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El Catoblepas, número 90, agosto 2009
  El Catoblepasnúmero 90 • agosto 2009 • página 14
Artículos

Eloy Luis André
y la revista Renovación Española

Gustavo Bueno Sánchez

Un filósofo español olvidado, una revista ignorada,
el Instituto Escuela y los manejos de la derecha socialista en 1918

Eloy Luis AndréRenovación Española, portada numero 14

Si Eloy Luis André es un filósofo español del primer tercio del siglo XX curiosamente caído en el olvido hace mucho tiempo (ya en 1931, cuatro años antes de morir, escribía de sí mismo: «Para los del 98 fui un disidente; para los novecentistas, un solitario amargado; para la nueva generación, un desconocido»), la revista Renovación Española, que logró reunir a buena parte de los intelectuales germanófilos españoles en los meses finales de la Gran Guerra, ha sido absolutamente ignorada y desconocida, incluso por las docenas de «investigadores» que tendrían que haber tropezado con ella en sus eruditas pesquisas si no hubiesen llevado tan ceñidas las orejeras que les pusieron como guarnición, o que prefirieron adquirir por su cuenta, y con las que tan cómoda y ventajosamente tiran de las carretas cada vez más rebosantes de lanares monografías académicas que justifican el mantenimiento de tantas rehalas universitarias.

Las circunstancias de la revista Renovación Española están por estudiar documentalmente, y cuando alguien le dedique tiempo a remover por aquí y por allá, no tendrá nada de extraño que encuentre pruebas que permitan confirmar lo que habrá supuesto quien, sin ser demasiado ingenuo ni sufrir conspiranoia, se entretenga hojeando los cuarenta números que publicó entre enero y noviembre de 1918: que la institución heredera de los llamados Welfenfonds{*} que sirvieron a Bismarck para untar periodistas y periódicos mercenarios, nacionales y extranjeros, conocida a partir de 1869 como Reptilienfonds (en fórmula popularizada por el profesor Enrique Wuttke, de quien en 1877 se tradujo al francés Le fonds des reptiles, le journalisme allemand et la formation de l’opinion publique), se mantenía en pleno vigor en momentos tan esenciales para Alemania: entre otras cosas porque los fondos de reptiles nunca fueron patente exclusiva de Alemania, y porque además la prensa, en general, tampoco nunca les hizo ni les hace ascos.

«La prensa, cuyo poder radica en la opinión que hace o que destruye, será tanto más poderosa cuanto mejor y más libremente opine, y tendrá tanta mayor libertad moral cuanto más grande sea su independencia económica. Hoy, soldado mercenario, unas veces de la política, otras de la industria, y casi siempre de ambas a la vez, el anuncio y el artículo de forma son jaculatorias y preces a la limosna, precisamente porque el gran público no es un colaborador de la opinión y de la independencia económica de la prensa.» (Eloy Luis André, «El libro, la revista y el periódico en España», 1906.)

Tal era la dependencia de Renovación Española de los intereses alemanes, que publicó su último número una semana antes de que aceptaran la derrota y firmasen el armisticio en aquel vagón de ferrocarril en el bosque de Compiègne, el 11 de noviembre de 1918. En los primeros números de la revista una página ofrece los nombres de más de cien «Casas recomendadas a nuestros lectores»: Agencia marítima Hering (Barcelona), Jacob Ahlers (Tenerife), Allgemeine Electricitäts Gesellschaft (Barcelona), Allgemeine Erzgesellschaft (Sevilla), Banco Alemán Transatlántico, Boetticher & Navarro (Madrid), Walter Loeck (Bilbao), Deutcher Nachrichtendienst für Spanien (Barcelona), Hermann Hengsternberg (Sevilla), &c.; y entre los anuncios no faltan los de E. Loewe («Fábrica de artículos de piel, proveedor de la Real Casa...») o los del Banco Hispano Austro-Hungaro (Gran Vía, núm. 24, «Transferencias radiográficas sobre plazas de Austria, Ungría o Alemania y de países neutrales como Suiza, Holanda, Escandinavia, países balkánicos, Rusia y, en general, todos aquellos que mantienen relaciones comerciales con las plazas de Viena y Berlín»).

Eloy Luis André ya había hecho pública su germanofilia, en el contexto de la Gran Guerra, haciendo figurar su nombre en el libro Amistad Hispano Germana, impreso en Barcelona en octubre de 1916, una guía organizada por ciudades y provincias con los nombres de quienes, en la neutral España, no tenían reparos en hacer saber que no eran aliadófilos. Y durante toda la vida de Renovación Española figuró como redactor de la sección «Educación Nacional», firmando en la revista varios artículos. Además, en estos meses, coincidieron dos circuntancias que determinaron que André encontrase en Renovación Española un gran aliado: en la primera él se implicó con especial interés, la protesta contra la creación del Instituto Escuela; en la segunda se vio implicado, la arbitrariedad al resolverse el concurso para una cátedra del Instituto de San Isidro.

Eloy Luis André hasta 1918

Nacido en la provincia de Orense (Mourazos, 18 de junio de 1876), estudió en la escuela pública de Vilardebós (Verín), en el Colegio de los Escolapios de Celanova, en el Instituto de Orense y en las Universidades de Santiago y de Salamanca, en cuya Facultad de Filosofía y Letras se licenció en 1897. En Salamanca entabló amistad con Miguel de Unamuno (catedrático allí de griego desde 1891), quien le ayuda a irse abriendo camino:

«Si usted quiere guiarse en esto de la psicología, preséntese en mi nombre al señor Simarro (para quien le daré una carta) o al señor González Serrano y ellos le servirán de poderosa ayuda. Usted sabe que en todo esto estoy dispuesto a servirle.» (Carta de Unamuno a André, de 6 de diciembre de 1898.)

«Lo de que haga versos y se sienta literato y le gusten a la vez las materias filosóficas y sociales no son cosas contrapuestas. La literatura no es algo específico, sino una integración. No se vaya usted a estudiar literatura, que eso debe quedar para eruditos y los eruditos de literatura no son literatos propiamente. Querer hacerse novelista o dramaturgo leyendo novelas y dramas es hacer novelas de novelas y teatro de teatro; así se cae en el literatismo, en el oficio, en tecniquerías. Así se hace uno, si es versificador, ebanista de versos. Estudie usted de todo, filosofía, religión, ciencias sociales, cuanto le tiente la tentación, y los versos le brotarán llenos y preñados. No entiendo qué es eso de ir a estudiar materias literarias. La literatura, si es honda, es flor de toda cultura. Los grandes poetas han sido por debajo grandes pensadores, o grandes vividores. No son mejores literatos los que se enfrascan en estudios de historia o técnica literaria; Menéndez y Pelayo no ha logrado acertar, Moguel no es un literato en el estricto sentido sino un erudito de literatura.» (Carta de Unamuno a André, de 7 de agosto de 1899.)

La Universidad de Salamanca le premió, durante el curso de 1899-1900, para hacer estudios superiores de Filosofía en las universidades de Lovaina, Bruselas y París; y así tuvo ocasión de conocer a Mercier, a Tarde y a Ribot:

«Yo no conocía la Universidad española antes de visitar las de Francia, Bélgica y alguna de Alemania. Ignoraba lo que es espíritu universitario, vida intelectual, hambre y sed de cultura. Después, el estudio comparativo de instituciones tan semejantes por un común origen y tan desiguales por su vida actual, me hizo meditar mil veces sobre esta pobre Universidad española, condenada a morir si sigue así viviendo, y a ser foco infeccioso de desalentados para vivir con el esfuerzo propio.» («La Universidad española contemporánea», 1900)

Y poco a poco va dando a conocer su nombre en las revistas del momento, tras «La Universidad española contemporánea» (Revista Contemporánea, noviembre de 1900), «Mentalidad española» (La Lectura, junio 1901), «Psicología del arte» (Revista contemporánea, agosto 1902), «Nuestras mentiras convencionales. La mentira económica» (La España Moderna,septiembre 1902), «Nuestras mentiras convencionales. La mentira política» (La España Moderna, noviembre 1902), &c.

Eloy Luis André, como tantos otros licenciados disponibles, decide presentarse en 1901 a las oposiciones a la cuatro nuevas cátedras de Teoría de la Literatura y de las Artes creadas en las universidades de Madrid, Barcelona, Granada y Salamanca, sin éxito. También se presenta en 1902 a la cátedra de Historia de la Filosofía de la Universidad Central, vacante tras el fallecimiento de José Campillo Rodríguez, y que no habría de resolverse hasta que en febrero de 1905 la ganó Adolfo Bonilla y San Martín.

Como entrar en una Universidad no es sencillo lo intenta en un Instituto, gana unas oposiciones con el número uno, y se convierte en febrero de 1904 en Catedrático numerario de Psicología, Lógica, Ética y Rudimentos de Derecho del Instituto de Soria, logrando en junio del mismo año trasladarse mediante concurso a la misma cátedra del Instituto de Orense, en el que permaneció diez años, hasta que en marzo de 1914 logra acercarse a Madrid, permutando su cátedra por la que acababa de ganar en el Instituto de Toledo un fanático carlista orensano, Antón Losada Diéguez, que tenía urgencia por volver a su pueblo para darse al tradicionalismo galleguista o al galleguismo tradicionalista, que tando da (este Antón sería en 1920 uno de los cofundadores de la revista Nos).

Catedrático del Instituto de Orense

De manera que cuando en junio de 1904 La España Moderna publica «Fuerza y cultura según nuestra mentalidad individual y colectiva», ya es catedrático en Orense. A comienzos de 1906 publica su primer libro: El histrionismo español. Ensayo de psicología política (Biblioteca de escritores contemporáneos, Imprenta de Henrich y Cia, Barcelona 1906). Un agudo observador como Edmundo González-Blanco incluye su nombre en una relación de jóvenes que pueden renovar la filosofía en España (entre los que, por cierto, no hace figurar a Ortega):

«Pero Verdes Montenegro triunfará; será acaso el primero que con su ejemplo abrirá camino a los filósofos de la joven generación: André, Pérez Bueno, Navarro (D. Martín), Diego Ruiz, Del Río Urruti, Urbano, Bernaldo de Quirós. ¡Cuánta falta hacían todos ellos a nuestra Patria!» (Edmundo González-Blanco, «Boceto de ética científica», La Lectura, nº 63, marzo 1906, pág. 301.)

No se puede decir que el libro pasase desapercibido: el notable crítico Francisco Fernández Villegas (Zeda), dolido gremialmente por las crítica de André al periodismo, se apresuró a responder en primera página de La Época («Alrededor del periodismo», 27 julio 1906) a quien, «siguiendo las huellas de Unamuno, aunque sin el vigor de pensamiento del rector de la Universidad salmantina», y que «a juzgar por cierta afectación hermogeniana de su estilo, tiene todavía en los labios la leche universitaria» la había emprendido «pluma en ristre, contra todo lo que existe en España, haciendo de ello crítica acre, negativa y biliosa». Unos días después, abriendo el número de agosto de La España Moderna, publica un artículo que, más de cien años después, podemos decir que ha sido de los más citados de André: «El libro, la revista y el periódico en España».

No tenía especial voluntad de quedarse encerrado en Orense: en el verano de 1906 aceptó el encargo de ir a estudiar en París, Bélgica e Italia, la organización del Ministerio de Fomento; en 1909-1911, como profesor pensionado, pudo estar en la Universidad de Leipzig recibiendo cursos de Guillermo Wundt y su entorno; y en el verano de 1913, por un encargo del ministro de Instrucción pública (Antonio López Muñoz), volvió por Alemania, Francia y Bélgica para informar sobre los estudios superiores de segunda enseñanza.

La oposición a la cátedra de Metafísica de la Central

Y tampoco se conformaba Eloy Luis André con su cátedra de Orense: vacante desde septiembre de 1908 la cátedra de Metafísica de la Universidad Central, tras el fallecimiento de Nicolás Salmerón, el joven catedrático del Instituto de Orense decidió presentarse, cuando se convocó, a la oposición correspondiente. ¡Qué ingenuidad!

Ya en junio de 1909 se había producido en Madrid una sorprendente circunstancia, casi milagrosa o providencial. Por Real orden habían sido consultadas por separado cuatro instituciones: el Consejo de Instrucción Pública, la Junta Central de Primera Enseñanza, la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, y la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central, a las que se pidió que propusieran un candidato para proveer –sin oposición ni concurso público alguno– la plaza de nueva creación de «Profesor numerario de Psicología, Lógica y Ética» de la nueva Escuela Superior del Magisterio («como ya se había apoderado la masonería del Ministerio de Instrucción Pública, se constituyó la Escuela Superior del Magisterio...»), y, ¡oh, maravilla!, ¡oh, belleza!, ¡oh, justicia!, ¡oh, armonía preestablecida!, sucedió que las cuatro instituciones, de forma independiente y autónoma, coincidieron en un mismo y único nombre, el de un joven de 26 años, siete años más joven que André, pero que había nacido en el seno de una acomodada familia de la alta burguesía madrileña, vinculada además al periodismo y la política. En tales circunstancias, al veterano Faustino Rodríguez San Pedro, Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes (por cierto, bisabuelo del hasta hace poco presidente del Fondo Monetario Internacional, don Rodrigo Rato), no le tembló la mano cuando propuso la Real orden que confirmó el milagro:

«Resultando que los cuatro citados Centros proponen únicamente para el expresado cargo a D. José Ortega Gasset, doctor en Filosofía y Letras, con nota de sobresaliente, sin pertenecer en la actualidad al Profesorado oficial. Pensionado por oposición para ampliar sus estudios de Filosofía en Alemania, donde ha seguido dos cursos en los Seminarios de Leipzig, Berlín y Martonr [sic], y autor de una Memoria sobre Descarte [sic] y el Método transcendental.
S. M. el REY (q. D. g.) ha tenido a bien nombrar a D. José Ortega Gasset Profesor numerario de Psicología, Lógica y Ética, de la Escuela Superior del Magisterio, con el sueldo anual de 4.500 pesetas.» (Gaceta de Madrid, 16 de julio de 1909.)

Como es natural Ortega, profesor numerario de la Escuela Superior del Magisterio, también se presentó a la vacante cátedra de Metafísica de Madrid, y al catedrático del Instituto de Orense, nacido en un pueblecito de esa misma provincia, aunque también había estado por Alemania, donde ambos habían sido discípulos de Wundt, sólo le quedó confirmar la crudeza de la realidad de las cosas.

«...no ha mucho que libró reñidas oposiciones a la cátedra de Metafísica de la Universidad de Madrid con Ortega Gasset, espíritu más brillante y literario; pero menos profundo y técnico que André. Fue Ortega Gasset quien ganó la cátedra, yo no dudo que merecidamente; pero André parece dudarlo y a ello [debe] indudablemente referirse, cuando, respirando quizá por la herida, nos habla de «las horcas caudinas de la oposición a cátedras, horcas caudinas para unos y para otros, juicios sintéticos a priori, sobre todo tratándose de cátedras de Filosofía, donde cada cual puede decir lo que le da en gana, con tal que lo exponga con sintaxis musical, y tenga sindéresis abogacil, para captarse al tribunal jurado, cuando el juicio mismo no se convierte en comedia con desenlace previsto, y con víctimas tácitas, alentadas por falsos amigos, para que resulte algo animado el torneo»...» (Edmundo González-Blanco, «Génesis de la mentalidad alemana», La Esfera, nº 48, 28 noviembre 1914.)

«Y sin padrinos políticos y sin formar parte de ningún cenáculo, ni de ninguna covachuela, en las oposiciones a Metafísica de la Universidad Central, se le aprueban por unanimidad los ejercicios, y obtiene dos votos para la Cátedra que ocupó Salmerón.» (Renovación Española, 31:12)

Traductor de Guillermo Wundt, Rodolfo Eucken y Haroldo Höffding

El resultado más inmediato de la estancia de Eloy Luis André en Leipzig lo encontramos sin duda en las traducciones que inmediatamente publicó: en 1911-1912: los dos tomos de la Introducción a la Filosofía, por Guillermo Wundt; en 1912: La vida, su valor y significación, por Rodolfo Eucken; y en 1913: los dos tomos del Sistema de Filosofía Científica, o sea, Fundamentos de Metafísica basada en las Ciencias Positivas, por Guillermo Wundt; todas en la Biblioteca científico-filosófica de Daniel Jorro. En 1909 ya había traducido, en la misma biblioteca, Filósofos contemporáneos, por Haroldo Höffding.

A estas alturas tiene ya bien cuajadas André las posiciones ideológicas desde las que actúa, y lo que un filósofo patriota español puede y debe hacer. Alejado de regeneraciones («Felicito a los espíritus jóvenes que sienten un renacimiento español y aspiran a propagarlo. Sí; hay que renacer primero para engendrar después. La regeneración, para los viejos, para los anémicos, entecos o podridos», «Salvajismo y humanismo», 1908) y de europeizaciones, en «El porvenir de la Filosofía científica en España e Hispano-América» (1912), explica el sentido y alcance de su actividad de entonces:

«Es el propósito el de restaurar la especulación filosófica, basándola sobre los firmes sillares de la investigación científica. Y aunque las traducciones sirven más bien de estimulantes al pensamiento nacional, que de elementos constitutivos de dicho pensamiento, es el caso que el servicio principal que en este momento histórico pueden prestarnos, es el marcarnos la ruta más segura que debemos seguir, dado el espíritu de la época y dado el estado general de la cultura filosófica en aquellos países que, como Alemania, sirven sin discusión, de tutores o iteradores para otros pueblos más rezagados en el trabajo científico.
Aquí, a Alemania, hemos venido con el propósito de buscar instrumentos e iteración para el propio trabajo en nuestro hogar y solar espiritual. Esta ayuda y este apoyo no nos despersonaliza de ningún modo. Kant fué discípulo de Hume y Platón lo fué de los sabios egipcios. Nosotros, más modestos en nuestra labor, queremos indicar con esto, que el despertar a la vida espiritual de un pueblo, sólo se logra haciendo percutir en su ámbito mental los fuertes aldabonazos y el poderoso murmullo del tráfago científico de otro, que le sirva de mentor.
Los momentos son críticos para nuestra patria; son de verdadera penuria, de pobreza intelectual. La filosofía, entre nosotros, ha descendido tanto, que de reina de las ciencias se ha convertido en alcahueta de visionarios y retrógrados. Es un arma de combate, más bien que un campo de cultivo. [310] No es raro ver cómo los cerebros nacidos para repetir ecos del pensamiento ajeno, se improvisan en prestigiosos oráculos ante la mentalidad del vulgo, que sin distinguir de ruidos ni de sones, edifica celebridades sobre las columnas de un rotativo. Y así, sobre la ignorancia y sobre la mentira, pretende erguirse la nueva ciencia iteradora de nuestros destinos en el porvenir. En estas condiciones, la labor de la filosofía, que tiene como norma la soledad, el recogimiento, la modestia, al engarzar las cátedras universitarias con las redacciones de los periódicos, como cuentas de un mismo rosario, no es la más adecuada, ni para aquel vivere sub specie aeternitatis, que aconsejaba Espinosa, ni se ajusta tampoco a aquella norma del vivir para pensar, seguida con inimitable consecuencia en Koenigsberg, por Manuel Kant. El filósofo que es un espectador y un mentor de la vida, tiene que elevarse sobre sus impurezas y miserias. Si la filosofía se convierte en un arte de vivir, en el sentido vulgar de la palabra, la vida misma no estará nunca en condiciones para que de ella se escinda la ciencia del pensamiento.
La vida espiritual española ha entrado en pleno siglo XX con aquellas dos notas antagónicas que constituyeron toda la trama de nuestras luchas intelectuales y políticas durante el siglo XIX y los últimos años del siglo XVIII. Los movimientos de nuestra mentalidad fueron movimientos convulsivos, seguidos de estados de postración; y estos movimientos persisten, porque la mentalidad nacional se ha convertido por los europeizantes en receptáculo de lo extraño, y por los falsos españolizantes en receptáculo del pasado. Y tanto dista de nosotros la tradición muerta como el progreso personal ajeno.
Si hemos de crear o instaurar un presente nacional propio, preciso es que los avanzados dejen de ser sepultureros de lo vivo, y los retrógrados desenterradores de cadáveres. La tradición viva está inmanente en nuestro estado histórico contemporáneo. No hay más que roturar la corteza de ignorancia que envuelve como irrompible caparazón la mentalidad de la raza, para que ésta ostente su genialidad, su carácter, su fisonomía. Y lo ajeno, que puede llegar a ser nuestro por asimilación, ha de lograrse por contactos y fusiones, por interversiones y cambios entre nuestra propia mentalidad y la de los pueblos europeos, concretamente observados y vividos en su propia vida, sumergiendo en ella el alma de nuestra juventud, para que en sus aguas lustrales cobre fragancia y pureza de espíritu, no con el concepto abstracto de la europeización fraguado por hombres sedentarios y confinados en una biblioteca llena de libros y revistas extranjeras.»

Eloy Luis André [Mundo Gráfico, 10 de junio de 1914]

Catedrático del Instituto de Toledo

Cuando Eloy Luis André se traslada a vivir a Toledo es ya una persona bien conocida en España: el 10 de junio de 1914 Mundo Gráfico publica su fotografía en primera página bajo el rótulo «Intelectuales españoles» y este pie: «D. Eloy Luis André, Catedrático de Filosofía del Instituto de Toledo e ilustre publicista, autor del libro La mentalidad alemana, ensayo de explicación genética del espíritu alemán contemporáneo»; dos días después, en El Liberal, el periodista Félix Urabayen (profesor entonces de la Escuela Normal de Toledo) le dedica una glosa titulada «Pensadores españoles», donde le dice «nuestro Fichte español»:

«España, enferma y cansada de dar a luz, ha tenido y tiene médicos que la siguen diagnosticando. Costa reclamó la cirugía; Macías Picavea la encontró histérica, por razón de su formidable anemia; André la ve casi ciega; ciega como Homero y como Galdós, como las vidas largas y fecundas. Sólo que André, nuestro Fichte español, después de habernos estudiado en su Ética y en su Histrionismo, no nos sumerge en un remanso pesimista, donde sólo florece el loto de nuestra irremisible muerte.» (Félix Urabayen, «Pensadores españoles», El Liberal, 12 junio 1914.)

El libro de André sobre La mentalidad alemana adquirió renovada actualidad unas semanas después de publicarse, una vez que hubo arrancado la que sería conocida como Gran Guerra. Edmundo González-Blanco le dedicó en noviembre un par de páginas en La Esfera, «Génesis de la mentalidad alemana», donde esboza algunas críticas de fondo (sobre todo por «las muchas e inmerecidas páginas que a Nietzsche dedica André») y prevalece la simpatía por el autor y su obra. En marzo de 1915 André publica en La Esfera «Neutralidad y españolismo», y un par de meses después diserta en el Ateneo sobre «La ética alemana y la educación moral del pueblo alemán»:

«Conferencias en el Ateneo. El notable escritor D. Ramón del Valle Inclán ocupó ayer la cátedra del Ateneo, para dar una de las conferencias de la serie "Guía espiritual de España", organizada por la sección de Literatura; disertó acerca de Santiago de Compostela. [...] Sobre "La ética alemana y la educación moral del pueblo alemán" disertó días pasados en el Ateneo el catedrático del Instituto de Toledo D. Eloy Luis André, que analizó las ventajas y los defectos de la ética alemana en su proceso de formación y en su estado presente, y examinó los métodos de educación moral, según las orientaciones de los pensadores contemporáneos. Estudió la formación de la voluntad, el carácter y el espíritu de obediencia y disciplina, así como también los generadores de la vida moral alemana: la familia, el medio social y la Escuela. La conferencia fue interesantísima.» (La Época, Madrid, lunes 10 de mayo de 1915, pág. 3.)

En septiembre de 1915 va fechado el prólogo a La educación de la adolescencia, libro publicado al año siguiente:

«Prólogo. El núcleo celular de este libro es el capítulo titulado "El Instituto Normal", en torno al cual se han ido elaborando una serie de trabajos encaminados a plantear el problema de la formación de nuestra adolescencia, que es en definitiva el de nuestras futuras clases directoras; porque según sea el coeficiente de fervor y religiosidad con que nosotros trabajemos para depositar en la juventud que acude a nuestras aulas la simiente de vida nueva, así será también la cosecha que ellos recojan para sí. De este modo, la educación se convierte en un apostolado basado en el imperativo de la abnegación, del desinterés y del entusiasmo. Mucho se ha escrito sobre estas cosas en nuestro país. Es ya un lugar común en la literatura pedagógica vulgar tronar contra los libros de texto, contra los exámenes y contra las enseñanzas e instituciones pedagógicas del Estado. Por eso constituye una obligación moral para el profesorado oficial hacer frente a estos problemas con aquel desinterés e imparcialidad que hay que suponer en todo pensador que a priori sabe que, bien defienda o bien ataque la función docente del Estado, la misma remuneración recibe. La pasión suele andar en estas cosas casada con la codicia, que es otra pasión también; y ambas son un obstáculo para que las cosas llenen objetivamente aquella ruta que su naturaleza les traza independientemente de nuestro modo de concebir. En esta obra he procurado que la experiencia en el profesorado, el estudio científico de los problemas y el examen en vivo de las instituciones pedagógicas se encaminen en estrecha solidaridad hacia un mismo fin. El que la leyere por completo se convencerá de que no es labor solamente de gabinete. Mi viaje a Alemania, Francia y Bélgica en el verano de 1913, y las experiencias cosechadas en Alemania en los años de 1910 y 1911, como profesor pensionado, me ayudaron a dar cima a mi tarea, en la cual si hay entusiasmo para sentir el ideal, no deja de haber serenidad y sangre fría para la crítica. Al menos tal es mi propósito, lejano desde luego a toda ambición personal y a un falso espíritu de cuerpo. Bien sé que, dado el momento actual en que el problema de la adolescencia española está planteado, lo que yo pienso y escribo ha de ser inactual y algunas veces poco oportuno. Pero la conciencia moral obliga a supeditar las conveniencias sociales a la conveniencia ideal de la sociedad misma, pues lo que en ella nos toleramos en la mayoría de las veces obedece a cobardía o a cautelosa e interesada previsión. No he de terminar este prólogo sin dar públicamente las gracias al Excmo. Sr. D. Antonio López Muñoz, el cual, siendo Ministro de Instrucción pública, me dio el honroso encargo de hacer "Estudios superiores de segunda enseñanza". Si he cumplido mi misión o no, el público ha de decirlo, porque a mí no me corresponde. Toledo, Septiembre de 1915.» (La educación de la adolescencia, Madrid 1916, págs. v-vi.)

La actualidad bélica influyó sin duda en la publicación, a principios de 1916, de un nuevo libro bien oportuno: La cultura alemana (Daniel Jorro, Madrid 1916, 408 págs.):

«La cultura alemana, por Eloy Luis André, catedrático de Filosofía del Instituto de Toledo. Un volumen de 408 páginas. Siempre será interesante conocer la marcha cultural de un pueblo lleno de brío y pujanza; pero en los actuales momentos, enterarnos de cualquier manifestación de una de las naciones beligerantes es en extremo agradable y utilitario. La obra del Sr. André es un canto entusiasta a la cultura alemana. Su autor, que ha vivido los sistemas pedagógicos, los modos de progreso, las manifestaciones de los caracteres industriales y comerciales, &c., del pueblo alemán, nos da a conocer todas sus cualidades, comparándolas de vez en vez con otras naciones en lucha, especialmente con Francia e Inglaterra, y deduciendo otras veces enseñanzas que España debe seguir. ¿Será el autor apasionado en sus juicios? No podemos contestar por cuenta propia a esta pregunta, en lo que a Alemania se refiere, por no conocer esta nación (tan admirable por muchos conceptos); pero lo que sí creemos es que su amor a todo lo alemán le lleva un poco a formular quejas en la marcha de otras naciones, que si bien son ciertas en el fondo, quizá pudieran ser objeto de un juicio más piadoso. De todos modos, juzgamos la obra del señor André de sanas lecciones, de estar dotada de un punto de vista tenido por autor de recia cultura y de contener bellos capítulos, de los que habría mucho que copiar.» (La Correspondencia de España, Madrid, lunes 6 de marzo de 1916, pág. 3.)

Vacante desde diciembre de 1910 la cátedra de Sociología de la Universidad Central tras el fallecimiento de Manuel Sales Ferré, se convocaron en marzo de 1914 las oposiciones correspondientes a esa cátedra, a la que también aspiró Eloy Luis André. La Gaceta de Instrucción pública de 8 de diciembre de 1915 publica la relación de admitidos para proveer la vacante Cátedra de Sociología: José Cascales, Antonio Losada, Vicente Viqueira, Eduardo Pérez, Severino Aznar, José Castillejo Duarte, Eloy Luis André, Jaime Estebanell, Eloy Rico, Manuel Núñez de Arenas, Carlos Cañal y José Albiñana. Pero en abril de 1916 el tribunal, formado por Eduardo Sanz Escartín, Eduardo Ibarra, Alberto Gómez Izquierdo, Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Asín Palacios, se decantó por el activista católico autor de Religión y Ciencia, el catolicismo social en España (1906), de forma que Severino Aznar se convirtió en el segundo catedrático de Sociología de la universidad española.

«Eloy Luis André acaba de hacer unas brillantísimas oposiciones a la cátedra de Sociología de la Universidad y se la dieron a un peludo que tenía tres íntimos amigos y compinches en el tribunal. Yo tendré paciencia o me dedicaré a Notarías. Ahora, hay un Centro de Estudios históricos donde se meten muchos y al cabo de un par de años tienen cátedra pero hay que vivir en Madrid.» (Fragmento de una carta de Ramón Otero Pedrayo a su madre, Eladia Pedrayo, fechada en Madrid el 7 de abril de 1916, en Cartas a Nai: 1905-1950, Fundación Otero Pedrayo, Galaxia, Vigo 2007, págs. 110-111.)

André fue también el principal impulsor de la extensión universitaria en Toledo, que se puso en marcha con presencia de las fuerzas vivas correspondientes:

«En Toledo. Extensión universitaria. Toledo. (Domingo, noche.) Esta mañana se celebró con gran solemnidad la apertura del curso de Extensión universitaria, organizado por los centros docentes de esta capital, asistiendo el director general de Primera enseñanza, Sr. Royo Villanova. Este llegó esta mañana, a las diez, siendo recibido en la estación por el gobernador civil, Sr. Igneson; el alcalde, Sr. Maimón; el director del Instituto, el de la Normal, inspectores de Primera enseñanza, todo el Profesorado oficial y numeroso público. El acto se celebró a las doce, en el teatro de Rojas. El coliseo se vio lleno de público. Ocuparon la presidencia, con el Sr. Royo Villanova, el gobernador civil, el alcalde, los coroneles de la Academia y de la Fábrica de Armas, los directores del Instituto y de las Normales, el juez de primera instancia y otras autoridades. El conocido publicista D. Eloy Luis André leyó unas cuartillas interesantísimas, en las que expuso el origen de la Extensión universitaria y de los fines que se propone realizar. Afirmó que los iniciadores de esta empresa se proponen hacer una intensa labor de cultura, orientada en un sentido eminentemente patriótico. "Hagamos –dijo– de Castilla el núcleo celular del nuevo españolismo." Dio las gracias al Sr. Royo Villanova por su asistencia al acto, pidiéndole su apoyo como representante de los Poderes oficiales. Fue muy aplaudido.» (La Correspondencia de España, Madrid, lunes 15 de enero de 1917, pág. 3.)

Además, el catedrático de Filosofía del Instituto de Toledo está ya muy interesado por cuanto se relaciona con las líneas de ferrocarril y su impacto económico, asuntos sobre los que volverá ampliamente en los años veinte, en relación especialmente con la nacionalización de los ferrocarriles y el desarrollo de Galicia como región industrial, articulando ferrocarril y puertos hacia América.

«Política ferroviaria de carácter nacional. Con este título escribe D. Eloy Luis André, en el querido colega Revista de Economía y Hacienda, un trabajo muy notable que, salvo en la parte referente a la estatificación de los ferrocarriles, concuerda exactamente con nuestra manera de pensar en materia de comunicaciones ferroviarias de España» (Gaceta de los caminos de hierro, Madrid, 16 de septiembre de 1915.)

«Ateneo de Madrid. Hoy martes, a las siete de la tarde, dará el Sr. D. Eloy Luis André una conferencia correspondiente a las organizadas por Estudios Gallegos, sobre el tema "El problema concreto de la cultura en Galicia. Las vías de comunicación" (con proyecciones).» (La Correspondencia de España, Madrid, martes 20 de marzo de 1917, pág. 6.)

«Asamblea Nacional de Ferrocarriles. El Comité permanente de los Congresos de Economía Nacional ha publicado y repartido profusamente una circular en la que se consignan las ponencias y comunicaciones inscritas para la próxima asamblea nacional de ferrocarriles: [...] "Cuestiones relativas a la construcción de la nueva red", ponencias de D. Eloy Luis André y D. Manuel Bellido.» (El Imparcial, Madrid, miércoles 12 de diciembre de 1917, pág. 4.)

Renovación Española

La revista Renovación Española

Renovación Española, revista semanal ilustrada, se publicó en Madrid en 1918, desde el 29 de enero (nº 1) hasta el 3 de noviembre (nº 40), durante los meses finales de la Gran Guerra y compartiendo sus colaboradores y redactores, como hemos dicho, posiciones germanófilas. Su director fue Quintiliano Saldaña (1878-1938), famoso criminólogo y catedrático de Estudios Superiores de Derecho en la Universidad Central. Decía el ABC (16 abril 1918, 14): «Renovación Española. Interesantísima revista ilustrada de los intelectuales germanófilos españoles. Artículos de política, literatura, filosofía, pedagogía, arte, viajes, guerra, teatros, libros. Numerosas caricaturas. Suscripción: año, 10 pesetas. San Bernardo, 124.»

En el nº 30 (22 agosto 1918, página 4) podemos encontrar la siguiente declaración doctrinal, que no puede ser más explícita:

«De Alemania salieron la filosofía, la ciencia y la música.
De Inglaterra, el derecho del más fuerte, la opresión y el látigo.
De Francia, la morfinomanía, el aborto y el volterianismo.
De los Estados Unidos, la ley de Lynch.
»

Colaboradores y redactores de Renovación Española, num. 1

La revista Renovación Española estaba dotada de colaboradores y de redactores. Entre los colaboradores encontramos nombres bien conocidos: el primero, por orden alfabético y porque quisieron los impulsores de la revista que abriese el primer número, Pío Baroja. Curiosamente, en el artículo inaugural de Renovación Española, «El dragón de Gastizar», nos encontramos con un basilisco y con una lechuza. Este dragón de Gastizar (nombre de una casa solariega de Ustáriz, a 35 kilómetros a caballo de Irún, en Aquitania, capital durante el Antiguo Régimen del Labort):

«tosco y quimérico representaba el dualismo de las cosas humanas y divinas: por la cabeza al diablo y por la cola a Dios; por delante la ciencia, el materialismo, la duda; por detrás el misticismo y la piedad; por un lado todo malicia, ironía y desprecio para los mortales, por el otro todo benevolencia y resignación cristiana. [...] Aquel viejo basilisco no tenía amigos; únicamente una lechuza parda se posaba en el remate de la veleta y solía estar largo tiempo contemplando desde allí arriba el pueblo. ¿El dragón roñoso y la lechuza de plumas suaves y de ojos redondos se entendían? ¿Quién podía saberlo? ¿Venía ella –el pájaro sabio del crepúsculo– a recibir órdenes de aquel basilisco chirriante e infernal agobiado por su apéndice cristiano? ¿O era el basilisco el que recibía las órdenes de la lechuza?»

¿Querían Baroja y los promotores de la revista convertir a basilisco y lechuza en símbolos de Renovación Española? No lo parece, pues en realidad el texto que Baroja entregó a Renovación Española era, sin decirlo, adelanto de su próxima novela, el prólogo de La veleta de Gastizar (Caro Raggio, Madrid 1918, 238 págs.), otro episodio de las Memorias de un hombre de acción ambientado entre exilados españoles, cuando en octubre de 1830 tres columnas liberales armadas, las del guerrillero Francisco Espoz y Mina, el coronel De Pablo (Chapalangarra) y el coronel Francisco Valdés, incursionaron por Navarra y fueron derrotadas por los realistas tras cruento combate sin poder proclamar la Constitución.

Además de Pío Baroja, entre los colaboradores de Renovación Española encontramos, desde el primer número, a Jacinto Benavente (nuestro Premio Nobel de Literatura en 1922, que en 1915 había redactado el manifiesto germanófilo en respuesta al manifiesto aliadófilo que se supone escribió Ramón Pérez de Ayala), Adolfo Bonilla y San Martín, Julio Casares, Julio Cejador, Eugenio D’Ors (Xenius, entonces Director de Instrucción Pública de la Mancomunidad de Cataluña), Concha Espina de la Serna, Ricardo León, Condesa de Pardo Bazán, Julio Puyol, Rafael López de Haro, Francisco Rodríguez Marín, José María Salaverría y Rafael Salillas. Adolfo Bonilla abre el segundo número («El exceso de política»), Eugenio D’Ors el tercero («Las obras y los días»), Emilia Pardo Bazán el cuarto («Interrogante»), &c.

Sólo uno de los colaboradores dejara de aparecer en la relación que se repite en cada número: Julio Cejador, que tras once números debió pedir que retirasen su nombre (nada se dice en la revista, pero sería más rebuscado suponer que lo echaran). Además este clérigo católico ex-jesuita, catedrático desde 1914 de lengua latina en la Universidad Central, que ese mismo 1918 publicó el noveno volumen de su monumental Historia de la lengua y literatura castellana, era más bien aliadófilo: su nombre aparece en la relación de firmantes del Manifiesto de adhesión a las naciones aliadas (el de Ramón Pérez de Ayala) de julio de 1915, y por los meses a que nos referimos se cartea Cejador con Vicente Blasco Ibañez (aliadófilo, recuérdese que en 1916 había escrito por encargo del presidente francés Poincaré la célebre novela Los cuatro jinetes del Apocalipsis, llevada con gran éxito al cine) que vive en la Costa Azul francesa, o con Alfonsina Storni (que en 1918 recibe una medalla de miembro del Comité Argentino Pro Hogar de los Huérfanos Belgas), &c.

Uno de los colaboradores que hemos mencionado, José María Salaverría Ipenza (1873-1940), periodista, viajero, novelista y poeta, amigo de Unamuno, admirador de Nietzsche, había ido creando ambiente en el ABC antes de la aparición de la revista, dándole vueltas a la renovación:

«En cuanto a la idea de renovación, fruto asimismo del año 1917, no es más que un signo de la positiva renovación española, palpable en su progreso industrial, agrícola, económico, intelectual y hasta político. La renovación es un hecho; viene de dentro afuera, como un fenómeno natural del progreso de España. Tal es mi creencia. Los políticos y cronistas han tomado la palabra renovación en un sentido arbitrario y falso; le han dado, en fin, un sentido puramente político, y ahí reside el mal. Porque el político necesita presentarse a las masas como un inductor y un creador, cuando realmente es un ejecutor. Así vemos a los políticos y cronistas presentarse como posibles iniciadores de la renovación española... No: la renovación existe a pesar de los políticos; surge y bulle dentro de España. Sería inestimable que los políticos la pulsaran y se prestasen a servirla, renovándose ellos tanto como se ha renovado el fabricante, el cosechero, el maestro.» (José Mª Salaverría, «Al terminar 1917. Las ideas de un año», ABC, Madrid, 1º de enero de 1918, pág. 4.)

Cuando la revista llevaba todavía pocos números publicados se incorporan como colaboradores Edmundo González Blanco, el compositor Eduardo López Chávarri (que en realidad figuraba desde el primer número como redactor: pionero de la introducción de Wagner en España), Silvio Kossti y Emilio Miñana (traductor de la Crítica de la razón práctica de Kant, en colaboración con Morente); y ya más al final, cuando nadie podía ignorar el claro sesgo del proyecto, Ramón Gómez de la Serna (que en 1917 había publicado la primera entrega de sus famosas Gueguerías, y ya en el nº 18 ofrecía «Nuevas greguerías»), José Rodríguez Carracido (rector entonces de la Universidad de Madrid), José Rodao y Juan de Contreras (el joven nuevo Marqués de Lozoya).

Además de los colaboradores, la revista contaba con un elenco de redactores, encargados de distintas secciones. En el primer número son estos: Política interior: Quintiliano Saldaña; Música: Eduardo López Chávarri; Arquitectura: Roberto Fernández Balbuena; Filología: P. A. Martín Robles; Educación Nacional: Eloy Luis André; Caricatura: K-Hito, Política exterior: Manuel Palacios Olmedo; Arte: Margarita Nelken; Viajes: León Martín-Granizo; Economía: Martín de Paúl; Enseñanza: Luis Jiménez Asúa; Guerra: Zeppelin; Bibliografía: José Antón Oneca y Pedro Sáinz Rodríguez; Teatros: Don Lope; Revista de revistas: Cayetano Alcazar.

Margarita Nelken Quizá el nombre que más sorprenda a muchos sea el de Margarita Nelken (Madrid 1894-México 1968), hermana de la actriz Magda Donato, diputada del PSOE durante la República (contraria como Victoria Kent a otorgar el derecho de voto a la mujer) que iniciada la guerra pasó a militar en el Partido Comunista, y a la que incluso se relaciona con la neutralización de Trotsky, antes de ser expulsada del PCE en 1942 (también la implican algunos en el asesinato de Calvo Sotelo). Margarita Nelken publicó cuatro artículos en Renovación Española: «Los carteles del Círculo de Bellas Artes» (1:5), «Un retrato de Zuloaga» (2:6), «La exposición del Círculo de Bellas Artes» (3:7) y «La muerte de Gustav Klimt» (7:10). En el número 8 su nombre ya no aparece como encargada de la sección de Arte, y no vuelve a escribir en la revista. A la vez que Margarita Nelken, abandonó la revista el encargado de la sección de Economía, Martín de Paúl y de Martín Barbadillo (Sevilla 1887-México 1962). Y no cabe duda de que la marcha de ambos en el mismo momento no fue casual. Margarita Nelken ya había tenido a su hija natural Magdalena, y aunque algunas de sus biografías sitúan el momento en el que conoció a Martín de Paúl más tarde, parece obvio que ya estaban relacionados al menos a principios de 1918, cuando apareció Renovación Española. Martín de Paúl, que fue consul en Berlín, escribió en la revista «Organos de aproximación: las ligas Hispano-alemanas» (1:2-3) y (2:3-4), «La neutralidad de España» (4:12-13). Estaba casado, y no pudo reconocer al hijo que tuvo con Margarita Nelken en 1921 hasta que la República permitió el divorcio y la pareja pudo casarse: Santiago de Paúl Nelken murió en 1944 en Ucrania luchando precisamente contra los alemanes, siendo enterrado en la Plaza Roja como héroe de la Unión Soviética. El paso de Margarita Nelken por la revista Renovación Española suele ser oportunamente ignorado en la bibliografía al uso. (El pasado mes de julio el ayuntamiento de Badajoz retiró a Margarita Nelken de su callejero, después de veinte años dando nombre a una calle en la barriada de Santa Marina por haber sido diputada socialista por esa ciudad cuando la República: la concejala de Cultura, del Partido Popular, explicó la decisión por «la defensa de Nelken a la pena de muerte»...)

Roberto Fernández Balbuena (Madrid 1890-México 1966), arquitecto, sólo figuró como encargado de la sección de Arquitectura en el primer número, y de hecho no llegó a colaborar en la revista. En 1918 debía andar por Roma, pensionado por la Real Academia de Bellas Artes, y al año siguiente, junto con su hermano Gustavo, se inició en la profesión colaborando en el proyecto para el edificio del Círculo de Bellas Artes (años más tarde, en plena guerra civil, la República le nombró comisario del pabellón español para la Exposición Universal de Nueva York de 1939... pero ese año, de hecho, inició su exilio en México).

Ya en marcha la revista otros nombres se fueron incorporando en el plantel de redactores que figuran en cada número de la revista: el doctor Daniel Sánchez de Rivera, Antonio Ballesteros Beretta (catedrático de Historia de la Central), el poeta Marceliano Álvarez Cerón, el profesor de filosofía y activo traductor Eduardo Ovejero y Maury, el jovencísimo Evaristo Correa Calderón (que retomará la sección de Arte abandonada por la Nelken), &c.

En el Proyecto Filosofía en español podrá encontrar el lector una antología de artículos publicados en Renovación Española y más información sobre esta revista: www.filosofia.org/hem/med/m037.htm

La campaña contra el Instituto Escuela

El 11 de mayo de 1918 aparecía publicado en la Gaceta de Madrid (págs. 402-404) el Real decreto por el que se creaba con «carácter de ensayo pedagógico, un Instituto Escuela de segunda enseñanza, con residencias anejas para todos o una parte de los alumnos...», auspiciado por Santiago Alba, ministro de Instrucción Pública del gobierno de Maura que se había constituido el 22 de marzo próximo pasado.

Renovación Española publicó el 30 de mayo un primer comentario, «En torno a un 'ensayo pedagógico'» y el 1º de junio, impulsado por Bonilla se celebró en el teatro de la Comedia un mitin pedagógico («Un mitin de cultura» tituló su comentario Renovación Española) en el que es curioso advertir cómo el dualismo maniqueo del mito de la derecha y del mito de la izquierda estaba ya plenamente vivo en la España en la que se enfrentaban las bandas políticas que ansiaban la hegemonía de su particular derecha socialista. «Este no es un mitin de derechas –empezó declarando Bonilla–, al menos en lo a mí se refiere». Intervinieron también en el mitin contra el Instituto Escuela auspiciado por Santiago Alba los ex ministros Manuel Allendesalazar y Francisco Bergamín, y César Silió (por cierto, ex socio de Santiago Alba en la propiedad del periódico El Norte de Castilla, que ambos habían comprado en 1893, quien sería a su vez ministro de Instrucción Pública, también con Maura, al año siguiente):

«Para ciertos limitados y cortos espíritus, encerrados en el redil de la Institución Libre de Enseñanza, es muy cómodo estigmatizar todo movimiento contrario a ellos con una ingenua frase gineriana: «¡Cosa de las derechas!, y sabido es quiénes son las derechas en España...» No, inocentes señores, aprovechados señores de la Institución: ya no tienen ustedes enfrente a «las derechas españolas». Se ha cerrado el paso a esa cómoda, elegante posición ad absurdum. Enfrente de ustedes, para desenmascarar su hipocresía, para tomar la medida de su perímetro abdominal, para medir su bajo índice cefálico, estamos nosotros, hombres modernos –despreocupados, escépticos, tolerantes, desengañados, que demostraremos ser más avanzados y mil veces más radicales (y más desinteresados, ¿eh?) que los falsos continuadores de aquel gran espíritu. El que predicó la sobriedad con el más austero ejemplo; el que murió, dejando a España un testamento espiritual, orientándola –ante la guerra– del lado de Alemania; testamento que sus indignos hijos espirituales han secuestrado...» («Un mitin de cultura».)

Pocos días después, el 6 de junio, el Claustro de la Universidad de Madrid, tras reñida votación (33 y 35 votos frente a 31 y 30, respecto de las dos partes principales de la proposición que se votaba) aprobó una proposición de Bonilla pidiendo la derogación del decreto que creaba el Instituto Escuela y solicitando la reforma de la Junta para ampliación de Estudios (en Renovación Española se publicaron el día 13 de junio los documentos y los nombres de todos los votantes a favor y en contra: «La Universidad contra el ministro»).

Mientras, Eloy Luis André, cuyo nombre como sabemos no podríamos encontrar entre los componentes del Claustro universitario, lograba en Toledo la protesta del Claustro de Catedráticos y Profesores del Instituto de Toledo:

«La protesta del Instituto de Toledo contra el establecimiento del Instituto-Escuela. Excmo. Sr. Ministro de Instrucción Pública. El Claustro de Catedráticos y Profesores del Instituto de Toledo, previo estudio severo y detenido del Real decreto de 10 de mayo último, creando en Madrid un Instituto-Escuela, aplaudiendo la iniciativa, el propósito y la finalidad de V. E., protesta con los mayores respetos contra la forma de llevarlo a cabo, fundamentando la protesta en el estudio científico y pedagógico de la exposición de motivos y en la crítica detallada del articulado de dicho Real decreto. Al mismo tiempo eleva a V. E. un plan general de las reformas más urgentes de la segunda enseñanza y el modo más viable a su parecer para llevarlas a cabo. Toledo, junio 11 de 1918. El Claustro de Catedráticos y Profesores. Ponente: Eloy Luis André.»

Un catedrático de filosofía de Instituto como André, procedente de un pueblecito de Orense y como tal marcado casi de forma determinista al tener que competir con quienes estaban en ventaja social, como había comprobado en carne propia en sus dos intentos de ser catedrático de Universidad, situado en una perspectiva de renacimiento y renovación –que no de regeneración– patriótica y nacional (alejada tanto de los intereses particulares de la iglesia católica como de los intereses particulares de algunos grupos burgueses anticlericales), comisionado que había sido por el Estado para la reorganización de sus estructuras, autor en 1916 de La educación de la adolescencia. Estudio crítico del estado de la segunda enseñanza y de sus reformas más urgentes, no podía menos que entender como otra burda maniobra de los herederos ginerianos del krausismo «degenerado en acción pedagógico-social» elitista, la creación en 1918 del Instituto-Escuela, un nuevo caso de asalto al Estado para fines particulares organizado por los herederos de la frustrada Institución Libre de Enseñanza –no se olvide el proyecto de edificio que tenían previsto levantar en el madrileño Paseo de la Castellana que se quedó en escuelita privada para unos pocos hijos de familias enfermas de anticlericalismo–, como el que se había producido con la Escuela Superior de Magisterio (donde Ortega, ya hemos dicho, se había convertido en profesor numerario al ser propuesto única y directamente por cuatro escogidas instituciones)... y encabezó la protesta del Instituto de Toledo contra el Instituto-Escuela, sumándose a tantas otras voces que, no sólo desde la Iglesia católica, y sobre todo entre catedráticos de universidad y de instituto, denunciaron estos arreglos particulares y sectarios que nada resolvían los verdaderos problemas educativos de España.

La argumentación más sólida contra el proyecto del Instituto Escuela es sin duda la que aprobó el Instituto de Toledo, escrita por André, que apareció publicada en un folleto y en Renovación Española: «La protesta del Instituto de Toledo contra el establecimiento del Instituto-Escuela» (nº 23, 4 de julio, págs. 13-14) y «La protesta del Instituto de Toledo contra el establecimiento del Instituto-Escuela» (nº 24, 11 de julio, págs. 6-7). El Instituto de Toledo contaba con un catedrático de Filosofía que no había sido, ni nunca podría ser, Director general de Instrucción pública (como Eloy Bullón o como Antonio Royo Villanova), pero que conocía técnica e ideológicamente la operación antipatriótica que estaba urdiendo la secta mejor que sus propios agentes y cómplices.

La cátedra del Instituto de San Isidro

Paralelamente estaba en proceso el concurso de traslado para ocupar la cátedra de filosofía del Instituto más importante de Madrid, y por tanto de España, la cátedra del Instituto de San Isidro, a la que aspiraban nada menos que diez y siete catedráticos de provincias (procedentes del poco más de medio centenar de institutos existentes entonces en España). Sólo un mes después de la tormenta del Instituto Escuela, Renovación Española daba a sus lectores la buena noticia:

«Un acierto. El pleno del Consejo de Instrucción pública acaba de proponer para la cátedra de Filosofía que desempeñó el malogrado González Serrano a nuestro querido compañero don Eloy Luis André. Veintiséis consejeros, y entre ellos cinco ex ministros de Instrucción pública y la plana mayor del Consejo, formada por Cajal, Carracido, Casares, Rodríguez Marín, la Pardo Bazán, el doctor Recasens y otros, suscribieron la propuesta. Ahora sólo falta que el Sr. Alba confirme este supremo fallo de la cultura española, nombrando al Sr. Luis André para la cátedra gloriosa de González Serrano. No lo dudamos. Reciba el querido y admirado compañero nuestra felicitación entusiasta.» (Renovación Española, nº 23, Madrid, 4 de julio de 1918, pág. 9.)

Pero, como cabía sospechar para pieza tan apetecible e interesante, el ministro Santiago Alba no tenía por qué ratificar sin más «este supremo fallo de la cultura española», que para algo era ministro. Se apoyó para su cacicada en dos votos particulares, el de Adolfo Posada y el de su socio Antonio Royo Villanova, presidente precisamente del Consejo de Administración de El Norte de Castilla, el periódico vallisoletano propiedad del ministro. Royo Villanova había sido Director general de Primera enseñanza y era adicto, como es natural, al partido de Santiago Alba, que ese mismo 1918 y en plena creatividad competitiva de la incipiente derecha socialista (no olvidar el PSMO) tuvieron la ocurrencia de bautizar Izquierda Liberal Monárquica. Cuatro años después Royo Villanova publicó en el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza un artículo famoso: «Un faro de las izquierdas: Don Francisco Giner». (El izquierdista Antonio Royo se apresuró a publicar en 1939 un Derecho administrativo del nuevo estado español, apéndice a la décimaquinta edición de sus Elementos de Derecho administrativo, en colaboración con su hijo, Segismundo Royo-Villanova, que fue rector de la Universidad de Madrid entre 1956 y 1964, y falleció en 1965 siendo embajador en Viena).

Renovación Española no dudó en definir estos hechos como «otra prebenda del Sr. Alba para la Institución Libre de Enseñanza». Y todo porque Santiago Alba ejerció el poder que tenía, obró en conciencia y se saltó, por la causa –por la Idea, decían–, el parecer del Consejo de Instrucción pública, para nombrar catedrático del Instituto de San Isidro a un activo socialista, José Verdes Montenegro, prefiriendo así al traductor –del francés, «traducción con aduana»– del Anti Dühring de Engels antes que al traductor de Guillermo Wundt, Haroldo Höffding o Rodolfo Eucken.

Quien desee entrar en los detalles de este otro ejemplo de corrupción política e ideológica deberá recurrir a las entregas que Renovación Española dedicó al asunto: «La Cátedra de Filosofía del Instituto de San Isidro» (nº 27, 1º de agosto), «La Cátedra de Filosofía del Instituto de San Isidro y la ética del Sr. Alba» (nº 29, 15 de agosto), «Alba en contradicción con el Consejo de Instrucción pública» (nº 31, 29 de agosto), «Alba en contradicción con el Consejo de Instrucción pública» (nº 32, 5 de septiembre) y «Alba en contradicción con el Consejo de Instrucción pública» (nº 33, 12 de septiembre de 1918).

Tiene el mayor interés tener en cuenta, para completar el tablero ideológico entonces realmente existente, una carta publicada en El Siglo Futuro por Feliciano González Ruiz, una vez que El Debate la ignoró: «La provisión de una cátedra».

El periódico de la derecha liberal venía defendiendo al André víctima de la derecha socialista, y el periódico de la derecha primaria no podía dejar de advertir la orientación filosófica poco ortodoxa de André frente a la de un «catedrático católico, apostólico, romano a macha martillo» como Feliciano González Ruiz, candidato también a la plaza, y que argumentaba, quizá hasta con razón formal, mayores méritos burocráticos.

De manera que Eloy Luis André siguió entonces como catedrático en Toledo, y Renovación Española dejó de publicarse... En octubre de 1919 logró André por traslado la cátedra del Instituto del Cardenal Cisneros de Madrid, en el que se mantuvo en plena actividad hasta que falleció el 24 de mayo de 1935.

Esquela de Eloy Luis André (ABC, 25 de mayo de 1935, pagina 59)

Nota

{*} «Au Parlement et dans la presse, la politique de Bismarck après 1870 fit l’objet de plaintes nombreuses et de conflicts portant, en particulier, sur l’emploi fait de ce qu’on appelait le Welfenfonds pour subventioner les journaux. A l’origine, il s’agissait d’un crédit de 16 millions de thalers destiné à indemniser le roi Georges de Hanovre de ses biens domaniaux. Or, le 2 mars 1868, cette somme, intérêts compris, fut confisquée et le Gouvernement prussien fut autorisé à en employer les revenus pour se défendre contre les manœuvres du roi Georges ou de ses agents. Le nom de ‘Fonds des reptiles’ fut plus tard donné à ce fonds, du fait que Bismarck, motivant devant la Diète de Prusse, le 28 janvier 1869, sa façon d’agir, avait dit: “Je crois avoir mérité votre reconnaissance si nous le consacrons à poursuivre les malfaisants reptiles jusque dans leur repaire pour surveiller ce qui s’y passe.” Ainsi, l’expression se retourna contre son auteur, puisqu’on finit par donner ce nom de “reptiles” justement aux journaux soudoyés pour soutenir le gouvernement do Bismarck», Oscar Butter, «La presse et les relations politiques internationales», pág. 47, en Recueil des cours L’Academia de Droit International de la Haye, 1933, vol. 45, III, pág. 265.

 

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