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El Catoblepas, número 86, abril 2009
  El Catoblepasnúmero 86 • abril 2009 • página 24
Cine

Documental etnográfico
sobre el buen samaritano en Cuba y Bolivia

José Manuel Rodríguez Pardo

Acerca de las películas de Steven Soderbergh,
Che: El argentino y Che: Guerrilla (2008)

Steven Soderbergh, Che: El argentino y Che: Guerrilla 2008Steven Soderbergh, Che: El argentino y Che: Guerrilla 2008

«Pero un samaritano que iba de camino, llegó hasta él, y, al verlo, se compadeció, se acercó a él, le vendó las heridas después de habérselas
ungido con aceite y vino, lo montó en su propia cabalgadura,
lo llevó a la posada y se ocupó de cuidarlo.» Lucas 10, 33-35.

«Crear dos, tres... muchos Vietnam, es la consigna.»
Ernesto Che Guevara.

Durante el pasado Festival de Cannes se presentó una película de más de cuatro horas de duración, que en su visionado comercial en España se transformó en dos partes: Che: El argentino y Che: Guerrilla, cuyo argumento es la biografía del revolucionario Ernesto Guevara de la Serna, conocido como el Che. Ambas películas se centran en la perspectiva que el propio Guevara ofrece en sus cuadernos de campaña durante la revolución en Cuba y Bolivia: Pasajes de la guerra revolucionaria (1963) y Diario de Bolivia (1966-1967).

La doble película de este peculiar realizador norteamericano pretende así narrar la vida de Ernesto Che Guevara desde que conoce a los hermanos Castro en Méjico y se alista en el Granma para hacer la revolución en Cuba, continuando con la desaparición del Che de la isla para expandir la revolución en Bolivia, donde hallará la muerte el 9 de Octubre de 1967. Esta selección de fuentes convierte a la película en una suerte de documental sobre el personaje, cuyo hilo conductor es, al menos en lo que corresponde a Che: El argentino, la entrevista que le realiza una periodista norteamericana cuando va a declamar su famoso discurso ante Naciones Unidas en 1964. En la segunda parte, no obstante, las interrupciones serán mínimas y el documental será filmado a veces cámara en mano, donde el espectador puede introducirse en la selva y el altiplano bolivianos y conocer de primera mano a sus lugareños.

La primera impresión que produce la película inicial, en medio de un ritmo lento y pausado, con media película en Sierra Maestra, es la de un Che Guevara que, antes que hacer la revolución, se dedica a realizar labores de asistencia: escuelas, consultas médicas, &c., al tiempo que ejecuta la justicia, ojo por ojo, contra quienes abusan de los campesinos cubanos. Todo en un ambiente de monotonía en el que la Sierra Maestra se ve tapizada de bohíos, campesinos y toda una serie de costumbres cubanas, y por ende caribeñas. No deja de tener un cierto atisbo de realidad, pues es bien sabido que el Che embarcó como médico en la expedición dirigida por los hermanos Castro, para después ir tomando responsabilidades de combatiente, pero esta forma de narrar la historia del guerrillero heroico cambia completamente su faz, tanto que ni su propia madre podría reconocerlo.

El repertorio de la cinta se completa con los habituales encuentros entre camaradas y amigos con los correspondientes saludos, muy efusivos en el ámbito hispano, que permiten toda una gama de asombros para quienes, con la mentalidad de un antropólogo salido de alguna universidad norteamericana, observan aparentemente sin alterar nada del universo guevariano. En suma, una especie de Macondo sin el realismo mágico que pintó Gabriel García Márquez en sus Cien años de soledad. Al menos, hasta que llega el momento final, la batalla de Santa Clara, donde la revolución culmina su largo penar por los recónditos parajes de la Sierra Maestra.

El experimento, de idéntica duración (donde se aprecia el corte realizado para su difusión comercial, pues carece de títulos iniciales), se repite en Che: Guerrilla, sólo que ahora con el Comandante Guevara desaparecido por voluntad propia, como indican los rótulos iniciales, y reaparecido bajo la forma de «Ramón» en Bolivia, como presunto representante de la Organización de Estados Americanos, dispuesto a hacer la revolución en el país andino. Tras exhibirnos las costumbres del altiplano, cómo desmenuzar el choclo y ofrecernos algunas lecciones de quechua, el director nos renueva el recuerdo de las labores del Che como buen samaritano, pero ya no en un ambiente de colaboración, sino de abandono por parte de la lucha cívica (el Partido Comunista Boliviano renuncia a ayudarle), delación y hostilidad mucho mayor que en Cuba, labores que terminan en la ya conocida captura y ejecución del Che, cuyo cadáver será enterrado en un emplazamiento oculto que no pudo ser descubierto hasta el año 1995.

El gusto de Steven Soderbergh por hacer de sus películas documentales, que ya viene de su primer trabajo, Sexo, mentiras y cintas de video (1989), un conjunto de confesiones «obscenas» ante la videocámara de la vida sexual de viejos conocidos, se transmuta en este caso en un presunto documental sobre el lado histórico del mito que tanto calado parece tener en nuestra sociedad. Sin embargo, no deja de ser una pretensión falsa, pues una película, si fuera realmente documental, deja de ser tal película. Y si únicamente fantasea con ser documental a ojos del espectador, en realidad está engañándole, pues la función del cine es contar una historia con verosimilitud, no ser fidedigna a ningún acontecimiento histórico. De hecho, la película de Soderbergh mostrará, pese a las apariencias documentales, ser poco fidedigna en un buen número de detalles, no precisamente anecdóticos como los acentos hispanos impostados que algunos actores españoles fingen por exigencias del guión en la segunda parte.

* * *

El aspecto documental de esta doble película lo toma el director de las dos fuentes principales citadas: Pasajes de la guerra revolucionaria y el Diario de Bolivia, donde el Che describe los avatares de ambas campañas. Independientemente de que siga con fidelidad estos escritos, algo que genera excesivas dudas a poco que se cotejen las dos películas con los escritos del Che, el análisis emic desde la perspectiva de Guevara no aporta más que confusión al espectador que no conozca mínimamente la biografía del Che o la Historia de la Revolución Cubana.

En la película no hallaremos ni una sola explicación acerca de lo que constituye el Movimiento 26 de Julio, cuyos brazaletes rojinegros llevan todos los castristas, ni qué relación tiene tal movimiento con el apelativo de «comunista» que el Che recibe constantemente. Es verdad que los personajes y los lugares aparecen muy bien recreados (Benicio del Toro parece el Che resucitado, y los más malévolos comentaristas afilaron sus garras afirmando que Damián Bichir interpreta perfectamente a Fidel Castro), pero los contenidos y el marco general de la película alcanza en ocasiones una gran pobreza, pues es difícil saber qué intenta contar Steven Soderbergh. Quizás el propio director esté convencido de contar la vida del Che tal y como fue, como si se tratara de un etnólogo que no puede manchar la realidad con sus categorías. Pero con semejante concepción, como ya hemos dicho, no sólo se engaña a sí mismo, sino que termina por engañar al público, que por otro lado, pareció bastante decepcionado tras la primera experiencia de más de dos horas de pausado y plomizo desenlace.

Dos detalles que aparecen ocasionalmente, aunque siempre diluidos entre los pasajes guerrilleros y algunas conversaciones un tanto insulsas, son la referencia a la «patria americana» y a pasajes de leve inspiración marxista, como «la explotación del hombre por el hombre» o la expropiación de tierras a los latifundistas. Pero tales referencias no ocultan lo que esencialmente transmite la película: una suerte de personaje caritativo, un buen samaritano que cura a las personas y no roba, sino que les paga el «justo precio» por su ganado o su cosecha. Éticamente un modelo cristiano, como en el fondo gustaría a muchos de sus seguidores y a personas que poco o nada conocen sobre la vida del Che Guevara.

De hecho, el Ernesto Guevara de la Serna que nace oficialmente el 6 de junio de 1928 –Jon Lee Anderson, uno de sus más aplicados biógrafos, afirma que su nacimiento real tiene lugar el 14 de mayo de 1928, pero se ocultaría para evitar que se acusara a Celia de la Serna, su madre, de un embarazo prematrimonial– en la ciudad argentina de Rosario, en el seno de una familia acomodada, distaba mucho de ser el prototipo de revolucionario en que se convertiría después. Su viaje en motocicleta por América entre 1950 y 1951, una suerte de rito de paso que le cambiará, no podría considerarse como el tránsito del burgués acomodado al revolucionario comprometido, sino la consolidación de un joven que deja atrás su vida de comodidades y se embarca en una aventura incierta, tomando conciencia de la realidad del continente americano, como volverá a repetir de 1952 en adelante. Nada de esto se cuenta en la película de Steven Soderbergh, aunque sí existe una cinta, Diarios de Motocicleta (2004), dirigida por el brasileño Walter Salles, inspirada precisamente en ese documento del Che que no suele aparecer en su recopilación bibliográfica. En ella se sostiene que el Che tomaría conciencia revolucionaria ya en este viaje, viendo los aspectos degradados de Hispanoamérica. Incluso el final de esta peculiar cinta, que recibió numerosos premios, enlaza con la muerte violenta de Ernesto Guevara, ya convertido en Che, en Bolivia, y muestra a su compañero de aventuras, Alberto Granado, ya con 82 años.

Sin embargo, ni en su viaje en motocicleta de 1951 ni en sus posteriores viajes por Hispanoamérica que le conducirían en 1956 a Méjico el Che señala algo parecido a una militancia política consistente. Ni siquiera su presencia en Guatemala en 1954 y el ser testigo directo del derrocamiento de Jacobo Arbenz a manos de la CIA le anima a la militancia activa. De hecho, Guevara hará chistes del asalto al Cuartel Moncada que le cuentan varios exiliados cubanos, sin mostrarle mayor atención al acontecimiento. Pero el contacto con Raúl Castro y posteriormente con Fidel le introducirán en un grupo en el que sí podrá practicar un marxismo difuso y su interés por la resistencia hispana ante «el imperialismo» desarrollado por Estados Unidos. Ese marxismo y americanismo aparecen difusos tanto en la película de Salles como en las dos de Soderbergh, quienes parecen enlazar más con una suerte de izquierda indefinida, altermundista, más allá de las fronteras, que con una militancia política concreta. Biógrafos de cierto prestigio como el hispanomejicano Paco Ignacio Taibo II en su obra Ernesto Guevara, también conocido como el Che (Planeta, Barcelona 1996) o Jon Lee Anderson, Che Guevara. Una vida revolucionaria (Emecé, Barcelona 1997; nosotros disponemos de la edición de Anagrama del año 2006), que usamos aquí como referencia, ofrecen una imagen distinta y que nos acerca desde distintas perspectivas a la figura del guerrillero heroico, aunque bastante lejos de la que presenta el norteamericano Soderbergh en sus dos películas.

Si Taibo II dulcifica los detalles más personales del Che, explicando sus cambios de posición respecto a la URSS o al Movimiento 26 de Julio como incapacidad para percibir el burocratismo de los primeros y la importancia de las masas en la revolución en el segundo caso, Anderson muestra con más crudeza la vida personal de Guevara, su carácter un tanto mujeriego y su dureza incluso para con los suyos, destacando su papel de militante comunista firme en sus principios, capaz de cambiar la faz del Movimiento 26 de Julio y orientarlo hacia el comunismo.

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El Che canonizado por la socialdemocracia germana

El Che Guevara es considerado como el prototipo de guerrillero, incluso como revolucionario y refundador del ideal de unidad hispanoamericana: «Bolívar le dio el camino y Guevara lo siguió», asegura Víctor Jara en su canción Zamba al Che. De hecho, el elemento más rescatable a día de hoy del Che Guevara es precisamente ese proyecto político genuinamente americano, frente al despectivo latinoamericanismo difundido por Francia e interesadamente también desde corrientes «progresistas» (el mismo término, América Latina, es puesto por Soderbergh en boca del Che en sus películas). Una prueba aparece al cotejar a Taibo II y Lee Anderson: durante uno de sus viajes, Guevara declara a sus padres en una carta que se siente más americano que nunca. Pues bien, Taibo II lo deja tal cual, pese a usar el adjetivo latinoamericano habitualmente, y el norteamericano Lee Anderson lo altera escribiendo «[latino]americano».

También el Che Guevara es considerado un militante comunista o marxista. Esta es la posición del periodista Jon Lee Anderson, al que ya hemos citado: testimonio de ello serían sus labores al frente del Banco Nacional de Cuba, asegurándose del fin del capitalismo en la isla, y al frente del Ministerio de Industria, dando ejemplo con su trabajo voluntario y dirigiendo la política de expropiaciones y de reforma agraria. Sin embargo, dos son las fuentes, muy poco marxistas en el sentido ortodoxo, que Ernesto Guevara leerá de joven y asimilará ya como Che: una es José Carlos Mariátegui (a cuyo discípulo el médico Hugo Pesce conoce en una leprosería de Perú en 1952) al que Anderson cita en las páginas 92 y 137 de su libro, acerca del potencial revolucionario de los indígenas y campesinos, los excluidos de la sociedad, y otra es la teoría económica de la dependencia, formulada por el argentino Raúl Prebisch, cuya obra estaba muy en boga precisamente en aquellos años. Ambas doctrinas son complementarias, pues la teoría de Prebisch considera que los países periféricos y en situación de dependencia de las grandes potencias, han de rebelarse y mantener su autarquía, formando una suerte de bloque de países «no alineados» con Estados Unidos ni con la Unión Soviética. Y para esa rebelión nada mejor que los excluidos, aquellos que sufren más que otros la situación de dependencia de las potencias industrializadas y que viven, casi, en una situación de comunismo primitivo como dirá Mariátegui.

Pero asumir estos postulados supone caer de lleno en una completa desviación del materialismo histórico, afirmar que no es el proletariado sino el lumpenproletariado el sujeto de la Historia en Hispanoamérica. Así, el Che parece estar más cerca de una posición de países no alineados que del comunismo de la Unión Soviética que tanto le decepcionó cuando viajó como representante del régimen cubano. Asimismo, la resistencia de Cuba frente a Estados Unidos será vista desde esa posición de la teoría de la dependencia durante aquellos años por intelectuales tales como Eduardo Galeano.

Incluso, a tenor de estas manifestaciones, cabría decir que el Che, pese a toda la parafernalia propagandística comunista que le rodea, se encuentra muy cerca en sus ideas de la derecha extravagante (en el sentido que toma en El mito de la derecha de Gustavo Bueno) hispanoamericana, aquella que formuló Fray Servando de Mier Noriega cuando afirmó en 1794 que Méjico había sido evangelizado por el Apóstol Tomás y, por lo tanto, España era algo accidental a la Historia de Méjico, ya independiente y configurado desde el comienzo de la Era Cristiana. En todo caso, la influencia española se reduciría a la conquista por la fuerza de las armas y la explotación indigna de los indígenas, siendo la cultura hispánica que ya impregnaba el continente algo meramente postizo, imperialista.

En este caso, el Che se alinea con los indígenas que aún no han podido ser asimilados por las naciones hispanas resultantes de la independencia, que serán los excluidos y en consecuencia el sujeto revolucionario de este peculiar marxismo guevariano. El propio Che, aunque en la película no aparezca (las manifestaciones políticas son escamoteadas por Soderbergh), se refiere a los quinientos años de explotación que ha sufrido América, en el paradigmático discurso ante Naciones Unidas de 1964. Los quinientos años de explotación que Evo Morales y Hugo Chávez, en consonancia con la derecha extravagante de Hispanoamérica, han citado en reiteradas ocasiones, están inspirados precisamente en esa frase del Che. No queremos decir con esto que el guevarismo sea el padre de la guerrilla de Tupac Amaru, cuyos miembros se decían, en su irracional delirio, «Hijos del Sol» [sic], ni que se trate de un indigenismo confeso como los que hoy día parecen invadir el continente americano, pero sí es cierto que el entorno y el ambiente en el que se forma el Che Guevara no es el de un marxismo ortodoxo, sino el de la derecha extravagante que, Iglesia católica mediante, seguía y aún sigue siendo la base doctrinal de muchos movimientos políticos en Hispanoamérica.

De hecho, las fuentes de la ideología del Che Guevara son las mismas que las de la Teología de la Liberación que entonces se incubaba, una derecha extravagante en toda regla con personajes tan peculiares como Camilo Torres, el cura guerrillero, que sin embargo son considerados aún hoy día como de izquierda (más de un autor ve en Guevara un teólogo de la liberación). El propio Lee Anderson escribe desde posicionamientos que más que de izquierda política comunista, son de genuina derecha extravagante, pues señala que el mayor problema hispanoamericano era la explotación del indio desde tiempos coloniales, como si las estructuras de «explotación» fueran eternas y no hubieran cambiado radicalmente desde la formación del Imperio Español y después con la independencia y consolidación de las naciones hispanoamericanas. Así, el periodista Lee Anderson señala en la página 124 de su libro de la sociedad guatemalteca que contempló Guevara: «A pesar del tiempo transcurrido, la conquista española parecía un hecho reciente; una minoría criolla blanca y mestiza había dominado durante siglos a la mayoría nativa que ganaba su subsistencia trabajando en las vastas haciendas de la oligarquía o las de la United Fruit Company».

Tampoco tiene mucho sentido, desde un punto de vista marxista, iniciar la lucha con los campesinos, sobre todo si éstos son pequeños propietarios empobrecidos y desclasados, incapaces de alterar la situación de un país. En todo caso, no pasarían de ser lo que Marx denominó como lumpenproletariado, lo que ya nos lleva lejos del control político, el socialismo real o el Estado nacional ya constituido y nos conduce, siguiendo la estela de la Teología de la Liberación, a la lucha por la liberación de los «pobres oprimidos aquí en la tierra».

Por lo tanto, no debe sorprender lo fácilmente que el Che fue asimilado por elementos de esa católica derecha extravagante: cuenta Paco Ignacio Taibo II que de su cadáver en 1967 fueron cortados partes de sus cabellos como amuletos por algunas monjas, viendo en él la imagen de Jesucristo crucificado. La foto del Che Guevara con la corona de espinas, que fue portada de la revista alemana Der Spiegel, no se quedaba atrás en ese sentido. Un marxismo tan heterodoxo y difuso, casi secundario en sus aspiraciones de unidad hispanoamericana, invitaba a semejantes asimilaciones.

Sea como fuere, con marxismo o con derecha extravagante, el ideal de la patria americana que guía al Che fracasa en su incursión guerrillera boliviana. Sin duda que el principal motivo de ese fracaso está en las diferencias políticas entre las distintas naciones hispanas, alentadas por Estados Unidos y su Doctrina Monroe sobre América: los bolivianos no verán al Che como un compatriota, sino como un extranjero que acude al país a atacar la soberanía nacional; incluso en la película de Soderbergh el representante del Partido Comunista Boliviano le advierte de esa circunstancia. Una anécdota que aparece en la película lo refleja bastante bien: unos niños bolivianos le preguntan a uno de los guerrilleros, presumiblemente argentino, si es paraguayo, probablemente una evocación de la Guerra del Chaco que enfrentó entre 1932 y 1935 a Bolivia y Paraguay, aún reciente en la memoria de los cobardes bolivianos que son apresados por la guerrilla del Che.

* * *

Pero la patria americana, que Soderbergh sin embargo mantiene aunque sea de boquilla en las manifestaciones del Che, no fue el primer destino de Guevara una vez desencantado de la burocracia soviética que estaba invadiendo la revolución cubana. Primeramente, y siguiendo la teoría de la dependencia, acude a hacer la revolución a la empobrecida y subdesarrollada África, concretamente al Congo belga, donde descubrirá que el continente africano aún está demasiado inmaduro para semejantes aventuras. A partir de aquí, comenzará a extender la revolución por su cuenta en diversos lugares de América, lo que provocará la alarma en la Unión Soviética (el Che no sigue la tendencia de los movimientos de liberación nacional que patrocina la URSS) y hará recaer sobre Fidel Castro la sospecha de una traición que le habría conducido a la muerte, por seguidismo de los soviéticos, molestos con tan curioso personaje, a quien muchos responsabilizaban de azuzar el conflicto chino-soviético en América.

La supuesta traición que sufre el Che es sugerida en la cinta Che! (1969). Dirigida por Richard Fleisher, en ella Omar Shariff se caracterizaba de guerrillero heroico, mientras que Jack Palance remedaba a un Fidel Castro que en la versión norteamericana habría traicionado a Guevara. Pero esta versión probablemente obedezca a la necesidad norteamericana de contrarrestar la propaganda cubana sobre el Che que ya entonces era constante. En Che: Guerrilla la presunta traición no aparece: Fidel Castro afirma no saber dónde se encuentra el Che ante un representante soviético. Pero, una vez que Guevara renuncia a todos sus cargos, incluyendo la nacionalidad cubana de nacimiento, los vínculos se habían roto, y sólo desde una perspectiva biográfica o psicológica cabría considerar que Castro, por seguir las directrices de la URSS y contribuir al aislamiento de la guerrilla en Bolivia, traicionó a un Che ya desvinculado de la realidad cubana.

Otro de los aspectos más controvertidos del guevarismo, por su influencia en numerosos grupos armados, es su caracterización de la lucha armada como guerra de una guerrilla que ha de ser la vanguardia de la revolución, por encima de los apoyos civiles de sindicatos y ciudadanos. De hecho, poco antes de la batalla de Santa Clara, Fidel Castro se reúne con los representantes de los llanos para coordinar un ataque conjunto, y en vez de comprobar la importancia del apoyo popular, el Che destaca la autoridad moral de Castro y «lo más importante, es que se analizaban y juzgaban dos concepciones que estuvieron en pugna durante toda la etapa anterior de conducción de la guerra. La concepción guerrillera saldría de allí triunfante, consolidado el prestigio y la autoridad de Fidel y nombrado Comandante en Jefe de todas las fuerzas incluidas las de la milicia –que hasta esos momentos estaban supeditadas a la Dirección del Llano– y Secretario General del Movimiento». «Pasajes de la guerra revolucionaria», en Escritos y discursos, tomo 2, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1972, páginas 225-271.

Pero, como señala Paco Ignacio Taibo II, en esta descripción hay mucho subjetivismo y sobrevaloración de la actividad guerrillera por parte del Che, pues como afirma Carlos Franqui en su Diario de la revolución cubana, el Movimiento 26 de Julio triunfó gracias al apoyo y organización urbanas, no gracias a una guerrilla que permaneció casi todo el tiempo recluida en la Sierra Maestra. De hecho, el Che pensaba que, como Hispanoamérica es esencialmente rural, y ante la escasez de medios de los militantes en la lucha cívica (clandestinidad, ausencia de armas) «no es tan difícil la situación en campo abierto, apoyados los habitantes por la guerrilla armada y en lugares donde las fuerzas represivas no pueden llegar». («La guerra de guerrillas» [1960], en Escritos y discursos, tomo 1, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1972, páginas 33-67). Pero también afirma en el mismo libro:

«Es importante destacar que la lucha guerrillera es una lucha de masas, es una lucha de pueblo: la guerrilla, como núcleo armado, es la vanguardia combatiente del mismo, su gran fuerza radica en la masa de la población. No debe considerarse a la guerrilla numéricamente inferior al ejército contra el cual combate, aunque sea inferior su potencia de fuego. Por esto es preciso acudir a la guerra de guerrillas cuando se tiene junto a sí un núcleo mayoritario y para defenderse de la opresión un número infinitamente menor de armas. El guerrillero cuenta, entonces, con todo el apoyo de la población del lugar. Es una cualidad sine qua non.»

Sin embargo, la situación en Bolivia fue la contraria a la de Cuba, como el propio Guevara describe con abstracta brillantez en su manual guerrillero: «Y se ve muy claro, tomando como ejemplo gavillas de bandoleros que operan en una región; tienen todas las características del ejército guerrillero: homogeneidad, respeto al jefe, valentía, conocimiento del terreno, y muchas veces, hasta cabal apreciación de la táctica a emplear. Falta sólo el apoyo del pueblo; e inevitablemente estas gavillas son detenidas o exterminadas por la fuerza pública».

Aislada y hostigada la guerrilla por las contrapartidas de un ejército boliviano pobre en recursos pero bien organizado por asesores norteamericanos, la gavilla guevarista estaba atrapada y privada del apoyo cívico del Partido Comunista Boliviano, por indicativo de la URSS. Los campesinos bolivianos, por lo general, se mostraron reacios a apoyar a un movimiento que interpretaban, no sin razón, como una invasión extranjera. Difícilmente cabe imaginarse un entorno más desfavorable para el guevarismo, que sólo pudo obviarse desde su indefinido americanismo (¿Desde qué parámetros políticos se llevaría a cabo la unidad hispanoamericana? ¿Un imperio, una federación de naciones?), su inspiración en Mariátegui y su defensa del lumpenproletariado indígena, que le llevó al fracaso.

De hecho, en el Diario de Bolivia resume el mes de Abril de 1967 de esta manera: «el aislamiento sigue siendo total», y por lo tanto «la base campesina sigue sin desarrollarse; aunque parece que mediante el terror planificado, lograremos la neutralidad de los más, el apoyo vendrá después. No se ha producido una sola incorporación y aparte de los muertos, hemos tenido la baja del Loro, desaparecido luego de la acción de Taperillas» (Escritos y discursos, tomo 3, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1972, páginas 68-127). Pasajes como este desmienten esa imagen amable de buen samaritano que Soderbergh proyecta sobre el Che. De hecho, el Mensaje a los pueblos del mundo desde la Tricontinental que el Che difunde en abril de 1967, habla de crear muchos Vietnams, lo que no tiene aspecto de pacifismo ni de guerra defensiva precisamente, ni tampoco de acciones de buen samaritano. ¿Cómo podría un revolucionario dedicarse a curar a quienes son sus enemigos declarados? La revolución es esencialmente violenta y represiva, y no dudará en aplicar el terrorismo procedimental contra sus enemigos más inmediatos.

El 27 de marzo de 1967 el ejército boliviano había localizado el foco guerrillero. El 20 de abril es capturado junto a Ciro Bustos el periodista francés Regis Debray, que convivió con la guerrilla y cuyas declaraciones conducen a Guevara. El otrora discípulo de Sartre y amigo y propagandista de Fidel Castro y la revolución cubana (hoy socialdemócrata converso, como tantos otros), habría delatado al Che; el compatriota de Guevara, Ciro Bustos, temeroso de delatar a sus múltiples contactos, no habla, en contra de lo que muchos han afirmado –en Che: Guerrilla pinta el retrato del Che, una forma muy sutil de delatarle. Ya localizado, basta con esperar menos de seis meses para que el Che Guevara sea capturado y el 9 de octubre de 1967 haya muerto ejecutado por el ejército boliviano. Moría el hombre y nacía el mito: El Che vive.

* * *

Steven Soderbergh, al presentar en Cannes su película, afirmó que trataba de «dar una historia a la camiseta» que tantos jóvenes portan con la figura del revolucionario argentino. Sin embargo, la Historia muchas veces es poco benévola con algunos personajes, mientras que su mito sobrevive al decurso histórico, y Soderbergh, en lugar de explicar el mito, lo intenta humanizar, como cuando algunos estudiosos del cristianismo intentan destacar el «Cristo histórico» por encima del «Cristo de la fe». Otra forma de humanizar al Che, opuesta a la de Soderbergh, es afirmar que fue un asesino (inflando los cincuenta ejecutados en la fortaleza de La Cabaña hasta centenares o miles). Pero eso supone asumir los mismos postulados eticistas que dicen ¡No a la Guerra! y consideran a Bush un «criminal de guerra», y que en definitiva desvirtúan el valor del personaje histórico.

Pero lo cierto es que el mito del Che Guevara es el que ha conformado su historia, y no a la inversa. El mito del guerrillero heroico ha influido en el interés por su biografía. Tuvo que ser el rescate de sus restos en 1997 el que propiciara la publicación de dos de sus más extensas biografías: Paco Ignacio Taibo II escribe la suya en 1996, y Jon Lee Anderson, quien tan decisivamente participó para localizar los textos de Guevara, publica la suya en 1997, treinta años después de su fallecimiento. Efeméride que sirvió para que la editorial Pentalfa publicara, en colaboración con la Universidad Central de las Villas, el CD ROM Treinta años después, donde se recopilan los documentos escritos, visuales y sonoros (canciones dedicadas, discursos, &c.) relacionados con el Che Guevara.

Paco Ignacio Taibo II reconoce la importancia del mito, incluso desde la perspectiva de una izquierda indefinida cuando, evocando su muerte, afirma en la página 767 de su libro: «En era de naufragios es nuestro santo laico. Casi 30 años después de su muerte, su imagen cruza las generaciones, su mito pasa correteando en medio de los delirios de grandeza del neoliberalismo». Y realmente, el Che, por encima de cualquier consideración histórica, política o militar, es ante todo un icono, un símbolo, un mito. Seguramente el mito del siglo XX. Pero, en calidad de símbolo, su significado puede variar según las coordenadas en que se inserte. Y eso es lo que habría que explicar: ¿qué simboliza el Che?

Lejos de controversias éticas, el Che, representado como amigo del pueblo y trabajador incansable en la Cuba revolucionaria, podría haber sido en realidad un mero montaje propagandístico: es difícil imaginarse, como la película muestra en sus momentos de mayor realismo, a un guerrillero moviéndose por la Sierra Maestra y el altiplano con la pesada asma a cuestas, o trabajando doce horas sin descanso. Incluso una anécdota relatada por Taibo II deja caer ese carácter propagandístico teñido por el castrismo: cuando el Che está probando una nueva cosechadora de caña de azúcar, Franqui y sus trabajadores del diario Revolución se acercan para tomar unas fotos, a lo que el Che replica diciendo que no necesita propaganda.

Y efectivamente, por encima de los medios fracasados del Che para lograr la conquista revolucionaria del poder o de sus labores como inexperto ministro, el Che resplandece, por encima de sus éxitos y fracasos en vida, como «la imagen de lo que se puede lograr mediante la lucha revolucionaria», como diría él mismo en uno de sus discursos durante la crisis de los misiles de 1962, y sobre todo como imagen ligada a la resistencia de la Cuba hispana frente a Estados Unidos, ejemplo para toda Hispanoamérica. El Che sería, en ese caso, un mito luminoso para la Hispanidad, si acaso víctima de su inexperiencia y desigual formación, de una falta de proyecto político motivada por el indigenismo de Mariátegui y las teorías económicas de Prebisch, pero sobre todo de las contradicciones geográficas existentes y de la lucha polarizada «entre los yanquis y el soviet» en plena Guerra Fría, que dejaría al continente hispanoamericano como mero teatro de operaciones para ambos imperios. El régimen cubano, pese a enarbolar la bandera soviética, no dejó de presentar al Che como mito hispánico y de resistencia frente a Estados Unidos, ya desde el discurso televisado de Castro sobre la muerte de Guevara, el 15 de octubre de 1967.

El propio Fidel Castro, al escribir la introducción del Diario de Bolivia publicado en 1968, ofrece una fórmula del mito: «Che y su ejemplo extraordinario cobran fuerza cada vez mayor en el mundo. Sus ideas, su retrato, su nombre, son banderas de lucha contra las injusticias entre los oprimidos y los explotados y suscitan interés apasionado entre los estudiantes y los intelectuales de todo el mundo», comparando su ejemplo con el de los héroes de la independencia cubana José Martí y Antonio Maceo. [En Ernesto Che Guevara, Escritos y discursos, tomo 3, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana 1972, páginas 3-21.]

Sin embargo, la imagen que nos transmite Soderbergh con sus películas-documentales dista mucho de ese mito luminoso. Nos hace ver que el Che histórico, aquel que comienza su actividad política al lado de los Castro en Méjico y renuncia a sus prebendas para ir a morir a Bolivia, tiene muy poco valor. Un valor antropológico, una suerte de buen samaritano que ayuda a los campesinos, con un gran sentido de la responsabilidad, la justicia, la firmeza, &c. Un referente ético que no conoce fronteras, pero para nada político, pese a que el director norteamericano ni siquiera nos sugiere su presencia en el Congo ni en otros lugares que no sean los americanos. Esta visión ética o casi etnológica que nos transmiten este par de películas sitúan al Che en la órbita de un icono altermundista, el que los consumidores autosatisfechos de los países desarrollados llevan en su camiseta bajo los rótulos de la paz y la concordia universal. Eso quiere decir Soderbergh cuando afirma que intenta «dar una historia a la camiseta».

Pero esa historia ya no es la del Che sino la del Subcomandante Insurgente Marcos (curiosamente, también visitado por el periodista Regis Debray), un hombre que se ha sublevado en la mejicana selva Lacandona y que renuncia a la toma del poder. Se aleja de la revolución violenta pregonada desde la izquierda política y se adoptan los peores vicios del Che Guevara: indigenismo, derecha extravagante, valoración del lumpenproletariado indígena como sujeto de la Historia que le llevó a la muerte y al fracaso absoluto. Sólo que, si como dice Marx, la Historia se repite siempre como comedia, la reedición del Che Guevara ya no es la de un guerrillero dispuesto a crear cuantos más Vietnams mejor, sino la de un buen samaritano idealista que ya no quiere tomar el poder sino vivir en la selva y aparecer en la prensa, en internet o en el cine, como icono de una sociedad posmoderna y autosatisfecha.

El Che asesinado el 9 de octubre de 1967

 

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