Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 105 • noviembre 2010 • página 17
«La humanidad progresa.
Hoy solamente queman mis libros.
Siglos atrás me hubieran quemado a mí.»
Freud
El conocido, reputado y polémico (a su pesar, según confiesa) escritor Fernando Sánchez Dragó ha sido acusado de pederasta, a finales de octubre de 2010, a raíz de un fragmento de su último libro, «escrito» junto a Albert Boadella. Se titula Dios los cría… y ellos hablan de sexo, drogas, España, corrupción… y ha salido al mercado a principios de septiembre (día 6) de 2010, coeditado por Planeta y Áltera.
Sí, sí, como lo oyen. Acusación de pederastia. Y acusadores, muchos. Y surgieron siete semanas después de estar en la calle el libro, y tras haber pasado los autores (en solitario o en dúo) por multitud de medios de comunicación para conceder entrevistas. ¿Por qué no surgió el escándalo entonces? Entre otras cosas, seguro que porque nadie se había leído el libro. Como mucho, las solapas y un vistazo por encima (es lo habitual, no hay por qué extrañarse).
El griterío mediático se cierne sobre la figura de Dragó por una anécdota que relata en el libro. En ella, cuenta cómo tonteó (luego veremos la ambigüedad o significado polisémico de «trajinar») con dos jovencitas japonesas de unos trece años. Ello ha provocado airadas protestas de feministas, feministos y todo aquel al que le gusta el tiro al blanco.
Ha sido lo más parecido a una «caza de brujas». Hay que acabar con la figura pública y el prestigio de Dragó. Y hay que dejarlo sin trabajo. Y hay que retirar sus libros de las estanterías. Es curioso cómo razonan estos rabiosos fundamentalistas democráticos…
Comprobaremos cómo El País y Público han sido los dos medios que más han insistido en las acusaciones (otros muchos se han echo eco, y algunos digitales, como El Plural, dirigido por Enric Sopena{1}, profesando odio hacia Dragó, han visto un filón). Y resulta gracioso que determinados personajes (no sólo Dragó) nunca aparecen en sus páginas a no ser que sea para vilipendiarlos. Da igual que se publiquen libros, se den conferencias o cursos. Se hace el silencio y ciertos autores no existen. Dice mucho de ellos, pero están en su derecho.
Dragó es amigo y vecino (de toda la vida) de Esperanza Aguirre, además de trabajador de Telemadrid (donde realiza su programa Las noches blancas). Del mismo modo que es un feroz crítico (el rótulo de su columna semanal de El Mundo se titula precisamente «El lobo feroz») del gobierno socialista zapateril{2}, y entusiasta admirador de la labor política de Esperanza Aguirre{3}. Las motivaciones políticas en su acusación pública no pueden ser desdeñadas. Es más acaso sean la principal (así lo han visto, por ejemplo, Fernando Savater y Gustavo Bueno).
Veremos en lo siguiente las confusiones y mentiras que envuelven tal acusación. Los que ejercen de inquisidores lo hacen unas veces de modo interesado (por intereses políticos partidistas) y otras simplemente desinformados.
Sin duda, entre los asuntos que aquí se van a tratar se entremezclan los planos éticos, morales y políticos. Veremos sus distinciones y por qué Pilar Rahola puede decir que «Sánchez Dragó es un cerdo inmoral», primero en TV3 y después en La Noria. En el programa de Telecinco del sábado 6 de noviembre de 2010, la señora Rahola{4} dijo textualmente:
«A mí el señor Sánchez Dragó no me parece un escritor que hace literatura. Lo que me parece es un viejo chocho, que se excita con niñas, que hace apología del amor a las niñas, y que, por tanto, me parece, en estos momentos, un ser repugnante, inmoral y sucio. Y, desde luego, soy incapaz de entender, como a un personaje así se le mantiene en una televisión pública (…) No es una novela, no es un libro de ficción. Habla en primer a persona … Yo, yo, yo … «Me trajinaron dos niñas» (…) Tú, Alfonso, que te deshaces por tus hijas (y lo sé), ¿sabes lo que significa que un tipo de su edad diga que me encantan los chochitos rosáceos? !Por Dios! !Es una vergüenza!!Cerdo, cerdo asqueroso! (…) Que nos mire a la cara de los padres que tenemos niñas de diez años y que nos hable de sus chochitos. !Que lo haga!»
El tema del (mal)trato a menores entra en juego, como también el del sexo (o colateralmente la prostitución). Intentaremos, si no dar algo de luz, al menos sí mostrar nuestro punto de vista. Sabemos que entramos en terreno espinoso, y que, seguramente este artículo resulte polémico y nos cree nuevos enemigos. Al menos, quien lo lea será capaz de criticarlo, pero no para quien sea tema tabú. Este último se dedicará a desprestigiarlo sin haberlo leído, tergiversando las ideas y arguyendo que el autor realiza una apología del abuso a menores. Este proceder es propio del ciudadano imbuido de fundamentalismo democrático: aquel que cree ya saberlo todo, que tiene las cosas clarísimas y se niega a hacer el esfuerzo de repensar las cosas, desmontar mitos y poner al descubierto determinadas hipocresías, contradicciones y ambigüedades. A este espécimen de ciudadano se le reconoce rápidamente. Es aquel que te descalifica en un momento si osas poner en tela de juicio una ideología o convención moral.
Con este artículo es muy probable que no nos ganemos ningún amigo y sí varios enemigos. A alguno le parecerá imprudente terciar de algún modo en esta polémica, ya que podemos salir perjudicados, y si bien otros con más experiencia pueden cargar con las severas críticas a sus espaldas, puede parecer arriesgado que nosotros lo hagamos. Pero como entendemos que no estamos diciendo cosas de otro mundo ni ninguna cosa aberrante sino tan sólo deshaciendo malentendidos y denunciando la doble moral de la clase política, analistas, &c., pues lo hacemos así. Tal como lo vemos, se impone la honestidad, la sinceridad y la búsqueda de la verdad.
Pedimos que se lean estas líneas sin anteojeras. Condenamos (por supuesto) el maltrato y el abuso a los niños. El propio Sánchez Dragó también lo hace. Y por eso es de especial mal gusto (o torpeza intelectual) el sacar a colación (como han hecho articulistas o tertulianos varios) que en el mundo hay cerca de un millón doscientas mil menores secuestradas y utilizadas para la explotación sexual. Con ello parece decirse que Dragó ha hecho algo parecido (aunque sea en 1967 y en Japón). Claro que el tráfico de niñas, adolescentes y mujeres (la trata de blancas) es una cosa terrible, ¿pero tiene algo que ver con el caso Dragó? Nuestra respuesta es terminante: No, en absoluto.
Es un terreno, repetimos, delicado y pantanoso, especialmente para quien tiene hijas pequeñas. Y podríamos decir que «este artículo puede herir susceptibilidades». Pero no lo diremos, porque sólo personas con la mente muy cerrada (si se nos permite la metáfora corriente) pueden verse incomodadas con estas líneas. Este es un artículo que aspira a poner las cosas más claras de lo que están, y está situado en un plano ideo-conceptual. Se citarán algunos textos de Dragó cuando las situación lo requiera para ilustrar ciertas cosas y comparar textos. Se realizará (inevitablemente) una labor hermenéutica, para comprobar que una expresión puede entenderse en varios sentidos. Así: « Me hicieron ver rojo, me volví loco por completo, me convertí en un pelele», y al hilo del discurso, no tiene por qué entenderse unívocamente como que a consecuencia del sexo mantenido (con las lolitas) le sucedió eso, sino que por ganas de mantener sexo (e incluso por reprimir sus deseos) le pasó eso. Y le ocurrió porque eran ellas las que, por decirlo vulgarmente, le provocaron un buen calentón.
Hay chicas de 20 años que aparentan 13 o 14. ¿Entonces qué sucede? Que si aparenta menos años, ¿uno no puede tener relaciones íntimas con ella? ¿Quizá habría que esperar a que cumpliese 30, y así, aparentase 20?
No estamos hablando del señor que aprovechándose de su poder y de su edad y por distintos medios (hoy en día, Internet) busca mantener relaciones con niñas. Y se dedica a eso. Y abusa de ellas. Y las chantajea. Todo ello despreciable. Pero es que en el caso de Dragó !no es eso!
Cuando se compara con el caso Polanski (lo de Dragó fue en 1967, lo de Polanski en 1977), se olvida que la acusación a Polanski es por violación. La chica (de 13 años, como supuestamente las de Dragó{5}) le acusó de drogarla y violarla. Por lo que cuenta Dragó, fueron ellas las que tomaron la iniciativa, hicieron con él lo que quisieron y le «hicieron ver rojo». Por supuesto, queda descartada la idea de que por ser artistas o intelectuales o como se quiera llamar (no entramos aquí y ahora en esto), haya que tener un trato diferente (en realidad, preferente) hacia ellos{6}.
Este tema lo hemos seguido con atención desde un principio. Nosotros ya habíamos leído el libro cuando surgió la polémica en los medios. Y sabiendo lo que estábamos leyendo, no nos escandalizamos al leer el pasaje de marras de Dragó y otros que citaremos. Entre otras cosas, porque ya lo habíamos oído o leído al propio Dragó en otras ocasiones (entre ellas en el libro de 1984 del que luego hablaremos. ¿Por qué no se formó la polémica entonces?). Y no por ello, somos o tenemos sensibilidad de paquidermo (como afirmaba una periodista).
Y hemos estado muy atentos en el transcurso de los días a los distintos artículos que salían en la prensa, las acciones emprendidas por los sindicatos y partidos políticos, la retirada de sus libros de las librerías, las declaraciones y aclaraciones del propio Dragó, &c. Y es por ello por lo que hemos decidido recopilar esos materiales, extraer citas y escribir este artículo (y, por supuesto, firmar el Manifiesto). Lo que quiere decir que la rápida elaboración y publicación de este texto impide tomar nota y dar fe de las reacciones que se susciten todavía en las próximas semanas, porque es probable que el asunto aún colee alguna semana más. Asimismo, otras circunstancias a lo mejor determinaban que el artículo hubiese sido escrito de otra manera (con otros textos, más o menos agresivo, &c.). De cualquier modo, tiempo habrá para un posible escrito si se considerase necesario hacer adiciones (o aclaraciones) al presente artículo.
El caso Dragó ha saltado a la opinión pública prácticamente a la vez que Arturo Pérez Reverte escribía en la red social Twitter que «se es un mierda cuando uno demuestra públicamente que no sabe irse. De ministro o de lo que sea. Moratinos adornó su retirada con un lagrimeo inapropiado. A la política y a los ministerios se va llorado de casa. Luego Moratinos, gimoteando en público, se fue como un perfecto mierda», y que, el alcalde de Valladolid, señor Francisco Javier León de la Riva, afirmaba en la radio, refiriéndose a Leire Pajín{7} que «yo cada vez que le veo la cara y esos morritos, pienso lo mismo, pero no lo voy a contar aquí».
Los tres han sido acusados de machistas. Y, en los tres casos, está en juego (late en el fondo de este asunto) la libertad de expresión. Una libertad-para expresar lo que se quiera. En un primer paso, está la libertad-de. Pero sucede que en cuanto uno rompe las cadenas, le llaman a uno fascista. No se para de alardear de boquilla de las libertades que tenemos gracias a la democracia (y no dudamos de que así sea en algunos órdenes y comparado con otras situaciones), pero a la vez, se ejerce como una auténtica «policía del pensamiento» (Dragó, dixit).
Esto es asunto difícil y donde entran en conflicto los planos ético, político y moral. Como no podemos detenernos en ello en este escrito de urgencia, simplemente diremos que el linchamiento o la muerte pública de un escritor por haber dicho o hecho tal o cual cosa, cuando no media delito alguno y es muy discutible que haya un «delito moral»(por supuesto, se da el choque entre distintas morales, entre distintos valores, entre distintas instituciones), es porque resulta incómodo a ciertas gentes (al poder político en el gobierno) y hay que aprovechar la situación (arrimar el ascua a su sardina) para desprestigiarle y destruirle si es posible. Así será visto con malos ojos por la sociedad. Consecuencia: una voz incómoda menos.
Si resulta molesto Dragó es porque es políticamente incorrecto. Esa expresión de «lo políticamente incorrecto» es una forma de (auto)censura, como se ha indicado algunas veces. Y esto acarrea en no pocas ocasiones la hipocresía. Pero hay quien se salta ese muro y dice lo que piensa. Con mayor o peor fortuna, claro está. Así, Sánchez Dragó (y el propio Boadella) son políticamente incorrectos en su libro. Y está bien que así sea. Pasan por transgresores, rebeldes … cuando están haciendo algo que debería ser normal. Otra cosa es que se juzgue un delirio ciertas afirmaciones. Por citar a un clásico (Voltaire): «No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo». O dicho de modo más pragmático: no se puede pedir que se quemen los libros de César Vidal (como hizo Cristina Almeida, y que recuerda, cómo no, a Fahrenheit 451 de Ray Bradbury, y que se encargó de llevarla al cine Truffaut). Eso demuestra nulidad intelectual (y documental) para hacerles frente y un profundo odio y sectarismo.
Veamos ya el famoso fragmento que ha dado lugar a la polémica:
«(...)En el año 1967 –yo tendría unos treinta años– en Tokio, un día, al salir de una estación de metro de Ikebukuro, que era el barrio en el que yo vivía, me topé con unas lolitas (…) Pero no eran unas lolitas cualesquiera, sino de ésas –ahora hay muchas– que se visten como zorritas, con los labios pintados, carmín, rímel, tacones, minifalda… Estaban con otros chicos de su edad. Yo sabía ya que en Japón todo el monte, en lo concerniente al sexo, era orégano. Un extranjero podía hacer allí lo que le viniera en gana. Te sentabas en una terraza y, con tal de ser blanco, chistabas a la primera chica que pasara por delante, y una de cada dos venía y esa misma tarde se acostaba contigo. A menudo, además, era vírgen o casi. Así eran en aquella época las japonesitas, fascinadas todas por unos seres de rostro pálido y maneras galantes a los que sólo veían en las películas. Era el mito del hombre blanco, gentil, sentimental, romántico, cortés, que las invitaba a comer y las dejaba pasar delante al atravesar una puerta, cosa que el hombre japonés nunca hace. De modo que, como te decía, estaba yo saliendo del metro y vi a aquellas dos ninfas. Como estaba tan mal acostumbrado las miré descaradamente. Ellas me devolvieron la mirada, las guiñé un ojo… y hale, las dos conmigo. Tendrían unos trece años (el crimen ya ha prescrito, así que puedo contarlo, aparte de que las delincuentes eran ellas y no yo), y me las llevé a un barcito de eso típicos de Japón, de cinco pisos sucesivos pero diminutos, en cuyo último piso nunca solía haber nadie. Subí con ellas allí y las muy putas se pusieron a turnarse. Mientras una se iba al váter y se quedaba ahí unos veinte minutos, la otra se me trajinaba. Me hicieron ver rojo, me volví loco por completo, me convertí en un pelele. Yo era como el protagonista masculino de La Femme et le pantin, esa novela de Pierre Louÿs, en manos de aquellas dos criaturitas. Se turnaban, nunca estuvieron las dos juntas, y así me tuvieron dos horas, como en una partida de ping-pong. Si en aquel momento me hubieran pedido que firmara un cheque por el total del poco dinero que tenía entonces, lo hubiese firmado sin pestañear. Naturalmente, les pedí el teléfono. Al día siguiente llamé: era falso. Bueno, insisto: si hubo allí delito, ¿quién era el delincuente? ¿Quién abusó de quién? Yo fui raptado, zarandeado, engañado, cosificado… ¿O no?» (págs. 164-165, Dios los cría…)
Tras saltar la polémica, el miércoles 27 de octubre de 2010, Sánchez Dragó publica una carta en la versión electrónica de El Mundo e interviene en el programa radiofónico En casa de Herrero de Es Radio. Rescatemos algunos fragmentos de su carta titulada «Excusatio petita, acussatio non manifiesta»:
«(...)¿Cómo escribir sobre lo insignificante? ¿Cómo narrar lo que nunca sucedió? ¿Cómo pedir disculpas donde no existe la culpa? (…) ¿por qué la práctica totalidad de las cabeceras mediáticas que me ponen en solfa lo son de un determinado signo ideológico? (…) esa anécdota ya había sido referida por mí, al hilo de los últimos cuarenta y siete años, en infinidad de conversaciones privadas, de entrevistas públicas y de algún que otro libro. Puedo demostrarlo. Mi familia, mis amigos y mis lectores ya la conocían. Nunca motivó reproche alguno. Sólo risas.
Segunda: cuando allá por el mes de marzo volví, de pasada, a contarla en presencia de mi amigo Albert, había varias personas delante… Los dos editores del libro, un redactor de una de las dos editoriales que lo publican y mi mujer, Naoko. Quizá, también, no lo recuerdo, Dolors, la gentil esposa de Boadella.
El texto, que en su origen era exclusivamente oral y, por ello, de verba volant, pasó después por muchas manos: las de quien lo transcribió, las de quien –recortándolo, ordenándolo y corrigiéndolo– se encargó de darle definitiva forma, las de las gentes de Planeta y Áltera, las de los correctores de pruebas y las de algunas personas queridas y cercanas.
Nadie formuló objeción alguna. Nadie se fijó en los párrafos incriminados. (…)
Es verdad que lucían minifalda, taconazos y maquillaje atrevido. Eso era usual entre las jovencitas japonesas. Lo sigue siendo ahora. (…)
Congeniamos. Nos fuimos a tomar un café al barcito que aparece en el relato. Estaba junto a la estación. Nos demoramos allí una media hora. Charlábamos. Reíamos. Gastábamos bromas. Eran muy curiosos. Había, por aquel entonces, muy pocos extranjeros en Japón.
Es verdad que dos de las chicas coqueteaban conmigo y que lo hacían, aunque no durante todo el tiempo, turnándose en sus idas y venidas al lavabo. No sé por qué. Quizá para retocarse el maquillaje.
Sus amigos estaban delante, desperdigados por las cuatro mesas que allí había. Todo fue inocente y amistoso. Apenas hubo contacto físico: cogernos de la mano, mirarnos a los ojos, algún beso furtivo en la mejilla… A eso me refería con lo de trajinar, no a lo otro. Honni soit qui mal y pense… Y eran ellas, siempre ellas, quienes tomaban la iniciativa.
Es cierto que les pedí el teléfono. Es cierto que me lo dieron. Es cierto que al día siguiente llamé, y era falso.
También es cierto que me gustaron y me excitaron. ¿A quién no? Eran monísimas, simpatiquísimas y coquetísimas.
No tenían trece años. Eso es seguro, porque trabajaban, o eso me dijeron, en una empresa. Todo el mundo, en Japón, parece mucho más joven de lo que es, y aquellas chicas no eran excepción a la regla. Es muy difícil calcular la edad de un japonés. A ellos también les cuesta trabajo calcular la nuestra.
¿Por qué les asigné esa edad? Por nada importante. Era una forma de hablar y un pellizco de pimienta en mi relato. Lo mismo podía haber dicho doce, o quince, o dieciocho.
Menos mal, en todo caso, que no dije doce, sino trece, porque ésa es la edad de consentimiento sexual tanto en Japón como en España. Consulte el código vigente quien no lo sepa (artículos 119 y 120, creo. Lo he mirado en Wikipedia). ¿O sí lo saben quienes me acusan de haber cometido un delito que es, por definición e imperativo de la ley, en este caso, a tenor de mi comentario, imposible? En 1995 el límite se fijaba en doce años.
Cuando yo, en el texto mirado ahora con lupa de inquisidor, menciono esa palabra –delito– y aseguro, entre risas, que ya puedo confesarlo porque está prescrito, estoy recurriendo a algo que quizá mis detractores no conozcan: la ironía y, de paso, el sentido del humor. ¿Debería haberlo entrecomillado? Quizá, porque entre comillas iba, pero ese signo de puntuación no tiene correlato en la lengua hablada. Era sólo una simple alusión, en clave (insisto) irónica, a algo que el discurso oficial de la corrección política y el puritanismo lingüístico imperante en el mundo de hoy ha convertido en tópico.
¿Hablar de lolitas? ¡Oh, que escándalo! ¿No lo hizo Nabokov, responsable de que esa palabra, tan gráfica, se convirtiera en neologismo universal? ¿No lo hace con frecuencia todo el mundo, varón o mujer que sea? ¿Y las teenagers? ¿Y las nínfulas, de las que tanto hablaba Umbral, escritor de grata memoria en este periódico?
¡Horrible pecado de lesa lingüística! Que dé un paso al frente quien esté libre de él. Sospecho que nadie lo hará.
Una vez dicho todo esto, y para zanjar el estúpido debate abierto por la maledicencia, la hipocresía, el sectarismo y el sensacionalismo en torno a una nimiedad, añado, de corazón, que, si a alguien que no sea un chacal, sino una persona decente, ha ofendido mi comentario, le brindo mis disculpas -los escritores, eso es cierto, tenemos la lengua muy larga- y le pido perdón.
¿Cómo no voy a hacerlo si mil veces he dicho y he escrito, en nombre de Buda, de Jesús y de tantos otros, y de mí mismo, que eso, el perdón, honra no sólo a quien lo da, sino también a quien lo recibe?
Juro, además, por mi honor, y por si alguien lo considerase necesario, que nunca, en ningún lugar, fuera de los juegos de mi infancia, he tenido trato erótico de ningún tipo con personas menores de edad.
Lo que, en cambio, no puedo decir es mea culpa, porque ni la hubo ni yo, en consecuencia, me siento culpable.
Ahí va mi mano abierta. Estréchela quien lo desee»
Días después, a su regreso a Madrid desde Kioto (donde actualmente reside) y tras su paso por la Feria del libro de Estambul, estuvo en un chat con los lectores de El Mundo el jueves 4 de noviembre de 2010, y dijo cosas como estas:
«¿A qué llamamos menores de edad? Me atraen, como a la mayor parte de los hombres, las teenagers, las adolescentes ya mayorcitas, las jovencitas. Y, ya hace 43 años, me atraían (…) jamás en mi vida he tenido el más mínimo contacto con mujeres que tuviesen menos de 18 años. Tampoco les pido el carné de identidad. Me gustaría añadir dos cosas: 1) que evidentemente cuando yo tenía 10, 12 o 14 años sí que mantenía contactos con chicas de mi edad: los primeros amores, las primas. Y 2) Me gustaría que reparara usted en que yo me he movido por esos lugares de Asia a los que ahora van los menoreros a buscar presas cuando todo era mucho más fácil de lo que podría serlo ahora y, aunque me ofrecieron muchas menores, jamás lo acepté. Y 3) Estoy en contra de todas las relaciones sexuales o no sexuales con menores o con mayores en las que medie abuso, engaño, explotación, chantaje o violencia (…) En mi artículo ya dije que no quería ofender a nadie, pero que si a alguien le había ofendido le pedía perdón porque el perdón honra al que lo da y al que lo recibe. En cualquier caso los hombres cuando están hablando, no escribiendo, entre hombres, suelen utilizar este lenguaje. Usted lo sabe mejor que yo. No hay voluntad de ofensa. Es una forma de hablar. Y, en cualquier caso, la palabra puta en mi boca jamás es un insulto. A veces puede ser, incluso, un elogio (…) Las mujeres maduran mucho antes que los hombres. Ningún varón a los 13 años es adulto. Jovencitas adultas hay muchas. Depende también del lugar del mundo en el que nacen. No es lo mismo Noruega que el Trópico y del ambiente cultural en que se desarrollan (…) El ya famoso episodio de las lolitas de Tokio se produjo, pero no en los términos literariamente exagerados en que yo lo conté. Estoy seguro de que tenían más de 13 años, por lo pronto. Lo de 13 años es una forma de hablar. Igual podría haber dicho 18 o 10. Y en segundo lugar, no pasó nada. Fue un juego. La palabra trajinar, sobre la que tanto se está hablando, es una palabra muy ambigua, que significa muchas cosas y que viene simplemente de trajín (…) Hubo coqueteos, hubo toqueteos superficiales, ellas me llevaron por la calle de la amargura, no yo a ellas. Quise, efectivamente, ligar con ellas ya que parecía como si ellas también quisieran ligar conmigo. Y por eso les pedí el teléfono. Me lo dieron. Llamé al día siguiente. Con lo cual mis intenciones eran obvias. Pero era un teléfono falso. Pero sí, insisto, tiene usted razón. Quizá, aunque la segunda versión sea más cierta que la primera, y sólo para dar en la cresta a los liberticidas hipócritas, no debería haber reculado (…) En primer lugar no hay delito porque no pasó nada. En segundo lugar, si hubiera pasado, habría sido con el consentimiento de esas supuestas niñas que no lo eran sino que estaban en la edad en que la ley autoriza ese tipo de cosas. Quizá esas asociaciones no conozcan que yo colaboro con una especie de ONG que se dedica a amparar a los niños que han sufrido abusos de todo tipo, no sólo sexual, en Camboya (…) ¿Ha oído usted hablar de la literatura oral? ¿Sabe usted dónde termina la ficción y lo que es la realidad? (…) La memoria mezcla, confunde, elige, recorta, propone y todo lo convierte en narración y, por lo tanto, en ficción. (…) Las chicas de Tokio no eran prostitutas. Ni pedían dinero ni yo se lo ofrecí. Si lo pregunta usted en general, le diré que estoy por supuesto en contra de la prostitución infantil. Pero a favor de todo lo que sea sexo consentido mutuamente entre dos adultos (…) Si se retirara de las librerías esa obra maestra de Nabokov a la que te refieres o simplemente el libro 'Dios los cría...' tendrían que retirar el 80% de los libros que se han escrito, desde los trágicos griegos, hasta Salinger, Hemingway o Gil de Biedma, pasando por Shakespeare, Goethe, Baudelaire, Rimbaud, Oscar Wilde, Verlain, André Gide, Voltaire, Rosseau, etc, etc. Todos ellos o en sus vidas o en sus obras y a veces en los dos ámbitos infringieron la moral dominante de sus respectivas épocas (…) Arnáiz se limitó a transcribir lo que yo había vertido. Era una especie de larga entrevista. La anécdota en cuestión había sido referida por mí en programas de radio, en televisión y, por supuesto, en muchísimas conversaciones privadas con amigos, con mis mujeres, con mis novias y con mis hijos. Nadie se llamó nunca a escándalo. Todo el mundo se reía (…) Sí yo también creo que se les ha ido la mano e incluso me parece que entre aquellos de mis detractores que no están excesivamente encanallados o son voces de sus respectivos amos empieza a existir cierto sentimiento de culpa. Probablemente no querían llegar tan lejos. Por mi parte están perdonados (…) Estoy indignado, asqueado y también dolido por la actitud de tantas personas que se dedican a juzgar a un semejante por algo que no han leído. Y que, en muchos casos, no digo en todos, se expresan así movidos por la envidia, la hipocresía y el puritanismo.»
En este chat se hace referencia al libro de Joaquín Arnáiz, Fernando Sánchez Dragó. Una vida mágica, que es el resultado de la transcripción de una entrevista con Dragó. El libro es de 1984 y tiene en común con este de 2010 que los dos son resultado del traslado a papel de la conversación hablada. Ya entonces se narró el episodio de las lolitas. Veamos cómo aparece allí:
«(...) Antes te decía que una de mis frustraciones es no haber hecho el amor con jovencitas, lo más cercano a una jovencita, es decir, las dos…, las personas más jóvenes con las que he hecho el amor fueron, me sucedió en Tokio, cuando yo tenía como 30 años, en Tokio un hombre blanco interesa siempre mucho, como ya te he explicado en bastantes ocasiones a las japonesas, que, en cambio, rara vez tienen relación sexual fuera del matrimonio con los japoneses, y estaba yo volviendo a casa, yo vivía en un barrio de Tokio, llegué en metro hasta la estación del barrio, desde allí tenía que subir, había como un camino largo, casi dos kilómetros que tenía que hacer a pie hasta mi casa, y, al salir, en la estación del metro había un grupo de chicas y chicos muy jovencitos parados, había dos japonesitas que debían tener trece años como mucho, más no tenían, y que querían hacerse las señoritas y las mujeres, llevaban los labios pintados, taconcitos, minifalda, porque entonces estaba de moda, te estoy hablando del año 67, 68, y entonces se acercaron a mí al ver que yo era blanco, yo pasaba, y entonces se me acercaron como siempre a preguntarme de dónde eres y todas estas cosas, y entonces a mí me encantaron aquellas dos criaturas, eran muy monas, todas pintaditas, todas puestas como mujer, todas perversas, pero muy niñas, y entonces le dije que si venían conmigo y dijeron que sí, era ya tarde, las doce de la noche o así, y bueno, me dije qué hago yo ahora con éstas, y me las llevé a un bar, a un café que conocía en esta salida de la estación de metro, pero un café muy estrecho y con cinco pisos superpuestos, pero cada piso muy estrecho, al último piso no llegaba nunca nadie, y menos a las doce de la noche, que para el japonés es una hora avanzadísima, entonces me subí con estas dos, y entonces las muy putas, porque vamos, no hay otra palabra para decirlo, fueron ellas, yo no me atrevía, yo estaba muy cohibido, yo, en fin, se me hacían los dedos huéspedes, yo todavía…, era antes de que me enterase de cómo eran las mujeres y el sexo, esa revelación de la que te he hablado antes, y entonces yo iba con mucha cautela, y no, fueron ellas las que se lanzaron y me empezaron a hacer toda clase de diabluras, pero, además, con la particularidad de que no lo hacía la una delante de la otra.
Entonces, una decía que se iba al servicio y desaparecía largo rato, durante veinte minutos o así, y entonces la otra, pues me hacía toda clase de perrerías, y luego la que se había quedado conmigo decía que se iba al servicio, reaparecía la otra y la otra me hacía también toda clase de perrerías. Y así me trajeron dos o tres horas, estas dos niñitas, verdaderamente por la calle de la amargura, a mal traer, yo aquel día perdí la cabeza, es uno de los momentos en el que por sexo yo he visto rojo, era un pelele en manos de estas dos criaturas, si me llegan a pedir, yo no sé, que les hubiera firmado cheques en blanco, pues en aquel momento les hubiera firmado cheques en blanco o lo que me hubieran pedido.» (Fernando Sánchez Dragó. Una vida mágica, págs. 159-160.)
La similitud de ambas descripciones parece indicar que es una historia adornada, y, sin duda, contada cientos de veces, y utilizando las mismas expresiones, hasta el punto que el fragmento de Dios los cría parece calcado de Fernando Sánchez Dragó. Una vida mágica, tan sólo cambiadas ciertas expresiones. Y teniendo en cuenta que en este último libro, afirmó líneas antes que:
«(...) Para mí todo puede tener sentido, todo puede aceptarse menos la violencia, y entonces en este sentido ni soy sádico, ni soy masoquista, ni entiendo el sadismo ni entiendo el masoquismo, ni jamás he experimentado o experimentaría placer dando una bofetada a una mujer o recibiendo latigazos de ésta.
En fin, aparte de las cosas que no he hecho porque no las he querido hacer, porque no me apetecían, luego empiezas a pensar y hay muchas cosas que me gustaría hacer pero que no he hecho; por ejemplo, me gustaría hacer el amor con chicas muy jovencitas, y no lo he hecho, no he hecho el amor con chicas de 11, 12, 13, 14 años, me gustaría hacer el amor con una monja, la única oportunidad que he tenido era una monja que me llamó por teléfono para proponérmelo, pero ya no era monja, se había salido y además tenía ya como 50 años (…) Yo siempre me he enamorado de mujeres que tenían entre 18 y 26 años (…) Todo lo que pasa entre un hombre y una mujer, o entre dos hombre, o entre dos mujeres, o entre 45 hombre o entre 45 mujeres, me parece bien, a condición de que sea libremente aceptado por ambas partes (...)» (págs. 151-153, negrita nuestra.)
pues, en efecto, parece fruto de su imaginación (por tanto, literatura).
Dragó, como persona inteligente, juega con la ambigüedad de la descripción del relato y provocando en el lector la impresión de haber leído lo que no figura en el papel. Se da por sobreentendido un contexto y el riesgo cae del lado del lector (como en las buenas películas de suspense o terror que uno tiene la impresión de haber visto cosas que no han aparecido en pantalla{8}). También pudiera ser (es cierto) que para no ser explícito y reconocer su acto, emplease esas expresiones (de modo igualmente inteligente). Pero si ha jurado por su honor que nunca se ha acostado con una menor de 18 años (otra ambigüedad es la de jugar con la minoría de edad legal y la minoría de edad para mantener sexo), habrá que creerle, ¿no?
Si siempre cuenta la misma historia con las jovencitas será porque constituyó un episodio (de atmósfera tórrida) extraordinario en su vida en cuanto a lolitas se refiere. ¿O no? Aunque no fuera así, son adolescentes creciditas, jovencitas, y no niñas. Personas adultas para el sexo (no hace falta aquí poner ejemplos históricos y antropológicos{9}. Y sin ningún tipo de coacción o maltrato. Así que, ¿incumbe a alguien más que a Dragó y a las japonesitas? La hipocresía, la doble vara de medir, la policía del pensamiento y el sectarismo están llegando demasiado lejos. Y habtrá que denunciarlo, ¿no?
Los sindicatos de Telemadrid quieren echar a Dragó de la cadena pública, por considerar que alguien que ha cometido tales atrocidades, tales delitos, es una persona despreciable. Y así sería si hubiera abusado de niñas. Pero no es así. Ni hay delito (¡13 años, señores!{10}) ni ha pervertido a ninguna menor (y esto en el caso, de tomar por verídica su historia).
Una de las cosas sobre las que más se ha incidido ha sido en que Dragó dice que le trajinaron las lolitas. Para muchos, signo inequívoco de que mantuvo sexo con ellas. Pero no está tan claro. Es cierto que es ambiguo lo del episodio narrado, pero precisamente por ello no cabe colegir de modo cristalino que Dragó haya mantenido relaciones sexuales con las chicas. Se puede interpretar que sí, pero también que ese «trajinar» va referido al tonteo, juego, arrumacos, &c. previos al sexo pero no al mismo. Si se quiere, y para decirlo en terminología anglosajona, hubo peeting (emulación de los actos u operaciones sexuales con la ropa puesta) pero no coito. En ningún momento Dragó afirma o admite eso. Y quienes entienden que sí lo hace, basándose en su afirmación de que lo puede declarar, ya que ha prescrito lo que cuenta, es que no se han enterado de nada. Absolutamente de nada. Porque no saben captar la ironía. Ni conocen a Dragó ni están familiarizados (siquiera mínimamente) con el discurso escrito. Ni han leído el resto del libro (para darse cuenta del tono general del mismo) ni se percatan de la crítica implícita al decir que el delito ha prescrito, inserta en el contexto político del presente. Es cierto que es difícil transcribir el tono de la conversación al papel. Ese papel lo suelen jugar las comillas. Y aquí no existen (a pesar de que el propio Dragó ha corregido el libro{11}). Pese a todo, consideramos que una persona sensata capta perfectamente el tono irónico.
Lo de trajinar se puede entender de varias maneras. En el texto de 1984 dice que «así me trajeron dos o tres horas». Veamos la etimología y los significados de trajinar.
En el Tesoro de la Lengua Castellana de Covarrubias se dice de «traginar»: «llevar cargas de una parte a otra, como hazen los recueros, que por efta razon fe llamaron tragineros, del verbo Lat. Traho, trahi, traxi, por llevar, o traer alguna cofa».
El Diccionario de Autoridades nos dice de «traginar»: «v.a. Acarrear, ò llevar géneros ò mercaderías de un lugar à otro. Viene del verbo latino Trahere. Convectare. Comportare. QUEV. Tir.la piedr. Mas vale fu incomodidad en traginarla, que fu valor. Figuradamente vale andar de un fitio à otro de cualquier fuerte. Lat. Ultrò, eitròque preambulare. Viam terere. Lop. Peregr. Lib.I. Ni la folicitud de los varios animales, que à tales horas traginan las cárceles, codiciofos de fu vil fuftento».
En la voz «traginado, traginada» se nos dice: «part. Paff. Del verbo Traginar en fus acecpciones. Lat. Convectatus. Comportatus. QUEV. Remed. De qualquier fort. La qual en filla toda defcubierta, traginada por el lugar, vé el Pueblo igualmente como el marido».
El actual Diccionario de la RAE dice que trajinar significa: «(Del lat. *tragināre, arrastrar): 1. tr. Acarrear o llevar géneros de un lugar a otro. 2. intr. Andar y tornar de un sitio a otro con cualquier diligencia u ocupación».
Convencionalmente se puede entender como fornicar pero también puede significar, en el caso que nos ocupa, que las japonesitas le estaban tomando el pelo. Le seducían usando sus «armas de mujercitas».
Depende de cada individuo en concreto, pero en cuanto a su desarrollo físico concierne, una joven de trece años (o de catorce) puede que ya no sea para nada una niña (al menos, como pueda serlo una de ocho o diez). Otra cosa es que se la siga viendo como tal. Pero en absoluto es lo mismo (como se pretende equiparar desde determinadas tribunas) una niña de ocho o diez años (en efecto, una niña en toda regla) que una adolescente de trece-catorce. Aunque también es cierto, que una chica de trece, catorce e incluso quince puede considerarse en muchos casos como más niña que persona adulta. Estaría más cercana a la infancia (por su fisionomía, sobre todo, porque en cuanto a lo que se llama «madurez», hay jóvenes de veinte o incluso de treinta años que están en situación parecida a la de trece, catorce o quince) que a etapas posteriores.
A la hora de ensayar un posible criterio para establecer cuándo una chica puede tener relaciones sexuales podríamos fijar la referencia del inicio de la menstruación. Se trataría de un criterio biológico objetivo. Pero ese es sólo un aspecto y dejaríamos de lado otros muchos. Además, olvidaríamos que esto atañe en cuanto a la reproducción se refiere (no en cuanto al coito), amén de provocar monstruosidades como la niña que ha sido madre con diez años. Ahí es dónde hay que fijar la atención, en ver por qué pasa eso. No ya en este caso excepcional sino en el número de «embarazos no deseados» en adolescentes y en el número de abortos, en una sociedad avanzada como la nuestra que dispone de medios para evitarlo (y los jóvenes de información suficiente como para conocer los riesgos que entrañan sus actos y la responsabilidad que acarrean los mismos –si no, no hay libertad–). En eso debemos centrarnos y no en la fabulación pseudo-real de un escritor calenturiento y libertino.
Arcadi Espada, en su artículo «El mujerío (y II)» publicado en El Mundo el sábado 6 de noviembre de 2010 habla de la convencionalidad a la hora de fijar una minoría de edad para mantener relaciones sexuales con una persona:
«(...) Nada prueba que la madurez, la responsabilidad y la determinación respecto al consentimiento sexual se adquiera mágicamente a los 13 años. Puede haber más o menos de todo eso en los 12 y en los 14. Ante la imposibilidad de saberlo no hay otro remedio que trazar una raya que sea la medida de nuestra ignorancia sobre los movimientos en las alcobas y de nuestro respeto por la intimidad; y que sólo un cafre (es decir, un hombre al margen de la civilización) puede traspasar (...)».
Dragó reconoce en el libro que mintió con lo del experimento del priligy:
«Mira, aquí están las famosas fotos de Naoko y yo desnudos, que hace cosa de un año salieron en todos los periódicos y en YouTube, y que imitan las que se hicieron John Lennon y Yoko Ono. Las publicó el Magazine de El Mundo, pero llovía sobre mojado, porque un mes antes ya había aparecido yo en pelotas en las páginas normales del mismo periódico. Esa otra foto servía de ilustración a un reportaje sobre el Priligy, fármaco contra la eyaculación precoz que acaba de salir al mercado y que dio mucho que hablar, aunque luego se quedó en agua de borrajas. Me propusieron que lo probara y contase sus efectos. Al principio me opuse: nunca he sido eyaculador precoz y ahora, con la edad y con lo del tantra, aún menos. No tenía sentido que fuera yo el conejillo de indias, pero insistieron y terminé por aceptar. Eso sí: apliqué el sabio principio de que la realidad nunca debe estropearte una buena noticia y no tomé el Priligy, aunque no dije nada en el periódico. Confío en que no me echen a causa de esta confesión. Tampoco era cosa de ponerse a jugar con los bypasses de mis coronarias. Me lo inventé todo e hice bien, porque gracias a eso escribí un reportaje bastante divertido y muy desvergonzado» (pág. 143-144.)
Así que, ¿por qué no iba a añadir literatura al episodio japonés con las lolitas? En la entrada de su blog del 12 de mayo de 2009 titulada «No maten al mensajero», Sánchez Dragó escribió:
«Estoy leyendo un libro de Coetzee, escritor fúnebre y tedioso que no me agrada. Milita en el grupúsculo literario de los deprimidos que escriben para deprimidos. El libro se titula Diario de un mal año. Lo publica Debolsillo.
Debe de ser cierto lo que afirmaba Cervantes: no hay libro, por malo que sea (y el de Coetzee, pese a lo dicho, no lo es), que no contenga algo bueno.
Lo digo porque en el duodécimo capitulillo de la obra citada me topo, a cuento de la pedofilia, con algunas consideraciones valiosas, valerosas, razonables y sumamente incorrectas.
Son las que siguen… «La histeria actual de los actos sexuales con niños –no sólo tales actos en sí, sino representaciones ficticias de éstos en forma de la llamada «pornografía infantil»- da lugar a ciertas extrañas faltas de lógica (…) ¿Cómo diantre ha podido desarrollarse el clima actual? Hasta que las feministas intervinieron en la refriega, a fines del siglo XX, los censores moralistas habían sufrido una derrota tras otra y en todas partes estaban a la defensiva. Pero en cuanto a la pornografía, el feminismo, un movimiento progresista en otros aspectos, decidió ser compañero de cama de los conservadores religiosos, y la confusión se generalizó. Así, en la actualidad, mientras que por un lado los medios de comunicación encabezan impunemente una exhibición sexual cada vez más grosera, por otro lado se ha dado un buen varapalo al argumento esteticista de que el arte vence al tabú (el arte «transforma» su material, purgándolo de su fealdad) y, en consecuencia, el artista debería estar por encima de la ley. En unos pocos campos bien definidos el tabú ha emergido triunfante: no sólo ciertas representaciones, sobre todo de sexo con menores, se proscriben y castigan ferozmente, sino que también está muy mal visto, si no prohibido, el debate sobre la base del tabú.»
Y más adelante, a propósito de la película Lolita:
«Hace treinta años Stanley Kubrick sorteó el tabú, relativamente suave en aquel entonces, mediante la utilización de una actriz de la que se sabía que no era una niña y sólo con dificultad podría disfrazarse como tal. Pero en el clima actual esa estratagema no serviría de nada: el hecho (el hecho ficticio, la idea) de que el personaje de ficción es una niña eclipsaría la realidad de que la imagen en la pantalla no es la de una niña. Cuando el tema es el sexo con menores, la ley, y la opinión pública clamando detrás de ella, no está de humor para hacer sutiles distinciones». (op. cit. pp. 64 y 65)
No soy yo quien lo dice, sino todo un señor premio Nobel. No maten al mensajero. Maten, en todo caso, a Coetzee.
Decía Henry Miller: «cada vez que se viola un tabú sucede algo estimulante».
Elijan: o corrección política, o libertad de opinión y de expresión.»
La cursiva es de Sánchez Dragó y resalta «la histeria actual de los actos sexuales con niños –no sólo tales actos en sí, sino representaciones ficticias de éstos». Hace hincapié en «las representaciones ficticias de éstos». Y termina el escrito con una dicotomía: o pensamiento políticamente correcto o libertad de expresión y opinión. Lo cual no quiere decir que sea válida la popular máxima de que «el pensamiento no delinque». Pero para delinquir hace falta tener la libertad para hacerlo (que, suele ser, la que uno se tome, con las consecuencias que ello acarrea, como estamos viendo). A modo de ejemplo: un señor como el difunto Pepe Rubianes puede cagarse en la «puta España». Está en su derecho. El mismo que tiene la Fundación DENAES para ejercer los trámites que considere pertinentes.
Hay quien considera que siquiera especular con ello es una barbaridad. Recientemente han cancelado A serbian film (2010, Srdjan Spasojevic) por incluir escenas violentas, perversas y muy desagradables (lo que ya sucedió el año pasado con Saw 6 (2009, Kevin Greutert){12}). Lo que nos resulta gracioso es que El País, al informar el día 5 de noviembre de 2010 de la noticia, hable de censura.
El periodista Eduardo García Serrano le dedicó a Dragó adjetivos como «miserable», además de decir que desde Gárgoris y Habidis no había escrito nada brillante. Fue un gran escritor; ya no lo es. Recordemos que García Serrano{13} se vio envuelto en una polémica hace tan sólo unos meses (iniciada con su intervención en jueves 3 de junio de 2010 en El gato al agua) al calificar a la consejera de sanidad de Cataluña, Marina Geli, como «una puerca, una zorra, repugnante» por la campaña sexualizante (al hilo de nuestra sociedad hipersexualizada) del gobierno tripartito con niños y adolescentes. En su argumentación no iba descaminado, en el sentido que llamaba puerca a quien para él propagaba porquerías, es decir, enseñar a niños y adolescentes cómo deben masturbarse. Esa práctica que él consideraba inmoral y repugnante, era la propia de alguien que se dedica profesionalmente al sexo, y por ello la denominó zorra (aunque sin duda con la doble faceta que juega también como insulto). Podría haberla denominado «meretriz» o «prostituta», pero usó una palabra más sonora, vulgar, castiza e insultante. Y no hay que olvidarse de su alusión a los esprintias romanos. Para que no haya dudas, trascribimos su polémico discurso, tras el que tuvo que disculparse públicamente (una semana después, el jueves 10 de junio de 2010):
«Quiero decir que esta señora… ¿Cómo se llama? («Marina Geli, consejera de Sanidad, socialista catalana», responde el presentador Antonio Jiménez) Esta señora es una guarra, una puerca y está fabricando degenerados… Vamos a ver: enseñarle a un niño, a un adolescente, que puede hacer lo que quiera, cuando quiera, cómo quiera y cuando le venga en gana, es esclavizarlo de por vida. Esclavizarlo de por vida. Estamos en un país verdaderamente siniestro… Se nos prohibe fumar, pero a los niños, en Cataluña, desde la Consejería de Sanidad, esta guarra les anima a meneársela (perdón por la expresión), y a practicar sexo oral… Pero bueno, ¿nos hemos vuelto locos todos? En la antigua Roma había unos esclavos, que se llamaban los esprintias, y que eran especialistas en proporcionarle a los patricios toda clase de divertimentos sexuales, que eran muy atroces (se utilizaban niños muy pequeños en esas orgías en la Roma decadente. Los esprintias eran los que sodomizaban a estos niños, los que obligaban a estos niños a prácticas sexuales aberrantes con los mayores y entre ellos mismos). Ésta es una esprintía. Esta tipa es una zorra … repugnante… ¿Pero cómo se puede conminar a un adolescente, a un niño, a hacer ese tipo de prácticas sexuales, en el colegio? ¿Pero qué sociedad estamos fabricando? ¿Qué sociedad estamos fabricando?»(negrita nuestra).
Ahora bien, que quede claro: Sánchez Dragó en ningún caso es un pederasta (no abusó ni abusa de niñas). Ni tampoco pedófilo (no le gustan las niñas; sí le gustaban cuando él era niño… como a todos). Admite que le gustan las lolitas. Y al margen de esta anécdota comentada, seguro que se ha visto envuelto en otros sucesos similares. Pero es cosa suya. Y no hay mayor escándalo que el que pueda suscitar la diferencia de edad, ya que no hay abuso de ningún tipo (aunque la relación, claro, no sea simétrica).
Escándalos como los de Pedro J. Ramírez (hace trece años, noviembre 1997), Max Mosley (marzo 2008) o los de Benzema, Ribery y otros jugadores «traidores» (por lo ocurrido en el Mundial) de la selección francesa (abril 2010) nos traen sin cuidado. Son cosa suya. Sin duda, es muy interesante de cara al análisis y al estudio de ciertas conductas y patologías. En el caso de los jugadores franceses y su supuesta relación con la exhuberante prostituta Zahia Dehar (parece ser que mintió sobre su edad), pueden servir para discutir sobre la prostitución, pero considerar que la señorita Zahar es una pobre niña indefensa parece una broma.
En el caso de Dragó, lo que le gustan no son las niñas sino las jovencitas. Lo cual no quiere decir que se acueste con ellas. Un ejemplo reciente y conocido por todo el mundo, era el hecho de que Michael Jackson se acostaba con niños (incluyendo a las niñas). Él reconoció que, en efecto, le encantaba dormir rodeado de niños, pero siempre negó haber abusado de ninguno. Una demanda que se interpuso contra él, con el tiempo fue retirada al admitir los demandantes que era falsa. No hace falta aquí entrar en las posibles explicaciones a los problemas psicológicos que padecía el bailarín y cantante blanquinegro (se esgrime que la falta de afecto en su infancia –en su época de los Jackson Five– es por lo que deseaba siempre tener niños a su alrededor). ¿Acaso tiene algo que ver el caso de Jackson con el de Dragó?
En cuanto a los filias sexuales, dice Dragó en Dios los cría ...:
«Para mí las medias tienen tal intensidad erótica que, al lado de ellas. Ríete tú de afrodisíacos. Cada vez que hago el equipaje meto dos pares de medias por si encuentro una chica que no las lleve» (pág. 140.)
«… !Ligar con una monja es mi obsesión! Yo, en alguna ocasión, he alquilado en Cornejo un traje de monja y se lo he puesto a una chica para follar con ella. Hay una película porno maravillosa que Escohotado y yo vemos continuamente. Se llama Fuego bajo los hábitos (…) La pena es que no he conseguido ligar con una monja de verdad. Imagínate lo que debe de pasar en los conventos de clausura. De todo, Albert, de todo. Como en las cárceles (…) En los conventos el lesbianismo está a la orden del día; y, si no, pues con el jardinero, con el confesor, con los monaguillos…» (págs. 157-158.)
En la entrada de su blog del 31 de mayo de 2010:
«Soy un fetichista. Siempre meto varios pares de medias negras con guarnición de liguero de encaje en la maleta por si surge la posibilidad de calzárselas a alguna muchachita de tobillo fino. A veces, incluso, me las pongo yo. Nadie se asuste. Anaïs Nin cuenta en sus diarios que Henry Miller, garañón por encima de toda sospecha, también lo hacía. Cosas de escritores. Los libertinos somos así.»
En el libro de Joaquín Arnáiz, Fernando Sánchez Dragó. Una vida mágica:
«(...) A veces me suceden hechos aparentemente atípicos o insólitos, pues una persona como yo, que a las diez y cuarto de la mañana estoy acudiendo hacia Televisión Española para hacer un programa de TV y entrevistar a Dámaso Alonso y lo que le voy a preguntar a Dámaso Alonso, y cruzo a esa hora por delante de esas putas fellinianas que están en la salida a la carretera de Castilla de la Casa de Campo, o estaban, porque ahora los socialistas las han echado, porque han cerrado esa salida, y me entra una especie de arrebato erótico, me paro y en diez minutos echo un polvo con una de estas putas, aquí te pillo, aquí te mato, a las diez y cuarto de la mañana, lo cual no deja de ser absurdo (...)» (pág. 142.)
«(...) Recuerdo que llegamos en una ocasión a Huelva, y allí con el capitán, no voy a decir el nombre, en fin, no se dice el nombre en estas cosas, pero, era un tipo fantástico, un personaje conradiano, jacklondiano, pues nos fuimos él, los oficiales y algunos de los marineros a un barrio de putas maravilloso, que espero que sobreviva, esto fue en el año 72 o así, en Huelva, un barrio de putas como los que yo había conocido en mi infancia, un barrio de putas, de estos para marineros, para soldados, un barrio de putas lleno de flamenco, lleno de mariquitas, de travestis, de folklóricas de éstas, en fin, todo muy andaluz y muy resalado y muy animado, y allí, pues, nada, nos metimos en un sitio de éstos, en un bar estilo moruno, con divanes y azulejos y ventanas en forma de arco de herradura y cosas de éstas, y allí cerramos el burdel y estuvimos todos metidos, yo que sé, 20 putas y 20 marineros, pues tres días seguidos prácticamente sin salir, y allí pasó, pues, absolutamente todo lo que puede pasar en este mundo, claro» (págs. 160-161.)
Repetimos una vez más: es cosa suya. Recomendamos la lectura del tratado diecisiete del Compendio Moral Salmaticense, donde se habla de la lujuria, los tactos impuros y el bestialismo, entre otros.
Dragó en otros pasajes del libro cuenta otros sucesos relacionados con la polémica y que también escandalizarán a muchos. Así, por ejemplo, invitó a cenar a una jovencita de 15 años a una cena literaria:
«Estando en el País Vasco me pasó una vez otra historia que… Me interrumpo porque vas a pensar que soy un obseso, y probablemente no te equivoques, pero… Mira, te cuento. Me invitaron los del hotel Ercilla para que clausurase, junto con Caro Baroja, unas jornadas gastronómicas que habían organizado por todo lo alto: después de una semana enterita de festines, conferencias y comilonas, se iba a celebrar la gran cena de clausura. Uno de los invitados era Ugo Tognazzi, el famoso actor, que dirigía una revista de gastronomía y por eso estaba allí.
Poco antes de la cena salí a dar un paseo, y al volver, doblando la esquina me crucé con una jovencita preciosa que estaba con unos compañeros de instituto. La chica me miró, yo me volví a mirarla, seguí, volví a mirarla, descubrí que ella, riéndose, también lo hacía, me animé, di unos pasos hacia ella y la invité a cenar. Lo de siempre, vaya. La chica se quedó encantada, pero preguntó: «¿Qué va a decir mi madre?» La calmé: «Tranquila –dije–. Yo hablo con ella». Los chicos le dijeron que era gilipollas si no aceptaba, y se vino. Telefoneé desde el hotel a la madre, le expliqué la situación, le pedí permiso haciendo gala de todas las formalidades habidas y por haber, y la señora, halagada, cedió, pero con la condición de que su retoño volviese al nido a las doce en punto de la noche. Le garanticé que así sería. Total, que estábamos ya sentados a la mesa, que era enorme, para ciento y la madre, cuando vi que en el rostro de los comensales sentados frente a mí se dibujaba una expresión de espanto. Volví la cara y me encontré con una especie de cachalote, con un chicarrón de esos típicos del PNV, membrudo, gigantesco y enfundado en una especie de guardapolvos, que blandía un paraguas. !Caramba! Era su padre. Tragué saliva y le expliqué que había hablado con su mujer y que… Nada. El energúmeno en cuestión se llevó a la chica manu militari. Ugo Tognazzi, que lo vio todo desde el otro lado de la mesa y que tenía fama de menorero, me dijo en italiano, con sonrisa socarrona, que la chica era troppo giovane, Fernando, troppo giovane. Bisogna aspettare ai diciotto anni» (págs. 57-58.)
Y habla sobre lo políticamente incorrecto del fabular sobre el tema con menores de edad (en la línea de la entrada de su blog «No maten al mensajero» citada antes):
«El manuscrito de Lolita lo rescató la mujer de Nabokov de la hoguera. Lo había tirado al fuego porque no le gustaba nada, y ella lo sacó con las páginas medio chamuscadas. Esa película no se podría estrenar ahora. La censura la prohibiría en nombre de la corrección política. Dentro de poco, al paso que vamos, no se podrá hacer nada. !Y luego dicen que vivimos en un régimen de libertades! !Pero si casi todo está prohibido, y lo que aún no lo está, lo estará!» (pág. 59.)
«La libertad de expresión es sólo, hoy, libertad de impresión: la de imprenta. El librepensador es una figura molesta, proscrita, mal vista. Casi ha desaparecido. Quedamos tú, yo y tres o cuatro chalados más. Chalados, sí, porque nos toman por locos, y eso es fantástico. Nadie persigue a los locos ni al tonto del pueblo» (pág. 60.)
«(...) Es, sin embargo, totalmente falsa esa leyenda, tan difundida, de que yo ligo con las mujeres. !Son las mujeres las que ligan conmigo! Naoko, por ejemplo, me ligó. Yo, aunque me gustaba, no me atrevía. !Imagínate! Era una alumna y en estos tiempos te expones a la pena capital por ligar con una alumna. Si ella no hubiera tomado la iniciativa, yo tampoco lo habría hecho (...)» (pág. 68, cursiva nuestra.)
Parece que deja muy claro con esto último que es un tímido y que no sería capaz de llevar la iniciativa en la ceremonia de cortejo. Si no lo hizo con una de veinte, ¿lo iba a hacer con dos de trece? Fueron ellas las que llevaron la iniciativa, y es lo que explicita Dragó con su lenguaje directo y tabernario, si se quiere. Pero precisamente por eso, no cabe imaginar a Dragó como un señor que abusa de unas niñas, imponiendo su fuerza y su inteligencia. Como un señor que sale buscando carne fresca y chochitos rosáceos. Será, un ideal, en todo caso. Pero, vaya, que en ningún caso podemos pensar en Dragó como el estrangulador de Rillington Place en versión Tokio o Kioto (en vez de Londres) y en formato pederasta.
No ve mal que en el seno de la familia se enseñe el sexo desde la niñez con la mayor naturalidad, al igual que se hace en ciertas sociedades. Esto lo ha defendido Dragó otras muchas veces y en varios lugares. Por eso no se entiende que salte ahora la polémica por lo que dice. !Si lo lleva diciendo tres décadas! Eso es lo que nos lleva a pensar que es un pretexto para desestabilizar a los adversarios políticos del PSOE, y, en concreto, a Esperanza Aguirre, a la que parece difícil apear de su puesto. Dice Dragó:
«Mira, esto que voy a decir ahora sí que es políticamente incorrecto al máximo. Me freno porque sé que me busco la ruina, pero no puedo callarme: lo que pasa en nuestra sociedad con el llamado sexo infantil es delirante. !Por el amor de Dios! !Si siempre ha habido sexo infantil! Lee a los clásicos. No estoy hablando de casos en los que pueda mediar explotación, abusos, violencia, engaño, alevosía … Es evidente que entonces es totalmente reprobable. Pero si no … !Por favor! Lo normal es que en el seno de una familia, entre los hermanos, entre los primos, entre el señorito adolescente y la criada, surja el sexo. Es lo que ha pasado siempre y no se hundía el mundo. Ahora, !madre mía! Ahora estamos en plena caza de brujas (…) Mira, a mí, cuando tenía dieciséis años, me desasnó una criadita maravillosa que había en casa de mi madre. Y le estoy inmensamente agradecido. !Pensar que ahora esa encantadora mujer podría haber ido a la cárcel por aquello! !Pero si le deberían haber dado una medalla! !No, no puedo estar de acuerdo con esa persecución!
Y con el incesto sucede lo mismo. Si lo natural es el incesto, !por favor! (...)» (p.143-154).
« (…) algo tan importante como el sexo, del cual depende, en gran medida, nada menos que la felicidad de la persona y, por supuesto, la estabilidad de la familia. Yo a los ocho años ya me masturbaba y a veces lo hacía pensando en mi madre, lo que a ella, si lo hubiera sabido, le habría horrorizado. !Cuanta hipocresía! ¿No hay, acaso, sexo y placer recíprocos, por ejemplo, cuando un bebé se agarra a la teta de su madre? Que se lo pregunten a Freud. Al pobre Antonio Machado, si viviera hoy, lo meterían entre barrotes. Catorce añitos tenía Leonor Izquierdo cuando se enamoró de ella. Quizá, incluso, trece. Yo le llevo a mi mujer actual la friolera de treinta y ocho años. Tenía ella veinte cuando la conocí y parecía aún más joven, porque las japonesas suelen ser muy aniñadas. Lo que se dice un guayabito. ¿Me convierte eso en un pedófilo? Obras son amores: llevamos dieciséis años juntos y nunca se ha cernido la más mínima sombra sobre nuestra relación» (p. 154-155).
«Yo digo –y eso ya está escrito en mis Memorias– que lamento que no me haya pasado algo así. Nunca me tocaron. Pero insisto: lo lamento (…) querría haber pasado por esa experiencia. Y desde luego no creo que me hubiera traumatizado lo más mínimo» (p.156-157).
«(...) A mí me gustan las de quince (…) Llámame viejo verde, llámame como quieras, pero es así. Y conste que, por desgracia, no hago nada. Pura boquilla. No están los tiempos como para meterse en ese tipo de fregados (…) Para mí, en cambio, no hay nada como la piel tersa, los pechitos como capullos, el chochito rosáceo (…) !Pero si yo no sólo las quiero para follar! Eso es lo de menos. A mí me gusta mirarlas a la cara, contemplar una piel tersa, lozana, aspirar su aroma … (…) Las lolitas, además, no tienen por qué ser vírgenes (…) Yo soy un libertino. Y a mucha honra, de verdad (…) El movimiento libertino, en la Europa del siglo XVIII, fue algo muy importante. Fueron los libertinos quienes devolvieron la libertad a Europa esclavizada, emasculada y desclitorizada por el cristianismo: el pensamiento liberal es una emanación de ellos. Juan Velarde, el economista, ha escrito un libro magnífico sobre ese asunto (...)» (p.159-160) (cursiva nuestra, todos los fragmentos pertenecientes a Dios los cría …).
Todo el mundo conoce casos de diferencia de edad estimable, incluso siendo menor uno de ellos. Podemos recordar el caso de la profesora que fue a la cárcel por mantener una relación con su alumno de 15 años, y de cómo llegaron a tener un hijo juntos. Otra relación entre profesor y alumno es la que se da en la película La belleza de las cosas (1996, Thomas Vinterberg). Nosotros mismos podemos asegurar cómo, por ejemplo, cuando trabajábamos en un colegio de la capital, había una alumna de dieciséis años que estaba saliendo con un hombre de treinta años. Y esta situación era conocida por los padres de la muchacha (sí, muchacha, pero no niña). No entramos en las dificultades y viabilidad que pudiese tener esa relación con vistas a establecer una relación de pareja estable y duradera (en el marco de la institución de la monogamia). Lo que decimos es que ese señor no era un pedófilo ni un pederasta. Otra cosa es por qué su gusto o atracción por esa jovencita, que puede deberse a múltiples motivos, pero que son cosa suya (y, a lo sumo, de su psicoanalista).
No es lo mismo, en efecto, una joven de dieciséis que una de trece. Pero una persona de trece o catorce años ya tiene la suficiente capacidad como para decir que son responsables de sus actos. Y esto vale tanto para mantener relaciones sexuales{14} como para imputarles la responsabilidad de sus actos. Véase, por ejemplo, el Panfleto contra la democracia realmente existente de Gustavo Bueno, donde se dice:
«… Lo que interesa es impedir que el criminal horrendo pueda seguir viviendo después de su crimen. Y esto se extiende también a los menores de edad adolescentes pero con capacidad operatoria. La minoría de edad es sólo una línea convencional tratada en las sociedades democráticas a efectos administrativos. Si un «niño» de catorce años comete un crimen horrendo interesa que no siga viviendo precisamente porque sólo de ese modo puede quedar reconocida, en el terreno de los hechos, la imposibilidad social del crimen horrendo (...)» (p.223).
Si ha suscitado toda esta revuelta el affaire Dragó, qué no pasará si los fundamentalistas democráticos bienpensantes leyeran la defensa, no ya de la posibilidad de la instauración de la ejecución capital, sino la de aplicarla a «niños» (y «niñas», no se nos enfade nadie) de 14 años.
Lo que sucede es que en España, una joven puede abortar con dieciséis años pero no puede compra alcohol o tabaco. Sí puede impedir que nazca el niño que lleva en sus entrañas pero no puede tomarse una cerveza en un bar. No entramos aquí en la cuestión del aborto. Pero destacamos las incongruencias de nuestro sistema penal. Y este caso sirve para poner encima de la mesa qué papel hay que atribuir a los menores de edad. ¿Hay que cambiar las leyes? Los distintos criterios que aportan los psicólogos no invitan al aclamado consenso (tan querido por nuestros gobernantes). No sólo es cuestión de psicólogos el dilucidar estas cuestiones. Recordemos la propuesta del parlamento holandés hace unos años para rebajar la edad a partir del cual se pueden mantener relaciones sexuales con adultos sin que sea delito (en la línea de determinadas sectas –Los niños de Dios, los Davinianos– que abusan de niños).
Veamos lo que dice nuestro Código penal en su artículo 181:
«1. El que, sin violencia o intimidación y sin que medie consentimiento, realizare actos que atenten contra la libertad o indemnidad sexual de otra persona, será castigado, como responsable de abuso sexual, con la pena de prisión de uno a tres años o multa de dieciocho a veinticuatro meses.
2. A los efectos del apartado anterior, se consideran abusos sexuales no consentidos los que se ejecuten sobre menores de trece años, sobre personas que se hallen privadas de sentido o de cuyo trastorno mental se abusare.
3. La misma pena se impondrá cuando el consentimiento se obtenga prevaliéndose el responsable de una situación de superioridad manifiesta que coarte la libertad de la víctima.
4. Las penas señaladas en este artículo se impondrán en su mitad superior si concurriere la circunstancia 3 o la 4, de las previstas en el apartado 1 del artículo 180 de este Código (que se refiere a «cuando la violencia o intimidación ejercidas revistan un carácter particularmente degradante o vejatorio») (negrita nuestra).
¿Que hay que reformar determinados artículos del Código Penal? Pudiera ser ¿Y que no hay que verlos como si de un texto sagrado se tratara, que no puede ser reestructurado (como sucede con la Constitución de 1978)? Por supuesto que no, pero de momento, son los que son. Y si para unas cosas somos sacros fundamentalistas democráticos y nos remitimos a la ley ante la cuestión del aborto, habrá que hacerlo para todo, ¿no? Como no es así, nos parece que a muchos se les ve el plumero.
Un caso particularmente vomitivo es el artículo de Juan Hernández publicado en El Comercio el 2 de noviembre de 2010 y titulado «La derecha vergonzante». Es el prototipo de artículo en el que no se argumenta absolutamente nada. Sólo se insulta. Quizá sea ese el único motivo de escribirlo. Como quien va al fútbol para insultar a todo lo que pase por el campo, incluida la banda de música (el Valencia) o la mascota del equipo. En fin ...
Escritos como el anterior se pueden poner a patadas, entre ellos el de algunas webs muy caóticas y confundidas. Un artículo muy agresivo es el del heterónimo (por lo demás, muy estimado por nuestra parte) Antonio Rico, que escribe en el periódico asturiano La Nueva España. En su columna del lunes 8 de noviembre de 2010 titulada «Dragó, Savater y Garci» pretende desprestigiar a Fernando Savater y José Luis Garci por haberse adherido al Manifiesto de apoyo a Dragó, suponiéndoles un elitismo que desdeña las opiniones de los demás mortales (entre los que se incluye Antonio Rico). Además de deslizar que, en el fondo, no es más que amiguismo y que están desbarrando al decirle a los demás lo que deben pensar:
«Fernando Savater y José Luis Garci entre otros, nos mandan callar para, así, calladitos, preservar el derecho a la libertad de expresión contra la que atentamos cada vez que abrimos la boca. (…) Savater antes criticaba el elitismo platónico y defendía que en una democracia todo ciudadano debe ser educado para gobernar. Ahora manda callar a los que insultamos a un señor que insulta a las mujeres, o quiere retirarnos el voto según lo que veamos en la tele. Obedecer y callar. Eran mejores el Savater de antes y el Garci de «Qué grande es el cine».
Pero en ningún momento se dice esto. Quienes hemos suscrito el Manifiesto lo hemos hecho desde distintas posiciones y con fundamentaciones variadas. Pero en el fondo, lo que es común a todos, es el apoyo a una persona que está siendo vilipendiada, y además injustamente, como estamos viendo. En ocasiones, la fobia hacia ciertos personajes (otro caso paradigmático de los Antonio Rico es el de Pedro Ruiz) es excesiva e incapacita para análisis correctos e incluso brillantes (como suelen ser los de este trío).
José Javier Esparza critica la doble moral de los medios progres o próximos al PSOE en su artículo de El Comercio del lunes 8 de noviembre de 2010.
David Gistau en su columna del domingo en El Mundo defendía a Dragó, argumentando que se ha sacado todo de madre. Puede que Dragó sea un bocazas y meta a menudo la pata, pero, desde luego, no es ningún pederasta.
El lunes 1 de noviembre de 2010, Gabriel Albiac titula su columna en ABC «De lo público y lo privado». Comienza citando a San Just: «La libertad del pueblo está en su vida privada; no la perturbéis», para después comentar los casos del alcalde de Valladolid, de Pérez Reverte y, finalmente, de Sánchez Dragó. Nos dice sobre lo acontecido con este último:
«Lo de Dragó es bastante más alarmante. Ignoro cuál fue el primer medio de prensa que aseguró, escandalizado, que el escritor confesaba un explícito delito de abuso de menor en su libro de conversaciones con Boadella. Sí sé que casi todos los demás medios dieron por buena la información y se limitaron a valorar, positiva o negativamente, el «dato». Sí sé que yo tengo ese libro de la editorial Áltera aquí delante. Páginas 164-165. Que relatan «una partida de ping-pong» en la cual dos adolescentes niponas le toman guasonamente el pelo a un guiri con ganas y lo dejan en estado de calentón inconsumado. Hasta le dan un número de teléfono falso para que contacte con ellas al día siguiente. El guiri sabe que ha hecho el ridículo. Y a ese autoburlesco avatar se reduce la aventura. ¿Era tan difícil constatar la falsificación, leyendo esa página y media? Pues debía serlo, porque nadie lo hizo. Cosas de la LOGSE. Todo vale hoy para destruir al adversario. Y todo cuela; eso es lo grave. Todo(...)»
El País ha sido uno de los medios que se ha dedicado muchas páginas al asunto Dragó, cuando no aparece casi nunca en ellas. Por eso, el lector de un único periódico es como un autista, y puede llegar a pensar que Dragó no publica nada ni asiste a ningún acto público. Puede incluso llegar a pensar que ha muerto. El propio Dragó ha reconocido (en su intervención en el programa En casa de Herrero de Es Radio, el jueves 28 de octubre de 2010, aclarando lo sucedido) que siempre que El País ha hablado de él, ha mentido{15}.
Bueno, pues en El País, publicó Fernando Savater el 2 de noviembre de 2010 su artículo «Eros y reacción» y nos dice que:
«No es fácil que veamos reimpresiones de clásicos subrepticios de hace décadas, como Las menores de dieciséis años, de Gabriel Matzneff (publicada en una colección de Julliard titulada Mi mayor afición), o Emilio pervertido, del filósofo René Scherér (que además era hermano de Eric Rohmer): acabarían en la hoguera, junto a sus autores. Los escándalos de Polanski y Sánchez Dragó, crucificados o defendidos según el gusto político de cada inquisidor, son todo un revelador máster en hipocresía.
Algunas librerías han decidido no vender el libro de Dragó: según oí en una tertulia de la SER, personas respetables están de acuerdo con esta objeción de conciencia. Supongo que también apoyarán a las farmacias que no vendan a las jovencitas la píldora del día después o a los videoclubs que proscriban las películas de Polanski. Soy menos favorable a este boicot por haberlo sufrido en carne propia. Hace unos años las librerías de una cadena propiedad de gente piadosa lo aplicaron a un libro mío por haber dicho –equivocándome, ay– que Zapatero merecía un margen de confianza en su trato con el entorno de ETA. Ya ven, la reacción va por barrios...»
Savater, como se sabe, ha sido uno de los principales artífices (sino el principal) del «Contra la quema de libros. Manifiesto por Fernando Sánchez Dragó».
El jueves 4 de noviembre de 2010 El País publica un reportaje titulado «Su obra es libre, su conducta no», cuyo título es bastante elocuente. En él expresan su opinión Mercedes Bengoechea, Luis Antonio de Villena; Javier Urra y el profesor de filosofía Manuel Cruz. Este último, dice que
«Claro que la literatura no puede servir como coartada para cualquier cosa, pero tampoco tiene sentido instituir una policía de la literatura, que controle en qué casos es aceptable hablar de niñas y en qué casos, no»
Javier Ruiz Portella publica un artículo en El manifiesto el jueves 4 de noviembre de 2010 titulado «La excusa pedófila. O la gran tapadera». En él, por supuesto, denuncia la campaña de acoso hacia el escritor.
El propio Sánchez Dragó ha hablado en la carta en El Mundo digital, en el programa En casa de Herrero, en el chat de El Mundo y en una entrevista concedida a Carlos Cuesta y emitida en La vuelta al mundo de Veo 7 TV el viernes 5 de noviembre de 2010. También tenía previsto compadecer en el programa La Noria el sábado 6 de noviembre de 2010 (ya hemos visto lo que soltó por su boca Pilar Rahola), pero al final declinó la oferta{16}.
Las declaraciones de Gustavo Bueno al respecto son las que encontramos en el reportaje de La Nueva España del sábado 30 de octubre de 2010 y los minutos concedidos en el programa de las tardes de Luis Herrero (ya que dirige otros programas) el viernes 5 de noviembre de 2010. Bueno defendió que es totalmente gratuito suponer que Dragó esté orgulloso de esa hazaña «sexual». Una explicación más viable sería la de una especie de liberación al contarlo, ya que pedir perdón no sirve de nada, ya que como dijo Espinosa en la proposición LIV de la parte cuarta de la Ética: «El arrepentimiento no es una virtud, o sea, no nace de la razón; el que se arrepiente de lo que ha hecho es dos veces miserable o impotente». Lo que pasó (en caso de que hubiera pasado algo), pasó y ya está. Es cosa suya. Y se adherió al Manifiesto a favor de Dragó por la catadura moral de quienes le acusan. Es una persecución política en toda regla, siendo una gentuza los acusadores, que se rasgan las vestiduras por la anécdota de Dragó de 1967 y no lo hacen por el número de abortos o por el episodio de la niña de diez años (que ya hemos citado). Deberían fijarse más, decimos nosotros, en el aspecto central (los valores sexuales imperantes) y no en las cuestiones accidentales; en el tipo de sociedad que estamos construyendo.
Ya hemos visto qué opina al respecto García Serrano, y dejamos a la iniciativa del lector los artículos y vídeos emitidos desde Público, La Sexta (véase El Intermedio) y el diario digital El Plural (puede leerse el artículo de Carlos Carnicero «Esperanza y la connivencia con la pederastia»). La animadversión hacia el personaje es notoria y los titulares son más que evidentes.
La motivación política de la campaña contra Dragó (y sin descontar gente honrada que se mueva por causas más nobles) se ve muy bien en la denuncia del PSOE ante el Defensor del Menor de Madrid por ser el escritor un «pederasta confeso» (sic), además de ser un «juntaletras subvencionado por el Gobierno de Madrid». Lo que pudiese parecer un acto de responsabilidad moral no es más que una batalla de la guerra política. Además, qué se puede decir del Defensor del Menor y de una sociedad como la nuestra, donde una madre que pega una bofetada a su hijo, está obligada a estar separado de él durante seis meses o enviada a la cárcel a cumplir condena por malos tratos. No queremos hacer generalizaciones porque seríamos injustos y cometeríamos errores, pero no se pueden cerrar los ojos o mirar para otro lado si no nos gusta lo que vemos.
El ayuntamiento de Aljaraque (Huelva), gobernado por el PSOE, aprobó en un pleno por unanimidad retirar una plaza que llevaba el nombre del escritor.
En la red social Facebook hay varios grupos en contra de Dragó como «Prisión para Fernando Sánchez Dragó por pederasta», «Sánchez Dragó a la cárcel por pederasta y monstruo» o «Pido el cese de Fernando Sánchez Dragó de Tele Madrid».
Como nuestro asunto tiene que ver con el discurso políticamente correcto, recordemos cómo hace unas semanas el jugador del Real Madrid y de la selección española Sergio Ramos envió un mensaje a través de Twitter al motociclista Jorge Lorenzo, felicitándole por haber logrado el campeonato en la categoría de Moto GP. Ese mensaje terminaba con un !Arriba España! Los medios catalanes aprovecharon para llamar fascista al jugador de fútbol (unos días antes había criticado el hecho de que durante una rueda de prensa, un jugador -Piqué- tuviese que repetir la misma respuesta en catalán a petición de un periodista). Ni que decir tiene que el sentido de la expresión de Ramos no era político. Lo mismo podría haber dicho !Viva España!, !Hala España!, !España la mejor! o similares. Sin embargo, el hecho de que uno pueda decir con la mayor naturalidad !Arriba España! (como podría decir !Arriba el Real!) está mal visto. Sin duda, esa expresión tiene una connotación política evidente: la que nos retrotrae al franquismo, pero eso es pasado y no se puede, en aras de lo políticamente correcto, criticar que alguien use esa expresión.
El propio Jorge Lorenzo cuando ganó la carrera en Barcelona, no lució la bandera española como suele hacer. Lo hizo por no herir la sensibilidad del pueblo catalán. Es decir, por ser políticamente correcto no pudo pasearse con la bandera como hace habitualmente, además de ganarse las críticas (con razón) de quienes no entienden la decisión que tomó.
En cuanto a la retirada (y quizá quema) de los libros de Dragó, hay que decir que el prohibicionismo y las medidas liberticidas están llegando a límites ridículos e insoportables. Todo se hace de buenas maneras. Por nuestro bien. En esta cuestión está inmerso la idea que tengamos de lo que debe ser un estado, las competencias que debe tener, los servicios que debe prestar, donde debe intervenir, &c. Y es una cuestión que no podemos aquí discutirla pormenorizadamente porque lleva aparejadas otras muchas ideas. Pero sí que el paternalismo (el Papá Estado que decide por nosotros) nos está mermando libertades individuales. La campaña contra las hamburguesas XXL, la prohibición de vender bollos en los colegios, la reescritura y reformulación de cuentos y juegos infantiles;&c.&c.&c. Estos son asuntos ante los que un ciudadano ineludiblemente toma posición.
La prohibición de libros no nos parece buen método ni remedio para nada. Los denominados neonazis si quieren leer Mi lucha lo van a hacer (cualquiera lo puede hacer). El prohibir un libro por las ideas demenciales que defienda no es el mejor camino. Es más, deberían regalarlo con el periódico. Esto no querría decir que el 20 % de la población fuese a simpatizar con las ideas hitlerianas, sino que podrían leerlo y comprobar lo que allí se dice. No puede ser que uno vaya a comprar las Obras Completas de José Antonio y le miren mal. Ese es el error: el pensar que por leer algo uno se convierte a la doctrina del autor. Si uno está leyendo un libro sobre asesinos en serie, es porque tiene pensado empezar a matar en breve. Y quienes piensan así es un número muy amplio de personas.
Nosotros no simpatizamos con todo lo que dice Dragó. Ni mucho menos (ni tampoco en la cuestión que nos ocupa, como algún lector pudiera suponer). Pero aquí no estamos hablando de si ha contribuido a fomentar ciertas lecturas esotéricas, el consumo de drogas o la hispanofobia (que, además, no es cierta). Tampoco hablamos de su defensa de la pulsera Power Balance (en la entrada de su blog del 21 de octubre de 2010) o de si dedica algún programa de Las noches blancas a las psicofonías, telepatías y médiums (en la emisión del 1 de noviembre de 2010){17}.
Este artículo está destinado a deshacer el entuerto y mostrar que ni mucho menos es Dragó un «pederasta confeso». Citaremos a modo de ilustración fragmentos de los libros de 1984 y de 2010 (algunos realmente proféticos de lo que le está sucediendo a Dragó). Haremos una sola excepción. Pertenece a La dragontea y está referida al episodio que protagonizó Fernando Arrabal en su programa «El mundo por montera» en 1989, cuando tras beber vino por primera vez (eso confesó Arrabal), revolucionó el plató de TVE («el milenarismo va a llegar»). Dice Dragó:
«(...) Y la segunda España es la de los biempensantes, la de los mojigatos, la de los cursis, la de quienes en nombre de la etiquetería y de la buena educación condenarían a Arrabal a morir en la hoguera o, al menos, la de esos gazmoños que una y otra vez –sin llegar a tanto y por carta o teléfono– me piden que lo defenestre, que lo envíe a hacer gárgaras, que le retire mi amistad (van dados) y que no le permita salir libremente por su fuero en mi tertulia.
Esta segunda España no merece ni tan siquiera el esfuerzo de dedicarle una línea en la dragontea: Pasemos de largo con un piadoso gesto de desdén (...)» («Las tres Españas», diciembre 1989, pág. 227 de La dragontea, Planeta, Barcelona 1992.)
Veamos dos citas entresacadas del libro de Joaquín Arnáiz de 1984. La primera en cuanto tienen que ver con el feminismo:
«Mira, el feminismo, Joaquín, en lo que a mí se refiere, en lo que a la relación de las feministas conmigo se refiere, es una guerra inútil que se han inventado las feministas, se han equivocado totalmente de objetivo, y se han equivocado totalmente de objetivo porque, entre otras cosas, el feminismo para mí es algo absolutamente carente de importancia, es como si me preguntaran por el socialismo, por el comunismo, por el fascismo o por cualquier otro ismo, o por el surrealismo, bueno, el surrealismo es más importante porque por lo menos originó poesía, cosa que estos otros ismos no han originado, son coyunturas históricas, son modas históricas, son trivialidades históricas, y, por otra parte, el feminismo ha durado muy poco, está a punto de desaparecer, y es un fenómeno que, bueno, alborota mucho, pero las famosas mayorías silenciosas no son feministas, es un fenómeno que no ha conseguido arraigar, no hay nada en el feminismo, no cuentan (...)» (pág. 147.)
Y la segunda en cuanto a la libertad de expresión:
«(...) La derecha siempre ha respetado más la libertad de expresión que la izquierda, la izquierda no tiene instinto de libertad, la derecha, al menos en el terreno cultural que es el que a mí me afecta, en el terreno de la libertad de expresión, la derecha, no estoy hablando de la extrema derecha, estoy hablando de la derecha con rostro humano, ha sido siempre más liberal (…) el PSOE está impulsando el bipartidismo, está impulsando una vez más la eterna y cutre querella y dialéctica de las dos Españas» (págs. 179-180.)
Y veamos ahora para terminar, y a modo de apéndice, algunos fragmentos de la polémica Dios los cría…:
«Volviendo a lo de la memoria histórica. Lo malo no es que quieran investigar, buscar a los muertos y darles cristiana sepultura, no. Lo malo es que se están abriendo trincheras, no fosas. Y esas fosas se abren en función de determinismos ideológicos y cainitas. Eso es lo que estremece» (pág. 96.)
«España está autoanalizándose constantemente. Es el ombliguismo y antropocentrismo ibérico. Al hombre ibérico no le importa lo que pasa más allá de sus fronteras. Nos planteamos qué es ser español, qué es ser catalán, qué es ser vasco… Y esas preguntas las encuentras ya en el Siglo de Oro. No cabe un debate más inútil ni más estúpido: el de España como problema, que fue como Laín Entralgo tituló su libro más conocido. Sólo hay otro país en el que pasa, o pasaba, algo parecido: Rusia. Curiosamente, son los dos únicos países que se declinaban en plural: las Españas, las Rusias. Nunca se ha dicho las Francias, las Italias, las Alemanias, ni siquiera cuando Alemania estaba dividida por el muro comunista. Ése es el mal de España. En Estados Unidos son capaces de reírse de ellos mismos, como se ve, por ejemplo, en sus películas» (págs. 100-101.)
«… ¡Basta de derechas y de izquierdas! ¡Basta de ideologías! Contabilidad, Albert, contabilidad. Entradas y salidas, balances que cuadren, minuciosamente auditorizados. La fría realidad de los números. El Estado es una empresa (...)» (pág. 121.)
«Decía Kipling en el If: «Si a todos apreciáis, y poco a todos, y nadie, amigo o no, dañaros puede». Autonomía sentimental, Albert. Ése es el secreto no sólo de la felicidad, sino también de la libertad (…) Yo siempre digo lo que decía Krishnamurti, al que una vez criticó alguien al terminar una conferencia, y él respondió: «Mire usted, si me elogia o me censura obtendrá exactamente el mismo resultado: ninguno». Hay que ser indiferente por completo al halago y al elogio. Y eso sí que lo he conseguido. Me da absolutamente igual lo que digan de mí (…)» (págs. 309-310.)
«En Japón, por ejemplo, cuando yo llegué allí en 1967, estaban de moda los sister boys o «hermanas chicos», que eran travestis muy sofisticados. Había muchísimos, ocupaban barrios enteros. Ahora, en cambio, el fenómeno se ha reducido mucho. El puritanismo norteamericano, que en su día, al terminar la guerra mundial, prohibió los baños mixtos, ha hecho mella y mucho daño en una sociedad tan permisiva, tan budista, tan inocente, como lo fue la japonesa (...)» (pág. 316.)
«(...) Son sociedades, las del África negra, muy primitivas. Están aún en el Neolítico. Cuando yo empecé a moverme por allí, y eso fue en el otoño de 1970, todas las mujeres, digámoslo así por muy políticamente incorrecto que resulte, eran putas. No había prácticamente una sola mujer negra que no estuviese dispuesta a irse a la cama contigo por un cadeau, cadeau («regalo, regalo»), como se decía en el África francesa (...)» (pág. 317.)
Quien desee leer el resto del libro, sólo tiene que acudir a las librerías, si no es demasiado tarde… Con estas líneas, nos parece que hemos dicho, más o menos, lo que queríamos expresar.
Notas
{1} Aunque todo el mundo que le conoció en lo años sesenta le conoce como Enrique. Así, se refiere a él Amando de Miguel en sus Memorias y desahogos, también de reciente aparición.
{2} Acordémonos que, en vísperas de las elecciones generales de marzo de 2008, advirtió en el informativo nocturno Diario de la noche de TeleMadrid –también en otros lugares–, que por entonces presentaba y dirigía, que si Zapatero salía nuevamente elegido se iría de España (Vandalia) para no volver. Esto mismo ya lo expresó en 1984 con Felipe González en el poder:
«Si en las próximas elecciones el pueblo español fuera tan borrego y tan borrico de volver a darle el poder a esta gente (al PSOE), yo es posible que renunciase a la nacionalidad española, si es que jurídicamente existe esa posibilidad (lo intentó, tras la entrada de España en la OTAN), porque verdaderamente en ese momento yo me sentiría avergonzado de este pueblo al que todavía adoro y por el que siempre he partido lanzas» (cursiva nuestra, pág. 177, Joaquín Arnáiz, Fernando Sánchez Dragó. Una vida mágica, Anjana Ediciones, Madrid 1984).
{3} «Yo alguna vez he propuesto un Gobierno tripartito, una especie de triunvirato –o mejor dicho, de triunmulierato– formado por Esperanza Aguirre, Rosa Díez y María San Gil. Creo que las tres juntas arrasarían ellas elecciones», pág. 119, Dios los cría ...
{4} Que ya había tenido un enfrentamiento reciente con Dragó a raíz de una columna de Dragó donde irónicamente hablaba de los nazionalistas, con ene de nazis. Rahola no captó el tono y al siguiente martes, tras hablar de ello el domingo en el programa de Isabel Gemio, le contestaba, sin citarla, en su columna.
{5} Y decimos «supuestamente» porque en el caso de Polanski está demostrado. Las otras eran una apariencia de jóvenes de 13 años, pero bien pudiera tratarse de una apariencia falaz y no veraz.
{6} Algo así a lo que expresó en su día un amigo del bailador Farruquito, que defendía la existencia de una ley especial para él.
{7} En su día Dragó hizo una broma sobre su apellido en una de sus columnas.
{8} Véase, por ejemplo, Reservoir dogs, 1991, Quentin Tarantino.
{9} Otra cosa será en qué tipo de sexualidad han sido educadas, dependiendo de la familia y la matriz social. En función del número de abortos y de las enfermedades de transmisión sexual, parece que no una adecuada.
{10} Otra cosa será el criterio –más o menos arbitrario– para fijar esa edad y no otra.
{11} Así lo afirmó en su día en el programa de Isabel Gemio, Te doy mi palabra en Onda Cero, y en declaraciones en esta polémica.
{12} Puede leerse en esta misma revista un artículo de José Manuel Rodríguez Pardo sobre esta saga en clave de la teoría de juegos (número 95, enero 2010), y otro (número 13, marzo 2003), en el que analiza la obra de Dragó Carta de Jesús al Papa (2001).
{13} Falangista, acaba de publicar Con otro punto de vista en la editorial Actas, e hijo de Rafael García Serrano, autor de La fiel infantería, que obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1943, y que en 1960 fue llevada al cine por Pedro Lazaga.
{14} Así lo reconoce la ley en España, fijando la edad de 13 años (como en muchos países de Hispanoamérica). La mayoría de los estados lo fijan en 13, 14 o 15. Inglaterra y Holanda en 16 años. En este aspecto, hacen caso omiso de ella los que suelen ser más leguleyos.
{15} Es curioso comprobar, cómo esto mismo es lo que expresa Amando de Miguel en sus recientes Memorias y desahogos ya citadas.
{16} Esto lo cuenta su hija Ayanta Barili en el blog que comparten desde hace unos meses, en la entrada del 9 de noviembre de 2010. La oferta inicial del programa de Telecinco era de 18000 euros por una entrevista. Dragó ha contado alguna vez que las veces que ha acudido a La Noria como contertulio era porque, por hablar tres minutos, cobraba 1500 euros (se pueden escuchar las intervenciones de Dragó en los programas de su hija Ayanta Es amor y Es Sexo, del 26 de enero de 2010 y 6 de octubre de 2010, respectivamente).
{17} De esto nadie se queja.