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El Catoblepas, número 105, noviembre 2010
  El Catoblepasnúmero 105 • noviembre 2010 • página 7
La Buhardilla

Elogio del capitalismo

Fernando Rodríguez Genovés

A propósito del libro de José Luis Feito, En defensa del capitalismo. Diálogos filosóficos sobre el Mercado y el Estado

José Luis Feito, En defensa del capitalismo Sobre la profesión de los economistas –también la de los abogados– corren de boca en boca múltiples chistes cáusticos y chismes maliciosos que ilustran las no pocas desconfianzas que sobre ella pesa. La economía, ciencia «lúgubre» a decir de Thomas Carlyle, tiene al menos reconocida una capacidad de predicción: la referida a los acontecimientos del pasado… De los economistas se dice, en fin, que forman un gremio muy productivo a la hora de informes, diseñar gráficos y esgrimir datos micro o macro, normalmente para explicar lo, a menudo, inexplicable.

A la vista de escenario tan desalentador –no juzgaremos aquí y ahora si razonable o no–, son bienvenidos los esfuerzos de expertos en materia tan sombría conducentes a hacer comprensibles las claves del funcionamiento económico de la sociedad. Si además el empeño dilucidador e iluminador apunta a la naturaleza del capitalismo liberal, a la bienvenida le sumamos la celebración. Sucede que, junto al desconocimiento general sobre economía, impera en la población el avasallador dominio (o quizá sea más propio decir la «hegemonía») de un doctrinario ideológico preñado de prejuicios y tópicos, tergiversaciones y mentiras arriesgadas, que pintan el modelo económico vigente en las modernas sociedades occidentales como una institución muy salvaje y despiadada, enemiga del pueblo y causante de todos los males en el orbe orbital.

La trama de tamañas patrañas, más falsa que los Protocolos de los Sabios de Sión, no es más que tramoya barata sin fundamento serio. Mas, para denunciar con éxito el fraude ahí encerrado, y a fin de confrontarlo con la verdad de los hechos, son precisos el conocimiento del asunto y la habilidad en la exposición. Ambas virtudes convergen felizmente en el último libro de José Luis Feito, En defensa del capitalismo. Diálogos filosóficos sobre el Mercado y el Estado.{1} Economista, con una fecunda experiencia en gestión de la empresa privada y en tareas ejecutivas en organismos internacionales, José Luis Feito ha sido designado, en fechas recientes, presidente del Instituto de Estudios Económicos (IEE). En cuanto a los trabajos teóricos, cabe destacar su estudio Causas y remedios de las crisis económicas. El debate económico Hayek-Keynes, 70 años después, publicado por la Fundación FAES.

Charles C. Ebbets, Lunch Time, Rockefeller Center, 1932
Charles C. Ebbets, Lunch Time, Rockefeller Center, 1932

En defensa del capitalismo, texto de divulgación, con vocación didáctica, está compuesto en forma de un diálogo acerca de las raíces y razones del capitalismo liberal, escenificado por dos participantes: un defensor y un acusador. Y acierta José Luis Feito, desde la misma elección del título del volumen, al llamar a las cosas por su nombre. Ocurre que según la corrección política instalada en el socialismo de todos los partidos, a diestra y a siniestra, «capitalismo» es término maldito, voz a evitar o a pronunciar en bajo tono, como para no escandalizar a tibios y a troyanos. El temor a las palabras constituye una primera señal de pánico a la realidad. No es casual, entonces, que la primera frase del texto afirme lo siguiente: «El propósito de este ensayo es defender el capitalismo de sus enemigos y también de algunos de sus amigos.» (pág. 10).

Precisemos, pues, los conceptos. «Capitalismo liberal» no significa lo mismo que «economía social de mercado» o «sistema de libre empresa». El capitalismo, sin colorantes ni edulcorantes, supone un sistema económico de producción e intercambio. Pero, sobre todo, significa una manera de ordenar la vida humana desde la libertad, sin planificarla, regularla en exceso o alejarla de las disposiciones naturales de los individuos: «El principal rasgo distintivo del capitalismo es la combinación de la propiedad privada de los medios de producción con la mayor libertad posible de sus propietarios para disponer de dichos recursos de la manera que consideren más adecuada.» (pág. 17). El capitalismo aquí defendido tiene, por tanto, el nombre apropiado: capitalismo liberal.

Hay más nombres propios que considerar: los participantes en el diálogo, Liberto y Fabiano, cara a cara. Liberto representa a los partidarios del capitalismo liberal, y, claro está, al autor del texto. Fabiano, por su parte, encarna el arquetipo del anticapitalista posterior al derribo del Muro de Berlín, tácticamente ajeno al «socialismo real» y a sus consecuencias prácticas. Su socialismo es ideal, utópico, inocente. El nombre de Liberto remite a la figura histórica del liberto romano, antiguo esclavo que merced a la legislación romana pasa a disfrutar de las libertades civiles de la urbe. «Fabiano», por su parte, nos retrotrae a la Sociedad Fabiana, agrupación fundada en la segunda mitad del siglo XIX, a la que pertenecieron conocidos intelectuales anticapitalistas como Sydney Webb, George Bernard Shaw y H. G. Wells, y difusora del doctrinario socialista en Inglaterra. La elección de ambos nombres, ingeniosa y de gran valor significativo, favorece la credibilidad y verosimilitud de los papeles que cada tipo ideal personifican en esta inteligente representación.

Berenice Abbott, Zito’s Bakery, Bleecker Street, Nueva York, 1937
Berenice Abbott, Zito’s Bakery, Bleecker Street, Nueva York, 1937

Según recuerda Feito en la Introducción, la agrupación Fabiana se caracterizó por la labor de zapa desarrollada en la sociedad británica. Su actividad aspiraba a socavar las bases del capitalismo interviniendo en los estados de opinión y en la propaganda. Los publicistas fabianos practicaban, pues, un socialismo de «guerrilla intelectual». Y es que el término «fabiano» proviene, en primera instancia, de Fabio, general romano que venció al cartaginés Aníbal, no merced a la batalla librada en combate abierto, sino mediante la táctica guerrillera, de desgaste del enemigo. Así actúa, en verdad, Fabiano en el diálogo sobre el Mercado y el Estado. Y así es el tipo: proteico, oportunista, esquivo, reactivo, pertinaz, empecinado, dogmático, inasequible al desaliento. Cuando habla y arguye no aspira a convencer, sino a persuadir. He aquí a los libertos ya los fabianos de ayer y de hoy: la teoría contra la ideología, el análisis contra la proclama.

Con tan liviano bagaje intelectual, el anticapitalista de nuestros días (el progresista, el socialista, el utopista, etcétera) sostiene un ligero discurso cimentado sobre bases emocionales (he aquí, sin ir más lejos, la clave de la denominada «economía sostenible», patrocinada por el Gobierno socialista en España). Para Fabiano, el de ficción y el de carne y hueso, el capitalismo liberal es reprobable porque es «malo». Ya se sabe: provoca la disparidad de rentas entre los individuos y no penaliza suficientemente las grandes fortunas; fomenta el afán de lucro, el enriquecimiento, el interés, el egoísmo y el individualismo; promueve la creación de riqueza, el beneficio empresarial y la eficiencia económica en detrimento de la redistribución y el gasto público; apuntala la sociedad de consumo y suscita nuevas necesidades en el ánimo de las personas; excita en los agentes sociales la competitividad y el riesgo financiero, la innovación y el espíritu emprendedor, incompatibles con el igualitarismo; permite que los precios y los salarios sean autorregulados por la propia dinámica social y económica; prioriza el bienestar presente de los ciudadanos frente al porvenir incierto; etcétera. Y bien, ¿qué tiene esto de malo?

Charles Ebbets, Break Time, Rockefeller Center, 1932
Charles Ebbets, Break Time, Rockefeller Center, 1932

La autoproclamada superioridad moral de la que hace gala el socialismo frente al capitalismo recibe su energía de la peculiar «transvalorización de los valores» que lleva a cabo. Las bondades pasan así a ser maldades, mientras lo siniestro adquiere rango de virtud cívica. En ningún caso, el anticapitalista, paladín de la Justicia y la Igualdad, percibe problema alguno al combinar la patrimonialización de la ética con el efecto de las políticas que preconiza: más Estado, más Gobierno, más intervencionismo, mayor legislación, más gasto público, más impuestos, más pobreza y más paro, mayor control oficial, más regulación… Y todo ello siempre por medio de la coacción y la imposición.

Liberto –en origen esclavo, antes que hombre libre– defiende el capitalismo porque constituye desde su surgimiento una opción civilizadora muy superior a los sistemas esclavistas y feudales precedentes, un modelo económico y de vida que ofrece el máximo grado posible de libertad y de iniciativa a los individuos. El capitalismo fue posible gracias al avance tecnológico propio de la modernidad, iniciado en los siglos XV y XVI, aunque sólo en Occidente pudo consolidarse y producir un progresivo grado de riqueza y bienestar en sus sociedades. No obstante, sin la extensión paralela en ellas de la libertad de pensamiento e investigación, sin la libertad para crear empresas e impulsar el comercio, sin la seguridad jurídica y política que permitía apropiarse de los beneficios generados por la inversión y la iniciativa, sin este marco espiritual e intelectual de libertad, en suma, el capitalismo hubiese quedado lastrado y limitado en su desarrollo. He aquí lo que sucede hoy en aquellas comunidades cerradas al capitalismo liberal o que practican otras versiones vergonzantes de capitalismo.

En oposición al instinto gregario, al primitivismo de horda y al automatismo de las conductas –pautas características de fases tempranas de la humanidad–, el capitalismo liberal vence y convence «porque asigna eficientemente los recursos escasos con fines alternativos y se adapta óptimamente a las limitaciones y las posibilidades de la naturaleza humana» (pág. 249). Aunque disguste a Fabiano, los hombres somos seres activos y emprendedores, aspiramos a lo bueno y aun a lo mejor, para uno mismo y para los nuestros, nos resistimos al control asfixiante y a la vigilancia permanente, nos vemos distintos entre sí y con capacidades diferentes, preferimos ser ricos que pobres. Nos seduce la perspectiva de la felicidad, pero sólo cuando aparece junto a la libertad.

Llegados a la última sección del ensayo, donde encontramos algunos comentarios muy esclarecedores acerca de las claves de la crisis económica que hoy nos sacude, es momento de la conclusión: Fabiano no se aviene a razones y reafirma su anticapitalismo ferviente. ¿Alguien esperaba lo contrario? Y es que en el momento presente de España, proponerse un diálogo filosófico sobre el Mercado y el Estado con un anticapitalista militante supone una aventura a medio camino entre el Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu de Maurice Joly) y los Diálogos en el limbo de George Santayana, referencias directas del ensayo de José Luis Feito.

Nota

{1} José Luis Feito, En defensa del capitalismo. Diálogos filosóficos sobre el Mercado y el Estado, La Esfera de los Libros, Madrid, 2009, 282 páginas. La presente reseña fue publicada inicialmente en la revista en papel Cuadernos de Pensamiento Político, Fundación FAES, nº 25, Enero/Marzo 2010, bajo el título de «Raíces y razones del capitalismo», págs. 259-262.

 

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