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El Catoblepas, número 93, noviembre 2009
  El Catoblepasnúmero 93 • noviembre 2009 • página 11hg
Artículos

Tres modos de problematizar la argentinidad

Luis García Fanlo

Ante la inminencia del Bicentenario argentino se propone una mirada crítica sobre los tres modos en que la argentinidad ha sido enunciada en el campo discursivo nacional y una propuesta de marco interpretativo radicalmente diferente

Hito 0 de la argentinidad, en el santuario de Luján

A principios del siglo XX, en la intersección entre los cambios sociales producidos por la gran inmigración y la conmemoración del centenario de la revolución de mayo, surge el término argentinidad para designar no tanto el modo y forma de ser de los argentinos sino una forma de gobernar. De modo que la pregunta por la argentinidad y el término mismo surgen como problema a partir de una reconfiguración del campo de las relaciones de poder preexistentes que necesita, para volver a estabilizarse y neutralizar resistencias, de formas biopolíticas de ejercicio del poder: gobernar es poblar, gobernar es educar, gobernar es argentinizar.

El primer modo de problematización de la argentinidad se desplegó desde el discurso de la sociología positivista y fundamentó una serie de políticas estatales que se legitimaron invocando saberes científicos. Estos saberes definían la sociedad como un organismo social y constituían a los sujetos a partir de considerarlos como pertenecientes a distintas razas diferenciadas jerárquicamente en superiores e inferiores y cada una de ellas tenía una función que cumplir dentro del organismo social para asegurar el orden y el progreso nacional. La raza superior, la blanca europea anglosajona, estaba destinada a ser el cerebro o clase directora de la sociedad argentina y las razas inferiores –indígenas, negros, gauchos, españoles, y europeos del este– los músculos o clase trabajadora. La raza superior tenía como mandato construir un país civilizado y la civilización requería un elemento amalgamador para que los inferiores reconocieran como natural su condición social y su lugar en el mundo argentino.

Para convertir en argentinos a los inmigrantes y nativos pertenecientes a las clases trabajadoras y populares había que inculcarles una moral, un ethos argentino, adaptados a los modos y formas de ser europeos: utilitarismo de la economía inglesa, modales y gustos franceses, pragmatismo y disciplina alemana; y a la vez, debían aceptar que esa adaptación era un mandato patriótico. En resumen, la argentinidad era algo por construir y esa construcción implicaba inculcar un discurso patriótico con efectos performativos sobre los sujetos. En mi Tesis de Doctorado, en la que indague en el proceso de producción de la argentinidad en la intersección del discurso positivista de Carlos O. Bunge y la política de educación patriótica en la época del centenario, propuse que los modos de subjetivación utilizados para argentinizar biopolíticamente estuvieron basados en inculcar la aspirabilidad, la cultura del trabajo, y el patriotismo escolar para obtener como resultado genuinos argentinos.

Aspirabilidad para aceptar como natural el lugar y función social que a cada quien le había tocado ocupar según su raza-clase imponiendo el mandato de «ser el mejor en lo que te tocó ser en la vida»; cultura del trabajo para aceptar que todo hacer debía estructurarse en el marco de las relaciones de producción capitalistas pero no como lucha de clases sino como lucha por la existencia; y patriotismo escolar como una forma de sentimiento fuertemente estructurado en términos rituales y ceremoniales para evitar que derivara en un nacionalismo opuesto al cosmopolitismo burgués, y como culto laico que desplazara o neutralizara el culto religioso en la convicción de que la grandeza del país solo transitando hacia el estadio positivo de desarrollo de la humanidad.

Para producir esta ingeniería social el Estado argentino se constituyó en el centro de una red de biopoder que reestructuró los antiguos dispositivos de saber-poder y creó nuevos programados para argentinizar: educación patriótica, servicio militar obligatorio, psiquiatrización y criminalización de la protesta social, higiene pública, reforma laboral, penitenciaria y hospitalaria, asistencia social, literatura, culto a la patria, reglamentación de la vida cotidiana acorde con el ser argentino, surgimiento de ligas patrióticas, clubes deportivos autodefinidos como genuinamente argentinos, regulaciones matrimoniales, invención de tecnologías criminalísticas y sanitarias orientadas a clasificar las anormalidades físicas y psíquicas de quienes no se adaptaban al ser argentino, y desde luego, la represión para quienes no se dejaban capturar por estos dispositivos performativos pero utilizando esa resistencia para legitimarla como «último recurso» frente a los inadaptables.

En la década de 1920 aparece una segunda problematización como discurso del nacionalismo cultural que define la argentinidad –en contraposición a la sociología positivista– como «lo que siempre fue», es decir, como una esencia encarnada en las tradiciones coloniales y rurales previas a la revolución de mayo cuyo sujeto-prototipo es el gaucho y que define los modos y formas de ser argentinas en la simbiosis entre lo español, el catolicismo, y el criollismo. El principal dispositivo de saber-poder lo constituye la literatura en la forma del ensayo romántico de interpretación y el modelo de orden y organización social –definido como genuinamente argentino– se estructura a partir de la lógica de funcionamiento de las relaciones sociales de poder imperantes en la estancia, el cuartel, la iglesia. La argentinidad deja de tener como referente simbólico la patria para ser reemplazado por la nación, y el patriotismo como ethos colectivo por el nacionalismo.

En esta problematización la inmigración, el cientificismo, y el cosmopolitismo son caracterizados como las principales causas de la «desintegración nacional y del ser argentino» impugnando la consigna binaria positivista «civilización-barbarie» y reemplazándola por «cultura-civilización (que incluye a la barbarie porque la genera)». La inmigración no solo ha degradado el tipo argentino originario sino que también ha traído consigo el odio de clase, la deformación lingüística, la estigmatización de lo español y la religión católica, y el cuestionamiento de las jerarquías sociales, los valores, costumbres, y sentimientos del alma o espíritu nacional. Esta problematización rápidamente se dispersó en la proliferación de discursos nacionalistas y conservadores durante las décadas de 1930 a 1950, haciendo aparecer variantes de la matriz original que disputan sobre «lo que hay que hacer» para restaurar la identidad nacional tradicional asumiendo formas netamente políticas en sus prácticas discursivas.

Una tercera problematización surgirá en las décadas de 1960 y 1970 a partir de la instauración en el país de la llamada sociología argentina científica de orientación estructural-funcionalista de origen norteamericano, siendo su principal iniciador el sociólogo Julio Mafud autor de más de una decena de libros donde se analiza el ser argentino. El ser argentino –no ya la argentinidad– en tanto tipo de personalidad social básica es definido como la configuración de personalidad individual compartida por la mayoría de los miembros de una sociedad como resultado de las primeras experiencias que tuvieron en común y que determinan el sistema de valores y actitudes que serían básicos para la configuración de la personalidad del individuo y su proyección social. De modo que el mismo tipo de personalidad básica puede reflejarse en diferentes formas de conductas y puede participar en muchas configuraciones diferentes de la personalidad global o nacionalidad ya que resulta de la adaptación entre cultura y personalidad.

A partir de este marco conceptual el estudio de la argentinidad como ser nacional lo define como los estilos de vida que asume la personalidad básica argentina y que son el resultado de adaptaciones y ajustes sociales al contexto socio-histórico del país y al carácter transcultural que tendría la sociedad argentina originariamente compuesta por tres tipos diferentes de personalidades: inmigrantes, gauchos, e indígenas. El estudio de los estilos de vida parte «de lo que es» y puede observarse empíricamente en los «lugares comunes», el sentido común, las «frases hechas», y todo aquello que desde la propia cotidianeidad aparece como típicamente argentino. Esa argentinidad fáctica es analizada confrontándola con tipos ideales de comportamientos según su grado de desviación y con sus efectos sobre la integración social en el marco de las sociedades modernas contemporáneas. Como ejemplo, Mafud citan los siguientes «rasgos del carácter argentino»: desarraigo social, viveza criolla, insatisfacción afectiva, sentimentalismo, culto al coraje, miedo al ridículo, desprecio por la ley, culto de la amistad, exaltación yoista, no te metás, culto materno, irracionalidad-pálpito, creatividad individual, mimetismo europeísta, soledad, y tristeza.

¿Cómo abordar el análisis crítico de estos tres modos de problematización? Propongo hacerlo a partir de producir una cuarta problematización que puede ser enunciada a partir de las siguientes preguntas:¿Cuáles fueron las condiciones de aparición de estos discursos sobre la argentinidad y según que reglas de formación, coexistencia, exclusión, dispersión, concomitancia y yuxtaposición pudieron ser enunciados y reconocidos como verdaderos?, y consiguientemente ¿Cómo encarar el estudio de los modos a través de los cuales los argentinos y argentinas fueron (y son) llevados a reconocerse como cuerpos-sujetos portadores de una argentinidad? ¿Cómo llegó a constituirse la argentinidad como un problema cuya resolución resultaba vital para poder gobernar a los argentinos y argentinas?

A lo largo del siglo XX estas tres problematizaciones han sido objeto de controversias, enfrentamientos y oposiciones que aparecen como irreductibles configurando un estado particular del campo de las relaciones saber-poder y por lo tanto estableciendo como legítimas y verdaderas formas específicas de biopoder cuyo blanco era la población argentina y su objetivo estratégico consistía en asegurar determinadas condiciones de gubernamentalidad en la sociedad argentina. Ahora bien, ¿y si en lugar de enfocarlas como antinómicas y mutuamente excluyentes las vemos –aunque sea momentáneamente– como parte de «juegos de verdad» cuya coexistencia asegura la reproducción de un estado más o menos permanente de dominación? ¿Y si en lugar de enfocar el estudio del orden social a partir de considerarlo como algo monolítico y rígido que precisa de un «pensamiento único» para prevalecer lo vemos como un campo de disputas que más allá de la disparidad de contenidos –o en todo caso gracias a esa disparidad– asegura una matriz o régimen de verdad cuya fortaleza consiste precisamente en su unidad de forma? Habría que pensar que homogeneidad no es regularidad o definir una regularidad como un sistema de diferencias organizadas por reglas que establecen procedimientos de dispersión, transformación o variación del discurso como práctica, es decir, los discursos sobre la argentinidad como prácticas performativas del hacer de los argentinos y argentinas para hacerlos argentinos y que se reconozcan a sí mismos y a los otros como tales.

Los tres modos de problematización que he reseñado parten de una premisa común que enuncia que la argentinidad, entendida como los modos y formas de ser de los argentinos son un problema, que ese problema afecta la gubernamentalidad en la sociedad argentina, y que sus condiciones de aparición están determinadas por el acontecimiento que significó la gran inmigración entre finales del siglo XIX y principios del XX. También hay una coincidencia cuando plantean que ese modo y forma de ser debe ser modificado, que para ser argentino verdadero hay que dejar de ser lo que se es, y que quien define qué o cómo es eso que hay que llegar a ser resulta necesario establecer, inculcar, legitimar, una explicación fundada en una racionalidad que solo puede ser enunciada como tal desde un lugar de poder y como un discurso del poder.

En este sentido la forma de ser de los argentinos siempre es enunciada como algo que constituye una desviación, una falla, una anomalía, un desencuentro, que debe ser corregido para asegurar cierta racionalidad medios-fines cuyo propósito no es otro que sostener un orden. No importa de momento si la construcción de ese orden remite a lo que fue, a lo que debería ser, o a lo que es, sino a que todas exigen algún tipo de restauración: de la mezcla de razas científicamente perfecta, de una esencia perdida, o de una integración social siempre imperfecta. Las racionalidades puestas en disputa coinciden en asumir como algo dado un conjunto de rasgos que hacen a lo argentino y que en su coincidencia los naturalizan como verdaderos, y que no son otros que los que enuncia el discurso de la sociología estructural-funcionalista y que previamente habían sido también los tipificados por el positivismo y el tradicionalismo. El efecto de verdad que produce esa coincidencia opera convirtiendo esos rasgos en sentido común y como tal incorporándolos en forma indeleble en la subjetividad de los argentinos: somos eso y eso que somos está, de una u otra manera, mal. Y así se reproduce en las respuestas que los argentinos dan a las infinitas encuestas que se les administran preguntándoles (como si no supieran la respuesta) cómo son los argentinos, y la respuesta inevitablemente siempre coincide con las frases hechas y los lugares comunes definidos como tales por todas las problematizaciones de la argentinidad reseñadas.

Si examinamos las tres problematizaciones interrogándolas acerca de lo que existe, lo que es bueno, y lo que es posible (y todos sus contrarios) también obtendríamos la misma matriz discursiva aunque expresada en diversas variantes. Lo que existe es la patria, la nación, o la identidad argentina; lo que es bueno es una sociedad sin conflictos, jerárquicamente ordenada, o integrada socio-culturalmente; y lo que es posible es aplicar reformas dentro de los límites del orden social burgués, incluso prioritariamente reformas de los modos y formas de ser argentinos.

Partiendo del discurso sobre el «transplante poblacional» hasta nuestra actualidad pasando por las tres problematizaciones reseñadas podría proponerse como hipótesis de trabajo y como condición de posibilidad para una cuarta problematización plantear que la argentinidad está estructurada como un régimen de verdad. Esto implica modificar el punto de partida de la problematización que ya no sería que los modos y formas de ser de los argentinos –la argentinidad– son un problema a resolver para asegurar la gubernamentalidad, sino como fue posible que esto se convirtiera en un problema y los límites que imponen estas tres problematizaciones a todo proyecto emancipatorio en la sociedad argentina.

En resumen, no se trata de explicar por qué los argentinos somos como somos según unos rasgos que les han sido atribuidos por las tres problematizaciones hasta convertirse en sentido común, sino preguntarse: ¿Cuáles fueron las condiciones de posibilidad para que esos rasgos atribuidos a los modos y formas de ser argentinos se reconocieran como verdaderos por los propios argentinos? ¿Qué efectos de poder, saber, y verdad producen esos reconocimientos por parte de los sujetos argentinos en el registro de la gubernamentalidad? ¿Qué juegos de verdad –juegos enunciativos– están implicados entre las tres problematizaciones y cómo se inscriben en el régimen de verdad argentino?

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