigue en su dedicatoria al rey:

«Cansado de ver el sufrimiento de España, con que ha dejado pasar sin castigo tantas calumnias de extranjeros, quizá despreciándolas generosamente, y viendo que desvergonzados nuestros enemigos, lo que perdonamos modestos juzgan que lo concedemos convencidos y mudos, me he atrevido a responder por mi patria y por mis tiempos... »

Así pues, la persistencia de la Leyenda Negra se debería, entre otros factores, a la falta de conexión entre los «intelectuales» y los «elementos populares». En definitiva, cierta pasividad ante las calumnias de los extranjeros tal y como ya denunciaba Quevedo, era todavía la nota dominante a principios del XX. El propio Blasco Ibáñez, durante su intervención, saldrá al paso de una particular teoría según la cual España poco influyó en Argentina debido a la escasa presencia de españoles en estas tierras. Bien documentado, aun sin emplear el dato de la fundación del propio Buenos Aires a cargo de Pedro de Mendoza en 1536, el escritor esgrime datos y argumentos que desmontan esta tendenciosa afirmación que trataba de sacudir el elemento hispano del país rioplatense.

Dejando al margen las cuestiones históricas, uno de los puntos esenciales de la conferencia es aquel en el que se trata en torno a la cuestión científica, en particular al secular atraso de España en estas materias, lo que daría origen a su atraso. Blasco también tratará de desmontar este argumento poniendo en ejercicio una particular y confusa concepción de la Idea de Ciencia. El arranque de su argumentación se apoyará en la larga tradición universitaria española. Alcalá de Henares y Salamanca serán las dos instituciones citadas y en esta cita tendrá origen, a nuestro juicio, la citada confusión. Tras reconstruir de forma somera el funcionamiento de estas dos prestigiosas universidades, comparecerán las figuras del fisiólogo Miguel Servet y la del filósofo Luis Vives para mostrar la doblez, en lo que se refiere al tratamiento historiográfico realizado desde posiciones protestantes, con que se ha interpretado a ambos personajes. Después, una larga lista de nombres acuden para avalar la tesis de que en España hubo ciencia.

En la larga enumeración de nombres encontramos arquitectos como Herrera, lingüistas como Covarrubias y Nebrija, médicos como Gómez Pereira, guerreros como Cortés, clérigos como Las Casas y Sepúlveda, marinos como Pinzón y Elcano...

A nuestro parecer, Blasco Ibáñez elabora una relación tan heterogénea, por establecer una casi identificación entre Cultura y Ciencia, entendiendo esta última como una mezcla entre la acepción clásica, la que se apoya en la tecné para derivar hacia las Artes –representada en la lista por Herrera–, la de raigambre aristotélica que parte de premisas para llegar a conclusiones –es el caso de los teólogos– y todo un conjunto de saberes en los que se insertan diversas conductas β-operatorias, las correspondientes a lo que se entiende como Ciencias Humanas. Blasco Ibáñez carece de una Teoría de la Ciencia que le permita establecer una clasificación más ordenada y rigurosa, mas los nombres que aporta, muchos de los cuales serán empleados años más tarde por Julián Juderías en su célebre La leyenda negra, exponen la realidad de un imperio que en absoluto tiene los sangrientos y oscuros perfiles que le atribuyen los cultivadores de dicha Leyenda.

El propósito reivindicador seguido por Blasco Ibáñez, sigue la estela de trabajos aplicados a otras disciplinas como los dedicados a rescatar y sistematizar la obra de filósofos españoles realiz= ados por Gumersindo Laverde Ruiz{3} y la propuesta de éste a don Juan Valera de crear una serie de estudios bibliográficos y críticos sobre sabios españoles entre los que figurarían los Suárez, Soto y Vives citados en la conferencia de Buenos Aires. Con respecto a este asunto, el de la posibilidad de una filosofía escrita en español, el influjo de la Leyenda Negra parece persistir, quedando el español relegado a una lengua propicia para la literatura.

El final de la conferencia regresa sobre asuntos históricos, en particular a la manida visión de la empresa americana como mero producto de la codicia hispana que habría conducido a los españoles a masacrar y esclavizar a los indios. Es este el momento en el que entrará en escena un documento esencial que sirve para refutar la visión citada, el testamento de Isabel la Católica que el conferenciante había consultado antes de su viaje en la Biblioteca Nacional de Madrid. Blasco cita textualmente a la reina Isabel: «Yo no quise sojuzgar, sino enseñar lo verdadero; yo no quise siervos, jamás; sino súbditos de Castilla». Enfrentándose sin ensañamiento a Las Casas, parece también asumir las tesis del mismísimo Francisco de Vitoria al caracterizar las guerras allí mantenidas como «guerras justas» hechas contra pueblos sumidos en la barbarie que practicaban la antropofagia y los sacrificios humanos. Los argumentos esgrimidos por el escritor valenciano, y ello sin negar los abusos practicados en los primeros años de conquista, son contundentes y apuntan a un despliegue civilizador que ni la propia Leyenda Negra, frente a la que se sitúa Blasco Ibáñez, puede ensombrecer.

Notas

{1} Puede el lector comprobar estos extremos visitando la página: http://www.filosofia.org/ave/002/b030.htm, en la que se recogen abundantes referencias extraídas de los periódicos de la época.

{2} Manuel Fernández Álvarez en su Felipe II y su tiempo (Espasa Calpe, 1998) señala que España pasó de seis millones y medio o siete de habitantes, a cuatro y medio tras las derrotas militares, pestes y crisis económicas vividas.

{3} Véase a este respecto el artículo de Gustavo Bueno Sánchez: «Gumersindo Laverde y la Historia de la Filosofía Española». (El Basilisco, 2ª época, nº 5, 1990, págs. 49-85). http://filosofia.org/rev/bas/bas20506.htm

 

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