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El Catoblepas, número 101, julio 2010
  El Catoblepasnúmero 101 • julio 2010 • página 13
Artículos

Regalar razones

José María Lahoz Pastor

Se trata de recordar las principales falacias lógicas
con algunos ejemplos actuales

Regalar razones

Todo el mundo tiene derecho a opinar, pero no a que sus opiniones sean respetadas si no da razones; y si sus opiniones son respetables porque da razones no tiene derecho a que no sean criticadas, es más, sólo se respeta realmente una opinión cuando se la critica pues, así se muestra que se ha escuchado y analizado.

Pero, ¿qué son las razones?, ¿qué es razonar? En este artículo quiero hablar del mal razonamiento, a un nivel básico.

Razonar es relacionar, es un procedimiento operatorio de juntar y separar cosas (aquí ideas o conceptos, términos, palabras) pero, no todas las ideas se relacionan con todas (symploké): sería un caos. Razonar es como juntar las piezas de un juego de arquitectura para construir un castillo o como construir una oración en la que cada palabra ocupa su lugar correcto y concuerda con las demás en género, número, &c. Al igual que hay unas reglas para construir oraciones que las estudia la Sintáctica, hay unas reglas del razonamiento correcto que las estudia la Lógica, una parte de la Filosofía.

Es cierto que hay ámbitos en los que no tiene sentido el razonamiento, por ejemplo al hablar sobre gustos o sentimientos (si a uno le gusta el helado de fresa no se le puede exigir que lo argumente, o si uno se siente cansado tampoco); pero, el peligro está en confundir las opiniones con los gustos (como decir: «yo opino esto y ya está; tú tienes tu opinión y yo la mía y no la voy a cambiar»). No se puede dialogar con los que no dan razones.

El fin del razonamiento es buscar la verdad pero, la verdad es una, no hay muchas verdades sino opiniones o puntos de vista que no son respetables si no son razonadas. Y puede suceder que uno tenga razón y todos los demás estén equivocados; la opinión de la mayoría no es dar una buena razón. Hago notar aquí que, si bien el sistema democrático es posiblemente el mejor sistema de gobierno, muchas veces se convierte en el menos razonable cuando no se debaten las ideas con argumentaciones que convenzan a todos, no se tienen en cuenta los argumentos de las minorías y se considera que todo son opiniones, casi gustos. Así, la democracia se convierte en la dictadura de la mayoría. Un sistema en el que el gobierno de turno aprueba las leyes que le da la gana (guiado por una ideología sin crítica alguna: una serie de dogmas de fe impuestos por la disciplina de partido, la parcialidad y el fanatismo contra los de ideología distinta) durante cuatro años, sin utilizar en absoluto la razón, por la fuerza del mayor número de votos. La democracia sólo es respetable si se basa en el razonamiento, en el debate de ideas como ocurrió en la democracia griega de la época de Pericles en la que los ciudadanos defendían sus ideas intentando convencer a los demás en la plaza pública o Ágora.

Tampoco es razonable el consenso, ni el acuerdo (más propios de negociaciones comerciales o empresariales en las que cada parte defiende sus intereses económicos) porque en argumentación sobre ideas y propuestas el consenso sólo significa llegar a una posición mezcla de las opiniones de todos (porque no se ha convencido con argumentos a nadie) en la que se soportan o toleran, sin estar convencidos, una parte de las propuestas de los otros porque ellos han aceptado algunas mías; es puro mercantilismo de comerciantes de ideas, del yo cedo si tú cedes, te compro esto si tú me compras esto otro. La ética del consenso o del acuerdo del filósofo alemán Habermas, que tanto parecen predicar nuestros políticos, está totalmente destrozada porque además de lo dicho, existen muchos temas en los que no es posible llegar a una solución consensuada: se permite el aborto o no, se legaliza la pena de muerte o no (aquí, como ejemplo del absurdo, una solución consensuada sería macabra: dejar al reo medio muerto). Tampoco se decide por consenso o por mayoría la verdad de un teorema matemático, sino por demostración. Utilizando el razonamiento no buscamos el consenso sino la unanimidad, estar todos convencidos por argumentos. Como en un jurado en el que uno de los miembros dice: «yo opino que es inocente y tú que es culpable, y ambas opiniones son respetables y ¡vale!». No vale. Se trata de convencer a los demás miembros del jurado, dando razones hasta que todos decidan convencidos que es culpable o que es inocente (esto se muestra con maestría en la película, ya clásica, «Doce hombres sin piedad»).

Por otro lado, los hechos o datos puros u objetivos no existen, ni prueban nada; los hechos siempre están insertados en una teoría, en unos presupuestos teóricos que los interpretan. Como vemos a diario en los medios de comunicación, ante los mismos hechos, los interpretan de una manera o de otra según su ideología y sus intereses. Si esto sucede con hechos de actualidad (con la abundante información que hoy disponemos) qué más ocurrirá con los hechos del pasado pues, no conocemos esos hechos sino documentos u otros materiales históricos en los que se da ya una visión determinada de los hechos por personas e instituciones de la época en la que sucedieron (se dice que «la Historia la escriben los vencedores») y, después, el historiador los interpreta. Por esto, la Historia no es una ciencia estricta (ni la Psicología, la Pedagogía, la Economía, &c.; en general, las llamadas Ciencias Sociales o Humanas no son ciencias en sentido estricto, y por eso hay corrientes o escuelas o teorías opuestas en las mismas, como en la Filosofía); entonces, tampoco tiene sentido hablar de memoria histórica, ya decía Herodoto que «la historia empieza donde termina la memoria».

En este artículo voy a exponer los principales tipos de falacias lógicas (razonamientos incorrectos) que se utilizan profusamente. Todos cometemos falacias, a veces a sabiendas –interesadamente–, y otras sin saberlo –inconscientemente–. Se conocen decenas de falacias, muchas de las cuales se descubrieron ya en la Edad Media por parte de los filósofos escolásticos y, por esto, tienen nombres en latín que aquí he omitido; también, he agrupado varias bajo un nombre común y he añadido alguna que se me ha ocurrido. Animo a todos a descubrir falacias en muchos de los supuestos razonamientos de los políticos, los periodistas, las personas que nos rodean y nosotros mismos.

Principales falacias lógicas

1. Ataque contra la persona

Se ataca a la persona que presenta el argumento, no al argumento en sí. A su personalidad, su religión, su partido, sus defectos, su oficio, su neutralidad, sus circunstancias o intereses o beneficios en el tema, que no practica lo que dice, que también hace lo que critica, que es un mentiroso, que a él no le importa el tema; en fin, se le desacredita o se le insulta o se le descalifica o se le etiqueta de un plumazo. La forma de la falacia sería: A argumenta P, pero como A es un X, P no es válido; Otra variante es la llamada falacia del tú también cuya fórmula sería: A hizo H, luego que yo haga H es válido. Como se ve, es una falacia infantil, de niños que se pican («¡Pues, tú más!») pero, ampliamente utilizada en la vida diaria y entre los políticos; si un político acusa a otro de algo éste dice «Ustedes también lo hicieron» y los medios de comunicación afines a cada ideología se dedican a buscar en el pasado del contrario para demostrarlo.

Pero, la validez de un argumento no depende de la persona que lo emite y de sus circunstancias; hay que centrarse en responder el argumento. Es irrelevante y subjetivo atacar las circunstancias del otro.

Ejemplos: «Como sacas beneficios, lo apoyas», «Como a ti no te afecta estás a favor», «Pues anda que tú», «Mira quién fue a hablar», «Eres un machista y un facha», «Esas ideas son anticuadas», «La Iglesia predica la pobreza y es rica», «Usted no nos dé lecciones porque ha estado en la cárcel», «Los ecologistas viven como burgueses y predican el respeto al medio ambiente», «Los curas no pueden hablar del matrimonio porque no se casan», «Mira qué pintas lleva, no se le puede creer».

2. Apelación inapropiada a una supuesta autoridad

Su formulación básica sería: A afirma P, A es una persona con prestigio, luego P es cierto. Es otra falacia de niños («Lo dice mi papá»). Consiste en defender una idea apelando a alguien que se considera una autoridad, pero sin dar razones que la justifiquen; o, al contrario, descalificar un argumento porque lleva a la misma conclusión que defiende un grupo o una persona despreciable. Las supuestas autoridades pueden ser: personajes célebres y reconocidos (pero que en el tema que se trata su opinión es meramente personal y no tiene relación con su prestigio), famosos, un medio de comunicación, la mayoría (se llama Falacia de apelación a la mayoría porque, que la mayoría opine algo no significa que eso sea cierto o razonable), la gente, los votantes, el partido (es la llamada «disciplina de voto», que tampoco es razonable y que quiere decir: todo lo que hace mi partido está bien, como en una secta), la tradición (cito una frase de Azaña que se puede aplicar contra esta falacia: «Rectificar lo tradicional por lo racional»), la novedad; o usar conceptos abstractos, con un aura de prestigio, como si fuesen concretos: la democracia, la libertad, la economía, el pueblo, &c.

Ejemplos: «Lo han dicho en la tele, así que debe ser verdad», «Tal artista o deportista recomienda el producto x» (se usa mucho en publicidad), «Tal literato ha dicho que la guerra es injusta»,«Newton también creía en Dios y era un genio», «Los nazis apoyaban el aborto, luego es malo» o «El aborto no es asesinato porque lo han dicho los científicos del comité de expertos del gobierno», «Es el último libro sobre el tema, luego es el mejor», «La pena de muerte es mala porque la practicaban los dictadores», «La economía se recuperará» (como si la economía fuese una persona que actuara por sí misma), &c.

3. Apelación a la emoción

Se trata de despertar la emoción, el entusiasmo, la compasión, esto es, impresionar al otro o al auditorio sin dar razones pertinentes, sin argumentar ni dar pruebas. Muy usada por políticos demagogos –las declaraciones de políticos en campañas electorales o fuera de ellas están plagadas de esta falacia–y por la publicidad ( incluso con música pegadiza para movilizar más sentimientos). Su fórmula sería: me ha emocionado la conclusión P, luego P debe ser cierta.

Ejemplos: «Mis acusadores son unos misóginos y machistas que sólo me atacan por ser mujer», «Hace falta oxigenar esta institución con aire nuevo, impoluto, fresco, democrático», «Si me quisieras lo comprenderías» (chantaje emocional), «Cuidado que viene la derechona», «Cuidado que vienen los rojos», «Me decepcionas, me duele que apoyes esas ideas», «Los que están en contra de que se construya el nuevo colegio en el parque no quieren que nuestros hijos tengan una educación digna», «El que hable de la crisis es un antipatriota»; o, en la publicidad «Yo no soy tonto», «La gente que sabe usa x», «El producto x te alegra el día», &c.

Otra variante es la apelación emocional al esfuerzo realizado que no prueba racionalmente que lo hecho sea correcto, por ejemplo: «Esta zanja tardó meses en construirse con mucho esfuerzo y, por eso, no hay que taparla» (aunque no sirva para nada), «No hay que criticar esta norma, pues un grupo de personas puso todo su esfuerzo y dedicación en ello». Su fórmula sería: P ha costado mucho esfuerzo, luego P es correcto. Desde luego que el esfuerzo es encomiable y necesario, pero no garantiza que los resultados sean eficaces. Cito la anécdota real de un general norteamericano que, en la segunda guerra mundial dio una conferencia a los mandos militares; decía que había cuatro tipos de mandos en el ejército: los listos vagos, los listos trabajadores, los tontos vagos y los tontos trabajadores; y que, de éstos, los peores son los tontos trabajadores, porque los listos vagos no hacen nada pero se saben rodear de oficiales que lo hacen bien por ellos y, por tanto son beneficiosos para el país; los listos trabajadores son los mejores porque hacen mucho y bien; los tontos vagos no son ni beneficiosos ni perjudiciales porque no hacen nada (muchos políticos deberían seguir su ejemplo y que no hagan nada mejor que hacerlo mal); pero, los tontos trabajadores quieren hacer muchas cosas con su esfuerzo y todo lo hacen mal por lo que perjudican al país gastando dinero público y sacrificando vidas de muchos soldados. El esfuerzo sin más no es razonable. Y recuerdo, con humor, una de las leyes de Murphy «La probabilidad de resolver un problema es inversamente proporcional al número de reuniones que se organicen para tratarlo». Reunirse mucho no garantiza los buenos resultados.

Otra forma de esta falacia es apelar a las posibles consecuencias catastróficas que se seguirían si se aceptase el argumento del otro; su fórmula sería: A afirma P, pero P puede tener consecu= encias catastróficas, luego P es falso. Ejemplos: «Si llega a gobernar tal partido se pasará hambre», «Si no hay nada después de la muerte, la vida no tiene sentido», «Si legalizamos la marihuana la gente se drogará más y la sociedad será un caos», «La teoría de la evolución no puede ser cierta, porque sino somos monos».

4. Relativismo y dogmatismo

Son dos extremos que se tocan en su incoherencia y son autocontradictorios, piden principio y llevan a la paradoja.

Ejemplos: «Todo es relativo» (pero, esta frase es dogmática o ¿también hay que tomar lo que afirma como relativo?; es lo mismo que decía aquella canción: «todo depende de según cómo se mire») «Todas las culturas son respetables» ( se llama a esto relativismo cultural; y, por ejemplo, la lapidación no es respetable;), «Todas las opiniones son iguales» (luego, esta opinión es igual que su contraria), «No hay absolutos» (salvo éste, por supuesto), «Esto es así y basta, porque lo digo yo» (dogmatismo puro y duro), «El conocimiento no es posible» (pero esta afirmación pretende ser conocimiento); o la famosa paradoja del mentiroso: «Yo miento» (¿miente o dice la verdad?), u otra: «No debes creer a nadie» (de aquí se deduce que no debiera creer lo que acabas de decir).

5. Falacias de la relación causa-efecto

La causalidad es una relación lógica establecida entre dos sucesos que supone que la causa es la condición necesaria y suficiente para que se produzca el efecto. Es una relación compleja, no siempre fácil de establecer, como vamos a ver.

Hay muchas falacias posibles en la causalidad, como: hacer de una aparente correlación, causa (que dos sucesos sean directa o indirectamente proporcionales –que aumenten o disminuyan a la vez– no significa que uno sea la causa del otro; por ejemplo, hay correlación estadística entre el tamaño de los pies y el saber matemáticas –a mayor tamaño de pies, más matemáticas se saben– pero, el tamaño de los pies no es la causa de saber más matemáticas sino, simplemente, al ir creciendo uno ha estudiado más matemáticas); hacer del efecto causa y de la causa efecto (por ejemplo: «El aumento de policías produce más delincuencia» o «La educación sexual provoca más embarazos no deseados»; en ambos casos es al revés); simplificar una causa compleja o multicausal (ejemplo: «He tenido un accidente porque estaba mal la carretera»; y porque iba rápido, distraído, había consumido alcohol, &c.); efecto conjunto: lo que se presenta como causa y efecto son, en realidad, dos efectos de una causa común (por ejemplo: «Hay mucho desempleo a causa de la bajada del consumo» ; en realidad, ambos son efectos de una mala política económica o de los altos impuestos, &c. Otro ejemplo: «Tienes fiebre y por eso te salen granos»; ambos son síntomas o efectos del sarampión); causa necesaria pero no suficiente (ejemplo: «No hay razón para que se pare el coche, tiene gasolina de sobra» –en realidad, se ha parado por otra causa necesaria y suficiente–); causa insignificante («El humo del tabaco causa la contaminación y todas las enfermedades respiratorias»; es cierto, pero el efecto del humo del tabaco es insignificante comparado con los humos de los coches, camiones, fábricas, &c.); hacer de la coincidencia, causa (ejemplo: «Me puse mi anillo de la suerte y aprobé el examen luego, mi anillo de la suerte me hace aprobar»); causas encadenadas injustificadamente (por ejemplo: «Como usted se opone a que se construya el nuevo polideportivo en la playa con dinero público, se opone a que se invierta dinero público en nuestro pueblo y, por tanto, defiende que se invierta en otros pueblos»).

Otra forma de las falacias causa-efecto son las falacias de la implicación. Una implicación es una relación en la que se afirma que si sucede A (llamado antecedente), entonces sucederá B (llamado consecuente). Es una implicación cierta la frase «Si llueve, se moja la calle». Hay dos falacias muy antiguas que se cometen en la implicación: la afirmación del consecuente (ejemplo: de la afirmación del consecuente «la calle está mojada», no se deduce necesariamente la afirmación del antecedente «luego, ha llovido», porque la calle se puede haber mojado por otras causas; otro ejemplo es «Si estoy en España, estoy en Europa; estoy en Europa luego, estoy en España») y la negación del antecedente (ejemplo: «No ha llovido luego, no se moja la calle» –se puede haber mojado por otras causas; el otro ejemplo es «No estoy en España luego, no estoy en Europa»).

6. Petición de principio

Consiste en afirmar previamente lo que se quiere demostrar en la conclusión. Ejemplos: «Como no estoy mintiendo, digo la verdad», «Dios existe porque lo dice la Biblia, y la Biblia es cierta porque es la palabra de Dios», «Por supuesto que existe Papá Noel pero, si no crees en él no te traerá regalos».

7. Conclusión no pertinente

Se prueba una conclusión que nada tiene que ver con lo argumentado. Ejemplo: «Como me opongo a la globalización, estoy en contra de la libertad de horarios comerciales».

8. Pregunta compleja o capciosa

Pregunta hecha con habilidad y malicia para hacer caer al otro en una trampa. Ejemplos: «¿Has dejado de robar?», «¿Estás bebido, como siempre?», «¿Quieres cenar e irte a la cama?» (en estos tres casos si se responde que «sí» se afirma que: se robaba antes, que se está bebido ahora y siempre, y que uno desea hacer ambas cosas –cenar e irse a la cama–; y si se responde que «no» se afirma: que se ha robado y se sigue robando, que ahora no se está bebido pero habitualmente sí, y que no se desea ni cenar ni irse a la cama.). También, puede tener la forma de una afirmación («Al no cumplir sus promesas electorales, el presidente debe pedir perdón a los ciudadanos»; si no pide perdón se le acusará de seguir engañándolos y, si lo pide, acepta que no cumplió sus promesas). En todos estos casos sólo cabe callar o descubrir la falacia.

Otra variante es el llamado «doble vínculo» que descubrió Gregory Bateson y que consiste en dar dos órdenes contradictorias entre sí (ejemplos: «Sé espontáneo», «Hazlo porque sale de ti, no porque yo te lo diga»). Pienso que la teoría de la motivación padece de este «doble vínculo». Hay que motivar a los alumnos, a los jugadores, a los trabajadores, esto es, se les intenta forzar sin forzarlos a que hagan algo por sí mismos que no querían hacer, por eso hay que motivarlos para que lo hagan.

9. Falacia de la división o del todo a las partes

Se les adjudican a las partes las propiedades del todo, como si el todo fuera la simple suma de las partes y no tuviese propiedades que las partes no tienen (por ejemplo, un soldado solo no puede desfilar en formación, pero un regimiento sí). Ejemplos: «Tú estudias en un colegio para ricos, luego eres rico», «Los andaluces son graciosos. Eres andaluz, así que serás gracioso»; o, los ejemplos que pone Fernando Savater que llama falacias de la opinión pública como «Lo que es bueno para el todo, es bueno para todos» y «La voz del todo es la voz de todos y cada uno».

10. Falsa disyunción

Se presentan dos alternativas como si las opciones se redujeran solamente a ellas. Ejemplos: «O nuestro partido o el fascismo», «O están con nosotros o están con los terroristas», «Esta guerra es la lucha del bien contra el mal».

11. Falacia del accidente (o del legalismo a ultranza)

Se utiliza una norma o regla en circunstancias excepcionales en las que la regla no debería aplicarse.

Por esto, se dice que la excepción confirma la regla. Ejemplos: «Si durante la clase no se puede salir al baño aunque ahora te sangre abundantemente la nariz no puedes ir al baño», «La ley dice que en la ciudad no se puede conducir a más de 50 Km/h así que, aunque tu padre se estuviera muriendo no deberías haber excedido el límite de velocidad», «Hay que devolver las cosas que nos presten, así que deberías haber devuelto el rifle al psicópata que te apuntaba».

12. Falacia del accidente inverso

Es la inversa de la anterior. Se intenta convertir una excepción en regla general. Ejemplo: «Si le permitió a Pedro que entregase tarde el trabajo porque estaba enfermo, se lo debería permitir a toda la clase».

13. Falacia contra una palabra o frase, no contra el argumento

No se responde con razones al argumento que da el otro, sino que se centra en una palabra o frase concreta que ha dicho y se ataca a ésta. Ejemplo: « De todo lo que has dicho me he quedado en has utilizado la palabra x y yo no soy un x».

14. Falacia naturalista

Consiste en afirmar que hay una ley natural o una conducta animal en la que nos deberíamos basar para establecer lo que es éticamente bueno. Ejemplos: «En la naturaleza vemos cómo los animales y las plantas compiten por el territorio y el alimento. Luego, el capitalismo es la forma más natural de organización económica», «La homosexualidad es antinatural», «Es antinatural el matrimonio para toda la vida».

Esta falacia ya la denunció el filósofo David Hume en el siglo XVIII pues, decía que no es lógico el paso del ser (lo que sucede) al deber ser (lo que debería hacerse). Y en el hombre lo natural (comida, sexo, supervivencia, &c.) es cultural (cambian los gustos culinarios según las culturas y el modelo de belleza, y un hombre puede arriesgar su vida por sus semejantes o por una causa en la que cree) y no se pueden separar porque el hombre es un ser social (cultural). Y, como dice Gustavo Bueno, la propia distinción entre lo natural y lo cultural es cultural.

15. Apelación a la ignorancia

Sostener que una proposición es verdadera porque nunca se ha demostrado su falsedad. Ejemplos: «Los fantasmas –o los extraterrestres, o Dios, o los elefantes rosas– existen porque nadie ha podido demostrar que no existan». Sólo es válida en los tribunales: «Uno es inocente (esto es, no ha cometido el delito de que se le acusa) hasta que no se demuestre su culpabilidad» porque se le acusa de algo y deben presentarse pruebas que lo demuestren. En todo caso, como vemos, las pruebas las deben presentar siempre los que afirman la existencia de algo (los fantasmas, el delito cometido, &c.).

16. Falacia ad hoc o racionalización

Es una explicación a propósito después de sucedido el hecho. No se deduce o argumenta para llegar a una conclusión sino que, sabiendo ya el resultado o conclusión, se buscan a posteriori «razones» para explicarla que no sirven para deducir lo que hay que hacer o concluir en otros casos. Muy utilizada por políticos, algunos historiadores, periodistas deportivos (como cuando se critica el planteamiento de un entrenador y se dice lo que debería haber hecho, terminado ya el partido y vistos los fallos cometidos). Es como ver y criticar en los toros desde la barrera. Ejemplos: «Si mi partido ha hecho esto, sus razones tendrá y se me ocurren dos para justificarlo», «Fue un error que los norteamericanos apoyaran militarmente a los muyahidines durante la invasión soviética a Afganistán, porque veinte años después algunos de ellos formaron un grupo terrorista que atacó a los Estados Unidos», «No se debería haber librado la primera guerra mundial, ya que no sirvió para nada y dio lugar a la segunda». Es tal la necedad de algunos políticos e historiadores que corrigen a la historia y dicen cómo debería haber sido.

17. Eufemismos, selección de informaciones (y omisión de otras) o presentación de las mismas en un orden de importancia o dedicándoles un tiempo u otro por intereses

Se utiliza constantemente en los medios de comunicación (prensa, radio, televisión, &c.) según la ideología o los intereses del grupo empresarial al que pertenecen. Cuando se leen distintos periódicos o se ven distintos telediarios se tiene la impresión de que informan de mundos distintos y, así es, porque los hechos no existen sino sus interpretaciones. Está también muy extendido el uso de eufemismos que enmascaran o suavizan la realidad. Ejemplos: «acciones de pacificación» en lugar de «guerras», «daños colaterales» en lugar de «muertos», «interrupción voluntaria del embarazo» (subrayando la decisión de la embarazada, que interrumpe la gestación como el que apaga la luz, y ocultando la destrucción del embrión) en lugar de»aborto», «violentos» en lugar de «terroristas asesinos», &c.

18. Confundir precisión con certeza

Utilizar términos científicos, técnicos o de otro tipo que dan la impresión de mucha exactitud de medición y análisis pero, que no se ajustan a la verdad (sería como decir «son exactamente las 13 horas, 36 minutos, 42 segundos y 3 décimas» cuando resulta que son, más o menos, las diez de la noche; la primera medida es mucho más precisa que la segunda pero, totalmente errónea). O, en publicidad y en política para dar la sensación de que se ha estudiado el tema con profundidad, e incluso, científicamente («las microburbujas iónicas de acción retardada del detergente x…»). También, se utiliza en sentido contrario, para simular rebatir un argumento correcto porque se ha confundido en la precisión de algún dato («dices que el fracaso escolar en España es del 35% pero es del 33,7%; no tienes ni idea»).

Hay que conocer las falacias porque necesitamos una guía para sobrevivir críticamente (no ingenuamente y dirigidos) en la jungla de palabras, falsos argumentos, ideologías, intereses, eufemismos, luchas de poder, medios de comunicación y publicidad que hoy es el mundo. La razón es una ventana de libertad, de independencia, de diferencia, de crítica; y una escuela contra el fanatismo, el partidismo, la ideología y el sectarismo. Razonar es hacer regalos.

Porque el objetivo no es vencer en las discusiones como si fuesen luchas («Soy un cabezón y voy a sostener mi opinión. No me vencerás, no lo reconoceré») para no herir el orgullo, sino analizar los argumentos para aceptarlos o rebatirlos. Pocas personas razonables conozco, que digan: «Es verdad, me han convencido tus argumentos; cambio mi postura».

 

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