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El Catoblepas, número 89, julio 2009
  El Catoblepasnúmero 89 • julio 2009 • página 6
Desde mi atalaya

La funesta manía

José María Laso Prieto

Publicado en Utopías-Nuestra Bandera,
nº 158, enero-febrero 1994

Con este mismo título, sin duda evocador de la célebre frase, atribuida al claustro de la Universidad de Cervera, en la que se calificaba como funesta manía el ejercicio del pensamiento, ha publicado la Editorial Crítica un interesante libro destinado a sintetizar el punto de vista de catorce pensadores españoles (Francesc Arroyo, La funesta manía, Crítica, Barcelona 1993). La obra reviste la forma de conversación con cada uno de los pensadores seleccionados y la selección ha estado a cargo del profesor Francesc Arroyo, muy conocido en los medios culturales y políticos por haber dirigido durante años la prestigiosa revista El viejo topo. Aunque todos los participantes en el libro pueden ser considerados genéricamente como filósofos, las conversaciones que con ellos mantiene el profesor Arroyo se ciñen, en cada una de ellas, a un campo específico: Dios, la justicia, la historia, la política, la estética, la vida, la ciencia, la filosofía, la ética, la metafísica, el lenguaje, así como la propia historia y tradición filosófica. Tal diversidad temática se enriquece todavía más por la diversidad de peculiaridades personales que como ya es bien conocido existe entre Gustavo Bueno, Victoria Camps, Manuel Cruz, Francisco Fernández Buey, José Jiménez, Emilio Lledó, Miguel Morey, Jesús Mosterín, Javier Muguerza, Xavier Rubert de Ventós, Fernando Savater, Eugenio Trías y José María Valverde.

¿Puede este libro ser útil e interesante para el ciudadano medio español? Si duda alguna. En una etapa en que entre la televisión-basura y el influjo de la ideología posmodernista –no por difusa menos actuante– se está logrando que ese ciudadano apenas lea (y de leer, casi exclusivamente literatura de ficción), resulta más necesario que nunca conectar al gran público con las creaciones del pensamiento que, generalmente, se expresan en forma de ensayo tradicional. Las disponibilidades de tiempo útil para la lectura están condicionadas por la hegemonía actual de los medios audiovisuales y la fiebre de los desplazamientos automovilísticos. Un libro, como el que comentamos, responde muy bien a dichos condicionamientos. Equilibra acertadamente la variedad de temas y autores con una extensión discreta, y la forma conversacional adoptada le proporciona una ligereza de enfoque que facilita la lectura. Todo ello sin merma del necesario rigor conceptual y temático. Además, al final de cada conversación, se ofrece una sinopsis biográfica del pensador entrevistado y un resumen de su bibliografía. 

Gustavo Bueno y la religión

Ante la imposibilidad –por razones de limitaciones de espacio– de dar cuenta, aunque fuese sucintamente, de la totalidad de las posiciones que los pensadores insertos en el libro mantienen, hemos seleccionado a dos de los más representativos. Gustavo Bueno ha adquirido ya una cierta popularidad por su participación en programas televisivos en que se abordan temas religiosos. Generalmente, tales programas y debates han distorsionado las posiciones del profesor Bueno, bien sea por excesivas limitaciones de tiempo como por la utilización de formas aberrantes. Empero, Gustavo Bueno, además de su magna contribución al desarrollo de la filosofía, teoría de la ciencia, etc., ha publicado dos de las obras de más enjundia que en el campo del origen y crítica de la religión se han editado en España: El animal divino (Editorial Pentalfa, Oviedo 1985) y Cuestiones quodlibetales sobre Dios y la religión (Editorial Mondadori, Madrid 1989). En su conversación con Francesc Arroyo, después de resumir su teoría sobre el origen animal de las religiones y de establecer la distinción entre religiones primarias, secundarias y terciarias, Gustavo Bueno explica muy racionalmente su interés por la religión: «Mucha gente me ha preguntado ¿cómo siendo usted ateo se interesa por la religión? Pues precisamente por eso. Un creyente no tiene porqué preguntarse por la religión. Pero un ateo sí. No puede dejar de sorprenderse ante el hecho de que una cosa que es errónea tenga esa implantación durante siglos y siglos. Es un fenómeno que hay que explicar. Voltaire y Rousseau siguen creyendo en Dios. Son deístas. Son musulmanes. Creen en un dios lejano y que Mahoma es un impostor, pero el Dios de los ilustrados es Alá: el arquitecto del Universo, el dios conocido. Eso se ve muy bien en la ilusión trascendental de Kant. Kant está tratando por primera vez a la conciencia desde un punto de vista no cristiano –aunque recupere ideas cristianas–. Está hablando de la falsa conciencia. La conciencia es falsa por naturaleza. Lo que hace es producir, generar ilusiones trascendentales que crean la religión, la idea de Dios, con todo lo que ello implica. Pero resulta que si la religión es trascendental, toda la segregación de religiones habrá que considerarla dentro de la dialéctica del despliegue del espíritu humano. Ya no podrá ser relegada al campo del salvajismo. Yo creo que este es el punto en el que se puede percibir bien la recuperación simbólica de las religiones positivas que es el terreno de la filosofía de la religión. Hegel, en sus lecciones sobre la filosofía de la religión, dice que son las herederas de la teología. Es muy curioso el rebautizo que hace hoy el clero de Hegel. En su nombre –también en el de Wittgenstein– volviendo hacia atrás. Porque, creo yo, cuando Hegel dice que la filosofía de la religión es la heredera de la teología, lo que está haciendo es negando la teología, porque Dios es el propio espíritu humano. El espíritu convertido en Volkgeist: el espíritu del pueblo que está por encima del individuo, que se sobrepone a éste. Es lo que el Papa condenó con el nombre de Modernismo. Dios se revela también a través del espíritu del hombre, no hay dogmas fijos. Ya es otra cosa». 

Fernández Buey y la política

Discípulo y colaborador del profesor Sacristán, y agudo analista del pensamiento de Gramsci, Fernández Buey es un lúcido estudioso de los problemas globales de nuestra época. Así lo demuestra al sostener que «la consideración de que vivimos en una plétora miserable como decía Fourier, no suele aparecer en los filósofos morales y políticos occidentales. Y no aparece, en parte por razones comprensibles, porque hay un corte analítico que dar cuando estamos hablando de temas político-morales que afectan sobre todo a Europa y a los Estados Unidos de Norteamérica. Si uno se preocupa fundamentalmente por la «buena vida», por el «buen vivir» en las sociedades industrialmente avanzadas, se entiende que ha de hacer abstracción de lo que es la otra parte del mundo, donde vivir es a veces mero sobrevivir […] Pero ¿hasta dónde puede llegar nuestro cinismo filosófico y científico en un mundo tan integrado, con un mercado universal y una tendencia al uniformismo cultural tan acentuada? Una vez que se ha hecho la abstracción de la otra parte del mundo, cuando nos fijamos exclusivamente en cómo se podría lograr la felicidad o vivir en la plétora, es muy sencillo prescindir del término «clase», decir que nunca hubo algo así como «conciencia de clase» o afirmar que ya no existe el «proletariado» en el sentido del marxismo clásico. No hay ningún problema una vez hecho el corte analítico necesario. Si el ámbito de consideración es la cultura euronorteamericana, nadie […] va a tener inconveniente en admitir que «proletariado», en el sentido estricto que daba Marx a esa palabra, ya no queda. Pero si dejamos a un lado los sentidos estrictos y nos fijamos un poco más en la realidad existente, lo que se ve es que hay en el mundo más proletarios que nunca. Cierto que esto obliga a cambiar ligeramente el punto de mira de la teoría clásica, obliga a decir: Marx y la mayoría de los marxistas fueron todavía demasiado eurocentristas, nombraban al «mundo», pero pensaban sobre todo en Occidente y sus colonias. En cambio ahora, desde una auténtica perspectiva mundialista, claro que hay «proletariado» en el sentido literal de la palabra. Impresiona el número de proletarios que hay en el mundo. Tantos, que se podría hablar propiamente de revolución proletaria mundial».

 

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